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LA FEMINIZACIÓN DEL TRABAJO ASALARIADO. PROBLEMAS CONCEPTUALES Y METODOLÓGICOS PARA ESTUDIAR LA PARTICIPACIÓN DE LAS MUJERES EN EL TRABAJO/EMPLEO1 Juan Salvador León Santana Universidad de La Laguna
A Álvaro y a Carmita
RESUMEN En este artículo se plantea un análisis de la relación de la población con la actividad económica que tenga en cuenta las limitaciones conceptuales y de medida que no contemplan la mirada de género. Para ello se presentan algunos datos de la fuerza de trabajo en los países de la Unión Europea y el empleo a tiempo parcial. La hipótesis central es que la gestión de la mano de obra femenina posibilita la flexibilización de la norma social de empleo. PALABRAS CLAVE: Trabajo/empleo, relaciones de género, empleo a tiempo parcial.
In this article we raised an analysis of the relation of the population with the economic activity. This it has in account the conceptual limitations and of measurement that do not contemplate the gender glance. For it we presented some data of the labour force in the countries of the European Union and the on part-time job. The central hypothesis is that the management of the feminine manpower makes possible the deregulation of the social norm of employment. KEY WORDS: Job/employment, gender relation, part-time job.
En este trabajo nos proponemos reflexionar, desde una perspectiva de género, sobre la norma social de empleo y analizar las categorías básicas del empleo y sus dificultades y limitaciones para identificar la posición y la participación de las mujeres en las relaciones de empleo. Se utilizan datos de la situación de empleo de las mujeres en la Unión Europea, a través de ellos se intenta identificar algunas tendencias de los cambios en la norma social de empleo y de las desigualdades de género en el trabajo/empleo.
TEMPORA, 7; diciembre 2004, pp. 81-106
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ABSTRACT
1. DIVISIONES DEL TRABAJO Y RELACIONES DE GÉNERO
JUAN SALVADOR LEÓN SANTANA
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Situar el estudio de la feminización del empleo en la división sexual del trabajo requiere tener en cuenta unas consideraciones de carácter teóricometodológico. Se entiende la perspectiva de género como un enfoque teórico aplicable en las ciencias sociales y no como una subdisciplina o un apartado concreto para estudiar la situación o las posiciones de las mujeres en particular. Desde el enfoque de género, para desarrollar una mirada sociológica y antropológica que permita una visión integradora y dialéctica de los procesos culturales y sociales, se exige partir de los siguientes principios: Considerar el género una problemática central en todos los ámbitos de estudio de las ciencias sociales. Lo que significa tener en cuenta en todos los pasos de la investigación una mirada desde la que la construcción social de la diferencia sea fundamental. Evitar el uso de dicotomías clasificatorias. Porque éstas esconden más de lo que desvelan y contribuyen a una delimitación apriorística de los objetos de estudio y de los espacios explicatorios. Tener en cuenta el aporte metodológico de la historia. No de una historia particularista y fragmentada sino, más bien, una historia materialista que concibe a las sociedades como partes integrantes de procesos históricos. Estos procesos deben ser estudiados a partir de las formas de organizar la obtención de los recursos necesarios para la vida y de los sistemas ideológicos o materiales que contribuyen a la reproducción social. Una historia hecha de historias pero sin concebir de antemano la clave que determina el proceso histórico. Por último, resulta esencial integrar lo ideal (las ideas) y lo material en un mismo proceso dialéctico (Bourdieu, 1991, y Godelier, 1984). Lo que implica plantear que las acciones toman cuerpo condicionadas por aspectos materiales de una sociedad determinada, pero también enmarcadas en sistemas de representaciones que las hacen significativas y encauzan su realización. Se sitúa el énfasis en que en la práctica lo material y lo ideal aparecen indisolublemente asociados en el estudio de los procesos de reproducción social (Narotzki, 1995: 13,15). Junto a estos presupuestos de partida conviene incluir una definición de género. Sobre este concepto, como con otras nociones centrales de las ciencias sociales existen múltiples definiciones. En el ámbito laboral se recurre habitualmente a la propuesta por Lourdes Benería (1987). Para ella, «el concepto de género puede definirse como el conjunto de creencias, rasgos personales, actitudes, sentimientos, valores, conductas y actividades que diferencian a hombres y mujeres. Éste se elabo-
1 Este artículo es una adaptación y resumen de la lección defendida en el concurso-oposición TU 1498/2002, por ello presenta un carácter didáctico propio de este tipo de ejercicio.
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ra a través de un proceso de construcción social que tiene varias características. En primer lugar, es un proceso histórico que se desarrolla a diferentes niveles tales como el Estado, el mercado de trabajo, las escuelas, los medios de comunicación, la ley, la familia y a través de las relaciones interpersonales. En segundo lugar, este proceso supone la jerarquización de estos rasgos y actividades de tal modo que a los que se definen como masculinos se les atribuye mayor valor». De modo que la perspectiva de género supone el reconocimiento de una variedad de formas de interpretación, simbolización y organización de las diferencias y desigualdades sexuales consecuencia de las relaciones sociales y se aleja del uso de las categorías analíticas binarias para explicar dichas diferencias. Las dicotomías conceptuales más influyentes en el pensamiento occidental se basan en parejas de sustantivos opuestos que asocian a la mujer a la naturaleza, el espacio doméstico, la reproducción y los sentimientos; y al hombre a la cultura, el espacio público, la producción y la razón. En nuestro sistema cultural cada polo de estos pares dualistas se articula ideológicamente de modo jerárquico y los ámbitos asociados a lo masculino tienen preponderancia y visibilidad frente a los asociados a lo femenino. En sus primeras etapas la teorización sobre el género se sustentó en estas dicotomías para progresivamente revisar sus contenidos y su jerarquización. A principios de los ochenta, respecto a la desigualdad y el dominio masculino una autora clásica como M. Rosaldo afirma: «Lo vemos no en constreñimientos físicos sobre lo que hombres o mujeres pueden o no pueden hacer, sino más bien en las formas de pensar sobre sus vidas, el tipo de oportunidades de que disfrutan y en su manera de reclamar las cosas» (Rosaldo, 1980: 394). Es complicado salir de estos dualismos porque el discurso de la modernidad se construye sobre distinciones o separaciones tajantes entre: el Estado y la economía, el Estado y la familia, y la familia y la economía. De manera que se crean ámbitos ideológicamente autónomos y sin conexiones. La familia sería el espacio de lo privado-privado, el Estado de lo público-público y la economía lo privado-público, ocultando la necesaria relación entre ellos, como señala Carole Pateman (1996). Conceptualizando y llevando a percibir de forma fragmentaria procesos sociales que son unitarios (Adelantado, 2000; Carnoy, 2001, y Esping-Andersen, 2000). Este conjunto de distinciones constituyen la base del contrato social entre sexos de la modernidad. Contrato que consagra la supremacía masculina. Ésta es puesta en entredicho por la actual reordenación del espacio doméstico y familiar, del mundo del trabajo asalariado y del conjunto del espacio público. Por tanto, se está ante la demanda de un nuevo contrato social que suponga una nueva articulación entre las instituciones y un reconocimiento y valoración de las actividades de mujeres y hombres desde nuevos puntos de vista. Ésta es la hipótesis general que se desarrolla en este artículo. En este sentido, se hace hincapié en la necesidad de desnaturalizar la reproducción y con ello la identidad de género. Pues desde la dicotomía producción/ reproducción, tan debatida en las ciencias sociales, se construye la imagen dominante de una división sexual del trabajo basada en una supuesta «economía natural». Los debates de los años setenta y ochenta entre feministas, feministas marxis-
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tas, marxistas y teóricos del capital humano y de la economía de la familia sobre el papel económico de la familia y la producción doméstica desvelan la necesidad de nuevas perspectivas analíticas para comprender el comportamiento económico de hombres y mujeres (Castaño, 1999). Recomponer la articulación entre la reproducción y la producción supone desarrollar un nuevo esquema interpretativo general para comprender el funcionamiento del orden económico y social que obliga a reconceptualizar el término trabajo y a especificar las interacciones entre el mercado (ámbito de la producción), la familia y el Estado (ámbito de la reproducción) (Picchio, 1994 y 2001). En la actualidad, desde una perspectiva sociológica no cabe pensar en el orden productivo sin el reproductivo, es decir, se trata de un mismo orden social con dos dimensiones siempre articuladas, aunque se trate de una articulación tensa y conflictiva (Jódar, 1996, y Prieto, 1999). Como resultado de esta articulación se crean y se recrean los modelos de representación de la división del trabajo y de los sistemas de género. Ahora bien, las relaciones entre estos modelos no son unidireccionales. Es decir, las divisiones del trabajo no dan lugar a las asimetrías en los papeles sexuales, más bien las asimetrías son incorporadas como elementos básicos para perpetuar las relaciones de producción capitalistas. De manera que en nuestro modelo cultural el sistema patriarcal y el capitalista interactúan y se refuerzan. Por tanto, más que preguntarnos cómo se distribuyen las actividades laborales entre hombres y mujeres, se debe invertir el planteamiento y preguntarse: ¿cómo construye cada sociedad su representación de las diferencias entre los sexos?, y ¿de qué manera se distribuyen las actividades mediante el reconocimiento de las capacidades y habilidades diferenciales por sexo? (Yanagisako y Collier, 1987). La cuestión es dilucidar «qué procesos sociales y culturales específicos hacen que hombres y mujeres parezcan distintos unos de otros. La hipótesis de partida es que no hay ‘factores’ biológicos o materiales, que tengan consecuencias sociales y significados culturales por sí mismos» (Comas, 1995: 35). Con frecuencia, se parte de la premisa de considerar a las sociedades sistemas de igualdad y se intenta descubrir bajo esa premisa las causas de la subordinación femenina. Un grupo de antropólogas parten del principio contrario, consideran a las sociedades sistemas de desigualdad y se preguntan qué formas de desigualdades se crean en cada sociedad y por qué medios. Así, en lugar de preguntarnos cómo diferencias naturales adquieren significados culturales y tienen consecuencias sociales, la presunción de desigualdad nos fuerza a preguntar por qué ciertos atributos y características de las personas son reconocidos culturalmente y evaluados diferencialmente cuando otros no lo son (Yanagisako y Collier, 1987: 40, Narotzky, 1995: 35). Esta perspectiva de análisis da prioridad al estudio de los valores culturales para comprender la práctica de las relaciones sociales. Sin embargo, el estudio simultáneo de distintas clases de diferencias materiales y culturales en un proceso único presenta mayor consistencia teórico-metodológica. Así, desde un enfoque algo diferente Henrietta Moore (1991) se plantea estudiar cómo las distintas clases de diferencias existentes en la vida humana —género,
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2. EL EMPLEO COMO NORMA SOCIAL Y SUS CAMBIOS Según Carlos Prieto (2002), el empleo puede y debe interpretarse como una norma social que se despliega en múltiples dimensiones. Es una norma social porque como categoría cognitiva presenta un contenido que une indisolublemente un ser y un deber ser sociales en el análisis de una determinada actividad del ordenamiento social como es el trabajo remunerado. Toda norma social permite clasificar, valorar y jerarquizar tanto actividades como individuos y adquiere su sentido como parte integrante de un determinado ordenamiento social. Dicho ordenamiento
2 Por ejemplo, con relación a las diferencias étnicas en el mercado laboral resulta evidente que el capitalismo no crea las distinciones de etnicidad y raza que funcionan para apartar unas categorías de trabajadores de otras. Sin embargo, es el proceso de movilización de la fuerza de trabajo bajo el capitalismo el que imparte a esas distinciones sus valores efectivos. Las categorías más coherentes (que posibilitan vincular a grupos étnicos con categorías laborales) emergen sólo cuando cohortes particulares de trabajadores ganan acceso a distintos segmentos del mercado de trabajo y empezaron a tratar este acceso como un recurso a defender social y políticamente. Tales etnicidades no son, por tanto, relaciones sociales ‘primordiales’.
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clase, raza, cultura, historia, etc.— siempre se construyen, se experimentan y se canalizan conjuntamente. Aquí el énfasis se sitúa en la construcción de la diferencia y profundiza y trasciende el concepto de género. Desde esta propuesta se pretende integrar lo relativo al género en el núcleo mismo del objetivo de las ciencias sociales que no es otro que la comprensión de la diferencia y la teorización de la semejanza en y entre las sociedades humanas (Narotzky, 1995). Esta perspectiva de estudio nos ancla en procesos históricos y dialécticos para analizar cómo y por qué se construyen, destruyen y reconstruyen las desigualdades en un mundo de sociedades interconectadas2. Por tanto, en relación con la construcción de diferencias y desigualdades, cabe concluir que las diferencias sociales son productos históricos que distintos grupos sociales configuran al relacionarse para acceder a todo aquello que consideran recursos necesarios. En este sentido, el género es una de las formas más recurrentes de creación de diferencias, que en su interrelación con otras construye el sistema de desigualdades de una sociedad (Sacks, 1989). A continuación, vamos a analizar cómo se construyen las diferencias y las desigualdades en la participación en la actividad económica mercantil, en el empleo remunerado. Desde un modelo de género (gender model ) que atienda a la construcción social de las diferencias y desigualdades de género y no a partir de un modelo de segmentación profesional, de análisis de las diferencias y semejanzas entre mujeres y hombres en el trabajo (job model ). El esquema anterior que analiza conjuntamente, en un solo proceso y de forma integrada, lo material y sus representaciones colectivas se recrea a continuación para el estudio de las relaciones de empleo. Para ello comenzamos por la conceptualización de la norma social del empleo asalariado y sus cambios tras la crisis de los setenta.
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es un entramado social jerarquizado de clases de actividades y de clases de individuos que sólo se reproducen sin sobresaltos en la medida en que se desenvuelve en un nivel mínimo de legitimidad y de justificación ideológica. Así cualquier norma social es al mismo tiempo compartida y disputada (Prieto, 2002: 89, 90). La capacidad del empleo para generar conflicto la inscribe en una dinámica permanente de cambio que es la dinámica en la que se desenvuelven las relaciones entre las clases sociales. De este modo aparecen las normas como hechos construidos socialmente y en constante cambio histórico. Esto sucede con el empleo. Además, en las sociedades de capitalismo reformado como la nuestra la norma social del empleo no es una norma cualquiera del orden social sino una norma social central (Topalov, 1994). La centralidad le viene de la fuerza social que se halla en su origen histórico: el movimiento obrero o «la cuestión social obrera». La centralidad del empleo se basa en el trabajo (pero trabajo social y políticamente regulado) y en la figura del trabajador asalariado (trabajador social y políticamente protegido) individual y colectivamente contemplado (Prieto, 2002: 92). Actualmente, el empleo se puede definir como el trabajo remunerado que sigue una serie de normas. Pero no todo trabajo remunerado —las actividades de venta ambulante, economía negra y una parte de la economía sumergida— es considerado empleo aunque sea trabajo. Los requisitos normativos mínimos para que un trabajo remunerado sea considerado empleo son: la existencia de un contrato de trabajo, de un tiempo de trabajo pactado, de una retribución, el reconocimiento de una categoría profesional, de unos derechos políticos y sociales y de una protección social. A continuación, en el siguiente cuadro, se comparan dos momentos de la norma social de empleo salarial o norma salarial de empleo. Se trata de indagar en los cambios desde un empleo regulado con garantías a un empleo flexibilizado a partir de la crisis de los setenta, precisamente en el periodo en que tiene lugar una incorporación masiva de mujeres al mercado laboral. Aunque este esquema supone una interpretación un tanto estereotipada del empleo, pues no todo el empleo del fordismo era estable y seguro, ni ahora todo es inestable e inseguro, el cuadro resulta útil para comprender las tendencias de esta norma social. Veamos el cuadro fila a fila. En primer lugar, con respecto a la norma salarial de empleo se ha pasado del trabajo asalariado más regulado y reconocido de la historia capitalista bajo la convención keynesiana, a una etapa de desempleo masivo y empleo flexible. Este desempleo desestabiliza las relaciones de fuerza en el mercado laboral, presiona sobre el empleo y ayuda a que se redefina la norma social de empleo. En segundo lugar, en el contrato laboral pasa del predominio de una modalidad de empleo de tiempo indefinido, con muchas limitaciones para el contrato temporal y un despido fuertemente indemnizado, a una nueva situación en la que se impone una amplia diversidad de modalidades contractuales: contratos temporales, interinos, a tiempo parcial, de inserción, etc. En la tercera fila, en cuanto al tiempo de trabajo en la relación salarial fordista tanto la jornada laboral (ordinaria o extraordinaria) como su distribución diaria y semanal estaban pautadas y ordenadas. En la actualidad se reorganiza el tiempo de trabajo por imperativo empresarial. Durante un tiempo la redistribución
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DE TRABAJO
EMPLEO CON BUEN EMPLEO
Y SEGURO
DE JORNADA PAUTADA Y ORDENADA
MÍNIMO Y NEGOCIACIÓN COLECTIVA
Y ESTRUCTURA DE PUESTOS DE TRABAJO ESTABLES
Y ORGANIZACIÓN COLECTIVA
ECONÓMICA, SOCIAL Y SANITARIA
CONDICIONES DE VIDA Y TRABAJO
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Dinámica de mejora permanente desde la condición de ciudadano-trabajador. Exclusión social sólo fuera de empleo.
MEJORA DE
Desempleo, jubilación, ILT, derechos a los que se accede por la condición de asalariado o consorte. Lo recibido depende de lo aportado.
PROTECCIÓN
Etapa de mayor auge y éxitos del sindicalismo. Presencia en decisiones políticas y empresariales, capacidad de movilización.
SINDICACIÓN
Delimitación de las tareas de cada categoría. Organización jerárquica según Ordenanzas laborales y negociación colectiva.
OCUPACIONES
Imposición del SMI, garantía de mínimos. Regulación del incremento anual y negociación colectiva para unificar diferencias (pactado/percibido, flecos, etc.) contener el abanico salarial.
SALARIO
Tiempo de trabajo limitado en cantidad (j. ord. y extraord). A tiempo completo cronología ordenada (diario y semanal).
DURACIÓN
Una modalidad contractual por tiempo indefinido. Contrato temporal solo con razón justificada y despido con fuerte indemnización.
ESTABLE
Bajo la convención keynesiana el trabajo asalariado es el más regulado, reconocido y protegido.
PLENO
Fuente: Elaboración propia, inspirada en PRIETO, 2002.
PERSPECTIVAS
ECONÓMICOS Y SOCIALES
POLÍTICOS
DERECHOS
DERECHOS
PROFESIONAL
CATEGORÍA
RETRIBUCIÓN
TIEMPO
DE TRABAJO
SALARIAL DE EMPLEO
CONTRATO
NORMA
CON GARANTÍAS
Rasgos del «buen empleo».
EMPLEO SIN GARANTÍAS
MASIVO Y EMPLEO FLEXIBLE
E INSEGURO
DEL TIEMPO DE TRABAJO
Y DISPERSIÓN RETRIBUTIVA
FUNCIONAL, POLIVALENCIA, SUBEMPLEO
EN CRISIS
DEPENDE DE CAPITALIZACIÓN
Y RIESGO
Se crea empleo a costa del «buen empleo», se difuminan las barreras de las posiciones sociales en relación a la actividad económica. Feminización de los activos. Empleo no es condición suficiente para inserción social.
INCERTIDUMBRE
Sistemas privados de pensiones de asistencia sanitaria, endurecimiento de criterios para desempleo, ILT, etc.
PROTECCIÓN
Fuerte reconocimiento político institucional, capacidad para alcanzar acuerdos de negociación colectiva y dificultades de aceptación en la empresa y por la población activa.
SINDICALISMO
Ruptura de la carrera profesional, de los mercados internos de trabajo y de las ordenanzas laborales. Reorganización de la cualificación profesional.
FLEXIBILIDAD
Acuerdos de empresa e individuales frente a negociación colectiva. Pago por horas, por tarea, por producto, etc. SMI y sus criterios pierden consistencia afecta a tiempo completo.
DESIGUALDAD
Reordenación del tiempo de trabajo estrategia sindical de escasa repercusión. Redistribución del tiempo en función de los intereses empresariales. Nueva norma el empleo a tiempo parcial. Cantidad y cronología de la prestación sin pautas consensuadas.
REORGANIZACIÓN
El contrato temporal se convierte en norma (en España supera el 30% rasgo estructural). Contrato indefinido se reduce de facto a función pública.
INESTABLE
Desempleo deestabiliza: 1) presiona sobre el empleo, 2) lucha contra desempleo redefine la norma de empleo.
DESEMPLEO
Rasgos del «empleo flexibilizado»
EMPLEO
TABLA 1. CAMBIOS EN LA NORMA SOCIAL DE EMPLEO
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del tiempo de trabajo fue una apuesta sindical para lograr la reducción de la jornada y la generación de empleo. Pero, en los tiempos de la globalización, se organiza en función exclusiva de los intereses de las empresas. Además, en una economía de servicios y de ocio y con el auge del empleo a tiempo parcial los horarios y días de trabajo se presentan cada vez más fragmentados o dilatados. En cuarto lugar, la retribución pasa de una regulación colectiva con el salario mínimo como referencia y la norma de la negociación colectiva para decidir el incremento anual y contener la apertura del abanico salarial, a una nueva situación de dispersión retributiva basada en acuerdos individuales y de empresa, junto al pago por productos o por actividad, lo que origina una fuerte competitividad entre los trabajadores y amplía las desigualdades salariales. En quinto lugar, se redefinen las categorías profesionales. Se diluyen o se derogan los sistemas de organización de los puestos de trabajo y la jerarquización de las ocupaciones de las ordenanzas laborales y las negociaciones colectivas. Los contenidos de las categorías profesionales se redefinen mediante la flexibilidad funcional, la polivalencia, el subempleo que reorganiza tanto la cualificación profesional como los mercados internos de trabajo. En sexto lugar, los derechos políticos de sindicación y organización colectiva también se han transformado. En la etapa anterior constituían el principal mecanismo de organización y toma de decisiones empresariales y políticas, fue la época de mayor auge de los sindicatos. En la actualidad, aunque cuentan con un gran reconocimiento político e institucional, está en crisis su capacidad de negociar acuerdos que se apliquen y su aceptación en las empresas. Por último, pero no menos importante, los derechos económicos y sociales, como las prestaciones por desempleo, jubilación, ILT, etc., conectados a la posición de asalariado o consorte en la etapa fordista en la que lo recibido dependía de lo aportado de acuerdo con una ley general, se han ido individualizando progresivamente bajo el principio de que la protección depende de la capitalización. Así, de esta lógica dependen los sistemas privados de asistencia sanitaria, de pensiones y el endurecimiento de los requisitos para el acceso a la prestación por desempleo. En definitiva, en la etapa anterior, aunque se hayan idealizado en la teorización y en el discurso dominante las relaciones de trabajo asalariado, éstas se movían en la perspectiva de una mejora permanente de las condiciones de vida y de trabajo. Dicho de otro modo, la exclusión social se imaginaba sólo fuera del empleo. En el contexto actual, la relación salarial se concibe en un ambiente de riesgo e incertidumbre, las posiciones sociales en relación con la actividad económica se diluyen, se crea empleo a costa del «buen empleo» y para amplios colectivos de población el empleo ya no es condición suficiente para la integración social. Es posible encontrar la combinación entre el empleo legal y la exclusión social en amplios colectivos de personas: jóvenes, mujeres, inmigrantes. En este artículo se sostiene que el auge de la norma social de empleo flexibilizado obedece, en buena medida, a «la tolerancia social o la aceptación de la precarización del trabajo asalariado femenino» (Prieto, 1999 y Torns, 2000). Para ello vamos a estudiar la situación de las mujeres en el empleo desde los principales indicadores de empleo y su significado desde la mirada de género.
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3. IMPORTANCIA DEL ANÁLISIS DE LA ACTIVIDAD DE LAS MUJERES A continuación se estudia la actividad laboral de la mujer mediante una lectura sexuada del mundo del trabajo que trata de identificar los cambios estructurales de la población activa. Se sobreentiende que la situación de las mujeres en el empleo no es única, o exclusiva de ellas, y que no todas las mujeres están en igual situación en lo que se refiere al desempleo, la precariedad, el subempleo o la descualificación, la flexibilidad o el reparto de empleo. Más bien son situaciones sintomáticas de los movimientos que sacuden al mercado de trabajo, por tanto, revelan fenómenos más o menos generales (Maruani, 2000). Expresado de otro modo, profundizando en el análisis de las diferencias de género en el mercado laboral no se contribuye sólo a un mejor conocimiento sobre la actividad femenina, sino que significa sobre todo incrementar el conocimiento general sobre el mundo laboral. Se trata de romper con la tolerancia, la indiferencia, la invisibilidad y el silencio frente a las desigualdades de género. No parece necesario recalcar que el énfasis en las desigualdades no equivale a negar los progresos, sino que es intentar hacerlas ilegítimas.
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Con esta lectura de algunas magnitudes de actividad, desempleo y ocupación en la UE, se presenta una panorámica general sobre la situación laboral de las mujeres que permite repasar y revisar las limitaciones de las categorías socioestadísticas actuales para estudiar las desigualdades de empleo por género. Los datos proceden del Eurostat (2002) de la encuesta de fuerza de trabajo o en estadísticas similares de los estados de la UE (ver anexo, cuadro 1). Los datos relativos a la tasa de actividad y de ocupación se refieren a población de 15 y más años de acuerdo con la definición del Eurostat. Así, en la Unión Europea algo más de la mitad de la población es activa, las mujeres no llegan a la mitad (47,6%) y los hombres alcanzan el 65,8%, con una diferencia entre ambos de 18,2 puntos. En la tasa de ocupación la diferencia es similar, ronda los 18 puntos, pues sólo hay que descontar la población desempleada. La tasa de paro se ha logrado reducir hasta el 7,6%, con una escasa diferencia entre mujeres y hombres. Sin embargo, si se estudian los procesos sociales y de medida que permiten alcanzar estos resultados la percepción sobre las diferencias y las desigualdades será mayor. Por ejemplo, la tasa de empleo a tiempo parcial muestra una gran diferencia entre hombres y mujeres, casi 27 puntos. Además, un 18,2% de la población ocupada, casi 1 de cada 5 personas, lo está a tiempo parcial en la Europa de los quince. En el cuadro 2 del anexo se presentan algunos indicadores de empleo desde la inactividad al empleo por columnas y de izquierda a derecha. Del total de personas inactivas en la UE (43,6%) las mujeres representan el 62% y en ese grupo de las personas que quieren trabajar pero no buscan empleo (8 millones de individuos) el 64% son mujeres.
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3.1. LA POBLACIÓN ACTIVA EN LA UNIÓN EUROPEA 2002
HOMBRES INACTIVIDAD (pre y paraactivo)
PARO
SUBEMPLEO
EMPLEO
INACTIVIDAD (posactividad)
MUJERES INACTIVIDAD (pre y paraactivo)
PARO
SUBEMPLEO
EMPLEO
INACTIVIDAD (posactividad)
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Gráfico 1. Principales flujos diferenciales.
De las personas registradas como desempleadas, el 41% son las denominadas de larga duración por llevar más de un año en paro, de ellas la mitad (51%) son mujeres, cuando su tasa de actividad es del 47%, por tanto están sobrerrepresentadas en esta categoría. Y, sobre todo, en la categoría de búsqueda de trabajo a tiempo parcial, pues constituyen el 80% del millón ochocientas mil personas en esa situación. Entre las personas empleadas u ocupadas, las mujeres están fuertemente sobrerrepresentadas en el empleo a tiempo parcial, constituyen el 79% de las personas con ese tipo de contrato (23,5 millones de los 29,6 millones de contratos). Por tanto, se aprecia un fuerte encasillamiento de la mujer en este nuevo estatuto laboral. Por último, la temporalidad en Europa es del 11,8%, con grandes diferencias por países, como se sabe en España es del 31% del total de ocupados y del 34% para las mujeres3. En la Unión Europea de esos 13 millones de empleados temporales el 42% son mujeres. Por tanto, se aprecia una mayor presencia de mujeres entre las personas inactivas, entre las inactivas que quieren trabajar pero no buscan empleo, entre los desempleados de larga duración, entre las personas que buscan empleo de peor calidad y entre quienes tienen un estatus laboral más próximo al subempleo. Esta instantánea del empleo nos interesa para analizar cómo se sitúan y se mueven hombres y mujeres en el mercado laboral. Es decir, para estudiar el paso de la inactividad a la actividad, del empleo al desempleo y viceversa, y apreciar en qué medida se siguen lógicas sociales diferenciadas por género. Estos esquemas muestran los principales movimientos diferenciales entre hombres y mujeres en el empleo, las líneas expresan los movimientos más frecuentes, es decir, cómo los hombres se desplazan más dentro de la actividad y las mujeres cruzan más las fronteras entre actividad e inactividad. Los datos evidencian que los
3 CARRASCO y MAYORDOMO (1999) hacen un recorrido más exhaustivo por las condiciones de empleo de las mujeres en España.
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márgenes de la actividad se encuentran muy feminizados, y no porque la situación de las mujeres sea más incierta, sino porque sus oscilaciones entre inactividad, desempleo y empleo son más frecuentes. La norma social conduce a que en numerosas ocasiones cuando una mujer puede declararse inactiva, en la categoría de «sus labores», un hombre debe definirse como «parado», no se trata de un mandamiento legal, ni administrativo, es simplemente que casi no existen hombres dedicados a sus labores. De manera que la inactividad sólo es indistinta para hombres y mujeres en determinadas posiciones sociales: estudiante (pre-activo) y jubilado (post-activo). El gran incremento de la actividad de la mujer no va directamente a la ocupación, sino que una parte considerable permanece en el paro, y cuando pasa al empleo, con frecuencia, se trata de un empleo de baja calidad o subempleo como el trabajo a tiempo parcial. De manera que la posición de las mujeres en el mercado laboral cuestiona los límites de categorías como inactividad, desempleo, subempleo, etc. 3.2. LAS CATEGORÍAS SOCIOLABORALES
Y SUS LIMITACIONES
Por otra parte, con relación al concepto actividad la crítica desde el enfoque de género es rotunda. Este término se reserva habitualmente para la actividad laboral mercantil y para la búsqueda activa de empleo, condenando a la categoría de inactivo a cualquier otro trabajo realizado para el hogar, para la familia o para la comunidad. Sin entrar en ese debate, ampliamente estudiado e investigado, entre otras autoras por María Ángeles Durán, en este punto nos interesa resaltar los obstáculos metodológicos a la hora de medir el trabajo social que supone esta concepción de la actividad:
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Una decisión estadística que se concreta en la operación de definir variables y asignar valores a situaciones y procesos sociales vinculados al empleo. Una decisión personal, individual que se toma en función de las normas sociales. Son estas normas las que hay que interrogar para entender la evolución de la posición de la mujer en el mercado laboral. Por ejemplo, ¿por qué una madre de familia sin empleo se considera hoy parada cuando ayer era inactiva? ¿Por qué una sociedad encuentra «normal» que una mujer responsable de una familia trabaje cuando otras sociedades estiman que lo «normal» es que deje de trabajar para cuidar a sus hijos? No sólo hay normas sociales, decisiones personales y decisiones estadísticas, además existen políticas públicas que orientan bien al empleo, al desempleo o a la inactividad a determinados grupos sociales.
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Estas situaciones nos conducen a una reflexión sobre la construcción de las categorías sociolaborales y sus limitaciones. En la ubicación de la población en una categoría sociolaboral u otra median tres elementos: una decisión socioestadística, una decisión personal y las políticas públicas.
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1) Introduce un sesgo o distorsión de la información porque los datos se elaboran y recogen desde un enfoque comparativo y androcéntrico. Se trata de analizar el trabajo mercantil de la mujer a la luz del trabajo del varón. Se presupone que las mujeres serán más y mejores trabajadoras cuanto más aproximen su perfil laboral al de los varones (Casas, 1987). El modelo es el trabajo remunerado normado del hombre. 2) Se excluye del análisis toda la información que escapa a la simetría entre los sexos. Sólo se estudia lo comparable desde el patrón masculino. Dejando fuera las especificidades exclusivas del trabajo social de las mujeres. Por ello muchas autoras afirman que es la actividad (una actividad imprescindible para la reproducción social) más que en la ocupación donde existen más diferencias y desigualdades entre los géneros (trabajo reproductivo, atención sanitaria, trámites burocráticos, cuidado de terceros, etc.).
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Además la noción inactividad tiene su origen en un indicador de clase definido a partir de la Revolución Industrial cuando la pequeña y mediana burguesía presumía de la «inactividad de sus mujeres», mientras las mujeres de clase obrera y campesina, las clases subalternas estaban forzadas a incorporarse a la actividad en la minería y en la industria. En la actualidad la inactividad se ha consolidado como categoría socioestadística que incluye sobre todo a mujeres adultas, por ello, de distinción de clase ha pasado a constituir una distinción de género (García, 1993). Por otra parte, la noción de desempleo también presenta un proceso de construcción histórica y su institucionalización está en el centro de la concepción de la relación salarial (Salais y otros, 1990, y Topalov, 1994). Ser parado no significa sólo verse involuntariamente privado del acceso a un empleo y buscar trabajo remunerado, implica también poder declararse parado, tener derecho legítimo a esa búsqueda. Este derecho a situarse en la posición de desempleado aparece sancionado por el Estado. Así, las condiciones de inscripción y de indemnización por desempleo, señalan e institucionalizan los límites del derecho al desempleo. Este derecho existe en la medida en que existe el derecho al empleo. El desempleo no es lo opuesto al empleo, sino la otra cara del derecho al empleo. Como lo evidencia, en muchos países, la necesidad de una autorización del marido o del padre para el trabajo de las mujeres casadas y solteras de determinada edad. Por tanto, en el derecho al empleo, en la legitimidad para acceder a un empleo existen diferencias de género: para los hombres se trata de algo evidente, para las mujeres es contingente. En la práctica social, en muchas ocasiones el no empleo en el caso de los hombres se canaliza hacia el desempleo y para las mujeres se reconduce a la inactividad. No se trata sólo de una categoría administrativa o estadística, detrás de estas categorías existe una selección social, una opción política y unas normas sociales.
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4. FEMINIZACIÓN, TERCIARIZACIÓN Y SALARIZACIÓN DEL EMPLEO DESDE LOS SETENTA
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En los años setenta las mujeres representaban el 30% de la población activa europea y en el año 2002 son el 47,6%, pasando de unos 40 a 72 millones de mujeres (téngase en cuenta la incorporación de países), un incremento del 80%. Mientras los hombres pasan de 85 a 93 millones, un incremento de sólo el 10%. Desde los años cincuenta el mercado laboral europeo se ha venido caracterizando por la terciarización, una tendencia que es más aguda para el colectivo de las mujeres. En este fenómeno los cambios en el empleo interactúan con la presencia de las mujeres en la actividad económica mercantil, de manera que su participación en la actividad contribuye a que el empleo sea cada vez más terciario y, al tiempo, la terciarización es también uno de los motivos de que las mujeres entren masivamente en la población activa. En la Europa de los Quince trabajan en los servicios algo más de 4 de 5 mujeres y algo menos de 2 de cada 3 hombres. En este sentido, la división sexual de los sectores de actividad ha protegido a las mujeres de la crisis del empleo. Mientras los hombres han sufrido las consecuencias de la tecnificación del sector primario, la desindustrialización, la deslocalización y de parte de la automatización. La fuerza de trabajo femenina se sitúa en los sectores más intensivos en mano de obra. En cuanto a la salarización, el trabajo mercantil se concentra en el empleo asalariado y en todos los países de la Unión las mujeres son asalariadas en mayor proporción que los hombres. Esta realidad que se comienza a constatar a inicios de los ochenta, se afianza a finales de los noventa y hoy el 89% de las mujeres son asalariadas y el 81% de los hombres. De las categorías de empleo no asalariado: autónomos, empresarios y las ayudas familiares, las dos primeras son ocupadas en su mayoría por hombres con tímidos cambios, y la tercera tiene una mayor representación de mujeres. La asalarización presenta implicaciones fundamentales para las mujeres; se trata de un cambio
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Sin embargo, aun con estas limitaciones en las condiciones de empleo y en los procesos sociales que diferencian a los géneros, la participación en la actividad económica mercantil de las mujeres en Europa en las tres últimas décadas ha experimentado un cambio estructural, sobre todo en el centro y norte de Europa. Se trata de un cambio radical, que no es única ni esencialmente cuantitativo, sino que está avalado por cambios masivos y duraderos en los modos de vida de las mujeres. Desde las posiciones más conservadoras se pensaba que tras la primera crisis del empleo de los setenta las mujeres al igual que los inmigrantes retornarían unas al hogar y otros a su país de origen, pero nada de eso ha ocurrido, más bien al contrario, en la UE se ha producido una feminización de la clase asalariada. Veamos con algún detalle el incremento de la actividad femenina, la terciarización y la salarización en las últimas décadas (Maruani, 2002: 13). Los datos son de la Unión Europea de los quince:
de estatus social, ser asalariadas puede significar tener autonomía profesional y familiar. Para las mujeres la salarización es su estatuto laboral en la sociedad. 4.1 CAMBIOS EN LA ACTIVIDAD DE LAS MUJERES En las últimas cuatro décadas se ha producido un cambio radical en la relación de las mujeres con el empleo, un cambio de las normas sociales. La feminización de la población activa se debe, en buena medida, a las transformaciones de la actividad de las mujeres de mediana edad (25 a 49 años). En este sentido, se ha pasado por tres etapas que explican la participación de las mujeres en la tasa de actividad:
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En la primera etapa predomina el modelo de la elección (entre trabajo y familia). En la segunda el modelo es alternancia, primero trabajo, luego familia y cuidado de los hijos, para luego volver al empleo. La tendencia actual es el modelo de acumulación, en él se ha vuelto normal que una madre de familia trabaje en el hogar sin abandonar el mercado laboral.
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En las curvas de las tasas de actividad femeninas de los gráficos 2, 3 y 4 del anexo se recogen los tres modelos en tres países de la Unión: España, Reino Unido y Dinamarca. En esos gráficos de la actividad femenina por edad y década (1960-2001 de la curva inferior a la superior) se pueden medir las transformaciones de los países, el ritmo, el sentido y el resultado de esta mutación radical. España representa el modelo de elección con una curva con una sola cresta; predomina la inactividad, ya que sólo las mujeres jóvenes de 15 a 25 años, mayoritariamente solteras, tienen tasas de actividad intermedias (sobre el 50%) y tras el primer hijo abandonan el trabajo mercantil definitivamente. Esta tendencia cambia a mitad de los ochenta. Reino Unido, con una curva bimodal (en forma de M), muestra un modelo de actividad discontinua, la denominada alternancia, con dos periodos de alta actividad y un periodo intermedio de inactividad cuando las mujeres tienen hijos entre 25 y 40 años. Por último Dinamarca, con una curva en forma de U invertida, muestra un modelo de actividad continua, de acumulación, en el que las mujeres hacen compatible la familia y la vida profesional. Esta curva se asemeja al modelo masculino y traduce una homogeneización de comportamientos frente a la actividad. En la Europa de los quince, aunque las diferencias por países continúan siendo altas, se aprecia una tendencia general con relación a la participación en el empleo que se orienta hacia un modelo general de acumulación, es decir, a una continuidad en las tasas de actividad entre generaciones. Concluyendo, se puede hablar de una doble homogeneización (en los datos de actividad, no necesariamente de los procesos sociales subyacentes): de las mujeres con los hombres y entre las
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mujeres europeas entre sí. No obstante, los datos de actividad de mujeres por países sigue siendo bastante diferentes para mujeres de 25 a 49 años4. Por tanto, son las madres de familia de 25 a 49 años las que han protagonizado la mayor parte del crecimiento de la población activa europea.
4.3 CRECIMIENTO DEL
SUBEMPLEO
El subempleo es una categoría laboral que adquiere cada día más importancia a medida que se atenúan las fronteras entre el desempleo y el empleo. Como se viene mostrando, la actual evolución de la contratación laboral hace que sea cada vez más difícil estudiar a la población activa a partir de sólo dos categorías (ocupado y parado). En realidad, se tiene un continuo de posiciones laborales extenso y difu-
4 En torno a la mitad de mujeres activas de 25 a 49 años en Grecia, España, Italia, Irlanda y Luxemburgo, dos tercios de activas, que es la media europea, en Holanda y Bélgica; sobre el 75% en Francia, Reino Unido, Alemania, Austria, Portugal y Finlandia y nueve de cada diez mujeres de 25 a 49 años son activas en Dinamarca y Suecia.
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Continuamos con un comentario sobre el desempleo antes de pasar al subempleo y el empleo a tiempo parcial. Para la socióloga francesa Margaret Maruani, autoridad en los estudios sobre mercado de trabajo y género (CNRS), el exceso de desempleo femenino es la primera de todas las desigualdades de sexo en el mercado laboral. En los cerca de 30 años de crisis del empleo, el paro femenino se ha ido enquistando en el paisaje social, se ha inscrito en las estadísticas de empleo como una constante estructural. Se trata de un fenómeno más permanente, tolerado y menos visible que el desempleo de los hombres. No obstante, su invisibilidad no obedece sólo a la ocultación social de la desigualdad de género sino también a políticas activas de empleo, de formación y a reformas en los estatutos laborales que desdibujan las fronteras de las posiciones de empleo. Para Teresa Torns, la tolerancia social hacia el desempleo y el subempleo femeninos se explica por el contrato social de ciudadanía de carácter sexual que respeta para la persona principal el derecho pleno al empleo (Pateman, 1985); «mientras las mujeres, en tanto que esposa o futura esposa, alcanzan la ciudadanía de forma mediada, por tanto, su derecho es un derecho social más que político». De ahí que muchas autoras consideren que las mujeres están en el centro de las recomposiciones que animan al sistema de empleo, siendo el blanco principal de la degradación del empleo, aun cuando se incremente su acceso al mismo. Para otros autores las nuevas configuraciones en las relaciones de trabajo/empleo se extienden al conjunto de la población activa.
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4.2 DESEMPLEO
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so en el que están en auge múltiples modalidades emergentes de subempleo, que conducen a muchas personas al pluriempleo. En principio, subempleada era la persona contratada para un puesto de trabajo de rango inferior a su categoría profesional. Pero el concepto se ha extendido a aquellas personas contratadas a tiempo parcial y que buscan un trabajo a tiempo completo y también algunos autores hablan de subempleo para las modalidades de empleo con contratos precarios. Entre ellos destacan los contratos temporales, los falsos autónomos (que se encuentran en una relación salarial disfrazada de mercantil), los trabajadores de las empresas de trabajo temporal (por tener una relación salarial indirecta), los interinos y todos aquellos empleos en prácticas y contratos de aprendizaje que no cumplen lo establecido en su regulación (García Calavia, 2003). De modo que la flexibilidad laboral tiene un carácter estructural y genera empleos muy inestables, de corta duración, que a menudo no permiten vivir con su retribución y están más próximos a la inactividad que al empleo. Así un mismo volumen de trabajo da lugar a un mayor número de empleos. Estas políticas de gestión de los recursos humanos afectan más a mujeres que a hombres, con ellas se abultan las cifras de empleo y se reducen las de paro, pero el paro se reduce de forma artificial5. Mientras a los hombres les afectan más otras políticas de flexibilidad como los tránsitos progresivos hacia la jubilación, las excedencias formativas, la movilidad geográfica, los contratos por obra o servicio, contratos de relevo, etc. Por otra parte, en cada país de la Unión Europea se regulan las relaciones de empleo de un modo particular y, aunque tiendan a converger las tasas de actividad, los modelos de división sexual del trabajo presentan importantes diferencias. La regulación pública del empleo es un factor importante en la división sexual del trabajo y en el desarrollo de modelos sexuados diferenciados. Grosso modo se puede apreciar la presencia de dos modelos de desarrollo económico y social en la Unión Europea: Un modelo de desregulación, que sustenta el crecimiento económico en la vía exclusiva de la competitividad y la flexibilidad numérica. Un modelo que apuesta por la integración social y busca el crecimiento económico a través del aumento de la cualificación y la productividad. Aquí las estrategias se basan en la Política Social Europea (1994), las «directrices para 1998» de la cumbre de Luxemburgo y el Consejo Europeo de Lisboa de 2000 que se centran en la prevención de la exclusión social, en la formación y la mejora del empleo. Mientras, en el otro modelo la consolidación del mercado único y de políticas mercantilistas constituyen la estrategia dominante.
5 No obstante, es importante tener en cuenta que el lugar que ocupan las mujeres en el mercado laboral es plural, está marcado por divisiones significativas de clase, de estudios, de edad, de origen étnico y cada vez estas divisiones resultan más diferenciadas. Por tanto, conviene distinguir claramente entre los diferentes grupos de mujeres para evaluar las diferencias de género en lo que respecta al empleo flexibilizado.
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Veamos cómo operan estos modelos estudiando el contrato a tiempo parcial. Primero se analiza el origen de este nuevo estatuto laboral y sus implicaciones y se concluye comparando el empleo a tiempo parcial en tres estados de la Unión.
6 En el momento de su implantación este estatuto laboral se asocia con el trabajo a tiempo reducido y se conecta con las estrategias de ordenación y reordenación del tiempo de trabajo como algo voluntario y reversible a propuesta de los sindicatos para fomentar la generación de empleo.
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El empleo a tiempo parcial es considerado por la OIT una forma de subempleo cuando afecta a personas «que trabajan de modo involuntario menos que el tiempo normal de trabajo en su actividad y que buscan un trabajo suplementario o están disponibles para el mismo». Éste sería el subempleo visible, el que se declara y puede contabilizarse como tal (Maruani, 2002: 144). El principal estatuto de empleo, creado después de la crisis de los setenta, es el trabajo a tiempo parcial, tanto desde el punto de vista cuantitativo (donde ya representa el 18,2% del empleo de la UE 2002, 1 de cada 5), como cualitativo: se trata de una forma de empleo discriminatoria, concentrada en determinadas actividades, feminizada (es la forma de empleo más marcada por las relaciones de sexo/ género) y políticamente debilitada (Maruani, 1991). Desde sus orígenes6 se ha caracterizado por acentuar la lógica segregativa de la actividad femenina pues sus principales características son: la concentración, la descualificación y la feminización. Este modo de empleo se concentra en las categorías inferiores de determinados grupos socioprofesionales, en sus orígenes en empleadas de limpieza y comercio, hoy se extiende a otras actividades de servicios (servicios personales, salud, educación, servicios a empresas) que mantienen la particularidad de ser bastiones del empleo femenino. En algunas ramas de actividad, desde un primer momento, el desarrollo del empleo parcial se vincula a una demanda empresarial que obedece a una lógica de mercado que trata de redefinir el estatuto del trabajo y de empleo. Así en el comercio, y en particular en las grandes superficies, funcionan como «bancos de prueba» de estas nuevas formas de empleo y de gestión de la fuerza de trabajo. Desde los años 80 se aprecia que en estos sectores la disminución de los empleos a tiempo completo va paralela al incremento del empleo a tiempo parcial. En este sentido, debe ser estudiado como una nueva política de selección, contratación y gestión de la mano de obra. En un principio se ofrece como puerto de entrada desde el que se gestiona una «lista de espera» para el paso a tiempo completo (con un significado similar al del contrato de duración determinada o de interinidad en España, donde el contrato a tiempo parcial se desarrolla más tarde). Sirve como periodo de prueba (vivero para identificar a los mejores para la empresa), Permite organizar la rotación. Tam-
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5. EL TRABAJO A TIEMPO PARCIAL
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bién opera como un contrato temporal al que se recurre en los periodos de máxima producción cuando existe trabajo suplementario (rebajas, navidad, recogida de frutas, etc.). No obstante, existen diversas formas de regular y de aplicar este estatuto laboral, de la comparación entre Holanda, Alemania y Reino Unido se puede apreciar su potencialidad para contribuir a la norma social del empleo flexibilizado y su capacidad para reconstruir las fronteras de la división sexual del mercado laboral. A continuación se hace un recorrido por el cuadro 3 del anexo en la primera fila se presentan los indicadores de empleo a tiempo parcial: el sexo, la vida familiar, la condiciones de empleo y la trayectoria profesional. En primer lugar, hacemos una lectura vertical de los datos de las tres primeras columnas. En Holanda un 43,5% de su población ocupada lo es a tiempo parcial, más de 2 de cada 5 (21,5% para los hombres y 72% para las mujeres). En Alemania, véanse los valores absolutos, se da una mayor concentración de mujeres en el contrato a tiempo parcial, aunque representan el 39,5% de las ocupadas. Mientras en Gran Bretaña una cuarta parte del empleo es a tiempo parcial (1 de cada 10 varones y el 44% de las mujeres). Además de esta extensión y feminización del contrato a tiempo parcial se da una concentración en las actividades de servicios que ocupan a más mujeres. Esta concentración es mayor en el empleo a tiempo parcial que a tiempo completo, en Holanda y Gran Bretaña representa el 65% y en Alemania el 55% (4ª y 5ª columnas). En el resto de indicadores de empleo: contrato, jornada, retribución y categoría profesional, en Holanda se dan las mejores condiciones, una mayor cercanía entre el tiempo completo y el parcial, ambos contratos están más regulados jurídicamente. Se asemeja a la norma social de empleo con garantías. En Alemania se da una posición intermedia y Gran Bretaña presenta la norma de empleo a tiempo parcial más flexibilizada. El contrato parcial en Holanda es más estable y protegido, mientras en Gran Bretaña es más mercantil, menos regulado y más alejado del contrato a tiempo completo. En Holanda la jornada es corta y ordenada, la retribución se hace en referencia al salario mínimo a tiempo completo y el contrato parcial está más integrado uniformemente en la estructura ocupacional. En Alemania la jornada es más larga y se concentra sobre todo en categorías bajas del sector servicios, y los salarios se guían por los mínimos y los convenios. En Gran Bretaña las jornadas están más desordenadas a criterio de las empresas, los salarios dependen de las tarifas de las empresas, que amplían el abanico y se da una fuerte concentración en puestos de servicios personales y empresarializados. En Holanda la implicación del Estado mediante ayudas monetarias para la atención infantil es alta, en Alemania son más altos los servicios directos prestados por el Estado dirigidos a la infancia y en Gran Bretaña tanto las ayudas monetarias como los servicios destinados a la crianza son menores. El modelo familiar también difiere en los tres estados. Por último, tras 20 años de empleo a tiempo parcial cabe distinguir diferentes modelos de trayectoria profesional. En Holanda se da la promoción profesional
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más equiparable a la del tiempo completo, en Alemania la promoción es escasa, y en Gran Bretaña se considera un estatuto laboral provisional, una vía de acceso al tiempo completo, de ahí la alta rotación y escasa promoción. La calidad de este empleo se aprecia también en su demanda por parte de la población desempleada, en Holanda la mitad de los desempleados buscan empleo a tiempo parcial, en Alemania muchos menos (10,9%) y en Reino Unido la alta tasa de demandantes (21,6%) obedece a las oportunidades de empleo y a su carácter de inserción laboral. Se demuestra que el empleo parcial es un estatuto laboral orientado a las mujeres, que según su regulación se vuelve más o menos aceptable su aplicación y que existen claras diferencias por Estados que, en cierto sentido, correlacionan con unas relaciones de género diferenciadas y con concepciones sobre derechos políticos y sociales que expresan la articulación de la economía, la sociedad y la política (ya sea desde el modelo de la desregulación o de la integración social). Así, el modelo de la flexibilidad laboral europeo está fuertemente marcado por la evolución de las relaciones de género. Este modelo determina las condiciones en que las mujeres pueden buscar un empleo remunerado y las características del empleo que se les ofrece. Concluyendo, se observa que en las últimas décadas tiene lugar un avance en el acceso de la mujer al empleo como derecho de ciudadanía. Ahora bien, esta mejora no puede ser estudiada al margen de las condiciones de empleo, de los obstáculos que acontecen en el empleo: tipo de contrato, desigualdades salariales, segregación horizontal y vertical, por no hablar del acoso moral en el trabajo, etc. Cabe preguntarse si el acceso al empleo a través del contrato a tiempo parcial afecta y cómo al contrato social entre sexos basado en el modelo del cabeza de familia varón. Se advierten tres posibilidades. En primer lugar, considerar que el tiempo parcial normaliza la entrada de las mujeres en el mercado laboral como un paso hacia el tiempo completo y a la «doble jornada completa». En segundo lugar, valorar el tiempo parcial como una garantía de participación reducida de las mujeres en el empleo que incrementa su dependencia del varón para la subsistencia, dando lugar a una doble dependencia. Por último, bajo un nuevo pacto político que está por desarrollar, este caso supondría una transformación de mayor alcance, en la que el empleo parcial para la mujeres vaya acompañado también de un ajuste en el tiempo de trabajo masculino y de una mayor participación de los hombres en el trabajo doméstico. Éste sería el modelo del «doble tiempo corto» para ambos. Holanda estaría más cerca de esta situación. Pero para muchas autoras, aun con los matices por países, el empleo femenino es cada vez más una norma social de empleo flexibilizado que se articula con unas actividades reproductivas que perpetúan y refuerzan la combinación de unas relaciones patriarcales con las capitalistas de producción. Según Walby se ha pasado en el sistema de relaciones de género de un patriarcado privado a un patriarcado público, de un régimen doméstico sexuado a un régimen colectivo sexuado. Con este artículo se ha pretendido explicar la dificultad metodológica del análisis de las relaciones de género y de las relaciones de empleo, la necesidad de revisar conceptos y procedimientos de medida, y hacer un recorrido por la situación de empleo de las mujeres dejando constancia de la dimensión política de la realidad sociolaboral.
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ANEXO CUADRO 1. INDICADORES DEL EMPLEO UE–15 (2002). TOTAL
MUJERES
HOMBRES
DIFERENCIA
Tasa de actividad
56,4
47,6
65,8
18,2
Tasa de ocupación
52,1
43,5
61,3
17,8
Tasa de paro Tasa de empleo a tiempo parcial
7,6
8,6
6,9
17,4
18,2
33,5
6,6
26,9
Fuente: Labour Force survey, Statistics in focus, Eurostat, 2002
CUADRO 2. DATOS DE INACTIVIDAD, DESEMPLEO Y EMPLEO DE LAS MUJERES PERSONAS
INACTIVAS
+ 15
AÑOS
DESEMPLEADOS + 1 AÑO
43,6% (136 mill.) 62% mujeres QUIEREN
TRABAJAR
EMPLEO A TIEMPO
PARCIAL
41% (5,4 mill.) 51% mujeres
18,2% (29,6 mill.) 79% mujeres
BUSCAN
EMPLEO
EMPLEO
PERO NO BUSCAN EMPLEO
A TIEMPO PARCIAL
6% (8mill.) 64% mujeres
13,5% (1,8 mill.) 80% mujeres
TEMPORAL
11,8% (13,2 mill.) 42% mujeres LA FEMINIZACIÓN DEL TRABAJO ASALARIADO 103
Fuente: Labour Force survey, Statistics in focus, Eurostat, 2002
Gráfico 2.
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Gráfico 3.
Gráfico 4.
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LA FEMINIZACIÓN DEL TRABAJO ASALARIADO 105
Fuente: elaboración propia. * Se han seleccionado las ramas de actividad de servicios más feminizadas: comercio, salud, educación, servicios sociales, limpieza y ocio.
CUADRO 3. COMPARACIÓN DEL EMPLEO A TIEMPO PARCIAL EN TRES ESTADO DE LA UE: HOLANDA, ALEMANIA Y GRAN BRETAÑA.