En 1999 localizó las dos banderas de guerra del capitán Ignacio Allende. Entre esa fecha y 2010 colaboró en las investigaciones para certificar su

Martha Terán Es investigadora de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia desde 1979. Estudió el doctorad

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Martha Terán Es investigadora de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia desde 1979. Estudió el doctorado en El Colegio de México, en 1995 ingresó al Sistema Nacional de Investigadores (nivel I) e imparte clases en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Ha recibido dos distinciones del Comité Mexicano de Ciencias Históricas. El premio al mejor artículo sobre el siglo XIX, en 1997, por “Los decretos insurgentes que abolieron el arrendamiento de las tierras de los indios en 1810” (publicado en las Memorias de la Academia Mexicana de Historia, vol. XL, pp. 87-110), y la mención honorífica al mejor artículo sobre historiografía, en 2004, por “Atando cabos en la historiografía sobre Miguel Hidalgo y Costilla” (Historias, 59, INAH, pp. 23-43). Sus libros, todos en colaboración, son: la Historia General de Michoacán, volumen II, La época colonial (coordinadora). Obra de varios autores en 4 volúmenes, coordinador general Enrique Florescano, (Morelia, Instituto Michoacano de Cultura, Gobierno del Estado de Michoacán, 1989); la colección de ensayos: Las guerras de independencia en la América española, en colaboración con José Antonio Serrano (Zamora, El Colegio de Michoacán, INAH, Universidad Michoacana, 2002); la obra en dos volúmenes: Autoridad y gobierno indígena en Michoacán. Ensayos a través de su historia, junto con Carlos Paredes Martínez (Zamora, CIESAS, INAH, COLMICH, 2003); la antología: Miguel Hidalgo. Ensayos sobre el mito y el hombre, historiografía, selección de textos y bibliografía en colaboración con Norma Páez, (Madrid, Fundación Tavera- Mapfre, INAH, 2004); la edición de la memoria agronómica: El campo de México en un agujero negro. Historia crítica y soluciones, del Ing. Amador Terán. (Texcoco, Universidad Autónoma de Chapingo, INAH, 2008); y la colección de ensayos: La Corona rota. Identidades y representaciones en las independencias Iberoamericanas, edición junto con Víctor Gayol (Castellón, Universitat Jaume I, 2010). Desde 2004 dirige en Michoacán, junto con Carlos Paredes Martínez, la Colección de libros Kw’aniscuyarhani, dedicada a reunir estudios sobre la lengua y la cultura purépecha. Se encuentra en prensa el quinto de estos tomos (editados por Universidad Michoacana, El Colegio de Michoacán, Gobierno del Estado de Michoacán, la Universidad Intercultural de Michoacán, y Morevallado Editores).

En 1999 localizó las dos banderas de guerra del capitán Ignacio Allende. Entre esa fecha y 2010 colaboró en las investigaciones para certificar su autenticidad, así como en el protocolo para repatriarlas, en un intercambio de país a país, desde el Museo del Ejército de España hasta el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec. También realizó guiones para exposiciones temporales y permanentes en los museos del INAH. A esos años corresponden algunos capítulos de libros y artículos en revistas especializadas sobre varios temas de la independencia. En relación con la historiografía, por ejemplo: “Michoacán en la Independencia, recuento de libros” (en Historiografía Michoacana. Acercamientos y balances, Gerardo Sánchez Díaz y Ricardo León Alanís, coordinadores, Morelia, Michoacán, Universidad Michoacana, 2000, pp. 161-174); y “Atando cabos en la Historiografía del siglo XX sobre Miguel Hidalgo” (en Historias, no. 59, Dirección de Estudios Históricos del INAH, México, 2004, pp. 23-43). Sobre el guadalupanismo y la religiosidad popular pueden consultarse: “La Virgen de Guadalupe contra Napoleón Bonaparte. La defensa de la religión en el Obispado de Michoacán entre 1793 y 1814” (en Estudios de Historia Novohispana, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, México, 1999, pp. 91-132); “Banderas y hondas blancas en la independencia. La cultura indígena de la guerra santa según los cuadros de los museos” (en Independencia y Revolución. Reflexiones en torno al bicentenario y el centenario II, Jaime Olveda, coordinador, México, Colegio de Jalisco, 2009, pp. 51-68); “Símbolos e imágenes de la guerra por la independencia”, en Derechos del hombre en México durante la guerra civil de 1810 (en Juan Ortiz Escamilla y María Eugenia Terrones coordinadores, México, Instituto Mora, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 2009, pp. 213- 253); “La bandera blanca de San Ignacio de Loyola en la guerra por la independencia mexicana” (en Constitución, poder y representación. Dimensiones simbólicas del cambio político en la época de la independencia mexicana, Silke Hensel, coordinadora, Madrid, Frankfurt, México, Iberoamericana Vervuert, Bonilla Artigas, 2011, pp. 339-379); y “La geografía guadalupana en el obispado de Michoacán entre los siglos XVII y XIX” (en Historias, no. 82, Dirección de Estudios Históricos del INAH, México, 2012, pp. 45-79). Finalmente, acerca de los emblemas y las enseñas que se usaron en la guerra entre insurgentes y realistas, y, en particular, sobre las banderas de Ignacio Allende, ver: “Las primeras banderas del movimiento por la independencia. El patrimonio histórico de México en el Museo del Ejército español” (en Movimientos sociales en

Michoacán, siglos XIX y XX, Eduardo N. Mijangos Díaz, coordinador, Morelia, Michoacán, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Michoacana,1999, pp. 17-38); “Águilas y Guadalupe: el timbre mexicano en las composiciones iconográficas guadalupanas entre los siglos XVII y XIX” (en Tepeyac. Estudios históricos, Carmen Aguilera e Ismael Arturo Montero García, coordinadores, México, Universidad del Tepeyac, 2000, pp. 151-185); “El intercambio del bicentenario entre México y España en 2010. Estado del conocimiento sobre las banderas de la independencia” (en Historias, no. 75, Dirección de Estudios Históricos del INAH, México, 2010, pp. 81-104); y “El retorno de nuestras primeras banderas militares mexicanas” (en 20/10 Memoria de las Revoluciones en México, no. 9, otoño 2010, México, pp. 248-261). Partes de libros y artículos sobre la relación entre los indios de Michoacán y los subdelegados: Entre 1990 y 2001 publicó varios ensayos sobre los subdelegados y el gobierno económico de los pueblos de la intendencia de Valladolid de Michoacán, desde el ángulo de los indios. El más antiguo: “La reinvención urbana del pueblo de Tiquicheo, Michoacán, al finalizar el periodo colonial” (en Historias, 24, Dirección de Estudios Históricos del INAH, México, 1990, pp. 67-85), narra la transformación de este pueblo por efecto de las reformas, siguiendo el caso por el que perdió los bienes pastales que engordaban el ganado de su cofradía de La Candelaria. En uno de los pueblos más pequeños y alejados de Michoacán sus ahorros eran sustraídos para financiar las empresas reales como el Banco de San Carlos, mientras que su caja de comunidad, administrada por el subdelegado, aplicaba sus sobrantes para fines más útiles que el boato de una fiesta. Entre las causas de policía de los subdelegados estaban las de disminuir la importancia de las repúblicas de los indios dentro de los pueblos y mitigar el esplendor de la vida comunitaria, cortando las fuentes de sus recursos. Estos aspectos se abordan en el capítulo: “Políticas contra las fiestas pueblerinas michoacanas durante la época borbónica”, (en Historia y sociedad. Ensayos del Seminario de Historia Colonial de Michoacán, Carlos Paredes, coordinador, México, Universidad Michoacana, Instituto de Investigaciones Históricas, 1997, pp. 366-391). El ahorro que comenzaron a registrar las cajas de comunidad por el arriendo de sus bienes, la vigilancia sobre el gasto religioso y una

nueva capitación de un real y medio (por la conmutación de la siembra de la milpa de comunidad) destinada a aumentar el dinero de las cajas, permitió que los pueblos se beneficiaran con un fin muy útil: escuelas de primeras letras, pagadas tanto por los padres como con el real y medio, para que se educaran los niños indios, junto con sus vecinos, si los había. Ver: “Escuelas en los pueblos michoacanos hacia 1800”, (en Tzintzun, no. 14, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, Michoacán, 1991, pp. 125-143). Los grandes propósitos de los subdelegados, según la Real Ordenanza de 1786, eran procurar el orden, la obediencia y la civilidad. Estos se explican en el capítulo de libro: “Reflexiones sobre las reformas borbónicas en los pueblos de indios (y vecindarios) michoacanos 1790-1810”, (en Lengua y etnohistoria purépecha. Homenaje a Benedict Warren, Carlos Paredes, coordinador, México, Universidad Michoacana, Instituto de Investigaciones Históricas, 1997, pp. 333-357). Las políticas que se derivaron tuvieron profundas consecuencias tanto de disminución económica, como de afectación ecológica y de cambios culturales. El artículo: “Los decretos insurgentes que abolieron el arrendamiento de las tierras de los indios (1810)” (en Memorias de la Academia Mexicana de Historia, vol. XL, México, 1997, pp. 87-110), es un acercamiento al drama de perder los indios michoacanos el acceso a sus haciendas, ranchos, tierras de sembradío y agostaderos que no estuvieran explotando directamente, para que los arrendase el subdelegado a sus vecinos mediante subastas (recibía como premio el 15% de esta renta). De allí la enorme importancia del decreto de Hidalgo en Guadalajara que pide que se restituyan los bienes arrendados. Desde las casas reales que servían como domicilio de los subdelegados, como cárcel, administración de correos, recepción de los tributos y etc., estos funcionarios tomaron la administración de los recursos de las repúblicas y controlaron sus cajas de comunidades según reglamentos que procuraban el fomento de los pueblos. Sin embargo, muy pronto comenzaron a transferir dichos excedentes hasta las arcas del rey, donde los contadores los usaron con la máxima discrecionalidad: para préstamos, cubrir faltantes, solventar extras de la administración virreinal y hasta retirarse el equivalente de un año de todas las cajas de comunidad para ser depositados en la Caja de Consolidación de Vales Reales (1806). Sin ellos, a los indios les fue más difícil sortear los tiempos extraordinarios, de crisis agrícolas o epidemias. De eso trata el capítulo: “La relación de las cajas de comunidad de los pueblos indígenas michoacanos con la Real Hacienda entre 1799 y 1810” (en Estudios Michoacanos

VIII, Bárbara Skinfill Nogal y Alberto Carrillo Cázares, coordinadores, Zamora, Michoacán, El Colegio de Michoacán, Instituto Michoacano de Cultura, 1999, pp. 221-254). La relación de las repúblicas de indios con los subdelegados se volvió difícil al aumentar el poder de gestión de estos sobre lo propiamente indígena. La política indigenista borbónica se aplicó en cada pueblo, con diferencias por ser distintos en población y recursos, exenciones y privilegios. Solo tuvo límites en las jurisdicciones señoriales y las eclesiásticas, por lo que tardaron en incorporarse los pueblos de Charo que pertenecían al Marquesado; sin lograrlo, por cierto, en los de Santa fe, bajo el rectorado de la Mitra de Valladolid. El capítulo que se acerca a este proceso se titula: “El liderazgo indio de Valladolid, la diversidad de gobiernos en los pueblos y la política indigenista borbónica” (en Autoridad y gobierno indígena en Michoacán. Ensayos a través de su historia, Carlos Paredes y Marta Terán, coordinadores, Zamora, Michoacán, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, INAH, Colegio de Michoacán, vol. I, 2003, pp. 361-382). Por último, el capítulo que explica que los indios de Valladolid se pronunciaron por la abolición de los tributos y las cajas de comunidad ya desde la conspiración de 1809, al prometérselos los criollos que la organizaron, lo mismo que harían después los insurgentes, se titula: “1809. Las relaciones entre los indios y los criollos de la ciudad de Valladolid de Michoacán en el intento de formar una Junta Soberana de la Provincia” (en 1750-1850: La independencia de México a la luz de cien años, Brian Connaughton, coordinador, Universidad Autónoma Metropolitana, Ediciones del Lirio, 2010, pp. 249-279). Desde 2010 abrió un nuevo proyecto sobre los tributos tardíos de la Nueva España (1770-1822). El primer acercamiento se publicó en el capítulo: “Los tributarios de la Nueva España frente a la abolición y a la restauración de tributos, 1810-1822” (en Los indígenas en la independencia y en la revolución mexicana, Miguel León Portilla y Alicia Mayer, coordinadores, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, INAH, 2010, pp. 248-288). Ciudad de México, enero de 2013

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