ENCUENTROS EN VERINES Casona de Verines. Pendueles (Asturias)

ENCUENTROS EN VERINES 2003 Casona de Verines. Pendueles (Asturias) Y TÚ...¿POR QUÉ ESCRIBES? Vicente García Oliva Estoy seguro de que casi todos los q

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ENCUENTROS EN VERINES 2003 Casona de Verines. Pendueles (Asturias) Y TÚ...¿POR QUÉ ESCRIBES? Vicente García Oliva Estoy seguro de que casi todos los que nos encontramos aquí tenemos la experiencia de haber pasado por algún colegio para hablar con los chavales de nuestra obra. En esas charlas suele ocurrir como en las llamadas “citas a ciegas”, es decir, que acudes esperando encontrarte con una rubia de ojos azules y un metro ochenta de estatura, y te encuentras con una morena, pequeñita y con gafas. O sea que como no conoces al personal, unas veces tienes que matarte para que haya un poco de diálogo, y otras casi tienes que llamar a la Guardia Civil para que no se te desmadre el asunto. Pero en cualquiera de los casos, siempre suele aparecer algún espabilado, seguramente aleccionado por el profesor de turno, que nos hace la tópica pregunta que todo escritor debe llevar siempre bien preparada: “Oye, y tú...¿por qué escribes?”. Entonces uno aprovecha para soltarles un “rollito primavera” sobre los motivos, reales o imaginarios, que le llevaron por esos procelosos caminos de la escritura, hasta llegar a ese aula donde se encuentra interpretando el papel del autor. Yo pienso, sin embargo, que a nosotros como lectores no nos interesan mucho los motivos por los que el autor de un libro que estamos leyendo se hizo escritor, en vez de bombero o pasante de notario. Lo que de verdad esperamos de él es que su libro sea interesante, que su lectura nos agrade y si puede ser que nos arrebate. Lo otro queda dentro de su ámbito privado y no tiene por qué interesarnos, aunque sí puede darse el caso contrario, es decir que cuando un libro nos parece muy malo, pensemos qué bien hubiera hecho el autor dedicándose a la noble tarea de apagar incendios. Dicho lo anterior, y por paradógico que pueda resultar, yo voy a explicar aquí muy brevemente los motivos que me llevaron a mí a dedicarme a emborronar folios, más o menos literarios, en lugar de estar engrosando la muy honorable plantilla del Cuerpo de Bomberos de Gijón. Es un decir. Y voy a hacerlo, aunque os vea bostezar, porque pienso que el mío no fue un caso aislado en el aquí y entonces de esta comunidad asturiana que os acoge, sino que se trató de un caso de enajenación colectiva, como el de aquel Uri Geller que nos hacía doblar cucharas a través de la Tele.

Os invito, pues, a trasladaros conmigo, en la Máquina del Tiempo del señor Wells, al año de gracia de 1975, es decir, cuando los Dinosaurios poblaban Asturias. Bueno, todos excepto el de Monterroso que ya sabemos que viajaba con él. Pues bien, en ese año, año de los estertores de otro dinosaurio político de cuyo nombre no quiero acordarme, un pequeño grupo de personas interesadas por la Cultura Asturiana llegamos a una terrible conclusión: si no se hacía algo rápido y efectivo en favor de la lengua asturiana, en un plazo muy corto de tiempo ésta desaparecería. Aquí podría incluir ahora un breve tratado de Sociolingüística explicando que todas las lenguas son Patrimonio de la Humanidad, y que la muerte de cualquier lengua en cualquier lugar del mundo es una gran tragedia, pues una lengua no es sólo un código para intercomunicarse, sino también una forma de ver y entender el mundo, y un patrimonio cultural y social de primer orden, etc. etc. Pero como no soy lingüista, nos lo podemos ahorrar. Recapitulemos: Asturias. 1975. Hay que hacer algo por la lengua asturiana. Algo social, institucional y educativo. Social, para acabar con la idea de que hablar asturiano es hablar mal, que es una lengua propia de campesinos y gente de mal vivir. Institucional, para darle amparo legal y que nadie pudiera ser discriminado por su uso. Y educativo para que se enseñara en las escuelas y la pudieran estudiar los niños y niñas, futuro no sólo de la lengua, sino de todo. En un plazo relativamente breve, y debido a los esfuerzos de nuestros héroes, se consiguen llenar los periódicos de escritos, reivindicativos y literarios, en Bable. Se consigue también que la primera manifestación legal después de cuarenta años de dictadura sea por “Estatuto de Autonomía y Bable a la escuela”.Que se cree oficialmente la Academia de la Llingua Asturiana, y un sinfín de hazañas más hasta alcanzar ese esperado momento de la entrada, aunque de forma voluntaria, eso sí, del Bable en las escuelas. Llegados aquí, se nos plantea un nuevo problema. ¿Qué ocurre? Pues que ¡oh cielos!nos damos cuenta de que no existe ningún material apropiado para que los niños aprendan en la escuela su lengua autóctona. Hay, ¡por supuesto!, una importante literatura escrita en lengua asturiana que llega, desde el siglo XVII hasta nuestros días, pero es una literatura tremendamente aburrida y sólo apta para adultos concienciados. ¿Qué hacer, entonces? Descartado el suicidio colectivo, la Academia de la Llingua Asturiana opta por convocar un concurso de cuentos y narraciones para niños, con el fin de ir haciendo acopio de esos materiales necesarios para que la enseñanza de la lengua pudiera ser no una condena, sino algo entretenido. Unos materiales apropiados, a través de los cuales el niño pudiera realizar ese aprendizaje con un cierto disfrute. De esos

concursos nace la primera colección de libros para niños, la “Colección Escolín”, punto de partida de todo lo que vino después, que fue mucho. Y bien, ya enlazamos con el principio. Un grupo de enajenados mentales, que nunca nos habríamos planteado la idea de escribir en cualquier otro contexto, nos dedicamos a fabricar historias para que los niños asturianos pudieran estudiar su lengua. Nuestros motivos no eran, pues, vocacionales, sino operativos. Quiero decir, y digo, que yo nunca me hubiera planteado la posibilidad de escribir para niños, ni para nadie, si hubiera sido en castellano. Y como yo gran parte de los que entonces empezamos a trabajar en este campo de la LIJ, de ahí mi interés en contaros estos inicios que parecen poco frecuentes en un escritor. Confieso, pues, que yo no sentí esa llamada especial que sienten los elegidos, como el Ismael de Moby Dick sentía hacia el mar, o el Doctor Jeckill sentía hacia el crimen, o la niña Alicia sentía para saciar su insaciable curiosidad, o Guillermo Brown sentía hacia los líos. No hubo, en mi caso, ni siquiera la inconsciente llamada que el perro Buck sintió hacia lo salvaje, hacia lo tribal. Por el contrario fue el mío un acto racional y voluntario, desprovisto de toda suerte de romanticismo y de aventura. De la misma manera que la detestable Madame de Genlis o el plumbeo Thomas Day pretendieron moralizar y enseñar buenas maneras a los niños de su época, yo me acuso de pretender sutilmente que los niños asturianos estudiaran su lengua a través de cuentos y novelas, para que así, sin darse cuenta, resultaran alfabetizados. Soy, entonces, tan culpable como aquellos de esa pretendida utilización de la literatura hacia cosas de “mayor enjundia”. Sin pensar que la mayor enjundia que se le puede dar a alguien es el divertimento, la fantasía, el desarrollo de la imaginación, la aventura, el humor...Todo eso que ni en la escuela, ni en ¡ay! la familia, se suele dar más que en casos muy contados. Llegados a este punto, el niño curioso que, auspiciado por su profesor me pregunta en el colegio: “y tú ...¿por qué escribes?”, acaba de sentirse completamente estafado. “Así que este tío que nos está contando una milonga sobre lo divertido que es leer, soñar, imaginar, conocer y comprender a través de los libros, lo único que pretende es que aprendamos lengua asturiana...Pues que se vaya al infierno, aunque sea a un infierno literario”. Y quizás el niño curioso tendría razón en enviarme a hacerle compañía a Dante. Pero...pero como ya sabemos, la vida es imprevisible. Y a mí, reo de mi afán pedagogista, me castigó esas “malas” intenciones regalándome una vocación literaria de la que antes carecía. Ocurrió así, que a medida que empecé a escribir

aquellos cuentos y aquellas novelas con doble intención, empecé a disfrutar con su escritura. Empecé a pasármelo bien, a escribir sin pensar más que en el entretenimiento, en el mío y en del posible lector, hasta tal punto que algunos maestros y algunos padres llegaron a acusarme de dejar mal parados a sus respectivos estamentos a los ojos de esos pequeños anarquistas que solo piensan en divertirse. He utilizado la expresión “disfrutar con la escritura”, y es que yo pertenezco a esa secta de los escritores que disfrutan escribiendo. Ya sabeis que entre los que nos dedicamos a escribir hay dos sectas enfrentadas, dos maneras de entender la profesión. Una es la secta o religión de los que sufren escribiendo. De los que dan a luz con dolor. De los que siempre están recordándonos aquello que comienza por “la soledad del cuarto...”, o por “el síndrome de la hoja en blanco...”, y cuando se cruzan con otros miembros de su secta se saludan diciendo aquello de “morir habemus”, y descalifican a los que no son de su religión por banales, o vacuos, o superficiales, que debe ser todo lo mismo, y por no estar al nivel de su perfección intelectual. Yo pertenezco, en cambio, a la otra secta. A la de quienes entendemos el hecho de escribir como algo lúdico, divertido, que disfrutamos con ello. Nosotros damos a luz con anestesia epidural, y cuando nos cruzamos con otros miembros de nuestra secta nos saludamos diciéndonos, “cómo mola, tío”. o algo por el estilo. Nos encanta inventar historias, unas veces alegres, otras tristes, unas veces de ganadores, otras de perdedores, pero siempre pensando que, como en los cuentos populares, lo importante es la historia en sí, y no quien la cuente. Y que ni somos imprescindibles, ni tan siquiera importantes, sino sólo unos “tusitalas”, unos contadores de cuentos, unos intermediarios entre una historia y un oyente, o mejor, un lector. La verdad es que no sé cuantos miembros tiene mi secta, a lo mejor estoy hablando en plural y resulta que soy yo solo. Así que, por si acaso, y para ganar adeptos, voy a explicar muy brevemente cómo entiendo yo la literatura. Vereis, yo entiendo la literatura como un juego. El juego y la literatura van muchas veces de la mano. Hay gran cantidad de libros en la Historia de la Literatura en los que un juego se convierte en el protagonista de la narración. Por ejemplo el ajedrez. Como sucede en la preciosa novela “El jugador de ajedrez” de Stefan Zweig, o en “La torre herida por el rayo” de Arrabal o mismamente en “La tabla de Flandes” de PérezReverte. Hay también libros que participan de otros juegos, como el juego de “La Oca”, en el esotérico libro de Matilde Asensi “Iacobus”, juegos infantiles, como los “Diez negritos” de Agatha Christie, o en muchos otros casos en que los juegos no son sino una

metáfora del argumento, como la “Rayuela” de Cortazar, o el “Pom, pom, ¿está aquí el Paraiso? No, está en la otra esquina“ de Vargas Llosa. Pero no es esto lo que yo quiero decir. Cuando los de mi secta unipersonal decimos que entendemos la literatura como un juego, queremos decir que es la propia literatura la que funciona como tal. Así, según nuestra teoría, cuando un autor publica una novela, lo que está haciendo es proponer al lector un juego. Un juego en el que él pone las reglas, en el que los personajes serían las fichas, que se moverían a traves de un recorrido físico o vital que sería el tablero. Y a lo largo de ese recorrido esas fichas/personajes van superando algunas pruebas, van fallando en otras, y van acercándose a un final en el que unas veces ganan, las más, y en otras pierden, según el autor/director del juego quiera. El libro tiene éxito si el lector acepta esa propuesta y es capaz de participar en esa partida, en ese reto que el autor le está proponiendo. Lógicamente, el juego puede ser un juego serio, como en el caso del ajedrez, uno divertido, como el parchís, o uno casi imposible como esos complicados juegos chinos de tan difícil solución. Cada nuevo libro supone, pues, una nueva propuesta de juego, pero también puede suceder que el autor proponga un juego ya conocido, en el que el lector tenga ya las claves, las reglas, las fichas. Yo de niño era un terrible “fan” de Guillermo Brown. Pues bien, cuando la señora Richmal Crompton publicaba un nuevo libro de Guillermo, yo ya sabía que jugaba a un juego conocido. Tenía las claves, conocía a los personajes, Guillermo, Pelirrojo, Enrique,Douglas, a sus padres y hermanos, a su perro, a los odiosos niños repelentes... Jugaba a un juego conocido, incluso intuía los finales, después de participar en tantas partidas con la autora. Lo mismo, cuando Elvira Lindo publica un nuevo libro de Manolito Gafotas, el ídolo de Carabanchel Alto, la propuesta que nos hace es a participar en un juego conocido, en el que sólo cambia el recorrido, el tablero, permaneciendo igual todo lo demás, Manolito, el Imbécil, el Abuelo prostático, Susanita Bragas-Sucias, el Orejones...conocemos su forma de ser, sus gustos, sus preocupaciones. Cuenta con nuestra complicidad, con nuestra aprobación para jugar. Lo mismo ocurre con las novelas de Los Cinco, del Capitán Alatriste, o las más recientes de Harry Potter donde los jóvenes hacen larguísimas colas para jugar una partida con su autora. Pero aunque todo esto resulta muy divertido, lo que de verdad más nos gusta a los miembros de mi secta es lo que llamamos “el juego dentro del juego”. Es decir, cuando se le propone al lector un juego conocido, pero al que se le cambian las reglas. Así el

lector cree moverse en un territorio amigo, por donde ya discurrió en otras ocasiones, pero que resulta estar lleno de trampas, de sorpresas, de cambios de reglas. Picasso pintando Las Meninas. Así aparecen novelas como “Caperucita en Manhattan”, “El verdadero final de la Bella Durmiente” , “Los cuadernos secretos de Blancanieves” o “”Las últimas voluntades del caballero Trelawny”, donde historias conocidas, se prolongan, se cambian, se juega con ellas. A mí este juego me gusta tanto que lo he practicado en varias ocasiones. Una de mis últimas novelas lleva por título “Muera la Reina de Corazones”, subtitulada “la verdadera historia de Alicia”, en la que partiendo del “descubrimiento” del auténtico manuscrito de la historia de Alicia, que el señor Charles Dogson manipuló y del que terminó apropiándose, se cuenta esa historia desde el otro ángulo, es decir, desde el País de las Maravillas. Un país feliz como su nombre indica, hasta que la malvada y tiránica Reina de Corazones, con la colaboración de su ejército de Cartas Extranjeras, impone un reino de capricho y terror en el que todo el mundo puede llegar a perder su cabeza. Los habitantes del País de las Maravillas, impotentes ante esta situación, y conscientes de su papel de seres imaginarios, se reunen en asamblea y deciden traer hasta su mundo a una persona del otro mundo, del mundo real para que, soplando, acabe con esa reina despótica y tiránica. La novela, escrita al revés, cuenta los engaños que el bien organizado pueblo de las Maravillas tiene que ir haciendo para atraer a una Alicia torpe y despistada hasta su País. Por el libro desfilan personajes conocidos haciendo y diciendo cosas distintas a las habituales, y otros personajes nuevos que colaboran a que el enredo sea total. Como decía antes, unas expectativas que no se cumplen, unas reglas que se rompen, el juego dentro del juego. Ya, por último, podíamos, retóricamente, preguntarnos qué tipo de juegos ofrecemos los escritores asturianos a los más de quince mil niños y jóvenes que estudian nuestra lengua ¿Con qué estimulamos su imaginación, su capacidad de reir o de soñar, su apuesta por la aventura o la fantasía? Pues supongo que con las mismas historias, o muy parecidas con que lo haceis todos vosotros. Proponemos juegos realistas, que tratan de la vida normal de los chavales, de sus problemas cotidianos, de su entorno, familia, amigos...de esos pequeños/grandes problemas de los adolescentes en un mundo tan complicado. Libros como “El diariu d’Enol”, “Fuera de xuegu”, “Lo mío ¿cómo ye?”, “Morfema, mormefa, mormera...”; Otras veces proponemos juegos fantásticos, llenos de mundos mágicos y miesteriosos como “Fontenebrosa, el reinu de los Silentes”, “Blugás”, “Misión Pelayu”, “Memoria de los Cimeros”...; También invitamos a jugar en

nuestra lengua a autores de otras lenguas, como Julio Verne, Robert Louis Stevenson, Lewis Carroll, Carmen Gómez Ojea, Xabier Docampo, Huguette Pirotte, Gérard Pussey, John Cristopher o Ana María Matute, pero sobre todo ello, lo que de verdad prima con luz propia dentro de la LIJ en asturiano, es el juego con la Mitología. Asturias tiene una riquísima Mitología, de las más antiguas de Europa. Y nuestros autores encuentran en ella un tesoro superior al de Alí Babá y los 40 ladrones. De esa manera, el panorama literario asturiano se llena de Xanas, Trasgos, Cuélebres, Serenas, Ventolines, Nuberos y demás figuras mitológicas que, normalmente desprovistos de su condición maléfica, sirven para que los niños asturianos disfruten a la vez que van conociendo una parte muy importante de su cultura. Baste enunciar unos cuantos títulos: “L’arcu Iris y Ñuberu”, “Les aventures de Xicu y Ventolín”, “El Cuélebre y l’home del espaciu”, “Vieyu Trasgu”, “Fito nel País de los Gorretinos”, “Ñuberu y la paz”, “El pelegrín valiente”, “Gene, la Xana que quiso ser madre”, “La Serena”, y no sigo, no vaya a ser que me lleve “La Guaxa”, que es uno de los personajes más diabólicos que tenemos en nuestra Mitología. Podeis ver, entonces, cómo aquello que empezó un día siendo un experimento aplicado a la mayor gloria y aprendizaje de la lengua asturiana, acabó siendo un vehículo para el entretenimiento y la distracción de miles de chavales que pueden, si la televisión, los discman, los videojuegos, internet, los telefónos móviles y las Playstation se lo permiten, disfrutar con un buen libro escrito para ellos. Y ahora sí. Ahora ya puedo mirar a la cara al niño curioso que me preguntó aquello de “Y tú...¿por qué escribes?”, porque ahora ya tengo una respuesta para no avergonzarme. Escribo para disfrutar y para que tú disfrutes. Desde este momento, chaval, todo depende de ti.

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