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Este libro se centra en Valencia durante la guerra civil española (19361939). Todos los personajes, fechas y lugares son ciertos y sus vivencias, reproducción de las que me fueron relatadas personalmente por los principales protagonistas o a través de sus memorias, contrastadas y completadas con las publicaciones históricas. Vaya por delante mi agradecimiento a estos, los verdaderos autores: – José Alfonso Vidal, periodista y escritor republicano. – Sento, metalúrgico anarquista. – Mis abuelos, fervientes católicos. – Mi padre, Pepe, y su hermano Benito, franquista convencido. – Luis Molero Massa, abogado falangista. – Manuel Nebot «Nelo», barbero. – Salvador Pérez «Boro», libertario. – Marcelo Usabiaga, soldado comunista. – Eugenio de Azcárraga, alférez nacional.

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a sublevación militar que se avecinaba no era un secreto ni en una ciudad provinciana como Valencia... había sido hasta anunciada por la radio el día 11 de julio de 1936, tras la toma de la emisora Unión Radio por un grupo de falangistas. Pero el país estaba tan acostumbrado a los Golpes de Estado1 que no parecía inquietarse demasiado. Valencia, la tercera ciudad de España, era como un pueblo grande, tranquilo y huertano. Con 318.000 habitantes, constituía un polo de atracción no sólo regional, sino también de las provincias limítrofes de Cuenca, Albacete y Teruel. La capital acogía a los terratenientes y rentistas que abandonando sus pueblos de origen se habían instalado en la ciudad para dejar de ser de pueblo y vivir allí del producto de sus huertas o naranjales. Era una burguesía adinerada que se transformaba rápidamente en urbana distanciándose de sus orígenes y adoptaba el castellano como lengua. El comercio y, sobre todo, la agricultura –de vocación exportadora– constituían el principal recurso económico de la ciudad, cuyo entorno era la afamada huerta valenciana. Cuando ésta acaba, daban comienzo interminables campos de naranjos que se extendían por el norte hasta Castellón y por el sur a los límites de la provincia de Alicante. El arroz se producía en cantidades importantes en la Albufera y otras marjales de la costa. De la relevancia económica y demográfica del mundo rural da fe el censo provincial que triplicaba al de la capital alcanzando el total de un millón de habitantes. Solamente La Unión Naval de Levante, astilleros sitos en el Puerto y los Altos Hornos de Sagunto, podían considerarse como verdadera industria. El resto no pasaba de talleres artesanales del textil o del mueble. Como si fuera otro pueblo, separado del centro unos dos kilómetros hacia el Este se encuentra El Grao, puerto de Valencia, y desde allí continuando hacia el norte, el barrio pesquero de El Cabañal y la playa de 1  En 1923, Miguel Primo de Rivera, padre de José Antonio, propició con su exitoso Golpe la dictadura conocida por su propio nombre. En la memoria reciente estaba el Golpe de 1932, del General Sanjurjo, la sanjurjada, que fracasó y le llevó al exilio en Portugal, después de conmutarle la pena de muerte, y desde donde conspiró como verdadero ideólogo del golpe de Estado de 1936.

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La Malvarrosa, con sus villas a orillas del mar, residencia que fue de bohemios, escritores y artistas, como Blasco Ibáñez y Joaquín Sorolla. Que quiso ser como la playa de la Concha, y hasta se construyó el edificio que debía albergar el Casino, pero que se quedó en Hospital Marítimo de La Malvarrosa. En aquellos tiempos, la cuna marcaba de por vida. Se nacía rico o pobre para siempre. Las distancias sociales eran enormes y no existía la clase media, sólo ricos y pobres que se diferenciaban ya desde su indumentaria. Era época de divergencias extremas e ideologías radicales, de odio de clases, pero como estas venían ya definidas, la ostentación del dinero se consideraba una obscenidad y se valoraba a las personas por lo que eran y no por lo que tenían. Existía el honor, la lealtad, la dignidad, el compromiso. Se reconocían las cualidades personales con independencia de que les reportara mucho o poco dinero. Había paraula… En el paisaje urbano de la ciudad en 1936 convivían los carros tirados por caballerías con escasos automóviles y el tranvía. La burguesía urbana circulaba altiva con sombrero y traje, sus señoras lucían aparatosos vestidos y llamativos tocados. Abundaban los curas y las monjas: ellos con sus negras sotanas, ellas tocadas con almidonadas alas blancas. Los resultados de las elecciones de febrero de 1936 dieron el triunfo al Frente Popular por mayoría absoluta en el conjunto del Estado español. También venció ampliamente en Valencia ciudad y, por menos diferencia, en el resto de la provincia. La derecha estaba entonces representada por la DRV2 aliada de la CEDA3 que consiguió en total 5 diputados, por 17 del Frente Popular que incluía al PSOE, IR,4 UR, PC y EV. La derecha conservadora, incapaz de digerir la victoria del Frente Popular, atemorizada por su política de Reformas y viendo peligrar sus privilegios, se radicalizó hacia el extremismo de Falange o en grupos paramilitares como punta de lanza de las organizaciones de la derecha clásica, como la CEDA, la DRV o los Requetes. La cultura y el dinero eran exclusivos de una burguesía que trabajaba poco, incluso nada, y se podía permitir numeroso personal a su servicio. 2  DRV: Derecha Regional Valenciana 3  CEDA: Confederación Española de Derechas autónomas. 4  IR: Izquierda Republicana; UR: Unión Republicana; PC: Partido Comunista de España; EV: Esquerra Valenciana.

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Sirvientas, cocineras, costureras, labradores, aparceros, jornaleros, administradores de fincas rústicas, constituían su ejército de dependientes personales con los que raramente trataban más allá de sus obligaciones. Los agricultores minifundistas ocupaban la huerta que rodea la ciudad viviendo en las denominadas barracas o en los pueblos cercanos. Eran normalmente propietarios o aparceros de un pequeño terreno que les permitía vivir a fuerza de trabajar toda la familia, pero no tenían un status de propietarios sino condición de llauradors. La Falange, ausente en las Cortes Parlamentarias, no era por entonces más que una organización clandestina, sin influencia en la sociedad valenciana, que pretendía notoriedad a costa de actos violentos en su afán por desestabilizar el sistema y propiciar un golpe militar clásico. Poco antes del 18 de julio de 1936 su jefe en Valencia era Adolfo Rincón de Arellano. La Comunión Tradicionalista, los Requetés, fieles a sus convicciones que resumían en sus principios de «Dios, Patria, Rey y Fueros», eran monárquicos absolutistas profundamente religiosos y partidarios de la rama carlista pretendiente al Trono de España. En Valencia eran prácticamente inexistentes, únicamente en el interior de Castellón podían encontrarse algunos herederos de Ramón Cabrera (el Tigre del Maestrazgo), por lo demás sin influencia.

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Entrada, desde la calle San Vicente, a la plaza de Emilio Castelar (hoy plaza del Ayuntamiento), en una imagen de los años treinta (Foto Bayarri. B.V.)

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I. Valencia, julio de 1936

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acia las 9 de la noche del 11 de julio de 1936, una escuadra falangista al mando de Manuel Ortuño Soler,5 que se había instalado en Valencia huyendo de la policía en Murcia, se desplazó hasta las cercanías de la calle D. Juan de Austria, donde tenía su sede la emisora Unión Radio, y apostando dos de sus miembros en la puerta para cubrir la retirada, entraron por la fuerza en el estudio armados con pistolas, cortaron los cables del teléfono y, ante el estupor de los locutores, Ortuño leyó su proclama: «En estos momentos Falange ocupa militarmente el estudio de Unión Radio. ¡Arriba el corazón! Dentro de unos días la revolución sindicalista estará en la calle. Aprovechamos la ocasión para saludar a todos los españoles y particularmente a nuestros correligionarios». El día 15 por la noche eran detenidos 40 falangistas, entre los que se encontraba José Valero de Parma. Al día siguiente, Luis Molero Massa, en su condición de Letrado, correligionario y amigo, visitó en los locutorios de la Cárcel Modelo de Valencia a los detenidos y al acabar, Valero le arengó diciendo: «¡A los cuarteles! Acudid a los cuarteles y no os olvidéis de nosotros. Nosotros no saldremos de aquí más que a la gloria entre los sones de nuestro himno o la muerte, porque vendrán a matarnos a las celdas». Pero ni los falangistas acudieron a los cuarteles, ni los militares podían contar con ellos, sobre todo, porque pocos quedaban con los que contar. José Alfonso Vidal era un escritor de Monóvar nacido con el siglo en una familia acaudalada. Tierras de cultivo propiedad de madre y el ejercicio de la medicina por parte de padre, daban a la familia una envidiable posición 5  Jefe de 1ª Línea de Falange, murió, ya iniciada la guerra, en un enfrentamiento a tiros con agentes del gobierno en la carretera de El Saler

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económica que, por aquellos tiempos, era garantía de tener en el pequeño de sus vástagos un señorito crápula, como así lo era D. José, hasta que sentó la cabeza casándose «como Dios manda». A sus 36 años su curriculum como escritor se limitaba a las colaboraciones en diversos diarios, siempre de corte republicano y algún libro. Estaba afiliado al Partido Radical. Impulsado por las necesidades económicas que le exigía ahora su familia, emigró a la capital del Turia en busca de nuevos horizontes profesionales, dejando en Monóvar a su mujer y sus hijos. En la noche del 16 de julio, nada más salir de la Estación del Norte, cayó rendido en una habitación de la pensión El Faro. A pesar de su innegable ilustración periodística, que le obligaba a estar al día de los acontecimientos, no era consciente del trascendental momento en que vivía, ni del lugar donde había elegido para buscarse un sueldo como escritor. A la mañana siguiente, los diarios no recogen más que pequeños altercados con intervención de las fuerzas del orden, pero la tensión entre las gentes es la nota dominante que se resume en la frase más pronunciada por todos los habitantes de la ciudad: «Creo que va a pasar algo». Impecablemente vestido con un inmaculado traje de alpaca, corbata y sombrero, inicia su periplo callejero, tocando timbres y llamando puertas por todo el centro de la ciudad, que bien conoce de sus tiempos de estudiante, y así, después de una mañana de infructuosas visitas, cuando ya se dirigía a comer una paella a Casa Perol, en una travesía del Mercado cerca de la Lonja, se tropieza por sorpresa con un amigo de juventud que se alegra enormemente de verle. Va con otros dos compañeros que visten mono azul Menorca,6 sin mangas y espardenyes,7 a quienes presenta como «camaradas» y juntos entran en una bodega. Frente a una botella de vino peleón y unas tapas, la conversación trascurre distendida:8 —Es un amigo de confianza, un buen escritor republicano. ¡Y de los de antes! —Le presenta el amigo al resto de la tropa. —¿Está usted enchufado? —pregunta uno de los camaradas. —He venido a Valencia buscando una colocación. La República por lo visto no me quiere —respondió José Alfonso. 6  Se denominaba «azul Menorca», igual que las camisas de falange, por fabricarse la tela en esta isla. 7  Alpargatas de esparto atadas con cintas 8  Relato de su libro: Levante 36. La increíble retaguardia.

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—¡Son un hatajo de pancistas todos! ¡Esto es una pocilga de burgueses! —toma la palabra un tal Sento—Nosotros somos libertarios y partidarios de la revolución social, que ya está cerca. —¿Qué garantías nos puede merecer una república que le dio una cartera a Gil Robles? —Pero ahora gobierna el Frente Popular —replica tímidamente José Alfonso. —¡Me importa un huevo! Nosotros somos de la FAI. Anarquistas de verdad y no participaremos en el Gobierno. —Que sepas que la cosa ya está madura —aclara Sento. —¿Qué es lo que está maduro? —interroga Alfonso. —¡La revolución social! Camarada. ¡No van a quedar ni los rabos! —Finaliza Sento. Lo de la revolución social dejó obnubilado a Alfonso que sin tiempo de reaccionar, se vio ya en la calle despidiéndose. —Cuenta con nosotros para lo que necesites. —Se despidió su amigo. —Gracias camaradas —responde aturdido José Alfonso. —¡Salud camarada! —¡Salud! Inició Alfonso la tarde en el Trinquete Pelayo viendo un buen partido de pelota a escala i corda entre Guara y Fusteret, las figuras del momento, que amenizan el espectáculo con sonoras blasfemias, acrecentando las admiraciones de los espectadores que disfrutan de las exclamaciones anticlericales tanto como del espectáculo del Trinquet. Terminó en los billares de la calle Mossen Femades, para luego cenar en el Perol y allí, cuando bien alimentado, tras los postres, pide una café, el puro y la copita, nota cierto revuelo en el local. De mesa en mesa corre la noticia que acaba de difundir la radio: «¡El General Franco se ha sublevado en África!» En Valencia, la noticia provocó una indignación masiva. El gentío se lanzó a la calle dando gritos de ¡Viva la República!

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Son los obreros que desde el extrarradio ocupan el centro de la ciudad, pero también acuden de la huerta camiones y carros de agricultores ataviados con sus típicos blusones, las pequeñas boinas negras caladas hasta las sienes,… Hay mayoría de hombres, con algunas escopetas de caza, pero también mujeres empuñando cualquier tipo de herramientas a modo de armas. La ira reprimida del proletariado hacia los poderosos se reventó incontenible, tan visceral como explosiva. Era el «odio de clase» que la República había contenido con la democracia y las profundas reformas que con tantas dificultades y tibieza se iban implantando. La República, aun con sus imperfecciones, era la esperanza proletaria de una vida mejor. Significaba la ilusión del poder civil y democrático por encima de la oligarquía económica, sostenida por sus grandes pilares: el ejército y la Iglesia. La sublevación militar anunciaba el fin de las reformas, la muerte de lo que habían logrado y, sobretodo, el triste despertar de unos sueños que cada uno había ideado a su manera. Con la llegada de la II República y tras ser proclamada España como un Estado sin religión oficial, se inició una secularización de la vida política y social española con la supresión de las subvenciones a la Iglesia y otras medidas que incluían el divorcio y la enseñanza laica, hasta entonces controladas por las órdenes religiosas. La Iglesia católica, predicaba la virtud de la pobreza, pero ejercía de lo contrario. Siempre apostó por los poderosos y estos por ella. Su influencia directa en la política había desaparecido, pero la inmensidad de sus riquezas, el boato y la tradición de los que se rodeaba, las propiedades terrenales de las que disfrutaba, y el ejército de clérigos, seculares y de las órdenes religiosas, constituían una fuerza social impresionante que el Estado laico amenazaba con arrebatarle. Las pastorales de los obispos y las homilías de los curas, que se apropiaban en exclusiva de la redención de los pecados y otorgar la vida eterna en el paraíso (lo que sin duda es el mejor producto posible que se puede ofertar) se transformaron en discursos sin freno contra el Gobierno desde los púlpitos. La conservadora burguesía apegada a las tradiciones, a la familia y a sus bienes, era pues su fiel aliada natural frente a un pueblo descreído, falto de fe y de confianza en la Institución por excelencia. En un país donde la tasa de analfabetismo se acercaba al 50%, ser Bachiller ya era un «don». Los profesionales liberales constituían la élite ilustrada de la sociedad. Ingenieros, arquitectos, farmacéuticos, médicos y abogados, podían permitirse poseer una masía con naranjos para com12

pletar su estatus social no sólo de bienes materiales, sino también de solaz disfrute vacacional. Pero alcanzar tan altas distinciones universitarias únicamente estaba al alcance de muy pocos hombres de las familias más adineradas, por cuanto lo normal era trabajar desde los doce años en la agricultura o el comercio. Existía la figura del rentista, tan socialmente respetable como improductiva. Como, además, la gente moría joven, los ricos de cuna heredaban con prontitud y ni siquiera se iniciaban en el trabajo, teniendo a gala ser, de profesión rentista.

Manifestación en la calle D. Juan de Austria, reprimida por la Guardia de Asalto (Foto Finezas. B.V.)

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Soldados montando guardia en la Estación del Norte (Foto Bayarri. B.V.)

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II. La asonada militar

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l mando de la IIIª División Orgánica se encontraba el general de Brigada Fernando Martínez Monje-Restoy, y a sus órdenes, el general Mariano Gamir Ulibary, jefe de la brigada de Infantería, y el general Eduardo Cavanna del Val de la IIIª Brigada de artillería. Como jefe de la Guardia Civil de la Zona, el general Luis Grijalvo Celaya. Ninguno de estos pertenecía a la UME9 ni estaban comprometidos con el Golpe dirigido por Mola. El general andaluz Manuel Gómez Carrasco llegó a Valencia con órdenes directas del general Mola para hacerse cargo de la sublevación en la 3ª División Orgánica, con sede en esta capital. Emboscado y arropado por militantes radicales de la DRV (Manuel Attard, Francisco Pérez de los Cobos, Joaquín Maldonado y otros) conspiraba impulsado por el comandante Bartolomé Barba, fundador de la UME y verdadero motor de la sublevación en Valencia. Nada más llegar, Carrasco sondeó, a través del teniente-coronel Cabellos, a los cuatro coroneles-jefes de los Regimientos con sede en Valencia: Jesús Velasco Echave, de Infantería Otumba 9; Leopoldo Gómez de Nicolás, Infantería Guadalajara 10; Juan Muñoz, Caballería Lusitania 8 y Vicente Fornall Bort, quinto de artillería ligera. Cabellos se personó en el escondite del General para darle el parte de la situación: —Mi general. Todos los coroneles con mando, menos Velasco, están a sus ordenes. —¿Qué pasa con los generales? —le preguntó Gómez Carrasco. —A ellos no hemos tenido acceso directo porque no son de los nuestros. —Respondió el teniente-coronel. 9  Unión Militar Española. Germen de los conjurados contra la República.

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—¿Pero estarán con nosotros? —preguntó el general. —Llegado el momento seguro que estarán con sus compañeros de armas. —afirmó Cabellos. —¿Cómo tenemos la colaboración civil?. —Contamos con los grupos de choque de la DRV y algunos miembros de falange. —¡Bien! —respondió Carrasco.—¿Y la Guardia de Asalto?. —Son mayoritariamente republicanos y no se someterán a sus ordenes hasta que no controlemos Gobernación. En la madrugada del 18 de julio se recibe el esperado radiograma en el cuartel de Paterna con la confirmación de que el Ejército de Marruecos se había alzado contra la República instando a todas las guarniciones a sublevarse, pero Carrasco se muestra timorato y dubitativo, pospone y cambia los planes en varias ocasiones desconcertando a los conjurados. Por último, Gómez Carrasco, decide iniciar el Pronunciamiento a las 5 horas de la madrugada del domingo 19 de julio en todos los cuarteles, ordenando que la mayor cantidad de jefes y oficiales, uniformados y armados, se reúnan con él a las 11 de la mañana en las inmediaciones de la Plaza Tetuán, para juntos acceder a la Ciudadela10 y exigir a Martínez-Monje, capitán-general de la Región, que le traspasase el mando. Entretanto, el capitán-general, optó por mantener las guarniciones acuarteladas, lo que para algunos fue interpretado como una acción prudente, para otros tuvo la consideración de una indefinición irresponsable que alentó el desconcierto de los ciudadanos. La ausencia de los soldados y la Guardia Civil en las calles contribuyó en mucho a que las verbenas de la Feria de Julio, muy animadas en aquella época, se transformaran en Fallas. El comandante Barba, llevando como chófer a Joaquín Maldonado, por entonces jefe de las Juventudes de la DRV, se personó en el escondite de Gómez Carrasco para trasladarle a la Plaza de Tetuán. —¡A sus órdenes, mi general! —se presentó el comandante Barba. —¿Cómo está la situación? —preguntó Gómez Carrasco. 10  La denominada Ciudadela era un gran recinto militar amurallado que ocupaba en la orilla derecha del río desde el Puente del Real hasta lo que hoy se denomina Porta de la Mar. En la actualidad sus dimensiones son mucho más reducidas y se limitan sólo a parte de la fachada norte de la Plaza de Tetuán.

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—Todo preparado, mi general. —¿Con qué fuerzas contamos? —Los jefes y oficiales están en Tetuán junto con doscientos civiles armados que, situados en la sede de la DRV esperan sus órdenes. —Afirmó el comandante. —¿ Qué sabemos de la Guardia Civil? —De momento no van a intervenir. Esperan la toma de posesión para ponerse a sus ordenes. —¿Se han Pronunciado los cuarteles? —No tenemos constancia. —Comandante: en esta situación comprenderá que no puedo atravesar Valencia y menos sin saber lo que me voy a encontrar en Tetuán. ¡Compruebe el terreno y venga a informarme! —¡A sus órdenes mi general! —Se despidió Barba. Pero mientras esto sucedía, los nerviosos civiles conjurados, atrincherados en la sede de la DRV, un palacete justo enfrente de la entrada a la División,11 ametrallaron un coche de milicianos que casualmente pasaba por la plaza, matando a varios. Alertada la Guardia de Asalto, acudió al lugar y cundió el pánico y la desbandada. Cuando el comandante Barba llegó a la Plaza de Tetuán sólo halló un pelotón de Guardias de Asalto y algunos oficiales dispersados entre los jardines de los alrededores. Regresa al encuentro del general Carrasco para informarle: —Mi general. La situación se ha complicado. Frente a la Jefatura de la División hay ahora una Compañía de Guardias de Asalto al mando de un teniente. —¿Y los nuestros? —Parece que se han escondido. —¿Escondido? ¿Cuántos oficiales ha visto? —Seis o siete. Mi general. —¿Cómo es posible tanto gallina? —¡Con esta tropa, yo no voy a ninguna parte! —Sentenció el general. 11  Palacio de Cervelló.

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Ajeno a las intrigas militares, José Alfonso Vidal merodeaba por las céntricas calles de Valencia con la curiosidad propia del periodista y la parsimonia de quien no tiene casa, ni familia donde recogerse. Empezó a sentirse testigo de la historia cuando se tropezó sin esperarlo con el asalto a la Catedral por una multitud encolerizada. En la plaza de la Virgen12 han montado una falla arrojando al fuego todo cuanto encuentran combustible en la Catedral: bancos, cuadros, imágenes de santos y los confesionarios de madera, forman una pira que va tomando fuerza. Luis Molero, desde el terrado de su céntrica casa, observa atónito las llamas y el humo en diferentes partes de la ciudad como si fuera la nit del foc. Pero no son las Fallas ni sus esperados militares y falangistas quienes han tomado la calle. La Guardia de Asalto interviene con dureza en la Plaza de la Virgen… Entran por la calle del Miguelete pegando con sus porras a todos los congregados. Aquello parece ahora un carnaval. Tíos con casullas corren hacia la calle Caballeros. Otros con sotana y bonete, llevando a su espalda un trabuco, salen a trompicones de la plaza. Los más están tirados por el suelo y les cuesta ponerse en pie. Todos son objeto de gomazos carabineros. José Alfonso puede esconderse en un portal y ver el esperpento de las carreras y la juerga de los mirones. Arde la Iglesia de Santo Tomás y la de los Santos Juanes. Los curas y monjas aterrados se deshacen de sus hábitos y huyen despavoridos a refugiarse donde pueden. Pocos cuerdos hay en la calle y menos aún que tengan la valentía y el coraje para enfrentarse a los exaltados. El Dr. Peset Aleixandre, diputado del Frente Popular, acompañado de unos pocos amigos, entre los que se encontraba el Dr. Rafael Vilar Sancho –mi abuelo paterno– impidió con su presencia y prestigio que la Iglesia del Patriarca fuera asaltada. No hizo falta más que una postura intransigente y mucha dosis de labia convincente por parte del Dr. Peset. Juan-Bautista Peset Aleixandre tenía por aquel entonces 50 años. Hijo de un eminente médico valenciano, contaba con 5 carreras y 3 doctorados, catedrático de Toxicología y Medicina Legal. Había sido rector de la Universidad de Valencia. Su dedicación a la medicina, la docencia y la investigación no fueron suficientes para colmar su insaciable capacidad 12  Por entonces se denominaba plaza de la Constitución.

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intelectual, de trabajo y de servicio en ayuda a todo el mundo. En principio dentro de su órbita médica, fomentó y dirigió campañas de vacunación para erradicar las epidemias en Valencia y, asociado con el Dr. Vilar Sancho, fue pionero en la elaboración industrial de medicamentos a través de la empresa Laboratorios PESET, creada por ellos. Sus convicciones personales le llevaron a la política y en ésta a ser presidente de Izquierda Republicana en Valencia, resultando diputado en las elecciones de febrero de 1936, por esta circunscripción, donde ganó en todos los distritos. Rafael Vilar Sancho, doctor en medicina y especialista en otorrinolaringología, contaba 48 años. También hijo de un eminente médico valenciano. Con su clínica principal en la calle Colón de Valencia, pasaba consulta semanal en otra de Barcelona. Su popularidad era producto de su gran profesionalidad y buenas manos. De profundos sentimientos religiosos y, sin embargo, republicano. De derechas pero republicano, cuando esto significaba no ser monárquico ni admitir la dictadura. Mientras en el centro de la ciudad acontecen estos hechos vandálicos, en los Regimientos reinan las intrigas y el desconcierto. En las salas de banderas se suceden las reuniones, las visitas, el tanteo y las desconfianzas. Ni siquiera entre los conjurados hay unanimidad de criterios. Oficialmente dicen «estar acuartelados, no sublevados». Los obreros y agricultores, a través de sus sindicatos, a la vista de la situación de los cuarteles y ante el temor, más que fundado, de que las tropas acuarteladas dejen de estarlo para unirse a la sublevación y tomen la ciudad, deciden movilizar a todos sus afiliados y decretar la huelga general. El desconcierto es absoluto. El Gobernador Civil, Braulio Solsona, y el jefe de la IIIª División Orgánica, Martínez-Monje, lanzan proclamas por la radio y los diarios llamando a la serenidad, manifestando la lealtad a la República y su Gobierno de todos los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad a sus órdenes, pero la actitud de los militares desmiente sus afirmaciones y provoca la cólera ciudadana que reacciona colapsando la ciudad con barricadas y los gobernantes se ven ampliamente superados por los acontecimientos. A los obreros del extrarradio y sus mujeres, todos con el mono de trabajo, se le unen ahora agricultores y artesanos de los pueblos del interior, que se distinguen de los «llauradors de L’Horta» porque en lugar de blusón, visten «jupetí» y fajín enrollado a la barriga. 19

Debió ser algo así como el canto de La Internacional: «¡En pie parias de la tierra...!» Los miembros del Frente Popular y los anarcosindicalistas de la CNT, forman el Comité Ejecutivo Popular y piden armas al Gobernador, que se las niega. El día 21 de julio llega a Valencia una comisión presidida por Diego Martínez Barrio y a la que se denominó Junta Delegada del Gobierno con amplios poderes para culminar el doble objetivo de acabar con la huelga general y la desobediencia cuartelaria. El primer encontronazo de la Junta se produce con el Comité Ejecutivo Popular, pues únicamente el PCE e IR se someten a su autoridad. El resto de las organizaciones del Frente Popular desconfían de la Junta, de la que se dice ha iniciado negociaciones con los militares, y deciden crear las Milicias Voluntarias para la defensa de la República, otorgándole el mando al antiguo capitán de la Guardia Civil Manuel Uribarri. No obstante las dificultades, la Junta Delgada consigue la desconvocatoria de la huelga general, la «obediencia» de la Benemérita y la organización de patrullas conjuntas de Guardias y Milicianos para vigilar las calles, donde grupos incontrolados se han aprovechado del descontrol para cometer todo tipo de atropellos sobre los bienes y las personas supuestamente partidarias del Golpe. La Junta también logra formar algunas columnas de militares y guardias civiles, aparentemente leales, junto con milicianos, para ayudar a defender Madrid y Córdoba y a recuperar Albacete y Teruel. El río Turia era la frontera norte de la ciudad, y aunque al otro lado seguía su término municipal, vivir a esa orilla ya no era ser de Valencia, sino poco menos que de la huerta. Allí, junto al Paseo de la Alameda, donde pomposamente se dejaba ver paseando toda la pudiente sociedad de la época, sobre todo durante la Feria de Julio, se encontraban (y allí siguen) los cuarteles de caballería e infantería; detrás de ellos, el Cuartel de la Guardia Civil de Algirós. Al principio de la Alameda se ubicaba el Palacio de los Marqueses de Ripalda,13 junto con el edificio principal de lo que había sido la exitosa Exposición Regional, trasformada luego en Feria de Muestras. Los aun existentes chalets, denominados «de los Periodistas», junto a la Facultad de Medicina, constituyen un enclave especialmente sin13  Desaparecido tras la vorágine depredadora inmobiliaria, para acabar construyéndose allí uno de los edificios más señalados en la actualidad, popularmente conocido como «La Pagoda».

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