ESTUDIO SAPIENCIAL DE EVANGELII GAUDIUM PARA SACERDOTES EL ENCUENTRO CON JESÚS Y CON LA FRESCURA ORIGINAL DEL EVANGELIO, FUENTE DE ALEGRÍA PERSONAL Y

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ESTUDIO “SAPIENCIAL” DE EVANGELII GAUDIUM PARA SACERDOTES EL ENCUENTRO CON JESÚS Y CON LA FRESCURA ORIGINAL DEL EVANGELIO, FUENTE DE ALEGRÍA PERSONAL Y DE ALEGRÍA MISIONERA P. Pedro Jaramillo Rivas, Vicario de Pastoral El “mensaje global” que, con sus palabras y “gestos” (“verbis et gestis” de Dei Verbum, para la comunicación de Dios en la historia), el Papa está proponiendo, transmite y demanda una “recia” espiritualidad cristiana. Las resistencias que Francisco está encontrando son, en el fondo (y, a veces también en la forma) resistencias a la conversión personal. La fuerza de su lenguaje y el testimonio de su comportamiento señalan invariablemente al seguimiento de Jesús como raíz inspiradora y provocadora de un camino, a su vez, provocador de respuesta. Abiertamente se posiciona contra toda ideología, sea de derechas o de izquierdas, para pedir sólo “una fe consecuente”, aquella que “se hace activa en la caridad”. Una fe sencilla, al alcance de todos, que no se retroalimenta de doctrinas complicadas ni de confusos montajes morales, sino que tiene en EL ENCUENTRO vivo con Jesús y con la frescura original del Evangelio la fuente de una fe profunda y manifiestamente alegre, y la audacia y valentía de comunicarla con aquella sencilla convicción del ciego de nacimiento del capítulo nueve de Juan: acosado por la trampa legalista de los fariseos, aquel ciego no tiene más respuesta que el resultado vivencial de su encuentro con Jesús: “a mí me ha dado la vista”. Y es que la misión de Jesús, en el lenguaje paradójico de Juan, es desconcertante: “dar vista a los ciegos y privar de ella a los que se hacen la ilusión de ver” (9,39). Aquellos fariseos preguntaron a Jesús: “¿Estás diciendo que también nosotros somos ciegos?” (v. 40). Y la respuesta de Jesús les quita la máscara: “si aceptaran ser ciegos, no habría pecado en ustedes, pero como presumen de ver, su pecado es patente” (v. 41). Personalmente, en el capítulo nueve de Juan descubro un impresionante referente bíblico de lo que nos está ocurriendo en este momento de “reforma franciscana” (porque se trata de un puro y duro llamado a la reforma de la Iglesia): los ciegos ven y los que nos hacemos la ilusión de ver nos quedamos ciegos. Son muy ilustrativos los dos itinerarios que presenta Juan con relación a la fe en Jesús: el itinerario del ciego que es de progresivo acercamiento a Jesús desde la experiencia personal; y el itinerario de los fariseos, que es de definitivo empecinamiento, desde una implacable seguridad doctrinal… La ley es la que impide a los fariseos el acercamiento a Jesús: se confronta la experiencia de la vista recobrada con la defensa fundamentalista de un sábado no observado. Sobre la luz del ciego se proyecta la oscuridad de la prohibición: “no pude ser un hombre de Dios, pues no respeta el sábado”; “nosotros sabemos que es un pecador”. Pero, la experiencia vivida vuelve a dar valentía al ciego: “Si es pecador o no, yo no lo sé. Lo único que sé es que yo antes estaba ciego y ahora veo”. Y frente a la teología de la seguridad: “nosotros sabemos que a Moisés le habló

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Dios; en cuanto a éste, ni siquiera sabemos de dónde es”, el ciego opone la “teología del tanteo” (en sentido de “ir a tientas”, vislumbrando poco a poco): la teología inductiva frente a la teología deductiva; la que habla de Dios desde la experiencia y la que impone/superpone a Dios sobre la experiencia. A la seguridad integrista y fundamentalista de los fariseos, el ciego (que es representante de todo otro modo de acercarse y de hablar de Dios) responde con el asombro: “eso es lo verdaderamente sorprendente. Resulta que a mí me ha dado la vista, y ustedes dicen que ni siquiera saben de donde es”… Y se aparta de la “teología de la Ley” con la teología del sentido común religioso: “si este hombre no viniera de Dios, nada habría podido hacer”. La crisis entre el rigorismo y la misericordia es grave: el ciego es excomulgado: “lo expulsaron de la sinagoga”. Y con el ciego excomulgado, Jesús “se hace el encontradizo” para provocar el encuentro de la fe: “¿crees en el Hijo del Hombre?... Creo. Señor… Y se postró ante Él”. Me impresionan estos dos itinerarios Y, desde ellos, el duro dictamen de Jesús: “Yo he venido a este mundo para dar vista a los ciegos y para privar de ella a los que se hacen la ilusión de ver”. Les comparto mi miedo de estar entre los últimos, entre los que se hacen la ilusión de ver.

Valga esto de introducción a nuestro primer tema de estudio “sapiencial” de Evangelii Gaudium: El encuentro con Jesús y la vuelta a la frescura del Evangelio como fuente de la alegría personal y de la “dulce y confortadora alegría de evangelizar”. Un tema de “espiritualidad fundamental” El encuentro con Jesús y la vuelta a la frescura original del Evangelio es un tema de “espiritualidad fundamental” (tomo la analogía desde la “teología fundamental” y su relación de prioridad respecto a la “teología dogmática”). Antes que una “espiritualidad dogmática” necesitamos todos (también nosotros, los sacerdotes) una espiritualidad fundamental que, es a un tiempo, una “espiritualidad fundante”. El Papa lo presenta así en la primera frase de la Exhortación, aquella cuyas dos primeras palabras latinas le dan el nombre: “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida de los que se encuentran con Jesús” (EG 1). El encuentro con Jesús es salvador: queda salvado el “sentido de la vida”. La liberación del pecado tiene connotaciones muy existenciales: “la tristeza, el vacío interior, el aislamiento”. Dejarse salvar por El, supone disfrutar con Él de una alegría en permanente nacimiento o re-nacimiento, desde situaciones muy prácticas y con connotaciones muy concretas. El nivel de lo que llamamos “sentido de la vida”, en las honduras donde puede darse también el sinsentido, es el nivel donde se realiza el encuentro con Jesús. Es ahí donde Francisco nos sitúa frente al riesgo de un tipo de tristeza que él la llama “tristeza individualista”, consecuencia de “un corazón cómodo y avaro”,

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de “la búsqueda enfermiza de placeres superficiales” y, en general, de “una conciencia aislada”. Es una tristeza que campa por sus respetos en medio de “la múltiple y abrumadora oferta de consumo del mundo actual”. Persona y sociedad se juntan aquí, como dice un refrán español, que se junta “el hambre con las ganas de comer”. Cuando la “espiritualidad fundamental”, la “vida interior, se clausura en los propios intereses (aunque sean intereses “religiosos”), ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría del amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien” (EG, 2). La espiritualidad resultante no es una espiritualidad cristiana: “esa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado” (EG, 2). El tipo de cristiano que resulta –también el tipo de sacerdote -, lo describe el Papa muy gráficamente: “un ser resentido, quejoso y sin vida” (Ibd.). Una espiritualidad “cristiana” vs una espiritualidad “difusa, vaga, blanda, tipo new age”. Principales connotaciones de una espiritualidad cristiana. La espiritualidad sacerdotal específica arraiga en la tierra de una espiritualidad consistente y netamente “cristiana” ¿Cuáles serían sus principales rasgos? La alegría del encuentro personal con Jesucristo De ahí la invitación del Papa, que es universal: para todos (cada cristiano) y en cualquier lugar, a “renovar sin esperas el encuentro personal con Jesucristo” (EG, 3). El tono es muy directo: renovar “ahora mismo”… En un “estudio sapiencial” de EG como el que estamos haciendo, sería el momento de dejar un rato prolongado de reflexión para preguntarnos si en el nivel del sentido de la vida (no en un nivel puramente “formal”) nos hemos encontrado con Jesús… No nos extrañemos, quizás nosotros sacerdotes todavía no nos hemos encontrado con Jesús del todo. La indicación del Papa es realista; si es así: “al menos, tomemos la decisión de dejarnos encontrar por Él”. Y la tarea no puede ser más clara: que sea “un intento diario y sin descanso”. El Papa es realista y ya en este nivel de “la espiritualidad del encuentro” propone el “principio de gradualidad”: “cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos” (Ibd.). Y el realismo avanza aún más: en muchos casos nuestra vida necesita no tanto del encuentro como del re-encuentro, porque se murió el amor primero. Entonces, “Jesús nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, y lo hace con una ternura que siempre nos devuelve la alegría”. Presentada toda la historia del camino de Dios con los hombres como una oferta de “la alegría de la salvación”, Francisco nos pregunta en directo: “¿Por qué no entramos también nosotros en ese río de la alegría?” (EG, 5). También vale la pregunta para nosotros sacerdotes, porque en todas las edades, pero muy especialmente cuando los años van haciendo mella en nosotros, podemos ser también sacerdotes “cuya opción parece ser la de una cuaresma sin pascua” (EG, 6). Cuando así sucede es que nos hemos salido de la “espiritualidad del encuentro”. En este contexto, hace Francisco una cita del Papa Benedicto, que le

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parece fundamental (“no me cansaré de repetirla”, dice): «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (DCE, 217). El encuentro o re- encuentro con Dios supone un “rescate”, que Francisco enuncia así: “liberación de la conciencia aislada” y “liberación de la auto-.referencialidad” (intentar realizarme solo/ intentar referirlo todo y todos a mí). Los horizontes de esa liberación a través de la “espiritualidad del encuentro” son insospechados. Para describirlos, a Francisco le sale la vena mística: “Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero” (EG, 8). Entrar en “el río de la alegría” desde un encuentro con Jesús que da a la vida un horizonte nuevo y una orientación decisiva… Revisamos nuestros horizontes personales y pastorales: ¿van en la línea del encuentro con Jesús o son, más bien, desencuentros “disfrazados” de encuentro? La orientación fundamental de nuestra vida, ¿es coherente con el encuentro con Jesús? De la alegría personal a la alegría misionera Y desde este contexto de gozo pleno, presenta el paso de la alegría personal a la “alegría misionera”: “si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?” (Ibid). En esta dimensión, el Papa subraya que el encuentro con Jesús, que es encuentro con Dios, no es un camino al ensimismamieto. Lo dice con claridad, para que nadie vaya a hacer del encuentro con Jesús un encuentro intimista: “cualquier persona que viva una profunda liberación (ésa que es fruto del encuentro) adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás”. Y aquí, tomando mucho de Aparecida, presenta la que podríamos llamar una “antropología de la evangelización”. Las afirmaciones son categóricas: “quien quiera vivir con dignidad y plenitud, no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien” (EG, 9). “La propuesta es vivir en un nivel superior, pero no con menor intensidad” (EG, 10). Y, tomándolo directamente de Aparecida: «La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás» (DA, 360). Para terminar con una clara indicación de antropología pastoral: “Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal” (EG, 10), porque – y cita de nuevo a Aparecida – “la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Y, en definitiva, eso es la misión” (Ibd). De ahí, consecuencias refrescantes: Una primera, la propone el Papa muy a su estilo: “un evangelizador no debería tener permanente cara de funeral” (Ibd). El desarrollo de esta frase de impacto, se lo toma a Pablo VI, en EN (75): “Ojalá

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que el mundo actual … pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”… Y, de ahí “la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (EG, 10). Una pastoral cerrada tiene siempre el peligro real de convertirse en una pastoral “burocratizada” y hacer de nosotros, pastores, unos buenos gestores de una empresa de servicios religiosos; una pastoral misionera nos construye a nosotros mismos como “personas en la entrega” (“mi carne – mi existencia – para la vida del mundo…”) ¿Alguna vez nos hacemos esta reflexión? El tipo de pastoral que llevamos, ¿nos encierra en la función – funcionarios? .- Como personas y como pastores, ¿cómo nos puede estimular la “antropología de la misión”= “somos en la medida que nos damos”? El tono místico de la relación con Jesús y con la frescura original del Evangelio El encuentro con Jesús y la vuelta a la frescura original del Evangelio arrancan al Papa reflexiones muy hermosas y expresiones de calado místico. Cuando habla de las motivaciones para evangelizar (EG, 264), afirma que la primera “es el amor de Jesús que hemos recibido, la experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más”. Pero – se pregunta – “¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado? … Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial… ¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante sus ojos! … La mejor motivación para decidirnos a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez”. Francisco es un enamorado de Jesús y del Evangelio. Está convencido de que “la propuesta cristiana nunca envejece. Y de que Jesucristo puede también romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y que nos sorprende con su constante creatividad divina” (EG, 11). Y por eso, nos comparte la convicción de que cuando volvemos a la fuente y “recuperamos la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual” (Ibd). Está convencido de que “toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla, y su entrega total, todo eso es precioso y habla a la propia vida” (EG, 265). Él es de los que lo han descubierto, por lo que se muestra convencido también de que “eso mismo es lo que los demás necesitan” (Ibd). Y nos comparte una responsabilidad de mucha importancia: “Cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza el contenido esencial del Evangelio, ese mensaje

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habla a las búsquedas más hondas de los corazones” (Ibd). La enseñanza y el ministerio del Papa están empapados de Evangelio, lo rebosan en cada imagen, en cada gesto, en la totalidad de su vida. Y no esconde de dónde saca su entusiasmo evangelizador: “Tenemos un tesoro de vida y de amor que no engaña, un mensaje que no manipula ni desilusiona. Es una respuesta que cae en lo más hondo del ser humano y que puede sostenerlo y elevarlo. Es la verdad que no pasa de moda porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar. Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un amor infinito” (Ibd). No se trata, pues, de una convicción intelectual y fría. Se basa en una renovada experiencia no simplemente de saber, sino de “gustar la amistad de Jesús y su mensaje” (EG, 266). No podemos evangelizar con fervor, si, por experiencia propia, no estamos convencidos de que “no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo” (Ibd). Por eso, “el verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera” (Ibd). Lo contrario significaría pérdida de entusiasmo, de seguridad y confianza en el mensaje y, en general, falta de fuerza y de pasión”. Y, lo sabemos “una persona que no está convencida, entusiasmada, segura/confiada, enamorada, no convence a nadie” (Ibd). ¿Cómo está la dimensión “experiencia” en nuestro acercamiento a Jesús y al Evangelio? ¿Hasta qué punto nos podemos aplicar personalmente y como presbiterio la “experiencia” de Jesús y del mensaje de la Primera de Juan: “lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado y tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de la vida…, eso que hemos visto y oído, os lo anunciamos” ¿Anunciamos desde la experiencia o desde la ciencia? ¿Desde el saber o desde el gustar? Esta pasión por Jesús y el Evangelio es el eje fundante de toda la enseñanza y toda la actuación del Papa al interior de la Iglesia y en su mirada a la realidad social, política, económica y cultural del mundo de hoy. Su convicción de que “no es lo mismo tratar de construir el mundo con el Evangelio de Jesús que hacerlo sólo con la propia razón” (Ibd) es lo que lo distancia radicalmente de toda ideología. Tendremos ocasión de ver este aspecto a lo largo de este “estudio sapiencial” de Evangelii Gaudium. Cuando evangelizamos desde el corazón del Evangelio Sí me parece que podemos ya tratar en este primer tema el apartado III del capítulo primero, titulado “Desde el corazón del Evangelio”. La mirada a la “concentración jesusológica y evangélica” que les he compartido, me parece que nos refresca la mente y el corazón para calibrar todo el alcance de este apartado para nosotros como creyentes y como pastores. Si pretendemos poner todo en

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clave misionera, esto también vale para el modo de comunicar el mensaje. Se trata de una aplicación muy importante y me atrevería a decir que muy urgente tanto para nosotros, sacerdotes, para disfrutar realmente la fe, como para nuestra tarea de pastores y para todos los agentes de pastoral, especialmente los catequistas. Estamos en un ambiente religioso de “igualación” de verdades y de virtudes, de multiplicación de normas y de persecución de errores que termina en un confusionismo total y en un oscurecimiento de la acogida y vivencia de Jesús y de la frescura original del Evangelio. Es uno de nuestros problemas religiosos más graves. Me atrevería a decir que el más grave. A fin de cuentas, se trata de preguntarnos si estamos viviendo y anunciando a Jesús y su Evangelio o estamos metidos en una construcción mental e institucional que, en lugar de acercarnos y acercar a los demás a Jesús y a su mensaje, se está convirtiendo en obstáculo y piedra de tropiezo. La cuestión es muy grave y muy decisiva. Y a nosotros, pastores, nos carga con una grave responsabilidad. -

Aplicación del principio de “jerarquía de las verdades” a las verdades

En el n° 34, parte el Papa de una convicción: “Si pretendemos poner todo en clave misionera, esto también vale para el modo de comunicar el mensaje”. El “esto” del “también vale” se refiere a la clave misionera en la que hay que ponerlo todo y al cómodo criterio pastoral del ‘siempre se ha hecho así’ que también aquí hay que dejar de lado de una vez para siempre. Ambas cosas hay que tenerlas en cuenta también en el anuncio. El título es un resumen de todo lo que se va a decir: el anuncio del Evangelio hay que hacerlo “desde el corazón del Evangelio”. Las primeras razones las da un breve análisis de la situación de hoy, breve, pero realista y preocupante. Enumera situaciones como éstas: 1) “Riesgo de que el mensaje que anunciamos aparezca mutilado y reducido a algunos de sus aspectos secundarios”. 2) “Algunas cuestiones que forman parte de la enseñanza moral de la Iglesia quedan fuera del contexto que les da sentido” 3) “El mensaje que anunciamos aparece entonces identificado con esos aspectos secundarios que, sin dejar de ser importantes, por sí solos no manifiestan el corazón del mensaje de Jesucristo”. 4) “Nuestros interlocutores no conocen el trasfondo completo de lo que decimos y no pueden conectar nuestro discurso con el núcleo esencial del Evangelio que le otorga sentido, hermosura y atractivo”. Cuatro descripciones de riesgo en el anuncio por parte de la Iglesia: 1) un mensaje mutilado y reducido; 2) una moral sin contexto; 3) una prevalencia de aspectos secundarios; 4) la dificultad de los destinatarios de conectar lo que nosotros les decimos con el núcleo esencial del Evangelio… Todo un panorama, ¿cuál de estos riesgos nos afecta más? Nosotros y nuestros agentes de pastoral, ¿somos conscientes de estos peligros reales? En terminología clásica digamos que éste es el “status quaestionis”, el estado de la cuestión. Al que siguen, en el n° 35, tres criterios que la clave misionera de la pastoral tiene que tener en cuenta (uno negativo y dos positivos): 1) “No obsesionarse por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas

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que, además, se intenta imponer a fuerza de insistencia”. 2) Para “llegar a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se debe concentrar en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario”. 3) Hay que “simplificar la propuesta, sin perder por ello profundidad y verdad, volviéndola así más contundente y radiante”. Obsesiones doctrinales/ concentración en lo esencial/ simplificación de la propuesta… ¿Por dónde va todo esto? ¿Percibimos el problema? ¿Cómo y en qué nos cuestionan estos criterios en clave misionera? Se presenta después (n° 36) el “fundamento teológico”, recordando la enseñanza del Vaticano II (Unitatis redintegratio, 11) sobre la “jerarquía de las verdades”: «hay un orden o “jerarquía” en las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana». La Exhortación hace una explicación de la doctrina de la “jerarquía de las verdades”, cuando dice que “todas las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe, pero algunas de ellas son más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio. La Exhortación explicita después cuál ese “corazón del Evangelio”: “la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado”. Todavía, en el n° 39, se recuerda que “en la armoniosa totalidad del mensaje cristiano, todas las verdades tienen su importancia y se iluminan unas a otras, pero cuando la predicación es fiel al Evangelio, se manifiesta claramente la centralidad de algunas verdades”. Y termina con una importantísima aclaración: “Esto vale tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral”. Grado de aceptación entre nosotros, pastores, de la doctrina de la Iglesia sobre la “jerarquía de las verdades” ¿La aceptamos en la práctica, o también nosotros, en el anuncio, lo medimos todo con el mismo rasero? -

Aplicación del principio de “jerarquía de las verdades” a las virtudes

Para la aplicación del principio de jerarquía a la “jerarquía de las virtudes”, Francisco recurre específicamente a la enseñanza de Santo Tomás, resaltando: 1) “en el mensaje moral de la Iglesia también hay una jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden”. 2) «La principalidad de la ley nueva está en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe que obra por el amor» (Ga 5,6). 3) “Las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu”. 4) “La misericordia es la mayor de todas las virtudes”. Por si a alguien todo esto le pudiera parecer demasiado teórico, el Papa, en el n° 38, presenta algunas consecuencias pastorales: 1) en el anuncio del Evangelio, es necesario que haya una adecuada proporción. 2) la piedra de toque: “la frecuencia con la cual se mencionan algunos temas y en los acentos que se ponen en la predicación” 3) “Un ejemplo: si un párroco a lo largo de un año

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litúrgico habla diez veces sobre la templanza y sólo dos o tres veces sobre la caridad o la justicia, se produce una desproporción donde las que se ensombrecen son precisamente aquellas virtudes que deberían estar más presentes en la predicación y en la catequesis” 4) Y, en general, “lo mismo sucede cuando se habla más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de Jesucristo, más del Papa que de la Palabra de Dios”, 5) “la predicación moral cristiana no es una ética estoica, es más que una ascesis, no es una mera filosofía práctica ni un catálogo de pecados y errores” (n° 39); 6) Con el Evangelio, “ante todo, invitar a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos” 7) “¡Esta invitación en ninguna circunstancia se debe ensombrecer!: todas las virtudes están al servicio de esta respuesta de amor” 8) Una seria advertencia: “Si esa invitación no brilla con fuerza y atractivo, el edificio moral de la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y ahí está nuestro peor peligro” 9) La razón principal por lo que todo esto no puede ser así, nos lleva, de nuevo a la frescura original del Evangelio: “porque no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener «olor a Evangelio» (n° 39). Evaluamos nuestra formación moral y la formación moral que transmitimos. La formación de conciencia es uno de nuestros “poderes”, ¿cómo lo usamos? Nuestra gente está viviendo la presión de un “rigorismo moral” que procede de las sectas, ¿cómo está condicionando esta situación socio-religiosa nuestro acercamiento a la moral cristiana? ¿Infantilismo o madurez? (Estas consideraciones pastorales y todo lo anterior hay que tenerlo muy presente cuando en nuestro “estudio sapiencial” tengamos que acercarnos a la Homilía). En este peligro real de ensombrecer más que iluminar el camino que lleva al encuentro con Jesús y a la frescura original del Evangelio, todavía es muy importante el apartado IV del capítulo 1, titulado “La misión que se encarna en los límites humanos”. Confieso que cuando leí por primera vez este subtítulo, sin haber leído aún el contenido, pensé que se trataba de la misión encarnada en la frontera, allí donde termina lo humano y comienza el límite de lo infrahumano. Pronto me di cuenta que no era ese su sentido, sino que se trataba de una advertencia del Papa, para tener en cuenta las limitaciones humanas a la hora de anunciar el mensaje. Y que el Papa trata específicamente de los tipos de limitaciones: la limitación de nuestro lenguaje para expresar la verdad y la limitación de nuestras circunstancias para vivir el ideal moral. Es un fuerte llamado a “caminar, humildes, de la mano de nuestro Dios”. Con relación a las limitaciones para expresar la verdad, el Papa recuerda: 1) “La necesidad que tiene la Iglesia de crecer en su interpretación de la Palabra revelada y en su comprensión de la verdad” (n° 40). 2) Que, “en esta tarea, le

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ayudan no sólo los exegetas y teólogos, sino también las demás ciencias”. 3) Que “en el seno de la Iglesia hay innumerables cuestiones acerca de las cuales se investiga y se reflexiona con amplia libertad. 4) Que “las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia, ya que ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra. 5) Que “a quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión”. 6) Pero que la realidad es bien distinta: “esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio”. 7) Que “necesitamos escucharnos unos a otros y complementarnos en nuestra captación parcial de la realidad y del Evangelio” (n° 40, Nota 44). Siete puntos de especial importancia para nosotros como creyentes y como pastores. Esta apertura de miras exige determinadas actitudes espirituales, ¿cuáles nos parecen actitudes más urgentes?

Las limitaciones que proceden del lenguaje Con relación a las limitaciones humanas que proceden del lenguaje, el Papa recuerda (n° 41): 1) Que “los enormes y veloces cambios culturales requieren que prestemos una constante atención para intentar expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad”. 2) Que “en el depósito de la doctrina cristiana (en el conjunto de verdades) «una cosa es la substancia […] (el núcleo) y otra la manera de formular su expresión» (Juan XXIII). 3) Que, “a veces, escuchando un lenguaje completamente ortodoxo, lo que los fieles reciben, debido al lenguaje que ellos utilizan y comprenden, es algo que no responde al verdadero Evangelio de Jesucristo”. 4) Que, con la santa intención de comunicarles la verdad sobre Dios y sobre el ser humano, en algunas ocasiones les damos un falso dios o un ideal humano que no es verdaderamente cristiano. 5) Que, obrando así “somos fieles a una formulación, pero no entregamos la substancia”. 6) Que (esta fidelidad a la formulación sin entregar la substancia) es el “riesgo más grave”. 7) Que “«la expresión de la verdad puede ser multiforme, y la renovación de las formas de expresión se hace necesaria para transmitir al hombre de hoy el mensaje evangélico en su inmutable significado»” (Juan Pablo II). De nuevo otros siete puntos a cual más importante ¿Cómo nos afectan estas indicaciones en nuestra estructura mental, en nuestro equipamiento pastoral y en nuestra vivencia espiritual? En el lenguaje nos jugamos mucho, ¿somos conscientes de esta responsabilidad? ¿Cómo debería afectar todo esto a la formación permanente de los sacerdotes? En el n° 42, retoma Francisco el horizonte desde el que ha querido llegar a todas estas cuestiones: la belleza original del Evangelio. “Todo esto – nos dice-

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“tiene una gran incidencia en el anuncio del Evangelio, si de verdad tenemos el propósito de que su belleza pueda ser mejor percibida y acogida por todos”. Es bien consciente, sin embargo, de que todas las cuestiones tratadas no es que “domestiquen” la fe, que no intenta decir que debemos hacer de la fe una evidencia. No va por ahí su planteamiento. Con humildad, hay que contar siempre con el misterio, por lo que “nunca podremos convertir las enseñanzas de la Iglesia en algo fácilmente comprendido y valorado por todos”. Y termina con unas preciosas anotaciones sobre el acto de fe: 1) sobre la oscuridad y la adhesión: “La fe siempre conserva un aspecto de cruz, alguna oscuridad que no le quita, sin embargo, la firmeza de su adhesión”. 2) sobre los cauces del conocimiento humano: “hay cosas que sólo se comprenden y valoran desde esa adhesión que es hermana del amor, más allá de la claridad con que puedan percibirse las razones y argumentos”. 3) sobre el estilo de la transmisión de toda nuestra enseñanza: quiere que “se sitúe en una actitud evangelizadora que se caracteriza por despertar la adhesión del corazón con la cercanía, el amor y el testimonio”. “Creo, Señor, pero aumenta mi fe” sería una buena oración en este momento; así como la revisión de dos actitudes fundamentales: la actitud mística (la que nos lleva a comprender las razones del corazón) y la actitud testimonial, la que procede de nuestra convicción de que “el mundo de hoy cree más a los testigos que a los maestros, y su cree a los maestros es porque son también testigos” (Pablo VI)… ¿Las tenemos? -

Aplicación del principio de “jerarquía de las verdades” a las costumbres

Todavía le queda más: están las muchas costumbres que se han ido adhiriendo a la vida y a la acción pastoral de la Iglesia durante siglos. Mucha gente las coloca en el mismo nivel de las verdades de fe, pero muchas de ellas son costumbres que “no están ligadas al núcleo del Evangelio, aunque estén muy arraigadas”. Puede suceder que “hoy ya no sean interpretadas de la misma manera y que su mensaje no sea percibido adecuadamente”. “Pueden, incluso, ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio”. En este caso, el consejo del Papa es claro: “No tengamos miedo de revisarlas”. Se trata de un responsable discernimiento, teniendo siempre en cuenta si prestan o no, hoy, un servicio a la transmisión del Evangelio. No simplemente, si lo prestaron en otro tiempo. En otras ocasiones el Papa ha dicho con el grafismo que le caracteriza que la Iglesia no es un museo. -

Aplicación del principio de “jerarquía de verdades” a las normas

Y no se trata sólo de costumbres, la revisión desde el “criterio/evangelio” debe llegar también a las “normas o preceptos de la Iglesia”. Algunas, dice el Papa, “pueden haber sido muy eficaces en otras épocas, pero, hoy, ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida”. Y, antes de decir qué es lo que hay que hacer con esas normas o preceptos de la Iglesia, recurre de nuevo a Santo Tomás de Aquino, esta vez para ahondar en el carácter de esas normas eclesiales: “Santo Tomás – recuerda el Papa - destacaba que los preceptos dados

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por Cristo y los Apóstoles al Pueblo de Dios «son poquísimos» y, citando a san Agustín, advertía que los preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con moderación «para no hacer pesada la vida a los fieles» y convertir nuestra religión en una esclavitud, cuando «la misericordia de Dios quiso que fuera libre». Piensa Francisco que se trata de “una advertencia muy oportuna”, porque “tiene una tremenda actualidad”. Y, de ahí, una advertencia: “debería ser uno de los criterios a considerar a la hora de pensar una reforma de la Iglesia y de su predicación que permita realmente llegar a todos” (n° 43). En costumbres y normas tenemos mucho que reflexionar. No para hacernos “iconoclastas”, pero sí para no confundirnos nosotros y no confundir al Pueblo de Dios. El rigorismo “costumbrista” y el fundamentalismo “normativo” nos meten pastoral y espiritualmente en callejones sin salida y nos quitan “la libertad de los hijos de Dios”. Pero, es muchas veces lo que la gente nos pide y terminamos por “acomodarnos” nosotros mismos. Es más cómodo… ¿Por dónde nos andamos en este punto? Las limitaciones que proceden de las circunstancias Las limitaciones que proceden de las circunstancias de vida de las personas. En el n° 44, la advertencia del Papa se dirige especialmente a los pastores y a los fieles acompañantes de la fe de sus hermano (pensemos muy en concreto en los catequistas, formadores, predicadores…). Nos recuerda una enseñanza clara del Catecismo de la Iglesia católica: «La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales». A la luz de esta enseñanza del Catecismo de la Iglesia, Francisco propone el “principio de gradualidad” que, por una parte “no disminuye el valor del ideal evangélico”, pero, por otra, “acompaña con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día”. Es en este contexto, donde nos recuerda a los sacerdotes que “el confesionario no debe ser una sala de torturas, sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible”. Y explica brevemente cómo entiende la gradualidad: “Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos (limitaciones humanas), puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades”. El corazón del Evangelio se manifiesta en que “a todos llegue el consuelo y el estímulo del amor salvífico de Dios, que obra misteriosamente en cada persona, más allá de sus defectos y caídas”. Una pastoral distante se fabrica con enunciados generales pretendidamente válidos para todos en cualquier circunstancia que se encuentren y, como respuesta, demanda “o todo o nada”. Una pastoral cercana conoce y respeta el ritmo de las personas y entiende y aplica el “principio de gradualidad”… Honestamente, ¿de qué lado caemos?

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Mucho de todo esto, lo había anticipado ya Francisco en el célebre discurso al Comité del CELAM, en el contexto de la JMJ de Río. Algunas frases de aquel discurso pasaron literalmente a Evangelii Gaudium. “En Aparecida – decía entonces a los Obispos - se dan de manera relevante dos categorías pastorales que surgen de la misma originalidad del Evangelio (…): la cercanía y el encuentro (…) Existen en América Latina y El Caribe pastorales “lejanas”, pastorales disciplinarias que privilegian los principios, las conductas, los procedimientos organizativos (…) por supuesto sin cercanía, sin ternura, sin caricia. Se ignora la “revolución de la ternura” que provocó la encarnación del Verbo. Hay pastorales planteadas con tal dosis de distancia que son incapaces de lograr el encuentro: encuentro con Jesucristo, encuentro con los hermanos. Este tipo de pastorales, a lo más, pueden prometer una dimensión de proselitismo, pero nunca llegan a lograr ni inserción eclesial ni pertenencia eclesial. La cercanía crea comunión y pertenencia, da lugar al encuentro. La cercanía toma forma de diálogo y crea una cultura del encuentro. Una piedra de toque para calibrar la cercanía y la capacidad de encuentro de una pastoral es la homilía. ¿Qué tal son nuestras homilías? ¿Nos acercan al ejemplo de nuestro Señor, que “hablaba como quien tiene autoridad” o son meramente preceptivas, lejanas, abstractas? (Encuentro con el Comité del CELAM, 28-7-13). Termina el Papa, en el n° 45, recordando los dos grandes bloques de ”limitaciones humanas en las que se mueve la tarea evangelizadora: el lenguaje y las circunstancias”. Resume de nuevo el “principio de gradualidad”: “Cuando la perfección no es posible, en un contexto determinado, procurar siempre comunicar mejor la verdad del Evangelio, sin renunciar a la verdad, al bien y a la luz que pueda aportar”. Y termina insistiendo en las actitudes de un corazón misionero. Nos pide Francisco que “sepamos de esas limitaciones, para hacernos débiles con los débiles.., y todo para todos”. Nos pide tener un corazón misionero que “nunca se encierra, nunca se repliega en sus seguridades, nunca opta por la rigidez autodefensiva” (tres verbos muy significativos: encerrarse, replegarse, hacerse rígido). Nos ofrece esta advertencia como una cuestión de coherencia: “Sabemos que nosotros mismos tenemos que crecer en la comprensión del Evangelio y en el discernimiento de los senderos del Espíritu” en nuestra vida personal. Como consecuencia, nuestro corazón misionero “no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino”. A modo de conclusión Y quiero terminar esta comunicación con todos ustedes, hermanos sacerdotes, compartiendo unos deseos del Papa que, personalmente, me hacen mucho bien: “no quiero – dice Francisco – una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos” (EG, 49). Un amigo sacerdote me compartía una sensación que comparto: “el Papa nos está moviendo el piso”, me decía. Y me hacía esta confidencia: “a veces, Pedro, siento vértigo”. Señal clara de honestidad: se tomaba en serio los nuevos

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horizontes. Como respuesta, leímos juntos el siguiente trozo que lo ofrezco ahora también a todos ustedes: “más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras (también en las estructuras mentales, añado yo) que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras fuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: ‘denles ustedes de comer’” (EG, 49). Es verdad, hermanos, con Jesús “la vida siempre se nos complica maravillosamente” (EG, 270).

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