Estuve enfermo y me visitasteis

SMCIIS L f L UU^MCI^ L^fL UU5M Fernando Poyatos L SSli l_j L Estuve enfermo y me visitasteis U ü l Testimonio de Pastoral Sanitaria c a vX v

2 downloads 115 Views 6MB Size

Recommend Stories


Hora Santa del Enfermo Misionero
Hora Santa del Enfermo Misionero EXPOSICIÓN DEL SANTISIMO: Canto: Altísimo Señor MONICIÓN: La Eucaristía es alimento y medicina. Si estás en las tinie

DEVOCIONALES ADULTOS. SEMANA 6: Lunes. " Sabes cómo me porté todo el tiempo que estuve con ustedes..." -Hechos 20:20
DEVOCIONALES ADULTOS SEMANA 6: Lunes "¿Sabes cómo me porté todo el tiempo que estuve con ustedes...." -Hechos 20:20 Cuando pienso en "mirar hacia atr

APRENDO Y ME DIVIERTO
M A N U A L D E L M A E S T R O APRENDO Y ME DIVIERTO Salud, Medio Natural y V i d a S o c i a l P R E E S C O L 5 Autoras: Evelina Smaldon

Story Transcript

SMCIIS L f L

UU^MCI^ L^fL UU5M

Fernando Poyatos

L SSli

l_j

L

Estuve enfermo y me visitasteis U ü l

Testimonio de Pastoral Sanitaria c

a

vX v / o ¡3 X V/X o

>ssier

f~*4 | ; -'% "§""

|

"!i|



V_^ X J—¿ vX v / ü J i v l o

Centre de Pastoral Litúrgica

v^/

*V/k3¡3lJ

Fernando Poyatos

"ESTUVE ENFERMO Y ME VISITASTEIS" Testimonio de Pastoral Sanitaria

Dossiers CPL, 94 Centre de Pastoral Litúrgica Barcelona

Título original: / Was Sick and You Visited Me: A Spiritual Guide for Catholics in Hospital Ministry, Nueva York, Paulist Press, 1999. Traducción y revisión del autor.

No está permitida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento sin la autorización escrita de la editorial.

Primera edición castellana: mayo del 2002 Edita: ISBN: D.L.: Imprime:

Centre de Pastoral Litúrgica 84-7467-804-8 B - 23.393 - 2002 JNP

A quienes me permitieron, y permiten, atenderles en su sufrimiento y crecer con ellos

SUMARIO Introducción

¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que podamos consolar a los que están en cualquier tribulación! (2 Corintios 1,3-4) Honra al médico como se merece [...] cuando estés enfermo [...] ruega al Señor y él te sanará [...] y llama al médico [...]. (Sirácida o Eclesiástico 38,1,9,12) Los que visitan a los enfermos deben transmitir la esperanza. Cuando uno tiene en sí mismo la vida de Jesucristo, puede ver esperanza aun en las situaciones más imposibles. Dios es un Dios de lo imposible. (Dr. Wm. S. Reed, Healing the Whole Man: Mind, Body, Spirit, 158) La enfermedad puede ser la ocasión solemne de la intervención de Dios en la vida de una persona. (Dr. Paul Tournier, The Healing ofPersons, 198) Empezamos imaginando que les estamos dando a ellos; terminamos por darnos cuenta de que ellos nos han enriquecido a nosotros. (Homilía de Juan Pablo II, Londres, 1982) Los enfermos fueron pieza clave en el anuncio del Reino que constitituyó la misión de Jesús. ¿Lo son hoy en las comunidades de Jesús? (Labor Hospitalaria, 215/1, 1990,10)

11

Capítulo 1. Los enfermos, hermanos y hermanas en Cristo, y nosotros La importancia de la pastoral sanitaria: samaritanos y obreros del reino de Dios Recibiendo al dar: crecimiento a través del ministerio de pastoral sanitaria "No estás lejos del reino de Dios" La búsqueda de la santidad en la pastoral de enfermos y nuestra actitud en el mundo El sufrimiento: enfrentados con el misterio más antiguo "Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre" Atender a toda la persona: cuerpo-mente-espíritu El agente de pastoral sanitaria, promotor de la medicina y la oración

23

Capítulo 2. Relación y evangelización Los enfermos, Dios y nosotros: cuatro principios "Si tenéis favoritismos, cometéis un pecado" Pastoral sanitaria y evangelización Pacientes problemáticos y discutidores Cuando un "No, gracias" es sólo un "No" a medias

25 27 28 32 34

Capítulo 3. Aspectos no verbales de la pastoral sanitaria El entorno y la gente Cómo decimos lo que decimos

37 39

13 15 16 17 18 20 22

Gestos, maneras, posturas Comunicando con el silencio, no temiéndolo Distancia interpersonal y contacto físico El tiempo del enfermo y nuestro tiempo Capítulo 4. La oración y la Biblia en la pastoral sanitaria Nuestro tiempo de oración Cuando no nos sentimos con ganas de visitar Orando antes de visitar Orando con el enfermo: aspectos verbales y no verbales Nuestra lectura personal de la Biblia Nuestro ministerio con la Biblia y basado en la Biblia El ayuno como complemento bíblico a la oración Pastoral de enfermos y consej o no profesional Capítulo 5. El ministerio sacramental en la pastoral sanitaria La Comunión: nuestra maravilla como ministros de la Eucaristía y la reeducación de los fieles La oración antes de la Comunión Después de la Comunión: actitudes y problemas La Unción de enfermos: sacramento y sacramental El sacramento de Reconciliación y la confesión no sacramental : Capítulo 6. Nuestro encuentro con los problemas: físicos y espirituales "Nunca he rezado" ¿Por qué hay tanto sufrimiento sin sentido en el mundo? Desesperanza de sí mismo "Yo digo que tiene que haber Algo" Pérdida de fe Alejamiento de la Iglesia Resentidos contra Dios por su enfermedad Falta de perdón

43 44 45 47

49 50 51 52 54 55 59 60

65 69 70 71 73

77 78 84 85 86 87 88 90

Capítulo 7. Con Jesús por el hospital Tristeza, ansiedad y desaliento Miedo "Soy demasiado viejo, ¿qué hago en este mundo?" Visitando en Psiquiatría La visita en Cuidados Intensivos El enfermo que está de duelo La visita en Maternidad La visita en Pediatría Enfermedad terminal y muerte inminente ¿Orar por sanación?

95 97 98 100 101 104 105 106 107 109

Capítulo 8. Orando con nuestros hermanos y hermanos Nuestros propios hábitos dé oración La oración de alabanza La oración de gracias La oración de aceptación y de gracias por la voluntad de Dios La oración de confianza, abandono y esperanza La oración ofreciendo nuestro sufrimiento La oración por la tristeza, la ansiedad, el miedo y el desaliento La oración para perdonar La oración de intercesión: por el enfermo y por otros La oración conscientes del año litúrgico Ecumenismo en el hospital: promoviendo la unión del Cuerpo de Cristo

136

índice

145

115 116 118 119 121 125 127 130 131 133

INTRODUCCIÓN Este libro, ideado como manual espiritual para quienes trabajan en el ministerio de pastoral de enfermos y personas recluidas, ofrece material para actividades como cursillos, seminarios, talleres y retiros, incluso más allá del campo sanitario. Basado en mi experiencia personal dentro de la pastoral de enfermos, mi original en inglés (Nueva York, Paulist Press, 1999) está sirviendo para la preparación de nuevos agentes de pastoral y para sus reuniones periódicas, en las cuales pueden ir presentándose los distintos temas, compartiendo después los participantes sus propias experiencias. Seamos sacerdotes, religiosos o laicos, nos damos cuenta desde el primer día de que este ministerio sólo podemos enfocarlo con una perspectiva y actitud cristianas y cimentados en las Escrituras. Es más, las referencias y citas que leemos aquí de los escritos de santos, de algunas de las encíclicas de Juan Pablo II, del Catecismo de la Iglesia Católica y de otras obras espirituales cristianas católicas o no católicas, se basan rigurosamente en la Palabra de Dios, transcendiendo las barreras interconfesionales como corresponde al creciente espíritu ecuménico en este tercer milenio. En nuestro sufrimiento múltiple de cuerpo, mente y espíritu, nos enfrentamos con problemas tan cruciales como son la angustia y la desesperanza, la pérdida de fe, el alejamiento de la Iglesia, la alienación de Dios, o la incapacidad para perdonar. Pero a medida que sintonizamos nuestro corazón con el de nuestros hermanos, se desarrolla un proceso mutuo en el que ellos y nosotros nos ayudamos a crecer espiritualmente y en el cual nos vemos ejerciendo, como «embajadores» de Cristo, una

misión evangelizadora según las circunstancias de cada una de esas personas y teniendo siempre en cuenta que muchas pueden haber sido 'sacramentalizadas' pero no tanto 'evangelizadas.' Como agentes de la pastoral sanitaria, nuestros medios, pues, serán: el consejo cristiano, la oración (de alabanza, de gracias, de confianza y abandono en él, de perdón, de intercesión), la Biblia y los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía. Preparar esta versión española no me ha supuesto simplemente traducir mi propio original, ya que, aún tratándose del mismo ministerio allá donde sirvamos en él, se encuentran a veces ciertos enfoques y diferencias culturales. Mi gratitud para todos los pacientes católicos y no católicos con quienes me he relacionado durante años, sobre todo durante mis últimos siete en Canadá en el Hospital "Dr. Everett Chalmers", de Fredericton (New Brunswick), así como a los que durante un año visité en el pueblo gaditano de San Martín del Tesorillo, y a quienes actualmente visito diariamente en la Residencia de Pensionistas "San José Artesano", de Algeciras. Muchos de ellos «se quedaron dormidos», como diría san Pablo, pero todos permanecen en mi corazón.

Capítulo 1 LOS ENFERMOS, HERMANOS Y HERMANAS EN CRISTO, Y NOSOTROS Que él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo (lTs 5,23).

La importancia de la pastoral sanitaria: samaritanos y obreros del reino de Dios Sentía algo muy especial el primer día que fui a la Oficina de Pastoral Sanitaria del Hospital "Everett Chalmers" de Fredericton (New Brunswick, Canadá). Me había recomendado mi párroco y había sido aceptado por la persona a cargo del equipo católico y por el sacerdote supervisor. Es un lugar de mucho ajetreo en algunos momentos, con pastores de todas las iglesias cristianas, así como rabinos judíos y seglares como yo entrando y saliendo, firmando el registro, obteniendo del ordenador la lista de pacientes de cada confesión (por identificación optativa al ingresarse) y partiendo para las distintas plantas. Aunque había visitado hospitales antes, aquel día me abrumaba darme cuenta de que me encontraba en un recinto único donde parte de la sociedad se encontraba recluida enfrentada con el sufrimiento, o la incertidumbre, o la crisis, o incluso la expectación de traer nueva vida al mundo. Viéndome parte de la mayoría sana (por así decirlo) se me revelaba de pronto,

con gratitud, que Dios me había dado la oportunidad de realizar lo que supone el deber de esa mayoría: servir a la otra parte, la de los enfermos y los que sufren. Cuando aquel día entré en las habitaciones y encontré los ojos de mis primeros pacientes comprendí en lo más hondo la importancia social y espiritual de la pastoral sanitaria, la gran necesidad que esos hermanos y hermanas tienen de comunicarse con nosotros y, como iría descubriendo enseguida, de «la presencia evangelizadora de la Iglesia en los centros sanitarios existentes en cada diócesis».1 Dos cosas vi muy claras aquel día. Primero, que los enfermos tienen el derecho moral de no estar solos, sino de relacionarse con otros mientras sufren, incluso mucho más que cuando no sufren. Cuando miraba ese río de visitantes durante las horas de visita, especialmente cuando salían a la calle, pude sentir, por experiencia propia, su instintiva satisfacción al verse entre los afortunados sobre cuyos cuerpos podía hacer sentir el sol sus cálidos rayos de vida cuando dejaban atrás no sólo el sufrimiento, sino tal vez también la muerte. Pero ahora, habiéndoseme dado el privilegio de unirme a la pastoral de enfermos, también me hacía consciente de su inmensa relevancia para la sociedad, tanto para los enfermos como para todos aquellos que los atienden, completando así el cuidado integral del ser humano: cuerpo, mente y espíritu. Me daba cuenta de que al poner Dios en nuestro corazón el deseo de ocuparnos en este ministerio, se nos permite no sólo convertirnos en sus samaritanos, sino también en «embajadores de Cristo» (2Co 5,20), obreros de Dios en el vasto campo de sus hijos sufrientes, pues «la mies es mucha y los obreros pocos» (Le 10,2). Para quienes practiquen la visitación de pastoral sanitaria en un hospital o en las casas, este ministerio llega a ser pronto un descubrimiento diario de su propia condición corno hijos de Dios y como miembros del Cuerpo de Cristo. Como visitador láco católico y ministro de la Eucaristía, siempre en estrecho contacto coi no católicos, me di cuenta desde el principio

1. Congreso Iglesia y Salud, Madrid,EDICE, 1995, pág. 443.

de que este ministerio estaba basado en las palabras de Jesús: «estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25,36). Me daba cuenta además de que, como cristianos, podíamos enfocarlo únicamante desde una perspectiva cristiana y con una actitud cristiana. Toda situación y problema que se encuentre, independientemente de nuestra confesión religiosa, tiene un comentario o respuesta en las Escrituras, el faro infalible de todos nosotros. En nuestro múltiple sufrimiento de cuerpo, mente y espíritu nos enfrentamos con problemas cruciales y, a medida que nuestro corazón sintoniza con los de nuestros hermanos, nos esforzamos por asistirles. Pero en este proceso ellos también nos ayudan a nosotros, en este mundo moderno y materialista, a crecer espiritualmente en nuestras necesidades de evangelización, de consejo cristiano, de oración y de la Biblia; y, dentro de la Iglesia Católica, de los sacramentos de la Reconciliación y la Comunión.

Recibiendo al dar: crecimiento a través del ministerio de pastoral sanitaria A medida que vivimos este ministerio nos damos cuenta de que, como dijo Juan Pablo II en una ocasión, «empezamos imaginando que les estamos dando a ellos; terminamos dándonos cuenta de que ellos nos han enriquecido». Es en este frecuente enfrentamiento con el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas, en su compartir con nosotros su caminar emocional y espiritual, y a veces incluso al rechazarnos calladamente, cuando ellos insospechadamente se convierten en un poderoso apoyo en nuestro propio caminar y un instrumento para nuestro crecimiento espiritual. Por eso, aunque es verdad que, como dijo Jesús, «hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35), pacientes y visitadores son una bendición los unos para los otros, y estos pueden beneficiarse mucho en cada caso, sea cual sea la situación. Una vez, mientras oraba por un oficial jubilado de las Fuerzas Armadas a quienes estaban dando quimioterapia, sentí su mano acariciándome el hombro con un contacto fraterno, tal vez por

16

haberle dicho yo que había estado un poco bajo de forma últimamente y haberle pedido oración.

siempre las últimas palabras de Jesús al escriba: «No estás lejos del Reino de Dios» (Me 12,34).

«No estás lejos del reino de Dios»

La búsqueda de la santidad en la pastoral de enfermos y nuestra actitud en el mundo

Las palabras de Jesús en Marcos 12,34, dirigidas al escriba que había declarado su amor a Dios y al prójimo, nos vienen a la mente en el contexto de la pastoral sanitaria. Nuestro ministerio del hospital, realizado por amor a Dios y a los demás, nos acercará sin duda alguna a Dios. Jesús estaba también citando la Ley, donde Dios nos dice cómo debemos amarle, «con toda tu fuerza» (Deut 6,5), y dijo al escriba cuando este le preguntó cuál era el primero de los mandamientos: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente (Mt 22,37) [...] El segundo, semejante a este, es: Amarás al prójimo como a ti mismo (Mt 22,38-39). No existe otro mandamiento mayor que estos (Me 12,30-31).

Además de nuestro propio reflexionar sobre las palabras «con toda tu fuerza», es decir, no a medias, san Agustín nos dice: El amor de Dios es lo primero que se manda, y el amor del prójimo lo primero que se debe practicar [...] amando al prójimo te harás merecedor de amarle a él. El amor del prójimo limpia los ojos para ver a Dios, como lo dice claramente Juan: Si no amas a tu prójimo, que estás viendo, ¿cómo vas a amar a Dios, que no ves? (Un 4,20).2

Y para que no tengamos duda alguna sobre dónde conseguir esta clase de amor para nuestros pacientes, san Agustín añade que se trata de «la gracia de Dios, por la cual es derramada la caridad de Dios en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado».3 Pidámosle a Jesús ese amor, pues él está intercediendo continuamente por nosotros y nos lo dará (Hb 7,25). Y puesto que todos necesitamos que nos animen, recordemos

2. Tratados sobre el Evangelio de san Juan, XVII.8, Obras de san Agustín, XIII, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1955. 3. «De la gracia de Jesucristo y del pecado original», I, XXVI.27. Obras de San Agustín, VI, Tratados sobre la gracia, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1956.

«Santifícaos por tanto y sed santos; porque yo soy Yahvé, vuestro Dios» (Lv 20,7). Como cristianos sabemos que la 'santidad' depende de nuestra vida diaria, no de grandes actos de santidad. Así pues, hemos de rogar a Dios que nuestro trabajo de pastoral de la salud sea una búsqueda de la santidad natural y dirigida por el Espíritu. Porque, sin la ayuda del Espíritu, corremos el riesgo de perseguir una buena imagen propia, un sentirnos bien por ser buenos y por hacer el bien, o un sentimiento de logro espiritual. Recordemos que lo que quiere Dios es «amor, no sacrificio» (Os 6,6; Mt 9,13). Para él la verdadera prueba de santidad está en lo que hacemos por otros, cómo llevamos a cabo nuestras obligaciones con un corazón lleno de amor por los pacientes, «pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (Un 4,20). Es por nuestra relación con la gente, especialmente con nuestros pacientes en la pastoral de la salud, como podremos medir nuestra relación con Dios y ver cómo de auténtica es nuestra búsqueda de santidad. Esto no tiene nada que ver con 'sentirse santo'; nosotros no podemos tampoco medir nuestra santidad por cómo nos sentimos. Más bien es una cuestión de 'cómo relacionarse' con los demás de una manera santa, guiados suavemente por el Espíritu Santo, pues se nos dice en Hebreos: «Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (Hb 12,14). Por otra parte, podemos no sentirnos dignos de lo que hacemos -y yo personalmente tengo que esforzarme de vez en cuando para no caer en esta trampa-, pero pensemos que Dios, no nosotros, nos ha puesto ahí. Pero hay otro aspecto de nuestra vida como agentes de pastoral que debemos tener muy presente: nuestra actitud en el mundo. Al estar dedicados a un ministerio como este, hemos de ver a Jesús en cada enfermo y ser también conscientes de que él nos acompaña (sobre todo en la realidad de su presencia eucarística) y de que somos sus intercesores ante Dios.

Pues bien, eso nos obliga, sencillamente, a no exponernos (aparte de nuestra conducta cristiana con los demás) a los continuos contactos que el enemigo nos proporciona en nuestra sociedad, por ejemplo, en nuestras conversaciones y, de la forma más adictiva, por la televisión. No se trata de decir que nada que veamos nos asusta, sino de que, lo mismo que ciertas revistas y libros, nos muestra y hasta glorifica vidas de pecado, sea en películas o en tertulias, y «ya sólo en mencionar las cosas que hacen ocultamente da vergüenza» (Ef 5,12).

El sufrimiento: enfrentados con el misterio más antiguo «Si los ángeles pudieran envidiar, nos envidiarían dos cosas: primero, la Santa Comunión y segundo, el sufrimiento»,4 escribió santa Faustina Kowalska (muerta en 1938 y canonizada en 2000), una de las muchas personas santas misteriosamente escogidas por Dios para sufrir, o que le ofrecieron a él su sufrimiento.5 Aunque en los capítulos 6 y 8 se habla del sufrimiento más extensamente, debemos reconocer ahora que, si nos proponemos verlo, dondequiera que vamos nos enfrentamos con él; y no siempre sufrimiento físico, sino, a niveles más profundos, el dolor continuo de las heridas de la vida que invade todo nuestro ser con mayor fuerza cuando nos encontramos debilitados por la enfermedad. Nos damos cuenta de que si nos identificamos con los enfermos como debemos, si vemos a Jesús en cada uno de ellos y nos esforzamos por atenderlos en su nombre, descubrimos que, por su bien, tenemos que saber qué hacer ante ese sufrimiento. Como testigos de Jesús tenemos la misión de inspirar en ellos, con nuestra manera de hablar y de orar con ellos, la convicción de que «el sufrimiento, secuela del pecado original, recibe

4. Santa Faustina Kowalska. Diario.La Divina Misericordia en mi alma (1408), Stockbridge, Massachusetts, Ediciones de los Padres Marianos de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, 1997. 5. Entre otras, por ejemplo, santa Teresa de Lisieux (muerta en 1897) y el Padre Pío (muerto en 1968).

un sentido nuevo, viene a ser participación en la obra salvífica de Jesús" {Catecismo de la Iglesia Católica, 1521).6 Cuando nos enfrentamos con el sufrimiento nos enfrentamos también con otra cosa. Vemos pacientes que de pronto se preguntan por qué hay mal en el mundo, por qué hay sufrimiento y por qué están ellos sufriendo si no han hecho nada realmente malo, mientras que conocen a gente mala que vive felizmente. ¡Qué duramente nos hieren esas preguntas y comentarios! Podríamos decir que el sufrimiento es sufrimiento precisamente porque, o cuando, no vemos razón alguna para ello. Y si nuestra fe no ha alcanzado la solidez de la verdadera conversión y de una relación personal con Jesús y tratamos de ser 'lógicos,' nuestro sufrimiento puede convertirse en una peligrosa tentación y esa fe empezará a tambalearse peligrosamente. Y, por añadidura, como dice Juan Pablo II en su encíclica de 1984, Salvifici Doloris, «la sensación de inutilidad del sufrimiento, sensación que a veces está arraigada muy profundamente en el sufrimiento humano [...] no sólo consume al hombre dentro de sí mismo, sino que parece convertirlo en una carga para los demás [...] se siente condenado a recibir ayuda y asistencia por parte de los demás» (27). 'Los demás' incluye a los visitadores pastorales que desean ayudar, y lo vemos cuando estamos visitando; por eso nos es mucho más fácil visitar a una persona de fe firme, aunque sea un paciente terminal, ya que tantas veces fortalece nuestra fe. ¿Cómo podemos ayudar a otros muchos que una vez acometidos por la enfermedad se quedan solos con su sufrimiento porque no están con Jesús, aunque Jesús sí está con ellos? Juan Pablo II ha dicho también que parte de nuestra misión de evangelización de los enfermos es «tratar de dar luz, comunicando los valores evangélicos, el modo de vivir, sufrir y morir del hombre de nuestros tiempos» («Cuidado del enfermo»). En una homilía de 1984 dirigida a varios cientos de enfermos, les animó diciendo: ¡Queridos enfermos! ¡Ofreced vuestros sufrimientos al Señor con amor y generosidad por la conversión del mundo! El hombre debe comprender la

6. Abreviado de aquí en adelante como CCE.

gravedad del pecado, de ofender a Dios, y convertirse a él, que por amor le creó y le llama a la felicidad eterna [...] Aceptad vuestros dolores con valentía y confianza, también por los que están sufriendo en el mundo [...] ¡La Iglesia necesita personas que oren y amen en silencio y en el sufrimiento; y en vuestra enfermedad vosotros podéis ser verdaderamente esos apóstoles!

Y para el Día del Enfermo de 1997, el Papa dijo: El sufrimiento y la enfermedad son parte de la condición humana. Sin embargo, en la muerte y resurrección de Cristo la humanidad descubre una nueva dimensión de su sufrimiento; en lugar de ser un fracaso, se revela a sí mismo como ocasión para ofrecer un testimonio de fe y amor.

No muchos de nosotros creemos realmente que «en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que le aman (Rm 8,28), pero ¿estamos dispuestos a aplicar esas palabras en la consulta del dentista cuando esperamos y soportamos el dolor? ¿Cuántos de nosotros, como primera reacción ante el sufrimiento, o el sufrimiento inminente, creemos que estamos a punto de tomar la cruz de Cristo sobre nuestros hombros? ¿Cuántos de los que queremos ser buenos cristianos creemos de verdad en las advertencias de Jesús sobre el sufrimiento, cuando nos dice que el seguirle a él no es fácil? «¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida!» (Mt 7,14). El sufrimiento no es únicamente físico; puede ser causado por la ingratitud de un amigo, o por un cónyuge increyente o infiel. Es terrible sufrir cuando, además de enfrentarnos con la muerte, parece inútil, cuando no podemos ver en él significado alguno, cuando carecemos de fe para aceptar el regalo del sufrimiento de Cristo por nosotros en la cruz. ¿Creemos realmente que «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna»? (Jn 3,16), ¿y que Dios nos lo dio, él mismo hecho hombre, por medio de la muerte más dolorosa y humillante?

«Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre» Vemos, pues, que puesto que sanos cuerpo, mente y espíritu, el sufrir física o psicológicamente debilitael cuerpo, la mente y también el espíritu

cuando nos llega sin que tengamos puesta «la armadura de Dios» (Ef 6,11) de la fe fuerte y la esperanza. La enfermedad no es vida sino muerte, no es luz sino oscuridad. Hemos de admitir, sin temerlos, que muchos de¿ esos «espíritus impuros» (Me 1,27) como los que echaba Jesús en ¿ | ministerio pueden estar atacando a algunos pacientes y pueden muy bSfn haber hecho su morada en ellos. ^ . A veces eso es con lo que los agentes de pastoral tienen que e n f r ^ i r s ^ en un hospital o en una casa: «Había allí una mujer que tenía un «fcpír^su de enfermedad hacía dieciocho años» (Le 13,11). Esto no quiere decir que debamos sacar este tema, ni que siquiera lo mencionemos, cuando estemos visitando y orando con los pacientes, sino únicamente que debemos reconocer la presencia concreta del mal, pues sabemos que «nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra [...] los Espíritus del Mal» (Ef 6,12). Puede hacerse mucho daño tratando de hacer el papel de los por otra parte bien intencionados amigos de Job, al sugerir que la enfermedad es consecuencia del pecado de la persona con quien hablamos. Aunque no descartemos la posibilidad, no debemos nunca precipitarnos con respecto a nadie; en lugar de eso, recordemos lo que Jesús dijo a los que le preguntaban acerca del hombre que había nacido ciego: «Ni él ni sus padres han pecado» (Jn 9,2), y afirmó que aquellos pobres galileos que habían sido atrapados al derrumbarse una torre no eran más pecadores que otros (Le 13,2-3). Debemos tener muchísimo cuidado de no hacer asociación alguna entre la enfermedad y el pecado, a menos que el paciente saque el tema. Sin embargo, es necesario estar muy atentos, sin fanatismos, a la posibilidad de la relación entre el pecado personal y el sufrimiento, las consecuencias del pecado en nuestro árbol genealógico,7 y la relación entre el pecado del

/ I (x i.slr una abundante literatura, así como retiros, dedicados a este campo de la sanación KiMiCTiicionul. bien conocidoentre católicos y no católicos. Véase, por ejemplo: Dr. Kenneth Mi'( 'nll, llc the Family Tree (Sanando el árbol genealógico) (Londres: Sheldon Press, l'M.'). el claretiano John Hampsch, Healing Our Family Tree (Sanando nuestro árbol tfi

Get in touch

Social

© Copyright 2013 - 2024 MYDOKUMENT.COM - All rights reserved.