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Lunes 1 de abril Hugo EVANGELIO Mateo 28, 8-15 8
Con miedo, pero con mucha alegría, se marcharon a toda prisa del sepulcro y corrieron a anunciárselo a los discípulos. 9 De pronto Jesús les salió al encuentro y les saludó diciendo: -¡ Alegraos! Ellas se acercaron y se postraron abrazándole los pies. 10 Jesús les dijo: -No tengáis miedo; id a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán. 11 Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad e informaron a los sumos sacerdotes de todo lo sucedido. 12 Éstos se reunieron con los senadores, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una suma considerable, 13 encargándoles: -Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais 14 y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros lo calmaremos y os sacaremos de apuros. 15 Los soldados aceptaron el dinero y siguieron las instrucciones. Por eso corre esta versión entre los judíos hasta el día de hoy.
COMENTARIOS I Las mujeres buscan en el sepulcro a Jesús el crucificado, es decir, piensan que Jesús está definitivamente muerto. De hecho, habían ido a visitar el sepulcro sin esperar nada extraordinario, pensando que allí estaba encerrado el cuerpo de Jesús. El ángel ha corrido la losa para que pueda constatarse que Jesús no está en el sepulcro. Las mujeres deben ser testigos del hecho, para comunicarlo inmediatamente a los discípulos. Al contrario que en Mc, evangelio en el que no dicen nada a nadie "del miedo que tenían", el miedo de las mujeres en el evangelio de Mateo está mezclado de gran alegría, y van a cumplir el encargo, y ellas mismas tienen un encuentro con Jesús. El saludo de éste («alegraos») es el ordinario de la cultura griega, traducido en 27,29 por «salud». En este contexto, sin embargo, recuerda la recomendación de Jesús a los discípulos para el tiempo de persecución (5,12): «alegraos y regocijaos, que Dios os va a dar una gran recompensa». La recompensa allí anunciada es la vida que supera la muerte, visible ahora en Jesús. Jesús las exhorta a no temer. Su resurrección es sólo causa de alegría, repite el encargo del ángel: "No tengáis miedo; id a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán" (v. 10). El Resucitado llama a los discípulos «sus hermanos». Ahora, cuando está disponible el Espíritu, puede llamarlos así: el Espíritu los hace hijos del mismo Padre. "Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad e informaron a los sumos sacerdotes de todo lo sucedido. 12 Éstos se reunieron con los senadores, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una suma considerable (vv. 11-12)". . Mateo quiere subrayar de nuevo la mala fe de los dirigentes judíos. Lo mismo que las mujeres han ido a dar la noticia a los amigos de Jesús, los guardias van a sus enemigos. Ante el informe de los guardias, se reúne de nuevo el Gran Consejo (cf. 26,3.59; 27,1.7.62) para tratar de contrarrestar los hechos. No les interesa lo que realmente suceda, sino la repercusión que pueda tener en el pueblo. Se adivina la ofensiva de las comunidades judías contra la primitiva predicación cristiana. Encargándoles: -Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais, y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros lo calmaremos y os sacaremos de apuros. Los soldados aceptaron el dinero y siguieron las instrucciones. Por eso corre esta versión entre los judíos hasta el día de hoy (vv. 13-15). Encargan a los soldados que difundan un rumor y les prometen su apoyo ante Pilato, si fuese necesario. El gobernador es vulnerable después de la sentencia que le han obligado a pronunciar (27,26). Los pretorianos eran mercenarios y están dispuestos a ser sobornados. Aceptan el dinero como
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-2 lo había aceptado Judas (26, l4-l6). Insiste Mateo en el poder corruptor del dinero, arma del sistema opresor. Con dinero se habían apoderado de Jesús; con dinero quieren impedir la fe en él: el dios falso se opone al Dios verdadero. El efecto del rumor llega hasta los tiempos de Mateo.
II Con la reacción de las mujeres, testigos de primera hora de la resurrección de Cristo, y la de los soldados, también testigos a su manera, se presentan las das posibilidades que todo ser humano puede asumir frente a Jesús y a su mensaje de vida. Las mujeres, y luego los discípulos, elegirán el servicio del Dios de la vida, que se ha hecho presente plenamente en la resurrección de Jesús. Su aceptación del mensaje pascual las llena de alegría y las capacita para transmitir un mensaje que supera la muerte. Por el contrario, los soldados y los jefes del pueblo querrán silenciar ese mensaje que pone de manifiesta su furia homicida y su adoración del dinero, fuente de muerte y de silenciamiento de la verdad en la sociedad de Jesús y en nuestra sociedad. El ídolo que produce muerte ha ocupado en ellos el lugar del Dios verdadero, revelado por la vida y la práctica de Jesús. Ambas prácticas llegan hasta el "hoy" en que se escribe el Evangelio y siguen presentes a lo largo de toda la historia humana. El dinero, aliado indisoluble de la muerte, sigue siendo causa de opresión y de mentira. Frente a él se yergue más fuerte la Vida revelada por Jesús, y nosotros debemos continuar su obra
Martes 2 de abril Francisco de Paula EVANGELIO Juan 20, 11-18 11
Maria se había quedado junto al sepulcro, fuera, llorando. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro 12 y vio dos ángeles vestidos de blanco sentados uno a la cabecera y otro a los pies, en el lugar donde había estado puesto el cuerpo de Jesús. 13 Le preguntaron ellos: -Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: -Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. 14 Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. 15 Jesús le preguntó: -Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Ellá, pensando que era el hortelano, le dice: -Señor; si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré. 16 Le dice Jesús: -María. Volviéndose ella, le dijo en su lengua: -Rabbuni (que equivale a "Maestro"). 17 Le dijo Jesús: -Suéltame, que aún no he subido con el Padre para quedarme. En cambio, ve a decirles a mis hermanos: “Subo a mi Padre, que es vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios". 18 María fue anunciando a los discípulos: -He visto al Señor en persona, y me ha dicho esto y esto.
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COMENTARIOS I vv. 11-18. Jesús había anunciado a los suyos la tristeza por su muerte, pero asegurándoles la brevedad de la prueba y la alegría que les produciría su vuelta (16,16-23a). Mana, en cambio, llora sin esperanza (cf. 11,33) (11); ha olvidado las palabras de Jesús: No se separa del sepulcro, donde no puede encontrarlo. Los guardianes del lecho (dos ángeles) (12) son los testigos de la resurrección y están dispuestos a anunciarla. Blanco, color de la gloria divina; su presencia es un anuncio de vida. El vestido y la pregunta de los ángeles (13) muestran que no hay razón para el llanto. Mujer, apelativo usado por Jesús con su madre (2,4 y 19,6), la esposa fiel de Dios en la antigua alianza, y con la samaritana (4,21), la esposa infiel. Los ángeles ven en María a la esposa de la nueva alianza, que busca desolada al esposo, pensando haberlo perdido. Respuesta de María: como la primera vez que llegó al sepulcro (20,2), sigue pensando que todo ha terminado con la muerte. Mientras siga mirando al sepulcro no encontrará a Jesús. En cuanto se vuelve (14), lo ve de pie, como una persona viva, pero la idea de la muerte la domina y no lo reconoce. La pregunta de Jesús (15) repite en primer lugar la de los ángeles: no hay motivo para llorar. Añade ¿A quién buscas?, como en el prendimiento (18,4.7), para darse a conocer. Pero María no pronuncia su nombre. Hortelano: vuelve la idea del huerto/jardín, según el lenguaje del Cantar (19,41). Se prepara el encuentro de la esposa (Mujer) con el esposo (3,29). María, obsesionada con su idea, piensa que la ausencia de Jesús se debe a la acción de otros (si te lo has llevado tú). Jesús la llama por su nombre (16)y ella reconoce su voz (10,3; cf. Cant 5,2). Se vuelve del todo, sin mirar más al sepulcro, que es el pasado. Al esposo responde la esposa (cf. Jr 33,11; Jn 3,29): se establece la nueva alianza por medio del Mesías. Rabbuni, “señor mío”, tratamiento de los maestros, pero también de la mujer dirigiéndose al mando. El lenguaje nupcial expresa la relación de amor y fidelidad que une la comunidad a Jesús; pero este amor se concibe en términos de discipulado, es decir, de seguimiento. Gesto implícito de María (Cant 3,4: »Encontré al amor de mi alma; lo agarraré y ya no lo soltaré»). La alegría del encuentro hace olvidar a María que su respuesta a Jesús ha de ser el amor a los demás. A ese gesto responde Jesús al decirle: Suéltame. Da la razón (aún no he subido, etc.). La fiesta nupcial será el estadio último, cuando la esposa, la humanidad nueva, haya recorrido su camino, el del amor total, y la creación quede perfectamente realizada. Jesús envía a María con un mensaje para los discípulos, a los que por primera vez llama sus hermanos: amor fraterno, comunidad de iguales. Antes de la subida definitiva de Jesús al Padre (para quedarme), junto con la humanidad nueva, hay otra subida que dará comienzo a la nueva historia. Volverá con los discípulos (14,18). La mención del Padre de Jesús como Padre de los discípulos responde a la promesa de 14,2-3: »En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos, etc.». Jesús sube ahora para dar á los suyos la condición de hijos (mis hermanos), mediante la infusión de su Espíritu (14,16s). Esta experiencia les hará conocer a Dios como Padre (17,3); será su primera experiencia verdadera de Dios. No van a llamar Padre al que conocen como Dios, sino al contrario: llamarán Dios al que experimentan como Padre. No reconocen a otro Dios más que al que ha manifestado en la cruz de Jesús su amor gratuito y generoso por el hombre, comunicándole su propia vida. Es el único Dios verdadero (17,3). La comunidad recibe noticia de la resurrección de Jesús (18).
II El evangelio nos presenta de una manera idílica el encuentro del Señor resucitado con una de sus más fieles discípulas: María Magdalena. Es idílico el lugar: Se trata del huerto en donde se encontraba, según san Juan, la tumba de Jesús. Idílica la trama del relato: los ángeles preguntan a la mujer por la causa de su llanto; lo mismo el hortelano; ella responde que llora la ausencia de su Señor, y recibe del Resucitado mismo la respuesta anhelada, cuando la llama por su propio nombre: "¡María!". Parecería una escena del Cantar de los Cantares.
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-4 María nos representa a todos los seres humanos, ansiosos de encontrar el sentido definitivo de nuestra existencia, la clave de todos los enigmas, el remedio eficaz para todos nuestros males. Nosotros los cristianos sabemos que el Señor Resucitado es todo eso y mucha más. Pero no de una manera mágica: Él es la salvación, el perdón, la vida en plenitud, en la medida en que nos comprometamos a compartirlo con los demás. Es por eso que María Magdalena no puede tocar a su Maestro y abrazarse a sus pies para besarlos, sino que recibe el encargo de hacerse misionera, evangelizadora, de ir a anunciar a los discípulos la «buena nueva» de la resurrección. Como la Magdalena también nosotros hemos de convertirnos en pregoneros de la gran noticia. Que Dios nos ha visitado en Jesucristo a quien resucitó de entre los muertos.
Miércoles 3 de abril Ricardo – Sixto – Juan Bautista de la Salle EVANGELIO Lucas 24, 13-35 13
Aquel mismo día, dos de ellos iban camino de una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén, 14 y conversaban de todo lo que había sucedido. 15 Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos, 16 pero algo en sus ojos les impedía reconocerlo. 17 E1 les preguntó: -¿Qué conversación es esa que os traéis por el camino? Se detuvieron cariacontecidos, 18 y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: -¿Eres tú el único de paso en Jerusalén que no se ha enterado de lo ocurrido estos días en la ciudad? 19 É1 les preguntó: -¿De qué? Contestaron: -De lo de Jesús Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo; 20 cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron, 21 cuando nosotros esperábamos que él fuese el liberador de Israel. Pero, además de todo eso, con hoy son ya tres días que ocurrió. 22 Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han dado un susto: fueron muy de mañana al sepulcro 23 y, no encontrando su cuerpo, volvieron contando que incluso habían tenido una aparición de ángeles, que decían que está vivo. 24 Algunos de nuestros compañeros fueron también al sepulcro y lo encontraron tal y como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron. 25 Entonces Jesús les replicó: -¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo que dijeron los profetas! 26 ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en su gloria? 27 y, tomando pie de Moisés y los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. 28 Cerca ya de la aldea adonde iban, hizo ademán de seguir adelante, 29 pero ellos le apremiaron diciendo: -Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día va ya de caída. El entró para quedarse con ellos. 30 Estando recostado con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo ofreció. 31 5e les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció de su vista. 32 Entonces se dijeron uno a otro: -¿No estábamos en ascuas mientras nos hablaba por el camino haciéndonos comprender la Escritura? 33 Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén; encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, 34 que decían: -Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. 35 Ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
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COMENTARIOS I EL LARGO CAMINO DEL HOMBRE OBSTINADO EN TENER RAZON El episodio de Emaús, propio de Lucas, describe el camino que tienen que hacer los discípulos para reconocer la presencia de Jesús en la historia. Lucas enfoca («Y mirad») la comunidad de discípulos («dos de ellos») en el momento en que, simbólicamente, deciden, de mala gana, dejar la institución judía («que distaba dos leguas de Jerusalén») en dirección a una aldea, llamada Emaús (24,13). La conversación que sostienen entre ellos explicita, de palabra, el recorrido que hacen físicamente. Comentan los acontecimientos negativos que han dejado en ellos una profunda frustración (24,14). La ideología que comparten les impide reconocer a Jesús en el compañero de viaje (24,15-16). Reconocen que era un Profeta, pero siguen adictos a los dirigentes de Israel, a pesar de que éstos lo han traicionado y ejecutado («los sumos sacerdotes y nuestros jefes», 24,20), y proyectan sobre su persona rasgos nacionalistas («Jesús, el Nazareno», 24,19): «Cuando nosotros esperábamos que él fuese el liberador de Israel» (24,21a). Como quiera que sólo esperaban un triunfo terrenal, ni las repetidas predicciones de Jesús (9,22.44s; 18,32-34) ni los indicios de su resurrección (testimonio de las mujeres y de los representantes de la Escritura, 24,22; ni la confirmación del relato de las mujeres por parte de Pedro (24,24) no han avivado su esperanza: «Pero, además de todo eso, con hoy son ya tres días que ocurrió» (24,21b). JESUS ABRE EL SENTIDO PROFUNDO DE LA ESCRITURA Lucas concentra en esta escena y en la que seguirá, de la que ésta es un desdoblamiento, toda la artillería pesada con el fin de librar la batalla decisiva contra la mentalidad que continúa amarrando a tierra a sus comunidades y les impide reconocer a Jesús en el camino de la historia de los hombres. La resistencia proviene, como en el caso de los discípulos, de la mentalidad que los invade y de la falta de entrega personal, con la excusa de que no lo ven claro, de que la situación no hay quien la arregle, de que ya están de vuelta de todo. En primer lugar Jesús les recuerda, de palabra, lo que ya les había dicho antes por partida triple (las predicciones sobre su muerte y resurrección), insistiendo en que todo eso ya estaba contenido en la Escritura: «¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo que dijeron los Profetas! ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en su gloria?" Y, tomando pie de Moisés y de los Profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura» (24,25-27). La temática es la misma de la escena de la transfiguración y de la escena de las mujeres en el sepulcro. Aquí es Jesús en persona el que les imparte la lección. En el prólogo de Hch 1,3 dirá Lucas, de forma resumida, que la lección duró «cuarenta días». Su mentalidad nacionalista a ultranza y triunfalista les impide comprender el sentido de las Escrituras. Ni siquiera el fracaso del Mesías los ha hecho cambiar. Ahora, peor todavía, como están quemados y de vuelta, regresan al bastión inexpugnable que les queda, la «aldea de Emaús». El día ya declina, oscurece, cae la tiniebla: pero ellos siguen adelante, arrastrándose por la vida decepcionados y resignados. La segunda lección que les impartirá Jesús será con hechos. Pero antes ha sido preciso que ellos diesen señales de vida: «Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día va ya de caída» (24,29). Han acogido al hombre, sin saber que era Jesús. Este ha hecho ademán de seguir adelante (24,28), para que fuesen ellos quienes tomasen la iniciativa de darle acogida. Tienen que hacerse «prójimos», acercándose a las necesidades humanas y compartiendo lo que tienen. «Y sucedió que, estando recostado con ellos a la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció» (24,30). Jesús les da la misma señal que les había dado en la escena del compartir los panes (9,16) y que los llevó a reconocerlo como Mesías (9,18-20). Se dan cuenta de que es él en la acción de compartir el pan (24,35) para que comiera de él todo Israel. Lo sienten viviente, como cuando «estaban en ascuas mientras les hablaba por el camino» (24,32). Palabra y gesto: si queremos comprender el plan de Dios, debemos habituarnos también nosotros a compartir, como Jesús se entregó a sí mismo en un acto supremo de donación (22,19) y lo significó mediante la «partición del pan». Mientras vayamos en busca de una iglesia triunfante, bien considerada y aplaudida por los poderosos, mientras confiemos en los grandes medios de comunicación como formas de evangelización, por el estilo de los carismáticos evangelistas que dominan las
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-6 televisiones americanas, remaremos contra corriente y no descubriremos nunca a Jesús en la pequeña, pobre e insignificante historia de los hombres y mujeres que nos rodean o que se nos acercan.
II Un paralítico pide dinero en la puerta principal del templo, y Pedro y Juan le comparten lo que tienen: la fuerza del Espíritu de Jesús. El hombre que estaba postrado y en una situación de dependencia, recupera su dignidad. Se pone de pie de un salto y comienza a andar para dar testimonio con su presencia de la acción del Resucitado. El hombre camina con dignidad junto a los apóstoles. La gente, acostumbrada a verlo por el suelo, se sorprende de su actitud y teme por lo que pueda pasar. El levantamiento de este hombre y su ingreso a templo, de donde estaba excluido por su enfermedad sublevan el orden establecido y anuncian una nueva realidad. Con la acción de Jesús por medio de Pedro Juan, la práctica transformadora del mundo que intentaron extinguir paría violencia renace otra vez entre los pobres, para afirmar la condición del ser humano ante Dios. Por su parte, El camino de Emaús es el proceso de conversión de los discípulos. Ante la tragedia, el fracaso y la incertidumbre los seguidores se alejan. Pero Jesús les sale al encuentro y, a través de la reflexión sobre la realidad, desde la Palabra de Dios -«con Biblia y el periódico», se diría hoy en América latina les abre el entendimiento para que perciban la fuerza de la Resurrección, y de la Utopía del Reino que en ella se manifiesta.
Jueves 4 de abril Gema Galgani – Dionisio – Constanza EVANGELIO Lucas 24, 35-48 35
Ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo hab Mientras hablaban de esto, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: -Paz con vosotros. 37 Se asustaron y, despavoridos, pensaban ver un fantasma. 38 É1 les dijo: -¿Por qué ese espanto y a qué vienen esas dudas? 39 Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y mirad; un fantasma no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. 40 Dicho esto, les mostró las manos y los pies. 41 Como aún no acababan de creer de la alegría y no salían de su asombro, les dijo: -¿Tenéis ahí algo de comer? 42 Ellos le ofrecieron un trozo de pescado asado; 43 él lo cogió y comió delante de ellos. 44 Después les dijo: -Esto significaban mis palabras cuando os dije, estando todavía con vosotros, que todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mi tenía que cumplirse. 45 Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran la Escritura. 46 y añadió: -Así estaba escrito: El Mesías padecerá, pero al tercer día resucitará de la muerte; 47 y en su nombre se predicará la enmienda y el perdón de los pecados a todas las naciones. Empezando por Jerusalén 48 vosotros seréis testigos de todo esto. 36
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COMENTARIOS I ORDEN TAJANTE DE NO EMPRENDER NADA ANTES DE RECIBIR EL ESPÍRITU Ya hemos visto antes que «uno» y «cuarenta», referidos al período transcurrido entre la resurrección y la ascensión, engloban un periodo unitario y considerablemente largo de instrucción a los discípulos sobre el reinado de Dios, a la manera de los cuarenta años que Israel permaneció en el desierto o de los cuarenta días en que Jesús fue puesto a prueba. La escena de la aparición de Jesús al grupo de discípulos se narra también por partida doble, pero en Hechos, en razón precisamente del desdoblamiento de «uno» en «cuarenta días», se reserva para los últimos días lo que hace referencia a la realización de la promesa y al encargo universal. La orden tajante, impartida por Jesús a los apóstoles, de permanecer totalmente inactivos «en la ciudad» (lit. y gráficamente: «permaneced sentados en la ciudad», 24,49b), tiene lugar en el libro de los Hechos en una ocasión en que Jesús «comía con ellos», hacia el final del largo periodo en que se les presentó viviente (Hch 1,3): «Mientras comía con ellos, les mandó: "No os alejéis de Jerosólima; al contrario, aguardad a que se cumpla la promesa del Padre, de la que ya os he hablado; porque Juan bautizó con agua; vosotros, en cambio, seréis bautizados con Espíritu Santo de aquí a pocos días"» (Hch 1,4-5). Es exactamente la misma orden que les impuso según Lc 24,29: «Y mirad, yo os enviaré la promesa de mi Padre; vosotros quedaos en la ciudad hasta que de lo alto os revistan de fuerza.» LOS DISCIPULOS NO CEDEN NI UN PALMO, PERO JESUS TAMPOCO El Mesías padecerá, pero al tercer día resucitará de la muerte; y en su nombre se predicará la enmienda y el perdón de los pecados a todas las naciones paganas. Empezando por Jerusalén, vosotros seréis testigos de todo esto"» (Lc 24,46-48), en Hechos tiene lugar el último día, después que los apóstoles se confabulasen -más adelante veremos el motivo- para pedirle que restaurase el reino a Israel (Hch 1,6), cuya representatividad les había confiado el propio Jesús, pero que, por culpa de la deserción de Judas, se había ido al traste (recuérdese 22,3 y 22,47): «No es cosa vuestra conocer ocasiones o momentos que el Padre ha reservado a su propia autoridad (argumento disuasorio); al contrario, recibiréis fuerza cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y así seréis mis testigos en Jerusalén y también en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,7-8). Cuándo y cómo Dios intervendrá en la historia es cosa suya, nadie debe ni puede manipular sus planes; y él respeta y secunda la libertad de los hombres. El Espíritu Santo, en cambio, les dará fuerzas para realizar la utopía del reino. En el texto del Evangelio, el deseo de justicia y de solidaridad humana son condición previa para poder proclamar entre las naciones paganas la nueva y definitiva presencia de Jesús como Señor de la historia del hombre. El testimonio lo tienen que dar, en primer lugar, «en Jerusalén» (transliteración del nombre hebreo), en sentido sacral (característica que se repite -manera de subrayar su importancia- al final del primer libro y al principio del segundo), tal como lo acaba de dar él; esto les habría acarreado el éxodo forzoso, pero liberador, fuera de la ciudad sagrada. De hecho no fue así, como tendremos ocasión de comprobar cuando empecemos el segundo libro. La segunda etapa debería haber abarcado «toda la Judea (incluyendo la Galilea) y Samaria». La tercera, después de entrenarse entre los heterodoxos samaritanos, «todas las naciones paganas» (Lc), «hasta los confines de la tierra» (Hch).
II La puerta era en Israel el lugar de los juicios. Allí, Pedro encara a la nación por el oprobio que cometieron contra Jesús. El pueblo, manipulado, eligió a un homicida y no al hombre justo. Pero, en la gravedad de este error, Dios los llama a cambiar la mentalidad. Pedro presenta a Jesús de Nazaret como el profeta prometido por Moisés. Pero, para la mayor parte del pueblo, Jesús no pasó de ser un profeta como otros. Ellos esperaban a un nuevo legislador, un
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-8 militar eficaz o un sacerdote poderoso. No un hombre que muere crucificado por la traición de sus amigos. En el evangelio, Lucas nos presenta a la comunidad reticente ante la trágica realidad. El proceso de los discípulos en el camino de Emaús no era todavía una experiencia mayoritaria. Algunas personas no terminaban de creer que, al compartir el pan de la mesa y el pan de la eucaristía, Jesús se hiciera presente. El resucitado tiene que mostrarles la realidad dolorosa para que los incrédulos entren en razón. La realidad de muerte, frustración y desesperanza se convierte en gozo y alegría. El Espíritu abre el entendimiento de la comunidad. De este modo la comunidad comprende la Palabra de Dios: circulando insistentemente entre la realidad y las Escrituras.
Viernes 5 de abril Vicente Ferrer EVANGELIO Juan 21, 1-14 21 1 Algún tiempo después, se manifestó de nuevo Jesús a los discípulos junto al mar de Tiberíades, y se manifestó de esta manera: 2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (es decir, Mellizo), Natanael el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. 3 Les dijo Simón Pedro: -Voy a pescar. Le contestaron: -Vamos también nosotros contigo. Salieron y se montaron en la barca, pero aquella noche no cogieron nada. 4 Al llegar ya la mañana, se hizo presente Jesús en la playa, aunque los discípulos no sabían que era Jesús. 5 Les preguntó Jesús: -Muchachos, ¿tenéis algo para acompañar el pan? Le contestaron: -No. 6 Él les dijo: -Echad la red al lado derecho de la barca y encontrareis. La echaron y no tenían en absoluto fuerzas para tirar de ella por la muchedumbre de los peces. 7 E1 discípulo aquel, el predilecto de Jesús, dijo entonces a Pedro: -Es el Señor. Simón Pedro entonces, al oír que era el Señor, se ató la prenda de encima a la cintura, pues estaba desnudo, y se tiró al mar. 8 Los otros discípulos fueron en la barca (no estaban lejos de tierra, sino a unos cien metros) arrastrando la red con los peces. 9 A1 saltar a tierra vieron puestas unas brasas, un pescado encima y pan. 10 Les dijo Jesús: -Traed pescado del que habéis cogido ahora. 11 Subió entonces Simón Pedro y tiró hasta tierra de la red repleta de peces grandes, ciento cincuenta y tres; a pesar de ser tantos, no se rompió la red. 12 Les dijo Jesús: -Venid, almorzad. A ningún discípulo se le ocurría cerciorarse preguntándole: «¿Quién eres tú?», conscientes de que era el Señor. 13 Llegó Jesús, cogió el pan y se lo fue dando, y lo mismo el pescado. 14 Así ya por tercera vez se manifestó Jesús a los discípulos después de levantarse de la muerte.
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COMENTARIOS I v. 1: Algún tiempo después, se manifestó de nuevo Jesús a los discípulos junto al mar de Tiberíades, y se manifestó de esta manera: Intervalo temporal indeterminado (Algún tiempo después). La mención del mar / lago remite al episodio de los panes (6,1), aunque aquí usa Juan solamente la denominación de resonancia pagana (de Tiberíades), colocando la escena en contexto de misión. Los discípulos que van a mencionarse representan a todo el grupo cristiano, y el episodio contiene una enseñanza válida para todos La manifestación va a tener características diferentes de las dos anteriores (de esta manera). Va a ser al aire libre (misión), en medio de la actividad v. 2: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (es decir, Mellizo), Natanael el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discipulos. Los discípulos forman comunidad (juntos). Simón Pedro, Tomás, dispuesto a morir con Jesús, saben ahora adónde conduce esa muerte (20 24 29) Natanael representaba al Israel fiel llamado por Jesús (1,45 51), de Cana de Galilea nunca dicho antes, lo pone en relación con la madre de Jesús, figura femenina del mismo Israel (2,1-5), integrado en la nueva comunidad al pie de la cruz (19,25-27). Los Zebedeos, única vez en este Evangelio, sin nombres propios. Dos discípulos anónimos. Ya no se habla de «los Doce», los mencionados suman siete (se pensaba que los pueblos del mundo eran setenta); se trata de una comunidad abierta a la humanidad entera. v. 3: Les dijo Simón Pedro: -Voy a pescar. Le contestaron: -Vamos también nosotros contigo. Salieron y se montaron en la barca, pero aquella noche no cogieron nada. Se trata de una decisión individual de Pedro; su iniciativa arrastra a los demás. La pesca es figura de la misión. La noche, en contexto de actividad, se opone al dicho de Jesús en 9,4s: »Se acerca la noche, cuando nadie puede trabajar, etc.»; significa la ausencia de Jesús, luz del mundo. La misión, a iniciativa de Pedro, no produce fruto: "no cogieron nada". v. 4: Al llegar ya la mañana, se hizo presente Jesús en la playa, aunque los discípulos no sabían que era Jesús. La luz de la mañana coincide con la presencia de Jesús, en la playa, límite entre la tierra y el mar, que representa «el mundo» donde se ejerce la misión. Jesús se queda en la tierra firme; su acción se ejerce por medio de los discípulos. Concentrados en su esfuerzo inútil, no lo reconocen. vv. 5-6: Les preguntó Jesús: -Muchachos, ¿tenéis algo para acompañar el pan? Le contestaron: -No. Él les dijo: -Echad la red al lado derecho de la barca y encontrareis. La echaron y no tenían en absoluto fuerzas para tirar de ella por la muchedumbre de los peces. Jesús se dirige a ellos con un término de afecto: "Muchachos", chiquillos. Conscientes de su fracaso, contestan secamente. Al seguir la indicación de Jesús (6), pesca inmediata y abundante. v. 7: E1 discípulo aquel, el predilecto de Jesús, dijo entonces a Pedro: -Es el Señor. Simón Pedro entonces, al oír que era el Señor, se ató la prenda de encima a la cintura, pues estaba desnudo, y se tiró al mar. Ante el sorprendente resultado, el discípulo predilecto reconoce a Jesús. Pero Pedro (cf. 13,23; 18,15; 20, 2), que no está aún dispuesto a dar la vida con Jesús, no lo reconoce. Para indicar el cambio de actitud de Pedro se utiliza un lenguaje simbólico: la oposición desnudez-vestido y la acción de tirarse al agua. En el primer simbolismo, la clave está en la frase: se ató ... a la cintura, usada de Jesús cuando se ciñó el paño que significaba su servicio hasta la muerte (13,4.5). Pedro estaba desnudo: no había adoptado la actitud de Jesús; por eso la misión no ha producido fruto. Con la frase "se tiró al mar", Pedro muestra su disposición a dar la vida. Ahora entiende el lavado de los pies (13,7: «lo entenderás dentro de algún tiempo»). Es el único que se tira al mar, por ser el único que ha negado a Jesús. En esta narración Jesús no responde al gesto de Pedro, se dirige siempre al grupo.
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- 10 vv. 8-9: Los otros discípulos fueron en la barca (no estaban lejos de tierra, sino a unos cien metros) arrastrando la red con los peces. A1 saltar a tierra vieron puestas unas brasas, un pescado encima y pan. Los demás siguen juntos, como estaban al principio (2), y van al lugar donde está Jesús. Ven primero el fuego y la comida que él ha preparado, los mismos alimentos, pescado y pan, que había repartido en la segunda Pascua (6,9.11). Es el pan de vida (6,51), Jesús mismo.
vv. 10-11: Les dijo Jesús: -Traed pescado del que habéis cogido ahora. Subió entonces Simón Pedro y tiró hasta tierra de la red repleta de peces grandes, ciento cincuenta y tres; a pesar de ser tantos, no se rompió la red. Jesús les pide el fruto del trabajo: dos alimentos: el que ofrece Jesús, su persona, y el que ofrecen los discípulos; el amor ejercido en la misión los lleva al don de sí que alimenta a la comunidad. En la eucaristía han de estar presentes el don de Jesús a los suyos y el don de unos a otros (1,16). Pedro se singulariza de nuevo. Tampoco responde Jesús a este gesto. Subió se contrapone a «tirarse al mar», y señala la nueva actitud de Pedro. Ciento cincuenta y tres equivale a tres grupos de cincuenta más un tres, que es el multiplicador. «Cincuenta» designa a una comunidad del Espíritu (6,10); peces grandes equivale a «hombres adultos» (6,10; 9,20s), es decir, acabados por el Espíritu. «Tres», número de la divinidad (Gn 18,2; Is 6,3: el triple santo), que representa a Jesús (20,28). Con este número ciento cincuenta y tres se representa a las comunidades del Espíritu (el fruto) que se multiplican en proporción exacta con su presencia. La red no se rompe (19,24, de la túnica): unidad en la diversidad (17,21: «que todos sean uno»). vv. 12-14: Les dijo Jesús: -Venid, almorzad. A ningún discípulo se le ocurría cerciorarse preguntándole: « ¿Quién eres tú?», conscientes de que era el Señor. Llegó Jesús, cogió el pan y se lo fue dando, y lo mismo el pescado. Así ya por tercera vez se manifestó Jesús a los discípulos después de levantarse de la muerte. Jesús invita a todos; él mismo ha preparado el alimento, como un amigo (15,13-15). Los discípulos no dudan de su presencia (14,21; 16,2). La llegada de Jesús a la comunidad es perceptible en la eucaristía. v. 15: Así ya por tercera vez se manifestó Jesús a los discípulos después de levantarse de la muerte. La tercera vez es la definitiva, la que va a durar siempre; manifestación modelo para la vida del grupo cristiano.
II Esta es la pesca milagrosa que Lucas había relatado como un episodio prepascual, en el contexto de la vocación de los primeros discípulos (Lc 5,1-11), y que aquí, en el 4º evangelio, aparece como un milagro postpascual en un contexto también vocacional: los apóstoles en la barca, las redes, la pesca abundante, son símbolos tradicionales de la tarea evangelizadora de la Iglesia a lo largo de todos los siglos. Cuando el desconocido de la playa es identificado por los apóstoles, encuentran ya la comida preparada: El fuego, el pan, el pescado asado. Y el resucitado reitera los gestos de la eucaristía: partir el pan y repartirlo. Es que la Iglesia se reúne en torno al Señor resucitado, a su eucaristía, para ser enviada a pescar en los mares del mundo. Estas fiestas pascuales que estamos celebrando no pueden quedarse en los aleluyas... Han de despertar en nosotros un intenso deseo de comunicar a otros nuestra fe, nuestra alegría. El gozo de sabernos salvados en el nombre de Jesús, de haber sido convocados en torno a la cena fraternal para testimoniar en el mundo la posibilidad de que todos podamos vivir como hermanos... ¡Que resucite también nuestro mundo
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Sábado 6 de abril Marcelino – Edith EVANGELIO Marcos 16, 9-15 9
Jesús resucitó en la mañana del primer día de la semana y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. 10 Ella fue a decírselo a los que habían estado con él, que estaban de duelo y llorando, pero ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, se negaron a Creer. 12 Después se apareció por el camino, con aspecto diferente, a dos de ellos que iban a una finca. 13 También estos fueron a anunciárselo a los demás, pero tampoco a ellos les creyeron. 14 Por último se apareció Jesús a los Once, estando ellos a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y su terquedad en no creer a los que lo habían visto resucitado. 15 y añadió: -Id por el mundo entero proclamando la buena noticia a toda la humanidad.
COMENTARIOS I El Evangelio de Marcos concluía en el capítulo 16, v. 8, con la frase que refiere la actitud de miedo de las mujeres ante el anuncio del ángel: "ellas salieron huyendo del sepulcro, del temblor y el espanto que les entró, y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían (Mc 16,7-8). Pero algún escritor posterior consideró que este final no era adecuado a la lógica del relato evangélico y añadió en síntesis tres relatos de los otros evangelistas en los que se insiste en la incredulidad de los discípulos. Éstos no aceptan el mensaje de María Magdalena (vv. 9-10), ni el de los dos de Emaús (vv. 12-13), y tiene que ser recriminados por Jesús mismo, que les echa en cara a los once su incredulidad y terquedad en no creer a los que lo habían visto resucitado (vv. 14-16). Como antes de resucitar, los discípulos tienen la mente obcecada: "teniendo ojos, para ver no ven, y teniendo oídos para oír no oyen". Tendrá que venir el Espíritu y abrirles el corazón para que acepten la buena noticia de la resurrección, verdadera subversión del mundo, este "desorden" que llamamos "orden establecido": aquél que ellos creían un mortal entre los mortales, vive. Dios le ha dado la razón, confirmando de este modo que quienes se empeñaron en dejarlo encerrado en la losa del sepulcro, no tienen autoridad. Pues solamente tiene autoridad quien la utilizar para servir y dar vida y no para generar muerte. Como Jesús hizo con el ciego de Jericó, imagen de los discípulos, será esta vez el Espíritu quien venga a abrirles los ojos a un nuevo mundo, a la sociedad alternativa que Jesús anunciaba, para que comprendan que el testimonio de los que han tenido la experiencia de Jesús resucitado es más que suficiente para adherirse a él y que ya no hace falta ver para creer, sino abrir el oído y prestar atención a quienes siente vivamente que la Vida ha triunfado definitivamente sobre la muerte. Ayer como hoy este mensaje es difícil de aceptar. El sistema mundano se encarga de mostrarnos cada día que, quien así piensa, termina mal. Exactamente igual que en tiempos de Jesús. A quien proclama que es posible la vida, cuando todo conduce a la muerte, tiene que pagar con su muerte el precio de dar vida a los otros. Así de trágico, pero así de maravilloso. Las palabras de Jesús siguen en pie: "Si uno quiere venirse conmigo, que reniegue de si mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga; porque el que quiera poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía y de la buena noticia, la pondrá a salvo" (Mc 8,35-36). Es la gran paradoja. Para dar vida hay que dar la vida. Sólo queda lo que damos.
II El anuncio de la resurrección supera de tal modo las expectativas humanas, que, en lugar de llenarse de alegría, las mujeres huyen del sepulcro temblorosas y desconcertadas, hasta el punto de no
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- 12 comunicar a nadie la noticia que habían recibido. Será Jesús mismo, en Galilea, quien se dejará ver vivo por los discípulos y, en particular, por Pedro, tal vez porque Pedro se muestra en el evangelio de Marcos especialmente terco a la hora de aceptar el camino de su maestro, un camino que debía surcar la muerte como paso previo y necesario para llegar a la vida-resurrección. Tras este desconcertante final del evangelio de Marcos, alguien añadió otro texto en el que se resalta de nuevo la incredulidad de los discípulos que no aceptan el testimonio de María Magdalena ni el de los das de Emaús y tiene que ser Jesús mismo también quien se les aparezca y les reproche su incredulidad, dándoles como tarea "proclamar la buena noticia a toda la humanidad". Y la buena noticia que -ayer ellos, y hoy nosotros- tenemos que anunciar es que Jesús llevaba razón, que Su vida no fue un sinsentido, que su camino fue un camino de vida, aunque tuviera que pasar por la muerte, que "si uno quiere salvar su vida, la perderá; Y que, en cambio, el que pierda su vida por Jesús y por la buena noticia, la salvará (Mc 8,35)". Lo sabemos de Sobra, pero hay que llevarlo a la práctica cada día.
Domingo 7 de abril Juan Bautista de la Salle SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA Primera lectura: Hechos 2, 42-47 Salmo responsorial: 117, 2-4-13-15.22-24 Segunda lectura: 1 Pedro 1, 3-9 EVANGELIO Juan 20, 19-31 19
Ya anochecido, aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos, llegó Jesús, haciéndose presente en el centro, y les dijo: -Paz con vosotros. 20 y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor. 21 Les dijo de nuevo: Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros. 22 y dicho esto sopló y les dijo: -Recibid Espíritu Santo. 23 A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados. 24 Pero Tomás, es decir, Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. 25 Los otros discípulos le decían: -Hemos visto al Señor en persona. Pero él les dijo: -Como no vea en sus manos la señal de los clavos y, además, no meta mi dedo en la señal de los clavos y meta mi mano en su costado, no creo. 26 Ocho días después estaban de nuevo dentro de casa sus discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando las puertas atrancadas, se hizo presente en el centro y dijo: -Paz con vosotros. 27 Luego dijo a Tomás: -Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. 28 Reaccionó Tomás diciendo: -¡Señor mío y Dios mío! 29 Le dijo Jesús: -¿Has tenido que verme en persona para acabar de creer?. Dichosos los que, sin haber visto, llegan a creer.
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- 13 Ciertamente, Jesús realizó todavía, en presencia de sus discípulos, otras muchas señales que no están escritas en este libro; 31 éstas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida unidos a él. 30
COMENTARIOS I ¿ADONDE SE HA IDO JESUS? Creemos que Jesús está vivo, que ha resucitado. Pero ¿lo sentimos presente? ¿Lo experimentamos vivo y activo entre nosotros? Si planteáramos estas preguntas al conjunto de los cristianos, ¿cuál sería la respuesta? ¿Dónde está Jesús? ¿Adónde se ha ido? ¿Podremos encontrarlo? ¿O esa experiencia será sólo para almas privilegiadas? PAZ A VOSOTROS «Dentro de poco dejaréis de verme, pero un poco más tarde me veréis aparecer» (Jn 16,16). «Os voy a decir esto para que, unidos a mí, tengáis paz: en medio del mundo tendréis apreturas; pero, ánimo, que yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Estas frases las había dirigido Jesús a sus discípulos en el transcurso de la última cena; pero parece que los discípulos no habían llegado a comprenderlas y a aceptarlas plenamente. A pesar de que algunos de ellos sabían ya que Jesús había resucitado, el grupo se mantiene a oscuras, encerrado y lleno de miedo a los dirigentes judíos, el poder de este mundo que más de cerca les amenazaba: «Ya anochecido, en aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos...» Pero están todos juntos y son, en cuanto grupo, una alternativa a este mundo, a este modo de vivir. O lo serán cuando pierdan el miedo y se decidan a proclamar ante todos los hombres que la muerte de Jesús no fue una derrota, que su entrega fue consecuencia del amor y, por tanto, que su sangre derramada fue y sigue siendo semilla de vida y liberación. Pero tienen miedo, y ese miedo los tiene paralizados. A pesar de estar avisados de antemano, habían perdido la paz; y Jesús -haciéndose presente en medio de la comunidad- vuelve a devolverles la paz : «... llegó Jesús, haciéndose presente en el centro, y les dijo: Paz con vosotros». RECIBID EL ESPIRITU «-Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros. Y dicho esto, sopló y les dijo: -Recibid el Espíritu Santo. A quienes dejéis libres de los pecados, quedaran libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedaran imputados». Con la comunicación de su Espíritu, Jesús les da el valor que les falta; y con el encargo de continuar su misión les indica en qué deben emplear 'la fuerza de ese Espíritu: en demostrar a todos los hombres que el amor es más fuerte que la muerte, como prueban las señales de las manos y el costado de Jesús, señales al mismo tiempo del odio que lo asesinó y de su amor que lo condujo a entregar su vida. Ellos son los que, en adelante, tendrán que anunciar a los hombres que se puede vivir de otra manera; porque, mediante un nuevo soplo de vida, mediante la comunicación del Espíritu, que es la fuerza de la vida y del amor de Dios, acaban de ser creados de nuevo, constituidos en mujeres y hombres nuevos, en una nueva humanidad. Y ellos serán los que, en adelante, tendrán que constatar quién es y quién no es amigo de Dios, quién está a favor y quién en contra de su proyecto liberador. Anuncio y denuncia. Anuncio y puesta en práctica de un nuevo modo de vivir el mensaje cristiano, mediante el que se ofrece a todos la liberación definitiva e integral del pecado; a los que lo practican, esto es, a los opresores; y a los que lo sufren, esto es, a los oprimidos. Y denuncia de aquellos que rechazan la liberación de los hombres y de los pueblos a cualquiera de sus niveles; denuncia de quienes practican, o justifican, la opresión, la injusticia, la explotación del hombre por el hombre..., el pecado.
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- 14 DICHOSOS LOS QUE CREAN Tomás, cuando lo de Lázaro, se había mostrado valiente y generoso invitando al resto de los discípulos a acompañar a Jesús a Judea, aunque les costara la vida a todos: «Vamos también nosotros a morir con él», había dicho en aquella ocasión (Jn 11,16). No tenía miedo a la muerte; pero no creía en la fuerza del amor y de la vida. Y no dio crédito al testimonio del resto de la comunidad. Y exigió una revelación particular para creer: «Como no vea en sus manos la señal de los clavos y, además, no meta mi dedo en la señal de los clavos y meta mi mano en su costado, no creo». Jesús le concede una experiencia singular, pero no a título particular: cuando él, Tomás, está integrado en la comunidad, y en medio de la misma, Jesús se hace nuevamente presente y se deja reconocer por él permitiendo que le palpe aquellas señales del odio que lo mató y del amor que le preservó la vida y que venció a la muerte. Y Tomás cree. Y descubre a Dios en el que ya consideraba su Señor: «Reaccionó Tomás diciendo: ¡ Señor mío y Dios mío! Pero, al concederle esa experiencia, le hace Jesús una promesa que, más que a él, está dirigida a todos nosotros: «Dichosos los que, sin haber visto, llegan a creer». Jesús no se ha ido. Jesús se hace presente en medio de la comunidad cristiana. Y es ella la encargada de dar testimonio de la resurrección de Jesús. Y es dentro de ella donde se puede experimentar la presencia de Jesús vivo y activo. Porque debe ser ella, la comunidad cristiana, el ámbito en el que se intenta hacer realidad el proyecto de Dios manifestado en Jesús: «Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la comunidad de vida, en el partir el pan y en las oraciones... Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común... y día tras día el Señor iba agregando al grupo a los que se iban salvando» (Hch 2,42-47). Proyecto que consiste en que los hombres lleguen a ser hijos de Dios y hermanos unos de otros mediante la práctica del amor. Y es ese amor el que hace posible y creíble la experiencia de la presencia de Jesús.
II v. 19: Ya anochecido, aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos... La escena tiene lugar el mismo día en que comienza la nueva creación (v. 19: aquel día primero de la semana); esta realidad va a ser considerada ahora desde el punto de vista de la nueva Pascua, con alusión al éxodo del Mesías Los discípulos son todos los que dan su adhesión a Jesus, no hay nombres propios ni limitación alguna. Con la frase estando atrancadas las puertas muestra el desamparo de los seguidores de Jesús en medio de un ambiente hostil El miedo denota la inseguridad; los discípulos aún no tienen experiencia de Jesús vivo (16,16) Como José de Arimatea, son discípulos clandestinos (19,38) Su situación es como la del antiguo Israel en Egipto (Ex 14,10); pero, como en el Éxodo, están en la noche (ya anochecido) en que el Señor va a sacarlos de la opresión (Ex 12 42 Dt 16, 1). vv. 19-20: llegó Jesús, haciéndose presente en el centro y les dijo: -Paz con vosotros, y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor. Jesús se hace presente, como había prometido (14,18s, 16, l8ss) y se sitúa en el centro: fuente de vida, punto de referencia, factor de unidad. Paz con vosotros es el saludo que les confirma que ha vencido al mundo y a la muerte y, a continuación, Jesús les muestra los signos de su amor y de su victoria (v. 20). El que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz; se les muestra como el Cordero de Dios, el de la Pascua nueva y definitiva, cuya sangre los libera de la muerte (Éx 12,12s); el Cordero preparado para ser comido esta noche (Ex 12,8), es decir, para que puedan asimilarse a él. La permanencia de las señales en las manos y el costado indica la permanencia de su amor; Jesús será siempre el Mesías-rey crucificado, del que brotan la sangre y el agua. Alegría. v. 21: Les dijo de nuevo: Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros y, dicho esto, sopló y les dijo: -Recibid Espíritu Santo. La repetición del saludo (v. 21) introduce la misión, a la que tendía la elección de los discípulos (15,16; 17,18). Ésta ha de ser cumplida como el la cumplió, demostrando el amor hasta el fin (manos y costado). El Espíritu (v. 22) los capacitará para la misión. Sopló o «exhaló su aliento», éste es el verbo usado en Gn 2,7 para indicar la infusión en el hombre del aliento de vida. Jesús les infunde ahora su propio aliento, el Espíritu (19, 30), creando de este modo la nueva condición humana, la de espíritu (3
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- 15 6 7 39) por el «amor y lealtad» que reciben (1, 17). Culmina así la obra creadora, esto significa «nacer de Dios» (1,13), estar capacitado para «hacerse hijo de Dios» (1,12). Quedan liberados «del pecado del mundo» (1,19) y salen de la esfera de la opresión. La experiencia de vida que da el Espíritu es «la verdad que hace libres» (8,31s); quedan «consagrados con la verdad» (17,17s). El éxodo del Mesías no se hace saliendo físicamente del «mundo» injusto (17,15), sino dando la adhesión a Jesús y, de este modo, dejando de pertenecer al sistema mundano (17,6.14).
v. 23: A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados. Este es el resultado positivo y negativo de la misión, en paralelo con la de Jesús. El pecado, la represión o supresión de la vida que impide la realización de proyecto creador, se comete al aceptar los valores de un orden injusto. Los pecados son las injusticias concretas que se derivan de esa aceptación. El testimonio de los discípulos (15,26s), la manifestación del amor del Padre (9,4), obtendrá las mismas respuestas que el de Jesús: habrá quienes lo acepten y quienes se endurezcan en su actitud (15,18-21; 16,1-4). Al que lo acepta y es admitido en el grupo cristiano, rompiendo de hecho con el sistema injusto, la comunidad le declara que su pasado ya no pesa sobre él; Dios refrenda esta declaración infundiéndole el Espíritu que lo purifica (19,34) y lo consagra (17,16s). A los que rechazan el testimonio, persistiendo en la injusticia, su conducta perversa, en contraste con la actividad en favor de los hombres que ejerce el grupo cristiano, les imputa sus pecados. La confirmación divina significa que estos hombres se mantienen voluntariamente en la zona de la reprobación (3,36). v. 24: Pero Tomás, es decir, Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Tomás significa Mellizo, cf. 11,16, esto es, se parece a Jesús por su prontitud para acompañarlo en la muerte. Era uno de los Doce, que representan en Juan a la comunidad cristiana en cuanto heredera de las promesas de Israel (6,70); esta cifra no designa a la comunidad después de la muerteresurrección de Jesús, cuando las promesas se han cumplido (cf. 21,2: siete nombres; comunidad universal). Tomás no había entendido el sentido de la muerte de Jesús (14,5); la concebía como un final, no como un encuentro con el Padre. Separado de la comunidad (no estaba con ellos), no ha participado de la experiencia común, no ha recibido el Espíritu ni la misión. Es uno de los Doce, con referencia al pasado. v. 25: Los otros discípulos le decían: -Hemos visto al Señor en persona. Pero él les dijo: -Como no vea en sus manos la señal de los clavos y, además, no meta mi dedo en la señal de los clavos y meta mi mano en su costado, no creo. La frase de los discípulos (Hemos visto al Señor) formula la experiencia que los ha transformado. Esta nueva realidad muestra por sí sola que Jesús no es una figura del pasado, sino que está vivo y activo entre los suyos. Tomás no acepta el testimonio. No admite que el que ellos han visto sea el mismo que él había conocido. Exige una prueba individual y extraordinaria. v. 26: Ocho días después estaban de nuevo dentro de casa sus discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando las puertas atrancadas, se hizo presente en el centro y dijo: -Paz con vosotros. Ocho días después (v. 26): el día permanente de la nueva creación es «primero» por su novedad y «octavo» (número que simboliza el mundo futuro) por su plenitud. En él va surgiendo el mundo definitivo. Los discípulos están dentro de casa, esto es, en la esfera de Jesús, la tierra prometida. Pero las puertas atrancadas ya no indican temor; trazan la frontera entre la comunidad y el mundo, al que Jesús no se manifiesta (14,22s). Entonces llegó Jesús (lit. «llega»); ya no se trata de fundar la comunidad (20,19: «llegó»), sino de la presencia habitual de Jesús con los suyos. Jesús se hace presente a la comunidad, no a Tomás en particular. Juan menciona solamente el saludo (Paz con vosotros), que en el episodio anterior abría cada una de las partes. No siendo ya éste el primer encuentro, el saludo remite al segundo saludo anterior (20,21): cada vez que Jesús se hace presente (alusión a la eucaristía), renueva la misión de los suyos comunicándoles su Espíritu. v. 27: Luego dijo a Tomás: -Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel.
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- 16 El adverbio de tiempo luego (v. 27) divide la escena; ahora va a tratarse de Tomás. Unido al grupo encontrará solución a su problema. Jesús, demostrándole su amor, toma la iniciativa y lo invita a tocarlo. La insistencia de Juan en lo físico (dedo, manos, mano, meter, costado) subraya la continuidad entre el pasado y el presente de Jesús: la resurrección no lo despoja de su condición humana anterior ni significa el paso a una condición superior: es la condición humana llevada a su cumbre y asume toda su historia precedente. Ésta no ha sido solamente una etapa preliminar; ella ha realizado el estado definitivo.
v. 28: Reaccionó Tomás diciendo: -¡Señor mío y Dios mío! La respuesta de Tomás es tan extrema como la incredulidad anterior. El Señor es el que se ha puesto al servicio de los suyos hasta la muerte (13,5.14); es así como en Jesús ha culminado la condición humana (19,30). La expresión Señor mío reconoce esa condición. Tomás ve en Jesús el acabamiento del proyecto divino sobre el hombre y lo toma por modelo (mío). Después del prólogo (1,18:» Hijo único, Dios») es la primera vez que Jesús es llamado simplemente Dios («el Hijo de Dios»; 3,16.18, etc.: «el Hijo único de Dios»). Con su muerte en la cruz ha dado remate a la obra del que lo envió (4,34): realizar en el Hombre el amor total y gratuito propio del Padre (17,1). Se ha cumplido el proyecto creador: «un Dios era el proyecto» (1,1). Tomás descubre la identificación de Jesús con el Padre (14,9.20). Es el Dios cercano, accesible al hombre (mío). v. 29: Le dijo Jesús: -¿Has tenido que verme en persona para acabar de creer? Dichosos los que, sin haber visto, llegan a creer. La experiencia de Tomás no es modelo. Jesús se la concede para evitar que se pierda (17,12; 18,9): a Jesús no se le encuentra ya sino en la nueva realidad de amor que existe en la comunidad. La experiencia de ese amor (sin haber visto) es la que lleva a la fe en Jesús vivo (llegan a creer). vv. 30-31: Ciertamente, Jesús realizó todavía, en presencia de sus discípulos, otras muchas señales que no están escritas en este libro; éstas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida unidos a él. Para Jn, la vida de Jesús significa ante todo un conjunto de hechos, las «señales», en los que ha manifestado su amor a los hombres (2,11: «su gloria»). El evangelista ha hecho una selección (v. 30). Su objetivo es suscitar la adhesión de los lectores a Jesús (v. 31), el que, después de una actividad liberadora, ha sido condenado y ejecutado por los poderes del mundo. El creyente ha de ver en él al Mesías, al consagrado por Dios para llevar a cabo su designio en la historia, al que forma la nueva comunidad humana; ha de descubrir también que es el Hijo de Dios, la presencia el Padre entre los hombres.
III Hay muchos que piensan que la fe cristiana es asunto personal, individual. La relación de cada uno con Dios, con Jesucristo, expresada en la oración y en la práctica de ciertas normas rituales y morales. Desconocen lo que nos dice hoy la 1ª lectura, tomada del libro de los Hechos. Para aquellos primeros cristianos, serlo no era un asunto individual, sino que los incorporaba a una comunidad con estos elementos: En primer lugar la fe común, "la enseñanza de los apóstoles", el evangelio en suma, que se remonta, a través de los apóstoles, a las palabras mismas de Jesús. En segundo lugar la comunión de bienes, una característica muy llamativa de la primitiva comunidad, llegando hasta a vender las propiedades para depositar el importe en un fondo común del cual se proveía a las necesidades de todos y cada uno, de modo que nadie pasara necesidad. En tercer lugar "la fracción del pan", es decir, la celebración eucarística en el curso de una comida comunitaria, en la que se hacia memoria de Jesús, su muerte y resurrección, y de sus gestos y palabras en la última cena. Finalmente las "oraciones", tal vez a las mismas horas en que acostumbraban hacerlo los judíos: amanecer, medio día y tarde. La 1ª carta de Pedro que hoy leemos, va dirigida a paganos convertidos al cristianismo, que viven su fe en un ambiente hostil. El autor aconseja a diferentes clases de personas: a los esclavos cristianos de amos paganos, a las esposas cristianas de esposos paganos, a los dirigentes de las
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- 17 comunidades cristianas; a cristianos en general que tienen que habérselas con las costumbres paganas y con la hostilidad que provocan siempre los grupos minoritarios y singulares en medio de una civilización desarrollada. El fragmento que hoy hemos leído ha sido equiparado a una homilía bautismal pues habla de la acción de Dios, por medio de la resurrección de Jesucristo, que nos hace nacer de nuevo, "a una esperanza viva, a una herencia incorruptible". Se trata pues de Dios Padre que nos hace sus hijos y, como a tales, nos tiene destinada una herencia digna de su magnificencia y de su infinita misericordia y ternura. El autor nos exhorta a perseverar aun en las dificultades, pues así se consolidará y purificará la fe que profesamos, como el oro en el crisol, una imagen muy viva y muy usada en la Biblia. Esta fe tiene por objeto a Jesucristo quien, dice el autor, amamos y en quien creemos sin haberlo visto. De quien procede la alegría que experimentamos en este tiempo pascual. La lectura del evangelio de Juan nos presenta dos apariciones del Señor resucitado a sus discípulos, una el mismo día de la resurrección, la otra a los ocho días. En la primera estaba ausente el apóstol Tomás, que al enterarse por sus compañeros no quiso dar crédito a sus palabras y pidió "pruebas palpables" del acontecimiento. En la segunda aparición sí estaba presente Tomás, a quien Jesús invita a tocar sus llagas, a meter la mano en su costado traspasado. Ahora si, Tomás confiesa humildemente "Señor mío y Dios mío" Y Jesús le reprocha su incredulidad, no haberse confiado en el testimonio de los demás apóstoles. Encontramos aquí una bienaventuranza pronunciada por el mismo Jesús resucitado, que nos alcanza a todos los creyentes de todos los tiempos: "Bienaventurados los que crean sin haber visto", es decir, los que acepten el testimonio de la vida y de la predicación de la Iglesia. En realidad «creer», lo que se dice «creer», sólo puede hacerse sin ver, sin comprobar; porque creer es fiarse de alguien; no podemos creer lo que ya vemos. El pasaje del evangelio de Juan que hemos leído, es una primera conclusión de todo el escrito. Por eso las últimas frases nos advierten que Jesús hizo ante sus discípulos muchos otros signos, refiriéndose a sus milagros y a todo su ministerio público, a su pasión y a su resurrección. Dando a entender, además, que quedan muchos por contar y afirmando que los que ha presentado en su evangelio tienen un solo objetivo: llevarnos a nosotros a creer en Cristo y, por la fe en Él como Mesías e Hijo de Dios, a obtener la salvación. Esta es la razón paría que leemos el evangelio cada domingo en la iglesia: porque él alimenta nuestra fe. El capítulo 21 del evangelio de Juan, que sigue al texto que acabamos de comentar, parece ser un añadido posterior, muy antiguo y muy bello, lleno de un mensaje que está perfectamente de acuerdo con los primeros 20 capítulos del libro, pero obra de una mano diferente a la que compuso lo anterior. Esto quiere decir junto con otros indicios- que el evangelio de Juan es el resultado de un largo y complejo proceso de composición, el fruto maduro de la reflexión, la oración y la iluminación de un conjunto de comunidades cristianas antiguas relacionadas con la memoria del apóstol san Juan.
Lunes 8 de abril Dionisio – Constanza EVANGELIO Lucas 1, 26-38 26
A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. 28 Entrando adonde estaba ella, el ángel le dijo: -Alégrate, favorecida, el Señor está contigo. 29 Ella se turbó al oír estas palabras, preguntándose qué saludo era aquél 30 El ángel le dijo: -No temas, María, que Dios te ha concedido su favor 31 Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús 32 Este será grande, lo llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; 33 reinara para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin. 34 María dijo al ángel: 27
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- 18 -¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre? 35 El ángel le contestó: -El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te. cubrirá con su sombra; por eso al que va a nacer lo llamarán "Consagrado" "Hijo de Dios" 36 Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo; la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible 38 Respondió María -Aquí está la sierva del Señor, cúmplase en mi lo que has dicho. Y el ángel la dejó.
COMENTARIOS I RUPTURA CON EL PASADO: DIOS CONTACTA CON UNA MUCHACHA DEL PUEBLO «En el sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María» (1,26-27). Trazado ya el eje horizontal de las nuevas coordenadas del momento histórico en que Dios se ha decidido a intervenir personalmente en la historia del hombre, «Herodes» (tiempo) y «Judea» (espacio), diseña ahora Lucas el eje vertical, comenzando por el dato espacial, «Galilea», al que seguirá más tarde el dato temporal («César Augusto, cf 2,1). El zoom de aproximación funciona esta vez con más precisión: «a un pueblo que se llamaba Nazaret». Aunque en el episodio anterior se sobrentendía que se trataba de Jerusalén, donde radicaba el templo, por razones teológicas Lucas omitió mencionar una y otro, limitándose a encuadrar el relato en «el santuario» como lugar apropiado para las manifestaciones divinas. El contraste entre «el santuario» y «el pueblo de Nazaret» es intencionado. Nazaret no es nombrado jamás en el AT: no está ligado a promesa o expectación mesiánica alguna; esta segunda intervención divina no va a representar una continuidad con el pasado. Aun cuando el mensajero es el mismo, el primer mensaje iba dirigido a la institución religiosa; el segundo, a una muchacha del pueblo. Igualmente, en contraste con la primera escena, el mensajero Gabriel no se dirige a un hombre (Zacarías), casado con una mujer (Isabel) y entrado ya en años, sino a una mujer «virgen» (María), desposada pero sin convivir todavía con un hombre José). La primera pareja estaba íntimamente entroncada con la tradición sacerdotal de Aarón, explicitándose la ascendencia a propósito de Isabel (lit. «una de las hijas de Aarón»); la nueva pareja se remonta, en cambio, a David, pero por línea masculina, José («de la estirpe de David»). Isabel era «estéril» y «de edad avanzada», María es «virgen» y recién «desposada», resaltándose su absoluta fidelidad a Dios (por oposición a la esposa «adúltera» o «prostituida», figuras del pueblo extraviado; cf. Os 2,4ss; Jr 3,6-13; Ez 16). A propósito de María, no se menciona ascendencia alguna ni se habla de observancia. María representa a «los pobres» de Israel, el Israel fiel a Dios («virgen», subrayado con la doble mención), sin relevancia social (Nazaret). Jugando con los «cinco meses» en que Isabel permaneció escondida y «el sexto mes» en que Dios envió de nuevo a su mensajero, encuadra Lucas el anuncio de la concepción de Jesús en el marco de su predecesor. «En el sexto mes», como otrora «el día sexto», Dios va a completar la creación del Hombre. El ángel «entra» en la casa donde se encuentra María (en el santuario del templo no entró, sino que «se apareció de pie a la derecha del altar del incienso») y la saluda: «Alégrate, favorecida, el Señor está contigo» (1,28). La salvación se divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría (cf. Zac 9,9; Sof 3,14). El término «favorecida/agraciada» de la salutación y la expresión «que Dios te ha concedido su favor/gracia» (lit. «porque has encontrado favor/gracia ante Dios») son equivalentes. María goza del pleno favor divino, por su constante fidelidad a la promesa hecha por Dios a Israel. Más tarde se dirá de Jesús que «el favor 1 la gracia de Dios descansaba sobre él» (2,40); en el libro de los Hechos se predicará de José y de David (Hch 7,10.46), pero sobre todo de Esteban: «lleno de gracia/favor y de fuerza» (Hch 7,8). «El Señor está contigo» es una fórmula usual en el AT y en Lucas para indicar la
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- 19 solicitud de Dios por un determinado personaje (Lc 1,66 Juan B.]; Hch 7,9 José, hijo de Jacob]; 10,38 Jesús]; 11,21 [los helenistas naturales de Chipre y de Cirene]; 18,10 [Pablo]; cf. Dt 2,7; 20,1, etc.); asegura al destinatario la ayuda permanente de Dios para que lleve a cabo una tarea humanamente impensable. El saludo no provoca temor alguno en María, sino sólo turbación por la magnitud de su contenido (1,29a), a diferencia de Zacarías («se turbó Zacarías y el temor irrumpió sobre él», 1,12). Inmediatamente se pone a ponderar cuál seria el sentido del saludo que se le había dirigido en términos tan elogiosos (1 ,29b).
HIJO DEL ALTÍSIMO Y HEREDERO DEL TRONO DE DAVID REY UNIVERSAL «No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús» (1,30). En contraste con el anuncio dirigido a Zacarías, es ahora María la destinataria del mensaje. Dios ha escogido libremente a María y le ha asegurado su favor. A diferencia de Isabel, que había esperado, en vano, tener un hijo, María va a dar a luz un hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus padres ya la han desposado con José, ella sigue siendo «virgen». La construcción lucana es fiel reflejo de la profecía de Isaías: «Mira, una virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre Emmanuel» (Is 7,14). La anunciación es vista por Lucas como el cumplimiento de dicha profecía (cf. Mt 1,22-23). Igualmente, a diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre de «Juan», aquí es María, contra toda costumbre, la que impondrá a su hijo el nombre de «Jesús» («Dios salva»). Mientras que allí se apreciaba una cierta ruptura con la tradición paterna, aquí la ruptura es total. Se excluye la paternidad de José: «Este será grande, lo llamarán Hijo de Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin» (1,32-33). Continúa el paralelismo, acrecentándose el contraste: tanto Juan como Jesús serán «grandes», pero el primero lo será «a los ojos del Señor» (1,15a), ya que será «el más grande de los nacidos de mujer» (cf 7,28), por su talante ascético (cf. 1,15b; 7,33) y su condición de profeta eximio, superior a los antiguos, por haberse «llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre» (cf. 1,15c); Jesús, en cambio, será «grande» por su filiación divina, por eso lo reconocerán como el Hijo del Dios supremo («el Altísimo» designa al Dios del universo) y recibirá de manos de Dios el trono de su padre/antepasado David, sin descender directamente de él. «Ser hijo» no significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino sobre todo heredar la tradición que éste transmite y tener al padre por modelo de comportamiento; no será David el modelo de Jesús; su mensaje vendrá directamente de Dios, su Padre, y sólo éste será modelo de su comportamiento. La herencia de David le correspondería si fuera hijo de José («de la estirpe de David»), pero el trono no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por decisión de Dios («le dará», no dice «heredará»). «La casa de Jacob» designa a las doce tribus, el Israel escatológico. En Jesús se cumplirá la promesa dinástica (25m 7,12), pero no será el hijo/sucesor de David (cf. Lc 20,41-44), sino algo completamente nuevo, aunque igualmente perpetuo (Dn 2,22; 7,14). LA NUEVA TRADICION INICIADA POR EL ESPÍRITU SANTO María, al contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el modo como esto puede realizarse: «¿Cómo sucederá esto, si no vivo con un hombre?» (lit. «no estoy conociendo varón», 1,34): el Israel fiel a las promesas no espera vida/fecundidad de hombre alguno, ni siquiera de la línea davídica José), sino sólo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo dicho plan. María «no conoce hombre» alguno que pueda realizar tamaña empresa. Son variadísimas las hipótesis que se han formulado sobre el sentido de esta pregunta. Deducir de ella que María ha hecho un voto de castidad contradice de plano la psicología judía en el caso de una muchacha palestina «desposada» ya, pero que no ha tenido relaciones sexuales con su marido, pues éste no se la ha llevado todavía a su casa. Lucas no pretende ofrecernos una transcripción literal de un diálogo; se trata más bien de un procedimiento literario destinado a preparar el camino para el anuncio de la actividad del Espíritu en el versículo siguiente.
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- 20 La respuesta del ángel pone todas las cartas de Dios boca arriba: «El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, al que va a nacer, lo llamarán “Consagrado”, “Hijo de Dios” (1,35). María va a tener un hijo sin concurso humano. A diferencia de Juan Bautista, quien va a recibir el Espíritu antes de nacer, pero después de su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del Espíritu, la fuerza creadora de Dios. La venida del Espíritu Santo sobre María anticipa la promesa formulada por Jesús en los mismos términos a los apóstoles (cf. Hch 1,8), que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés. La idea de «la gloria de Dios / la nube» que «cubría con su sombra» el tabernáculo de la asamblea israelita (Ex 40,38), designando la presencia activa de Dios sobre su pueblo (Sal 91 [90 LXX],4; 140,7 [139,8 LXX]), se insinúa aquí describiendo la presencia activa de Dios sobre María, de tal modo que María dará a luz un hijo que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el Espíritu Santo, en una palabra: el Mesías (= el Ungido). Se afirma claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice nada sobre el modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina es demasiado antropomórfica. Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo), se anuncia el nacimiento del nuevo Adán, el comienzo de una humanidad nueva. La nueva fuerza que Jesús desplegará es la del Dios Creador / Salvador, la que no le fue posible imprimir en la misma creación, por las limitaciones inherentes a todo lo creado. Dios sólo puede desplegar la fuerza del Espíritu a través de personas que se presten libremente a llevar a término su proyecto sobre el hombre, un proyecto que no termina con la aparición del homo sapiens, sino que más bien empieza con él, puesto que debe partir precisamente del hombre que es consciente de sus actos, del hombre que ha experimentado personalmente la necesidad de una fuerza superior e ilimitada que pueda llevar a término un proyecto de sociedad que no se apoye en los valores ancestrales del poder y de la fuerza bruta ni en los más sofisticados del dinero y del saber, fruto todos ellos de la limitación de la criatura y de la inseguridad del hombre. Esta fuerza, que Dios concede a los que se la piden, es la fuerza del Espíritu Santo (cf. 11,13). María ha resultado ser la primera gran «favorecida/agraciada»; Jesús será « el Mesías/Ungido» o «Cristo»; nosotros seremos los «cristianos», no de nombre, sino de hecho, siempre que, como María, nos prestemos a colaborar con el Espíritu. Esta es la gran tradición que éste inicia, después de liberarnos de las inhibiciones, frustraciones y fanatismos del pasado (familiar, religioso, nacional), la que uno mismo va amasando a lo largo de repetidas experiencias y que delata siempre su presencia manifestándose espontáneamente bajo forma de frutos abundantes para los demás.
LA UTOPIA ES EL COPYRIGHT DE DIOS La incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por considerar que tanto su senectud como la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la empresa que se le anunciaba (cf 1,18), se tradujo en «sordomudez». A María, en cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la profecía, el ángel añade una señal: «Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible» (1,36). La repetición, por tercera vez (cf. 1,7.18.36), del tema de la «vejez/esterilidad» sirve para recalcar al máximo la situación límite en que se encontraba la pareja; la repetición del tema de los «seis meses» constituye el procedimiento literario más idóneo para enmarcar (abre y cierra el relato) el nacimiento del Hombre nuevo en el «día sexto» de la nueva y definitiva creación. La fuerza creadora de Dios no tiene límites: no sólo ha devuelto la fecundidad al Israel religiosamente estéril, sino que ha recreado el Hombre en el seno de una muchacha del pueblo cuando todavía era «virgen», sin concurso humano, excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner en peligro la realización del proyecto más querido de Dios. EL «NO» DEL HOMBRE RELIGIOSO Y EL «SI» DE LA MUCHACHA DEL PUEBLO Zacarías no dio su consentimiento, pero Dios realizó su proyecto (lo estaba «esperando» el pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio del ángel: «Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho» (1,38a). María no es «una sierva», sino «la sierva del Señor», en representación del Israel fiel a Dios (Is 48,8.9.20; 49,3; Jr 46,27-28), que espera impaciente y se pone al servicio de los demás aguardando el cumplimiento de la promesa.
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- 21 El díptico del doble anuncio del ángel termina lacónicamente: «Y el ángel la dejó» (1,38b). La presencia del mismo mensajero, Gabriel , que, estando «a las órdenes inmediatas de Dios»¡ (1, 19a), «ha sido enviado» a Zacarías (1,19b), primero, apareciéndosele «de pie a la derecha del altar del incienso» (1,11), y luego «ha sido enviado por Dios» nuevamente a María (1,26), presentándose en su casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones (1,28), une estrechamente uno y otro relato. Por eso, sólo una vez ha concluido su misión, se comprueba su partida. La descripción de la primera pareja, formada por Zacarías e Isabel, reunía los rasgos característicos de lo que se consideraba como la crema del árbol genealógico del pueblo escogido: Judea / Jerusalén, región profundamente religiosa; sacerdote, de origen levítico; estricto observante de la Ley; servicio sacerdotal en el templo, entrada en el santuario del Señor para ofrecer el incienso el día más grande y extraordinario de su vida, constituyen la imagen fiel del hombre religioso y observante. Pese a ello, la pareja era estéril y ya anciana, sin posibilidad humana de tener descendencia; ante el anuncio, Zacarías se alarmó, quedó sobrecogido de espanto, replicó, se mostró incrédulo, pues no tenia fe en el mensajero ni en su mensaje. El Israel más religioso había perdido toda esperanza de liberación, no creía ya en lo que profesaba, sus ritos estaban vacíos de sentido. La descripción de la segunda pareja, todavía no plenamente constituida, formada por María desposada con José, pero sin cohabitar con él (los esponsales eran un compromiso firme de boda: podían tener lugar a partir de los doce años y generalmente duraban un año), invierte los términos: Galilea, región paganizada; Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, no fecundada por varón; de la estirpe davídica por parte de su futuro consorte: es la imagen viviente de la gente del pueblo fiel, pero sin mucha tradición religiosa. No obstante, María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la bendición de Dios, se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del mensajero, a pesar de no verlo humanamente viable, cree de veras que para Dios no hay nada imposible. Lo puede comprobar en su prima Isabel, la estéril está embarazada, y ofrece su colaboración sin reticencias. El si de María, dinamizado por el Espíritu Santo, concebirá al Hombre-Dios, el Hombre que no se entronca -por línea carnal- con la tradición paterna, antes bien, se acopla a la perfección -por línea espiritual- con el proyecto de Dios.
II
Hablamos mucho hoy de opción por los pobres y de opción por el pueblo. Pero no vamos a pensar que es una creación nuestra. El primero en hacer esas opciones fue Dios mismo. La fiesta que hoy celebramos es un maravilloso ejemplo de esa forma de actuar de Dios en su relación con las personas. La Anunciación marca el momento en el que todo el plan de salvación, la voluntad de Dios de llevar a la humanidad a una nueva vida en plenitud y armonía pende de la palabra de una persona. El Dios que nos ha creado libres se fía de tal modo de nuestra libertad que consulta con nosotros, nos pide permiso para llevar adelante su plan. Dios no invade nuestro mundo ungido con su fuerza todopoderosa y terrible. Dios se acerca sin hacer ruido, llama a la puerta y hace depender todo de la respuesta y colaboración de nosotros, de cada uno de nosotros. ¡Qué ejemplo enorme de respeto! Pero no sólo eso. No se buscó a los poderosos de este mundo, a los que oficialmente tenían poder para abrir y cerrar las puertas de sus reinos a la presencia de Dios, a los que tenían poder para obligar a las personas a seguir una determinada fe. Dios se dirige a los humildes y sencillos. Una sencilla chica de Galilea es la destinataria del mensaje del ángel. Ya el hecho del envío del ángel es una señal de cómo Dios cree en nosotros. Él cree en nuestra libertad, cree en nuestra responsabilidad. El Dios que nos ha creado libres respeta de tal modo nuestra libertad, que no quiere salvarnos sin nuestro consentimiento. Cuando se acerca a nosotros no lo hace de modo paternalista y autoritario. No nos trata como a niños. Dios entra en relación con cada uno de nosotros, nos invita a sentirnos libres y responsables. Llama a nuestra puerta y solamente entra si le abrimos. Es nuestra oportunidad. Es nuestra responsabilidad. San Pablo dirá que “Para ser libres, Cristo nos liberó”. María supo ciertamente ejercitar su libertad y responder libremente a la oferta de Dios. Con muchas limitaciones, es cierto, pero toda persona tiene una semilla de divinidad: la libertad. Esforzarnos por ser plenamente libres y creer en la libertad de nuestros hermanos son posiblemente nuestros primeros deberes como cristianos.
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-
Martes 9 de abril Demetrio EVANGELIO Juan 6, 22-29 22
Al día siguiente, la multitud que se había quedado al otro lado del mar se dio cuenta de que allí no había habido más que un bote y que no había entrado Jesús con sus discípulos en aquella barca, sino que sus discípulos se habían marchado solos. 23 Llegaron a Tiberíades otros botes cerca del lugar donde habían comido el pan, cuando el Señor pronunció la acción de gracias. 24 Así, al ver la gente qué Jesús no estaba allí ni sus discípulos tampoco, se montaron ellos en los botes y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. 25 Lo encontraron al otro lado del mar y le preguntaron: -Maestro, ¿desde cuándo estás aquí? 26 Les contestó Jesús: -Sí, os lo aseguro. No me buscáis por haber visto señales, sino por haber comido pan hasta saciaros. 27 Trabajad, no por el alimento que se acaba, sino por el alimento que dura dando vida definitiva, el que os va a dar el Hombre, pues a éste el Padre, Dios, lo ha marcado con su sello. 28 Le preguntaron: -¿Qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? 29 Respondió Jesús: -Este es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado.
COMENTARIOS I Jesús comienza a explicar el episodio de los panes. Los que habían comido acuden a Jesús, deseosos de continuar en una situación que les aseguraba el sustento sin esfuerzo propio (vv. 22-24). La multitud ha sido la beneficiaria del amor de Dios, expresado a través de Jesús y los suyos, pero recuerda sólo la satisfacción del hambre; por eso busca a Jesús (vv. 25-26). El don del pan era una invitación a la generosidad; no era solamente donación de algo (el pan), expresaba la donación de la persona. Al retener solamente el aspecto material, la satisfacción de la propia necesidad, la han vaciado de su contenido y no han respondido al amor. v. 27: Trabajad, no por el alimento que se acaba, sino por el alimento que dura dando vida definitiva, el que os va a dar el Hijo del Hombre, pues a éste el Padre, Dios, lo ha marcado con su sello. No basta encontrar solución a la necesidad material; hay que aspirar a la plenitud humana, y esto requiere colaboración del hombre (trabajad). Han limitado su horizonte: el alimento que se acaba (el pan) da sólo una vida que perece; el que no se acaba (el amor), da vida definitiva. El pan ha de ser expresión del amor. Ellos ven el pan sin comprender el amor, y en Jesús ven al hombre, sin descubrir el Espíritu. Jesús es el Hijo del Hombre portador del Espíritu (sellado por el Padre). v. 28: Le preguntaron: -¿Qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? Respondió Jesús: -Este es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado. La gente cree que Dios va a prescribir algún mandamiento u observancia porque no conoce el amor gratuito, pero lo único necesario es la adhesión a Jesús (v. 29).
II
La 1ª lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta el 2º de los “sumarios” (el 1º está en 2,42-47 y el 3º en 5,12-16) acerca de la situación de la primitiva comunidad
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- 23 cristiana de Jerusalén, en los primeros tiempos de la predicación apostólica. Se nos describe una situación ideal, una comunidad unida por vínculos estrechísimos entre sus miembros y que practica una especie de “comunismo” muy primitivo, pues se trata de poner todos los bienes en común, vendiendo incluso las propiedades para depositar su valor en el fondo comunitario del cual se proveen las necesidades de todos. Pero no se trata solamente de una experiencia socioeconómica sino de una vivencia de fe: se nos dice que los apóstoles testimoniaban valerosamente la resurrección de Jesús. Es el convencimiento de que hemos entrado en una nueva era, de que Dios ha intervenido definitivamente en la historia resucitando a su Hijo Jesús de entre los muertos, lo que lleva a los primeros cristianos a revolucionar la práctica ordinaria de la posesión de bienes. Como si concluyeran que la resurrección de Cristo, en la cual quedaban involucrados todos los cristianos, exigía una nueva práctica de convivencia social, no basada ya en la propiedad de los bienes sino en cominitariedad. Si hemos sido hechos hijos de Dios, pensarían los primeros cristianos, y si todos somos hermanos, no puede haber entre nosotros ninguno que pase necesidad, y para lograr semejante meta no se les ocurrió nada mejor que poner sus bienes en común. La historia demostró que el primitivo intento de comunitarismo cristiano fracasó: pronto la iglesia de Jerusalén agotó sus reservas y debió pedir ayuda a las otras comunidades cristianas, como nos cuenta más adelante el mismo libro de los Hechos (11,27-30) y como consta en varias de las cartas de Pablo (por ej: 1 Cor 16,1-4; 2Cor 8-9; Gál 2,10). Pero, de todas maneras, subsistió y subsiste el ideal de una iglesia-familia en la cual todo es de todos, en la cual nadie pasa necesidad. Un ideal o una utopía, instancia crítica a nuestras sociedades mercantilistas, a nuestra cultura neoliberal que solo produce millones y millones de pobres, cuando si fuéramos cristianos de verdad no toleraríamos semejante escándalo. Además la iglesia sigue persiguiendo este ideal de “comunión de bienes” a través de múltiples iniciativas por las cuales los cristianos más pudientes hacen como Bernabé: entregan sus bienes a la comunidad para la asistencia de los más pobres. Podríamos mencionar con nombre propio muchas de esas iniciativas, pero ofenderíamos su sentido de la modestia y no seríamos capaces de ser justos mencionándolas a todas, pues son muchas y variadas y existen en todos los lugares en donde hay cristianos. Una lección de solidaridad para los egoístas que solo piensan en satisfacer sus caprichos. En la lectura evangélica de Juan oímos al mismo Jesucristo dándole a Nicodemo, magistrado y maestro en Israel, una lección de vida: hay que nacer de nuevo, al soplo del Espíritu que suscita hijos e hijas de Dios donde El quiere; de toda raza, lengua, condición social. Rompiendo los estrechos límites de todo nacionalismo, de todo prejuicio social o cultural. Nadie puede detener el viento, nadie puede ponerle fronteras al Espíritu divino que ha irrumpido en el mundo con la resurrección de Jesucristo. Los letrados actuales, como los antiguos escribas fariseos de la estirpe de los Nicodemo, clasifican a los seres humanos y a los pueblos: el 1º, el 2º, el 3er mundo. El Norte y el Sur. Los competitivos y los no competitivos. Los aprovechables y los desechables. Y en su carrera triunfal de millones de dólares dejan de lado a casi tres cuartas partes de la humanidad. No así el Espíritu de Dios: El da vida en abundancia; para El contamos todos, y nos valora con criterios diferentes a los que manejan los amos de este mundo. Por eso Jesús, en el lenguaje de Juan, distingue las cosas de la tierra de las del cielo: no se trata de lugares diferentes, se trata de valores distintos, porque Dios no nos juzga según nuestra condición económica “terrena”, sino según su bondad y misericordia infinitas, “celestiales”. En el modelo de la primitiva comunidad de Jerusalén, y en el ecumenismo del Espíritu divino debemos inspirarnos siempre los cristianos, a nivel personal y comunitario. Nuestra fe tiene implicaciones sociales, económicas, políticas. Si somos cristianos de verdad no podemos tolerar la injusticia, la miseria, la corrupción, la mentira, ningún tipo de opresión o de discriminación. Hemos de abrir nuestro corazón para que llegue a ser tan amplio como el corazón de Dios en el cual todos los seres humanos tenemos un lugar, especialmente los más pobres, los pequeños, los humildes. Esta es la sabiduría de que habla Jesucristo a Nicodemo, tan en contraste con la sabiduría de los juristas y de los maestros del mundo.
Miércoles 10 de abril Ezequiel
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- 24 Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca. 17 Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve. 18 El que le presta adhesión no está sujeto a sentencia: el que se niega a prestársela ya tiene la sentencia, por su negativa a prestarle adhesión en su calidad de Hijo único de Dios. 19 Ahora bien, ésta es la sentencia: que la luz ha venido al mundo y los hombres han preferido las tinieblas a la luz, porque su modo de obrar era perverso. 20 Todo el que obra con bajeza, odia la luz y no se acerca a la luz, para que no se le eche en cara su modo de obrar. 21 En cambio, el que practica la, lealtad se acerca a la luz, y así se manifiesta su modo de obrar, realizado en unión con Dios. 16
COMENTARIOS I 16-18 Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca. Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve. E1 que le presta adhesión no está sujeto a sentencia: el que se niega a prestársela ya tiene la sentencia, por su negativa a prestarle adhesión en su calidad de Hijo único de Dios. La razón de todo esto es el amor de Dios por la humanidad. Subraya el texto hasta dónde ha llegado ese amor: Dios no se ha reservado para sí a su Hijo único, sino que lo ha dado para que todo ser humano tenga plenitud de vida. De hecho, la denominación "el Hijo único" alude a la historia de Abrahán, que llegó a exponer a la muerte a su hijo único o amado, Isaac (Gn 22,2). También Dios, por amor a la humanidad, expone al peligro de muerte a su Hijo único, para que todo ser humano tenga plenitud de vida. La única condición para ello es la adhesión al Hijo, que significa la adhesión a todo lo más noble de la condición hunana. Dios no quiere que los hombres perezcan, es decir, que acaben en la muerte, porque en él no hay nada negativo. De hecho, Dios no se acerca al mundo en su Hijo para condenar al mundo; no es un Dios airado contra el género humano: es puro amor, pretende sólo salvar mediante el Hijo, es decir, comunicar a los hombres plenitud de vida hasta superar la muerte. En consecuencia, no hay juicio por parte de Dios; él no juzga. Es el hombre mismo el que, por su opción, determina su suerte. Quien opta por la vida, que Dios ofrece en Jesús, tendrá vida; quien rechaza la vida, firma su propia sentencia. Dar la adhesión a Jesús como a Hijo único o amado de Dios (cf. Gn 22.2) equivale a creer en las posibilidades del hombre, viendo el horizonte que el amor de Dios abre al género humano. Significa aspirar a la plenitud que aparece en Jesús y ha sido hecha posible por él, modelo de los hijos de Dios que nacen por su medio. 19-21 Ahora bien, ésta es la sentencia: que la luz ha venido al mundo y los hombres han preferido las tinieblas a la luz, porque su modo de obrar era perverso. Todo el que obra con bajeza, odia la luz y no se acerca a la luz, para que no se le eche en cara su modo de obrar. En cambio, el que practica la lealtad se acerca a la luz, y así se manifiesta su modo de obrar, realizado en unión con Dios. La Ley era norma de conducta. Ahora lo es el Hijo del hombre levantado en alto, el que expresa el amor hasta el fin. Él es la luz que penetra en la tiniebla y distingue actitudes. Su figura descubre la opción profunda del hombre; éste puede aceptar la luz-vida o rechazarla. El evangelista ha afirmado antes que el que rechaza dar la adhesión al Hijo pronuncia su propia sentencia. Ahora lo explica: el que opta contra la vida-amor elige la muerte. La razón de la opción mala es que su modo de obrar era perverso; es el modo de obrar de los opresores y explotadores, de los causantes de muerte, de los que prefieren la tiniebla, que les proporciona justificaciones ideológicas a su manera de proceder; odian la luz, porque no pueden soportar su denuncia (1,5; 11,53; 12,10; 19,15). No son doctrinas las que separan de Dios, sino conductas (su modo de obrar).
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- 25 En el polo opuesto se encuentra el que practica la lealtad, es decir, aquel cuya conducta está inspirada por el amor; éste se acerca a Jesús, en quien ve el modelo de su modo de obrar; no teme a la luz, porque no tiene nada de qué avergonzarse; aunque no lo supiera, su modo de obrar estaba apoyado por Dios.
II La Palabra de Dios no se deja encadenar; esta frase podría sintetizar el contenido de la lectura del libro de los Hechos que acabamos de hacer. Al sumo sacerdote judío y a los de su partido, el de los saduceos, se atribuye la determinación de encarcelar a los apóstoles de Jesús que predican su resurrección. Se trataba de las mismas razones de estado que los llevaron a condenar al Maestro: debían mantener inalterado el orden querido por los dominadores romanos. Nada de agitaciones populares ni de movimientos peligrosos. Los sacerdotes del partido saduceo debían dar cuenta de ello. Se trataba de un movimiento aristocrático que convocaba a los jefes de las familias más ricas de Jerusalén y a los funcionarios más poderosos del Templo. Ellos representaban los intereses de la antigua dinastía de los asmoneos, a la cual los romanos reconocían el poder religioso, reservándose la suprema autoridad política y civil. Los saduceos se mostraban ideológicamente conservadores, partidarios de una religión arcaica y excesivamente patriarcal. No reconocían más autoridad que la de la Toráh (nuestro Pentateuco), negando el carácter inspirado de los demás libros y cualquier validez a la tradición oral, que sus contrincantes, los fariseos, privilegiaban grandemente. Su doctrina de la retribución era por tanto “materialista”: Dios premiaba al justo con larga vida, cuantiosas riquezas, numerosa descendencia, prestigio y honor entre sus iguales. En cambio el castigo del pecador era la enfermedad y la muerte temprana, la pobreza y la esterilidad. No había lugar para la esperanza en un más allá donde Dios pudiera realizar su misericordia y su justicia, por tanto no creían ni en los espíritus, los ángeles, ni mucho menos en la resurrección. Se trataba entonces de una religiosidad aristocrática, lejos de las necesidades del pueblo sencillo. Habían pactado con los romanos con tal de mantener los privilegios de poder y dinero que les aseguraba la posesión del Templo, y no querían ni propiciar ni tolerar lo que les parecían aventuras de exaltados, como los apóstoles. Pero, como hemos dicho, la Palabra de Dios no se deja encadenar. El libro de los Hechos nos presentará escenas similares a ésta: los apóstoles, Pedro o Pablo cuando es el caso, son liberados de las cárceles a las que son arrojados, los ángeles desatan sus cadenas, hacen caer los grillos, abren las puertas selladas y deslumbran a los guardias. Resultan después predicando libremente el evangelio, allí donde se les quería impedir hacerlo. Los primeros cristianos estaban convencidos de que era imposible encadenar la voz de los misioneros, que la Palabra de Dios traspasaba los muros más gruesos de las cárceles. Así ha sido durante estos 20 siglos de existencia cristiana: ni los más represivos sistemas han podido impedir la difusión de la Buena Noticia de Cristo resucitado. Ni los propios pecados de la iglesia, ni los crímenes de los que se llaman cristianos han logrado callar la verdad del evangelio. Las palabras de Jesús en el evangelio de san Juan hacen parte de la conversación con Nicodemo que ayer comenzamos a leer. Fue una conversación nocturna, seguramente a la luz de una pequeña lámpara. Fue también una conversación secreta porque Nicodemo había ido a hablar con Jesús evitando ser visto por sus colegas del Sanedrín y del partido de los fariseos. Jesús le hace ver su cobardía: ha preferido, como tantas veces preferimos los seres humanos, las tinieblas a la luz. La luz potente del evangelio que trae Jesús a nuestro mundo. Porque nuestras obras malas no resisten ningún examen, por eso las tenemos que hacer a escondidas, tenemos que disimularlas y maquillarlas, si las exponemos a la luz demostrarán nuestra maldad, nuestra codicia y crueldad. Quien hace el bien lo hace libremente, abiertamente, a la luz del mundo, porque no tiene nada de que avergonzarse. Todo es cuestión de amor, le ha dicho antes Jesús a Nicodemo: el amor de Dios manifestado en el envío de su Hijo único al mundo, no para condenar sino para salvar, para dar vida eterna, salvación. Es un correctivo a la imagen que muchos tienen de Dios, un Dios como el que han descrito los filósofos y los psicoanalistas ateos: la proyección de nuestros temores y remordimientos, de nuestros complejos de culpa por esas acciones ocultas de codicia y crueldad que tanto nos avergüenzan. Un Dios celoso y cruel que toma los rasgos de las figuras tiránicas de nuestra existencia: el padre irresponsable, el guardián insobornable, el juez inflexible, el jefe o el superior opresivo y tiránico. Pero nada de eso es el
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- 26 Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, El es amor, como dijo lapidariamente el mismo san Juan (1Jn 4, 8). Amor que salva y que libera, que devuelve la dignidad a los ofendidos y humillados de este mundo. Amor luminoso que revela la vergüenza del pecado y la gloria y la belleza de la virtud.
Jueves 11 de abril Estanislao EVANGELIO Juan 3, 31-36 31
E1 que viene de arriba está por encima de todos. El que es de la tierra, de la tierra es y desde la tierra habla. El que viene del cielo, 32 de lo que ha visto personalmente y ha oído, de eso da testimonio, pero su testimonio nadie lo acepta. 33 Quien acepta su testimonio pone su sello, declarando: «Dios es leal»: 34 de hecho el enviado de Dios propone las exigencias de Dios, pues comunican el Espíritu sin medida. 35 El padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano; 36 quien presta adhesión al Hijo posee vida definitiva, quien no hace caso al Hijo no sabrá lo que es vida: no, la reprobación de Dios queda sobre él.
COMENTARIOS I En los versículos precedentes, Juan Bautista ha reconocido la primacía de Jesús. Los judíos habían dado valor permanente a los enviados de Dios en el AT, en particular a Moisés, hasta el punto de que ellos y su mensaje no se consideraban anuncio y preparación del Mesías, sino término en sí mismos. Sin nombrarla, se considera ahora la figura de Moisés, el primero de los enviados (v. 31), cuya Ley, tenida por definitiva., se convierte en obstáculo para aceptar al Mesías-Hijo, que propone las verdaderas exigencias / mandamientos de Dios (vv. 33-34). Jesús no es un profeta más, sino el Hijo. Por eso, este Hombre-Dios no puede ser alineado con los que lo han precedido en la historia de Israel (v. 35). Quien no lo acepta se niega a entrar en la zona de la vida / amor, queda en la zona de la muerte, contraria al Dios de la vida (vv. 35-36). La presencia inmediata de Dios en Jesús hace, a partir de ahora, innecesaria cualquier clase de mediación o de intermediario. A lo largo de la historia del pueblo de Israel se habían creado instituciones que tenían por objetivo servir de cauce a la comunicación con Dios. Éstas se dan ya por caducadas, aunque se niegan a desaparecer, revelando así su perversión: se han constituido fin en sí mismas y no anuncio de la realidad definitiva del Mesías-Hijo.
II Ayer leíamos que los apóstoles habían sido milagrosamente liberados de la cárcel a la que los hicieron arrojar las autoridades judías, y que predicaban abiertamente en el Templo a quienes quisieran escucharles. También leímos que fueron detenidos de nuevo, pero con miramientos para evitar las protestas del pueblo. Hoy asistimos a su comparecencia ante el sanedrín, el supremo consejo religioso de los judíos, presidido por el sumo sacerdote. Causa admiración oírlos hablar con entera autoridad y gran valentía, después de haber leído en los evangelios hasta donde llegó su cobardía. Ha sido la experiencia de la resurrección de Jesús y el don de su Espíritu el que los ha transformado tan radicalmente. Las autoridades religiosas judías les interrogan sobre su desobediencia, pues se les había prohibido predicar en el nombre de Jesús. Los apóstoles responden lo que debiéramos responder siempre que se nos quiera obligar a hacer algo en contra de nuestra conciencia y nuestras convicciones
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- 27 de cristianos: es necesario obedecer a Dios, antes que a los hombres. Las leyes injustas e inhumanas que atentan contra la libertad de la conciencia y las demás libertades básicas de todo ser humano, entre otras la libertad religiosa, no deben ser obedecidas. Ninguna autoridad terrena puede erigirse en contra de dichas libertades. Los apóstoles aprovechan la oportunidad para evangelizar hasta a sus perseguidores, anunciándoles solemnemente la resurrección de Jesucristo y su exaltación como Señor y salvador. Se presentan como testigos autorizados, junto con el Espíritu Santo que actúa en ellos, de la intervención definitiva de Dios en nuestra historia a través de Jesús. Es lo que han hecho miles de cristianos a lo largo de los siglos: testimoniar el amor de Dios en nuestro mundo. Hasta el martirio, porque el testigo es un mártir según el mismo significado de la palabra en griego. Mártires de los primeros siglos, también de nuestro tiempo, contemporáneos nuestros, hasta conocidos nuestros. Como monseñor Oscar Romero en Nicaragua, o monseñor Girardi en Guatemala, como los monjes trapenses asesinados en Argelia por la intolerancia de unos cuantos, como tantos cristianos en China, Corea del Norte y Vietnam, y tantos otros en diversos países africanos. Testigos de Jesucristo. Del amor de Dios Padre a todos los seres humanos, sobre todo a los pequeños, a los débiles, a los pobres. Mártires de la estirpe de los apóstoles, fortalecidos por el fuego del Espíritu. El diálogo de Jesús con Nicodemo en el capítulo 3º del evangelio de san Juan, se convierte poco a poco en un discurso y luego en un verdadero monólogo, en el que Jesús se manifiesta, no solo a su interlocutor que va quedando en la sombra, sino a todo aquel que lea o escuche leer el texto. Los cristianos de las comunidades joánicas, esparcidas por el norte de Palestina, Siria y el Asia Menor, pusieron en boca de Jesús sus propias conclusiones acerca de la identidad de su Señor, elaboraron la que podríamos llamar “primera cristología”, es decir, primera doctrina sistemática acerca de quién es Jesucristo, sus relaciones con Dios, con nosotros, su procedencia, atributos, poderes, las consecuencias de su actividad histórica, etc. Y esto lo hacían los primeros cristianos, no con las solas luces de su inteligencia, sino movidos y alumbrados nada menos que por el mismo Espíritu Santo, que habían recibido superabundantemente desde Pentecostés. Circulaba en el siglo I de nuestra era, por toda la cuenca del Mediterráneo, pero especialmente en la parte oriental del imperio, una doctrina filosófica que se iba haciendo cada vez más popular: era una forma de religiosidad y pensamiento que manejaba una concepción dualista del mundo, la historia y la existencia humana. Se hablaba en un lenguaje bipolar del cielo y la tierra, el bien y el mal, los dioses y los demonios, la vida y la muerte, el pecado y la virtud. Los primeros cristianos adoptaron este lenguaje para expresar con él su fe en Jesús, manteniéndose por otra parte fieles a los principios intangibles del Evangelio. Era una de los primeras “inculturaciones” del Evangelio en el pensamiento y el lenguaje de cierta forma de la cultura helenista de esa época. Lo mismo que, por su parte, había hecho san Pablo en sus cartas, al poner al alcance de muchos paganos de cultura greco-romana, el mensaje fundamental de la fe cristiana. Es por eso que en el pasaje de san Juan que hoy leemos Jesús dice que “viene de lo alto”, que “viene del cielo” y que por eso habla de las cosas del cielo, donde está Dios. A diferencia de nosotros, judíos o paganos, que somos de la tierra y hablamos de las cosas de la tierra. Se trata de aceptar su testimonio, pues El trae las Palabras de Dios. Pero no es una simple ideología, un “conocimiento” secreto que debamos captar y entender. Se trata de la obra salvadora de Jesús, por su muerte y resurrección, en cumplimiento de la voluntad del Padre y para darnos “vida eterna” a quienes creamos en El. Esta “vida eterna” que trae Jesús equivale al mensaje del Reino de Dios que encontramos en los evangelios sinópticos. No es solamente una vida más allá de la muerte que suponga la previa resurrección de los muertos. Es una vida ya desde aquí y ahora, en plenitud, fundada en el amor paternal de Dios por todos nosotros y en la fraternidad cristiana vivida en comunidad y transformadora del mundo. ¿Cómo encarnamos nosotros hoy el Evangelio? Tenemos que hacerlo llegar a nuestros contemporáneos en el lenguaje de su cultura y de sus tradiciones, respondiendo a sus problemas y necesidades, encarnándolo en la realidad que hoy vivimos, como lo hicieron los primeros cristianos en la suya. Esto sin ir a traicionar de ningún modo su verdad esencial: que Dios nos ama a todos, preferentemente a los pobres y a los humildes, y que por este amor nos ha dado a su Hijo Jesucristo: muerto y resucitado para nuestra salvación.
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Viernes 12 de abril Julio EVANGELIO Juan 6, 1-15 6 1 Algún tiempo después se fue Jesús al otro lado del mar de Galilea (de Tiberíades). 2 Solía seguirlo una gran multitud porque percibían las señales que realizaba con los enfermos. 3 Subió Jesús al monte y se quedó sentado allí con sus discípulos. 4 Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los Judíos. 5 Jesús levantó los ojos y, al ver que una gran multitud se le acercaba, se dirigió a Felipe: -¿Con qué podríamos comprar pan para que coman éstos? 6 (Lo decía para ponerlo a prueba, pues él ya sabía lo que iba a hacer.) 7 Felipe le contestó: -Doscientos denarios de plata no bastarían para que a cada uno le tocase un pedazo. 8 Uno de los discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: 9 -Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos? 10 Jesús les dijo: -Haced que esos hombres se recuesten. Había mucha hierba en el lugar. Se recostaron aquellos hombres, adultos, que eran unos cinco mil. 11 Jesús tomó los panes, pronunció una acción de gracias y se puso a repartirlos a los que estaban recostados, y pescado igual, todo lo que querían. 12 Cuando quedaron satisfechos dijo a sus discípulos: -Recoged los trozos que han sobrado, que nada se eche a perder. 13 Los recogieron y llenaron doce cestos con trozos de los cinco panes de cebada, que habían sobrado a los que habían comido. 14 Aquellos hombres, al ver la señal que había realizado, decían: -Ciertamente éste es el Profeta, el que tenía que venir al mundo. 15 Jesús entonces, dándose cuenta de que iban a llevárselo por la fuerza para hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo.
COMENTARIOS I
La segunda Pascua (fiesta del éxodo liberador) está cercana; Jesús en esta escena va a anticipar el éxodo mesiánico y explicar cómo la nueva comunidad humana podrá subsistir, librándose de los sistemas explotadores. El libro del Exodo sirve de trasfondo al relato de los panes y peces; a este libro aluden, sobre todo, el paso del mar (v. 1), el monte (v. 3), la mención de la Pascua (v.4 4), la tentación (v. 6) y el pan / maná (vv. 9.11.13). vv. 1-2: Algún tiempo después se fue Jesús al otro lado del mar de Galilea (de Tiberíades). Solía seguirlo una gran multitud porque percibían las señales que realizaba con los enfermos. Jesús pasa el mar, pero sin llevarse detrás a las multitudes. No es un caudillo que arrastra; su comunidad se funda en una opción libre por la libertad. El Mar / lago de Galilea o de Tiberíades son los nombres judío y pagano, y representan una población mezclada. Jesús dará de comer por igual a todos. El punto de partida del éxodo es la antigua tierra prometida, ahora tierra de esclavitud. La gran multitud veía en Jesús un liberador; aunque no están enfermos, son también débiles.
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- 29 v. 3: Subió Jesús al monte y se quedó sentado allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los Judíos. Es la primera subida de Jesús al monte, como Moisés (Éx 24,1s.9.12); el monte representa la esfera divina, el lugar donde reside la gloria de Dios, su amor leal, manifestado en Jesús. La Pascua de Jesús se contrapone a la Pascua oficial (v. 4).
vv. 5-6: Jesús levantó los ojos y, al ver que una gran multitud se le acercaba, se dirigió a Felipe: -¿Con qué podríamos comprar pan para que coman éstos? (Lo decía para ponerlo a prueba, pues él ya sabía lo que iba a hacer). Jesús, situado al otro lado del mar, representa una alternativa frente al sistema judío. La multitud, que se acerca, da pie al diálogo con Felipe y a la intervención de Andrés (vv. 5-8). Jesús lleva la iniciativa previendo la necesidad del pueblo, no espera a que le rueguen. Pone a prueba a Felipe, el discípulo que no ha salido de las categorías de la tradición judía, como Dios ponía a prueba a Israel en el desierto (Éx 15,25; 16,4; Dt 33,8); quiere ver Jesús si participa en su éxodo, si ha comprendido su mensaje. vv. 7: Felipe le contestó: -Doscientos denarios de plata no bastarían para que a cada uno le tocase un pedazo. Felipe muestra su desaliento: en la economía del dinero, única que comprende, no hay solución para el hambre; para él, el éxodo fracasa. vv. 8-9: Uno de los discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice:-Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos? Otra voz, la de Andrés, el discípulo de la plena experiencia cristiana (1,39b), que está dispuesto a compartir (solidaridad, amor). El muchacho es figura del grupo de discípulos en cuanto servidor de la multitud. Felipe duda de que pueda bastar con cinco panes de cebada y dos peces. Los panes de cebada aluden al ciclo del profeta Eliseo, cuando dio de comer con veinte panes de cebada a cien personas (2 Re 4,42-44). vv. 10-11: Jesús les dijo: -Haced que esos hombres se recuesten. Había mucha hierba en el lugar. Se recostaron aquellos hombres, adultos, que eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, pronunció una acción de gracias y se puso a repartirlos a los que estaban recostados, y pescado igual, todo lo que querían. Jesús no hace caso del pesimismo de los discípulos. Comer recostado era propio de hombres libres; la libertad es el primer efecto de la acción de Jesús. La nueva Pascua no se come de pie y deprisa como la antigua (Éx 12,11); es la de los hombres libres, no la de los esclavos, y no hay largo camino que recorrer para llegar a la nueva tierra prometida. La alusión a la mucha hierba, abundante pasto para las ovejas, representa la promesa de la fecundidad propia del tiempo mesiánico. Los que eran multitud (v. 5) son ahora individuos, personas (hombres adultos), independientes y libres; éste es el efecto del servicio/amor en el seguidor de Jesús. El número cincuenta, del cual es múltiplo cinco mil (Mt 14,21; Mc 6,44; Lc 9,14; Hch 4,4), se ponía en relación con las comunidades proféticas del libro de los Reyes (1 Re 18,4.13; 2 Re 2,7) formadas por grupos de ciencunta profetas; la comunidad mesiánica ha de ser una comunidad del Espíritu y, por tanto, profética. v. 11: Jesús tomó los panes, pronunció una acción de gracias y se puso a repartirlos a los que estaban recostados, y pescado igual, todo lo que querían. La acción de gracias de Jesús introduce un nuevo personaje: Dios Creador / Padre. Pronunciar una acción de gracias es reconocer que algo que se posee es don del amor de Dios y alabarlo por ello. Al reconocer que el origen de los panes está en Dios, éstos quedan desvinculados de su poseedor humano, para ser de todos, como la creación misma. vv. 12-14: Cuando quedaron satisfechos dijo a sus discípulos: -Recoged los trozos que han sobrado, que nada se eche a perder. Los recogieron y llenaron doce cestos con trozos de los cinco panes de cebada, que habían sobrado a los que habían comido. Aquellos hombres, al ver la señal que
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- 30 había realizado, decían: -Ciertamente éste es el Profeta, el que tenía que venir al mundo. Jesús entonces, dándose cuenta de que iban a llevárselo por la fuerza para hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo Todos quedaron satisfechos (v.12): se ha superado la imposibilidad. Se llenaron doce cestos: abundancia para todo Israel.
vv. 15-16: Aquellos hombres, al ver la señal que había realizado, decían: -Ciertamente éste es el Profeta, el que tenía que venir al mundo. Jesús entonces, dándose cuenta de que iban a llevárselo por la fuerza para hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo La señal que da Jesús o el prodigio que cumple consiste en liberar la creación del acaparamiento egoísta que la esteriliza, para que se convierta en don de Dios para todos. Compartir es prolongar el amor de Dios hacia todos, multiplicando el acto creador. Frente a la confianza en el dinero, la confianza en el amor. La gente reacciona identificando a Jesús con "el Profeta", mayor que Eliseo (cf. 2 Re 4,42-44). Pero, en vez de aceptar a Jesús como servidor del hombre, pretenden hacerlo rey, darle una posición de superioridad y de fuerza. Jesús, como Moisés después de la idolatría (Ex 34,3-4), sube solo al monte. La gente han traicionado el designio de amor que él ha realizado con su servicio.
II Sin buscarlo, los apóstoles encuentran un defensor ante el supremo consejo judío. Se trata de Gamaliel, un respetado maestro de la ley perteneciente al grupo de los fariseos y miembro del sanedrín. Más tarde se nos informará, en el mismo libro de los Hechos, que Pablo fue su discípulo. Otros grandes maestros de la tradición rabínica judía llevan ese nombre. Gamaliel expone ante sus colegas un argumento muy convincente: en Israel, en esos tiempos agitados del siglo I DC había habido muchos movimientos revolucionarios, de carácter mesiánico, es decir, que sus líderes se presentaban como el enviado definitivo, escatológico, de Dios para salvar a su pueblo. Gamaliel menciona la insurrección de un tal Teudas y la de Judas, el galileo, ambas tuvieron lugar por la época del nacimiento de Cristo, relacionadas con los levantamientos populares que siguieron a la muerte de Herodes el Grande en el año 4 AC. Junto con otras muchas revueltas de los judíos contra sus opresores romanos, éstas, de Teudas y de Judas, son mencionadas por el historiador judío, Flavio Josefo, que vivió en el siglo I DC, contemporáneo por tanto del nacimiento del cristianismo y de muchos de los acontecimientos que narra. Gamaliel recuerda a los senadores judíos que esas insurrecciones acabaron en nada: sus jefes fueron muertos violentamente y sus seguidores dispersados. Les aconseja entonces que no den mucha importancia al naciente movimiento de los apóstoles: si es de los hombres se disolverá por sí mismo. Si es de Dios nada podrán contra ellos. Seguramente Gamaliel no era cristiano en secreto, tal vez tampoco simpatizaría con el cristianismo. Era más bien un hombre tolerante, respetuoso de las ideas de los demás, enemigo de la violencia y de la injusticia. Hombres como él están muy cerca del Reino de Dios, son los que llamamos “hombres de buena voluntad” que, sin saberlo, encarnan muchos de los valores y de las virtudes evangélicas. El consejo de Gamaliel fue acogido por sus compañeros. Pero no se libraron los apóstoles de ser azotados por desobedientes, seguramente con los 49 azotes que se acostumbraban, uno menos que los 50 prescritos por la ley. Y les fue nuevamente prohibido que predicaran en el nombre de Jesús. Prohibición que ellos, evidentemente, no acataron. La lectura termina diciéndonos cómo los apóstoles se alegraron por ser hallados dignos de sufrir por el evangelio, y cómo reanudaron su predicación evangelizadora incluso en el mismo templo, con gran éxito entre la gente. El largo capítulo 6º de san Juan, con sus 71 versículos, está dedicado todo él al “Pan de Vida”, a la eucaristía, teniendo en cuenta que hace las veces de gran relato de la institución de dicho sacramento, pues san Juan, a diferencia de los sinópticos, no la relata en el contexto de la última cena, en donde la reemplaza por el gesto del lavatorio de los pies. Se trata de uno de los siete grandes “signos” que realiza Jesús según el 4º evangelista, signos que deben suscitar la fe de los testigos presenciales y que, en todo caso, ilustran nuestra fe de cristianos,
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- 31 veinte siglos después. Jesús va con sus discípulos, en la barca, al otro lado del lago de Genesaret, el mar de Galilea. En una región deshabitada llegan a reunirse cientos de personas que siguen a Jesús “porque había visto los signos que hacía con los enfermos”. Seguramente esperan ver más signos, tal vez llevan enfermos para pedirle que los cure. Jugando con el simbolismo de los números, que en este pasaje juega un papel importante, el evangelista nos dirá que eran unos cinco mil hombres; como es usual en la Biblia, no se cuentan ni las mujeres ni los niños. Cinco mil, es decir, una gran multitud, una porción representativa de todo el pueblo de Dios. Todos los elementos del relato son significativos: Jesús está en la montaña, como un nuevo Moisés, desde donde puede ver a la multitud que se va agolpando a su alrededor. Lo rodean los discípulos, las primicias de la Iglesia. Está cerca la Pascua judía, la gran celebración de la liberación de Egipto, del paso del Mar Rojo, de los portentos de la travesía por el desierto: el maná, el agua de la roca y tantos otros. Ya no es la multitud la que pide comida, es Jesús el que la quiere alimentar, y prueba a sus discípulos preguntándoles de dónde sacar plata para comprar el alimento necesario para tanta gente. Alguien señala una desproporción: cinco panes de cebada, el pan de los pobres, y dos peces, son puestos por un muchacho a disposición de todos. Cinco panes para cinco mil hombres! Los discípulos hacen de intermediarios entre Jesús y la multitud. Hacen que se sienten en pleno campo y, mientras tanto, Jesús mismo prepara la cena, dice la bendición y comienza a repartir los panes, luego los peces. Todos comen hasta saciarse. Ya en el desierto Dios había alimentado al pueblo con el maná (Ex 16). Y el profeta Eliseo había alimentado a cien hombres con veinte panes de cebada que alguien le había llevado de regalo, y también en aquella ocasión había sobrado pan (2Re 4,42-44). Ahora Jesús, el profeta por excelencia, el mediador de la nueva alianza alimenta al pueblo hambriento en el desierto. No es necesario especular acerca de cómo pudo hacerlo, ni imaginar gestos de magia o de prestidigitación. La Palabra de Dios, por la cual fueron hechos los mundos, puede hacer que una multitud egoísta se convierta en familia que comparte lo que tiene. Al final los discípulos, por orden de Jesús, recogen las sobras: doce canastos, otro número que simboliza al pueblo de Dios, a la iglesia de Jesucristo. Actualmente, en el naciente siglo XXI de las telecomunicaciones, la globalización y el mercado mundial, todavía hay millones y millones de seres humanos hambrientos. Millones de niños siguen muriendo de la enfermedad más elemental que podamos sufrir: el hambre, la desnutrición. El milagro de Jesús es una protesta por nuestra falta de solidaridad. Con lo que desperdiciamos en vanidades, en comidas superfluas que después nos hacen daño: golosinas, helados, exquisiteces, con eso nada más podríamos alimentar a nuestros hermanos necesitados. Con lo que los países desarrollados gastan en producir armas, la humanidad podría solucionar el problema del hambre en el mundo. Pero nosotros no somos como Jesús, no somos capaces de compadecernos, ni de invitar fraternalmente a la solidaridad. La gente agradecida reconoce que Jesús es “el profeta que tenía que venir al mundo” (Dt 18,15), el nuevo Moisés, y quieren hacerlo rey, porque El sí se compadece de sus sufrimientos y los alivia, no como los reyes de este mundo que solo han explotado al pobre pueblo. Pero Jesús sabe que su reino no es de este mundo, ha despreciado el poder universal que le ofrecía el tentador, sabe que su misión es hacer la voluntad del Padre, por eso se retira, solo, a la montaña.
Sábado 13 de abril Martín I EVANGELIO Juan 6, 16-21 16
Al anochecer bajaron sus discípulos al mar, 17 se montaron en una barca y se dirigieron a Cafarnaún. (Los había cogido la tiniebla y aún no se había reunido con ellos Jesús; 18 además, el mar, por un fuerte viento que soplaba, estaba picado.) 19 Habían ya remado unos cinco o seis kilómetros cuando percibieron a Jesús que, andando sobre el mar, se acercaba a la barca, y les entró miedo; 20 pero él les dijo: -Soy yo, no tengáis miedo.
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- 32 A1 querer ellos recogerlo en la barca, inmediatamente se encontró la barca en la tierra adonde iban. 21
COMENTARIOS I vv. 16-18: Al anochecer bajaron sus discípulos al mar, 17 se montaron en una barca y se dirigieron a Cafarnaún. (Los había cogido la tiniebla y aún no se había reunido con ellos Jesús; 8 además, el mar, por un fuerte viento que soplaba, estaba picado.) Ante la negativa de Jesús a ser hecho rey, los discípulos desertan de él. La tiniebla que los coge representa la ideología del poder, propia del sistema opresor, cuyos falsos valores profesan (vv. 16-17). v. 19:Habían ya remado unos cinco o seis kilómetros cuando percibieron a Jesús que, andando sobre el mar, se acercaba a la barca, y les entró miedo; Jesús no los abandona (amor leal) y se acerca andando sobre el mar, verdadera manifestación de la divinidad de Jesús. Andar sobre el mar es atributo divino en el libro de Job (9,8; 38,16). Los discípulos sienten miedo, porque aún no comprenden su amor. vv. 20-21: pero él les dijo: -Soy yo, no tengáis miedo. A1 querer ellos recogerlo en la barca, inmediatamente se encontró la barca en la tierra adonde iban. Jesús se da a conocer con la expresión: Yo soy. Es el Mesías, el Hombre-Dios. En cuanto intentan recogerlo en la barca, ésta se encuentra en terreno firme. Al aceptar a Jesús llegan a la tierra adonde él pretendía llevarlos con su éxodo.
II Hasta en la primera comunidad cristiana de Jerusalén, tan idealizada en el libro de los Hechos, se presentan problemas. Claro que se trata de positivos problemas de crecimiento. El texto da a entender que ya se daban en dicha comunidad dos grupos de distinto origen: los cristianos convertidos del judaísmo palestino que hablaban principalmente arameo (sería la “lengua hebrea” de que habla el texto, pues el verdadero hebreo era, a estas alturas, una lengua sagrada reservada a los peritos), y el de los cristianos convertidos del judaísmo helenista, que hablaban griego. Veremos que entre ambos grupos había también diferencias de mentalidad y de sensibilidad. Estos últimos, “los de lengua griega” se quejaron de que sus viudas no eran adecuadamente asistidas en el reparto comunitario. Los apóstoles en conjunto, como una especie de consejo, proponen a la comunidad una solución: elegir a algunos para las tareas administrativas y así poder dedicarse ellos de lleno a la oración y a la predicación de la Palabra. Aceptada la iniciativa por la comunidad se nos da la lista de los seleccionados, entre los cuales, como veremos en próximas lecturas de Hechos, sobresaldrán Esteban y Felipe. Son siete los elegidos, un número muy significativo de la vocación a determinados cargos u oficios, como por ejemplo los 70 jueces que elige Moisés para que le ayuden a administrar justicia (Ex 18, 13-27; Nm 11, 16-17) o los 70 miembros del Sanedrín. Llama poderosamente la atención la forma de proceder: un grupo se queja, los apóstoles, colegialmente, proponen una solución a la comunidad, esta asiente y se llega a una decisión. Se trata entonces de una deliberación comunitaria, bajo la guía de los apóstoles. Estamos ante una comunidad organizada que tiene sus líderes pero que participa activamente en la toma de decisiones. Llama también la atención que se deslinden los campos: una cosa es la oración y la predicación de la Palabra, y otra, importante también y que merece atención especial, la administración de los bienes comunitarios y la atención de los necesitados. Debemos notar además el cuidado de la comunidad por los más débiles. En este caso se trata de las viudas de los cristianos de origen judío helenista (de habla griega porque posiblemente vivieron fuera del país por un tiempo más o menos largo). En la sociedad patriarcal de la época, las mujeres nunca se valían por sí mismas, sus derechos estaban asegurados por
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- 33 la pertenencia a la familia: el padre debía garantizarlos a su esposa y a sus hijas solteras. La mujer viuda quedaba en situación de extrema necesidad, sobre todo si era pobre. No olvidemos que el libro de los Hechos, como las epístolas del NT, es una especie de espejo en el cual deben mirarse, a lo largo de los siglos, todas las comunidades cristianas que quieran hacerse dignas de su nombre. Inmediatamente después de la multiplicación de los panes, san Juan nos trae el relato de una acción misteriosa de Jesús: alcanza a sus discípulos, a media noche, caminando sobre las aguas del lago en medio de las cuales ellos bregan contra la tempestad. En el momento de alcanzarlos, cuando ellos, asustados, quieren hacerlo subir a bordo, la barca toca tierra. Es uno de los llamados “milagros sobre la naturaleza”, diferentes de las curaciones y los exorcismos y mucho menos numerosos. Jesús acaba de manifestarse como el Profeta, como Moisés o Eliseo, que alimenta al pueblo en el desierto (Ex 16, 916; 2Re 4, 42-44), de forma generosa y milagrosa. Ahora, caminando sobre las aguas del lago, no puede ser otro que el Señor del universo, creador y ordenador de las fuerzas del mundo que, como tantas veces es descrito en el AT, domina las aguas del caos (Gn 1, 6-10), envía la lluvia a la tierra (Sal 65, 10-11), hace pasar a su pueblo, sin mojarse los pies, a través del Mar Rojo (Ex 14, 15-31). El mismo que se sienta por encima de la tormenta (Sal 29, 10) y cuyos caballos pisotean el océano sin dejar rastro de sus huellas (Sal 77, 17-20). Por eso la palabra de Jesús para calmar a sus discípulos es muy significativa: “Yo soy, no tengan miedo”. El “Yo soy” nos remite al nombre mismo de Dios tal y como lo reveló a Moisés al pie de la zarza (Ex 3, 13-14). Esto significa que los cristianos entre los cuales se formó y difundió inicialmente el evangelio de san Juan, afirmaban la divinidad de Jesucristo, parangonable a Dios, el Padre, partícipe de sus atributos. Y esto gracias a la fe en la resurrección por la cual Dios había exaltado a Jesús manifestándolo como su hijo muy amado. La simbología y el arte cristianos han hecho siempre de la barca de los apóstoles un signo de la Iglesia, la comunidad de Jesús y sus discípulos. Se la representa algunas veces con las velas desplegadas, enfrentando las tormentas de la historia. Otras veces aparece como la barca de los pescadores que arrojan sus redes en el mar. Pasajes como el que acabamos de leer, del evangelio de san Juan, fundamentan esta bella simbología que hemos de traducir en actitudes de vida cristiana: todos somos responsables de nuestra comunidad, estamos en ella como los navegantes en la barca, hemos de recibir en ella a Jesucristo que nos diga en las dificultades y problemas: “Yo soy, no tengan miedo”. Que nos haga llegar rápida y seguramente al puerto.
Domingo 14 de abril Telmo – Pedro Galdino DOMINGO TERCERO DE PASCUA Primera lectura: Hechos 2, 14.22-28 Salmo responsorial: 15, 1-2.5.7-11 Segunda lectura: 1 Pe 1, 17-21 EVANGELIO Lucas 24, 13-35 13
Aquel mismo día, dos de ellos iban camino de una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén, 14 y conversaban de todo lo que había sucedido. 15 Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos, 16 pero algo en sus ojos les impedía reconocerlo. 17 E1 les preguntó: -¿Qué conversación es esa que os traéis por el camino? Se detuvieron cariacontecidos, 18 y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: -¿Eres tú el único de paso en Jerusalén que no se ha enterado de lo ocurrido estos días en la ciudad? 19 É1 les preguntó: -¿De qué?
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- 34 Contestaron: -De lo de Jesús Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo; 20 cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron, 21 cuando nosotros esperábamos que él fuese el liberador de Israel. Pero, además de todo eso, con hoy son ya tres días que ocurrió. 22 Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han dado un susto: fueron muy de mañana al sepulcro 23 y, no encontrando su cuerpo, volvieron contando que incluso habían tenido una aparición de ángeles, que decían que está vivo. 24 Algunos de nuestros compañeros fueron también al sepulcro y lo encontraron tal y como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron. 25 Entonces Jesús les replicó: -¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo que dijeron los profetas! 26 ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en su gloria? 27 y, tomando pie de Moisés y los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. 28 Cerca ya de la aldea adonde iban, hizo ademán de seguir adelante, 29 pero ellos le apremiaron diciendo: -Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día va ya de caída. El entró para quedarse con ellos. 30 Estando recostado con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo ofreció. 31 5e les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció de su vista. 32 Entonces se dijeron uno a otro: -¿No estábamos en ascuas mientras nos hablaba por el camino haciéndonos comprender la Escritura? 33 Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén; encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, 34 que decían: -Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. 35 Ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
COMENTARIOS I QUÉDATE CON NOSOTROS El gozar de libertad nos hace descubrir nuestra dignidad, el considerarnos iguales nos permite sentirnos hermanos; la práctica del amor nos va acercando a la felicidad; la presencia de Jesús llena de sentido nuestras vidas. Pero a veces el miedo vence a la libertad, el orgullo a la igualdad y el egoísmo al amor. Y cualquiera de ellos –miedo, orgullo, egoísmo- nos impide reconocer a Jesús cuando está cerca. Pero Jesús se ha quedado con nosotros para, si nos dejamos, abrirnos los ojos al partir el pan. TORPES Y LENTOS PARA CREER Tuvieron a Jesús consigo durante tres años, más o menos; lo vieron realizar todo tipo de señales; se pusieron de su parte en todos los conflictos que lo enfrentaron a los poderosos de su tiempo; pudieron apreciar la inmensidad de su amor en su entrega a la cruz. Pero cuando se trataba de romper con su vieja mentalidad... -sobre todo cuando tenían que tragarse su orgullo de pueblo-, entonces no había manera: ellos eran los mejores (su pueblo había sido elegido nada más y nada menos que por Dios), y sus ideas no se las quitaba nadie de la cabeza: siempre había sido así; así pensaron nuestros padres y nuestros abuelos... Y lo peor de todo es que, pensando así, no les había ido demasiado bien: la historia del pueblo de Israel, si excluimos los reinados de David y Salomón, en los que alcanza un cierto esplendor, es la historia de las distintas invasiones que sufre aquel pequeño pueblo. Pero el orgullo les podía, y por eso no podían aceptar que el enviado de Dios hubiera sido vencido por los jefes religiosos y entregado en manos de los invasores paganos para que fuera ejecutado. ¡Si precisamente él era el que tenía que ponerse a la cabeza de su pueblo y expulsar a los invasores! ¡ Si precisamente él era el que tenía que someter a juicio a los corruptos jefes religiosos del pueblo!
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- 35 COSAS DE MUJERES «Aquel mismo día, dos de ellos iban camino de una aldea llamada Emaús, y conversaban de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos, pero algo en sus ojos les impedía reconocerlo»,
Cierto que aquel Jesús se había mostrado como «un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo», pero eso no era bastante para ellos. Ellos habían puesto en él su esperanza de pueblo oprimido por un invasor extranjero; pero la muerte truncó la esperanza de que él fuera «el liberador de Israel» Es verdad que su muerte había sido la de un verdadero héroe, pero ¿ a quién iba a liberar ya el que debía estar pudriéndose en el sepulcro? Sí, es cierto que algunas mujeres del grupo les habían dado un susto diciéndoles que habían visto unos ángeles que les dijeron que Jesús estaba vivo, pero... ¡eran cosas de mujeres, que tienen la imaginación demasiado calenturienta! Por eso, aunque Jesús estaba caminando y conversando con ellos, «estaban cegados y no podían reconocerlo». AL PARTIR EL PAN Fue necesario que Jesús les volviera a explicar de nuevo que el modo de obrar de Dios no tiene por qué coincidir con el modo de actuar de los hombres, que no es Dios el que se debe acomodar a nuestro modo de ver las cosas, sino que somos nosotros los que debemos adoptar el punto de vista de Dios; fue necesario que les volviera a mostrar la fuerza liberadora del amor, la capacidad liberadora de una entrega que él volvió a repetir para ellos «al partir el pan». Entonces lo reconocieron porque, al partir el pan (así se llamaba a la celebración de la eucaristía en los primeros siglos del cristianismo), ellos se identificaban totalmente con él, hasta el punto de estar ahora dispuestos a correr su misma suerte. Habían descubierto la fuerza del amor, que garantiza que dar la propia vida no supone perderla, sino comunicarla; entonces consiguieron comprender la calidad del que era no sólo el liberador de Israel, sino el liberador de todo hombre y de todos los pueblos que quisieran acogerse a su liberación; y al compartir su pan se dejaron llenar por la fuerza de su vida, de su amor y de su entrega, y se identificaron con él tomando la decisión de seguirlo hasta donde hiciera falta, hasta la muerte si era necesario. Fue entonces cuando «se les abrieron los ojos y lo reconocieron»; y a partir de entonces se dedicaron a dar testimonio de la resurrección de Jesús y de cómo ellos lo habían reconocido: «Ellos contaron lo que les había ocurrido en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan». Hermosa historia, ¿verdad? Pues cada vez que nos reunimos a compartir la palabra y el pan, podemos conseguir que se realice de nuevo.
II EL LARGO CAMINO DEL HOMBRE OBSTINADO EN TENER RAZON El episodio de Emaús, propio de Lucas, describe el camino que tienen que hacer los discípulos para reconocer la presencia de Jesús en la historia. Lucas enfoca («Y mirad») la comunidad de discípulos («dos de ellos») en el momento en que, simbólicamente, deciden, de mala gana, dejar la institución judía («que distaba dos leguas de Jerusalén») en dirección a una aldea, llamada Emaús (24,13). La conversación que sostienen entre ellos explicita, de palabra, el recorrido que hacen físicamente. Comentan los acontecimientos negativos que han dejado en ellos una profunda frustración (24,14). La ideología que comparten les impide reconocer a Jesús en el compañero de viaje (24,15-16). Reconocen que era un Profeta, pero siguen adictos a los dirigentes de Israel, a pesar de que éstos lo han traicionado y ejecutado («los sumos sacerdotes y nuestros jefes», 24,20), y proyectan sobre su persona rasgos nacionalistas («Jesús, el Nazareno», 24,19): «Cuando nosotros esperábamos que él fuese el liberador de Israel» (24,21a). Como quiera que sólo esperaban un triunfo terrenal, ni las repetidas predicciones de Jesús (9,22.44s; 18,32-34) ni los indicios de su resurrección (testimonio de las mujeres y de los representantes de la Escritura, 24,22; ni la confirmación del relato de las mujeres por parte de Pedro (24,24) no han avivado su esperanza: «Pero, además de todo eso, con hoy son ya tres días que ocurrió» (24,21b).
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JESUS ABRE EL SENTIDO PROFUNDO DE LA ESCRITURA Lucas concentra en esta escena y en la que seguirá, de la que ésta es un desdoblamiento, toda la artillería pesada con el fin de librar la batalla decisiva contra la mentalidad que continúa amarrando a tierra a sus comunidades y les impide reconocer a Jesús en el camino de la historia de los hombres. La resistencia proviene, como en el caso de los discípulos, de la mentalidad que los invade y de la falta de entrega personal, con la excusa de que no lo ven claro, de que la situación no hay quien la arregle, de que ya están de vuelta de todo. En primer lugar Jesús les recuerda, de palabra, lo que ya les había dicho antes por partida triple (las predicciones sobre su muerte y resurrección), insistiendo en que todo eso ya estaba contenido en la Escritura: «¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo que dijeron los Profetas! ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en su gloria?" Y, tomando pie de Moisés y de los Profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura» (24,25-27). La temática es la misma de la escena de la transfiguración y de la escena de las mujeres en el sepulcro. Aquí es Jesús en persona el que les imparte la lección. En el prólogo de Hch 1,3 dirá Lucas, de forma resumida, que la lección duró «cuarenta días». Su mentalidad nacionalista a ultranza y triunfalista les impide comprender el sentido de las Escrituras. Ni siquiera el fracaso del Mesías los ha hecho cambiar. Ahora, peor todavía, como están quemados y de vuelta, regresan al bastión inexpugnable que les queda, la «aldea de Emaús». El día ya declina, oscurece, cae la tiniebla: pero ellos siguen adelante, arrastrándose por la vida decepcionados y resignados. La segunda lección que les impartirá Jesús será con hechos. Pero antes ha sido preciso que ellos diesen señales de vida: «Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día va ya de caída» (24,29). Han acogido al hombre, sin saber que era Jesús. Este ha hecho ademán de seguir adelante (24,28), para que fuesen ellos quienes tomasen la iniciativa de darle acogida. Tienen que hacerse «prójimos», acercándose a las necesidades humanas y compartiendo lo que tienen. «Y sucedió que, estando recostado con ellos a la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció» (24,30). Jesús les da la misma señal que les había dado en la escena del compartir los panes (9,16) y que los llevó a reconocerlo como Mesías (9,18-20). Se dan cuenta de que es él en la acción de compartir el pan (24,35) para que comiera de él todo Israel. Lo sienten viviente, como cuando «estaban en ascuas mientras les hablaba por el camino» (24,32). Palabra y gesto: si queremos comprender el plan de Dios, debemos habituarnos también nosotros a compartir, como Jesús se entregó a sí mismo en un acto supremo de donación (22,19) y lo significó mediante la «partición del pan». Mientras vayamos en busca de una iglesia triunfante, bien considerada y aplaudida por los poderosos, mientras confiemos en los grandes medios de comunicación como formas de evangelización, por el estilo de los carismáticos evangelistas que dominan las televisiones americanas, remaremos contra corriente y no descubriremos nunca a Jesús en la pequeña, pobre e insignificante historia de los hombres y mujeres que nos rodean o que se nos acercan.
III La carta de Pedro pone en evidencia las dificultades que le dieron origen. Va contraponiendo situaciones precedentes, presentes y futuras. Con esto busca establecer un paradigma a partir de la experiencia. Los acontecimientos de la historia, las realizaciones actuales y las esperanzas y sueños futuros proporcionan el material para articular la enseñanza cristiana. No son un conjunto de principios abstractos. Leídos en el contexto de la carta dan un método de reflexión para aprender a discernir a nivel individual y comunitario diversas situaciones históricas. El autor muestra cómo la vida de los cristianos enfrenta dificultades que antes no se tenían. La impronta que Jesús establece en la experiencia del cristiano ilumina la vida individual bajo nueva una luz. Lo que antes se tenía como práctica normal y establecida, se convierte a la luz de Cristo en un hecho contradictorio. Por esto, la carta nos expone cómo la experiencia de Dios se convierte en fuente de transformación: “si llaman Padre a Dios, juez imparcial, deben mostrarle coherencia durante todo el tiempo de su existencia”. A continuación muestra el valor de la muerte de Jesús. No fue un mero accidente de la historia ni un capricho del destino. Por esto, la sangre de Jesús adquiere todo su valor como una entrega generosa que transforma la existencia de quienes le manifiestan su fe. De este modo, los creyentes en
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- 37 Jesús que no provienen del judaísmo llegan a comprender a Dios únicamente por medio de Jesús. La vida, muerte y resurrección, la existencia histórica de Jesucristo, “su sangre”, son insustituibles para la fe. El Evangelio nos presenta el proceso de fe de la comunidad. Un permanente ir y venir por los caminos de la historia, a veces sin descubrir la evidente presencia del Señor. Los discípulos caminan hacia una población cercana alejándose de Jerusalén. Discurren sobre la ignominiosa muerte de Jesús. Ponen sobre la palestra todas las expectativas que tenían sobre “ese hombre”. Es muy curioso el hecho de alejarse de Jerusalén. Tal vez huyen de la dura experiencia, de la situación complicada que se desató, o simplemente muestran su desacuerdo con la comunidad que se mantiene atada al antiguo bastión de la fe israelita. Al rehacer el camino de Jesús convergen en la experiencia que les han comunicado las mujeres. En el camino, Jesús se les acerca y participa de la conversación. El tema: la desilusión que sobrevino a la comunidad al deshacerse las expectativas mesiánicas. Ellos querían un Mesías político, un líder nacional. No acertaron a descubrir un valor universal en la acción de Jesús, al inscribirlo únicamente dentro del anuncio de los profetas de Israel. Para estos discípulos, el significado de Jesús sólo se restringía al esquema de sus doctrinas. Por fortuna, la fuerza del resucitado vence las ataduras de unas expectativas nacionalistas y de una intelección muy reducida, y abre el entendimiento a las nuevas interpretaciones. Así, se confirma el testimonio de las mujeres. Testimonio nacido de una memoria siempre viva y un amor sin límites. El camino continúa y Jesús comienza a redireccionar la interpretación nacionalista que los discípulos dan a su propia tradición. La mentalidad triunfalista había inhabilitado la capacidad para entender las nuevas realidades. Para comprender que de un fracaso de la historia Dios nos da una lección permanente. De este modo, la suerte del crucificado se convierte en la clave hermenéutica para abrir la inteligencia de los grupos afincados en ideologías nacionalistas y legalismos dogmáticos. La gloria de Dios no es ajena a la historia. Es precisamente el testimonio de los seres humanos que dan su vida por la justicia y por construir la paz en un mundo erigido sobre la violencia. Por esto, el resucitado se convierte en un contradictor de la historia triunfalista y en la reivindicación de la esperanza de los seres humanos justos. El resucitado nos recuerda: ¿No tenía que padecer eso para entrar en su gloria? En la palabra “eso” va todo el contenido de una historia vista únicamente con los ojos del inmediatismo y no de un futuro abierto a Dios. “Y comenzando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a él”. Una interpretación abierta de la Biblia es necesaria para comprender las nuevas realidades de la historia. La Palabra de Dios siempre es interpelación, cuestionamiento, exhortación en una expresión: Palabra viva. Por esto, el resucitado les exigió una nueva mentalidad y una nueva hermenéutica para comprenderlo a él. Al final, viene la celebración festiva. Se reúnen en torno a la mesa y dan gracias a Dios por el camino avanzado. El Pan y la Palabra se hacen uno en el resucitado, y su presencia se evidencia en la comunidad. Sin un pan compartid, la Palabra no es entendida. Sin la Palabra acogida en comunidad, el pan es simple ritualismo. Así, se conjugan Pan y Palabra para hacer efectiva la presencia de Jesús en la comunidad. Ahora es posible la vuelta a Jerusalén, para salir definitivamente de la antigua ciudad de la fe.
Lunes 15 de abril Benito José Labre EVANGELIO Juan 6, 22-29 22
Al día siguiente, la multitud que se había quedado al otro lado del mar se dio cuenta de que allí no había habido más que un bote y que no había entrado Jesús con sus discípulos en aquella barca, sino que sus discípulos se habían marchado solos.
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- 38 Llegaron a Tiberíades otros botes cerca del lugar donde habían comido el pan, cuando el Señor pronunció la acción de gracias. 24 Así, al ver la gente qué Jesús no estaba allí ni sus discípulos tampoco, se montaron ellos en los botes y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. 25 Lo encontraron al otro lado del mar y le preguntaron: -Maestro, ¿desde cuándo estás aquí? 26 Les contestó Jesús: -Sí, os lo aseguro. No me buscáis por haber visto señales, sino por haber comido pan hasta saciaros. 27 Trabajad, no por el alimento que se acaba, sino por el alimento que dura dando vida definitiva, el que os va a dar el Hombre, pues a éste el Padre, Dios, lo ha marcado con su sello. 28 Le preguntaron: -¿Qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? 29 Respondió Jesús: -Este es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado. 23
COMENTARIOS I Jesús comienza a explicar el episodio de los panes. Los que habían comido acuden a Jesús, deseosos de continuar en una situación que les aseguraba el sustento sin esfuerzo propio (vv. 22-24). La multitud ha sido la beneficiaria del amor de Dios, expresado a través de Jesús y los suyos, pero recuerda sólo la satisfacción del hambre; por eso busca a Jesús (vv. 25-26). El don del pan era una invitación a la generosidad; no era solamente donación de algo (el pan), expresaba la donación de la persona. Al retener solamente el aspecto material, la satisfacción de la propia necesidad, la han vaciado de su contenido y no han respondido al amor. v. 27: Trabajad, no por el alimento que se acaba, sino por el alimento que dura dando vida definitiva, el que os va a dar el Hijo del Hombre, pues a éste el Padre, Dios, lo ha marcado con su sello. No basta encontrar solución a la necesidad material; hay que aspirar a la plenitud humana, y esto requiere colaboración del hombre (trabajad). Han limitado su horizonte: el alimento que se acaba (el pan) da sólo una vida que perece; el que no se acaba (el amor), da vida definitiva. El pan ha de ser expresión del amor. Ellos ven el pan sin comprender el amor, y en Jesús ven al hombre, sin descubrir el Espíritu. Jesús es el Hijo del Hombre portador del Espíritu (sellado por el Padre). v. 28: Le preguntaron: -¿Qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? Respondió Jesús: -Este es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado. La gente cree que Dios va a prescribir algún mandamiento u observancia porque no conoce el amor gratuito, pero lo único necesario es la adhesión a Jesús (v. 29).
II De los siete varones elegidos por la comunidad y encargados por los apóstoles de la administración, sobresale Esteban, hasta por su nombre que significa “coronado”. Por la imposición de las manos ha quedado lleno de la gracia y del poder de Dios. Hace milagros (prodigios y signos, dice literalmente el texto) entre el pueblo, y seguramente aprovecha la oportunidad para anunciar la resurrección, sacando de este acontecimiento las consecuencias evidentes. Esto debe suponerse a partir de las acusaciones que más tarde se le hacen. Los miembros de una sinagoga de judíos helenistas (en Jerusalén habría varias sinagogas y estarían especializadas por el origen de sus miembros, o el grupo en el cual militaban, etc.) discuten con Esteban, estrellándose contra su sabiduría y entusiasmo. Son judíos abiertos a las corrientes del pensamiento helenista de la época pues se nos dicen sus lugares de origen: Cirene, que era una provincia en el norte de Africa, actualmente Libia; Alejandría, la gran capital cultural del Egipto grecorromano; Cilicia y Asia, dos provincias importantes del imperio en la actual Turquía. Hay que anotar la mención de Cilicia pues es la provincia de donde es originario Pablo. ¿No estará él precisamente entre los miembros de esta sinagoga que discuten con Esteban?
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- 39 No pudiendo con su elocuencia suscitan un motín contra Esteban, contratan testigos falsos y lo hacen comparecer ante el Sanedrín. Esteban sabrá estar allí como estuvo Jesús, como han estado los apóstoles: lleno de valentía y de la fuerza y la sabiduría del Espíritu, por eso su rostro les parece el de un ángel. Se le acusa de blasfemia, un pecado gravísimo penado con lapidación. Consiste en insultar a Dios, decir mal de las cosas y de las personas santas. Se le acusa también de hablar contra el templo inspirándose en la predicación de Jesús de Nazaret. Y también de poner en tela de juicio las normas de la Ley de Moisés, que para los judíos eran intangibles. Se va abriendo cada vez más la brecha que terminará distinguiendo netamente entre judaísmo y cristianismo. El Templo, a pesar de que los cristianos de la primitiva comunidad siguieron frecuentándolo, no será ya más el único lugar de culto, pues a partir de Cristo resucitado el culto se realiza “en espíritu y en verdad”. Y hasta la ley de Moisés ha quedado relativizada y sometida a la reinterpretación, completamente novedosa, que se desprende de la resurrección de Jesús. Ya Jesús había anunciado a sus discípulos lo que estaba sucediendo con Esteban: serían llevados a las sinagogas para ser juzgados, tendrían que comparecer ante los jueces y los tribunales, para dar testimonio de él (Mt 10, 16-33; Mc 13, 9-13; Lc 21, 12-19; Jn 15, 18-21; 16, 1-4). Esteban no se arredra, al contrario, aprovecha la oportunidad, como veremos después, para denunciar la dureza de los sanedritas y para proclamar la exaltación de Jesús. El destino de Esteban ha sido el de muchísimos cristianos a lo largo de los siglos y hasta nuestros días. Testimoniar la resurrección de Jesús como la definitiva acción salvadora de Dios, que vuelve por la justicia y el derecho de todos los torturados y crucificados de la historia, sigue siendo un deber para nosotros. Tenemos que pedir la gracia y el poder que Dios otorgó a Esteban para que también nosotros seamos capaces de comparecer ante quien quiera pedir cuenta o razón de nuestra fe. Las lecturas del capítulo 6º del evangelio de san Juan que siguen hoy y en los próximos días, constituyen el llamado “discurso del pan de vida”, o “discurso en la sinagoga de Cafarnaúm” (cf Jn 6, 59), en el cual Jesús revela el significado profundo de sus gestos al alimentar a una multitud de más de cinco mil personas con unos pocos panes. En la breve lectura de hoy, la multitud que ha experimentado tal prodigio se empeña en encontrar a Jesús. Van y vienen por el lago y se dan cuenta de que Jesús no tuvo tiempo ni forma de transportarse hasta donde lo encuentran: en la misma Cafarnaúm, la aldea de pescadores que, según los evangelios sinópticos, es el centro de su actividad. Al saludar a Jesús y hacerle ver su perplejidad por encontrarlo tan lejos del lugar en donde lo habían dejado, se inicia un diálogo que, poco a poco se convertirá en el discurso que hemos mencionado: el discurso del pan de vida. Jesús responde a las perplejidades de la gente reprochándole su interés y su falta de fe: lo buscan no porque crean en los signos que El hace, sino por un interés puramente material. Y los desafía a trabajar no por el alimento perecedero, sino por el que perdura, el que da el Hijo de Hombre, aquel a quien Dios Padre ha sellado. Es un lenguaje misterioso, sellado. Lo debió ser para los oyentes de Jesús y lo es todavía para nosotros hoy. Evidentemente Jesús habla de un nuevo alimento, no material sino espiritual. Un alimento que nosotros los cristianos identificamos inmediatamente con la eucaristía, don de Dios a través de su Hijo glorificado. Los judíos ni soñaban con algo semejante. Por eso preguntaron a Jesús acerca del trabajo, de las obras que Dios quiere. Porque siempre pensaban en una especie de intercambio: “do ut des”, “doy para que me des”, sin atreverse a imaginar un alimento celestial como don gratuito, ofrecido a todos los seres humanos sin distinción alguna, con la única condición de confiarse enteramente en Dios y no en las propias fuerzas, el propio poder, el propio orgullo. Por eso Jesús les dice que la única obra que Dios quiere es la fe en su enviado. En este tiempo pascual que estamos celebrando la Iglesia nos propone una reflexión profunda sobre la eucaristía, así como nos la propondrá sobre el bautismo. Resucitados con Cristo nos alimentamos a su mesa. Debemos renovar nuestra fe en El como enviado definitivo del Padre para la salvación del mundo.
Martes 16 de abril Engracia – Flavio EVANGELIO
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Juan 6, 30-35 30
Le replicaron: -Y ¿qué señal realizas tú para que viéndola te creamos?, ¿qué obra haces? 31 Nuestros padres comieron el maná en el desierto; así está escrito: «Les dio a comer pan del cielo». 32 Entonces Jesús les respondió. -Pues, sí, os lo aseguro: Nunca os dio Moisés el pan del cielo; no, es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. 33 Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. 34 Entonces le dijeron: -Señor, danos siempre pan de ése. 35 Les contestó Jesús: -Yo soy el pan de la vida. Quien se acerca a mí nunca pasará hambre y quien me presta adhesión nunca pasará sed.
COMENTARIOS I v. 30: Le replicaron: -Y ¿qué señal realizas tú para que viéndola te creamos?, ¿qué obra haces? La gente no se esperaba que Jesús reclamase adhesión a su propia persona; de un profeta esperaban más bien que reclamase fidelidad a Dios. Por eso comprenden que se declare Mesías, pero, para darle su adhesión, exigen un prodigio como los del antiguo éxodo, semejante al del maná, el llamado pan del cielo (Neh 9,15; Éx 16,15; Nm 11,7-8; Sal 78,24). v.31: Nuestros padres comieron el maná en el desierto; así está escrito: «Les dio a comer pan del cielo». Ellos oponen los prodigios de Moisés a la falta de espectacularidad de la obra de Jesús. Exigen lo portentoso, lo que deslumbra sin comprometer, en vez de lo humano, cotidiano, profundo y de eficacia permanente. v. 32-33: Entonces Jesús les respondió. -Pues, sí, os lo aseguro: Nunca os dio Moisés el pan del cielo; no, es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. 33 Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. La respuesta es tajante: el maná no era pan del cielo ni dio vida definitiva; ésta la da otro pan que tiene su origen en el Padre y que no cesa de llover sobre la humanidad. El pan expresa el amor de Dios creador; el pan del cielo es una manifestación de ese amor, superior a la del pan material. v.34: Entonces le dijeron: -Señor, danos siempre pan de ése. La petición es ineficaz, pues quieren recibir el pan pasivamente, sin comprometerse al trabajo ni acabar de dar adhesión a Jesús. v. 35:Les contestó Jesús: -Yo soy el pan de la vida. Quien se acerca a mí nunca pasará hambre y quien me presta adhesión nunca pasará sed. Este pan es Jesús mismo, don continuo del amor del Padre a la humanidad; la adhesión a él satisface toda necesidad del hombre (al contrario que la Ley, cf. Eclo 24,21; cf. Jn 4,13a-14). A Jesús lo han tenido delante, pero no descubren el sentido de su acción. Desean el pan, pero no dan el paso. Quieren recibir, pero se niegan a amar.
II Hoy leemos la conclusión de un largo discurso que Esteban pronuncia ante el sanedrín, lo encontraremos, en caso de que queramos leerlo completo, en Hch 7, 1-50. Se trata de una especie de síntesis de la historia de la salvación, desde la época patriarcal (7, 216), pasando por la opresión en Egipto y la liberación por mano de Moisés (7, 17-43), hasta llegar a la construcción del Templo salomónico (7, 44-50). Esteban no hace simplemente una lista o elenco de los acontecimientos, sino que va destacando la respuesta del pueblo a los maravillosos favores divinos.
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- 41 Esta respuesta es negativa: incredulidad, exigencias desmedidas, infidelidades incluso hasta la idolatría, rechazo y persecución de sus enviados. A la luz del discurso podremos entender mejor la conclusión que hoy leímos y que parecería demasiado dura contra los judíos de no tener en cuenta lo anterior. Las acusaciones de Esteban que hoy escuchamos parecen escalonadas: de las menos a las más graves, desde la simple rebeldía , hasta la infidelidad, la resistencia a la acción del Espíritu divino, el no cumplimiento de la ley divina, el asesinato de los profetas y, finalmente, para desbordar la copa, el asesinato del mismo enviado de Dios, de Jesucristo. El discurso culmina en una visión que Esteban va describiendo a sus oyentes a medida que la contempla. Una visión que no es otra cosa que la afirmación de que el crucificado, Jesús de Nazaret, ha sido exaltado a la derecha de Dios, es decir, ha recibido de Dios la participación de su poder y de su gloria, porque es el enviado definitivo, escatológico del Padre. La reacción de los sanedritas es explicable, no pueden tolerar lo que para ellos es blasfemia, y terminan lapidando a Esteban en las afueras de la ciudad. Dos detalles interesantes: Esteban muere como Jesús, perdonando a sus verdugos y encomendándose a Dios. Así han muerto a lo largo de los siglos los mártires cristianos. El otro detalle es la aparición de un personaje que ocupará progresivamente la escena del libro de los Hechos hasta abarcarla por completo: un joven llamado Saulo, a cuyos pies los ejecutores depositaron los mantos. El autor anota lacónicamente que Saulo aprobaba esa muerte. Lo dramático del relato nos hace preguntarnos por la razón de la incredulidad de los judíos, su negativa a aceptar el mensaje, primero de Jesús y luego de sus seguidores. Esta misma pregunta se la debieron hacer los cristianos de la 1ª generación. En el NT encontramos una respuesta articulada, compleja y muy positiva en la carta de Pablo a los Romanos, capítulos 9-11, que merecen nuestra lectura atenta. Seguramente Pablo, que tantas veces enfrentó la oposición de los judíos, fue madurando poco a poco esta solución al grave y delicado problema de la incredulidad del pueblo elegido. En el pasaje mencionado Pablo afirma que dicha incredulidad estaba prevista en el plan salvífico de Dios para la humanidad. Era casi “necesaria” para que los pueblos paganos tuvieran oportunidad de acogerse a la misericordiosa condescendencia de Dios manifestada en el Mesías Jesús. Pero quedando a salvo los privilegios del pueblo elegido que, a su debido tiempo, cuando se completase el proyecto salvador, acogerían ahora sí al Mesías y Dios sería glorificado en todos, judíos y gentiles. El pasaje del discurso eucarístico que hemos leído hoy presenta también, como la 1ª lectura, el contraste entre Antigua y Nueva Alianza, el tiempo de la preparación y la promesa, y el tiempo de la plenitud. Como los judíos retan a Jesús a que muestre sus obras, jactándose ellos del pan milagroso que sus antepasados comieron en el desierto, El les recuerda que no fue Moisés el dador del maná, sino Dios mismo que quiere ahora alimentar a sus hijos con el verdadero pan del cielo. “Yo soy el pan de vida”: Cristo se presenta así como la realización de las expectativas y virtualidades contenidas secretamente en el milagro del maná en el desierto, durante la travesía de Israel desde Egipto hasta la tierra prometida. Si leemos el pasaje del AT en donde se nos habla del maná (Ex 16), captamos algunas peculiaridades que iluminarán nuestra comprensión de la eucaristía cristiana. En primer lugar el maná, como la eucaristía, es un don de Dios para la comunidad. No podemos aprender a hacerlo por nuestra cuenta, no podemos patentarlo para nuestro provecho. Dios lo da gratuitamente como alimento a su pueblo. Es también un pan de igualdad, tanto para los justos como para los pecadores, para hombres y mujeres, niños, adultos y ancianos, ricos y pobres, en fin, un pan con el cual no podemos hacer diferencias de las que tanto nos gustan. Se trata también de un pan que no se puede acaparar: los israelitas que trataron de recoger más de la cuenta con el fin de guardarlo para otros días, se dieron cuenta de que se dañaba; solo se podía recoger “el pan nuestro de cada día”, el de mañana Dios lo daría también gratuitamente. El maná, como la eucaristía, mantiene la vida para poder consagrarla al Señor, es lo que significa el hecho de que en sábado, el día del descanso, no apareciera el maná sobre el suelo alrededor del campamento, se comía del maná recogido el día anterior en doble porción, y así el pueblo podía cumplir a plenitud la ley divina. También la eucaristía nos remite a la soberana ley de Cristo: el amor y el servicio a los hermanos. El maná fue alimento del pueblo mientras estuvo en marcha hacia la tierra prometida, dejó de serlo apenas atravesada la frontera de Canaán. La eucaristía también es el viático de la Iglesia en marcha hacia la casa paterna. Allí donde el mismo Dios nos servirá la mesa. Finalmente, así como del maná se puso una porción delante del arca del testimonio como memorial para los israelitas, así también la eucaristía perpetúa a lo largo de los siglos la entrega generosa de Cristo, su amor por nosotros.
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- 42 Estas son las razones que tiene Jesús para decir a los judíos que El es el pan de vida, que quien está con El no pasa hambre, que quien cree en él no tiene sed nunca más. Esta es la “obra”, el “signo” que da Jesús a quienes lo retan a emularse con Moisés, el mediador del milagro del maná y del agua de la roca en el desierto. Ese milagroso alimento daba vida a los israelitas durante su marcha hacia la tierra prometida. La eucaristía de Jesucristo lo supera en cuanto que es un pan que “da vida al mundo”, un pan universal, la realización de una antigua utopía: de que todos los seres humanos tuvieran a su alcance, sin excepción alguna el alimento necesario.
Miércoles 17 de abril Aniceto – Leopoldo EVANGELIO Juan 3, 11-15 11
Pues sí, te aseguro que hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto personalmente, pero nuestro testimonio no lo aceptáis. 12 Si os he expuesto lo de la tierra y no creéis, ¿cómo vais a creer si os expongo lo del cielo? 13 Nadie sube al cielo para quedarse más que el que ha bajado del cielo, el Hombre: 14 Lo mismo que en el desierto Moisés levantó en alto la serpiente, así tiene que ser levantado el Hombre, 15 para que todo el que lo haga objeto de su adhesión tenga vida definitiva.
COMENTARIOS v. 11-12: Pues sí, te aseguro que hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto personalmente, pero nuestro testimonio no lo aceptáis. Si os he expuesto lo de la tierra y no creéis, ¿cómo vais a creer si os expongo lo del cielo? I Jesús habla en plural. Este sabemos es un plural que incluye a la comunidad, en su controversia con el fariseismo del tiempo de Juan y muestra la diferencia entre lo antiguo y lo nuevo; lo antiguo, lo de la tierra son los contenidos de la antigua Escritura; lo nuevo, lo del cielo, es la nueva realidad del Reino, explicada a continuación. Los oyentes de Jesús se encuentra en un callejón sin salida: no creen ni lo uno ni lo otro. Lo suyo es obcecación y ceguera, falta de fe (v. 12). vv. 13-15: Nadie sube al cielo para quedarse más que el que ha bajado del cielo, el Hombre: 14 Lo mismo que en el desierto Moisés levantó en alto la serpiente, así tiene que ser levantado el Hombre, 15 para que todo el que lo haga objeto de su adhesión tenga vida definitiva. Ahora les muestra Jesús la verdadera realidad del Mesías. Para los fariseos, la Ley era fuente de vida y norma de conducta, pero según Jesús la única fuente de vida es el Hombre levantado en alto, el Hijo de Dios, don de Dios a la humanidad para salvarla La expresión "haber bajado del cielo" (v.13) señala la calidad divina de Jesús, por poseer la plenitud del Espíritu (el Espíritu que bajaba como paloma desde el cielo). "Subir al cielo para quedarse" es expresión de su victoria definitiva. Pero sólo el que es capaz de amar hasta el don de sí mismo puede obtener y asegurar el triunfo definitivo, instaurar la nueva sociedad humana (el reino de Dios). "El hijo del Hombre levantado en alto" (doble sentido: cruz y exaltación) será para siempre señal visible y fuente de vida que libra de la muerte.
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II El martirio de Esteban, a quien cabe el glorioso título de “protomártir”, el primer mártir, no es más que el comienzo de una persecución violenta y generalizada contra la naciente comunidad cristiana de Jerusalén. Seguramente que ya no es un pequeñísimo grupo sin importancia, sino que ha crecido mucho hasta hacerse notar y llenar de preocupación a las autoridades. Los cristianos tienen que abandonar la ciudad y se dispersan por Judea y Samaría, las regiones inmediatamente vecinas al perímetro de la capital. Esta onda expansiva seguirá creciendo y creciendo hasta abarcar toda Palestina, todo el Medio Oriente, todo el Mediterráneo oriental, todo el Imperio Romano. El libro de los Hechos nos irá mostrando esta prodigiosa expansión. Antes de pasar a mayores detalles acerca de la persecución, piadosamente se anota el entierro de Esteban por parte de algunos fieles. Para los judíos, y en general para todas las culturas antiguas, y hasta nuestros días, se consideraba una acción caritativa el entierro de los muertos y una desgracia terrible que algún cadáver quedara insepulto o no poder enterrar a los seres queridos. La piedad de los que sepultaron a Esteban contrasta con la crueldad que se asigna a Saulo, el joven a cuyos pies los que lapidaron a Esteban colocaron sus mantos. Se dice que entraba hasta las casas y arrastraba a la cárcel tanto a los hombres como a las mujeres. Era inusual que las mujeres fueran encarceladas. Pero es que la mujer jugará un papel importante en el libro de los Hechos. Ellas también tendrán que sufrir por la fe y dar testimonio de Cristo. Así como la sangre de los mártires es semilla de cristianos, según el famoso dicho de Tertuliano, un escritor cristiano del siglo III, así también los cristianos perseguidos se convierten en sus desplazamientos en misioneros y evangelizadores. Se nos presenta a Felipe, otro de los siete servidores (diáconos), junto con Esteban, de la comunidad de Jerusalén. El va a Samaria, la antigua capital del reino del Norte, de Israel, ahora reconstruida por los romanos como una ciudad pagana. Allí predica, seguramente solo a los judíos, y el libro de los Hechos constata el éxito de su predicación, corroborada por exorcismos y sanaciones. La frase final de la lectura es muy significativa. Dice que “la ciudad se llenó de alegría”. Los perseguidos y desplazados provocan alegría por donde pasan, pues anuncian la Buena Noticia por la que son desterrados. Seguimos escuchando como lectura evangélica el discurso eucarístico, pronunciado por Jesús en Cafarnaúm a propósito del milagro de la multiplicación de los panes. Cristo se declara “pan de vida”, no de la vida biológica normal para la cual tomamos los alimentos ordinarios, sino de la vida en su sentido más profundo: la existencia abierta a la trascendencia, el anhelo de felicidad, justicia, paz y amor verdaderos que alienta en cada ser humano; la vida en la plenitud de sus posibilidades y de su perfecta realización. Lo que el evangelista llama sintéticamente “vida eterna”. De esta vida Jesús se declara alimento y bebida verdaderos. Dios nos ha destinado a esta vida eterna que Jesús alimenta con su eucaristía. Somos de Cristo por voluntad del Padre y Cristo no nos dejará por fuera. Su misión en la tierra es no perder nada de lo que el Padre le ha dado sino, al contrario, darle vida eterna por la resurrección. En nuestros tiempos la vida de los seres humanos se agota rápidamente. Sea por las múltiples privaciones a las que se ven sometidos la mayoría de los pueblos de la tierra; o por lo pasajeros y deleznables que son los ideales en que los ricos cifran su existencia: bienes de consumo, caprichos sin sentido, placeres momentáneos. En cambio Cristo nos ofrece llevar a la plenitud nuestra existencia abriendo nuestro corazón a la solidaridad, haciéndonos capaces de compartir lo que tenemos, no solo el pan, sino todas las demás cosas buenas de la vida. A la profunda angustia de la existencia que nos puede asaltar cuando experimentamos las contradicciones de la historia: la muerte de los pobres, la vida sin sentido de los ricos; Dios responde mostrándonos su amor de Padre en Jesucristo, donándonos su vida en la eucaristía de Jesús. La vida eterna, la resurrección.
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Jueves 18 de abril Pedro Galdino EVANGELIO Juan 6, 44-51 44
Nadie puede llegar hasta mí si el Padre que me envió no tira de él, y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios»; todo el que escucha al Padre y aprende se acerca a mi. 46 No por que alguien haya visto personalmente al Padre, excepto el que procede de Dios; ése ha visto personalmente al Padre. 47 Pues sí, os lo aseguro: El que cree posee vida definitiva. 48 Yo soy el pan de la vida: 49 Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron; 50 éste es el pan que baja del cielo para comerlo y no morir. 51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que come pan de éste vivirá para siempre. Pero, además? el pan que yo voy a dar es mi carne, para que el mundo viva. 52 Los judíos aquellos discutían acaloradamente unos con otros diciendo: -¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? 45
COMENTARIOS I
v.44: Nadie puede llegar hasta mí si el Padre que me envió no tira de él, y yo lo resucitaré el último día. Jesús pone al descubierto la actitud que delatan sus críticas. No reconocen que Dios es Padre dador de vida y que quiere comunicarla al hombre, sacándolo de toda esclavitud (5,37s). El Padre empuja hacia Jesús, porque éste es su don, la expresión de su amor a la humanidad. Ellos, a quienes no interesa el bien del hombre, no esperan ese don ni lo desean. Jesús es el dador de la vida definitiva (resurrección). "El último día", es el día de la muerte de Jesús (cf. 5,39). vv. 45-46: Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios»; todo el que escucha al Padre y aprende se acerca a mi. 46 No por que alguien haya visto personalmente al Padre, excepto el que procede de Dios; ése ha visto personalmente al Padre. Jesús reinterpreta el texto de Is 54,13 (cf. Jr 31,33s); del Padre no se aprende a observar la Ley, sino a dar la adhesión a Jesús. El texto del profeta mencionaba a "los hijos de Jerusalén"; Jesús suprime esta mención y universaliza el sentido. El término "Dios" del profeta queda sustituido por "el Padre". El Padre dador de vida enseña a amar al hombre. Quien perciba esto se sentirá atraído hacia Jesús, que libera a los débiles. No hace falta una experiencia extraordinaria; a los judíos les bastaba prestar atención a su antigua historia para comprender que Dios está en favor de los oprimidos (v. 46). Unicamente Jesús, que ha tenido la plena experiencia de Dios como Padre, puede explicar lo que es Dios. vv. 47-50: Pues sí, os lo aseguro: El que cree posee vida definitiva. Yo soy el pan de la vida: Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron; éste es el pan que baja del cielo para comerlo y no morir. Efecto de la adhesión a Jesús es poseer una plenitud de vida que realiza al hombre haciéndolo superar la muerte y asegurando así el éxito de su liberación. Jesús es el pan de vida, contrapuesto al maná, que no consiguió llevar al pueblo a la tierra prometida (Nm 14,21-23; Jos 5,6; Sal 95,7ss). La asimilación a Jesús evita el fracaso del hombre (para comerlo y no morir). Incesante comunicación de vida procedente de Dios (baja del cielo), que el hombre debe hacer suya (comerlo). vv. 51-52: Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que come pan de éste vivirá para siempre. Pero, además? el pan que yo voy a dar es mi carne, para que el mundo viva. Los judíos aquellos discutían acaloradamente unos con otros diciendo: -¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Siguiendo la simbología del éxodo, se pasa de la figura del maná a la del cordero (mi carne). El Espíritu no se da fuera de su realidad humana; "su carne" lo manifiesta y lo comunica. A través de lo humano el don de Dios se hace concreto, adquiere realidad para el hombre. Jesús-hombre, lugar donde Dios se hace presente (1,14), se entrega como don al mundo (3,16). En Jesús, su Palabra, Dios se expresa
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- 45 en la historia y manifiesta su voluntad de diálogo con la humanidad. Es en el hombre y en el tiempo donde se encuentra a Dios, donde se le acepta o se le rechaza. Discordia entre los adversarios.
II Jerusalén, en tiempos de Jesús y de los apóstoles, era meta de peregrinación para los judíos esparcidos por toda la cuenca del Mediterráneo oriental. Algunos ahorraban toda la vida con el fin de poder hacer algún día, junto con su familia, la peregrinación a la ciudad santa, peregrinación que consideraban casi obligatoria. Otros llegaban a dejar legados especiales en su testamento, para que sus herederos trasladaran sus restos y los sepultaran lo más cerca posible del Templo. Hoy, en la lectura de Hechos, se nos habla de un etíope, un convertido al judaísmo, un “prosélito” como técnicamente se les llamaba. Ha venido a Jerusalén a adorar a Dios en el Templo y regresa a su país, la lejana Etiopía, en donde es nada menos que ministro de la reina Candace. Va en su carroza seguramente acompañado de miembros de su familia y de un numeroso cortejo, acorde con su rango. Y va leyendo al profeta Isaías, precisamente el pasaje del siervo doliente (Is 53, 7-8). Felipe, el compañero de Esteban y de los otros servidores de la comunidad de Jerusalén consagrados por los apóstoles, a quien habíamos dejado en Samaria predicando con éxito el evangelio, es movido por el Espíritu divino a alcanzar al etíope, a pegarse a su carroza y a preguntarle si entiende lo que lee. Asistimos a un verdadero proceso de iluminación por la Palabra. El etíope se queja a Felipe de no entender lo que lee, pues no tiene quien le explique, y lo invita a acompañarlo en su carroza. Luego le pregunta sobre el sujeto de la profecía del siervo doliente. No podía ser mejor la oportunidad para que Felipe evangelizara al ministro de Candace, mientras regresaba a su país por la carretera que, en dirección sudoeste, conducía de Jerusalén a la ciudad de Gaza, atravesando el Neguev, el desierto del sur de Palestina. Ya hemos oído como, llegados a un lugar donde había agua, la evangelización culminó con el bautismo del eunuco que había proclamado su fe en Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Seguramente el texto de los Hechos quiere aludir a la rápida difusión del evangelio hacia el sur de Palestina: Egipto, Arabia, Etiopía, de la cual, por otra parte, tenemos solo noticias legendarias. ¿Entiendes lo que lees? Es también la pregunta que se nos hace a cada uno de nosotros cuando abrimos la Biblia. No se trata solo de entender para saber más, para acumular conocimientos que, a la larga, resultan inútiles. Se trata de entender para creer, para vivir, para conocer mejor a Jesucristo de quien nos hablan las Sagradas Escrituras desde la primera hasta la última página. Para dejar que la Palabra de Dios transforme nuestras vidas como transformó la vida del eunuco etíope y nos haga fieles discípulos de Jesús. Es una invitación a la lectura orante de la Biblia, seguros de que el Espíritu Santo nos concederá comprenderla, aceptarla y vivirla. Todavía hoy, 20 siglos después, hay varios millones de cristianos en Etiopía, un país al noreste del continente africano. Conforman la iglesia copta que posee una rica tradición litúrgica y que lee las Escrituras en una lengua antiquísima, derivada de la que hablaban los egipcios antes de las conquistas de Grecia y de Roma, el copto, precisamente. Ellos son los descendientes espirituales del ministro de la reina Candace, nuestros hermanos en la fe por quienes debemos orar. La lectura de Hechos termina diciéndonos que, una vez bautizado, el etíope no vio más a Felipe y siguió su camino lleno de alegría. Mientras que Felipe, en alas del Espíritu, evangelizaba desde Azoto, una ciudad en el litoral sur de Palestina, hacia el norte, hasta Cesarea marítima, la ciudad fundada por Herodes el Grande en el año 20 AC. Es que para el evangelio de Jesucristo no hay largas distancias, ni lugares inaccesibles. Del pasaje del discurso eucarístico (Jn 6) que hemos leído hoy, vamos a destacar una idea muy interesante que procede del AT: la sabiduría divina. El Señor evoca unas palabras del profeta Isaías (54, 13) en las que se anuncia que todos los miembros del pueblo de Israel, espiritualmente hijos de SiónJerusalén, serán discípulos de Dios, por lo tanto, concluye Jesús, escucharán lo que dice el Padre y aprenderán una sabiduría nueva que los hará apegarse a Jesús, a su enseñanza, a su ejemplo y a su vida. Jesús se presenta pues como la meta última de esa sabiduría divina que se expresaba tan maravillosamente ya en los profetas, pero que se desarrolló y materializó en todo un cuerpo literario, el de los libros sapienciales: Job, Proverbios, Eclesiastés (Qohélet = Predicador), Cantar de los Cantares, Eclesiástico (Ben Sirá o Sirácida) y Sabiduría. En ellos se nos presenta la sabiduría como un atributo de Dios, por medio del cual creó el mundo y lo sigue conservando y recreando para complacerse en él y
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- 46 para que sirva de hogar a los seres humanos. Esa sabiduría divina se ha expresado también en la Ley que Dios dio a su pueblo, a cuya reflexión y meditación se dedican los verdaderos sabios. Una Ley que es garantía de vida para el pueblo, siempre que la guarde y ajuste su existencia a sus preceptos. Personificada como una matrona que se hace presente en el mundo (Prov 8-9; Eclo 1, 1-21; 24; Sab 6-9 y Job 28) la sabiduría divina se ofrece a la humanidad para que esta pueda alcanzar el verdadero gozo que procede de Dios y no de las vanidades del mundo. Justicia, derecho, paz, abundancia de bienes para todos, salud, belleza, equidad. Estos y otros muchos valores se ofrecen con la sabiduría que los contiene y abarca todos. Ella, finalmente, los ofrece en forma de banquete al cual se invita a todos los humanos, especialmente a los simples, los necios, los que este mundo reputa como ignorantes: “Vengan y coman de mi pan, beban del vino que he mezclado; dejen las simplezas y vivirán, diríjanse por los caminos de la inteligencia” (Prov 9, 5-6). En el discurso eucarístico Jesús, tácitamente, se nos presenta como la verdadera sabiduría de Dios. Quien escucha lo que dice el Padre y aprende como buen discípulo la lección, va hacia Cristo. Y el que está con Cristo y cree en El tiene la vida eterna y la resurrección. Para vivir es necesario el pan de cada día. Para tener la vida eterna es necesario este pan de la Eucaristía que nos ofrece Jesucristo en un banquete suculento como el que la sabiduría del AT ofrecía a sus devotos. Aquí la sabiduría es Jesucristo, una sabiduría nada teórica, nada intelectualista. Todo lo contrario: la sabiduría de Cristo nos da la vida en plenitud que es el amor. El verdadero amor, que para ser amor a Dios tiene que ser, necesariamente, amor al prójimo, al hermano cercano. ¿Y qué ser humano no es para nosotros cercano en estos tiempos de globalización?
Viernes 19 de abril Ema EVANGELIO Juan 6, 52-59 52
Los judíos aquellos discutían acaloradamente unos con otros diciendo: -¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? 53 Les dijo Jesús: -Pues sí, os lo aseguro: Si no coméis la carne del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54 Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva y yo lo resucitaré el último día, 55 porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 56 Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él; 57 como a mí me envió el Padre que vive y, así, yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí. 58 Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de éste vivirá para siempre. 59 Esto lo dijo enseñando en una sinagoga, en Cafarnaún.
COMENTARIOS I vv. 52.54: Los judíos aquellos discutían acaloradamente unos con otros diciendo: -¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Les dijo Jesús: -Pues sí, os lo aseguro: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54 Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva y yo lo resucitaré el último día... Jesús hace una segunda declaración: Comer y beber significan asimilarse a Jesús, aceptar y hacer propio el amor expresado en su vida (su carne) y en su muerte (su sangre). En el éxodo, la carne del cordero fue alimento para la salida de la esclavitud, su sangre liberó de la muerte. En el nuevo éxodo, la carne de Jesús es alimento permanente; la carne y la sangre dan vida definitiva. El Hijo del Hombre en su plenitud es el que hace esa entrega y puede comunicar el Espíritu. No hay realización para el hombre (no
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- 47 tenéis vida en vosotros) si no es por la asimilación a Jesús; el Espíritu que se recibe lleva a una entrega y a una calidad humana como la suya. v. 55: porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Contexto eucarístico en el que se muestra el doble aspecto de la eucaristía: nuevo maná, alimento que da fuerza y vida, y nueva norma de vida, no por un código externo (Ley), sino por la identificación con Jesús y su entrega (cf. 1,16: un amor que responde a su amor). vv. 56-57: Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él; 57 como a mí me envió el Padre que vive y, así, yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí. Jesús no es un modelo exterior que imitar, sino una realidad interiorizada; sintonía. La vida que Jesús posee procede del Padre (cf. 1,32) (57) y él vive en total dedicación al designio de Dios de dar vida al mundo (4,34; 6,39-40.51). Él comunica esa vida a los suyos: la actitud de éstos ha de ser dedicarse a cumplir el mismo designio, tal como lo hace Jesús. v. 58: Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de éste vivirá para siempre. 59 Esto lo dijo enseñando en una sinagoga, en Cafarnaún.60 Muchos discípulos suyos dijeron al oírlo: -Este modo de hablar es insoportable; ¿quién puede hacerle caso? A diferencia del antiguo pueblo, la nueva comunidad podrá alcanzar la tierra prometida, la de la vida definitiva. Termina la perícopa indicando la ocasión y el lugar donde pronunció Jesús este discurso (v. 59) y constatando la protesta de un numeroso grupo de discípulos contra las exigencias propuestas por Jesús (v. 60).
II Hoy escuchamos la primera de las tres versiones que el libro de los Hechos nos trae de la llamada “conversión” de Saulo. Las otras dos están en Hch 22, 5-16 y 26, 10-18. Las tres son muy similares y solo difieren en pequeños detalles, entre otros que las de los capítulos 22 y 26 están en primera persona, en boca misma de Pablo que evoca su experiencia ante diversos auditorios. En cambio, la que leímos hoy es narrada por el autor de Hechos. Nadie esperaba que el joven fariseo fanático y celoso, que estuvo presente en el linchamiento del protomártir Esteban, aprobando su muerte y guardando los mantos de los que lo apedreaban, y que luego perseguía encarnizadamente a los cristianos, fuera a terminar convertido en un fervoroso cristiano. Es que los caminos de Dios no son nuestros caminos, ni sus pensamientos los nuestros. Es lo que parece reprocharle el anciano Ananías al Señor que le ordena visitar y bautizar a Saulo. ¿Acaso no es un perseguidor de la Iglesia? ¿Acaso no viene a Damasco para hacer prisioneros a los cristianos? Pero Cristo lo ha elegido como instrumento de evangelización de los paganos. Una elección extraña, paradójica, que nos muestra el poder infinito del Señor resucitado que puede convertir al más violento perseguido en el más fervoroso de los apóstoles. Se ha discutido mucho si el episodio narrado en el libro de los Hechos es histórico, real, si no se tratará más bien de una leyenda. Pero, aún tratándose de leyendas, estas reflejan de alguna manera la realidad, a veces de manera más sugerente y viva que los fríos documentos históricos que tanto valoramos hoy en día. El hecho de que el relato aparezca tres veces en el mismo libro, y que encuentre alguna confirmación en los mismos escritos paulinos, sustenta su veracidad fundamental. El joven perseguidor se dirige de Jerusalén a Damasco con un encargo de las autoridades judías respecto a la naciente comunidad cristiana. De paso se nos informa que ya en la capital de Siria, la milenaria ciudad de Damasco que existe hasta nuestros días, había un grupo de cristianos. En el trayecto Saulo experimentó de alguna manera el llamado irresistible del Señor, un poco al estilo de los profetas del AT, Isaías o Jeremías. El también quedó deslumbrado por la luz que irradia la divinidad, el también oyó las palabras que le señalaban el destino fijado por Dios, al que ningún profeta puede sustraerse. Iba para Damasco a encarcelar cristianos. Ahora es enviado a todos los caminos del mundo a suscitar discípulos de Jesucristo entre todos los pueblos. Su experiencia vocacional lo debió llevar, como sugiere el texto, a integrarse a la comunidad cristiana de la capital de Siria, a recibir el bautismo con el don del Espíritu y a iniciar inmediatamente la misión que le fue encomendada. El libro de los Hechos de los Apóstoles se convertirá a partir de este momento, poco a poco, en el libro de los Hechos del apóstol san Pablo, que terminará por llenar todo el escenario de sus páginas.
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- 48 Como Pablo, cada cristiano deberá experimentar algún día, de manera profunda, su vocación. Cristo nos llama a cada uno, a todos. Para Él todos somos instrumentos de evangelización. Vamos llegando a la conclusión del discurso eucarístico en el capítulo 6º del evangelio de san Juan. Comienzan las reacciones de los oyentes. En primer lugar de los judíos en general que se preguntan escandalizados como podrá Jesús darles a comer su carne. Jesús reasume entonces los temas centrales del discurso que hemos desarrollado en los días anteriores: la vida verdadera, la “vida eterna” se alimenta del cuerpo y de la sangre del Señor resucitado, de la eucaristía. Aunque Juan no nos narre la institución del sacramento en la noche pascual, como lo hacen los sinópticos, él sabe que Jesús ha convertido el pan y el vino de la cena judía de acción de gracias, sea la que se celebraba cada tarde del viernes, al comenzar el sábado, o la que se celebraba anualmente en la noche pascual, en el memorial de su entrega a la muerte por nosotros, en el alimento de su comunidad. Alimento de la fe y del amor. Alimento para la vida fraterna, para la vida de la familia de Dios. Se insiste en el acto de comer y de beber, porque la eucaristía es un verdadero banquete, como los banquetes sacrificiales del AT en los que los fieles y el sacerdote comían parte de la carne inmolada, entrando en comunión con Dios a quien se ofrecía el sacrificio. Se insiste en la vida alimentada por este pan maravilloso: es la vida misma de Cristo, de su amor y de su sabiduría salvífica, por eso el que comulga habita en Cristo y Cristo en El. Como en un convite amoroso, como el banquete del Cantar de los Cantares, el que han probado los grandes místicos y místicas de la Iglesia, que han llegado a sentirse transformados en Cristo para amar y servir a sus hermanos. Pero la vida de Cristo es la vida de Dios, pues Cristo vive por el Padre y el que comulga vivirá por Cristo. Ya no hay pues, para el cristiano, otra forma de vida sino la del mismo Dios. Vida que se dona, se sacrifica, se regala. Tiene que superase el egoísmo; como Dios, el cristiano ha de vivir para los otros, para los favoritos de Dios: los pobres, los pequeños, los sufridos. Ha quedado superada la muerte, precio y consecuencia del pecado de egoísmo. El cristiano, en Dios y en Cristo, vive para siempre. Como ha quedado superada, en Cristo, la alianza del AT, cuyo alimento era el maná del desierto. Ahora, en Cristo, todos pueden llegarse a la mesa misma del Señor.
Sábado 20 de abril Sulpicio – Edgardo EVANGELIO Juan 6, 60-69 60
Muchos discípulos suyos dijeron al oírlo: -Este modo de hablar es insoportable; ¿quién puede hacerle caso? 61 Consciente Jesús de que lo criticaban sus discípulos, les dijo: -¿Esto os escandaliza?, 62 ¿y si vierais subir al Hijo del Hombre adonde estaba al principio? 63 Es el Espíritu quien da vida, la carne no es de ningún provecho; las exigencias que os he estado exponiendo son espíritu y son vida. 64 Pero hay entre vosotros quienes no creen. (Es que Jesús sabía ya desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.) 65 Y añadió: -Por eso os he venido diciendo que nadie puede llegar hasta mí si el Padre no se lo concede. 66 Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él. 67 Preguntó entonces Jesús a los Doce: -¿Es que también vosotros queréis marcharos? 68 Le contestó Simón Pedro: -Señor, ¿con quién nos vamos a ir? Tus exigencias comunican vida definitiva, 69 y nosotros creemos firmemente y sabemos muy bien que tú eres el Consagrado por Dios
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COMENTARIOS I vv. 61-64: 61 Consciente Jesús de que lo criticaban sus discípulos, les dijo: -¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais subir al Hijo del Hombre adonde estaba al principio? 63 Es el Espíritu quien da vida, la carne no es de ningún provecho; las exigencias que os he estado exponiendo son espíritu y son vida. 64 Pero hay entre vosotros quienes no creen. (Es que Jesús sabía ya desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.) Jesús afronta la situación: Ellos lo esperan todo de un triunfo terreno; no han comprendido la calidad de vida que él posee y promete; la muerte física no significa un final, no interrumpe la vida (subir adonde estaba antes). Los términos carne y espíritu reflejan dos concepciones del hombre y, en consecuencia, de Jesús y de su misión: Carne es el hombre no acabado, sin capacidad de entrega y sin vida definitiva; espíritu es el hombre nacido del Espíritu (cf. 3,6), capaz de entregarse por los demás y que posee vida definitiva. Es éste último el único capaz de crear un mundo nuevo. Un Mesías, rey dominador, está destinado al fracaso ("carne"); el Mesías que da su vida para comunicar vida (Espíritu) lleva al éxito su empresa. vv. 65-67: 65 Y añadió: -Por eso os he venido diciendo que nadie puede llegar hasta mí si el Padre no se lo concede. 66 Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él. 67 Preguntó entonces Jesús a los Doce:-¿Es que también vosotros queréis marcharos? El Padre es quien concede el encuentro con Jesús a los que han aprendido de él (6,45) y se han dejado impulsar hacia Jesús (6,44); el encuentro con Jesús se realiza en el don del Espíritu, que el Padre concede. A pesar de la explicación, la mayor parte abandona a Jesús definitivamente. vv. 68-70: 68 Le contestó Simón Pedro:-Señor, ¿con quién nos vamos a ir? Tus exigencias comunican vida definitiva, 69 y nosotros creemos firmemente y sabemos muy bien que tú eres el Consagrado por Dios 70 Les repuso Jesús: -¿No os elegí yo a vosotros, los Doce? Y, sin embargo, uno de vosotros es un enemigo. Jesús no acepta componendas y plantea la cuestión a los Doce, que por boca de Simón Pedro lo reconocen por Mesías (el Consagrado por Dios) y le dan su adhesión; sin él, van al fracaso (15,4s). El grupo, sin embargo, no es compacto; en él se esconde un enemigo, dispuesto a entregar a Jesús. 62
II Después del relato de la conversión de Saulo, el libro de los Hechos vuelve a fijar su atención en Pedro, no sin hacernos antes un balance muy positivo de la situación de la Iglesia: nos dice que gozaba de paz, después de la tormenta de la persecución, y nos dice también que ya se encontraba extendida por todas las regiones de Palestina, el país de la Biblia, la tierra de Jesús. Tales regiones son enumeradas: Judea, Galilea y Samaria. Hoy contemplamos a Pedro como misionero itinerante. Ha dejado la capital, la comunidad inicial que se ha formado en ella, y se ha encaminado a la región costera, concretamente a la ciudad de Lida, a medio camino entre Jerusalén y el mar. Allí en Lida cura a un paralítico de nombre Eneas. Son curaciones similares a las que hacía Jesús. Manifiestan la bondad y la misericordia de Dios para con los más pobres y necesitados. Corroboran la predicación de la Buena Noticia, el evangelio, que llevan los apóstoles. La fe cristiana se extiende por los alrededores de la ciudad y por la planicie del Sarón: entre las altas montañas y la llanura de la costa. Luego se nos relata la muerte de una discípula cristiana: Tabita, famosa por sus obras de caridad en la ciudad portuaria de Jafa o Yafo, que actualmente es un suburbio de la moderna Tel-Aviv. La comunidad desamparada de su protectora manda llamar a Pedro porque sabían que se encontraba en la vecina Lida. Y Pedro reitera el milagro de Elías al resucitar al hijo de la viuda (1Re 17, 17-24), de Eliseo al resucitar al hijo de la Sunamita (2Re 4, 18-37) y de Jesús al resucitar a la hija de Jairo (Mt 9, 18-26 y par) o al hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 11-17): Pedro resucita, orando lleno de fe, a Tabita y se la presenta viva a la comunidad. Porque la Buena Noticia, el evangelio que predican los apóstoles, es vida y resurrección, y el Señor quiere que lo sepamos con certeza.
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- 50 Los primeros cristianos comprendieron que solo una particular y especial intervención divina podía explicar la prodigiosa difusión del Evangelio, primero por toda Palestina y los países limítrofes, y luego por todo el Imperio Romano. Por eso no dudaron en contar acciones portentosas, muy similares a las de Jesús, hechas por los apóstoles y sus colaboradores, que venían a apoyar y a confirmar su predicación. Más adelante se contarán acciones similares obradas por Pablo. Es que el Espíritu actúa con poder para mover a los seres humanos a creer. Los milagros que hacen hoy los misioneros cristianos, los predicadores del evangelio, son un poco distintos de los que narra el libro de los Hechos. Pero expresan la misma realidad: La misericordia y la bondad divinas que asume nuestros dolores y sufrimientos. El amor compasivo de Dios manifestado en la cruz de Jesucristo. Por eso los mejores cristianos de todos los tiempos, y los cristianos de nuestro tiempo, se han entregado en cuerpo y alma al servicio de los pobres y los necesitados: los leprosos, apestados, huérfanos, viudas, encarcelados, cautivos, ignorantes, desempleados. Los enfermos de las peores enfermedades, del sida, por ejemplo, los alcohólicos y drogadictos, las prostitutas y los travestis. Todos aquellos a quienes la sociedad deja de lado en quienes vemos el rostro sufriente del Señor. Es este servicio a los más pobres el testimonio que corrobora la verdad de la Buena Noticia, del Evangelio de Jesús. En la lectura del evangelio de Juan, la culminación del discurso eucarístico del capítulo 6º , ahora le toca el turno a sus discípulos, de asumir o rechazar la Palabra de Jesús. Como ayer habíamos leído que habían reaccionado los judíos en general, a los discípulos también les parece duro el lenguaje de Jesús. Ese realismo crudo con el que ha hablado de comer su carne y beber su sangre. Actitud que refleja los problemas que tenían algunos cristianos de las comunidades joánicas para comprender, aceptar y vivir el misterio de la eucaristía. Y Jesús los reta con un portento mayor: ¿qué tal que tuvieran que asistir a su entronización gloriosa como Hijo del Hombre, juez escatológico de vivos y muertos? ¿No será preferible, antes de eso, acercarse con humildad y sencillez a compartir con los hermanos el pan y el vino de la eucaristía? ¿A conmemorar la muerte violenta de Jesús por la que nos fueron perdonados los pecados y devuelta la amistad, la paternidad de Dios? El pan de la eucaristía, carne de Jesucristo, es un pan espiritual, el vino de la eucaristía es una bebida espiritual. Es el Espíritu divino el que hace de la eucaristía un alimento vivificador. Como fue capaz de crear los mundos, de hablar por los profetas, de liberar al pueblo, de hacer que María concibiera virginalmente a Jesucristo, de levantar de la muerte al crucificado dotándolo de la vida misma de Dios. Se trata de confiarse en la palabra de Jesús, de aceptar que Dios Padre lo haya puesto ante nosotros como mediador y salvador, sin escandalizarnos de su humildad y de su mansedumbre. Muchos discípulos se apartan definitivamente de Jesús. El no se sorprende, sabe que podrá ser negado y hasta traicionado. Conoce la capacidad de nuestra fe. Espera pacientemente nuestra respuesta, por eso interroga a los doce si también ellos quieren irse. Es significativa la respuesta, por boca de Simón Pedro en nombre de todos, incluso de nosotros, discípulos de veinte siglos después: “¿A quién iremos? Tú solo tienes palabras de vida eterna. Creemos y sabemos que eres el enviado definitivo del Padre”.
Domingo 21 de abril Anselmo DOMINGO CUARTO DE PASCUA Primera lectura: Hechos 2, 14.36-41 Salmo responsorial: 22, 1-6 Segunda lectura: 1 Pedro 2, 20-25 EVANGELIO Juan 10, 1-10 1
Si, os lo aseguro: Quien no entra por la puerta en el recinto de las ovejas, sino trepando por otro lado, ése es un ladrón y un bandido. 2 Quien entra por la puerta es pastor de las ovejas; 3 a ése le abre el portero y las ovejas oyen su voz. A las ovejas propias las llama por su nombre y las va sacando; 4 cuando
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- 51 ha echado fuera a todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. 5 A un extraño, en cambio, no lo seguirán, huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños. 6 Esta semejanza les puso Jesús, pero ellos no entendieron a qué se refería. 7 Entonces añadió Jesús: -Pues sí, os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. 8 Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos, pero las ovejas no les han hecho caso. 9 Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos. 10 E1 ladrón no viene más que para robar, sacrificar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y les rebose.
COMENTARIOS I LA PEOR DICTADURA ¿Es posible determinar cuál es la peor clase de dictadura? En la amplia gama de sistemas opresores que los pueblos de la tierra han tenido que so portar a lo largo de la historia) ¿será posible distinguir algún tipo más funesto? Avancemos una hipótesis: desde los que se creyeron dioses hasta los que rezan públicamente con hipócrita humildad) no hay peor tirano que el que dice ejercer su gobierno en nombre de Dios. CIEGOS QUE DICEN VER Las palabras de Jesús que recoge el evangelio de hoy pertenecen a una discusión entre Jesús y los fariseos que sigue al relato del ciego de nacimiento (leído y comentado el domingo cuarto de Cuaresma). La polémica se inicia con unas palabras de Jesús que expresan su condena de los que han excomulgado al ciego, esto es, de los fariseos que lo han expulsado de la sinagoga: «Yo he venido a abrir un proceso contra el orden este; así los que no ven, verán, y los que ven quedarán ciegos» (9,39). Al darse por aludidos y preguntar si es que ellos están ciegos, los fariseos reciben esta respuesta de Jesús: «Si fuerais ciegos no tendríais pecado; pero es ahora cuando decís que veis: vuestro pecado persiste» (9,41). Los fariseos representan en este texto al sistema religioso-político judío; ellos son los guías espirituales y los garantes de la ortodoxia (ellos habían excomulgado al ciego). Ellos son los que dicen que ven claramente cuál es la voluntad de Dios y, sin embargo, no son capaces de ver la luz que viene a este mundo ni siquiera cuando la tienen delante de los ojos. Y, además, hacen todo lo posible para que tampoco los demás puedan distinguir esa luz que es Jesús. LADRONES Y BANDIDOS «Quien no entra por la puerta en el recinto de las ovejas..., ese el un ladrón y un bandido». Ellos han encerrado a ese pueblo en el recinto de una religión («recinto», palabra que muchos traducen como «redil», lo que significa en realidad es «atrio», nombre que se daba a los lugares a los que entraba el pueblo en el templo de Jerusalén), religión que, olvidándose de su origen, se ha convertido en la justificadora de un sistema explotador que deja al pueblo enfermo, ciego y desvalido, como ovejas sin pastor (Mt 6,34). Porque los pastores (los responsables del gobierno, que eran los mismos dirigentes religiosos) se han convertido en ladrones y bandidos) violentos explotadores que, en lugar de buscar el bien del pueblo, procuran su propio interés a costa del pueblo (robándolo, sacrificándolo y destruyéndolo), y a costa de Dios (habían instalado al dinero en el lugar de Dios, puesto que habían convertido el templo en un negocio: Jn 2,16); y, al servicio de un dios falso, habían esclavizado de nuevo al pueblo que Dios liberó de la esclavitud. Y, en el colmo del cinismo, lo hacían invocando el nombre del verdadero Dios, del Dios liberador de Israel. Era la suya la peor dictadura. UN NUEVO EXODO Esta situación es intolerable para Dios, que encarga a su Hijo que le ponga remedio. Por eso, es misión de Jesús, según él mismo la describe en esta disputa con los fariseos, entrar dentro de ese
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- 52 sistema, pero no para quedarse, sino para invitar a todos a salir fuera de él, iniciando un nuevo éxodo, un nuevo proceso de liberación que tiene su punto de partida -¡quién lo hubiera dicho!- en el atrio del templo, que ellos habían convertido en la nueva tierra de esclavitud: «Quien entra por la puerta es pastor de las ovejas; a ése le abre el portero y las ovejas oyen su voz A las ovejas propias las llama por su nombre y las va sacando; cuando ha echado fuera a todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz». Como antes fue Moisés, ahora Jesús se pone al frente de todos los que aceptan caminar hacia la liberación en busca de una nueva tierra prometida en la que los hombres podrán vivir libres.
UNA PUERTA ABIERTA Y en esa tierra nueva, en la que todos tienen cabida, Jesús es la puerta. Una puerta que da acceso a un modo nuevo de vivir en el que la injusticia, la opresión, la violencia y la muerte, que son propios del orden este (esto es, de toda sociedad humana cuya organización se basa en estos pilares: la riqueza, el poder y las desigualdades), son sustituidos por la hermandad, la igualdad, la solidaridad y el amor. Jesús es la puerta. Pero una puerta sin cerrojos ni cerradura, pues no sirve para encerrar a nadie, sino para permitir la libre entrada y salida de quienes libremente decidan entrar y salir: «Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, y podrá entrar y salir y encontrará pastos». Los que vivan en esa tierra (que está allí donde haya alguien decidido a vivir al estilo de Jesús) sólo se habrán de sentir ligados a ella por la felicidad que gozan, la que brota de la vida y el amor de Dios que Jesús ofrece, y por la felicidad que produce el amor libremente compartido.
II v. 1-3: 1 Si, os lo aseguro: Quien no entra por la puerta en el recinto de las ovejas, sino trepando por otro lado, ése es un ladrón y un bandido. 2 Quien entra por la puerta es pastor de las ovejas; 3 a ése le abre el portero y las ovejas oyen su voz. A las ovejas propias las llama por su nombre y las va sacando; De nuevo el tema de las ovejas / pueblo (10,1; cf. 2,15; 5,2). Hay un solo modo legítimo de acercarse al pueblo, abiertamente y con sinceridad; el disimulo o la ocultación delatan al explotador (cf. 12,6: Judas; 2,13ss) y violento (18,40: Barrabás). Los dirigentes son explotadores que usan la violencia para someter al pueblo manteniéndolo en un estado de miseria. A los ladrones y bandidos se opone el pastor (2), figura mesiánica (Ex 34,11s.15) que Jesús se aplica; es el único que tiene derecho a entrar (le abre); la autoridad que se arrogan los dirigentes es ilegítima. El pastor propone un mensaje de liberación (3: la voz) y saca al pueblo de la institución judía (éxodo, cf. 2,16), librándolo de la muerte. vv. 4-6: 4 cuando ha echado fuera a todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. 5 A un extraño, en cambio, no lo seguirán, huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños. 6 Esta semejanza les puso Jesús, pero ellos no entendieron a qué se refería. El pueblo no podía salir solo, porque no había alternativa, debe ser echado fuera o sacado. Una vez fuera se entabla entre ovejas y el modelo de pastor una relación de conocimiento personal con cada uno (las llama por su nombre). Extraños son los dirigentes (los extraños), de los que Jesús anuncia explotación y violencia. Pero los oyentes no entienden (cf 8,43). vv.7-8: 7 Entonces añadió Jesús: -Pues sí, os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. 8 Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos, pero las ovejas no les han hecho caso. Jesús es la puerta de las ovejas: sólo asumiendo su actitud se puede uno acercar legítimamente al pueblo. Hasta ahora, sus líderes han usado siempre el dominio y la violencia para explotarlo; han sido ladrones y bandidos. Por eso el pueblo no los sigue; les está sometido, sin embargo, por el miedo (7,13; 9,22). Para el individuo, entrar por esta puerta significa dar la adhesión a Jesús y asimilarse a él en la entrega por el bien del hombre; quedará a salvo, porque él da la vida definitiva (3,15s; 5,21.24.40; 6,17.40.51.54; 7,37ss). Esta puerta se abre a la tierra de la vida, del amor leal; el hombre quedará libre de la explotación. Jesús es la alternativa al orden injusto, crea el ámbito de la libertad y de la vida / amor; punto de llegada de su éxodo.
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- 53 vv. 9-10: 9 Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos. 10 E1 ladrón no viene más que para robar, sacrificar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y les rebose. Jesús es puerta que deja libertad de movimientos; y como él mismo es el pan de vida, quien entre por esa puerta encontrará pastos, cf. 6,34: nunca pasara hambre. v. 10: 10 E1 ladrón no viene más que para robar, sacrificar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y les rebose. Se repite la denuncia, aludiendo al ganado para el sacrificio; la verdadera víctima es el pueblo. Los dirigentes son violentos y duros: explotan al pueblo sin medir los estragos que causan y sin respeto alguno a la vida. No son como Jesús; si ellos procuran muerte, su misión es que el hombre tenga vida plena.
III La 1ª lectura, tomada del libro de los Hechos, pertenece al discurso de Pedro, ante el pueblo reunido en Jerusalén, a raíz del portento de Pentecostés. Después de interpretarles el fenómeno de las lenguas diversas en que hablaban los discípulos invadidos por el Espíritu Divino, les evoca la vida y la obra de Jesús, les anuncia el “Kerygma”, la proclamación solemne de la Buena Nueva, del Evangelio: Cristo ha muerto por nuestros pecados, ha sido sepultado y al tercer día Dios lo hizo levantarse de la muerte librándolo de la corrupción del sepulcro y sentándolo a su derecha, como habían anunciado los profetas. Como Pedro y los demás apóstoles la Iglesia sigue proclamando el kerygma, a lo largo de los siglos: presentando a Jesucristo, muerto y resucitado, como fuente y fundamento de la salvación que Dios nos otorga. Si se nos concede creer este anuncio nos convertimos en discípulos de Jesús, somos bautizados en su nombre para perdón de nuestros pecados y recibimos, como los apóstoles, el don supremo Espíritu Santo. Este ha sido o ha debido ser nuestro itinerario de cristianos. Itinerario que quisiéramos que muchos otros seres humanos recorrieran porque, como dice san Pedro en la lectura que hemos hecho, la promesa vale para nosotros, nuestros hijos y “para todos los que llame el Señor Dios nuestro, aunque estén lejos”. Este universalismo de la fe recibida nos debe mover a asumir con entusiasmo nuestro compromiso misionero, precisamente en este tercer domingo de Pascua cuando volvemos a experimentar el gozo de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. El domingo pasado también escuchábamos como 2ª lectura un pasaje de la 1ª carta de Pedro, y en el comentario de ese día dábamos alguna información general sobre este escrito. Hoy se nos habla del carácter ejemplar de los sufrimientos de Jesucristo, de cómo los cristianos hemos de enfrentar con entereza, paciencia y tolerancia las tribulaciones que nos sobrevengan a causa de la fe. El modelo es Jesús, presentado como el siervo doliente del que habla la profecía de Isaías (52,13-53,12). Un tema que ya encontramos en la carta de Pablo a los Romanos (6, 2-11) nos recuerda que por el bautismo hemos muerto al pecado y resucitado a una vida nueva: la justicia. No la de este mundo que es tan imperfecta, sino la de Dios que consiste, no en actuar como juez que condena o declara inocente, sino en permanecer fiel a su alianza de misericordia y bondad a pesar de nuestras infidelidades. Al final del fragmento leído, encontramos la hermosa imagen de Cristo, cuyas heridas nos han curado, nuestro pastor y guardián (obispo) de nuestras vidas que nos ha reunido de nuevo, a nosotros que andábamos como ovejas descarriadas. La imagen del pastor introduce el tema del evangelio que hemos leído hoy. En medio del mundo atravesado por tantos odios y venganzas, la 1ª carta de Pedro nos invita a ser modelos de paciencia, de tolerancia, benignidad y perdón. Nitzsche, el filósofo ateo que murió hace poco más de 100 años, nos acusaba de parecer muy poco cristianos, de no reflejar en nuestro semblante la fe que profesamos. Le parecíamos tristes y rencorosos frente al mundo que nos rechaza. ¿Tendrá razón Nitzsche? ¿Qué pensaría si nos viera hoy? La carta de Pedro nos invita a tener los mismos sentimientos de Cristo, a perdonar a quien nos haga el mal y a sobrellevar con paciencia los sufrimientos a causa de la fe. Como han hecho siempre los mártires y los cristianos perseguidos. En muchos países tropicales son casi desconocidos los rebaños de ovejas cuidadas por su pastor. Eran y son muy comunes en el mundo antiguo de toda la cuenca del Mediterráneo. Muy probablemente Jesús fue pastor de los rebaños comunales en Nazaret, o acompañó al pastoreo a los muchachos de su edad. Por eso en su predicación abundan las imágenes tomadas de esa práctica de la vida rural de Palestina. En el evangelio de san Juan la sencilla parábola sinóptica de la oveja perdida (Mt 18, 12-14;
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- 54 Lc 15, 3-7) se convierte en una bella y larga alegoría en la que Jesús se presenta como el Buen Pastor, dueño del rebaño por el cual se interesa, no como los ladrones y salteadores que escalan las paredes del redil para matar y robar. El entra por la puerta del redil, el portero le abre, El saca a las ovejas a pastar y ellas conocen su voz. La alegoría llega a un punto culminante cuando Jesús dice ser “la puerta de las ovejas”, por donde ellas entran y salen del redil a los pastos y al agua abundante. Por supuesto que en la alegoría el rebaño, las ovejas, somos los discípulos, los miembros de la comunidad cristiana. La alegoría del Buen Pastor está inspirada en el largo capítulo 34 del profeta Ezequiel donde se reprocha a las autoridades judías no haber sabido pastorear al pueblo y Dios promete asumir Él mismo este papel enviando a un descendiente de David. La imagen del Buen Pastor tuvo un éxito notable entre los cristianos quienes, ya desde los primeros siglos de la iglesia, representaron a Jesús como Buen Pastor cargando sobre sus hombros un cordero o una oveja. Tales representaciones se conservan en las catacumbas romanas y en numerosos sarcófagos de distinta procedencia. La imagen sugiere la ternura de Cristo y su amor solícito por los miembros de su comunidad, su mansedumbre y paciencia, cualidades que se asignan convencionalmente a los pastores, incluso su entrega hasta la muerte pues, como lo dice en el evangelio de hoy “el buen pastor da la vida por sus ovejas”. Hoy en la iglesia es costumbre felicitar a los sacerdotes, a los obispos y al papa. En ellos ve el pueblo fiel la manifestación del pastoreo de Cristo sobre su rebaño. Pero no debemos movernos a engaño. Muchas de las críticas de Ezequiel a los malos pastores de Israel, podrían recaer perfectamente sobre quienes actualmente en la iglesia ejercen funciones “pastorales”. Explotan el rebaño para su beneficio y no están dispuestos a dar la vida por sus ovejas. Esos no merecen el título de pastores. En cambio aquellos servidores de la iglesia, que también son muy numerosos, que la sirven fielmente a ejemplo de Jesucristo, ellos sí merecen ser llamados pastores y ser felicitados en este día. Porque los cristianos debemos estar convencidos de que el verdadero, el único, el santo pastor de nuestras vidas es Jesucristo, que dio su vida por nosotros.
Lunes 22 de abril Sotero – Agapito EVANGELIO Juan 10, 11-18 11
Yo soy el modelo de pastor. El pastor modelo se entrega él mismo por las ovejas; 12 e1 asalariado, como no es pastor ni son suyas las ovejas, cuando ve venir al lobo, deja las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa; 13 porque a un asalariado no le importan las ovejas. 14 Yo soy el modelo de pastor; conozco a las mías y las mías me conocen a mí, 15 igual que el Padre me conoce a mi y yo conozco al Padre; por eso me entrego yo mismo por las ovejas. 16 Tengo además otras ovejas que no son de este recinto: también a ésas tengo que conducirlas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo pastor. 17 Por eso el Padre me demuestra su amor, porque yo entrego mi vida y así la recobro. 18 Nadie me la quita, yo la entrego por decisión propia. Está en mi mano entregarla y está en mi mano recobrarla. Este es el mandamiento que recibí de mi Padre.
COMENTARIOS I vv. 11-13: 11 Yo soy el modelo de pastor. El pastor modelo se entrega él mismo por las ovejas; 12 e1 asalariado, como no es pastor ni son suyas las ovejas, cuando ve venir al lobo, deja las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa; 13 porque a un asalariado no le importan las ovejas. Con la palabra pastor se describe la actividad de Jesús. No un pastor más, sino el pastor modelo: su característica es dar su vida para dar vida a los suyos.
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- 55 Frente a éste, modelo de pastor está el anti-modelo, el asalariado, el que mira a su ganancia. vv. 14-15: 14 Yo soy el modelo de pastor; conozco a las mías y las mías me conocen a mí, 15 igual que el Padre me conoce a mi y yo conozco al Padre; por eso me entrego yo mismo por las ovejas. 16 Tengo además otras ovejas que no son de este recinto: también a ésas tengo que conducirlas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Ahora expresa cómo la relación de Jesús con los suyos se basa en el mutuo conocimiento. Antes afirmaba un conocimiento personal de cada uno, ahora, de la comunidad; conocimiento profundo e íntimo; relación de amor en el mismo Espíritu (1,16), tan profunda que la compara a la que existe entre él y el Padre, basada también en la comunidad de Espíritu. Su conocimiento / amor a los suyos y al Padre lo lleva a dar la vida para así comunicarla a los que le dan su adhesión.
Horizonte de la futura comunidad (16): la humanidad entera (1,9; 3,16; 4,42; 8,12). Jesús forma una comunidad humana (rebaño), pero no funda una nueva institución (recinto, lit. "atrio", alusión al templo) opuesta a la judía. Su comunidad universal no está encerrada en institución nacional o cultural alguna. Su base son los hombres acabados por el Espíritu; ellos, según los tiempos y los lugares, encontrarán las expresiones adecuadas a la realidad que viven. vv.17-18a: 17 Por eso el Padre me demuestra su amor, porque yo entrego mi vida y así la recobro. Nadie me la quita, yo la entrego por decisión propia. Está en mi mano entregarla y está en mi mano recobrarla. Jesús se entrega a sí mismo, su vida, y así la recobra, porque darse a sí mismo significa adquirir la plenitud del propio ser. Se recobra la vida con la plena identidad de Hijo, al que el Padre demuestra su amor. Y esto lo hace con absoluta libertad. v. 18b: Este es el mandamiento que recibí de mi Padre. Juan utiliza el término mandamiento para oponer este encargo del Padre a los mandamientos de la antigua Ley; la relación entre Jesús y el Padre no es de sumisión, sino de amor que identifica; el encargo del Padre expresa la unidad de designio que nace de la sintonía en el Espíritu (5,30). Moisés recibió muchos; Jesús, uno solo. 18
II La liturgia ha omitido el relato del bautismo de Cornelio y de toda su familia, que el libro de los Hechos trae en el capítulo 10, porque Pedro hace un resumen muy completo y una interpretación inspirada del acontecimiento narrado allí, en los versículos del capítulo 11 que hoy leímos. Habíamos dejado a Pedro en la ciudad de Jafa (suburbio de la moderna Tel-Aviv) en donde había resucitado a la benefactora Tabita. Hasta allí llegaron los emisarios de un centurión romano llamado Cornelio que lo requerían para que marchara con ellos a Cesarea a visitar a su señor. El tal Cornelio era pagano de nacimiento, además de centurión, es decir, oficial del ejército romano, era “temeroso de Dios”, simpatizante del judaísmo que adoraba al único Dios verdadero y cumplía algunos de los mandamientos de la ley, pero que todavía no había dado el paso definitivo de la circuncisión por el cual se incorporaría plenamente al pueblo de Dios. Cesarea marítima era la capital administrativa de la provincia de Palestina, allí residía el procurador con sus tropas. Era una ciudad moderna, pues la había fundado Herodes el Grande en el año 20 AC. Su puerto artificial y las imponentes ruinas de sus edificios, templos y acueductos, todavía impresionan a los visitantes. Ambos protagonistas del relato habían tenido respectivas visiones: Cornelio había visto a un hombre en oración en la terraza de una casa en Jafa, al cual se le ordenaba llamar para que le dijera lo que tenía que hacer. Pedro había visto, durante la oración, el famoso mantel lleno de animales de toda especie mientras se le ordenaba que sacrificase alguno y comiese de su carne. El se negaba a hacerlo alegando la obligación judía de no comer carne de animales considerados impuros. Apenas terminada la oración llegaban los emisarios de Cornelio para acompañarlo a Cesarea. Bastó que Pedro proclamara ante la familia reunida del centurión los elementos esenciales de la fe, el famoso kerygma, para que el Espíritu santo descendiera sobre los presentes. Pedro comprendió el sentido de lo que había visto: también a los paganos se les otorgaba el Espíritu, se les llamaba a la fe en Jesucristo y, por lo tanto se les admitía en la comunidad escatológica de salvación. Por eso no vaciló en
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- 56 bautizar a Cornelio junto con toda su casa, es decir, su familia, incluso, seguramente los niños menores de edad y hasta los esclavos. Porque la religión del Padre era la de toda la familia, según la costumbre de la época. Vuelto a Jerusalén, luego de su correría por la costa palestinense, Pedro es rechazado por la comunidad judeocristiana pues se ha manchado tratándose con paganos, según han sido informados. El discurso de Pedro les hace caer en la cuenta de que no ha sido decisión suya personal, sino orden de Dios, la de bautizar a esta familia pagana. El episodio anticipa y prepara la gran polémica a la que asistiremos dentro de poco: ¿puede predicarse el evangelio también a los paganos? ¿Puede admitírseles en la Iglesia? ¿Qué condiciones deben imponérseles en caso afirmativo? Si queda superada la arcaica norma de considerar puros e impuros ciertos alimentos, norma que la mayoría de los judíos se tomaban a pecho, quiere decir que, con mayor razón, queda superada la exclusión de los paganos de los bienes de la salvación, en este caso el evangelio, el bautismo, la vida en comunidad. Este paso fue trascendental para el naciente cristianismo. Dándolo, estaba proclamando su independencia del judaísmo tradicional, se estaba conformando una nueva religión fundada en el valor universal de la obra de Cristo. Pablo fue uno de los clarividentes que comprendieron bien las cosas. El mensaje de la lectura es de universalismo. Dios no rechaza a nadie, a todos ofrece su amor en Jesucristo. ¿Quiénes somos nosotros para oponernos a Dios? Por eso en nuestra comunidad debemos acoger a quien quiera incorporarse a ella, sin hacer diferencias de raza o nacionalidad; de sexo, cultura, lengua, o estatus social; de oficio o dignidad alguna. Para Dios todos somos iguales: sus hijos e hijas muy amados. En la lectura evangélica continuamos escuchando el discurso del Buen Pastor que ayer domingo habíamos empezado. Dos temas muy sugerentes podemos destacar. En primer lugar el del conocimiento mutuo: el pastor conoce a sus ovejas y las ovejas reconocen la voz del pastor, no la de los asalariado. Cristo nos conoce. Conoce nuestra naturaleza frágil de seres pecadores que Él quiso compartir hasta la tentación. Conoce los sufrimientos de nuestra vida de trabajo, esfuerzo, lucha contra la pobreza, la discriminación y la injusticia del mundo. El también padeció los males de los gobiernos tiránicos y las consecuencias de la desigualdad de oportunidades. En fin, El fue un ser humano como cualquiera de nosotros. Pero nos conoce además con el conocimiento divino del amor creador y misericordioso del Padre pues, El conoce al Padre y el Padre lo conoce a El. Se trata de un conocimiento amoroso, no el que dan las frías estadísticas, ni los extensos tratados científicos o filosóficos. Es el conocimiento de la convivencia y del amor, como el del pastor por las ovejas. Y nosotros ¿conocemos a Cristo, al Buen Pastor de nuestras vidas? Tal vez sabemos mucho de los evangelios y hasta habremos hecho cursos de Biblia. Pero no se trata solamente de saber datos acerca de Jesús. Hemos de conocerlo como El nos conoce a nosotros, con un conocimiento amoroso que sea el fruto de la intimidad y de la entrega, del compromiso y del seguimiento solícito. Para que podamos darlo a conocer con fervor a quienes lo buscan entre tinieblas. El segundo tema a resaltar en la lectura es el de las ovejas de Cristo que no son de este redil, de nuestro círculo inmediato, nuestra comunidad, nuestra iglesia. Son los hermanos separados, los hombres y mujeres de buena voluntad, de cualquier religión que sean, o de ninguna. Cristo quiere ser el Pastor de todos aquellos por quienes, libre y conscientemente, como dice hoy el final del discurso, ha dado la vida. Para que no haya sino un solo rebaño conducido por un solo pastor.
Martes 23 de abril Jorge EVANGELIO Juan 10, 22-30 22
Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno. 23 Jesús paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. 24 Lo rodearon entonces los dirigentes y le dijeron: -¿Hasta cuándo vas a no dejarnos vivir? Si eres tú el Mesías, dínoslo abiertamente. 25 Les replicó Jesús:
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- 57 -Os lo he dicho, pero no lo creéis. Las obras que yo realizo en nombre de mi Padre, ésas son las que me acreditan, 26 pero vosotros no creéis porque no sois ovejas mías. 27 Mis ovejas escuchan mi voz: yo las conozco y ellas me siguen, 28 yo les doy vida definitiva y no se perderán jamás ni nadie las arrancará de mi mano. 29 Lo que me ha entregado mi Padre es lo que más importa, y nadie puede arrancar nada de la mano del Padre. 30 Yo y el Padre somos uno.
COMENTARIOS I vv. 22-24: 22 Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno. 23 Jesús paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. 24 Lo rodearon entonces los dirigentes y le dijeron: -¿Hasta cuándo vas a no dejarnos vivir? Si eres tú el Mesías, dínoslo abiertamente. Último enfrentamiento de Jesús con los dirigentes judíos. Como el primero (2,13ss), sucede en el templo, donde Jesús no volverá a entrar. Se desarrolla en torno al tema de la consagración, la del templo (Fiesta de la Dedicación) y la de Jesús, consagrado por el Padre (36); él, como nuevo santuario, sustituye al antiguo (2,19-21). La irritada pregunta hecha a Jesús, si es el Mesías, está en paralelo con la hecha a Juan Bautista (1,l9ss). vv. 25-26: 25 Les replicó Jesús: -Os lo he dicho, pero no lo creéis. Las obras que yo realizo en nombre de mi Padre, ésas son las que me acreditan, 26 pero vosotros no creéis porque no sois ovejas mías. Jesús nunca toma en sus labios el título de Mesías, pues podía hacer creer que pretendía apoderarse del trono de Israel. Se limita a presentar sus credenciales, sus obras en favor del hombre. Para hablar de su mesianismo se requiere una condición previa: reconocer que la actividad liberadora de Jesús es la de Dios mismo, la del Padre; donde se actúa en favor del hombre, allí está Dios. Pero los dirigentes no toleran esas obras, que minan su poder. vv. 27-28: 27 Mis ovejas escuchan mi voz: yo las conozco y ellas me siguen, 28 yo les doy vida definitiva y no se perderán jamás ni nadie las arrancará de mi mano. Los que son de Jesús lo escuchan, es decir, le prestan adhesión de conducta y de vida (me siguen), comprometiéndose con él y como él a entregarse sin reservas a liberar y dar vida al hombre. El don de Jesús a los que lo siguen es el Espíritu y con el la vida que supera la muerte; estarán al seguro, pues Jesús es el pastor que defiende a los suyos hasta dar la vida (10,11). vv. 29-30: 29 Lo que me ha entregado mi Padre es lo que más importa, y nadie puede arrancar nada de la mano del Padre. 30 Yo y el Padre somos uno. Lo más importante para Jesús es el fruto de su obra la nueva humanidad, que el Padre le ha entregado y que el constituye completando con el Espíritu la creación del hombre. El Padre esta presente y se manifiesta en Jesús.
II La lectura de Hechos nos presenta un momento capital de la expansión del cristianismo por la cuenca del Mediterráneo oriental, a los pocos años de la muerte y resurrección de Jesús. Se trata de que los cristianos, desplazados de Jerusalén con motivo de la persecución contra la iglesia madre, a raíz del martirio de Esteban, fueron predicando en sus desplazamientos a los judíos que encontraban. Se enumeran tres lugares geográficos (haríamos bien ubicándolos en un mapa): Fenicia (el actual Líbano), la isla de Chipre, y la gran capital siria que era Antioquía. Los predicadores eran judeocristianos helenistas, hablaban griego y no encontraban difícil entrar en contacto con los paganos; se nos dice que eran de Cirene (la actual Libia en el norte de Africa) y de Chipre. En Antioquía, sin que se nos anoten expresamente los motivos, predicaron, no solo a los judíos, sino también a los paganos, a los “griegos”, como los llama Hechos. Y anota que muchos de ellos abrazaron la fe. Antioquía era la tercera ciudad en importancia de todo el Imperio Romano, después de la misma Roma y de Alejandría, la capital de Egipto. Contaba entre 300.000 y 500.000 habitantes, se encontraba sobre el río Orontes, cerca de su desembocadura en el mar Mediterráneo. Era un puerto muy activo, una ciudad espléndidamente
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- 58 construida a la que afluían comerciantes y viajeros de todas partes. Sus templos a los dioses paganos eran frecuentados por multitud de peregrinos. Su nombre inmortalizaba la memoria de Antioco I, su fundador. En esta gran capital había una colonia numerosa e influyente de judíos algunos de los cuales aceptaron la fe y constituyeron el núcleo de la comunidad local. Ahora se les sumaban, por la iniciativa de los predicadores, un gran número de paganos que se convertían con entusiasmo. La novedad llegó a la iglesia madre de Jerusalén que envió a Bernabé a informarse del asunto. Podemos decir que este es el primer gran salto del cristianismo fuera de las fronteras de Palestina. El autor de nuestro libro es sensible a la importancia del acontecimiento: que la fe en Jesús alcance a una ciudad tan importante, mayoritariamente pagana. Nos dice que Bernabé se alegró al ver cómo la gracia de Dios también había alcanzado a los gentiles, y desde la no lejana ciudad de Tarso trajo al recién convertido Saulo para que le ayudara en la formación cristiana de los nuevos conversos pues, por su origen pagano, necesitaban una instrucción más extensa y completa. No debemos dejar pasar la última anotación de la lectura: que allí en Antioquía, la capital de Siria en ese entonces, los creyentes fueron llamados por primera vez “cristianos”, el nombre que nos ha caracterizado y enorgullecido a lo largo de los siglos, que nos remite a la dignidad de Jesús de Nazaret, el “Mesías” esperado, el “Cristo” enviado por Dios y constituido, por su resurrección Señor y Salvador. El Hijo mismo de Dios como lo confesamos los creyentes. La trascendencia del acontecimiento narrado aquí en los Hechos, será puesta de manifiesto en los episodios que siguen y que iremos leyendo y explicando a lo largo de la semana. Hoy el evangelio de Juan nos presenta a Jesús en el Templo de Jerusalén, paseándose por uno de los magníficos pórticos sostenidos por enormes columnas de mármol con que lo había hecho embellecer el rey Herodes. La gente solía pasear entre las columnas, bajo los techos artesonados que protegían del sol y de la lluvia. Y los maestros aprovechaban para enseñar o discutir. El evangelista nos dice que era la fiesta de la Dedicación. Una fiesta que conmemoraba la recuperación del lugar santo después de haber caído en manos de los paganos, concretamente de los enviados del rey Antioco IV, Epifanes, que había ordenado colocar al pie del altar de los sacrificios una imagen de Zeus olímpico, la máxima divinidad del panteón griego. Judas Macabeo había logrado recuperar el santuario en el año 165 AC, había ordenado ritos de purificación, habiendo removido, por supuesto, la imagen idolátrica y toda otra señal de paganismo que hiciera impuro el Templo, y había organizado grandes festejos para volverlo a consagrar al único Dios vivo y verdadero (1Mac 4,36-61). Este era el acontecimiento que se conmemoraba, y se conmemora todavía por parte de los judíos, cada año en la fiesta de la Dedicación, llamada en hebreo “Hannuká”, que cae el 25 de Kislev del calendario judío, o sea a mediados de nuestra mes de Diciembre, en pleno invierno en Palestina. Para muchos judíos la purificación del Templo por orden de Judas Macabeo no había bastado. Esperaban que el Mesías venidero entraría en el santuario y lo purificaría definitivamente. En este contexto se inscribe la pregunta de los judíos a Jesús: “Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente”. En los evangelios sinópticos Juan Bautista también había planteado a Jesús la misma pregunta, enviándole a algunos discípulos como emisarios. Y ya sabemos como respondió Jesús: remitiéndose a sus exorcismos y sanaciones y a su predicación a los pobres de la Buena Noticia (Mt 11, 2-15; Lc 7, 1828). Aquí, en san Juan, Jesús se remite a sus “obras”, se trata de sus “signos”, también de su predicación. Hechas en nombre de Dios Padre, las obras de Jesús testimonian que El es el enviado definitivo de Dios. Jesús retoma el tema del Buen Pastor hablando de sus ovejas, que escuchan su voz, El las conoce y ellas lo siguen. El les da vida eterna y nadie puede arrebatárselas pues están también, como el mismo Jesús, en las manos del Padre. La comunidad creyente, Jesús y el Padre, vienen a ser una misma familia. Los judíos incrédulos quedan por fuera, no son de las ovejas de Jesús. Queda reflejada así la situación de las comunidades joánicas en pugna con el judaísmo rabínico que no podía admitir que el Nazareno fuera el Mesías anunciado. A estas alturas del tiempo en que estamos nosotros tenemos que preguntarnos por nuestra adhesión a Jesús. ¿Es El de verdad el Señor de nuestra existencia? ¿Ajustamos nuestra vida personal, familiar, social, al imperativo de su Palabra que es el amor manifestado en el servicio? ¿Somos miembros activos de su Iglesia, el pequeño rebaño de ovejas que El tiene en sus manos?
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Miércoles 24 de abril Fidel EVANGELIO Juan 12, 44-50 44
Jesús dijo gritando: -Cuando uno me da su adhesión, no es a mí a quien la da, sino al que me ha enviado, 45 y cuando uno me ve a mí ve al que me ha enviado. 46 Yo he venido al mundo como luz; así, nadie que me da su adhesión permanece en la tiniebla. 47 Si uno escucha mis exigencias y no las cumple, yo no doy sentencia contra él, porque no he venido para dar sentencia contra el mundo, sino para salvar al mundo. 48 Cuando uno me rechaza y no acepta mis exigencias, tiene quien le dé sentencia: el mensaje que he propuesto dará sentencia contra él el último día. 49 Porque yo no he propuesto lo que se me ha ocurrido, sino que el Padre que me envió me dejó mandado él mismo lo que tenía que decir y que proponer, 50 y se que su mandamiento significa vida definitiva; por eso, lo que yo propongo, lo propongo exactamente como me lo dijo el Padre.
COMENTARIOS I vv. 44-46: 44 Jesús dijo gritando:-Cuando uno me da su adhesión, no es a mí a quien la da, sino al que me ha enviado, 45 y cuando uno me ve a mí ve al que me ha enviado.46 Yo he venido al mundo como luz; así, nadie que me da su adhesión permanece en la tiniebla. Después del rechazo por parte de Israel como pueblo, Jesús deja abierta su invitación a los individuos. Es la tercera vez que Jesús habla gritando (cf. 7,28.37), para afirmar el origen divino de su mensaje. No hay más Dios que el que se ve en Jesús. vv. 47-48: 47 Si uno escucha mis exigencias y no las cumple, yo no doy sentencia contra él, porque no he venido para dar sentencia contra el mundo, sino para salvar al mundo. 48 Cuando uno me rechaza y no acepta mis exigencias, tiene quien le dé sentencia: el mensaje que he propuesto dará sentencia contra él el último día. Jesús afirma una vez más el carácter únicamente liberador/salvador de su misión. Subraya la libertad del hombre, que es responsable de su suerte. Jesús enfrenta al hombre con esa realidad para estimularlo a la opción positiva, haciéndole ver las consecuencias de su rechazo. El último día es el de la muerte de Jesús (cf. 7,37), cuando dará la prueba definitiva de su amor al hombre. Ese día, el mensaje propuesto por Jesús juzgará a los hombres: es decir, una vez dada la prueba del amor supremo, no habrá excusa válida para rechazarlo. vv. 49-50: 49 Porque yo no he propuesto lo que se me ha ocurrido, sino que el Padre que me envió me dejó mandado él mismo lo que tenía que decir y que proponer, 50 y se que su mandamiento significa vida definitiva; por eso, lo que yo propongo, lo propongo exactamente como me lo dijo el Padre. El origen del mensaje es divino. Los «mandamientos» o encargos del Padre a Jesús (10,17s) son un modo de expresar la misión mesiánica. Síntesis: Jesús es la única revelación plena de Dios (cf. 1,18). Toda idea o teoría sobre Dios que no sea compatible con lo que se ve en Jesús es falsa. Dios no es una idea, es el Padre, persona, vida y amor, y se manifiesta en Jesús y en su actividad en favor de los hombres. La misión de Jesús es ofrecer a los hombres una alternativa a su estado de frustración y fracaso, darles la posibilidad de salir de la opresión. El hombre queda en libertad de aceptar su ofrecimiento, pero el rechazo de la vida lleva en sí la opción por la muerte.
II En la 1ª parte del capítulo 12 se nos relatan la muerte de Santiago a manos del rey Herodes Agripa I, nieto de Herodes el Grande, y el encarcelamiento y milagrosa liberación de Pedro. La liturgia
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- 60 reserva estos pasajes para leerlos en las fiestas de los respectivos apóstoles. La lectura de hoy vuelve a presentarnos a Bernabé y a Saulo que, mientras tanto, habían sido enviados por la comunidad de Antioquía a llevar ayudas económicas a la iglesia madre de Jerusalén, que padecía los rigores de la escasez producida en el país por las malas cosechas. Saulo y Bernabé regresan a Antioquía trayendo a un joven jerosolimitano, Juan Marcos, que los acompañara en lo que sigue. El texto que hemos leído nos habla luego de los profetas y maestros que había en la comunidad antioquena. Estos profetas serían intérpretes de los oráculos bíblicos referentes al Mesías. También proclamarían el kerygma, iluminarían las tomas de decisiones de la comunidad y, ocasionalmente, anunciarían la voluntad de Dios para el futuro. Eran hombres y mujeres carismáticos, es decir, dotados de fuerzas y luces fuera de lo común, aplicadas al crecimiento y edificación de estas primeras comunidades cristianas. Los maestros serían predicadores ordinarios de la Palabra, catequistas experimentados que completaban la formación de los recién convertidos. Se nos da una lista de 5 de estos personajes, sin distinguir a los profetas de los maestros, como si fueran carismas simultáneos para todos los miembros del grupo. En una jornada de oración y de ayuno de la comunidad el Espíritu Santo, tal vez a través de uno de los profetas del grupo, pide que le separen a Bernabé y a Saulo para una obra especial. Son el primero y el último de la lista. La obra a la que los destina el Espíritu es una misión entre paganos, concretamente en Chipre y en Asia Menor, como nos enteramos por lo que sigue del relato. Luego se nos da el itinerario de la primera etapa de este que ha sido designado como el primer viaje misionero de Pablo y que haríamos bien si lo siguiéramos en el mapa: bajan a Seleucia, el puerto marítimo de Antioquía, se embarcan para la isla de Chipre, desembarcan en Salamina y comienzan la misión, primero entre los judíos de allí. Se anota que llevan como asistente de la misión a Juan Marcos, el muchacho que habían traído desde Jerusalén, el mismo a quien más tarde la tradición identificará como el autor del 2º evangelio que lleva su nombre. De la lectura podemos destacar varios elementos: la vida de esta primitiva comunidad que ora y ayuna bajo la dirección de sus maestros y sus profetas, sobre la cual ejerce su soberanía el Espíritu Santo, don del Padre por Jesucristo. Una comunidad dócil a la voluntad de Dios, que no pone el más mínimo obstáculo a estas mociones misioneras del Espíritu. Admira también la docilidad de los elegidos que, sin tardanza ni objeción alguna, se ponen en camino. Un camino que no estaría exento de dificultades e incluso de peligros. Ya hemos dicho, y lo volveremos a repetir, que el libro de los Hechos es como un espejo en el que nos podemos mirar nosotros, comunidades cristianas del siglo XXI, que tenemos un modelo de vida en estas primeras comunidades, de hace 20 siglos, tan pequeñas y pobres, pero tan dinámicas y dóciles a la voluntad divina. El pasaje del evangelio de Juan que hoy hemos leído pertenece al final del llamado “Libro de los signos”, o sea los 12 primeros capítulos del texto, que contrastan con el “Libro de la gloria” que son los capítulos restantes: 13-20. En este “Libro de los signos” Jesús se ha ido revelando poco a poco por medio de sus obras: los signos milagrosos, la predicación, los diálogos con diversos interlocutores. Algunos han creído en Jesús y se han adherido a El; otros, la mayoría, a quien el evangelista presenta genéricamente como “los judíos” no han creído en la predicación ni en los signos que hace Jesús. Están puestos los preámbulos del gran drama de la pasión en el cual se nos revelará la gloria del Hijo de Dios, verdadero rey mesiánico de Israel, el Hijo del Hombre escatológico, el Hijo de Dios entronizado a la derecha del Padre. Como una especie de balance de su obra Jesús declara que creer en El es creer en quien lo ha enviado, verlo a El es ver a quien lo ha enviado, temas que resonarán nuevamente en los discursos de despedida (13, 20; 14, 7-9). Nosotros creemos en Jesús, lo “vemos” a través de sus Palabras. A través de las palabras de la predicación de la Iglesia. Solo que la Palabra de Dios se pierde en el maremagnum de las palabras humanas, la avalancha de palabras que nos llegan cada día a través de los medios de comunicación, de internet, de la publicidad en todas sus formas. La Palabra de Jesús en cambio es la Palabra de nuestra efectiva salvación: por ella Dios creó al mundo (Gn 1, 1 – 2, 4), ella se expresaba en la Ley para la salvación y vida del pueblo de Israel. Por su Palabra los profetas fueron enviados a declarar el justo juicio de Dios. Ahora la Palabra de Dios se ha encarnado en Jesús, el Padre lo ha enviado, El dice lo que le ordena decir el Padre. Esta es la Palabra que los judíos incrédulos no recibieron pero que ilumina a quienes la acogieron. Palabra y Luz son pues sinónimos en el mensaje de san Juan. Aquí la luz como una metáfora de la verdad que buscamos tan afanosamente, del sentido definitivo de nuestra existencia personal y de
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- 61 la existencia del mundo, la respuesta a todos nuestros interrogantes. No es otra que el mismo Dios, de quien el mismo Juan dice: “Dios es luz y en El no hay tiniebla alguna” (1Jn 1, 5). Y, finalmente, el juicio: Cristo dice que El no juzga a nadie porque no ha sido enviado a juzgar sino a salvar. Pero dice también que es su Palabra la que juzga a quien no cree en ella, a quien no la acoge; porque esa Palabra de Cristo no es como cualquier otra palabra, sino la Palabra misma del Padre. Nos acordamos del evangelio de Mateo en donde Jesús dice que seremos juzgados de acuerdo a nuestra actitud de amor y de servicio a nuestros hermanos necesitados: “Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber...” (Mt 25, 31-46). Estas es la Palabra de Jesús que nos reta, nos interpela y que, finalmente, nos juzgará, según la hayamos acogido o no.
Jueves 25 de abril San Marcos Evangelista EVANGELIO Marcos 16, 15-20 15
Y añadió: -Id por el mundo entero proclamando la buena noticia a toda la humanidad. 16 E1 que crea y se bautice, se salvará; el que se niegue a creer, se condenará. 17 A los que crean, los acompañarán estas señales: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, 18 cogerán serpientes en la mano y, si beben algún veneno, no les hará daño; aplicarán las manos a los enfermos y quedarán sanos. 19 Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. 20 Ellos se fueron a proclamar el mensaje por todas partes, y el Señor cooperaba confirmándolo con las señales que los acompañaban. COMENTARIOS I Jesús envía a sus discípulos a predicar por todo el mundo; su misión es universal. Ahora va a cumplirse la promesa hecha a Abrahán: "serás padre de una multitud de pueblos" (Gn 17,4s; 22,18). Galilea abre el camino hacia los paganos. El medio para hacer discípulos será el bautismo, que vincula al Padre, fuente del Espíritu, al Hijo, de quien se recibe, y al Espíritu mismo, que potencia al hombre, completa su ser y lo pone en la línea del "Hijo del Hombre". Quienes den la adhesión a Jesús, podrán repetir y actualizar las señales salvadoras de Jesús: liberarán a la gente de las ideologías opresoras (echar demonios); tendrán una capacidad de comunicación nunca antes vista (hablar lenguas nuevas); el mal, representado en la serpiente, no les hará daño, y devolverán la salud a los enfermos. Ellos continuarán, por tanto, anunciando que la vida triunfará contra la muerte, como mensaje central del mensaje de Jesús. Con la resurrección de Jesús ha comenzado ya una nueva era en la que la salvación de Dios no tiene fronteras y llegará a todos. Bastará con no cerrarse a la luz.
II Jesús se despide de los discípulos con un encargo: “Vayan por el mundo entero a proclamar el mensaje”. De ahora en adelante no deberán limitarse al pueblo judío, pues el mensaje es universalista y mira a la humanidad entera. Ya no hay un pueblo elegido, sino que es toda la humanidad la elegida y destinada a experimentar la salvación de Dios. Además no habrá lugar donde no se deba anunciar este mensaje de resurrección y vida de Jesús: hay que proclamarlo “por todas partes”. Ningún rincón de la tierra, ningún país, ningún grupo de personas estará excluido en principio del Reino, pues Jesús ha venido para que no haya excluidos del pueblo ni pueblos excluidos.
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- 62 Pero la tarea iniciada por Jesús de hacer del mundo una fraternidad que confiese a un solo Dios como Padre y considere que los hombres son hermanos queda aun por completar. Serán -seremos- sus discípulos quienes anunciemos que hay que cambiar de mente -convertirsey sumergir en las aguas de la muerte nuestra vida de pecado -bautizarse- para llegar a la orilla de la comunidad donde todos entienden a Dios como Padre y se consideran hermanos unos de otros. Para ello contamos con la ayuda de Jesús, cuyos signos de poder nos acompañarán: podremos arrojar los demonios de las falsas ideologías que no conducen a la felicidad, seremos capaces de comunicar el mensaje de amor a todos, hablando lenguas nuevas, el maligno no tendrá poder sobre nosotros -ni las serpientes ni el veneno nos harán daño- y pasaremos por la vida remediando tanto dolor humano.
Viernes 26 de abril Nelson EVANGELIO Juan 14, 1-6 1 14 No estéis intranquilos; mantened vuestra adhesión a Dios manteniéndola a mí. 2 En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos; si no, os lo habría dicho. Voy a prepararos sitio. 3 Cuando vaya y os lo prepare, vendré de nuevo y os acogeré conmigo; así, donde estoy yo estaréis también vosotros. 4 y para ir adonde yo voy , ya sabéis el camino. 5 Tomás le dijo: -Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? 6 Respondió Jesús: -Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie se acerca al Padre sino por mí.
COMENTARIOS I vv. 1-4: 1 No estéis intranquilos; mantened vuestra adhesión a Dios manteniéndola a mí. 2 En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos; si no, os lo habría dicho. Voy a prepararos sitio. 3 Cuando vaya y os lo prepare, vendré de nuevo y os acogeré conmigo; así, donde estoy yo estaréis también vosotros. 4 y para ir adonde yo voy , ya sabéis el camino. 5 Tomás le dijo: -Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? 6 Respondió Jesús: -Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie se acerca al Padre sino por mí. vv. 1-4: 1 No estéis intranquilos; mantened vuestra adhesión a Dios manteniéndola a mí. 2 En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos; si no, os lo habría dicho. Voy a prepararos sitio. 3 Cuando vaya y os lo prepare, vendré de nuevo y os acogeré conmigo; así, donde estoy yo estaréis también vosotros. 4 y para ir adonde yo voy, ya sabéis el camino. Jesús tranquiliza a los discípulos, inquietos por su marcha. La adhesión a Dios se hace en la persona de Jesús y se instaura, de este modo, la nueva relación de la nueva comunidad con el Padre y con Jesús: los discípulos serán miembros de la familia del Padre. Jesús va a prepararles sitio; él es el Hijo, pero los que lo siguen serán también hijos, hermanos de Jesús (20,17). Con la frase Donde estoy yo (cf. 7,34.36; 12,26; 17,24) Jesús se sitúa en la esfera de Dios y del Espíritu. En ese ámbito nos acogerá, gracias al nuevo nacimiento (3,6s). El camino hacia el Padre (v. 4) es la práctica del amor leal.
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- 63 vv. 5-7: 5 Tomás le dijo: -Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? 6 Respondió Jesús: -Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie se acerca al Padre sino por mí. Para Tomás (cf. 11,16), la muerte no es un tránsito, sino un final; aun después de la resurrección le costará comprender (20,24 ss.). El camino (v. 6) supone una meta; la verdad, un contenido, que es la vida (1,4). Jesús es la vida porque es el único que la posee en plenitud y puede comunicarla (5,26). Por ser la vida plena es la verdad total, es decir, puede conocerse y formularse como la plena realidad del hombre y de Dios. Es el único camino, porque sólo su vida y su muerte muestran al hombre el itinerario que lo lleva a realizarse. Para el discípulo, Jesús es la vida, porque de él la recibe; esta nueva vida experimentada y consciente es la verdad. El camino, la asimilación progresiva a Jesús, da un carácter dinámico de crecimiento a su vida y verdad. El Padre no está materialmente lejano, el acercamiento a él es el de la semejanza.
II Hoy el libro de los Hechos nos presenta a Pablo predicando en la sinagoga de Antioquía de Pisidia. Esta Antioquía es distinta de Antioquía la grande, la capital de Siria en aquella época, de donde vienen los apóstoles Pablo y Bernabé. Juan Marcos los ha abandonado después de la evangelización de la isla de Chipre. La ciudad se encontraba casi en el centro de la península de Anatolia, en lo que hoy es Turquía. No era ni tan grande ni tan importante como su homónima, pero desde allí se podían alcanzar muchas otras ciudades y regiones de esas provincias de Anatolia. Oímos a Pablo predicando en la sinagoga. Era el sitio habitual de reunión de los judíos en cualquier lugar en el que se encontrasen. Tenían las reuniones principalmente los sábados, y en ellas leían la Ley (la Toráh, nuestro Pentateuco) y los demás libros de sus escrituras, oraban y mantenían viva su fe, sus tradiciones y su identidad como pueblo. Para que la reunión sinagogal fuera posible tenían que asistir por lo menos 10 varones mayores de edad (12-13 años). Las mujeres asistían a las asambleas pero no participaban activamente en ellas. Todavía hoy en día los judíos asisten a sus sinagogas en todos los lugares del mundo por donde se encuentran, podemos decir que es esa institución la que les ha permitido superar tantas dificultades y persecuciones como han tenido que sufrir a lo largo de los siglos. También Jesús, según relatan los evangelios, predicó muchas veces en las sinagogas de las aldeas de Galilea, incluso en alguna de ellas liberó a un poseso del demonio que lo atormentaba. Pues bien, Pablo y sus compañeros de misión, al llegar a una ciudad lo primero que hacen es predicar a los judíos en su sinagoga, si es que la hay en el lugar. Solo después de que los judíos han escuchado el mensaje y algunos han creído, pero la mayoría lo han rechazado, es cuando los apóstoles se dirigen a los paganos. El libro de los Hechos nos presentará siempre, a partir de ahora, esta especie de método misionero. La predicación de Pablo comienza con una síntesis de la historia de la salvación en Hch 13, 1625, que la liturgia ha omitido, concentrándose en la parte final de su discurso: la afirmación rotunda de que la salvación obrada por Dios en Jesucristo muerto y resucitado está destinada en primer lugar a los judíos. Y la invitación perentoria a abrazar la fe. Vuelven a resonar, en las palabras de Pablo, los elementos del “kerygma”, del núcleo esencial de la fe cristiana: los acontecimientos centrales de la vida de Jesucristo, su muerte, sepultura y resurrección, con la mención también de las apariciones del resucitado, que aquí no se especifican. El autor de Hechos había recogido, seguramente, tradiciones muy firmes sobre la predicación de los apóstoles, sobre las cuales él creó un poco artificiosamente estos discursos que pone en boca de sus personajes. Decimos esto como respuesta a quien pueda preguntase por la forma como se conservó el recuerdo de tales predicaciones, en una época que no conocía todavía los actuales medios de grabación, y en un medio que probablemente no podía permitirse el recurso a estenógrafos profesionales. Para nuestra edificación debemos destacar el ardor misionero de los apóstoles que no merma a pesar de las largas distancias que tienen que recorrer, ni de las hostilidades que, como veremos, enfrentaron a lo largo de sus correrías. San Pablo nos enseña, además, que es Jesucristo el centro de la fe cristiana: su muerte y su resurrección son el fundamento de nuestra fe. Muerte que fue por nosotros,
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- 64 para perdonar nuestros pecados. Resurrección que corroboró su enseñanza y reveló a los discípulos su gloria de Hijo de Dios. Los capítulos 13 al 17 constituyen en el evangelio de San Juan lo que se suele llamar “Discursos de despedida”. El evangelista ha puesto en boca de Jesús una serie de discursos que semejan su testamento, así como en el AT los patriarcas y los grandes personajes al morir se despedían de su familia, haciéndole recomendaciones y anunciándole aquellas cosas que Dios les concedía conocer anticipadamente (por ejemplo Jacob: Gn 49, 1-28; José: 50, 24-25; Moisés: Dt 33, aunque todo el libro puede considerarse como sus testamento; David: 1Re 2, 1-9; etc.), así Jesús se despide de sus discípulos, los prepara para enfrentar su ausencia, les revela el sentido de lo que le va a sobrevenir: la muerte ignominiosa de la cruz. También les anuncia su glorificación ya próxima y la venida del Espíritu Santo. No faltan las recomendaciones e incluso el mandamiento: el de amarse los unos a los otros. Las lecturas del evangelio de san Juan que hacemos a partir de hoy, corresponden a esta sección de su obra. En el pasaje que hoy hemos escuchado, los primeros versículos del capítulo 14, Jesús promete a sus discípulos que, a pesar de la separación que se avecina, estarán definitivamente juntos con su maestro. Por eso deben permanecer firmes en la fe en Dios y en la fe en Cristo, sin que les tiemble el corazón. La imagen de la casa paterna donde se reúnen los hijos les es presentada por Jesús como imagen de esa vida de entrañable unión que les promete. Una casa paterna con muchas moradas, donde hay sitio holgado para todos. El camino que conduce a esta casa ya les es conocido a los discípulos, a pesar de la desconcertada pregunta de Tomás. El camino es Jesús y Dios Padre nos ha querido mostrar ese camino, nos ha puesto en él, para que lleguemos más seguramente a su regazo amoroso. Aquí podríamos evocar la canción de los muchachos exploradores: “no es más que un hasta luego, no es más que un triste adiós, muy pronto junto al fuego nos reunirá el Señor”. Jesús consuela a sus discípulos por su próxima ausencia que, según las medidas de Dios, será una breve ausencia, e incluso estará colmada por la presencia confortante del Espíritu. Esas palabras de Jesús también son para nosotros, hoy. También nosotros erramos muchas veces el camino y preguntamos, desconcertados, por dónde se va a la casa paterna. También a nosotros nos parece, a veces, que Jesús esta ausente. Cuando experimentamos las dificultades de ser cristianos, de permanecer fieles al Evangelio. Y a veces experimentamos también la confusión del mundo, de tantas verdades contradictorias y efímeras. Y la muerte es nuestra experiencia cotidiana: la de los pobres y oprimidos, la muerte de tantos seres humanos a causa de la guerra, las muertes absurdas, tempranas, accidentales. Nuestra propia muerte que se nos aparece como la meta ineludible, casi siempre temida e indeseada. Las palabras de Jesús deben sernos luz y esperanza: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Sábado 27 de abril Zita – Monserrat EVANGELIO Juan 14, 7-14 7
Si llegáis a conocerme del todo, conoceréis también a mi Padre; aunque ya ahora lo conocéis y lo estáis viendo presente. 8 Felipe le dijo: -Señor, haz que veamos al Padre, y nos basta. 9 Jesús le contestó: -Tanto tiempo como llevo con vosotros y ¿no has llegado a conocerme, Felipe? Quien me ve a mí está viendo al Padre; ¿cómo dices tú: «Haz que veamos al Padre»? ¿Crees que yo estoy identificado con el Padre y el Padre conmigo? Las exigencias que yo propongo no las propongo como cosa mía: es el Padre, quien, viviendo en mi, realiza sus obras. 11 Creedme: yo estoy identificado con el Padre y el Padre conmigo; y si no, creedlo por las obras mismas.
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- 65 Sí, os lo aseguro: Quien me presta adhesión, hará obras como las mías y aun mayores; porque yo me voy con el Padre, 13 y cualquier cosa que pidáis en unión conmigo, la haré; así la gloria del Padre se manifestará en el Hijo. 14 Lo que pidáis unidos a mi, yo lo haré. 12
COMENTARIOS I vv. 7-8: 7 Si llegáis a conocerme del todo, conoceréis también a mi Padre; aunque ya ahora lo conocéis y lo estáis viendo presente. 8 Felipe le dijo: -Señor, haz que veamos al Padre, y nos basta. El Padre está presente en Jesús. La petición de Felipe denota su falta de comprensión. Había visto en Jesús al Mesías que podía deducirse de la Ley y los Profetas (1,43-45); no ha comprendido que Jesús no es la realización de la Ley, sino del amor y la lealtad de Dios (1,14.17). En el episodio de los panes (6,5-7) no comprendía la alternativa de Jesús y todavía sigue en las categorías de la antigua alianza. Ve en Jesús al enviado de Dios (cf. 12,13), pero no la presencia de Dios en el mundo. vv. 8-10: 9 Jesús le contestó: -Tanto tiempo como llevo con vosotros y ¿no has llegado a conocerme, Felipe? Quien me ve a mí está viendo al Padre; ¿cómo dices tú: «Haz que veamos al Padre»? ¿Crees que yo estoy identificado con el Padre y el Padre conmigo? Las exigencias que yo propongo no las propongo como cosa mía: es el Padre, quien, viviendo en mi, realiza sus obras. Jesús le contesta con una queja. La convivencia con él, ya prolongada, no ha ampliado su horizonte. La presencia del Padre en Jesús es dinámica (10); a través de él ejerce su actividad. Las exigencias de Jesús reflejan las múltiples facetas del amor, lo concretan y lo acrecientan; por eso comunican Espíritu y vida (3,34; 6,63) y hacen presente a Dios mismo, que es Espíritu (4,24); formulan la acción del Padre en Jesús y, por su medio, con los hombres. vv. 11-12: 11 Creedme: yo estoy identificado con el Padre y el Padre conmigo; y si no, creedlo por las obras mismas. 12 Sí, os lo aseguro: Quien me presta adhesión, hará obras como las mías y aun mayores; porque yo me voy con el Padre 13 y cualquier cosa que pidáis en unión conmigo, la haré; Entre Jesús y el Padre hay una total sintonía. El último criterio de identificación y sintonía son las obras. La obra de Jesús ha sido sólo un comienzo, el futuro reserva una labor más extensa (v. 12). Las señales hechas por Jesús no son, pues, irrepetibles por lo extraordinarias; son obras que liberan al hombre, ofreciéndole vida. Con este dicho da ánimos a los suyos para el futuro trabajo; la liberación ha de ir adelante. Jesús cambia el rumbo de la historia; toca a los suyos continuar en la dirección marcada por él. Los discípulos no están solos en su trabajo ni en su camino, pues Jesús seguirá actuando con ellos. vv. 13b- 14: así la gloria del Padre se manifestará en el Hijo. 14 Lo que pidáis unidos a mi, yo lo haré. A través de Jesús, el amor del Padre (su gloria) seguirá manifestándose en la ayuda a los discípulos para su misión. La oración de la comunidad expresa su vinculación a Jesús (v. 14); se hace desde la realidad de la unión con él y a través de él, pidiendo ayuda para realizar su obra.
II Nosotros los cristianos nos atrevemos a afirmar y anunciar que hemos visto el rostro del verdadero Dios. Que El nos ha mostrado su amor paternal en la persona de Jesús quien pudo decir: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre”. Afirmamos, creemos, que la Palabra de Jesús es la misma Palabra definitiva de Dios, que sus obras son las que Dios le ha encomendado hacer y que ahora Jesús, constituido en gloria a la derecha del Padre, es la imagen verdadera y perfecta de Dios. Esto lo afirmamos y creemos apoyándonos, entre otras, en palabras como las que Jesús ha dirigido hay a sus apóstoles en el cenáculo. En las palabras de Jesús, en su evangelio, vemos colmadas nuestras expectativas: el anhelo de justicia y de verdad, de belleza y de amor, de vida y felicidad que experimentamos todos los seres humanos. Encontramos en ellas una razón absolutamente válida para
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- 66 luchar por la dignidad de los seres humanos, pisoteada por los poderes del mundo, para reclamar justicia para todas las víctimas del egoísmo, la soberbia y la ambición de los tiranos de la historia. Incluso sabemos que podemos dirigir nuestra voz a Jesús glorificado, apoyándonos en su promesa: “Lo que pidan en mi nombre yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”.
Domingo 28 de abril Pedro Chanel – Valeria DOMINGO QUINTO DE PASCUA Primera lectura: Hechos 6, 1-7 Salmo responsorial: 32, 1-2. 4-5. 18-19 Segunda lectura: 1 Pedro 2, 4-9 EVANGELIO Juan 14, 1-12 1 14 No estéis intranquilos; mantened vuestra adhesión a Dios manteniéndola a mí. 2 En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos; si no, os lo habría dicho. Voy a prepararos sitio. 3 Cuando vaya y os lo prepare, vendré de nuevo y os acogeré conmigo; así, donde estoy yo estaréis también vosotros. 4 y para ir adonde yo voy, ya sabéis el camino. 5 Tomás le dijo: -Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? 6 Respondió Jesús: -Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie se acerca al Padre sino por mí. 6 Respondió Jesús: -Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie se acerca al Padre sino por mí. 7 Si llegáis a conocerme del todo, conoceréis también a mi Padre; aunque ya ahora lo conocéis y lo estáis viendo presente. 8 Felipe le dijo: -Señor, haz que veamos al Padre, y nos basta. 9 Jesús le contestó: -Tanto tiempo como llevo con vosotros y ¿no has llegado a conocerme, Felipe? Quien me ve a mí está viendo al Padre; ¿cómo dices tú: «Haz que veamos al Padre»? 10 ¿No crees que yo estoy identificado con el Padre y el Padre conmigo? Las exigencias que yo propongo no las propongo como cosa mía: es el Padre, quien, viviendo en mí, realiza sus obras. 11 Creedme: yo estoy identificado con el Padre y el Padre conmigo; y si no, creedlo por las obras mismas. 12 Sí, os lo aseguro: Quien me presta adhesión, hará obras como las mías y aun mayores; porque yo me voy con el Padre.
COMENTARIOS I EL DIOS VERDADERO Decimos que creemos en el mismo Dios. Pero si nos pidiesen a cada cristiano que explicáramos cómo entendemos cada uno de nosotros a Dios... Por poner un ejemplo concreto: ¿habría muchos puntos en común entre el modo de entender a Dios que pueda tener alguno de los dictadores que dicen rezar al Dios de los cristianos y el de los miembros de las comunidades cristianas de base de América Latina? ¿Habría muchas semejanzas entre la idea que sobre Dios tenía Oscar Romero y la que tenían los cristianos responsables de su muerte? MUÉSTRATE AL PADRE
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- 67 En el núcleo, en el mismo centro de la misión de Jesús se encuentra la revelación de quién es Dios, la explicación de quién es su Padre. Desde el principio de su evangelio, Juan ha dejado claro que Jesús va a mostrarnos de manera definitiva cuál es el verdadero rostro de Dios: «A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único que es Dios y está al lado del Padre, él ha sido la explicación» (1,18). Y ésta será una de las novedades más importantes de la revelación de Jesús: por el contenido de esa revelación y por el modo de llevarla a cabo. Tan nueva será, que Felipe, uno de los que habían acompañado a Jesús desde el principio, cuando la misión de Jesús está ya llegando al final, aún no se ha dado cuenta de cómo se puede conocer al Padre: «Señor, haz que veamos al Padre y nos basta». Felipe sigue encadenado a las ideas de su antigua religión y no es capaz de descubrir la novedad de la fe de Jesús.
CONOCER AL PADRE El pueblo de Israel había conocido a Dios gracias a sus actuaciones liberadoras de las que había sido beneficiario; pero a los teólogos oficiales esto sólo les servía para excitar el orgullo nacional de los pobres al tiempo que, de puertas adentro, presentaban otros aspectos que, sin negar que estuvieran presentes en los libros del Antiguo Testamento, hacían al pueblo más dócil y manejable: a Dios se le podía conocer en las alturas, en lo glorioso o en lo terrible; y la reacción del hombre ante este Dios no podía ser otra que el abajamiento, la humillación, el sometimiento, el temor... Por eso no es de extrañar que Felipe no se hubiera dado cuenta de que en la actuación de Jesús, en sus obras, en su amor hasta la exageración, se estaba revelando el mismo Dios, el verdadero rostro del Padre (del único Padre: Mt 23,9). Pero, para él, el tener que ver a Dios en el Hombre era algo realmente inconcebible. Hace justo un mes que recordábamos la muerte de Jesús. Allí, en aquella situación de derrota a los ojos humanos, se manifestaba en toda su plenitud el ser de Dios, el ser del Padre: amor hasta el extremo y, por eso, capacidad de llenar de vida al hombre para que el hombre, aceptando esa vida y ese amor, fuese capaz de cambiar radicalmente este mundo y convertirlo en un mundo de hermanos. Pero amor también que, por serlo, no se impone por la fuerza a nadie, sólo se ofrece; y, por tanto, toda su potencia se convierte en debilidad si el hombre no lo acepta, todo su poder -ése es el poder de Dios- se hace ineficaz si el hombre lo rechaza. Esa imagen de Dios, vendido totalmente a la voluntad del hombre, no la acaban de aceptar los discípulos de Jesús. LLEGAR HASTA EL PADRE Esto es lo que muestra la pregunta de Tomás: él, que había estado dispuesto a morir con Jesús, se negaba una y otra vez a aceptar que la muerte pudiera llevar a ningún sitio: «Señor, no sabemos adónde te marchas, ¿ cómo podemos saber el camino?» La respuesta de Jesús no deja lugar a dudas; su meta, y la meta de sus seguidores, es el Padre: «Nadie se acerca al Padre sino por mí». Ahí es adonde conduce la muerte cuando ésta es consecuencia de un compromiso de amor con la humanidad. Y sólo hay un modo de realizar este compromiso: la identificación con Jesús, «el camino, la verdad y la vida». El camino, que, para sus seguidores, ha quedado explicado en el mandamiento nuevo: la entrega de la propia vida, por amor, en favor de la felicidad de los hombres, como hizo él. La verdad, la Palabra hecha carne, el proyecto de hombre que, de parte de Dios, Jesús nos comunica y que se realiza en él en toda su plenitud: un hombre que es hijo y, por tanto, hermano. La vida, la que Jesús poseía en plenitud y que él ofrece a quienes estén dispuestos a recibirla: el Espíritu de amor que nos hace capaces de llegar a ser hijos viviendo como hermanos. Este es el verdadero Dios de los cristianos. Este el único modo de conocerlo y de llegar a él: Jesús, su modo de ser Hombre, aceptado como modelo. Todo lo demás serán aproximaciones que necesariamente se quedarán pequeñas; pero serán aproximaciones válidas sólo si no se apartan de este camino, si no deforman esta verdad y si no arruinan esta forma de vida.
II vv. 1-4: 1 No estéis intranquilos; mantened vuestra adhesión a Dios manteniéndola a mí. 2 En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos; si no, os lo habría dicho. Voy a prepararos sitio. 3 Cuando
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- 68 vaya y os lo prepare, vendré de nuevo y os acogeré conmigo; así, donde estoy yo estaréis también vosotros. 4 y para ir adonde yo voy , ya sabéis el camino. 5 Tomás le dijo: -Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? 6 Respondió Jesús: -Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie se acerca al Padre sino por mí.
vv. 1-4: 1 No estéis intranquilos; mantened vuestra adhesión a Dios manteniéndola a mí. 2 En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos; si no, os lo habría dicho. Voy a prepararos sitio. 3 Cuando vaya y os lo prepare, vendré de nuevo y os acogeré conmigo; así, donde estoy yo estaréis también vosotros. 4 y para ir adonde yo voy, ya sabéis el camino. Jesús tranquiliza a los discípulos, inquietos por su marcha. La adhesión a Dios se hace en la persona de Jesús y se instaura, de este modo, la nueva relación de la nueva comunidad con el Padre y con Jesús: los discípulos serán miembros de la familia del Padre. Jesús va a prepararles sitio; él es el Hijo, pero los que lo siguen serán también hijos, hermanos de Jesús (20,17). Con la frase Donde estoy yo (cf. 7,34.36; 12,26; 17,24) Jesús se sitúa en la esfera de Dios y del Espíritu. En ese ámbito nos acogerá, gracias al nuevo nacimiento (3,6s). El camino hacia el Padre (v. 4) es la práctica del amor leal. vv. 5-7: 5 Tomás le dijo: -Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? 6 Respondió Jesús: -Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie se acerca al Padre sino por mí. Para Tomás (cf. 11,16), la muerte no es un tránsito, sino un final; aun después de la resurrección le costará comprender (20,24 ss.). El camino (v. 6) supone una meta; la verdad, un contenido, que es la vida (1,4). Jesús es la vida porque es el único que la posee en plenitud y puede comunicarla (5,26). Por ser la vida plena es la verdad total, es decir, puede conocerse y formularse como la plena realidad del hombre y de Dios. Es el único camino, porque sólo su vida y su muerte muestran al hombre el itinerario que lo lleva a realizarse. Para el discípulo, Jesús es la vida, porque de él la recibe; esta nueva vida experimentada y consciente es la verdad. El camino, la asimilación progresiva a Jesús, da un carácter dinámico de crecimiento a su vida y verdad. El Padre no está materialmente lejano, el acercamiento a él es el de la semejanza. v. 6-7: Respondió Jesús: -Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie se acerca al Padre sino por mí. El camino supone una meta; la verdad, un contenido, que es la vida (1,4). Jesús es la vida porque es el único que la posee en plenitud y puede comunicarla (5,26). Por ser la vida plena es la verdad total, es decir, puede conocerse y formularse como la plena realidad del hombre y de Dios. Es el único camino, porque sólo su vida y su muerte muestran al hombre el itinerario que lo lleva a realizarse. Para el discípulo, Jesús es la vida, porque de él la recibe. Esta nueva vida experimentada y consciente es la verdad; esta verdad entendida como camino supone una asimilación progresiva a Jesús y da un carácter dinámico de crecimiento a la vida y a la verdad. El Padre no está materialmente lejano, el acercamiento a él es el de la semejanza. v. 7-8: Si llegáis a conocerme del todo, conoceréis también a mi Padre; aunque ya ahora lo conocéis y lo estáis viendo presente. Felipe le dijo: -Señor, haz que veamos al Padre, y nos basta. El Padre está presente en Jesús. La petición de Felipe (v. 8) denota su falta de comprensión. Había visto en Jesús al Mesías que podía deducirse de la Ley y los Profetas (1,43-45), pero no había comprendido que Jesús no es la realización de la Ley, sino del amor y la lealtad de Dios (1,14.17). En el episodio de los panes (6,5-7) Felipe no comprendía la alternativa de Jesús, por eso a la pregunta de éste: ¿con qué podríamos comprar pan para que coman estos? Felipe contestó: Doscientos denarios de plata no bastarían para que a cada uno le tocase un pedazo. Para Felipe no había alternativa, seguía en las categorías de la antigua alianza. Felipe ahora ve en Jesús al enviado de Dios, pero no la presencia de Dios en el mundo.
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- 69 vv. 9-11: Jesús le contestó: -Tanto tiempo como llevo con vosotros y ¿no has llegado a conocerme, Felipe? Quien me ve a mí está viendo al Padre; ¿cómo dices tú: «Haz que veamos al Padre»? ¿No crees que yo estoy identificado con el Padre y el Padre conmigo? Las exigencias que yo propongo no las propongo como cosa mía: es el Padre, quien, viviendo en mí, realiza sus obras. Creedme: yo estoy identificado con el Padre y el Padre conmigo; y si no, creedlo por las obras mismas. Jesús le contesta con una queja: "Tanto tiempo como llevo con vosotros y ¿no has llegado a conocerme? (v. 9). La convivencia con él, ya prolongada, no ha ampliado su horizonte. Felipe no sabe que la presencia del Padre en Jesús es dinámica ("quien me ve a mí está viendo al Padre", v.10); a través de Jesús, el padre ejerce su actividad. Las exigencias de Jesús reflejan las múltiples facetas del amor, lo concretan y lo acrecientan; por eso comunican Espíritu y vida y hacen presente a Dios mismo, que es Espíritu, formulan la acción del Padre en Jesús y, por su medio con los hombres Entre Jesús y el Padre hay una total sintonía (v. 11). El último criterio para detectar esta sintonía son las obras
vv. 12-14: Sí, os lo aseguro: Quien me presta adhesión, hará obras como las mías y aun mayores; porque yo me voy con el Padre, y cualquier cosa que pidáis en unión conmigo, la haré; así la gloria del Padre se manifestará en el Hijo. Lo que pidáis unidos a mí (= invocando mi nombre), yo lo haré. La obra de Jesús ha sido solo un comienzo; el futuro reserva una labor más extensa: "Quien me presta adhesión, hará obras como las mías y aun mayores" (v.12) Las señales hechas por Jesús no son pues irrepetibles por lo extraordinarias, son obras que liberan al hombre ofreciéndole vida. Con este dicho da ánimos a los suyos para el futuro trabajo; la liberación ha de ir adelante. Jesús cambia el rumbo de la historia; toca a los suyos continuar en la dirección marcada por él. Los discípulos no están solos en su trabajo ni en su camino Jesús seguirá actuando con ellos. A través de Jesús el amor del Padre (su gloria) seguirá manifestándose en la ayuda a los discípulos para su misión (v. 13). La oración de la comunidad expresa su vinculación a Jesús (v. 14); se hace desde la realidad de la unión con él y a través de él, pidiendo ayuda para realizar su obra.
III Algunos dicen que este es el domingo de los ministerios porque las lecturas dan a entender que en la Iglesia, la comunidad del Señor Resucitado, cada uno tiene una función, todos debemos hacernos responsables. En la 1ª lectura, tomada del libro de los Hechos, se nos presenta un primer conflicto en la comunidad ideal, la iglesia madre de Jerusalén. Como tenían todos los bienes en común, la comunidad debía hacerse cargo de los más pobres y débiles, de los que no podían trabajar o no tenía quien los asistiera. Entre éstos estaban las viudas. Los judeocristianos de origen helenista, es decir, los que hablaban griego, se quejaron de que sus viudas eran desatendidas en los repartos y, como hemos escuchado, la comunidad, presidida por los apóstoles y animada por el Espíritu Santo, encontró una solución muy sabia: encargar a siete personas de tales repartos, para que los apóstoles se vieran libres de preocupaciones y pudieran dedicarse plenamente a lo suyo: a la predicación del evangelio y a la oración. En la 2ª lectura, tomada nuevamente de la 1ª carta de Pedro, el autor nos presenta la clásica imagen de la Iglesia como templo de Dios. Un templo no construido con piedras inertes y pesadas, sino con piedras vivas que somos cada uno de nosotros, los creyentes, los bautizados, que tenemos como cimiento y piedra angular a Jesucristo mismo. Leemos hoy un hermoso pasaje del evangelio de san Juan. Hace parte de los llamados “discursos de despedida” de Jesús, pronunciados durante la cena de despedida que celebró con sus discípulos antes de padecer. Se prolongan a lo largo de los capítulos 14 al 17 y son como el testamento del Señor. El dice a sus discípulos que se va, pero que esto no debe perturbarlos porque se va para quedarse o, mejor, se va para llevarlos a estar siempre con Él, a prepararles un lugar en la casa del Padre, una casa grande donde cavemos todos: los más pobres que no han tenido nunca casa propia, los hijos pródigos que anhelan regresar, los fieles que han sobrellevado el peso del trabajo y de la vida.
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- 70 Para llegar a la casa paterna hace falta un camino, una lámpara para poder caminar en la noche, y fuerza y alimento para hacer las jornadas que hagan falta. La meta de este viaje que hemos de hacer con Jesús es no solo la casa, es el regazo mismo del Padre que nos espera, que nos muestra su rostro amoroso, benigno, confiable. Otro discípulo pregunta por ese Padre que no vemos, que tal vez hemos olvidado o despreciado, o del que nos hemos hecho una imagen falsa o aterradora, como la de un juez inmisericorde, un guardián celoso, un inflexible legislador. Jesús nos muestra el verdadero rostro de Dios, el que nadie podía contemplar sin morir, el que se ocultaba tras la nube o el velo infranqueable del santuario. El rostro de Dios es el rostro de Cristo, la voz de Dios es la suya, su corazón es el amoroso, humilde y manso corazón de Cristo, abierto por la lanza para que entremos todos. El corazón del que manan la sangre y el agua de los sacramentos de la Iglesia que nos alimentan, nos curan y nos salvan. En este 5º domingo de Pascua, Cristo nos pide que nos confiemos en Él, que contemplemos sus obras de misericordia para con los pobres, los pecadores, los enfermos y los hambrientos, y que veamos en ellas las mismas obras de Dios a favor nuestro. Obras que también nosotros podremos hacer a favor de nuestros hermanos, los seres humanos de todo el mundo, para que ellos también puedan llegar, con Cristo y con nosotros, a la casa paterna.
Lunes 29 de abril Catalina de Siena EVANGELIO Juan 14, 21-26 23
El que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama; y al que me ama mi Padre le demostrará su amor y yo también se lo demostraré manifestándole mi persona. 24 El otro Judas, no el Iscariote, le preguntó: -Señor, y ¿a qué se debe que nos vayas a manifestar tu persona a nosotros y el mundo no? 23 Jesús le contestó: -Uno que me ama cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él. 24 El que no me ama no cumple mis palabras; y el mensaje que estáis oyendo no es mío, sino del Padre que me envió. 25 Os dejo dichas estas cosas mientras estoy con vosotros. 26 Ese valedor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre por mi medio, él os lo irá enseñando todo, recordándoos todo lo que yo os he expuesto.
COMENTARIOS I v. 22-23: El otro Judas, no el Iscariote, le preguntó: -Señor, y ¿a qué se debe que nos vayas a manifestar tu persona a nosotros y al mundo no? 23 Jesús le contestó: -Uno que me ama cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él. El discípulo le pregunta decepcionado. Esperaba una vuelta gloriosa y triunfante de Jesús, no sólo una manifestación a individuos. No comprende, porque no renuncia a su concepción mesiánica. La venida de Jesús no se hará con alarde de poder ni para vengarse de la injusticia cometida contra él (v. 23). La transformación de la sociedad humana no se hace por la fuerza. Por eso, en respuesta a Judas, repite lo antes dicho (v. 21). Su mensaje es el del amor al hombre y se despliega en sus mandamientos. Su manifestación no es como la que ellos esperan. La respuesta a la práctica del amor es la presencia suya y del Padre. El Padre y Jesús, que son uno, establecerán su morada en el discípulo. En el antiguo éxodo, la presencia de Dios en medio del pueblo se localizaba en la tienda del Encuentro. En el nuevo, cada uno será morada de Dios. v. 24: El que no me ama no cumple mis palabras; y el mensaje que estáis oyendo no es mío, sino del Padre que me envió.
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- 71 El mensaje de Jesús es el del Padre. Muestra a los oprimidos el medio de salir de la opresión, invita a un éxodo fuera de un sistema injusto (10,2-4), abre los ojos para que el hombre conozca su dignidad según el designio de Dios (9,1ss) y hace caminar a los paralizados por las ideologías opresoras (5, 3ss); es el amor manifestado en el compartir, que da a los hombres su independencia y los libera de la explotación (6, 5ss). Practicarlo significa tener el Espíritu de Jesús. vv. 25-26: Os dejo dichas estas cosas mientras estoy con vosotros. 26 Ese valedor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre por mi medio, él os lo irá enseñando todo, recordándoos todo lo que yo os he expuesto. La frase mientras estoy con vosotros hace recordar la marcha de Jesús y anuncia su despedida. Ellos tendrán que ir comprendiendo y profundizando lo que les ha dicho, pero ayudados por el Espíritu. Es el Espíritu profético, que transmite a la comunidad mensajes del Señor. Jesús, hecho presente por su Espíritu, es el maestro de la comunidad. El Espíritu es el amor y lealtad, la gloria (1,14.32; 1,17 y 7,39). En cuanto el amor se formula para proclamarlo, se le llama "mensaje"; en cuanto es fuerza de vida, "Espíritu"; en cuanto es norma de conducta, "mandamiento"; en cuanto se hace visible y hace presente a Dios, se le llama «gloria«. Jesús está presente con su Espíritu (fuerza y actividad del amor).
vv. 27-28: «Paz» es mi despedida; paz os deseo, la mía, pero yo no me despido como se despide todo el mundo. No estéis intranquilos ni tengáis miedo; 28 habéis oído lo que os dije: que me marcho para volver con vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que vaya con el Padre, porque el Padre es más que yo. Desear la paz era el saludo ordinario al llegar y al despedirse. La despedida y el saludo de Jesús no son, como los ordinarios, triviales. Tampoco se despide como todos, pues, aunque se va, no va a estar ausente (28). Ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es una tragedia, puesto que su muerte va a ser la manifestación suprema del amor del Padre (12,27s). El Padre es más que Jesús, porque en él Jesús tiene su origen (1,32; 3,13.31; 6,61), el Padre lo ha consagrado y enviado (10,36) y todo lo que tiene procede del Padre (3,35; 5,26s; 17,7). vv. 29-31: 0s lo dejo dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda lleguéis a creer. Jesús había predicho la traición que lo llevaría a la muerte (13,19); ahora predice los efectos de ésta: el triunfo de la vida. La marcha es inminente. El jefe del orden este es la personificación del poder opresor. Jesús no está en absoluto sometido a ese poder, ni éste puede pretender autoridad sobre él ni derecho a detenerlo y condenarlo. Pero va a aceptar el enfrentamiento para mostrar a la humanidad su amor al Padre (cf. 8,28), llevando a cabo su obra aun a costa de su propia vida (10,17). La muerte de Jesús debe convencer a todos de la autenticidad de su mensaje y de su fidelidad al que lo envió.
II En la lectura evangélica, correspondiente a una pequeña sección de los discursos de despedida de Jesús, antes de su pasión, resalta la idea del amor mutuo: de los discípulos a Jesús, del Padre y del Hijo entre sí, del Padre y de Cristo a los discípulos. No se trata de un amor puramente sentimental, hecho de palabras y de gestos, como el amor del que a veces hacen ostentación los devotos y entusiastas de algunos santos o de algunas advocaciones de la Virgen. Cristo exige un amor comprometido que consiste en saber y guardar sus mandamientos, en guardar su palabra, conscientes de que es la misma palabra de Dios. Al final del pasaje Jesús promete a sus discípulos el don del Espíritu, enviado por el Padre en su nombre a consolar y defender a los discípulos. Es el sentido de la palabra “Paráclito” con la que se le designa en algunas traducciones. El Espíritu será además, según lo promete Jesús a sus discípulos, como un maestro secreto de la comunidad cristiana, que le manifestará “todo” lo referente a la salvación, al alcance y las consecuencias de la obra de Jesucristo y que, además, le recordará todo lo que Jesús ha dicho. Como Jesús sabe de nuestra debilidad y de nuestra ignorancia, por eso promete a sus discípulos este don divino del Espíritu, presentándose aquí, en tan pocos y breves versículos, la mención expresa
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- 72 de las que la teología cristiana denominará: tres divinas personas de la Santísima Trinidad, el único Dios verdadero.
Martes 30 de abril Pío V EVANGELIO Juan 14, 27-31 27
«Paz» es mi despedida; paz os deseo, la mía, pero yo no me despido como se despide todo el mundo. No estéis intranquilos ni tengáis miedo; 28 habéis oído lo que os dije: que me marcho para volver con vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que vaya con el Padre, porque el Padre es más que yo. 29 0s lo dejo dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda lleguéis a creer. 30 Ya no hay tiempo para hablar largo, porque está para llegar el jefe del orden este. No es que él pueda nada contra mí, 31 sino que así comprenderá el mundo que amo al Padre y que cumplo exactamente lo que me mandó. ¡Levantaos, vámonos de aquí!
COMENTARIOS I vv. 27-28: «Paz» es mi despedida; paz os deseo, la mía, pero yo no me despido como se despide todo el mundo. No estéis intranquilos ni tengáis miedo; 28 habéis oído lo que os dije: que me marcho para volver con vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que vaya con el Padre, porque el Padre es más que yo. Desear la paz era el saludo ordinario al llegar y al despedirse. La despedida y el saludo de Jesús no son, como los ordinarios, triviales. Tampoco se despide como todos, pues, aunque se va, no va a estar ausente (28). Ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es una tragedia, puesto que su muerte va a ser la manifestación suprema del amor del Padre (12,27s). El Padre es más que Jesús, porque en él Jesús tiene su origen (1,32; 3,13.31; 6,61), el Padre lo ha consagrado y enviado (10,36) y todo lo que tiene procede del Padre (3,35; 5,26s; 17,7). vv. 29-31: 0s lo dejo dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda lleguéis a creer. 30 Ya no hay tiempo para hablar largo, porque está para llegar el jefe del orden este. No es que él pueda nada contra mí, 31 sino que así comprenderá el mundo que amo al Padre y que cumplo exactamente lo que me mandó. ¡Levantaos, vámonos de aquí! Jesús había predicho la traición que lo llevaría a la muerte (13,19); ahora predice los efectos de ésta: el triunfo de la vida. La marcha es inminente. El jefe del orden este es la personificación del poder opresor. Jesús no está en absoluto sometido a ese poder, ni éste puede pretender autoridad sobre él ni derecho a detenerlo y condenarlo. Pero va a aceptar el enfrentamiento para mostrar a la humanidad su amor al Padre (cf. 8,28), llevando a cabo su obra aun a costa de su propia vida (10,17). La muerte de Jesús debe convencer a todos de la autenticidad de su mensaje y de su fidelidad al que lo envió. La exhortación a salir (Levantaos, vámonos de aquí), después de anunciar la llegada del jefe del orden este (v. 30), tiene un tono de desafío que se convierte en consigna para toda la comunidad. Como Jesús, ésta ha de afrontar la hostilidad del mundo. Estas palabras dividen el discurso de la cena en dos partes. En la primera, la instrucción de Jesús, de obra y de palabra, se ha referido a la constitución de la comunidad; en la segunda (caps. 15-16) va a tratar de su identidad y misión en medio del mundo. La invitación a marcharse con él indica precisamente la diferencia de tema. Jesús va a marcharse con el Padre pasando a través del mundo de tiniebla y muerte, y en este paso se lleva a los suyos consigo. La constitución de la comunidad se ha hecho dentro de casa, pero su camino está fuera, en medio de la humanidad oprimida y en oposición a los poderes opresores.
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II Jesús, que anuncia a sus discípulos su inminente partida, les deja la paz como promesa y esperanza. “El príncipe de este mundo”, es decir, Satanás, el demonio, como personificación de las fuerzas contrarias a Dios, se acerca a Jesús, va a intentar destruirlo; pero en cambio, en su pasión y muerte Jesús manifestará su amor al Padre, su obediencia a la voluntad salvífica que El le ha manifestado. Esto debe ser motivo de alegría para los discípulos, y de perseverancia en la fe. A lo largo de estos veinte siglos de cristianismo la Iglesia ha vivido de la fe en Jesucristo, la confianza en su victoria sobre el mal y el pecado de este mundo. Ha vivido también de la esperanza en la paz venidera, como un don de Dios, mientras trabaja por anticiparla de algún modo. Por eso en la eucaristía los cristianos nos damos la paz. Por eso la Iglesia promueve actualmente, como lo ha hecho también en otras épocas, la paz en el mundo. Incluso ha llegado a establecer una jornada anual y mundial de oración por la paz. Papas, obispos, sacerdotes, laicos de todas las condiciones, se han empeñado, y se empeñan ahora, en la búsqueda de la paz, allí donde los pobres sufren el terrible flagelo de la guerra.