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Expedición al Nevado Piuquenes y Cerro Pirámide
Por Diego Olguín Rama de Montaña de la Universidad de Chile
El viernes 11 de enero pasado nos reunimos en Santiago para ordenar la comida en los tambores y el equipo en los petates que cargarían las mulas. A las 21.00 partimos hacia el Cajón del Maipo, más exactamente hacia el Cajón del Río Colorado. Llegamos a la localidad de Chacayar pasada la medianoche, luego de dar aviso a Carabineros de San José y presentar los permisos correspondientes en el control de Alfalfal. Bajo un cielo muy estrellado, hicimos el primer vivac.
Muy temprano nos despertó la actividad de los arrieros, unos tratando de domar algún potro nuevo, y otros ensillando las mulas y caballos que nos acompañarían hasta el Campamento Base. Entre ellos, Don Jacinto, quizás el arriero más antiguo y más famoso del sector, quien a sus 70 años aún sigue entre estos cajones, ríos y montañas que lo han visto desde niño, y que él conoce como su casa. Entre reordenar los dos tambores y los ocho petates, y equilibrar la carga para que las mulas no la desarmaran, sólo a las 10:30 pudimos iniciar la caminata. Las primeras tres horas hasta el cruce del Río Museo fueron en terreno conocido, por el mismo sendero que conduce hasta el Volcán Tupungato (6.570m.), que hace ya un año recorrimos. La serpenteante huella corre paralela al Río Colorado hasta los Baños de los Azules, donde aporta sus aguas transparentes el Río Museo, el cual debíamos cruzar por el Puente de Piedra y seguirlo por su margen izquierda según
indicación de Don Jacinto. Ahí abandonamos la huella principal que va al Tupungato y nos comenzamos a internar en dirección sureste por el Cajón del Museo. Como son muy pocos los que se adentran hacia ese sector, el sendero no es tan claro, por lo que estuvimos cerca de media hora buscando por donde seguir. Ya retomado el rumbo, la marcha se desarrolló entre algunas lagunas que aún quedaban como resabios de la nieve del invierno y por suaves lomajes que lentamente nos fueron haciendo ganar altura. Lentejas reponedoras Cerca de las 18.00 llegamos a las Vegas del Zinc (3.000m.), lugar de nuestro segundo vivac. Como su nombre lo indica, es una extensa meseta con abundante pasto y agua, lo que permite la existencia de un buen número de animales y aves, en un entorno de altas montañas. Luego de unas reponedoras lentejas con longaniza junto al fuego, nos preparamos para otra noche estrellada, pero la humedad del lugar y una nubosidad, que fue un anuncio del tiempo de los días venideros, cubrió todo el cajón durante la madrugada. En la mañana, nuevamente comenzamos temprano a preparar las cosas, y a eso de las 10.00 las 4 mulas, los 3 caballos y los 3 perros que acompañan a don Jacinto se pusieron en marcha, internándose más en el cajón por un valle pedregoso atravesado por el río Museo y flanqueado por altas cumbres como el Morro del Museo y el Cerro Bello. Luego de dos horas de caminata, dejamos el valle y comenzamos a remontar por acarreos y pedregales hasta unas nuevas vegas, las De Sebastián, mucho más pequeñas que las anteriores, donde don Jacinto aprovechó de almorzar. Nosotros continuamos remontando el cauce del Museo, apareciendo de a poco los primeros planchones de nieve. A media tarde llegamos al lugar de nuestro campamento base (3.800m.), un gran pedregal, comienzo de la morrena del glaciar del Museo. Luego de despedirnos de los arrieros, que bajaban de inmediato
hasta las vegas, nos pusimos a buscar el mejor lugar para levantar las carpas, cerca de algún manchón de nieve, ya que ahora no contábamos con agua corriente. Desde aquí ya se comenzaba a ver el glaciar del Trono, por donde tendríamos que subir en los próximos días para establecer el Campo Alto. Por la tarde se nubló y corrió algo de viento. Cambio de planes El tercer día, lunes 14, porteamos el equipo y la comida necesaria para las jornadas siguientes hasta volver al Base dentro de 4 días, donde dejamos lo suficiente para el regreso. Realizamos dos porteos a través de la morrena glaciar, hasta establecer el Base Avanzado (4.200m.) al lado de un pequeño ojo de agua que nos ahorraba la tarea de fundir nieve. Durante el segundo porteo el cajón comenzó a cubrirse de nuevo, pero esta vez alcanzamos a llegar al campamento justo cuando comenzaba a nevar. Rápidamente levantamos las carpas y dentro de ellas esperamos que la nieve pasara, cocinando y aprovechando de hidratarnos. Casi al anochecer, paró y todos los cerros alrededor quedaron nevados. Desde ahí podíamos ver las impresionantes lenguas colgantes de los glaciares del Trono y del Bello, y otras fabulosas cumbres escarpadas, como el cerro Hoff. El cuarto día tuvimos que cargar todo el peso traído en los porteos, que incluía además de la comida, el equipo que creímos necesario para atravesar el glaciar, que desde nuestra ubicación veíamos quizás agrietado. La marcha en un comienzo fue por los mismo pedregales de la morrena, hasta entrar en sucesivos campos de penitentes. Luego de cruzar el glaciar por su parte baja, remontamos por una empinada lengua de interminables penitentes que vadeaba el glaciar por su margen derecha, hasta llegar a una meseta donde establecimos el Campo Alto (4.850m.). El paisaje era espectacular. Hacia abajo veíamos el extenso cajón que habíamos subido y parte de las Vegas del Zinc. Hacia el suroeste, la punta del Cerro Hoff (5.200m.), el Alto del Yeso (5.035m.) y el glaciar del Bello. Más al este, el
cerro Pirámide y el Nevado de los Piuquenes, que forma el filo fronterizo con el Pirámide. Y hacia el norte, el majestuoso cerro Trono (5.550m.), completamente glaciado. Por la tarde las nubes y la nieve de nuevo dejaron algunos centímetros nevados sobre nosotros, dando un toque de aún mayor belleza al paisaje circundante. Ya instalados en el Campamento Alto, decidimos ascender el vecino cerro Pirámide como preparación al objetivo final, que era el Nevado de los Piuquenes, y no desgastarse inmediatamente luego de la dura jornada anterior. Razones poderosas Así, el quinto día iniciamos la ascensión al Pirámide, no muy temprano, pues no se veía muy lejos. En efecto, después de dos horas de ascenso estábamos en la cumbre (5.520m.). En ella encontramos un cuaderno registro de las ascensiones, desde la primera, en los años 50, hasta la última, seis años atrás. Ilustres nombres figuraban allí: Purto, Valle, Buracchio, Jordán, Lucero, García Huidobro, Gálvez.... todos preparándose para algún desafío mayor, como las expediciones al Everest del ‘86 y del ‘92. Además, desde la cumbre era posible ver el Cajón del Yeso, incluso el embalse y los baños del Plomo, y hacia Argentina, otros grandes cajones. Se vino a mi memoria la visión que tuvimos hace algunos años un poco más al sur, desde la cumbre del cerro Azul, cuando planeamos el cruce hasta Argentina. Mientras esperábamos que llegaran todos, apareció un viento cada vez más helado hasta que todo se cubrió y comenzamos a sentir corriente estática en el cuerpo. Primero era un suave zumbido en la cara, pero luego se transformó en cosquilleo e incluso algunos chispazos en la cabeza. Bajamos rápidamente, en medio del viento y la nieve que había comenzado a caer como cada tarde, y nos refugiamos en las carpas el resto del día. La nevada, con una visibilidad que no superaba los 50 m., paró casi al anochecer, dando paso a una noche nublada. Debido a la tormenta eléctrica, el desgaste de la tensa bajada y la abundante nieve caída, decidimos no
intentar el Nevado de los Piuquenes, ya que en parte de la ruta debíamos atravesar el glaciar con fuerte pendiente y además existía la posibilidad que, como cada día, el clima empeorara. Por eso para el día siguiente planeamos la bajada. Las dudas El amanecer del día 6 nos maravilló con un paisaje nevado completamente y con el cielo despejado. La nieve caída alcanzaba cerca de los 30 cm., casi sepultando una pequeña laguna de donde sacábamos agua. El cielo despejado nos hizo dudar si la decisión había sido la correcta, pero ya no podíamos permanecer otro día ahí arriba, así que preparamos todo con mucha calma, tomamos las últimas fotos y comenzamos a bajar. La nieve había cubierto en parte los penitentes, pero disminuía durante el descenso. La bajada fue nuevamente algo agotadora, así que llegamos hasta el Base Avanzado justo cuando comenzó a caer algo de agua-nieve, como cada tarde. El séptimo día, en la mañana bajamos hasta el antiguo Campo Base, donde nos juntamos con don Jacinto que había subido a buscar la carga. Mientras preparábamos los tambores y petates, nuevamente se nubló y comenzó la nevada, sólo que esta vez a medida que bajábamos se fue transformando en simple lluvia, y no paró hasta que llegamos a las Vegas del Zinc como a las 18.00. Estábamos de vuelta en el valle, en la vegetación y los animales. Ahora, preferimos hacer carpa y evitar la posibilidad de lluvia en la noche. El día 8 continuamos el descenso, pero esta vez los cerros, que antes se veían como áridos pedregales, aparecían nevados, dando un aspecto aún más espectacular a este desconocido cajón. Hacia el norte, al otro lado del río Colorado se veía todo un cordón de altos nevados, destacando el Cerro Catedral y el Chimbote, a cuyos pies se extienden otros cajones desconocidos, pero sin duda también interesantes. A media tarde, nuevamente el cielo se nubló y algunos truenos se sintieron retumbar al fondo del cajón del Colorado. Mientras bajábamos nos cruzamos con
algunas personas que iban al Tupungato; ojalá hayan tenido suerte con el clima. Llegamos a Chacayar como a las 15.30 y capeamos la lluvia dentro de la casa de don Jacinto, mateando y conversando. Luego, un improvisado campeonato de rayuela nos entretuvo hasta que nos fueron a buscar al anochecer.
A pesar que el objetivo no se cumplió en su totalidad, queda la satisfación de la cumbre obtenida en el Pirámide, con la emoción de sus escasos ascensos y el logro del segundo ascenso femenino. Además, está abierta la posibilidad de repetir el viaje, ahora con el conocimiento acumulado de los tiempos y distancias, los lugares de campamento y el equipo necesario para volver a intentar el Nevado de los Piuquenes y otros cerros que plantean desafíos variados y más técnicos, como el Trono, el Hoff, el Alto del Yeso. Hay todavía muchos otros cajones por explorar, con cerros y glaciares para mucho tiempo más.
Participantes por cordadas: Eduardo Aguirre (Jefe de Expedición) – Diego Olguín. Karen Sepúlveda – Hernán Costabal Rodrigo Gil – Pablo Reyes. Rodrigo Chávez – Bernardo Castro.
Ascenso Nº 18 al cerro Pirámide (Gil, Aguirre, Olguín, Chávez y Sepúlveda). Segundo ascenso femenino (Karen Sepúlveda). Financiamiento y equipo: Participantes y Rama de Montaña Universidad de Chile.