Experiencias con el maestro La voz interior

Experiencias con el maestro La voz interior Lobsang Santén La presente edición ha sido revisada atendiendo a las normas vigentes de nuestra lengua,

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Experiencias con el maestro La voz interior

Lobsang Santén

La presente edición ha sido revisada atendiendo a las normas vigentes de nuestra lengua, recogidas por la Real Academia Española en el Diccionario de la lengua española (2014), Ortografía de la lengua española (2010), Nueva gramática de la lengua española (2009) y Diccionario panhispánico de dudas (2005)

Experiencias con el maestro. La voz interior © Lobsang Santén ISBN: 978-84-16312-99-3 Depósito legal: A 308-2016 Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 61 33 C/ Decano, n.º 4 – 03690 San Vicente (Alicante) www.ecu.fm [email protected] Printed in Spain Imprime: Imprenta Gamma Telf.: 96 567 19 87 C/ Cottolengo, n.º 25 – 03690 San Vicente (Alicante) www.gamma.fm [email protected] Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

PRÓLOGO

Al escribir este libro, sigo el consejo que me dio mi maestro dos años antes de su partida. Simplemente he transcrito algunas charlas y encuentros que he podido grabar, anotar y, en otros casos recordar, intentando compartirlo con los demás lo mejor que he podido. Por lo tanto, soy consciente de las limitaciones del lenguaje, pero lo más importante es compartir el conocimiento cósmico y la enseñanza espiritual del maestro. Él utilizaba mucho la enseñanza del maestro Jesús para que fuera más fácil nuestra comprensión del mundo espiritual, también nos ilustraba con la enseñanza cósmica de los vedas, antiguos manuscritos de la India recopilados hace más de cinco mil años, que son el origen del yoga, el budismo, zen, etc… Mi propósito es rendir homenaje y agradecimiento a nuestro querido maestro Swami Devindradath, que en castellano significa: «Regalo del dios Indra», quien es el dios del firmamento. «Deva» significa «divinidad», Indra es el dios del firmamento y «Dath» significa «dádiva» o «regalo». Espero y deseo que aporte algo de luz y comprensión del universo y de Dios a los demás buscadores sinceros… Por favor, recordad que son las recopilaciones de las experiencias que he tenido con el maestro durante más de treinta años, por lo que muchas circunstancias pasaron hace mucho tiempo. De hecho, todo empezó en el invierno de 1980, cuando le conocí…, hasta enero de 2014, fecha en la que dejó su cuerpo físico. No obstante, no ha terminado, ya que algunos discípulos mantenemos actualmente contacto con él a nivel astral… Dando gracias a todos aquellos que puedan leer y conocer algo de su enseñanza… OM SHANTI: que significa: ¡La paz de Dios esté con todos! Lobsang Santén, 2015 5

INTRODUCCIÓN

«Nacemos y morimos, para nacer de nuevo… La vida continúa su curso…». Cuando yo tenía diecisiete años, mi amado y admirado hermano murió en un accidente de tráfico, víctima de un conductor imprudente, a la edad de veintidós años. Él era todo para mí: hermano mayor, amigo y guía. Era un gran artista: pintor y guitarrista. Actuaba e impartía clases de guitarra. Él me enseñó a tocar la guitarra clásica y flamenca. También pintaba cuadros para galerías de arte en Valencia y Nueva York. (Nosotros vivíamos en Valencia). Fue una tragedia familiar: mi madre sufrió varios ataques de corazón, incluso estando en el hospital ingresada. Mi padre, algunos años después, murió de leucemia. Sin duda, fue una enfermedad de origen psicosomático, es decir, de origen psicológico, producida por la depresión y la tristeza…; empecé a usar la droga como forma de escape al dolor y sufrimiento causados por la separación y pérdida de mi hermano. Yo había estado algunos años estudiando la Biblia junto a mi madre (ella era testigo de Jehová), aunque a mí me resultaba más comprensible hacerlo con los evangelistas, pues siempre me he sentido más cercano a la enseñanza de Jesús. Empecé a buscar el sentido espiritual de todo lo que estaba ocurriendo en las escrituras, pues me sentía perdido. Buscaba el sentido de la vida y la muerte, cuestionándome todo, es decir: ¿por qué?, ¿para qué?, ¿es todo casualidad?, etc… No llegaba a entender ni a satisfacerme nada de lo que los demás me explicaban, solo sentía dolor e impotencia, hasta que, al cabo de unos meses, me di cuenta de que era yo el que sufría egoístamente, pues mi hermano no estaba ya en este plano físico. Leía una y otra vez la última carta que recibí desde el extranjero de mi hermano. En ella, me comentaba lo ocurrido en aquel momento: la muerte del genial Picasso: «…Nacemos y morimos, para nacer 7

de nuevo… No ocurre nada… La vida continúa su curso…». Sin duda, mi hermano fue la reencarnación de algún gran artista del pasado, pienso ahora, después de tantos años. En esas circunstancias, sentía y deseaba dejar mi confortable trabajo en unas oficinas que empezaron a parecerme como una jaula cada vez más pequeña; la rutina más monótona y aburrida… Continuamente pensaba: «No voy a morir así, no quiero terminar aquí…». Sentía en mi interior que tenía que buscar algo más: mi destino. Al cabo de un año, y a pesar del desacuerdo de mis padres, decidí dejar el trabajo, pues ya tenía dieciocho años y era mayor de edad. Les convencí lo mejor que pude y me fui al extranjero para trabajar como guitarrista profesional con la guitarra de mi hermano. Al principio, tuve algunas dificultades, pero tenía la ventaja de hablar francés e inglés. Además, desde pequeño tuve siempre la sensación de que algún ángel me cuidaba y me guiaba, lo que me daba cierta confianza. En invierno actuaba en el extranjero y en verano actuaba en los tablaos flamencos de la costa mediterránea. Al principio, fue muy bonito, todo era genial, a pesar del recuerdo doloroso de la pérdida de mi hermano, que poco a poco iba disminuyendo. No necesitaba tomar drogas, pues estaba deslumbrado: todo era nuevo y emocionante. Conocí ciudades como Nueva York y Miami, París, Ámsterdam… Estuve contratado durante seis meses en una línea de cruceros de lujo, para actuar en las noches de travesía entre las islas del Caribe, como Puerto Rico, las Bermudas, las Bahamas, Haití y Santo Domingo, Martinique, Curaçao… Playas y lugares maravillosos, exóticos. Personas de diferentes culturas y razas. Me sentía privilegiado y feliz en ese sentido, por lo que agradecía todos los días la enseñanza artística de mi hermano y la guía y protección divinas, pues también viví circunstancias difíciles. Afortunadamente, todo salió bien y así pasaron siete intensos y sensacionales años de experiencias y viajes extraordinarios…

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Capítulo 1 ENCUENTRO CON EL MAESTRO

En el último año todo empezó a cambiar. El vacío interior y el sinsentido afloraron de nuevo y cada vez más fuerte. Veía cómo los demás me usaban para divertirse. No encontraba ninguna mujer de la que enamorarme y con la que formar pareja estable, todo era pasajero y fugaz. Estaba agotado anímicamente y entré en crisis, por lo que volví a usar las drogas que continuamente me ofrecían todos en dosis cada vez más fuertes, para poder pasar las largas y vacías noches. Mi último contrato en el extranjero fue en el invierno de 1980. Era un tablao flamenco… Lo peor era que mi adicción iba creciendo. Me sentía frustrado e insatisfecho, las juergas hasta el amanecer eran cotidianas, pero sin sentido ni gratificación para mi interior. El deseo de seguir buscando el propósito de mi vida volvió a crecer. Algo en mi interior me decía que faltaba algo, que no era ese mi camino, que estaba equivocándome. Años más tarde, el maestro me explicó que era mi alma la que me impulsaba, me urgía a buscar mi destino. Siempre daré gracias a Dios por haber encontrado al maestro en esas circunstancias, pues me rescató de esa situación con sabiduría y amor. Una tarde, estaba en el escenario del tablao, solo, practicando y ensayando concentrado en mi guitarra, cuando sentí una fuerte presencia. Levanté la mirada y vi ante mí un hombre hindú de mediana edad mirándome fijamente a los ojos. Su profunda mirada penetró todo mi ser. Un estremecimiento recorrió todo mi cuerpo y pensé: «¿Quién será este extraño personaje?, ¿por qué me mira así?». Yo no podía hablar y me quedé mudo e inmóvil. Fueron unos instantes muy intensos e impactantes. Estaba asombrado y, a la vez, sentía una cercanía inexplicable, una sensación de familiaridad y de cariño profundo inusual. Yo pensaba: «¿Cómo es posible?, es la primera vez que le veo, no le conozco, esto es muy raro, ¿Cómo ha entrado? 9

Alguien ha debido de dejar la puerta abierta»… Le observé: tenía los zapatos desgastados. En cambio, usaba un pañuelo de seda precioso a modo de corbata…, el cabello sin peinar. Tenía un porte un poco salvaje, pero digno, noble… Todos estos pensamientos pasaban como relámpagos en mi mente… Me dijo con una autoridad y seguridad absolutas: «Estás tomando drogas porque no aceptas la realidad tal como es; tampoco te aceptas a ti mismo ni a los demás. Has sufrido mucho en tu infancia…». Y me hizo lo que años más tarde comprendí: una radiografía espiritual. Me describió ¡toda mi vida y mi forma de ser sin conocerme! El maestro tenía el poder de la clarividencia: (el tercer ojo abierto). Me explicó años más tarde que un maestro iluminado podía ver todo el pasado, incluso de la vida anterior, y todo el futuro, incluyendo la vida siguiente de una persona. Yo estaba mudo, no podía creérmelo, ni hablar, ni moverme. Pensaba: «Este hombre me conoce mejor que yo mismo…, ¿cómo es posible? Todo lo que me está diciendo es verdad!»… El maestro continuó: «Yo medito cada madrugada, soy un maestro. Si tú quieres, te puedo ayudar, enseñar. Toma, este es mi número de teléfono…». Leí la tarjeta y, cuando levanté la mirada, ya no estaba. Rápidamente, me levanté, dejé la guitarra en el estuche y me dirigí a la salida. ¡Ya no estaba! «Esto es increíble», pensé. Quedé asombrado por aquel encuentro tan extraño, durante bastante tiempo. Subí a mi habitación con la sensación de que había ocurrido algo muy importante para mí. Intenté serenarme y descansar, repasando lo que había acontecido. Esa noche, volvió a ocurrir algo mágico, misterioso: después del show flamenco y cuando todos se marcharon, me disponía a subir a mi habitación y vi brillar algo dorado entre los vasos usados de la barra del bar (limpiaban el local por las mañanas). De lejos, parecía un mechero de oro. Fui rápidamente para asegurarme; no parecía posible que entre tanta gente nadie se hubiera dado cuenta del objeto, pues brillaba mucho. Mientras me acercaba, mi corazón empezó a latir más 10

rápido. «¿Qué será?», pensé. Cogí el objeto brillante; era una cajita de madera del tamaño de una caja de cerillas, pero dorada y brillante, parecía de oro. La abrí y en su interior había una piedra negra, grande y muy bonita. Tenía la forma de un diamante y pensé: «Esta piedra debe de valer una fortuna». La guardé rápidamente y muy cuidadosamente en un sitio seguro: un doble forro que tenía mi chaleco de flamenco. Esa mañana, apenas pude dormir; la observaba una y otra vez y así estuve toda la mañana. «Ya sé por qué he venido aquí — pensé—, esta es la razón por la que he llegado a este país… ¡¡Qué bien!!, ¿Cuánto valdrá?, ¿podré vivir sin trabajar, dejar todo esto de una vez?». Me preguntaba a mí mismo, como siempre, el sentido de la vida. La finalidad de las cosas. La casualidad o la causalidad… El propósito de mi vida… Mi mente no paraba… Había quedado para comer con el bailaor y el palmero ese mismo día, por lo que volví a asegurarme de que la piedra seguía bien guardada y me fui al apartamento de los compañeros, donde ellos vivían. Estando juntos, llamaron a la puerta y, ¡sorpresa!, era el maestro, que quería hablar con nosotros para proponernos actuar en un centro cultural musical. ¡Increíble! allí estaba él; su presencia imponía respeto y, a la vez, cariño. Charlamos un buen rato de forma distendida y muy agradable. Por supuesto, aceptamos su proposición para hacer el show flamenco. Cuando se levantó para marcharse, le acompañé a la puerta y le dije: «Ayer te llamé al número de teléfono que me diste y no contestó nadie». El maestro cambió su semblante y me miró muy fijamente. De nuevo, sentí esa mirada tan penetrante y me dijo: «La piedra que has encontrado es mía». Yo no sabía qué decir; me puse un poco nervioso, ya que quería la piedra para mí, era «mi tesoro», y le contesté: «No sé de qué hablas, ¿qué piedra?». ¿Cómo sabía él que yo había encontrado la piedra? Allí no había nadie en aquel momento y yo no se lo había contado a nadie, era imposible; además, yo no le vi en ningún momento de la noche anterior en el tablao. 11

El maestro insistió: «Esa piedra es mía y tiene una misión que comprenderás dentro de un tiempo. Tienes que hacerte un colgante con la piedra y colgártela de forma que esté en contacto con la piel, debajo de la ropa». Sus palabras me tranquilizaron porque significaba que me iba a quedar con la piedra, y eso para mí era lo más importante. Nunca he sabido cómo apareció la cajita. Cuando le preguntaba al maestro cómo ocurrió todo, el maestro se reía y contestaba: «La ley de la manifestación»…, pero no me contó nunca cómo sucedió. Seguimos actuando algunos días más en nuestro tablao y, cuando terminamos el contrato, actuamos en el centro cultural con el maestro de guía de ceremonia. Cuando finalizamos la actuación, el maestro me invitó a su apartamento. Me regaló unas camisas flamencas muy artísticas y me pagó la actuación (años más tarde, comprendí que me pagó de su propio bolsillo). El maestro me dijo: «Coge el dinero y márchate lo más pronto posible a tu casa porque tu madre te necesita. Toma mi dirección en España y escríbeme, porque no tengo teléfono; yo aún estaré un tiempo más aquí y, luego, nos podemos ver en mi casa de la montaña. ¡Cógete unas vacaciones!», exclamó, riéndose, y nos despedimos. Preocupado, llamé a mi madre; ella me dijo que estaba bien, pero pensé que tal vez disimulaba para que yo no me preocupara por ella. Se acercaba el mes de diciembre, la fecha de la muerte de mi hermano, de mi cumpleaños y de las Navidades. Además, las palabras del maestro me urgieron a volver a España, sin saber por qué exactamente, así que volví a casa. Ya tenía bastante dinero ahorrado para pasar el resto del invierno y volver a la costa en primavera. Yo no sabía que ya no volvería a tocar la guitarra profesionalmente nunca más. Cuando llegué a casa, mi madre estaba bien físicamente, pero me confesó que estaba triste: se acercaba la fecha… Siempre hemos recordado a mi hermano cada Navidad. Me hice un colgante en el que puse la piedra del maestro, bajo la ropa, tal como me indicó. A la semana siguiente, el bailaor y el cantaor volvieron a Valencia y me llamaron para quedar un día para comer juntos. Así lo 12

hicimos y, durante la comida, me contaron que a los pocos días de haberme marchado del tablao la policía había hecho una redada en el local. Detuvieron al dueño y al encargado con drogas en la segunda planta, donde yo vivía. Le impusieron a cada uno una condena de diez años de cárcel. Los compañeros me comentaron de forma jocosa: «De la que te has librado. Si te pillan allí, no sabemos qué te hubiera pasado». Realmente, no fui consciente del peligro que pasé en el tablao… En la casa del maestro El maestro me escribió unos días más tarde, invitándome a pasar unos días con él en su casa de la montaña, en la sierra de Málaga. Me dio las indicaciones pertinentes para llegar allí. Sentía ganas de verle, de preguntarle y conocer más cosas; sin saber exactamente por qué, algo me atraía fuertemente hacia él: ¡mi destino se estaba manifestando sin yo saberlo! Yo no tenía coche, así que fui en tren; luego, en autobús y, una vez allí, debía coger un taxi para llegar a su casa en la montaña. Pero, cuando llegué a la estación de autobuses, no había ningún taxi. Esperé a que viniera alguno, pensando en llamar por teléfono al servicio de taxis del número que había en la marquesina, cuando de pronto aparcó junto a mí un coche pequeño, viejo y destartalado: un Seat 600. Desde el interior y bajando la ventanilla, un joven jovial y alegre me preguntó: «¿Dónde vas?», yo le contesté: «Voy a ver a un amigo, estoy esperando un taxi». Y riéndose me dijo: «Eso ya lo veo, pero ¿dónde?». «A un lugar llamado las tres hermanas», contesté, extrañado por su actitud tan insistente. «Ah, ya sé dónde está, yo paso cerca; si quieres, te llevo». Yo no sabía qué hacer, pero era otra vez la sensación de que la divina Providencia estaba manifestándose y accedí. El joven me indicó: «Pon la maleta en los asientos traseros», y nos fuimos rápidamente. El joven conducía velozmente y parecía que el coche iba al máximo de sus posibilidades, que en cualquier momento alguna de las piezas que vibraban ruidosamente iba a romperse o sol13

tarse. Salimos del pueblo y nos incorporamos a la carretera. Las vibraciones y los ruidos disminuyeron notablemente, lo que me tranquilizó. El joven me explicó: «Yo vivo en el siguiente pueblo, a unos veinte kilómetros. El lugar al que vas está a mitad de camino. Allí vive un hombre hindú solo, en el pueblo lo llamamos el «maestro». Vienen muchos jóvenes extranjeros a visitarlo, algo me decía que tú ibas a verle». Yo le contesté: «Pues sí, vengo a pasar unos días con él. Muchas gracias por llevarme, eres muy amable, me haces un gran favor». Él contestó sonriendo: «No te preocupes. Cuando nos veamos en el pueblo, nos tomaremos alguna caña». Pero no le volví a ver, ni ese año, ni los años siguientes en los que yo iría a vivir a la casa del maestro. Yo sentía algo mágico que me rodeaba, que me envolvía… Salimos de la carretera y me dejó cerca de un camino de tierra. Me dijo: «Sigue ese camino y a unos trescientos metros gira a la derecha, verás la casita; no hay pérdida, pues es la única». Me dio la mano muy efusivamente, le di las gracias y nos despedimos. Seguí sus indicaciones caminando y vi la casa. Por fin, ¡había llegado!; una sensación de descanso y alegría creció dentro de mí. Mi corazón se aceleró cuando le vi sentado en el porche de la pequeña y sencilla casa, ¡me estaba esperando! «Bienvenido, me alegro mucho de que hayas venido, ¡te estaba esperando!». Me explicó: «Cuando medito por la madrugada, puedo ver lo que va a acontecer durante todo el día y las personas que voy a ver. Los guías espirituales me explican sus problemas y la ayuda que debo facilitarles». Me recibió riendo y alegre; después, me acomodó amablemente en una pequeña habitación en la que había un pequeño armario y una litera. Me comentó: «Ésta es la habitación de los invitados». Después, me mostró la casa. El maestro dormía en otra habitación, también sencilla. Había un salón comedor con chimenea, una cocina que daba al porche y un cuarto de baño. La casa era pequeña, sencilla, pero tenía todo lo necesario, y me explicó: «No tengo teléfono ni TV, ni lavadora, vivo lo más sencillo posible». «Voy al pueblo, que está a unos diez kilómetros, en auto-stop, porque tampoco tengo coche. Todos me conocen por mi as14

pecto diferente, me llevan y me traen; a veces, uso el taxi del pueblo, el taxista es amigo mío y me hace un precio económico. Si tengo que viajar al extranjero, voy con el autobús y enlazo con el tren u otro autobús para llegar al aeropuerto. Suelo ir al pueblo cada dos o tres días para comprar, llamar por teléfono, mandar y recoger el correo, etc… ¡Vamos a tomar algo para celebrar nuestro encuentro!», «exclamó; cruzamos el salón y nos acomodamos en la pequeña terraza que había en la entrada de la casa, que servía también como vestíbulo y recibidor. Rápidamente, dispuso en la mesita unas almendras, queso, pan, olivas y un tomate troceado. Mientras almorzábamos, me preguntó: «¿Cómo te ha ido el viaje?, un poco largo, ¿verdad?», Le comenté: «Sí, pero he aprovechado para dormir en el tren y he desayunado en la estación antes de coger el autobús». (En aquellos años, yo cogía el tren expreso que paraba en todos los pueblos y, además, cambiaba de locomotora en Alicante, el cambio duraba más de una hora!, por lo que el viaje se alargaba mucho, pero era el más barato). Y continué: «Como sabes, ya estoy acostumbrado a viajes largos, pero lo más divertido y extraño ha sido que un joven desconocido me ha traído muy cerca de aquí con su coche». El maestro sonreía, parecía que ya lo sabía, y dijo: «Bien, puedes asearte y, luego, hablamos». Cuando terminé de asearme, volví a la terraza y observé el paisaje. Había un pequeño valle rodeado por un grupo de montañas en el lado norte. Destacaban tres, que eran más altas que las otras. El maestro volvió y, al darse cuenta de que estaba observando las montañas, comentó: «Se llaman las Tres Hermanas. Vamos al salón tenemos que hablar. ¿Cómo va el dolor de cabeza? Siéntate aquí». Su semblante había cambiado, estaba serio, concentrado. Me quedé sorprendido, asombrado. Yo no le había dicho nada. (Desde la noche que tomé mucha droga con mis excompañeros, me quedó una presión continua y molesta sobre la cabeza, en la coronilla). «¿Cómo lo sabes?», pregunté, sintiendo su mirada profunda. Contestó: «Soy clarividente; si me concentro, puedo ver todo lo que te pasa». 15

«¿Te has enterado de lo que ocurrió en el tablao?». Contesté: «Sí, me lo contó el bailaor. ¿Es cierto que les encarcelaron?». El maestro dijo: «Sí, es cierto. Por eso te urgí a marcharte. Yo veía que tenías riesgo de encontrarte en una situación difícil, quizás de cárcel». Me di cuenta en ese momento del peligro que corrí y fui consciente de su clarividencia por primera vez. El maestro continuó: «Yo sabía lo que iba a ocurrir. También lo que ibas a hacer si seguías tomando drogas; por eso, apareció la piedra negra. Tienes un destino que debes cumplir. Tus ángeles te han guiado hacia mí para que yo te ayude a cumplirlo. La piedra tiene poder magnético para mantener tu alma conectada a tu centro vital. Cuando una persona toma una sobredosis, corre el peligro de que se rompa esa conexión y el alma se separa del cuerpo definitivamente causando la muerte del cuerpo físico. Esa conexión es lo que los lamas tibetanos y los yoguis llaman “El cordón de plata”. Has sobrevivido, la piedra ha cumplido su misión. Pero tus neuronas tienen una sobrecarga y un desgaste importante que producen esa presión en la cabeza. Túmbate aquí». Me indicó el lugar y me corrigió la posición y la orientación del cuerpo hacia una dirección concreta, y dijo: «Cierra los ojos y relájate». Estaba intrigado, pero, sin saber por qué, en mi interior sentía confianza en él. Cerré los ojos y comencé a sentir movimientos dentro de mi cabeza que duraron un par de minutos. No vi lo que hacía… Después, dijo: «Quédate así relajado unos instantes». Al cabo de un rato, me dijo: «Ya está, levántate lentamente». El maestro estaba de pie nuevamente sonriendo, el rostro alegre, y con un vaso pequeñito en la mano: «Tómate esto y siéntate un momento. ¿Cómo te encuentras?». Increíble: la molestia había desaparecido. Alegre, contesté: «Muy bien, ya no siento nada, muchas gracias». El maestro comentó: «Dentro de un rato, vendrá un amigo. Discúlpame, debo cambiarme porque aprovecharemos para ir con él en su coche al pueblo». Su rostro mostraba una sonrisa alegre, pero serena, relajada. 16

Salí a la pequeña terraza y me senté. Me sentía muy bien, la mente estaba muy lúcida, ligera… El paisaje, el canto de los pájaros, todo me envolvía, produciéndome una sensación de paz y serenidad profundas. Volvía a estar contento por mi existencia y recordaba las palabras del maestro…, cuando oí que se acercaba un coche: era su amigo; el maestro me presentó y, después de una breve charla, le atendió en el salón. Mientras, decidí dar un pequeño paseo por las cercanías de la casa. Vi a unos setecientos metros una caseta de campo y, más allá, a más de dos kilómetros, un par más. Pensé en las noches silenciosas y solitarias en aquel lugar, por lo que deduje: «Desde luego, el maestro no tiene miedo de estar solo en medio de la montaña». Regresé y, cuando terminaron, nos fuimos los tres al pueblo. El amigo del maestro era muy simpático y, cuando llegamos al pueblo, nos invitó a tomar algo. Tomamos unas tapas y un par de cañas. El maestro tomó vino y me comentó: «Cuando estoy en España, bebo vino». Estuvimos bromeando y charlando amigablemente hasta que nuestro amigo dijo: «Debo irme. Maestro, si quieres que os acerque a algún sitio…». El maestro contestó: «Sí, vamos al bar de la piscina municipal. Hoy es un día de celebración!, ha venido mi amigo y le voy a invitar. Si quieres, puedes comer con nosotros». El amigo del maestro declinó la invitación para otro día: su esposa le estaba esperando. Comimos ensalada, pescado y tarta helada. Yo me sentía muy bien, el maestro era amable y cordial. Le conté un sueño que tuve siendo niño y nunca he olvidado, pues fue muy impactante: «Maestro, cuando era pequeño, posiblemente tenía unos siete u ocho años, soñé con los ángeles. Tú has comentado que mis ángeles me han guiado hacia ti. Me gustaría saber el significado y, si puedes, que me explicaras el sueño: vi cómo dos ángeles me traían o me llevaban, no sé cómo definirlo, pues no sé dónde me llevaban y yo no quería. Estaba llorando y ellos me consolaban diciendo: “No te preocupes, no te alarmes, no pasará nada, te cuidaremos y te traeremos de vuelta”, pero yo insistía, no quería, tenía mucho miedo». El maestro me explicó: 17

«Cuando nacemos, es decir, encarnamos en esta Tierra, se nos asignan dos ángeles, es la ley divina de nuestro Creador. Ellos saben, conocen todo tu destino y son responsables de cuidarte y guiarte en tu vida para que cumplas tu destino. Cuando somos niños y nuestra mente es limpia y pura, podemos verlos. Y cuando morimos, estos ángeles nos acompañan (guían) de vuelta al plano astral y espiritual, de donde procedemos. Tu visión no era un sueño inventado o proyectado por tu mente, sino que era real en el plano astral, antes de nacer en la Tierra. Tú no querías nacer porque sabías que ibas a sufrir mucho: primero, en tu infancia y adolescencia, más tarde, con la muerte de tu hermano, y luego tu vida sería difícil». «Eres un alma bastante evolucionada y consciente, tu destino está muy controlado por los guías, igual que el mío. Todos estamos controlados, guiados y ayudados por los ángeles, guías y maestros espirituales por disposición divina, o ley cósmica. Así está establecido en toda la creación por Dios, nuestro Creador. El maestro Jesús lo llama Padre. En la India, lo llamamos Brahma. En la Biblia se usan nombres como Yahvé, Jehová, etc. Aunque todo está de alguna manera «controlado», relativamente, el humano tiene el don privilegiado del libre albedrío o «libre elección» para su evolución y progreso espiritual. Por lo tanto y dependiendo de la trascendencia de su destino (en la India lo llamamos karma), unos tienen más libertad que otros. Por eso era muy importante salvarte, es decir, que no te extraviaras en el mundo de la droga, y te reunieras conmigo. ¡Tú y yo tenemos un destino común que cumplir!». Mientras el maestro me hablaba, sentía cómo mi consciencia se expandía en comprensión, por fin había encontrado una fuente fidedigna de conocimiento verdadero. Me quedé mudo, tenía tantas preguntas y dudas…, no sabía por dónde empezar… El maestro continuó: «Relájate, has encontrado tu maestro, celébralo y alégrate. Mañana podremos hablar, te lo explicaré». Parecía que se daba cuenta de mi estupor, pues yo no entendía nada, no era consciente de la trascendencia de nuestra relación. Solo podía sentir que algo muy importante estaba sucediendo. 18

El maestro pidió la cuenta y llamó a su amigo el taxista. Tardó unos diez minutos en llegar y nos llevó a casa del maestro. En el viaje, el taxista puso una cinta de flamenco y nos contó unos chistes. Fue tan agradable y divertido que no olvidaré nunca ese primer día con el maestro. Por la tarde, después de descansar, el maestro me mostró la huerta y la finca. Tenía como dos hectáreas de tierra aproximadamente con almendros, oliveras, una higuera… Dimos un pequeño paseo y, después de cenar algo ligero, nos fuimos a dormir. Yo estaba cansado del viaje y de un día tan intenso… La mañana siguiente, me desperté al oír ruidos en la cocina. Me sentía como nuevo, ligero y con una sensación de calma profunda. Me quedé escuchando un rato los pajaritos, pero el maestro, interrumpiéndome, exclamó: «El desayuno ya está listo, ya está bien de dormir, son las 10!». «¡Madre mía!, qué tarde», pensé. Fui a la cocina y vi al maestro preparando una serie de verduras a la plancha. Llevaba puesto un batín oriental. «Buenos días», le dije un poco ruborizado. Él me contestó riéndose: «Veo que has dormido a gusto, no me has dejado dormir en toda la noche de tan fuerte que roncabas. Creo que el sonido llegaba hasta el pueblo, los pájaros tampoco han podido dormir…». Me dio un pequeño ataque de risa y dijo sonriendo: «Pégate una buena ducha de agua fría, mientras termino de preparar todo». El agua estaba helada, por lo que fue una ducha muy rápida. Cuando salí, se lo dije al maestro y me comentó; «El agua viene directamente de la montaña, de un manantial, ¡por eso está fría hombre! Eso es bueno para activar la circulación de la sangre y la presión sanguínea… y también para despejar a los gandules —se reía—. Vamos a la terraza a almorzar». Había preparado un suculento almuerzo: ensalada variada, verduras (pimientos, calabacín, berenjena) y sardinas, todo a la plancha. «Te he dejado descansar, pues lo necesitabas. Este almuerzo es estilo hindú, te sentará bien». Yo contesté: «Gracias, maestro, estoy como nuevo. No sabía que era tan tarde, es todo tan tranquilo, hay tanta paz, y tanto silencio…». El maestro comentó: «Ya lo sé, has tenido un encuentro con tus guías en el plano 19

astral. Has terminado un ciclo, una etapa de tu vida, y ahora empieza otra etapa conmigo. Te has reunido con tus guías y los maestros espirituales para concretar y recordarte las lecciones que debes aprender y el camino a seguir. Has recibido nuevas energías para ello. Por eso, te encuentras tan a gusto». ¡El maestro volvió a impresionarme: podía ver mis sueños! Almorzamos estilo hindú, un poco picante, pero estaba todo riquísimo. El maestro sacó un radiocasete a la terraza y puso música hindú muy rítmica. Estaba tan contento que me daban ganas de bailar, de celebrarlo. Me sentía feliz, alegre y dichoso. Agradecido a Dios, a la existencia y al maestro. Desde entonces y sin ser consciente de ello, empecé a amar al maestro. Mejor dicho, a la energía divina que emanaba de él: el amor divino que transmitía a los demás. Y me explicó: «Tú no puedes ver dónde vas y cuál es tu camino en esta vida. Como la mayoría de las personas, no eres consciente del plano astral, de los ángeles, de los seres espirituales y cósmicos. Solo cuando duermes y en fases de sueño profundo puedes conectar con ellos; lo que ocurre es que no eres consciente de ello, por eso, cuando te despiertas por la mañana, no te acuerdas. Algunas veces, es posible que sí y, otras veces, los maestros, o guías, te vuelven especialmente consciente para que guardes algún mensaje importante en la memoria y puedas recordarlo durante el día o más tiempo. Los maestros conscientes, los yoguis, sadhus, monjes (en la tradición oriental) o santos y profetas (en la tradición occidental), podemos llamarlos sabios también: es decir, personas que han evolucionado mucho su consciencia en el plano espiritual, tienen la capacidad de tener esa conexión directa, consciente, con los seres astrales y pueden comunicarse con ellos y recibir sus enseñanzas. También existe otro canal de comunicación espiritual llamado la palabra, la voz, el verbo, o la voz interior, o para otros, la voz de Dios». «Los maestros y sabios espirituales que encarnan en este planeta son, por lo tanto, mensajeros y mediadores entre Dios y el hombre, como los ángeles y guías espirituales lo son en su nivel astral o espiritual. Estos seres superiores enseñan, tradu20

cen las leyes cósmicas, divinas, al lenguaje humano para que este las comprenda y las aplique en sus vidas, para su evolución personal y la del plan cósmico para la humanidad. En tu caso, de momento, no tienes desarrollada esa conexión suficientemente. Para ello, deberás aprender y practicar el yoga, el tai-chi y, finalmente, a través de la meditación, alcanzarás el nivel adecuado a tu destino, a tu karma, para conectar con tu interior y con tus guías. La guitarra ha cumplido su misión: ya estamos juntos y siempre estaré contigo; aunque estemos físicamente separados, te ayudaré y guiaré. El maestro siempre está conectado con sus discípulos a través de la mente divina… —Esta cuestión no la comprendí plenamente hasta que pasaron varios años—. Ahora, de momento, tus guías hablan y se comunican con mis guías, y mis guías hablan conmigo y me explican tus dificultades y cómo poder superarlas para cumplir tu destino. Bonito, ¿verdad?». Yo no podía hablar, estaba embelesado, como en trance. Maravillado por el conocimiento espiritual tan anhelado y ansiado por mí durante tantos años y que el maestro estaba transmitiéndome. A la vez su energía me estaba elevando, transportando a un estado de calma y paz profundas. No podía hablar, ¿Qué podía decir? «En esta etapa nueva de tu vida, seguirás haciendo música, pero solo con las manos, es decir, haciendo masajes. De esta forma, cumplirás con la ley divina de ayudar a los demás. Recuérdala siempre porque es necesaria e imprescindible. Forma parte de la ley del amor crístico o cósmico. Tienes capacidad energética para hacer buenos masajes, yo lo puedo ver. Para ayudar a los demás, primero hay que empezar por ti mismo. Por lo tanto, debes ponerte en armonía. Tu vibración, tu motivación debe ser pura, no puedes ser egoísta, deberás cultivar tu mente y tu corazón. Has estudiado mucho la Biblia, me parece bien y usaré tu conocimiento bíblico para que profundices en la enseñanza espiritual, sobre todo al principio. Espera un momento, voy a buscar una Biblia». El maestro trajo una vieja Biblia en versión inglesa y me pidió que leyera Mateo, capítulo 7: versículo 5: «Primero extrae la 21

viga de tu propio ojo y entonces verás claramente cómo extraer la pajita del ojo de tu hermano». «¿Comprendes lo que el maestro Jesús quiere decir? Todo este capítulo es muy importante. Estúdialo y no lo olvides nunca: antes de juzgar o criticar a los demás, mira tus propios defectos… y te sorprenderás; seguramente tus defectos son mayores que los de tu semejante y no te sentirás tan superior: desarrollarás la humildad, cualidad indispensable para el crecimiento espiritual. »Te contaré una historia de Buda: un aspirante a discípulo le preguntó a Buda: «Maestro, ¿qué puedo hacer para ayudar a los demás y desarrollar la compasión hacia todos los seres, como tú predicas?». El maestro Buda contestó: «Me parece difícil que puedas ayudar a los demás. Puedo ver que eres tú quien más ayuda necesita»… ¿Comprendes? —me preguntó el maestro riendo—. ¿Cómo puede guiar un ciego a otro ciego?» continuó riéndose de tal forma que me contagió y yo también me reí a carcajadas…, y cuando pude, exclamé: «¡¡¡¡Pues claro!!!! Lo más probable es que se la peguen los dos juntos, ¿no?». Me dio un pequeño ataque de risa. (Con el paso de los años, me di cuenta de que formaba parte de su terapia, para causarme una relajación profunda). La cinta de casete se había parado, el maestro le dio la vuelta. «Ya sé que te gusta mucho la música clásica y la flamenca. ¿Te gusta esta? Es de la India». Le contesté: «Sí, me gusta mucho, sobre todo el ritmo, tiene muchos «contratiempos» (entre compás y compás) similares a las bulerías». El maestro me explicó: «Por supuesto, ya que el flamenco viene de la India. Te lo explicaré camino al pueblo, pues tengo que enviar unas cartas. Iremos a Correos y a comprar alimentos y cosas para la limpieza de la casa: lejía, detergente, etc. Voy a cambiarme»… Yo me quedé escuchando la música y empecé a hacer el acompañamiento con las palmas… Era cierto, parecía el compás de las bulerías. Cuando salió el maestro, me preguntó: «¿Te gusta?, te la regalo, ¡¡es para ti!!». Le di las gracias. Aún conservo esa música que grabé años más tarde en CD. Nos dirigimos al pueblo… 22

Capítulo 2 CAMINO AL PUEBLO: EL OASIS

«Vamos al pueblo por el camino antiguo de tierra, a través de las montañas. Lo usaban los campesinos, con los carros, caballos, mulas o simplemente a pie, como yo. El recorrido es de unos diez kilómetros aproximadamente y hay una zona muy bonita, parecida a un oasis», dijo el maestro. Empezamos a adentrarnos por el pequeño valle entre las montañas. El paisaje se volvió un poco árido, de hecho, había pocos árboles exceptuando algunos arbustos y pinos dispersos. El maestro continuó el tema del flamenco: «Voy a explicarte el origen del flamenco. En la India antigua, en una zona del norte, surgió una gran disputa entre dos reinos o pueblos. El pueblo perdedor quedó desterrado, obligados a ser nómadas sin patria. Este pueblo se desplazó hacia el sur y continuó a través de los siglos hacia Egipto. Una parte se dividió, se separó y continuó su viaje hacia el continente europeo. Asentándose tiempo después en la zona que conocemos actualmente como Rumanía y Hungría…». Le interrumpí exclamando: «Ah! Los zíngaros y los romanís». El maestro, sonriendo pacientemente, continuó: «Sí, muy bien; entonces, la otra parte del pueblo que siguió su ruta por el sur se asentó en la zona que actualmente conocemos como Egipto. Ellos se llamarían egipcianos, en inglés gipsys; y, más tarde, a través de los siglos, gitanos en castellano. Estos giptianos se expandieron por el norte de África llegando a Argelia y Marruecos y más tarde pasaron a España. Esta raza, con el paso de los siglos, adaptó su música de origen hindú, según las zonas en las que estaban, con la música autóctona de esos países. Cuando llegaron a España, fusionaron esa música resultante, de origen hindú e influencia árabe, con la música medieval española de aquella época, creando así el flamenco, que por su parte siguió su propio desarrollo independiente, su propia evolución». 23

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