Expo Zaragoza 2008, Aragón universal

Expo Zaragoza 2008, Aragón universal CREDITOS INDICE Aragón Presentación del capítulo solicitada al Excmo. Sr. Presidente de la Diputación Gen
Author:  Luis Reyes Morales

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Expo Zaragoza 2008, Aragón universal

CREDITOS

INDICE

Aragón

Presentación del capítulo solicitada al Excmo. Sr. Presidente de la Diputación General de Aragón

Aragón

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Escenario Histórico

E

l primitivo Aragón –limitado en principio a los altos, angostos y pobres valles pirenaicos de los ríos Aragón, Aragón Subordán y Veral, territorio abarcable de una sola mirada desde el ‘Balcón del Pirineo’ de San Juan de la Peña– se constituyó y sobrevivió a duras penas como condado durante tres siglos, del VIII al XI, gracias al amparo interesado del coloso estado carolingio, primero, y del reino pamplonés, después, destino que también corrieron otros dos condados de trayectorias paralelas al aragonés, Sobrarbe y Ribagorza. El enemigo –los musulmanes que habían usurpado el poder a la legítima monarquía hispanogoda a comienzos de la octava centuria– estaba al sur de las montañas, amparado en importantes poblaciones para aquel entonces (Tudela, Ejea, Ayerbe, Huesca, Barbastro, Fraga o Lérida) y tanto Almanzor como su hijo Abdelmelik se permitían arrasar impunemente los tres condados entre 999 y 1006. Pero Aragón, Sobrarbe y Ribagorza fueron a parar juntos a manos del rey pamplonés Sancho III el Mayor que los defendió durante los treinta y cinco primeros años del siglo XI de los musulmanes con todo un rosario de castillos levantados en las sierras exteriores de

La influencia mora en Fraga permanece intacta en parte de su plano urbano.

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los Pirineos, entre los que descuella todavía hoy el de Loarre. Los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza se habían salvado y consolidado. Pero si Sancho III el Mayor llegó a controlar –bien directamente bien mediante vasallaje– toda la parte norte de la Península, desde Galicia hasta Cataluña y Gascuña en Francia, su testamento dio al traste con lo que parecía la primera unificación de los cristianos, pues sus tierras fueron desmembradas entre sus hijos: nacían así, con la categoría de reino, Navarra, Castilla y Aragón, territorio este último al que se unieron pronto Sobrarbe y Ribagorza al fallecer el cuarto hermano, Gonzalo. Aragón no sólo se había consolidado sino que además se había convertido

en reino, lo cual es mucho dentro de la escala jerárquica medieval de los entes políticos: imperio, reino, condado, marquesado y señorío. Este ‘Viejo Aragón’, no había sobrepasado las sierras exteriores de los Pirineos. Poco hubieran podido hacer los nuevos monarcas para capturar un solo kilómetro cuadrado a los musulmanes si en la segunda mitad del siglo XI no se hubiera dado una serie de circunstancias favorables: el apoyo del Papado tras poner Sancho Ramírez el reino en vasallaje, lo que propiciará la primera cruzada conocida para recuperar Barbastro; la incorporación a Aragón de buena parte de Navarra (Estella y Pamplona incluidas) tras la muerte violenta del rey pamplonés; la revitalización

Los tres territorios históricos iniciales de Aragón se abarcan perfectamente en la réplica a escala reducida de Pirenarium.

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Jaca, primera ciudad cristiana aragonesa, fue centro político, espiritual, jurídico y económico en los albores del reino.

de la ruta jacobea convertida, asimismo, en importante vía económica; el debilitamiento de los musulmanes, fragmentados en multitud de reinos taifales que tuvieron que comprar la paz a los cristianos; la europeización de Aragón (ahora se cambia, por ejemplo, la letra visigótica por la carolina con la que escribimos hoy) todo esto significó apoyo económico, militar, técnico y humano. En la segunda mitad del siglo XI, el valle del Ebro es codiciado por todos: los musulmanes de la taifa zaragozana que construyeron la Aljafería tratan de defen-

der su reino; castellanos, navarros, barceloneses y aragoneses pretenden tomar Zaragoza, llave del Ebro. El resultado fue la incorporación, entre 1080 y 1110, al ‘Viejo Aragón’ pirenaico de la llamada ‘Tierra llana’: buena parte de las Cinco Villas, Hoya de Huesca, somontano barbastrense, cuenca del Cinca, parte de los Monegros y la Litera. Han caído en poder aragonés poblaciones tan importantes como Ejea, Huesca, Barbastro, Monzón y Tamarite. No se ha podido cruzar el Ebro, pero sobre Alfaro se ha levantado el castillo de Milagro (de ‘miraculo’ o mirador);

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Loarre, el unico castillo románico hispano que permanece en pie, fue fundamental para la defensa del interior del reino y para presionar sobre la Huesca musulmana.

frente a Tudela, vigila Arguedas; sobre Zaragoza, se han establecido El Castellar y Juslibol (de ‘Deus lo vol’, el grito de guerra de los nuevos cruzados); Velilla de Cinca y Zaidín vigilan Fraga; frente a Lérida, se fortifica Almenar. Con la captura de Zaragoza por Alfonso I el Batallador (1118) cae casi todo el territorio que luego sería el definitivo Aragón. El perímetro lo marcan Alfaro, Ágreda, Soria, Molina de Aragón, Traid, Monreal, Cella, Morella, Horta de San Juan, Fabara y Mequinenza y sus tierras se unen a las del ‘Viejo Aragón’ y a la ‘Tierra llana’. Pero la derrota de Alfonso I en Fraga en 1134 supone un retroceso considerable, aunque salva Zaragoza y sus tierras, el denominado ‘Regnum Caesaraugustanum’,

La sede de la taifa zaragozana y de los almorábides estaba en la aljafería.

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que fue utilizado por Alfonso VII de Castilla, su defensor, como objeto de presión política. A cambio de reintegrarlo a Aragón,será castellana toda la ‘Extremadura soriana’ (aún reza el lema ‘Soria pura, cabeza de extremadura’) y las tierras de Molina; Tudela irá a parar al restaurado reino de Navarra, mientras que los almorávides recuperan la parte oriental de la ‘Tierra llana’, el ‘Bajo Aragón’ y buena partede lo que será pronto la ‘Extremadura’ aragonesa. Aragón está, pues, compuesto en 1137, por el ‘Viejo Aragón’, parte de la ‘Tierra llana’ y el ‘Regnum Caesarugustanum’. Solucionada la grave crisis política que provocaron la muerte y el peculiar testamento del Batallador, por el que dejaba el reino a las Órdenes Militares, se reinicia la reconquista con tal éxito que al finalizar el siglo XII, entre Ramón Berenguer IV, en calidad de ‘príncipe de Aragón’ (por su matrimonio con Petronila, la hija de Ramiro II) y el hijo de ambos, el rey Alfonso II, prácticamente completan el mapa aragonés actual, pues en el siglo XIII Pedro II y Jaime I sólo añadirán pequeñísimos enclaves en la actual provincia turolense, amén de la unión del independiente señorío de Albarracín a Aragón en 1284. Las tierras incorporadas, que tienen su propia personalidad, serán conocidas como la ‘Extremadura’ aragonesa (solar de las cuatro ‘Comunidades de aldeas’ de Calatayud, Daroca, Albarracín y Teruel) y el ‘Bajo Aragón’, encomendado a las Órdenes

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Los almorabides no pudieron recuperar Saraqusta, cuyos baños vemos.

Militares para su repoblación. Aragón es la suma de varios territorios distintos: ‘Viejo Aragón’, ‘Tierra llana’, ‘Regnum Caesaraugustanum’,‘Extremadura’ y ‘Bajo Aragón’. Fuera quedan varios territorios que, conquistados en nombre de Aragón (la franja Lérida, Gandesa, Horta de San Juan, Vinaroz, Benicarló y norte de la provincia castellonense), dejaron de serlo en momentos distintos del siglo XIII. Existió, pues, un ‘Aragón marítimo’, obsesión de Alfonso I. Cualquier ente político que se precie de ser un Estado soberano precisa necesaria-

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La frontera con Navarra se gesta con Ramiro II quien también se tuvo que enfrentar a parte de los nobles aragoneses como nos narra la leyenda de la Campana de Huesca.

mente unas fronteras bien definidas, delimitaciones que surgen bien por acuerdo mutuo bien por imposición de una de las partes. Las de Aragón, que han llegado hasta hoy, quedaron fijadas definitivamente en 1301, aunque no sin controversias. Si la frontera con Francia es la única que se debe a la Naturaleza, el Pirineo axial de granito, todas las demás son artificiales; con Navarra surge como consecuencia de la crisis provocada por la muerte de Alfonso I y el deseo de García

Ramírez de restaurar la monarquía pamplonesa que había quedado interrumpida en 1076. Este, que había sido tenente en Aragón, y Ramiro II, con el arbitraje de Alfonso VII de Castilla, fijaron los límites comunes en 1135 reunidos en Vadoluengo, aunque durante más de un siglo hubo intranquilidad y pequeñas alternativas territoriales. Actualmente queda un vestigio medieval de ese pasado, la existencia del enclave navarro de Petilla de Aragón en las Cinco Villas, con una extensión de

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nos dice que reinaba “en Aragón y en Pamplona y en Sobrarbe y Ribagorza y en Castilla la Vieja y en toda la Extremadura hasta Toledo, y por la gracia de Dios en Zaragoza y en Tudela hasta Morella y en mi población que se llama Soria”, lo cierto es que en 1127, una vez que Alfonso VII sucede a la reina Urraca de Castilla, casada con el Batallador, el castellano consiguió mediante los acuerdos de Támara retranquear la línea fronteriza hasta Soria, Almazán, Ágreda, Monreal de Ariza, Molina de Aragón y Traid, y, en 1134, fruto de la crisis, todas ellas han pasado a ser castellanas, dejando la frontera donde hoy se halla, con unos pequeños retoques en 1136 motivados por la configuración de las diócesis de Osma, Sigüenza y Tarazona. En adelante, de los muchos tratados firmados entre Castilla y Aragón para repartirse Se llamó `extremadura’ a la zona donde se estabilizó durante algún tiempo la lucha entre cristianos y musulmanes, destacando la soriana que, nacida aragonesa, pasó a depender de Castilla en el siglo XII.

21,64 km2, territorio que sirvió de garantía del préstamo que Sancho el Fuerte de Navarra hizo a Pedro II de Aragón en 1209, préstamo que no fue devuelto. Para comprender los límites con Castilla hay que retrotraerse, asimismo, a la crisis de 1134 y al papel de salvador de Zaragoza desempeñado por Alfonso VII de Castilla, quien se apoderó del ‘Regnum Caesaraugustanum’ que entregó en vasallaje sucesivamente al nuevo rey navarro y al aragonés Ramiro II. Si en la carta puebla de Belchite (diciembre de 1119) Alfonso I

Zona de `bancales’ o sea campos en forma de escalera en una ladera.

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el territorio musulmán todavía por reconquistar, a Aragón (no así a Valencia) sólo le afecta el de Tudilén (1151), de modo que en esta fecha se ha cerrado el proceso. La frontera entre Valencia y Aragón es más tardía. El príncipe Ramón Berenguer IV y el rey Alfonso II (su hijo) prácticamente reconquistaron a lo largo del siglo XII el Aragón actual sureño, sobrepasando incluso tierras que hoy no son aragonesas. La ocupación se completó ya en el siglo XIII con pequeñas ganancias logradas en el Maestrazgo por Pedro II y Jaime I. Este, antes de la toma de Valencia, reconquistó y repobló a fuero de Zaragoza buena parte del norte castellonense actual, pero dos años después de la toma de Valencia (1237), para contrarrestar las conquistas que algunos de sus nobles hicieron por su cuenta, tomó una decisión política de enormes alcances: creó el reino de Valencia (1239). Lo dotó con las tierras castellonenses y las que él mismo ganara tras la caída de la capital. Como era preceptivo en el derecho aragonés, no tocó ninguna tierra recibida patrimonialmente, únicamente las ganadas por él, así es que entre Valencia y Aragón surgió la frontera actual, con lo que esfumaba el sueño de Alfonso I el Batallador de conseguir una salida al mar. La frontera entre Cataluña y Aragón ha creado no pocos problemas entre ambos territorios, estando en la base de la polémica los no bien entendidos testamentos de Jaime I haciendo caso omiso del derecho aragonés. Muerto éste quedó zanjado el

problema, cuando los ribagorzanos, en 1283, se quejaron a Pedro III de que se les hacía pagar ‘bovaje’, “seyendo Ribagorça del regno de Aragon, non deviendo aquel pagar”. Ante la justicia de la demanda, el monarca accedió a sus peticiones. Pero como el ronroneo continuó, Jaime II, en Cortes de Zaragoza de 1301, estableció que la Ribagorza era de Aragón y que la frontera quedaría ubicada en la ‘clamor de Almacellas’, donde está en la actualidad, sentencia que volvió a confirmarse en 1305 en las Cortes de Barcelona. Cuando Aragón se compartimenta a efectos diversos a lo largo del siglo XIII en ‘sobrejunterías’, ‘merinados’ y ‘bailíos’ y algo más tarde en ‘sobrecullidas’ (cuyos puestos aduaneros, las ‘cullidas’, estaban instalados en las mismas fronteras del reino frente a Francia, Navarra, Castilla, Valencia y Cataluña), en estas latitudes en las que nos hallamos la frontera está en el Noguera Ribagorzana, como lo estará en los siglos posteriores, incluso cuando se diseñan las provincias. Los testimonios documentales son decenas de miles. Como corresponde a un estado independiente con fronteras definidas y reconocidas, el reino se dotó de su propio Derecho, corpus jurídico nacido desde las raíces, pues la dominación musulmana de la Península acabó borrando la legislación del reino hispanogodo basada en el ‘Liber Iudiciorum’. El derecho nuevo, basado en principio en el uso y en la costumbre de cada lugar reconquistado se hizo cada vez

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más complejo, sobre todo a partir de los siglos XI y XII, surgiendo entonces varios ‘fueros’ que –como los de Jaca (1077), Sobrarbe (es decir, Barbastro, 1100), Ejea (1110), Zaragoza (1129) y Extremadura (Soria, Calatayud, Daroca y Teruel)– cons-

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Aunque desde 1216 comienza a hablarse de un ‘Fuero de Aragón’, la diversidad de códigos siguió imperando hasta que en 1247, el obispo Vidal de Canellas, por mandato de Jaime I, ordenó y sistematizó la legislación dispersa lo que dio origen a

El obispo oscense Vidal Canellas entrega a JaimeI de los `Fueros de Aragón’ que éste le mandara recopilar.

tituyeron auténticas familias forales desparramadas por todo el territorio aragonés e incluso fuera de él. En el siglo XII, Aragón es un mosaico de foralidades constantemente desfasadas ante la cambiante dinámica social y puestas al día por los jueces mediante las llamadas ‘hazañas’.

la ‘Compilación de los Fueros de Aragón’ que aún tardó un tiempo en imponerse en todo el reino. Con las adiciones derivadas de la administración de justicia –los llamados ‘actos de corte’ y las ‘observancias’–, el Código aragonés salvó el atropello centralizador del primer Austria, Felipe II, en

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Las Cortes aragonesas estaban constituidas no por tres sino por cuatro brazos o estamentos.

1592, pero a comienzos del siglo XVIII el primer Borbón, Felipe V, abolió los Fueros aragoneses, aunque luego rectificó y permitió que para los asuntos entre particulares siguiera imperando hasta hoy en forma de ‘Compilación de Derecho civil aragonés’, constantemente actualizada. Los aragoneses conservan en pleno siglo XXI su propia legislación privada, todo un milagro de supervivencia. El reino, con fronteras estables y derecho propio, tuvo, asimismo, sus Cortes. Aparte de la polémica sobre la fecha concreta de su nacimiento –1162/1164 ó 1283–, lo cierto es que las Cortes aragonesas son consecuencia directa del renacimiento urbano de los siglos XII y XIII, y

un logro de las ciudades y villas, que consiguieron acceder mediante representantes a las ‘curias extraordinarias’ hasta entonces limitadas a la nobleza y alta clerecía. El número de poblaciones representadas varió constantemente así como la frecuencia de su asistencia. Las Cortes aragonesas estuvieron formadas por cuatro estamentos o ‘brazos’: los ‘ricoshombres’ (nobleza de primera categoría), los ‘caballeros’ e ‘infanzones, el ‘alto clero’ y los ‘hombres libres’, entre los que destacan los ‘burgueses’, habitantes de los ‘burgos’ o ciudades y villas, dedicados al comercio, industria, profesiones liberales, etc. El lugar de reunión no era fijo y, aunque Zaragoza fue sede principal, lo fueron también en Monzón, Huesca, Alcañiz, Daroca y Calatayud.

Palafox, defensor de Zaragoza ante los franceses, fue quien presidió las últimas Cortes aragonesas

Aragón

Las Cortes medievales sufrieron una paulatina transformación a partir del siglo XV y se vieron gravemente afectadas en el siglo XVI por la lucha entablada entre la monarquía de los Austria, con Felipe II a la cabeza, y los defensores de la foralidad tradicional aragonesa. Estas llegan casi inactivas a 1702, año en que se reunieron las que serían las últimas Cortes privativas de Aragón, puesto que, tras la inminente Guerra de Sucesión, una nueva administración, la borbónica, se iba a implantar en España. Con ello, los restos del individualismo aragonés que habían sobrevivido, entre ellos las Cortes, iban a morir. En adelante, sólo podemos hablar de las Cortes castellanas con representación aragonesa (1709-1789) en las que Aragón apenas va a contar. Por fin, unas últimas Cortes aragonesas de 1808, presididas por Palafox, se reunieron al socaire de la Guerra de la Independencia tras la huída del monarca a Francia. Su estructura recordaba bastante a las medievales, pero los acontecimientos hicieron que esta asamblea tuviera una importancia relativa. En realidad, el parlamentarismo aragonés había desaparecido con el advenimiento de los Borbón, a comienzos del siglo XVIII. Por si fueran pocas las instituciones que conformaron a Aragón como ente histórico, los aragoneses se dotaron de una nueva y exclusiva figura, la del Justicia, cuyo nacimiento adelanta la leyenda a la realidad, pues sus funciones y ser cobraron carta de naturaleza en las Cortes celebra-

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das en Ejea en 1265. Si en principio nació como mediador entre el rey y el reino, poco a poco fue acumulando competencias esenciales: garante e intérprete del ordenamiento foral, representante del reino en las Cortes en las que actuaba como presidente

El histórico Justicia de Aragón, simbolizado por Juan de Lanuza, decapitado por Felipe II a finales del XVI.

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El renacido Justicia de Aragón tiene su sede en el renacentista palacio de la capital aragonesa.

en ausencia del rey; tomó a los monarcas juramento de someterse a la ley, acto imprescindible para ser coronados; asumió la jefatura del ejército con carácter excepcional. El Justicia de Aragón, no había otro, fue clave en la lucha por la subsistencia del reino.

Su figura se acrecentó durante los siglos XIV y XV, pero los Austria encontraron en el Justicia un estorbo –se intentó contrarrestarlo con la creación de la Audiencia real (1528)– y el enfrentamiento entre Felipe II y el Justicia duró décadas, hasta que las armas se impusieron al diálogo. Hubo guerra y el Justicia que capitaneó las tropas aragonesas, Juan de Lanuza, acabó decapitado en diciembre de 1591, convirtiéndose en un símbolo del aragonesismo. Aunque el justiciazgo estaba sentenciado a muerte, los Justicias mediatizados por el rey aún rindieron algunos servicios al país de manera que en el siglo XVIII el foralismo reverdeció. Fue un espejismo: la nueva dinastía de los Borbón, una vez más, encarnada por Felipe V, acabó con esta institución. Y, paradojas de la Historia, si en 1707 el absolutismo francés barrió al Justicia de Aragón, seis años después, en 1713, en Suecia nacía el ‘Ombudsman’, un calco exacto del aragonés, institución que paulatinamente iría apareciendo en Dinamarca, Noruega, Finlandia, Italia, Canadá, Francia, Gran Bretaña e incluso en la España actual como ‘Defensor del pueblo’. Lo cierto es que la figura del Justicia siempre estuvo latente entre los aragoneses durante los siglos XIX (los carlistas prometieron la restauración del Justicia a cambio de ayuda) y XX (estuvo presente en los varios proyectos de Estatuto de época republicana), pero la era de Franco cercenó cualquier intento, hasta que el primer

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Estatuto de Aragón, surgido de la Constitución de 1978, ha restaurado la institución del Justicia, con cometidos acordes a los nuevos tiempos. Elemento esencial de la soberanía de un Estado como el aragonés es la moneda, que la tuvo propia desde los mismos albores del Reino en el siglo XI hasta el siglo XVIII. Sin profundizar demasiado, vemos a Sancho Ramírez (siglo XI) acuñando ‘dineros jaqueses’, moneda de larga trayectoria, y a Alfonso I (siglo XII), ‘sueldos jaqueses’; con Pedro IV (siglo XIV) se popularizarían los ‘florines’ y con Juan II (siglo XV), los ‘ducados’, sin contar con monedas de poco valor, como ‘medios ducados’, ‘reales’ o ‘medios reales’. Se acuñaron ‘escudos’ de oro aragoneses en

La Seo zaragozana era el lugar de coronación de los reyes aragoneses y donde se custodiaban los patrones de pesos y medidas del reino..

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Aragón acuñó moneda propia hasta el siglo XVIII, siendo el florín una de las más representativas.

época de Felipe II (siglo XVI) y distintos tipos de monedas con Felipe III, Felipe IV y Carlos II (siglo XVII), e incluso con Felipe V, pero, éste, como con tantas otras instituciones, acabó con la moneda aragonesa en 1730. Por otra parte, en todo el ámbito peninsular, la diversidad de pesos y medidas fue la tónica dominante. Aragón, como estado independiente, intentó la unificación dada la dificultad que tal variedad entrañaba para el comercio. Comenzó la ‘modernidad’ con un sistema métrico caracterizado por la diversidad territorial y una enorme variedad de medidas y pesos no convencionales sino basados en el ser humano mismo: (‘pulgada’ –del dedo pulgar–, ‘palmo’, ‘codo’, ‘pie’), en lo que podía transportar, abarcar

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o sembrar con sus manos, sus brazos (‘brazada’), su mula, su yunta de bueyes (‘yugada’) o carro (‘carga’); o lo que cabe en un saco (‘talego’) o en un ‘cántaro’, etc. Asimismo, surgieron sus múltiplos o divisiones: ‘doble’, ‘media’, ‘cuarto’, ‘cuartal’, etc. No obstante –aparte de las latinas

‘libra’ y ‘onza’–, las principales medidas aragonesas fueron de raigambre mora: ‘almud’, ‘fanega’, ‘arroba’, ‘quintal’, ‘celemín’, ‘cahíz’, etc. Los intentos medievales de sistematización resultaron baldíos y en Aragón como mucho se logró que en buena parte del

Valle de Tena. El Pirineo aragones, a traves de sus muchos puertos de montaña, desde los tiempos más remotos ha sido lugar de comunicación con Europa, nunca barrera.

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territorio se aceptara el sistema que se usaba en Zaragoza. Hubo que llegar a la Edad Moderna, a las Cortes celebradas en Monzón en 1552-1553, en las que los ‘brazos’ instaron al monarca la unificación tan deseada, para extender a todo Aragón el ‘sistema zaragozano’, cuyos patrones de pesos y medidas de confrontación quedaron custodiados en la seo de San Salvador de Zaragoza. Aún quedaron fuera las ‘comunidades de aldeas’ de Teruel y Albarracín y todos los lugares de ‘señorío’. Ni siquiera la fiebre centralizadora de los Borbón pudo con el problema y hubo que esperar hasta pleno siglo XIX para afrontar la reforma definitiva que nada tenía que ver con el sistema humanizado medieval. El ‘sistema métrico’ nuevo se basó en abstracciones y en convenciones: el ‘metro’ había vencido a la ‘vara’. Aunque lengua y religión no son por si solos constitutivos de un Estado –Suiza y Bélgica, por un lado, y Rusia y la India, por otro son sencillos ejemplos de ello, respectivamente, como lo fue el Aragón medieval de las tres religiones– no cabe duda de que ambas sirven de cohesión. El caso es que Aragón también tuvo su propia lengua, pronto amenazada y suplantada por el avance del castellano. La romanización de la Península Ibérica supuso la implantación del latín escrito y hablado, y del latín, que era una ‘lengua’, durante la Edad Media se derivaron varios ‘dialectos’ que siguieron evoluciones distintas, lo mismo que fueron diferentes su

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permanencia y su desarrollo literario. Surgieron, pues, el ‘mozárabe’, el ‘catalán’, el ‘navarro-aragonés’, el ‘astur-leonés’, el ‘gallego-portugués’ y el ‘castellano’. En grado distinto, todos recibieron influencias del árabe e incluso de gentes foráneas llegadas para intervenir en el proceso repoblador, cual es el caso de los franceses en el Aragón medieval. ‘Catalán’, ‘castellano’ y ‘gallego-portugués’, por razones de índole diversa (desarrollo, amplia utilización oficial y literaria, número de hablantes, etc., es decir, por razones históricas y de prestigio) son considerados hoy como lenguas independientes nacidas de un tronco común. El ‘navarro-aragonés’ sufrió pronto agresiones externas que dificultaron su continuidad y desarrollo. Aparte del episodio esporádico de la toma de Zaragoza por Alfonso VII (siglo XII), la entronización de una dinastía castellana tras la crisis solventada en Caspe en 1412 tuvo efectos inmediatos en ámbitos diversos, entre ellos el lingüístico. Luego el proceso centralizador de los siglos XVI-XVII, que finalizó con la liquidación del Reino y su castellanización, hizo que la ‘lengua’ castellana acabara imponiéndose desde despachos oficiales, cuarteles, catedrales y notarías, aunque los aragoneses siguieran manteniendo su identidad y distinguiéndose de los demás por su propio reino, derecho, Justicia, moneda, etc. La realidad es que el ‘castellano’ ocupa actualmente el área más extensa y más poblada de Aragón, aunque plagado

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su léxico de múltiples aragonesismos. También es cierto que existe un substratum en el habla viva de las gentes de nuestros pueblos que permitiría reconstruir en buena parte la totalidad, pero la realidad es que actualmente no constituye un sistema homogéneo de comunicación, aunque sí existen vivos complejos dialectales diversos –‘cheso’, ‘panticuto’, ‘chestaví’ o ‘navalés’ son algunos de ellos–, hablas o ‘fablas’ que, aunque con concomitancias, se hallan muy localizadas espacialmente y son diferentes entre sí, sin duda porque la orografía ha singularizado a cada una de ellas en su valle. En una alargada franja del Aragón oriental tiene presencia viva el catalán, aunque como en el caso anterior se trata sin duda de variedades comarcales o dialectales. No cabe ninguna duda que Aragón es un territorio histórico, hijo directo de un Estado independiente, aunque por razones nunca bien aclaradas no fuera definido así en el primer Estatuto de

Autonomía, lo que ha tenido claras repercusiones negativas.La actual Carta magna aragonesa ha recogido por fin unarealidad incuestionable. Lo cierto es que el Reino nacido en 1035 sobrevivió a diversos avatares políticos, como la crisis de 1134-1137 (que incluso supuso el germen de la Corona de Aragón) y la de 1410-1412, que implicó la entronización de una dinastía foránea, la castellana. Superó, asimismo, el recorte de la Constitución aragonesa llevado a cabo por Felipe II, en 1592, vencedor de la lucha secular mantenida entre los Austria (defensores del centralismo de los Habsburgo) y el Reino de Aragón (celoso de su ‘Fuero’ y libertades). Pero aún le quedaron al Reino libertades y grados de independencia bastantes como para continuar como ente individualizado durante todo el siglo XVII. Otra cosa fue el resultado de la crisis de comienzos del siglo XVIII, cuando Felipe de Borbón –Felipe IV de Aragón/Felipe V de España– triunfante en la guerra de Sucesión, pasó factura a los aragoneses por su oposición. Aragón tuvo que renunciar a sus instituciones más definitorias: Corona, Cortes, Diputación, Justicia y Derecho, aunque de este último quedó indultada una parte, nuestro Derecho Civil todavía vigente. La nueva monarquía dictó muchas medidas centralizadoras, readaptando, por ejemplo, las ‘veredas’ aragonesas de la

En Caspe, donde se conserva el bello 'Cáliz del Compromiso', se entronizó una nueva dinastía que implicó una progresiva castellanización de Aragón.

Pagina siguiente. Calatayud, unas de las catorce ciudades aragonesas, fue durante varios meses capital de provincia en el siglo XIX.

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El monasterio cisterciense de Santa Fe, desamortizado en el siglo XIX, era el lugar de recibimiento de los reyes de España cuando venían a Aragón.

dinastía anterior, siendo sustituidas por los ‘corregimientos’, con competencias amplísimas, pues a las iniciales (judicial, de policía y de representación real) se unieron otras muchas: política, militar, gubernativa y económica. La división de Aragón en ‘corregimientos’estuvo vigente más de cien años, hasta que nacieron las ‘provincias’y los ‘partidos judiciales’ (1833-1834).

No obstante, antes de la fijación definitiva de las tres provincias actuales, hubo otros intentos, bien fuera por la administración francesa de ocupación, bien por las autoridades españolas una vez expulsados los franceses. En efecto, bajo dominio francés, se sucedieron con inusitada rapidez dos divisiones: la de abril de 1810, que no llegó a aplicarse, repartía Aragón en las

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prefecturas de ‘Ebro y Cinca’ (capital Huesca), ‘Ebro y Jalón’ (capital Zaragoza) y ‘Guadalaviar’ (capital Teruel); la de junio de 1812 apenas pudo ponerse en práctica, pues en julio de 1813 el general Paris tuvo que retirarse definitivamente de Zaragoza. Esta segunda división, ideada por Suchet, se basaba en cuatro prefecturas o provincias: Huesca, Zaragoza, Alcañiz y Teruel. Casi en paralelo, los parlamentarios españoles reunidos en las Cortes de Cádiz también diseñaban la división de España en ‘provincias’, aunque su puesta en vigor se retrasó diez años, comenzando por un intento fallido (1822) hasta dar con el válido y definitivo, el de 1833. En efecto, tras muchas dilaciones, en 1822 se llegó a una primera división que para Aragón suponía el nacimiento de cuatro ‘provincias’: Zaragoza, Huesca, Teruel y Calatayud. Si el regreso al poder de Fernando VII supuso la derogación de la división de 1822, que sólo duró unos meses (hasta octubre de 1823), a su muerte se aprobaba la segunda y definitiva, la de noviembre de 1833: de las cuatro ‘provincias’ se pasó a tres (Huesca, Teruel y Zaragoza), de manera que la de Calatayud había tenido una vigencia de veinte meses escasos. Un año después (1834), se dividía cada una de ellas en ‘partidos judiciales’, que respondían en general a los antiguos ‘corregimientos’. Esta retícula,

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corregida luego en varias ocasiones, es la que ha llegado hasta nosotros. La división de Aragón en ‘provincias’ y ‘partidos judiciales’ de 1833 supuso hacer tabla rasa de todo vestigio medieval, máxime cuando en años sucesivos se adoptaron toda una serie de medidas sin precedentes: privatización de realengos (1834), supresión de mayorazgos y desamortización de los bienes inmuebles del clero (1836), y supresión de los señoríos jurisdiccionales (1837). El Antiguo Régimen había muerto y con él todos los problemas que desde el siglo XI habían impedido una organización coherente del Reino. Hoy Aragón es una de las diecisiete Comunidades Autónomas surgidas de la Constitución de 1978. Su capitalidad se centra en Zaragoza, donde radican la Diputación General de Aragón, sede del gobierno autónomo, en el rehabilitado edificio Pignatelli,con Delegaciones Provinciales en Huesca y Teruel; las Cortes de Aragón, ubicadas en el recinto del palacio musulmán de la Aljafería; el Juzticiazgo, situado en el renacentista palacio de Armijo; y el Tribunal Superior de Justicia de Aragón, en el palacio renacentista de Morata. Por su parte, cada una de las tres provincias está encabezada por una Diputación Provincial, a la vez que han sido compartimentadas en treinta y tres comarcas al finalizar el siglo XX.

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La extructura provincial de Aragón se manifiesta externamente por las Diputaciones Provinciales, como la de Huesca, en cuyo edificio destacan las pinturas murales de Saura.

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Escenario Físico

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l solar en el que se asentó Aragón es tierra de grandes contrastes internos. Es rico y pobre a la vez; puede ser abrasador y gélido; reseco y feraz. Paisajes tiene en los que domina el blanco del yeso, el rojo de la arcilla o el grisáceo del granito y la caliza; también el negro, el verde y hasta el amarillo. Encierra Aragón latifundios de muchos vagones de trigo y huertas pequeñas para la supervivencia. Mientras crecen rascacielos en las ciudades, desmorona el abandono aldeas enteras por temor al hambre y a la soledad. Si rico es Aragón en embalses, abundan también las tierras yermas y desérticas. Gran productor de energía eléctrica, ha poseído hasta hace poco pueblos sin luz; es escaso en población y, sin embargo, cuenta con la quinta ciudad del país por su número de habitantes; tierras tiene donde el termómetro alcanza los cuarenta grados, en tanto otras llegan a los 15 bajo cero. ¡Cincuenta grados o más de diferencia! Carece, asimismo, de unidad lingüística, como tampoco la posee desde el punto de vista étnico. Variedad y diversidad es la tónica. Su unidad como ente, que desde luego la tuvo y la tiene, tampoco se la debe al marco natural porque, geo-

gráficamente hablando, Aragón es la suma de paisajes diversos. En principio, visto de una manera simple y gráfica, podríamos decir que Aragón tiene la forma de una U mayúscula o, mejor todavía, de una J mayúscula. No obstante, su forma y dimensiones quedarían mejor expresadas si tomáramos la tercera parte de una teja. Ese trozo de teja tiene, en realidad, una superficie de más de 47.000 Km2, lo que convierte a Aragón en la cuarta región autónoma de España, superada por Castilla-La Mancha, CastillaLeón y Andalucía y, asimismo, en un territorio mayor que muchos estados independientes como Albania o Bélgica, Dinamarca u Holanda; Suiza, Guinea Ecuatorial o Ruanda; Chipre e Israel; Kuwait, Líbano o Taiwán; El Salvador o Haití, sin contar los más pequeños, como Malta o Luxemburgo. Del símil de la teja se desprende que, escalonadas de Norte a Sur, existen tres unidades diferenciadas: una alta cadena montañosa (los Pirineos), una parte baja y llana (la Depresión del Ebro) y un nuevo resalte orográfico (el Sistema Ibérico). Ninguna de las tres comienza ni acaba en Aragón, pues las tres prosiguen al Oeste y

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En Aragón existen tierras de todos los colores, como muestra este ejemplo de la zona de Libros, en el sur turolense.

al Este, configurando otras Comunidades. El Alto Pirineo es el de las cumbres de más de 3.000 metros (diez picos sobrepasan esta altitud, la mayor concentración de ‘tresmiles’ de España), el de las nieves casi perpetuas, el de los puertos cerrados, el de las estaciones de esquí y los ibones, el de los sarrios. Aún distinguen los geólogos en

él dos subunidades, el Pirineo axial y el Prepirineo Interior. El Alto Pirineo axial, en el que despuntan Aneto (3.404) y Maladeta (3.308), constituye la auténtica frontera de granito con Francia y se formó en la Era Primaria; el Prepirineo Interior, prácticamente pegado y confundido con el axial, tiene en Monte Perdido (3.355),

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Collarada (2.883) y Tendeñera (2.853) sus techos y, si bien surgió en la Era Secundaria, se plegó en la Terciaria. Ya no es de granito, sino de rocas calizas, que dan origen a fantasmagóricas grutas de estalactitas y estalagmitas caprichosas. Al pie de este Alto Pirineo, que es doble, el viajero se encuentra una depresión, una especie de pasillo alargado, sin tantas angosturas y estrecheces. Este pasillo se interrumpe en su parte oriental y vuelve a aparecer en la provincia de

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Lérida. Jaca, antaño capital del primitivo Aragón, es el centro urbano más conocido de esta depresión, que recibe el nombre de ‘Canal de Berdún’. Para salir de este corredor y alcanzar el Ebro y su llanada, que es horizonte, hay que atravesar aún las sierras exteriores o Prepirineo Exterior por puertos de montaña que, como los de Santa Bárbara, Oroel, Monrepós o El Pino, apenas los cierra la nieve del invierno. Estas montañas son notablemente más bajas que las del Alto Pirineo. Son ondulaciones en

La provincia turolense es un auténtico paraíso geológico en el que se pueden ver tierras tan bellas como estas de caolín de La Ginebrosa.

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Los deportes de invierno se han convertido en uno de los reclamos deportivos y turísticos más importantes de los Pirineos

las que alternan el gris blanquecino de sus calizas con el verde oscuro del pino y la carrasca; en sus laderas huronea el jabalí y mueren sus pueblos. Por fin, adosado a estas Sierras Exteriores, la erosión ejercida sobre el Pirineo más antiguo acumuló un amasijo de cantos rodados con agua y arena –‘conglomerado’ se llama–, y originó en Vadiello, Alquézar o Agüero, como en tantos otros lugares, formas caprichosas

para el deleite de la vista, destacando entre todos los Mallos de Riglos. El Pirineo no es uno; son varios Pirineos: frontera y paso, ibón y solana, tierra de trabajo duro y lugar de asueto, veredas de sarrios y senderos de jabalíes, grutas y cumbres, roca desnuda y pastos. Salvados los Pirineos, se abre una llanada amplia, levemente inclinada, amasada con materiales de arrastre y de relleno cada

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vez más finos. Conglomerados, primero; areniscas, luego; por fin, en las partes más bajas, las arcillas y margas, las calizas y los yesos. Estamos ante la segunda gran unidad del escenario natural de Aragón: la Depresión del Ebro. Son tierras blancas y rojizas con muchas horas de insolación y días enteros de cierzo. Tierras de labrantío y sed. En el centro de la llanada, el Ebro de color de adobe. Es montañosa otra vez la tercera unidad natural. De forma alargada, la Cordillera Ibérica aparece más alta en sus extremos que en el centro, y pocas cotas sobrepasan

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Las lanas de los rebaños de ovejas pirenaicas precisaron de batanes como el de Lacort para su tratamiento adecuado antes de ser hiladas.

Existen 'mallos' tanto en las montañas del Norte como del Sur. Todos son bellos, pero los de Riglos, cerca de una vía de comunicación, son los más conocidos.

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Los ríos, con su permanente erosión, originan paisajes espectaculares como el legendario 'Salto de Roldán'.

los dos mil metros de altitud. Sus cumbres, poco definidas, poco enérgicas. En su tramo aragonés, la Ibérica, a partir del Moncayo se divide en dos alineaciones: es estrecha la más cercana al Ebro, notable es la anchura de la más lejana. Entre ambas cadenas, una depresión hace fácil el paso entre Calatayud y Teruel. A partir de esta ciudad, el pasillo se bifurca, corriendo por un lado el Guadalaviar y por el otro Mijares, que forzados por la orografía deciden llevar al Mediterráneo las aguas de sus montañas sin depender del Ebro. Sobre todo en las montañas calcáreas, que en Aragón son muchas, varios elemen-

tos físicos se han confabulado para salpicar aquí y allí enigmáticas grutas, muchas de las cuales sirvieron de abrigo a nuestros antepasados y ellos lo agradecieron decorando con pinturas sus paredes rugosas con trazos que luego alcanzarían la categoría de arte. La mayoría sirvieron de recintos de culto, de misteriosos escenarios de apariciones, y cobijo de ritos y leyendas inexplicables a la luz de la razón humana. Entrar en una de estas cuevas y grutas constituye toda una experiencia, no sólo por su sugestiva belleza y magnetismo, sino también por el misterio que encierran, adornadas de tradiciones y leyendas de brujas y aquela-

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rres inverosímiles. Existen muchas y sólo citaremos alguna: sobrecoge acceder a la de ‘San Cosme y San Damián’, en Vadiello, convertida por el hombre en uno de los enclaves más importantes de la religiosidad aragonesa; en la Sierra de Guara, entre foces y congostos, las grutas son muchas: Chaves, Solencio (con más de

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once kilómetros de largo), la Grallera, la Carrasca en Almazorre… De las varias que hay en torno a Villanúa, la más espectacular es la de las Güixas, lugar de multitud de aquelarres con asistencia del Diablo. En la provincia turolense, varias cuevas han sido utilizadas y pintadas por el hombre, como la del Val del Charco del Agua Amarga, o

El monasterio cisterciense de Veruela fue el organizador espiritual y económico de buena parte de las tierras del somontano ibérico aledaño al Moncayo.

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Los ríos pirenaicos han sido domesticados para producir energía eléctrica, como en este caso de Seira, a los pies del río Ésera.

las de Alacón, dando origen al arte paleolítico, pero si nos atenemos a la cuevagruta, donde estalactitas y estalagmitas pueden simular hasta la propia imagen de la Virgen, debemos acudir a la ‘Cueva de Cristal’ de Molinos. Bastantes de esas cuevas –Yebra de Basa, Peñasola o Santa Juliana– sirvieron de retiro y meditación a los anacoretas repartidos por los Pirineos antes del nacimiento del monaquismo; luego, como se ha visto en ‘San Cosme y San Damián’, se convirtieron en ermitas de no poco atractivo, entre las que cabe citar, aparte de otras muchas, la Virgen de la Peña en Aniés, la Virgen de la Peña al sur de la Peña Oroel, San Julián en Lierta, SanMartín de la Valdonsera, San Ginés, etc. Las tres unidades que acabamos de recorrer constituyen, en resumen, el fundamento físico de Aragón. Pero el tránsito de una unidad a otra no es brusco, de manera que entre la altísima cadena del Norte y el llano central existe una zona

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La villa de Aínsa, cuya Plaza Mayor de raíces medievales es una de las más bellas de todo Aragón, nació en la confluencia del Ara con el Cinca.

intermedia, llamada ‘somontano’, que se repite de nuevo entre ese llano y las más modestas sierras del Sur. Montaña, somontano, llano, somontano y montaña constituyen una especie de capicúa orográfico sobre el que se asienta el Aragón de los hombres. No le hubiera sido nada fácil al hombre pasar de una a otra zona, a pesar de los somontanos, si la propia naturaleza no hubiera colaborado. Porque en Aragón

existen diferencias de altitud tan considerables que, entre un lugar y otro, pueden darse más de tres mil metros de desnivel. Sólo descender de los 1.000 metros habitables a los 200 de Zaragoza supone un escollo difícilmente salvable si no existieran los ríos. En efecto, ante una disposición orográfica como la descrita –montaña, somontano, llano, somontano y montaña de nuevo– los ríos constituyen un elemento de unidad. Sus caudales, casi siempre

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buscando el Ebro, han abierto portillos, acuchillado foces y tajado gargantas. Dos cuencas hidrográficas recogen las aguas que brotan en Aragón: la del Ebro y la de Levante. La red fluvial de la cuenca del Ebro, la más importante y amplia, es heterogénea y desigual, debido al distinto origen de sus afluentes, porque unos nacen en los Pirineos y otros en el Sistema Ibérico, diferentes en altitud y humedad. Tres importantes arterias sangran las cumbres nevadas del Norte: Aragón, Gállego y Cinca, mientras Arba de Luesia y Noguera Ribagorzana, uno a cada lado, representan un papel más secundario. Por lo general, los pirenaicos son ríos largos, de pendientes fuertes, bien alimentados por la nieve de cada invierno y muy aprovechados por el hombre que, tras regular sus cauces, los convierte en energía o los canaliza para el riego. Su poder de erosión es tal que ha abierto valles inverosímiles, en alguno de los cuales se asientan poblaciones de raigambre vieja: el Veral abrió la val de Ansó; el Aragón Subordán, la de Echo; tajaron las aguas del Aragón el valle de Canfranc mientras cincelaban las del Gállego el de Tena; el de Pineta se debe al Cinca, el de Broto al Ara; el Ésera modeló la abertura de Benasque, el Noguera Ribagorzana, la Ribagorza. Valles son en los que leyenda e historia se mezclaron confusas; valles de los primeros condados de los que nació Aragón. Valles con habla propia. En el lado opuesto, los afluentes ibéricos del Ebro colector son más cortos, de

menguado caudal y de más tenues pendientes que los pirenaicos. Irregulares en grado sumo, son capaces de crecidas que inundan y estiajes de sed. Difícilmente pueden ser sujetados tras grandes presas, por lo que el hombre, sobre todo el musulmán, los domesticó poco a poco para el riego sangrando acequias mediante azudes moros y mudéjares. Por el lado oeste del Sistema Ibérico serpentean Queiles, Huecha y Jalón. Los tres fueron capaces de asentar gentes y de alimentar ciudades que aún perduran; de los tres, es el Jalón el de

Nunca fue fácil -como le sucedió a uno de los 'caminos de Santiago'- salvar los meandros del Ebro en torno a Sástago, paraje de singular belleza.

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Durante siglos, desde Alcanadre (en la Rioja) hasta Zaragoza no hubo puentes estables, pero los términos municipales se extendían a un lado y otro del río por lo que tuvieron que arbitrarse pontones o pasos de barca, como el rehabilitado de Torres de Berrellén.

mayor importancia porque, a su caudal más abundante, une la circunstancia de servir de paso natural hacia la Meseta entre desfiladeros y angosturas. Su hijuelo, el Jiloca, recorre la depresión alargada que modelan las dos líneas de montañas que dan forma a la Cordillera Ibérica; y mayor sería su poder si, como al río Piedra –que da origen al espectacular paraje del Monasterio de Piedra– no se le filtrara el agua tan costosamente conseguida. El Manubles, que se une al Jalón en Ateca, será capaz de dar vida a un hermoso valle que conduce a Castilla por Torrelapaja.

Escasos son en caudal, aunque no en historia, los valles de Huerva, Aguas Vivas y Martín, que nacen en el centro montañoso, aunque tampoco son abundantes Guadalope y Matarraña, que brotan en la parte este de la cordillera. Todos tienen que abrirse paso con esfuerzo de erosión y eso casi siempre origina belleza natural. Llegados del Norte o del Sur, abundantes unos y casi míseros los otros, todos engrandecen al Ebro, que viene y se va por lo más profundo de la depresión, creando a su paso riqueza y la mayor concentración humana de Aragón: Zaragoza. El hombre

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lo ha domesticado con embalses enormes –el llamado ‘Mar de Aragón’, con Caspe en sus orillas, es uno–, pero él mismo origina formas caprichosas, curvas pronunciadas e inverosímiles, los meandros, en uno de los cuales se asienta la Expo’08 de Zaragoza, pero no son menos bellos los de Sástago cuyos brazos, antes de describir una enorme curva, se aproximan hasta casi tocarse. Cuando alguno de estos meandros queda aislado del cauce del río se genera un paisaje acuático similar a un lago, que en Aragón se llama galacho. El de La Alfranca, con sus 4,2 Ha, es el más extenso, aunque en realidad constituye una parte de la ‘Reserva natural’ formada por un conjunto mayor: los galachos de La

Alfranca, Pastriz, La Cartuja y El Burgo de Ebro. Comenzó a originarse en 1927 y hacia 1956 ya estaba separado del río. En su carrizal hay garzas, garcetas comunes, martinetes y algún aguilucho, hasta alcanzar ciento veinte especies de aves distintas; pueden encontrarse, asimismo, jabalíes, jinetas o nutrias, e incluso una intromisión, el galápago de Florida. El ‘Galacho de Juslibol’ está situado entre Juslibol, Monzalbarba y Alfocea y se originó tras la gran riada de 1961. A partir de los años setenta, se da en él un curioso fenómeno originado cuando de las graveras del meandro abandonado se extrajeron áridos para la construcción. La profundidad de tales extracciones hizo aflorar aguas subterráneas, creándose así una serie de lagunas.

Aunque en otros ríos se han formado galachos, por su magnitud los más importantes son los del Ebro, como el de Juslibol.

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Levantada en la confluencia del Alfambra con el Guadalaviar, Teruel, aun después de conquistada por Alfonso II, mantuvo la influencia de los moros, de las que son ejemplo singular sus torres y la techumbre de su catedral.

Pero Aragón aún tiene algunos ríos, pocos, que por nacer en la ladera sur del Sistema Ibérico, no desaguan en el Ebro; cuando las llevan, que no es siempre, entregan sus aguas al Guadalaviar y al Mijares para que éstos las conduzcan al mar de Levante. Muchos son ramblas, lechos de piedras sueltas, cobijo de reptiles. Después de cada tormenta, las ramblas son riadas, quiebra de cosechas en grano.

En algún caso, tienen identidad, como el Alfambra, que llevará sus aguas rojas, como su nombre indica, al Guadalaviar, luego llamado Turia. A veces las aguas de los ríos que surcan los valles de los Pirineos o de la Cordillera Ibérica en lugar de desviarse ante el obstáculo de semejantes moles las atraviesan, produciendo desgarros por la erosión de sus aguas bravías. Algunos de estos tajos

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Casi todos los ríos de los Pirineos y del Sistema Ibérico han abierto hoces profundas y bellas, como el 'congosto de Olvena'

estrechos y abruptos por los que, en principio, sólo pasaba el agua fueron domesticados en parte por el hombre que ha unido sus orillas con atrevidos puentes o ha hecho sitio para la carretera y a veces hasta

para el tren. Aunque presentan sutiles matices que los diferencian, reciben nombres distintos según las zonas y el vocablo hoz alterna con los de ‘foz’, ‘cañón’, ‘garganta’, ‘gorga’, ‘gorgocha’, ‘desfiladero’ o ‘congosto’. Estos impresionantes paisajes se localizan principalmente en las Sierras Exteriores pirenaicas (ríos Aragón, Gállego, Cinca, Noguera Ribargozana y sus afluentes) y en la Cordillera Ibérica (ríos Jalón, Mesa, Piedra, Huerva, Aguasvivas, Martín, Guadalope, Matarraña y Mijares). Hasta que el hombre los dominó en parte, estas angosturas provocaron el aislamiento de muchos valles pirenaicos, lo que explica en parte que cada uno tenga su propia personalidad. En Aragón, los ríos no separan, unen. Sus caudales, casi siempre buscando al Ebro, han abierto portillos, han acuchillado foces, han tajado gargantas. Por las riberas de casi todos, carreteras y caminos. Y por unas y otros, atravesaron y atraviesan hombres, mercancías, asuetos e ideas. Estos ríos, si no ejercieran más funciones vitales, que las ejercen –pues, entre otras, aseguran el riego y el consumo humano, producen energía y devuelven agua al aire que les dio su agua– ya serían importantes por el mero hecho de poner en comunicación tierras tan diferentes como las descritas: montaña, somontano, llano, somontano y montaña de nuevo. Por eso, cuando se habla de comarcas, montes y ríos se convierten en límites entre unas y otras. Hallamos, asimismo, en Aragón lagu-

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Aunque de origen natural, hoy la laguna de Sariñena es alimentada por aguas de los regadíos monegrinos y constituye un lugar seguro para las aves migratorias.

nas, tanto naturales como artificiales. Las naturales están sujetas al ciclo natural del agua –que puede proceder del subsuelo– y son abundantes en organismos y en concentración de sales. Cuando el índice de salinidad es alto se les llama ‘saladas’, de las que Aragón es rico. Las lagunas artificiales han sido acondicionadas por el hombre con fines concretos (piscicultura, regulación del riego, tratamiento de aguas resi-

duales o cultivos como el arroz) y no están sujetas a los ciclos naturales del agua, ya que dependen de la regulación humana. Desde el punto de vista ecológico, la existencia de lagunas artificiales tiene su importancia, pues suelen servir de hogar a numerosas especies de aves y son como un oasis en entornos áridos. Por otra parte, algunas lagunas naturales han sido transformadas en artificiales, cual es el caso de

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La altitud de los Pirineos, la zona de mayor pluviosidad de Aragón, da origen a paisajes boscosos siempre verdes en contraste con la más seca y árida del valle del Ebro.

la de Sariñena. Por sus reducidas dimensiones, difícilmente se puede denominar lagunas a las que, de origen kárstico, conocemos como ‘Balsas de Estaña’, en tierras de Benabarre; a los denominados ‘Ojos Pardos’ en Abanto; a la ‘Laguna de Bezas’; o a la ‘Laguna de Guialguerrero’, cerca de Cubel. La laguna natural de Gallocanta, la mayor de España, está situada a mil metros de altitud en el Campo de Bello, entre Zaragoza y Teruel. Su salinidad demuestra que además del agua de lluvia aportada por los arroyos circundantes la recibe también del subsuelo salino. La escasez de lluvias

hace que en buena parte del año aparezca casi seca, mas a pesar de ello es lugar preferido por multitud de aves migratorias. La laguna de Sariñena, modificada por el hombre, es de gran interés paisajístico dada la aridez de la zona. Fue natural hasta los años setenta del siglo XX, pero el nuevo regadío provocó la elevación del nivel de agua venida de las acequias, aportación de agua dulce que cambió la salinidad modificando el entorno natural; incluso un canal de drenaje rodea todo el perímetro para mantener el mismo nivel del agua durante todo el año. Hoy es zona de

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acogida de una gran diversidad de aves. La realidad es que en Aragón, la pluviosidad está muy vinculada a la disposición orográfica, a la altitud de sus tierras y a su situación dentro de la Península. Por una parte, el Sistema Ibérico y los Pirineos hacen de pantalla frente a los vientos húmedos, de manera que una buena parte de esa humedad descarga en las partes altas restando precipitaciones a las zonas más bajas centrales; por otra parte, conforme aumenta la altitud se incrementan, asimismo, las precipitaciones; por último, son más frecuentes las perturbaciones llegadas

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por el Noroeste, por influencia del Cantábrico, que las que arriban por el Suroeste, procedentes del Mediterráneo. Con independencia de las diferencias estacionales, muy marcadas en nuestra tierra, la distribución anual de precipitaciones ante un mapa de isoyetas nos muestra contrastes enormes entre unas zonas y otras. Si consideramos la gama de pluviosidad como ‘insuficiente’ (precipitaciones menores de 250 mm), ‘escasa’ (de 250 a 500 mm), ‘suficiente’ (de 500 a 1.000 mm), ‘abundante’ (de 1.000 a 2.000 mm) y ‘excesiva’ (más de 2.000 mm), fácilmente

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La escasa pluviosidad de la zona llana central del valle del Ebro da origen a paisajes semiáridos, casi desérticos.

podremos concluir que casi dos terceras partes de Aragón entran dentro de la escasez. Es decir, una buena parte de la zona central aragonesa roza las tasas propias de la semiaridez, pues –aunque repartida de manera distinta– la lluvia precipitada es semejante a la recogida en el lago Chad centroafricano, o en las poblaciones de Geryville (Argelia, 388 mm) y Ayoun el

Atrous (Mauritania, 299 mm). Una buena parte de Aragón está por debajo de las precipitaciones recogidas en Tánger (Marruecos, 827 mm), Argel (Argelia, 765 mm), Kayes (Mali, 740 mm), Rabat (Marruecos, 516 mm) o Casablanca (Marruecos, 506 mm), ciudades en las que la proximidad del mar atempera la sequedad.

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Sin embargo, la zona norteña –más expuesta a los vientos cantábricos del Noroeste y cada vez más alta– se constituye en granero acuífero de nuestra región, aunque esta la zona de la ‘abundancia’ (recordemos de 1.000 a 2.000 mm), aunque alargada, es estrecha. Una vez más nuestros ríos van a desempeñar también otra tarea importante, pues, además de pro-

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ducir energía eléctrica limpia, transportan gratis aguas de las altas cumbres deshabitadas al llano deficitario. También lo hacen los ríos más modestos del Sistema Ibérico puesto que en sus cabeceras las precipitaciones son menores. Los ríos se desangran sin medida por lo que el hombre ha tenido que ingeniárselas para regularlos y aprovechar más o menos

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El Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido constituye uno de los espacios naturales más bellos de Aragón.

racionalmente sus aguas incontroladas. Tan vital es el problema del agua en Aragón que su almacenamiento artificial, su regulación y su distribución forma parte de cualquier programa político que se pre-

cie incluida la educación para su control personal como se hace en las regiones de precipitaciones semidesérticas como la nuestra, aunque no estemos en las inmediaciones del Sahara. No es de extrañar,

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por lo tanto, que el tema monográfico de la Expo’08 gire en torno al agua. Lo cierto es que el extenso territorio aragonés ofrece una diversidad enorme, desde paisajes de alta montaña –en los que podemos contemplar glaciares, morrenas o ibones– hasta paisajes típicamente mediterráneos de carrascas y matorral, pasando por humedales, espesos bosques de pinar y algunas zonas de especial protección para las aves, los denominados ZEPA. El imparable proceso de industrialización iniciado a finales del siglo XIX, la generalización del turismo de masas y la explotación desmedida de materias primas han puesto en peligro todo este entorno natural. Con el fin de detener posibles desmanes en la Naturaleza y evitar el deterioro de lugares de gran riqueza ecológica y cultural, los legisladores españoles y europeos crearon los ‘espacios naturales protegidos’, con medidas que se iniciaron en la década de los ochenta del siglo XX, desde entonces Aragón ha pasado de proteger el 0,36% del territorio (1984) al 2,32% (2000). Los espacios naturales pioneros fueron ‘Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido’, el ‘Parque Natural del Moncayo’ y el ‘Monumento Natural de San Juan de La Peña’. Paulatinamente, a estos entornos protegidos se han sumado otros nuevos, como el ‘Parque Natural de Posets-Maladeta’, el ‘Parque de la Sierra y Cañones de Guara’, la ‘Reserva Natural de Los Galachos’, el ‘Monumento Natural de los Glaciares Pirenaicos’ o el ‘Paisaje

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Protegido del Rodeno’, por citar algunos. Y se camina hacia una “Red de Espacios Naturales Protegidos de Aragón” (RENPA), que añadiría, entre otros, las Selvas de Zuriza y Oza, el Turbón, los Mallos de Riglos, las Ripas de Alcolea y Ballobar, las Lagunas de Bujaraloz, la Estanca y Salada de Alcañiz, o los Órganos de Montoro. Lo cierto es que Aragón atesora paisajes extraordinarios que requieren ser admirados como si de verdaderas obras de arte se tratara, pero eso no siempre es fácil pues se requiere perspectiva y eso sólo lo da la altura. Existen abundantes lugares naturales –ligados a refugios, castillos, ermitas o puentes– desde donde extasiarse, pero en la mayor parte de las ocasiones ha intervenido el hombre adecuando espacios con barandillas o plataformas e incluso con aparatos de observación y paneles explicativos: son los miradores. Hay quien sostiene que se puede ver todo Aragón sin necesidad de ascender en globo o avión con sólo acercarse a diez o doce de estos miradores. Es posible. Depende de qué Aragón se quiere ver. Porque los miradores enseñan cosas muy diversas: los hay históricos, agrícolas, geológicos, urbanísticos. Para ver entero el primitivo Aragón, el ‘Balcón de San Juan de la Peña’. Entre Plan y Chía, el ‘Puerto de Sahún’ domina los valles de Gistain y del Ésera. Desde el dolmen de Ibirque, buena parte de la Guarguera aparece a nuestros pies, y el despoblado amurallado de Muro de Roda

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El santuario de Nuestra Señora de Sancho Abarca, dominando la llanada de Tauste no sólo es un balcón privilegiado sino también centro romero importante de todas las Cinco Villas.

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nos muestra el recoleto valle de La Fueva y la cortada del Cinca. El Pico del Águila, sobre el pantano de Arguis, nos encara con el Parque de Guara. Desde las ruinas románticas de Montearagón se domina la Hoya de Huesca. Cerca de Luesia, desde Puy Moné, tenemos una visión de las Cinco Villas, lo mismo que desde los santuarios de Monlora y Nuestra Señora de Sancho Abarca. Desde Loarre se dominan las hoyas de Ayerbe y de Huesca. El pueblo de Berbegal es una atalaya magnífica para ver el somontano barbastrense y los Monegros; éstos aún cuentan con tres miradores más: la Cruz de la Sierra de Alcubierre, sobre el puerto, la ermita de San Caprasio, y La Almolda. Desde el Pueyo de Barbastro, nos cabe en una mirada todo el Parque del Río Vero. El Cinca se domina desde la ermita de San Salvador, en Torrente de Cinca, desde el castillo de Mequinenza y desde Alcolea. Para otear Zaragoza, Juslibol es el sitio adecuado, y el santuario de Nuestra Señora del Moncayo domina todos los pueblos a sus faldas. Para admirar la belleza de los meandros del Ebro es preciso desplazarse hasta Sástago. El Santuario de la Misericordia es punto obligado para ver todo el Campo de Borja, mientras que la laguna de Gallocanta se domina desde la ermita de Nuestra Señora del Buen Acuerdo y desde Berrueco. Y parte del Jiloca, desde Villafeliche y desde la ermita

de San Esteban de El Poyo del Cid. Ermitas privilegiadas son las de la Virgen de Herrera y la Virgen del Águila, en Paniza. Las tierras bajoaragonesas tienen en la ermita de San Miguel de La Portellada y en el poblado de San Antonio de Calaceite dos balcones de excepción. La villa de Cantavieja, en fin, es toda ella un mirador privilegiado. Concluyamos con palabras escritas por pluma ajena, las del geógrafo José Manuel Casas: “Aragón se ha formado, al correr de los siglos, sobre amplios espacios de tres regiones naturales del territorio peninsular: los Pirineos, el tramo central de la depresión del Ebro y el Sistema Ibérico. Las tres son muy netas y bien dibujadas, y ninguna le corresponde con exclusividad. Los Pirineos son también vascos, navarros, catalanes y franceses. El Ebro es castellano, navarro y catalán, por más que sea el más aragonés de los ríos hispánicos; y en cuanto al Sistema Ibérico, es asimismo castellano y valenciano. Aragón no constituye una región natural, sino una entidad histórica y social. Como todos los viejos países, lo han hecho los hombres…”. Variado y diverso es el nuevo y viejo Aragón. Su unidad como ente, que desde luego la tiene y la tuvo, no se debe al escenario físico sobre el que se asienta, porque, geográficamente hablando, es la suma de muchos paisajes distintos.

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Escenario Humanizado

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in tener en cuenta en este instante otras muchas consecuencias derivadas de esta forma de presentársenos el escenario natural aragonés, que no es sólo montes y ríos, es decir, sin entrar en consideraciones sobre la naturaleza de las rocas, la diversidad de sus climas y la variedad de la vegetación, que proporcionan a Aragón paisajes casi suizos, como en Gistain, o casi saharianos, como en Belchite, sin tener en cuenta tantos otros aspectos, resaltemos ahora tres consecuencias concretas: su escasez de población, su continentalidad y su carácter de encrucijada de caminos. Con tan raquíticas lluvias, con tierras tan altas y con zonas semidesérticas, la población escasea. Dentro de España, Aragón ocupa 47.669 km2, lo que le convierte en la cuarta Comunidad Autónoma más extensa, con el 9,44% del solar hispano, superficie en la que sólo habita el 3,07% de la población total del país. Extensión y población no se corresponden. Aunque la población de Aragón ha aumentado a lo largo del siglo XX y comienzos del XXI (1900, 912.711 habitantes; 1970, 1.152.708 h.; 1986, 1.184.834 h.; 2006, 1.277.471 h.), el saldo vegetativo negativo

Mausoleo de Fabara, uno de los restos emblemáticos del poblamiento romano del territorio aragonés.

(9,2 de tasa bruta de nacimientos frente al 10,7 de defunciones, en 2005) y la emigración han hecho que ese crecimiento haya

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En la zona pirenaica, son abundantes las casas de piedra con las típicas chimeneas.

sido mucho más lento que el nacional, aunque la llegada masiva de emigrantes observada en lo que va de siglo XXI hace albergar esperanzas de cambio. Para acercarnos y comprender un poco más la realidad poblacional de Aragón, hagamos algunas consideraciones: En primer lugar, se observa un creci-

miento sostenido de la población absoluta de Aragón entre 1857 y 2006, es decir, en siglo y medio: 844.643 habitantes frente a 1.277.471, con una ganancia de 432.828 aragoneses, lo cual no es mucho; en segundo lugar, como la población española ha pasado de 15.467.340 (1857) a 44.708.964 (2006), el aumento de la aragonesa no ha sido proporcional por lo que el peso específico respecto a la nacional ha ido disminuyendo también paulatinamente: si en 1857 era del 5,48%, al término del periodo tan sólo alcanza al 2,86%; en tercer lugar, la población absoluta de las provincias de Huesca y Teruel ha seguido un proceso decreciente: Huesca ha pasado de 257.839 habitantes (1857) a 218.023 (2006), con una pérdida de 39.816 oscenses; Teruel ha descendido de 238.628 (1857) a 142.160 (2006), con una pérdida de 96.468 turolenses; Zaragoza es la única provincia que ha crecido de 348.176 (1857) a 917.288 (2006), con una ganancia absoluta de 569.112 zaragozanos; en cuarto lugar, Zaragoza capital ha seguido un progresivo ritmo creciente, mucho más acelerado a partir de los años sesenta del siglo XX. Lo cierto es que si en 1857 contaba con 63.399 habitantes en 2006 tenía 649.181, es decir, 585.782 moradores más; por último, si el peso específico de Aragón respecto a España no ha hecho más que disminuir (5,48% en 1857; 3,22%, en 1981; 2,86%, en 2006), el peso específico de Zaragoza capital respecto a Aragón no ha hecho nada más que crecer, pasando, sucesivamente,

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de 7,5% (1857), a 9,4% (1877), 10,13% (1887), 10,7% (1900), 11,5% (1910), 14% (1920), 15,7% (1930), 19,3% (1940), 22,3% (1950), 27,5% (1960), 40,7% (1981) y 50,8 (2006). En definitiva, más de la mitad de los aragoneses viven en Zaragoza capital. La tendencia de los aragoneses durante las últimas décadas ha consistido en fijar

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cen más sus censos, tendencia que se ha agravado en los últimos veinte años. Por otra parte, las distancias internas son enormes pues si de Norte (Ansó) a Sur (Arcos de las Salinas) hay cuatrocientos kilómetros, desde Tarazona, al Oeste, hasta Beceite, al Este, hay doscientos cincuenta, y en los espacios intermedios cada vez se dan más vacíos, de manera que el país se

Aragón, rico en restos de poblados romanos de los que Celsa, en Velilla de Ebro, es un magnífico ejemplo.

su residencia en las cabeceras comarcales, en las capitales de provincia y en la capital de la Comunidad. En 1988, el 84,3% de la población aragonesa residía ya en tan sólo 113 municipios de los 727 existentes entonces; es decir, el 84,3% de la población estaba concentrada en el 15,5% de los municipios existentes, en detrimento del 84,5% restante, que cada vez empequeñe-

ha ido festoneando de auténticos oasis en torno a las cabeceras de comarca. En 2006, la lista de las principales concentraciones municipales la comienza Zaragoza (649.181 habitantes), la quinta aglomeración urbana de España. A bastante distancia, las otras dos cabezas de provincia: Huesca, con 49.312, ocupaba el número 48 de las capitales de provincia

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La ciudad de Huesca, aparte de ser cabecera de la Hoya, vio aumentar su población al convertirse en capital administrativa de la provincia.

españolas y el lugar 132 de las urbes más pobladas; y Teruel, con 33.673, en el último lugar de las capitales provinciales hispanas y el 191 del total de los núcleos urbanos mayores de España. Entre los diez

y veinte mil habitantes aparece un grupo de nueve poblaciones: Calatayud (20.001), Ejea (16.785), Monzón (16.200), Barbastro (15.880), Alcañiz (15.447), Utebo (14.920, con espectacular crecimiento en los diez últimos

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Barbastro, simbolizada por la Plaza del Mercado, es la capital natural del Somontano y de las regiones históricas de Sobrarbe y Ribagorza, por lo que en su momento pugnó por ser capital de provincia.

años), Fraga (13.191), Jaca (12.736) y Tarazona (11.027); entre cinco y diez mil habitantes, la nómina es la siguiente: Binéfar (9.012), Caspe (8.486), Sabiñánigo (8.315), Andorra (8.034), Tauste (7.503), La Almunia (7.023), Zuera (6.424) y Alagón (6.293); entre tres mil quinientos y cinco mil: Borja (4.501), Calamocha (4.473), Épila (4.187), Sariñena (4.152), La Puebla de Alfindén (4.029), Fuentes de Ebro (4.002), Villanueva de Gállego (3.903), Cuarte de Huerva (3.837), Calanda (3.709), Tamarite (3.678), La Muela (3.567, con crecimiento vertiginoso). En esta lista se encuentran diez de las catorce poblaciones aragonesas que tienen el título de ciudad aunque en la actualidad

no tenga mayor trascendencia serlo o no. Madrid no lo es y, sin embargo, lo son Cariñena o Borja. Para alcanzar tal status se precisaba la voluntad del Rey, única autoridad que podía conferirla, aunque existen excepciones: Monzón (1089) y Tamarite (1337), elevadas a la categoría de ciudad por Sancho Ramírez y Pedro IV, respectivamente, no fueron aceptadas por las Cortes. Aunque alguna perdió su fuero de ciudad, cual es el caso de Roda de Isábena, la Edad Media nos ha legado diez: Jaca (desde 1077, por nombramiento de Sancho Ramírez), Huesca (1096, por su conquistador, Pedro I), Barbastro (1100, por Pedro I, su captor), Zaragoza (1118,

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Excepto la ciudad de Zaragoza, ninguna otra sobrepasa los cincuenta mil habitantes.

por Alfonso I el Batallador), Tarazona (1119, por Alfonso I, tras su reconquista), Albarracín (1300, por Jaime II, tras incorporarse al Reino), Teruel (1347, por Pedro IV, por haberle ayudado contra la Unión), Daroca (1366, por voluntad de Pedro IV el Ceremonioso), Calatayud (por Juan I, en 1391, aunque las Cortes ya la habían propuesto en 1365-66 por su defensa heroica contra Castilla) y Borja (1438, por un desconocido servicio a Alfonso V). Antes del ‘censo’ de Floridablanca (1787), se añadieron dos más: Alcañiz (1652, por privilegio de Felipe IV) y Fraga (1709, por la fidelidad mostrada a Felipe V durante la Guerra de Sucesión). Posteriormente fueron

ascendidas a ciudad Caspe, en 1861 (por la fidelidad dispensada a la causa isabelina frente a los ejércitos carlistas); y, por último, ya en el siglo XX, era encumbrada a tal rango Cariñena (1909), a la que Alfonso XIII concedía la calidad de ciudad en mérito a sus muchos monumentos. Es la decimocuarta. Sin duda alguna, uno de los mayores problemas que han tenido que soportar los aragoneses como pueblo es la pérdida de sus raíces, la despoblación, en unas ocasiones de manera forzada, en otras porque las condiciones de vida eran verdaderamente precarias. Unas veces la construcción de un pantano, otras, la guerra han producido

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abandonos de núcleos enteros de población. Existen más causas: una epidemia de peste, la propia mecanización del campo, la industrialización urbana; un cambio de táctica guerrera o de modo de vida o una decisión política calculada son otras. Aragón es abundante en pueblos abandonados, tanto que en el siglo XX se han producido más de ocho despoblados por año, aunque no todas las comarcas han sufrido por igual, padeciendo más las tierras altas que las del llano. Sin duda alguna, tanto desarraigo durante generaciones

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ha causado mella en el ser íntimo de los aragoneses, un pueblo estoico donde los haya. La justicia del kilo, del metro o del dinero difícilmente puede paliar tanto desarraigo, por mísero que sea lo que se deja. Además de unas casas ruinosas, una ermita y una pardina en tierras pirenaicas o una masada en las turolenses pueden delatar la existencia de un antiguo poblado. Como ejemplo de despoblado antiguo sirva el de Azaila, paradigma de lo que fue una ciudad en el siglo I a.C.: una guerra civil –democracia, unos; dictadura, otros–

Tarazona atesora magníficos monumentos, como la plaza de toros vieja.

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una estrategia política calculada puede servir Bílbilis, a la que encontraron adormecida los musulmanes en el siglo VIII; a escasos tiros de ballesta, éstos fundaron una ciudad nueva, la Calatayud de hoy, y nuestra Bílbilis, tan cargada de historia, hubo de renunciar a perpetuarse y quedó abandonada. Las gentes de Montañana, en tierras ribagorzanas, no pudieron sobreponerse a la mecanización del campo, aunque su reciente rehabilitación sea un deleite para nuestros ojos de turistas curiosos. Un pantano, como en otros muchos sitios, ahogó a Ruesta, en actual proceso de rehabilitación. También la paz ha producido abandonos masivos: Muro de Roda, en el bello valle de La Fueva, dejó de ser útil como refugio al amparo de sus murallas todavía en pie y murió, aunque hoy constituya uno de los rincones más bonitos de Aragón. Desde los más remotos tiempos, el territorio aragonés ha estado sometido a un constante proceso de despoblación y Azaila es un ejemplo.

la destruyó cuando faltaban 49 años para que Cristo naciera. A la guerra se deben, asimismo, el fantasmagórico Belchite viejo o el cercano Rodén; en cualquier otro sitio, el primero se hubiera convertido en todo un símbolo de lo que no debe volver a suceder, aquí de momento no. Un poblado abandonado a la fuerza por los moriscos pudiera ser Gil, entre el pueblo de Selgua y su estación de ferrocarril, y es que el siglo XVII constituye uno de los mayores borrones de nuestra vida en común. Como muestra de un despoblado motivado por

Belchite es un ejemplo de despoblado motivado por la confrontación de la guerra civil española.

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El Pirineo aragonés oriental es frecuentado por catalanes y el occidental lo es por vascos y navarros.

Las campanas de la iglesia llamaron a fiesta, tañeron a muerto, congregaron a vecinal, avisaron el fuego; hoy están mudas. Faltó el boticario, luego el médico. El veterinario no tuvo sustituto; el herrero murió. Nadie enseña en la escuela. ¡Si al menos hubiera quedado el maestro! ¿Quién me ayuda a defender mi alma, mi cuerpo, mi asno, mi hijo, mi predio? Hay que marchar… En el monte, las raíces. Aragón, de amplio territorio, es un país continental. No tiene costas, si bien las poseyó en su día, allá por donde el Ebro se

ahoga en el mar levantino. Según los antropólogos esta continentalidad ha influido de forma tan notable en la manera de ser de los aragoneses que no sólo les ha creado mecanismos de autodefensa frente a las vecindades circundantes, sino que ha concentrado a los aragoneses en sus propios límites, dotándoles de una cierta dureza tanto de carácter como existencial, lo que traduce en determinadas formas de estrategia y de actuación frente a la vida. El territorio aragonés está flanqueado por Francia, al norte, un Estado con su pro-

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Las tierras altas de Teruel de Gúdar y Javalambre es frecuentado por valencianos, muchos de ellos oriundos de estas tierras.

pia dinámica y cuyos Departamentos pirenaicos no siempre coinciden en intereses con sus vecinos del sur, cual es el caso de las necesarias mejoras en las infraestructuras para la comunicación. Son limítrofes,

asimismo, Navarra y, en cierta medida, el País Vasco, cercanía fácilmente constatada por las segundas viviendas o viviendas de verano/invierno en el Pirineo oscense occidental y central de sus 2.735.558 habitantes. Cataluña –con su importante poder económico, político y poblacional (7.134,697 habitantes)– está más vinculada al Pirineo oriental aragonés. La Comunidad Valenciana –con 4.806.908 de almas– está muy relacionada con las comarcas turolenses del Maestrazgo y Gúdar-Javalambre de donde muchos levantinos son oriundos. Refiriéndonos solamente a la población, la comparación con Aragón en cuanto a habitantes por kilómetro cuadrado es bien significativa: Aragón con Zaragoza excluida (13,2), Aragón con Zaragoza incluida (26,8), España (87,2), Navarra-País Vasco (162,3), Comunidad Valenciana (196,4), Cataluña (222,3). Cuando hoy se habla de macrorregiones dentro de la Europa comunitaria, caben al menos dos alternativas: la de la antigua Corona de Aragón, fundamentada en la historia, y la del Valle del Ebro, de carácter más natural, que afecta a la Navarra sureña, a la Rioja, a la provincia castellano-leonesa de Soria y a Aragón. Por otra parte, la zona llana es tan abierta que ello ha hecho de Aragón una tierra de paso de influencias varias, una encrucijada de caminos. Desde los tiempos más remotos hasta la historia reciente, Zaragoza ha sido y es la llave del Ebro, y quien la posee lo domina. En la confluen-

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Los importantes restos de Caesaraugusta (Zaragoza), en esta caso el teatro, dan fe de su importancia en el entramado urbano romano de Hispania.

cia de varios caminos naturales que conducen al interior de las montañas del Norte y del Sur (Ebro, Gállego, Huerva y Jalón), la ciudad domina el valle en sentido longitudinal también. Esa apertura ha influido, asimismo, lo suyo en el ser aragonés. Hasta hace poco tiempo, Zaragoza estaba a trescientos kilómetros de Bilbao, Burgos, Madrid, Valencia y Barcelona y, a mucho menos, de Vitoria, Pamplona, Logroño, Soria, Guadalajara, Lérida, Tarragona y Castellón. Pocas ciudades

españolas pueden ser centro de un círculo que aglutine a cerca de siete millones y medio de españoles que actualmente ya están a dos horas y media de separación. Dentro de Aragón, las distancias se han reducido, asimismo, hasta la mitad del tiempo desde unos hace veinte años. Las comunicaciones son, pues, vitales para esta Comunidad. El pasado sirve de lección. Ya los romanos, que cohesionaron sus territorios mediante una importante red de calzadas, hicieron atravesar lo que luego

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De la magnitud de la ingeniería romana dan fe los restos de la calzada todavía existente en la 'Boca del Infierno', en la entrada a la Selva de Oza, que buscaba el puerto de Palo donde también quedan restos visibles.

sería Aragón por nueve de las treinta y dos rutas importantes de Hispania: la de IlerdaOsca - Caesaraugusta - Cascante; la Caesaraugusta-Pompaelo pasaba por las Cinco Villas; la de las Galias remontando los Pirineos por el Puerto de Palo y Echo hasta Caesaraugusta o la que desde aquí iba a Jaca y conducía al Somport. Por el centro, en dirección Este-Oeste, dos rutas unían Tarazona con Zaragoza, una por Mallén y otra por Magallón. Siguiendo el

río Jalón discurría la arteria principal de Hispania, la que comunicaba Emerita Augusta (Mérida) con Caesaraugusta. En el Sureste se trazó el enlace entre Caesaraugusta y Laminio (Ciudad Real). El Bajo Aragón lo surcaba la que conectaba la ciudad augusta con Contrebia Belaisca (Botorrita) hasta finalizar en Levante. Las vías bajoaragonesas unían las villas de la margen derecha del Ebro. Particularmente importante fue la que

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comunicó Ilerda y Celsa. De carácter secundario fueron las vías del Cinca, de la Canal de Berdún y del Jiloca hacia el Levante. Buena parte de la actual red de carreteras secundarias discurre sobre estas calzadas. Quedan muchos vestigios pero de señalar uno elegiríamos Siresa, al pie de la vía que unía Zaragoza con el Bearn a través del puerto de Palo: una inscripción epigráfica del año 383 conmemorativa de su reparación; un largo tramo sobre la ‘Boca

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del Infierno’ que lleva a la Selva de Oza; y el sorprendente último tramo, próximo a coronar el puerto, cuyas curvas requirieron costosas obras de consolidación, nos acercan a nuestras raíces romanas. Pero la sólida y planificada red de calzadas romanas sufrió un gran deterioro durante la Edad Media y entre los siglos XV al XVIII fueron sustituidas por los caminos reales, en buena parte pistas con mínima infraestructura viaria, polvorientas

El Jiloca, como casi todos los ríos, tuvo una calzada romana que llevaba a Levante, de la que queda en pie el puente romano de Luco.

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y llenas de piedras, que requerían cuadrillas permanentes de mantenimiento, aunque el mayor inconveniente eran los bandoleros, tan prolíficos en el siglo XVI. Muchos de estos polvorientos caminos, que fueron recorridos por ilustres viajeros, yacen camuflados bajo carreteras o vías férreas. Desde Castilla hasta Cataluña, importante fue en su momento el camino real que atravesaba Aragón desde Ariza a Fraga, pasando por Calatayud y Zaragoza; otros caminos hacia Castilla eran los que transitaban por Used-Daroca-MainarCariñena-Muel-Molina de Aragón con meta en Madrid (este llegaba a Zaragoza por el monasterio de Santa Fe, adonde acudían las autoridades zaragozanas a recibir a los monarcas) y por Tarazona-Ágreda, de gran valor estratégico. Hacia Cataluña, se

El Camino de Santiago nos ha dejado muchos testimonios, como las reliquias que se conservan en Castiello de Jaca, adornadas con una bella leyenda.

utilizaron, asimismo, caminos alternativos por los Monegros, bien por AlfajarínBujaraloz-Fraga, bien por SariñenaMonzón. El reino de Valencia quedaba unido por el Bajo Aragón en dirección a Zaragoza siguiendo la trayectoria del Ebro, aunque existía otro que atravesaba el Maestrazgo. Hacia Navarra, el camino discurría paralelo al gran río por Alagón y, ya en territorio navarro, por Tudela. Hacia Francia, como siempre eran varios los pasos abiertos por el Pirineo, destacando el del Somport; a partir del siglo XVI, la ruta económica más importante –heredera de la calzada Caesaraugusta-Beneharnum– era el camino real que partiendo de Zaragoza llegaba, a través de Ayerbe y Jaca, al Bearn, con varias ventas y restos de camino visibles en el tramo de Bernués que lleva al puerto de Oroel. Una muestra de camino especializado –que, aparte de guías, requería protección, hospitales, albergues, monasterios, etc.– es el que llevaba a Compostela o, mejor dicho los caminos, puesto que Aragón, conforme descendía hacia el sur la frontera con los musulmanes, fue atravesado por varios. Eran gentes llevadas por la devoción, pero también para reparar culpas, cumplir votos, penitencias (individuales y colectivas) o sentencias civiles (impago de multas o rentas, adulterios, raptos, etc.), satisfacer la curiosidad o para el mejor desarrollo de los negocios, aparte de los no pocos bandidos y criminales organizados, que tendían asechanzas a los romeros… Sin duda algu-

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De los muchos caminos que atravesaron Aragón para ir a Compostela, el de Castellón pasaba por La Iglesuela, antaño importante centro textil del que aún queda un magnífico telar.

na la ruta más conocida y transitada es la del Somport –el ‘Camino de Santiago’ con mayúscula–, pero no la única. Todos los puertos pirenaicos fueron permeables como lo demuestran los restos de hospitales al pie sur de la montaña: Santa Cristina, Socotor, San Nicolás, Parzán, Gistain y Benasque. Sin duda alguna, a mediados del siglo XI, por Arén penetraba un camino que llevaba a Jaca; hacia 1100 se abre el que de Tremp conducía a Huesca, desde

donde surgen varias alternativas; a mediados del siglo XII, tomadas Fraga, Lérida y Tortosa nacen al menos cuatro: por Sariñena, por los Monegros (existe mínima descripción) y dos por ambas orillas del Ebro. Desde Caspe, uno importantísimo llevaba a Alcañiz y a Montalbán para enlazar en Calamocha con los que ascendían desde Valencia (reconquistada en 1238) por el Turia-Jiloca y desde Castellón por La Iglesuela. Desde Calamocha, los ríos

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Jiloca y Manubles dirigían a los romeros hasta Torrelapaja. Zaragoza ni qué decir tiene que era confluencia de varios para distribuir a los romeros hacia Tudela, Ágreda o Soria. Varias correspondencias enlazaban de Norte a Sur, o viceversa, a los anteriores caminos transversales. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, unos caminos y otros (antiguas calzadas y caminos reales) fueron recebados, primero, y asfaltados, después, hasta constituir la actual red de autopistas-autovías que atraviesan con rapidez Aragón de Este a Oeste y de Norte a Sur a la que se conecta la red secundaria interna, sea de titularidad estatal, autonómica o local. Precisamente la responsabilidad de la Comunidad (con ayuda estatal las más de las veces) radica en elevar a la categoría de autovía algunas

Desaparecidos los muchos aeródromos aragoneses, Zaragoza, Huesca y Teruel tratan de enlazarse a la red aérea hispana, cual es el caso del recientemente abierto aeropuerto de Monflorite.

de las vías secundarias para tratar de acercar en tiempo a los cada vez más pueblosoasis de Aragón. Esa fue, sin duda, la táctica de quienes en su momento diseñaron los ferrocarriles que atraviesan o que atravesaron Aragón. Si la primera línea española nace en 1848, el primer tendido férreo no llegó a Aragón hasta 1861 para llevar a Barcelona por Lérida (1861), uniéndosele dos ramales (Tardienta-Huesca, 1864 y SelguaBarbastro, 1880); también en 1861 se llegaba a Alsasua, camino del Norte, línea a la que se conectarían dos ramales ya en el siglo XX (Borja-Cortes de Navarra –de vía estrecha– y Tarazona-Tudela). En 18631864 se llegaba a Madrid por Calatayud y compañía distinta conectó por segunda vez con Barcelona (1879), ahora pasando por Caspe. Entre 1893 y 1895 se abren nuevos horizontes: se inaugura el trazado HuescaJaca (la llegada a la frontera aún tardaría 38 años) y se unía Aragón con Valladolid, vía Ariza. Cuando comienza el siglo XX, se atisba la llegada a Valencia, pero Francia queda lejos todavía. Ya en el siglo XX, en 1901, Teruel dejaba de estar aislada, pues se abría la línea Sagunto-Calatayud; en 1928, se unían Jaca y Canfranc, y un año después se enlazaba Calatayud con Soria. El Bajo Aragón tenía grandes expectativas, pues –durante el gobierno de Primo de Rivera (1923-1930)– se había construido toda la infraestructura de la línea que uniría Teruel con Alcañiz, para prolongarse por Caspe, Mequinenza y

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Las comunicaciones férreas con Francia siguen siendo una reivindicación ya secular de la que es muestra importante la estación internacional de Canfranc.

Lérida hasta Pobla de Segur. Su apertura se retrasó y, aunque en 1939 se trabajó en el tendido, jamás llegó a inaugurarse. Alcañiz, no obstante, consiguió al final su tren, pero éste le unía a Zaragoza y San Carlos de la Rápita (1942). Teruel y

Alcañiz se desvinculaban entre si. Sin embargo, quien lograba sus propósitos era Cariñena: sobre el ferrocarril de vía estrecha que le unía con Zaragoza, se construyó, en 1933, la línea Zaragoza-Caminreal. Construida la red básica, quedaban los

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Con toda la costosa infraestructura preparada para su inauguración, la línea férrea que unía Teruel con Pobla de Segur quedó nonata. Algunas de sus bellas estaciones han sido rehabilitadas para otras funciones, como la de Torre del Compte.

retoques, los consoladores ramales de vía estrecha, los ferrocarriles mineros, varios proyectos jamás realizados y bastantes frustraciones. Ejea se enganchaba al ramal de vía estrecha de Sádaba a Gallur (1915), mientras que para evitar el rodeo por Huesca, se enlazaban Zuera y Turuñana en el camino hacia Francia. Tres líneas mineras –dos de vía estrecha y una de trazado normal– transportaban carbón y mineral de hierro: Zaragoza-Utrillas, Ojos NegrosSagunto y Andorra-Escatrón. En 1949, una compañía estatal –RENFE– se hacía para su explotación con todas las concesiones de vía ancha. Hoy, por no haberse construido o por cierre de varias líneas, comarcas enteras y poblaciones importantes del tejido aragonés no tienen tren. Entre las últimas, recordaremos algunas: Aínsa (1.897 habitantes), Graus (3.472), Barbastro (15.880),

Tamarite (3.678), Fraga (13.191), Tarazona (11.022), Borja (4.501), Ejea (16.785), Tauste (7.503), Alcañiz (15.447), Andorra (8.034) y Daroca (2.324). Con los pueblos aledaños, más del 10% de los aragoneses. En la actualidad, el AVE ya atraviesa Aragón de Este a Oeste, pero muchas de las líneas tan trabajosamente logradas por nuestros mayores –no todas– han sido levantadas o tienen problemas estructurales, como son los casos de la línea pirenaica y la turolense. Más que nunca se puede decir que no existe una estructura regional del ferrocarril. Afortunadamente los lechos alargados de las vías y bastantes estaciones han sido recuperados para el asueto, el paseo en paz o la práctica del deporte, son las denominadas ‘vías verdes’. El ferrocarril parece perdido a efectos de vertebración interna.

El tren de alta velocidad ha acercado a Zaragoza en menos de hora y media de los centros neurálgicos del Noreste hispano.

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Escenario Transfor mado

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os afanes de 1.277.471 aragoneses por mejorar personal y colectivamente dependen de un sinfín de factores entrecruzados que no siempre pueden controlar los propios protagonistas máxime en una sociedad globalizada como la actual: recursos naturales,

preparación intelectual y técnica, dirección política y sindical adecuadas, financiación suficiente, riesgo controlado unido a la capacidad para emprender, compromiso empresarial, excelencia en el trabajo en un mundo ferozmente competitivo, etc. Como analizar uno a uno todos estos condicio-

Con la industrialización de comienzos del siglo XX nacieron empresas como 'La Zaragozana' aprovechando la gran producción de cebada de nuestros campos.

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nantes sería más tedioso que imposible, tanto como descender a las distintas actividades transformadoras productivas (almendra en cosmético, uva en vino, viento en energía, nieve en ocio, aceite en arte…), recurriremos a datos estadísticos elementales. Por otra parte, aunque se podrían comparar los resultados con muchos otros parámetros (presupuestos públicos, inversiones privadas, población activa, espacio, etc.), lo reduciremos tan sólo a la población relativa respecto a la nacional: al 3,07% de la población total española. El espacio agrícola aragonés presenta las siguientes cifras en relación con España: las tierras labradas, el 10,17% del total hispano, es, pues, un territorio de importancia agrícola, tras Castilla-La Mancha (22,2%), Castilla-León (21%) y

Las harineras, como la de Selgua, formaron parte del proceso de industrialización del siglo XX aragonés basadas en la gran producción de trigo.

Los 'hornos de pan cocer', como el rehabilitado de Torre de Arcas, formaron parte de la artesanía local de nuestros pueblos.

Andalucía (20,95%); superficie regada, en cuarto lugar, con el 11,4% del total hispano. El solar agrícola aragonés se dedica al trigo (12,9%), cebada (24,8%), arroz (1,7%), maíz (12,2%), forrajeras (29,1%), olivar (2,3%), viñedo (3,8%), almendro (1,1%), legumbres (0,2%), hortícolas (5,4%) y frutales (13,3%). En un pasado no muy remoto, la mitad de las tierras cultivables de Aragón –sobre todo Cinco Villas y Monegros– se dedicaron al cereal, fundamentalmente al trigo, cuya necesidad de almacenamiento introdujo en el paisaje agrario la silueta inconfundible del silo. La enorme producción

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permitió asirse al carro de la industrialización de finales del siglo XIX, y el territorio aragonés se llenó de harineras, factorías de nueva planta que con azucareras, alcoholeras y fundiciones cimentaron un desarrollo fabril importantísimo al necesitar y potenciar otros recursos (carbón, hierro, ferrocarril, etc.). Tras haber salvado multitud de escollos (ventajas otorgadas al trigo castellano por los ferrocarriles, las dos guerras mundiales y la civil española, la competencia catalana, etc.), la industria harinera se ha visto afectada por la importación de trigos extranjeros más baratos obligando a cerrar bastantes factorías. Por otra parte, si la puesta en regadío de las tradicionales

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tierras de trigo ha cambiado éste por plantas forrajeras para alimentar al ganado, su utilización para la obtención de biocombustible puede dar un nuevo vuelco al sector. El arroz, llegado a la Península de la mano de los musulmanes en el siglo VIII, ha adquirido entre nosotros una enorme importancia a pesar de sus exigentes condiciones de cultivo: superficies de riego fácil, pocos contrastes de temperatura, abundante mano de obra, grandes inversiones y intervención de técnicos especializados. No obstante ocupa un importante tercer lugar en el ámbito hispano, detrás de Andalucía y Cataluña, y algunos arroces

Aunque la producción de arroz no sea muy grande, los arroceros aragoneses han apostado por la calidad.

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Algunas comarcas aragonesas con sus olivos y sus aceites han dando lugar al denominado oleoturismo.

aragoneses han alcanzado la “C” de calidad alimentaria que otorga el Gobierno de Aragón. La mayor parte de los arrozales están en las Cinco Villas, sur de la Hoya de Huesca, Monegros, Cinca Medio y Ribera Baja del Ebro. El acebuche, olivo silvestre de fruto poco aprovechable, perdió protagonismo cuando fenicios y griegos introdujeron en Iberia, hacia el 500 a.C., el olivo. De enorme longevidad, su abundancia en nuestra tierra se debe a su resistencia a los rigores del clima. No excesivamente alto y de troncos y ramas retorcidos, su fruto –oliva o aceituna– prensado en la almazara, deri-

va en aceite. La aceituna ‘empeltre’, de color negro, supone el ochenta por ciento del aceite de denominación de origen, junto a las variedades ‘aberquina’ y ‘royal’ que aportan el resto. Aunque se da en todo Aragón, son zonas olivareras por excelencia la Hoya de Huesca, el Somontano de Barbastro, La Litera, el Somontano del Moncayo, el Campo de Belchite y el Bajo Aragón histórico. Impresionantes son las vistas desde el santuario del Pueyo, junto a Barbastro, o desde el poblado ibérico de Calaceite, con mares de olivos a sus pies. En busca de los aceites de sus almazaras, generalmente regentadas por cooperativas

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Cada 'Denominación de Origen' vinícola posee sus propias plantaciones de vides lo que se traduce en el paisaje, como este caso de la zona de Cariñena.

locales, ha surgido una especie de oleoturismo, a lo que ha contribuido la creación de la ‘Denominación de Origen’. Bastantes pueblos (Aniñón, La Muela y Ráfales, por ejemplo) han abierto museos especializados en torno al olivo y al aceite, aunque puede visitarse muchas almazaras todavía existentes, unas siguiendo el método tradicional, el de presión, otras el continuo, más moderno. Por número de almazaras, la mayor concentración se da en el Bajo Aragón, en el Bajo Martín y en el Matarraña. Junto a trigo y olivo, la vid forma parte de la trilogía agrícola mediterránea.

Aunque se cultivó en Aragón desde tiempos remotos, no encontramos grandes viñedos hasta la Edad Media con variedades típicamente aragonesas como la ‘garnacha’ tinta y blanca, la ‘mazuela’ y la ‘macabeo’, de ahí que constituyan parte de nuestro patrimonio. La expulsión de los moriscos –excelentes agricultores– a comienzos del siglo XVII significó un duro golpe para los viñedos, y costó mucho recuperarlos. Sin embargo, ya en el siglo XVIII se produjeron grandes excedentes de vino que se destinaron a la exportación, máxime cuando los caldos aragoneses se vieron favorecidos por el desastre de la

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Aragón vive un fenómeno curioso, el oleoturismo, pues aparte de la comercialización convencional, los excelentes aceites aragoneses se venden en las propias almazaras, como la de Alcorisa.

filoxera en Francia, que a finales del siglo XIX llegó también a nuestra tierra. Muchas especies autóctonas fueron arrancadas para plantar vides americanas (‘rupestre’ y ‘riparia’) y su introducción modificó incluso hábitos y técnicas de cultivo. Las variedades autóctonas y patrimoniales intervienen en la elaboración de parte de los vinos aragoneses, tanto en los de D.O, como en los llamados ‘vinos de la tierra’ (Valle del Cinca, Ribera del Gállego-Cinco Villas, Valdejalón, Campo de Belchite, Valle del Jiloca). Por variedades, su distribución más o menos es la siguiente: la ‘garnacha’, quizás la uva más aragonesa, continúa siendo la reina, singularmente en la provincia de Zaragoza. La ‘garnacha tinta’ es típica de Calatayud,

Borja y Cariñena y de la provincia de Teruel; en cuanto a la ‘garnacha blanca’ abunda en los vinos del Bajo Aragón. La ‘mazuela Cariñena’ se cultiva en el Campo del mismo nombre y es importante en la D.O. Calatayud. La variedad ‘macabeo’ (blanca), tal vez la más cultivada tras la ‘garnacha’, destaca en las D.O. de Calatayud y del Somontano. La ‘moristel’ se cultiva en Zaragoza y en el Somontano oscense, donde es variedad principal; en Cariñena la uva recibe el nombre de ‘moristel-Juan Ibáñez’ o ‘concejón’, aunque no es muy abundante. La ‘tempranillo’ se cultiva en Calatayud, Campo de Borja y Somontano. La ‘robal’ interviene en los blancos de Calatayud y la ‘moscatel de Alejandría’ aparece en los blancos de Borja. Todas ellas conviven con especies foráneas modernas como la ‘syrah’, la ‘pinot noir, la ‘cabernet-sauvignon’, la ‘merlot’, etc. Originario de la costa, donde lo cultivaron griegos y fenicios, el almendro se adaptó al interior al aceptar bien tanto los suelos graníticos como los calizos y no necesitar de mucha agua. Únicamente soporta mal la altura de ahí que escasee en las zonas más montañosas. Siempre dio leña para los fogones, pero el campesino buscó el poder energético de su semilla, la almendra. Mucho antes de pasar a ser condimento gastronómico, guirlache o ingrediente de perfumes y cosméticos, fue alimento con pan para la merienda y postre en días de fiesta. Y antes de que la ciencia

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La almendra es la base fundamental del acreditado 'turrón negro', típico de las Navidades aragonesas.

acumulada en el SIA nos diera la variedad de almendra ‘guara’, los campesinos solos lograron variedades de nombres peculiares: ‘desmayo largueta’, ‘marcona’ y ‘desmayo rojo’ –que florece tarde para salvar los hielos–, entre otras. Tradicionalmente, las zonas de cultivo intensivo son las del Somontano barbastrense, la Hoya oscense, el Bajo Aragón histórico, el valle medio del Jalón, La Litera y el Bajo Cinca, pero los hay en otras muchas. Empresas varias seleccionan y preparan las almendras

como frutos secos, mientras otras pugnan por conseguir el sello de ‘Calidad Alimentaria’ en torno al ‘turrón negro’, elaborado con almendras de la variedad ‘largueta’ sin pelar. La pastelería artesana produce ‘piedrecicas’ del Calvario, carquiñoles, almendrados, turrones, pastas artesanas, colinetas, garrapiñadas, peladillas de boda y bautizo… Se comercializa, en fin, hasta la cáscara de almendra que antaño alimentó estufas de escuela. Milenario entre nosotros, la gastronomía aragonesa

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La borraja, verdura típica y casi exclusiva del valle del Ebro, ha dado origen a una interesante especialidad gastronómica.

hace salsa con ella para acompañar a garbanzos y cardos, pero también es nombre de pueblo y apellido –Alloza–, almendro en árabe.

Aragón es más consumidor que productor de legumbres, aunque antaño se cultivaran en muchos pueblos como testimonian los términos ‘Garbanzal’ de muchos municipios o se empeñen en desmentir en Embún, en el valle de Echo (localidad famosa por los boliches de sus huertos), en Luesia, en las altas Cinco Villas (donde periódicamente se celebra la ‘Feria de la Judía’), en Luco de Jiloca (donde presumen de buenas judías), o en Tarazona, donde, con motivodela romería del Quililay, las judías desempeñan un papel fundamental, puesto que son repartidas por el Cabildo turiasonense junto con migas a la pastora ofrecidas por el Ayuntamiento. Algunas de estas legumbres son la base de cocidos y potajes muy calóricos, como los ‘recaos’, recuerdo de la gran cantidad de energía que el trabajo en el campo necesitó. Aparte de familiares entre nosotros, las hortalizas son tradicionales y muy abundantes en nuestras huertas (áreas del Cinca, Zaragoza y alrededores, Cinco Villas, Jalón-Jiloca, etc.), predominando en unas zonas las hortalizas para comer en fresco, mientras en otras priman las destinadas a la industria alimentaria. El mayor número de Ha., en orden decreciente, está dedicado a pimiento, tomate, cebolla, melón, espárrago y judía verde; a distancia les siguen acelga, escarola, espinacas, calabaza, cardo y borraja. Pero si hablamos de tradición, tres son los nombres que destacan: borraja, alcachofa y cardo. La borraja –aportada por los musulmanes– es muy

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típica de Aragón, y tiene un currículum impresionante: más del 70% de la que se cultiva en España crece en nuestra tierra; diurética, depurativa y laxante, la medicina clásica y Linneo la consideraron planta propia de botica y, desde 1997, forma parte del patrimonio agroalimentario de Europa. La alcachofa y el cardo (no hay Navidad sin él) completan esta gran tríada patrimonial. Los regadíos modernos han transformado a las Cinco Villas, que han pasado de

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ser granero de cereales a líder en hortalizas (pimiento, tomate, espárrago, puerro, coliflor, alcachofa, cebolla y ajo). La alargada Ribera del Ebro (tomate, cebolla, espárrago, lechuga, coliflor, achicoria, col, repollo, acelga, cardo, melón) tiene nombres propios: cebolla de Fuentes de Ebro, tomates de Utebo, cardos de Muel y Mozota; borraja de los barrios zaragozanos de Las Fuentes, Montañana o Movera. El río Jalón y afluentes, con La Almunia y Calatayud a

La fruticultura ha experimentado un enorme cambio cualitativo, logrando especilidades tan acreditadas como los melocotones de Calanda.

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elogios constantes, desde el siglo I (del poeta bilbilitano Marcial) hasta los viajeros que atravesaron Aragón en los siglos XVI y XVII, aparte de los musulmanes que, en sus múltiples descripciones de distintas poblaciones hoy aragonesas, destacan la variedad y riqueza de las frutas, destacando las ciruelas de Huesca. Hasta época reciente nuestros frutales se han distinguido por la desigualdad de los frutos, sus rendimientos irregulares y su carácter complementario de la economía agraria, pero en las últimas décadas se ha pasado a un cultivo racional

La lavanda, más apreciada por nuestros vecinos del Norte, es fundamento de una interesante industria de perfumería.

la cabeza, aparte de zona fruticultora importante lo es también horticultora (judía verde, ajo, tomate, cebolla, melón), siendo afamados los ajos de Bardallur y Arándiga. El canal de Cinca-Monegros (pimiento, cebolla, judía verde, tomate) ha hecho el milagro de que buena parte de tierras antaño cerealistas de secano produzcan hoy frutos tradicionales de huerta. Los frutales constituyen otro de los cultivos tradicionales de Aragón, mereciendo

Considerada tradicionalmente una especia típicamente aragonesa, el cultivo del azafrán, muy exigente en brazos, ha retrocedido en los últimos tiempos.

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El azafrán, más antes que ahora, ha sido un cultivo complementario en zonas como la de Monreal del Campo, que la ha dedicado un museo especializado.

(plantaciones regulares, técnicas modernas de cultivo y selección de variedades) que ha convertido al sector frutícola en uno de los motores del cambio rural. Los regadíos han dado paso al cultivo intensivo, destacando tres comarcas: valles del Cinca (donde predomina la fruta de hueso) y del Jalón (con reconocimiento unánime sus excelentes cerezas, además de manzanas, peras y melocotón, que ya tenían fama y se exportaban a Castilla en la Edad Media) y el amplio Bajo Aragón histórico (donde Calanda es el reino del melocotón amarillo y tardío, típicamente embolsado en el árbol, con D.O. propia); a

dichas zonas se acercan ya la Hoya de Huesca, el Somontano barbastrense o el Campo de Borja. Últimamente, se trata de recuperar la fruticultura ecológica, pero aún queda mucho por hacer en el terreno de la transformación (mermeladas, zumos, etc.), habida cuenta que cuando se intenta surgen productos de la calidad de las ‘frutas de Aragón’, las ‘frutas escarchadas’ o los ‘orejones’. Existe, por último, un grupo de plantas sobre las que ni siquiera existen estadísticas o Aragón no entra en ellas, pero que encierran una gran riqueza costumbrista cuando no patrimonial: especias, trufa y

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El lino y el cáñamo fueron fundamentales hasta mediados del siglo XX para la artesanía textil de muchos de nuestros pueblos.

plantas textiles forman parte del mismo. El fácil acceso a todo tipo de bienes en el mundo globalizado actual ha despojado a las especias de parte de su pasado misterioso y mucho de su exotismo, pero tiempo hubo en que eran bastante raras y caras. Sabido es cómo Jaime II de Aragón inten-

tó su control comercial en el Mediterráneo sin conseguirlo y cómo el primer viaje de Colón estuvo motivado por la necesidad de buscar una ruta alternativa a la que los turcos habían cerrado para conseguirlas. Se usaban –y se usan– para la conservación y condimento de los alimentos, pero también son fundamentales como componente de perfumes, en tinturas, en magia y en medicina. Entre las más apreciadas, pimienta, cayena o guindilla, mostaza, nuez moscada, sésamo, vainilla, curry, clavo o canela. Muchas de ellas siguen llegando de Oriente como antaño y están en cualquiera de nuestras despensas. Pero los aragoneses buscamos alternativas propias: por ejemplo, el azafrán que trajo el moro y se hizo nuestro. ¿Y el anís? ¿No funcionan como muchas de las especias exóticas el romero y el tomillo en poca cantidad? Tomillo, romero y anís –si se acepta que han funcionado y funcionan cada vez más como especias, sobre todo los dos primeros– los hay en todo Aragón; basta con alejarse un poco del asfalto urbano. El perejil puede crecer en cualquier huerta e incluso en maceta doméstica de terraza o ventana. Al azafrán nadie le disputa el honor de ser especia, pero cada vez se cultiva menos por la cantidad de tiempo y mano de obra que requiere, de eso saben mucho en el altiplano de Monreal del Campo donde el ‘Museo del Azafrán’ explica el proceso de su cultivo. La trufa –que no pretende ser especia porque vale y cuesta más que ellas– hasta hace poco era natural, ahora ya se cultiva.

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En el paisaje rural, es difícil no encontrar una granja avícola en la cercanía de nuestros pueblos.

Las zonas montañosas de Aragón son ricas en setas. Hayedos, abetales, abedulares, robledales, encinares, carrascales y pinares acogen una gran variedad que han dado origen a una sugestiva gastronomía autóctona, con concurridas ferias y encuentros micológicos anuales. Pero de todas las variedades destaca una: la trufa, sobre todo la negra. Su búsqueda requiere de perros –incluso de cerdos– convenientemente adiestrados, porque tan preciado manjar se oculta hasta más de treinta centímetros bajo la superficie, junto a las raíces que más les gusta, las de las encinas. Los truferos aragoneses han llevado a Aragón a ser la primera región productora de España, y así como la lonja cárnica de Binéfar sirve de referencia para la venta de carne en el país, Sarrión y Graus, junto con Vic y Morella, marcan el precio fluctuante, pero siempre elevado,

según la oferta y la demanda en cada momento. En Aragón existen tradicionalmente varias zonas truferas: en los Pirineos, el Sobrarbe y la Ribagorza van a la cabeza, con Graus, Benabarre y Aínsa como centros neurálgicos, sobre todo el primero. En la Cordillera Ibérica, el Maestrazgo, GúdarJavalambre, parte del Bajo Aragón turolense y el Matarraña son las zonas más ricas, en este caso con Mora de Rubielos a la cabeza, aunque desde hace algún tiempo Sarrión ha surgido con fuerza con los frutos sembrados en sus carrascales, villa en la que cada diciembre se convoca la ‘Feria Internacional de la Trufa’ [FITRUF], pues no en vano la provincia turolense es la primera productora nacional. Por último, una referencia obligada a las plantas textiles hoy casi son inexistentes pero fundamentales antaño. Vivienda,

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alimentación y vestido constituyen necesidades básicas desde los albores de la Humanidad. En el caso del vestido, hasta la aparición de las modernas fibras sintéticas, la materia prima se obtuvo de los animales (cuero, lana y seda) y de las plantas textiles, principalmente lino, cáñamo y algodón. De esta trilogía, hasta los albores del siglo XX se cultivó mucho cáñamo que, unido al esparto, al junco y a la caña originó pequeñas industrias y talleres artesanos de alpargatería, cestería, cordelería, atalajes, bayetas, paños. Menor presencia tuvo el lino porque requería mayor humedad y cierta riqueza de suelo. El algodón, introducido por los árabes y muy necesitado de suelos profundos, nitrogenados y mucha agua, apenas tuvo incidencia hasta la generalización de los regadíos del siglo La oveja, tan tradicional en nuestra tierra, ya aparece representada en las pinturas rupestres de Alacón.

Sobre todo en las tierras altas turolenses han proliferado los secaderos de jamón alimentando una industria que crece cada día.

XX, A este trío hoy testimonial –cáñamo, lino y algodón– podríamos añadir la seda, al considerar que la morera es fundamental para la cría del gusano. Ahora, basta con ir a unos grandes almacenes y pedir la talla adecuada, pero este fenómeno es reciente, de los años cincuenta o sesenta del siglo XX hasta hoy. Por eso, poder seguir todo el proceso que lleva a unas cañas a ser hilo y convertirse en toalla, camisa o mantel constituye toda una lección de humildad. ‘Enriar’ o remojar el cáñamo o el lino; secarlos de nuevo; quitarles las semillas

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con el ‘esgarbador’ y machacar los tallos con la ‘cascadera’ para liberar la fibra flexible de la tosca; suavizarla mediante el ‘espadado’ y hacer surgir la fibra fina con la ‘corona de Cristo’ o ‘rastrillo’; convertirlo en ovillo con la ‘rueca’, el ‘enrocador’ y el ‘huso’; hacerlo madeja con el ‘demoré’; blanquear el nuevo hilo en el ‘roscadero’ tras hacer lejía con agua caliente y ceniza del hogar; y formar por fin la madeja blanca en la ‘devanadera’ para llevarla al telar, es todo un proceso trabajoso. Seguirlo paso a paso es fácil acudiendo al ‘Museo de Artes Populares de Serrablo’, en Sabiñánigo, al ‘Museo Etnológico Miguel Longás’ de Ejea o al ‘ Museo de Oficios y Artes Tradicionales’ de L’Ainsa. Ahora, si nos adentramos aunque sea

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Antes incluso que la Mesta castellana, Zaragoza contó con una institución ganadera similar, la 'Casa de Ganaderos' todavía viva.

someramente en la otra faceta del mundo rural, vayan por delante unos pocos datos.

Aparte de otras razas importadas y adaptadas, en nuestra cabaña lanar destaca la 'oveja rasa aragonesa'.

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La cabaña animal explotada en Aragón supone un 17% del porcino nacional; un 16% de aves; un 13,62% del ovino, en quinto lugar, el 4,91% del bovino; un 3,04% del caprino; el 10,1% de aves. El ganado porcino estabulado, en segundo lugar tras Cataluña, ha influido en el paisaje del agro: a la iglesia, silo de cereales y antes el palomar se añade ahora la granja, que también puede ser avícola. Buena parte de los animales sacrificados se destinan a la cura de jamones –destacando la ’D.O. Teruel’– y la charcutería, fundamentalmente longanizas, como las de Graus, Monreal, Formiche o Fuentes de

Ebro, entre otras. En cuanto a las aves, pocos son los pueblos que no hayan abierto pequeñas explotaciones familiares integradas en redes dependientes de grandes empresas aragonesas, foráneas o mixtas que garantizan todo el proceso productivo, incluidos los piensos compuestos y los mataderos especializados. La Comunidad ha instituido la marca ‘Aragón Calidad Alimentaria’ para el pollo campero o de corral y para los huevos de gallina. Imperó la oveja hasta la eclosión del cerdo y, desde su primera representación en tierra aragonesa hace cinco mil años –las pinturas rupestres de Alacón así lo

Aunque sea objeto de un museo especializado en Guadalaviar, la trashumancia entre las tierras bajas y altas todavía sigue estando vigente.

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atestiguan– hasta hoy se ha fraguado toda una cultura en torno al ovino, sobre todo a partir de la Edad Media, cuando guerreros y ovejas repoblaron juntos el país, estableciendo hábitos como el de la trashumancia e instituciones reguladoras como la Casa del Ganaderos Zaragoza (anterior a la Mesta castellana) y Tauste, ambas vivas todavía, la Mesta de Albarracín, el Ligajo de Pastores de Calatayud y el Ligallo de Pastores de Letux, entre otras. Se investiga en la mejora de la raza ovina en Almonacid de la Sierra, en La Cartuja Baja y en Zaragoza. Actualmente constituye un sector clave de la economía aragonesa y una seña de identidad gastronómica como muestra el ‘ternasco de Aragón’, con etiqueta de denominación específica, aparte de algunos quesos renombrados. Puede uno acompañar, si se tiene tiempo y se llega a un acuerdo con el mayoral, a los muchos rebaños que en trashumancia recorren de paridera en paridera las cañadas seculares, aprovechando las balsas del camino y los saladeros donde las ovejas lamerán la sal arrancada de las minas de Remolinos. En la dieta de los pastores quizás haya una noche con migas y queso. Al final del viaje, el aprendiz de pastor será capaz de distinguir a las ‘churras’ de las ‘merinas’ y, si se me apura mucho, a la ‘roya bilbilitana’ o la ‘rasa aragonesa’ de la ‘segureña’ o ‘manchega’. No sólo muchas ‘cabañeras’ o ‘cañadas’ siguen activas, sino que en Fortanete, en el Maestrazgo, se ha abierto una ‘Escuela de Pastores’, en la que

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La minería, más activa antaño que hoy, muestra huellas patrimoniales como el poblado minero de Aliaga.

una buena parte de sus alumnos son inmigrantes. En Guadalaviar, junto a Albarracín, se celebra cada agosto un ‘Encuentro Internacional de Pastores Trashumantes’ con participación de pastotes de otras latitudes y culturas, representantes de los pue-

Del hierro extraído antaño en Ojos Negros aún quedan importantes huellas, hoy convertidas en testimonios patrimoniales que merecen ser conservados.

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El hierro alimentó las fraguas turolenses y dio origen a una importante artesanía en forma de hermosas rejas como pueden verse en Orihuela del Tremedal.

blos tuareg, masai, indios cuervo, etc.; existe además un pequeño y aleccionador ‘Museo de la Trashumancia’ en Caldearenas. La actividad industrial nacional supone 417.148.199.000 de €; tres sectores de

entre quince tenidos en cuenta representan casi la mitad del total, el 45,7%, concretamente: alimentación, bebidas y tabaco (17,1%), coquerías, refino de petróleo y químicas (15,1%) y material de transporte (13,5%). Para conocer qué supone la actividad industrial aragonesa respecto de la nacional existen muchos datos, pero, tras entrecruzarlos, sólo proporcionaremos los mínimos para centrar el papel desempeñado por el 3,06% de la población española, es decir, la aragonesa, que ha producido el 4,7% del total del país. La de Aragón ocupa el cuarto lugar entre las diecisiete Comunidades Autónomas tanto en ‘material eléctrico y electrónico’ (con el 8,4%), con ascenso continuado, como en ‘maquinaria y equipo, óptica y similares’ (con el 7,0% del total hispano); el quinto lugar lo logra en ‘otras industrias manufactureras’ (con el 7,9% del total) y en ‘papel, artes gráficas y edición’ (con el 6,1%), también en ascenso; el sexto puesto lo alcanza por el ‘material de transporte’ (con un 9,3% del total); el séptimo lugar supone la ‘energía eléctrica, gas y vapor’ (con el 6,1%); dos octavos puestos están representados por ‘cuero y calzado’ (3,3%) y ‘textil y confección’ (1,8%); los tres novenos logrados lo son en ‘madera y corcho’ (3,9%), ‘manufacturas del caucho y plásticos’ (3,8%) y ‘producción de minerales no metálicos’ (3,8%); los dos décimos puestos se deben a ‘productos metálicos’ (3,4%) y ‘alimentación, bebidas y tabaco’ (3,2%); por último, alcanza dos decimoprimeros

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La tradición minera en torno al lignito turolense puede revivirse en el Museo Minero de Escucha.

lugares: ‘producción, primera transformación y fundición de materiales’ (con el 2,5% del total) y ‘coquerías, refino de petróleo y químicas’ (1,8% del total). Las importaciones, referidas al total nacional y con datos del año 2005, suponen un 2,94%, en tanto que las exportaciones significan el 4,61%, con un balance, por lo tanto, positivo. Si nos fijamos en parámetros de calidad, los 1.132 ‘Certificados ISO 9001 de sistemas de gestión de calidad’ alcanzados por nuestra Comunidad nos sitúan en 2006 en el puesto octavo, con un 5,36% del total nacional, lugar alcanzado, asimismo, con los 246

‘Certificados ISO 14.001 de sistemas de gestión ambiental’, con el 5,4% de la globalidad hispana. Por último, señalemos que la participación aragonesa en el PIB (2005) fue de un 3,08%. Debajo de estas cifras existen muchas realidades diferentes: empresas modernas de última generación o modernizadas tanto en la producción de papel como en el de material móvil ferroviario o automovilístico; empresas de tradición secular pero competitivas en el sector del cuero y del calzado; empresas con expectativas reales ante la apuesta de la plataforma logística que supone PLAZA, enlazada ya con todo

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el mundo por tierra, mar y aire… Ante la imposibilidad material de entrar en detalle en cada actividad industrial haremos algunas reflexiones. La primera de ellas tiene que ver con aquellas materias o bienes producidos en Aragón que no generan aquí valores añadidos, de las que el alabastro puede ser ilustrativo. La casi totalidad de las explotaciones de alabastro lo son a cielo abierto y proporcionan material para la construcción pero sobre todo para la ornamentación y la escultura, siendo abundantes las obras de arte de las que Aragón es rico. Utilizado por romanos y musulmanes (la Aljafería constituye un magnífico ejemplo) es durante el gótico y el renacimiento cuando

Aragón cuenta con los yacimientos de alabastro más importantes de Europa, cuya explotación queda reflejada en el paisaje.

se usa abundantemente por los mejores artistas del momento (Gil Morlanes, Juan

Las azucareras, como la de Épila, sirvieron para cimentar la industria aragonesa del siglo XX.

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Aunque el molino más extendido fue el movido por las aguas de ríos y acequias, no faltaron en Aragón los de viento, como el rehabilitado de Malanquilla.

de Ancheta o Damián Forment, entre otros), legándonos obras maestras: la portada de Santa Engracia y los retablos del Pilar y de la Seo en Zaragoza, retablo mayor de la catedral de Huesca, etc. Aparte de otros yacimientos menores, destacan dos zonas productoras, la de Calatayud y la del Bajo Aragón, hasta convertir a Aragón en la mayor reserva de Europa, aunque hasta época muy reciente sólo ha sido productor-exportador, si bien a través de ‘Adalar’ (Asociación para el Desarrollo del Alabastro en Aragón), desde 1999 se pretende que nuestra tierra se

beneficie del valor añadido que supone su transformación. Por otra parte, llama poderosamente la atención el sector de la industria alimentaria que –si bien es el segundo dentro nuestros límites con el 11,5% del total– ocupa un décimo puesto a escala nacional lo que no se corresponde con el pasado próximo, pues se desarrolló enormemente entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, con gran protagonismo de las azucareras y las harineras, así como de otras industrias que directa o indirectamente dependieron de ellas como las alcoholeras, la pastelería…

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El acueducto romano de Cella constituye el primer trasvase de agua de nuestra tierra.

A estas industrias les acompañaron las del sector cárnico, las del vino, aceites y derivados del cacao. Hoy muchas de esas fábricas (azucareras, harineras, mataderos y alcoholeras, entre otras) pugnan por mantener en pie sus paredes. La competencia en los sectores más o menos tradicionales de la industria es feroz, pero el futuro inmediato ha comenzado. Nuestra Comunidad es rica en investigación y desarrollo a través de su Universidad de modo que la aplicación de los avances de la biocomputación, de la nanociencia, de la obtención de biocarburos a partir de vegetales y de las posibilidades del nitrógeno pueden suponer el despunte de una industria nueva. Por otra parte, Aragón es inmensamente rico en espacios vacíos, en viento y en horas de insolación con los que es difícil que nadie pueda competir lo que le abre, asimismo,

de la mano con la ecología, posibilidades no quiméricas de desarrollo industrial sostenible. Caso diferente es el del agua no sólo de boca, sino para la agricultura, la ganadería, la industria y el turismo fuentes de riqueza. Fue y sigue siendo un problema porque en buena parte del territorio se roza la semiaridez. El asunto merece alguna consideración. Fueron los romanos quienes iniciaron los regadíos en tierras hoy aragonesas, abriendo buen número de acequias o levantado auténticas obras faraónicas, como la del primer trasvase conocido para llevar las aguas del Turia a Cella, horadando toda una montaña. Los musulmanes los mejoraron y ampliaron, implantando tal vez el primer gran plan de riegos de Aragón en infraestructuras y en organización, legándonos multitud de acequias, brazales, azudes, norias y albercas, aparte de todo un régimen de riegos: zabacequias, adulas, adores, itas, alfardas, etc., cargos e instituciones muchos de ellos todavía vigentes. Los cristianos aprovecharon el sistema de riegos musulmán e incluso abrieron alguna acequia nueva como la de la Almozara Bajo los auspicios de la monarquía absolutista –cada vez más monopolizadora del agua– será la ‘modernidad’ del siglo XVI quien construya las primeras grandes obras de irrigación: la ‘Acequia Imperial de Aragón’, bajo el patronazgo de Carlos V; la ‘Acequia de Tauste’, los regadíos de

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La Almunia, Caspe, Mequinenza, Barbastro, Alcañiz o El Burgo de Ebro, entre otras poblaciones, lo cual originó un aumento de la producción agrícola. A esa ‘modernidad’ –pero ya bajo los Borbón, en el siglo XVIII, al aprovechar los logros de la ingeniería francesa– hay que adjudicarle la primera obra capaz de modificar las anteriores estructuras agrícolas, el ‘Canal Imperial de Aragón’, que –impulsado por Pignatelli e hijo del sueño de poner en comunicación el Mediterráneo y el Cantábrico–. llegaba a Zaragoza en 1784 y duplicaba la superficie regada. Pero al siglo XVIII se deben, asimismo, los embalses de Arguis (1704) y Mezalocha (1731) aparte de la realización de importantes proyectos, como el ‘Canal de Tamarite’, precedente del ‘Canal de Aragón y Cataluña’, y el ‘Canal de Cinco Villas’, etc., con un importante incremento agropecuario. El siglo XIX, ensimismado en derribar al ‘Antiguo Régimen’, sólo conservó lo ya realizado; habrá que esperar al reinado de Alfonso XIII (1902-1931) para anotar la primera generación de pantanos del siglo XX: reconstrucción del de Mezalocha (1906); San Bartolomé (1908); Cienfuens (1908); La Peña (1913), Pineta y Cueva Foradada (1920). El Gobierno de la ‘Dictadura de Primo de Rivera’ nos dejó Gallipuén (1927), Moneva y la reconstrucción de Arguis (1929). Hijos de la ‘II República’ (1931-1936) serán los embalses de Belsué (1931),

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El 'Canal Imperial de Aragón', de enorme infraestructura, como las 'Almenaras de San Nicasio en Novillas, constituye la primera gran obra hidráulica moderna.

Ardisa, Barasona y Santolea (todos de 1932), pero el empujón definitivo se debe a la ‘Era de Franco’ (1936-1975), destacando por su capacidad los embalses de Mequinenza (1966, 1.530 Hm3), Canelles (1960, 678 Hm3), Yesa (1960, 470 Hm3), Mediano (1974, 450 Hm3), El Grado I

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La primera generación de embalses aragoneses, como el de La Peña, surge en tiempos de Alfonso XIII.

(1969, 400 Hm3), Ribarroja (1969, 291 Hm3), Santa Ana (1961, 237 Hm3), La Sotonera (1961, 189 Hm3), Escales (1955, 158 Hm3), La Tranquera (1960, 84 Hm3), etc., y, por su oportunidad, los pequeños embalses sobre los escuálidos ríos de la derecha del Ebro: Las Torcas (7,5 Hm3), Arquillo de San Blas (22 Hm3), Los Toranes (1954, 0,6 Hm3), Valbona (1955, 0,7 Hm3), etc. Hoy son otros los nombres los que suenan: Biscarrués, La Loteta (relacionado con Yesa y Zaragoza), Lechago…

También se acumuló agua en estancas que no son sinónimo de embalses, sino depósitos artificiales en derivación, es decir, sin cerrar el curso del río, almacenando agua fuera de él, de manera que algunos llamados embalses son estancas, como el de La Sotonera. Existen ejemplos romanos, como la de Villarroya de la Sierra, en el río Ribota, pero no musulmanes, grandes constructores de acequias pero no de estancas. Las hay medievales, como la de Borja (de 1328, con 4 Ha de

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superficie), hija de la lluvia pero sobre todo de la acequia de Porroyo, pero la gran centuria constructora de estancas será la XVI. Existen bastantes, pero la más señalada de Aragón es la de Alcañiz, nacida de un canal del río Guadalope que continúa su camino una vez que le ha dado vida. Además de facilitar el riego, cormoranes, fochas, avocetas, somormujos hacen de ella su hábitat estacional. La distribución del agua a las tierras sedientas desde estos grandes depósitos,

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sean embalses o estancas, requiere una red de costosos canales. Junto al más antiguo, el Canal Imperial (108 km), recorren nuestra tierra los de ‘Aragón y Cataluña’ (124 km); ‘Bardenas’ (132 km), todavía incompleto; ‘Cinca’ (90 km); ‘Lodosa’ (127 km); ‘Monegros’ (133 km) que, dividido en Monegros I y II, está inconcluso; ‘Piñana’ (54 km) y ‘Tauste’ (44 km). Para salvar los desniveles del terreno, aparte del sifón el hombre ha construido acueductos. Ante su majestuosa apariencia

Los ríos pirenaicos precisan de presas monumentales para contener las aguas de sus embalses modificando de forma agresiva el paisaje natural.

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De las muchas estancas aragonesas, destaca la de Alcañiz, surgida del río Guadalupe.

y la dificultad técnica, el pueblo atribuyó su creación al diablo, de ahí que bastantes acueductos y puentes reciban la denominación del ‘Diablo’ o del ‘Gigante’. Los hay de todas las épocas, comenzando por los romanos, pero es en la actualidad –merced

a los nuevos materiales y técnicas de construcción– cuando han proliferado apoyados en altísimos pilares prefabricados. Nuestros campos están plagados de pequeños acueductos, muchos de ellos conocidos como ‘gallipuén’ o puente que conteniendo una acequia sirve a su vez de paso o puente. Como ejemplo de época romana, aparte de los románticos restos del acueducto de Los Bañales, es único el subterráneo que del río Guadalaviar llevaba agua a los llanos de Cella, obra que la tradición ha achacado al Cid y al que la leyenda ha tocado con su magia. El más completo y mejor conservado, el renacentista de ‘Los Arcos’ de Teruel que discurre dentro de la ciudad, pero también merecen una visita unos cuantos toscos y pequeños repartidos por todo Aragón, como el de los ‘Tres Ojos’ (Cervera de la Cañada), el ‘Arco de la Mora’ (musulmán, cercano a Zuera), el del ‘Olivar Alto’ (Morata de Jalón) y el gótico de Camarillas. Entre los modernos, impresionan varios ligados a los Riegos del Alto Aragón (Pertusa y Terreu, Tramos IV y V del Canal de Monegros), destacando el de Tardienta, de 836 m. de longitud. Como difícilmente se puede regar directamente desde un río o de un canal, hay que capturar sus aguas mediante azudes para distribuirlas por una red de acequias, azudes que constituyen, en muchas ocasiones, auténticas obras de ingeniería, ubicados casi siempre en parajes de singular belleza, como el azud del ‘Molino’ de Bierge, en el río Alcanadre, o los de la ‘Acequia Nueva’

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los azudes y si algunas son de origen prerromano (ahí está el ‘Bronce de Contrebia’), las más se deben a los romanos y a los musulmanes y son varias veces centenarias. Casi soslayadas, constituyen auténticas obras de ingeniería, con decenas de miles de kilómetros, trazadas y abiertas por maestros de obra casi siempre anónimos. Pero si el legado material es importante, también lo es lo relativo a su regulación a través de sus ‘ordenanzas’ de las que son garantes las Comunidades de regantes, que velan por el funcionamiento, cuidado material (las ‘guardas’) y turnos de riego (el ‘ador’), léxico todavía vivo. Singulares son algunas: la ‘Camarera’, nacida del Gállego, aguas arriba de Zuera; o la del ‘Rabal’ que, aparte de regar las huertas norteñas de Zaragoza y antes de morir en el Ebro, llevó parte de su tesoro a la ciudad

Junto al acueducto subterráneo de Cella, destaca otro también romano, el de Los Bañales, del que quedan varias pilastras.

y del ‘Molino Viejo’, ambos de Alcañiz; o los muchos que se pueden ver siguiendo la apacible carretera que bordea el río Jalón, muy pródigo en este tipo de ingenios, o en el propio Ebro que sólo entre Gelsa y Escatrón nos proporciona en torno a una quincena. Zaragoza, en fin, tendrá su azud para la Expo’08, aunque su objetivo no sea el riego. Lo cierto es que las acequias nacen de

Los molinos como el del 'Brazal' de Mas de las Matas, fueron indispensables antaño, hasta que las azucareras modernas acabaron con su actividad.

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Todos los ríos aragoneses están salpicados de azudes, algunos en parajes tan bellos como el del 'Molino' de Bierge, en el Alcanadre.

romana de la orilla derecha por un conducto de plomo tendido bajo el lecho. Asegurarse el agua para hombres y animales –lo mismo que la sal– ha sido una constante vital desde que el hombre se hizo sedentario. A falta de río, precisa fue siempre una fuente, un pozo o cuando menos un aljibe y una balsa, por este orden. En el Aragón reseco, muchos pueblos nacieron a la vera de alguna e incluso llevan su nombre. Y para aprovechar al máximo sus

aguas, junto a la fuente surgieron otros elementos imprescindibles para la vida de antaño: abrevadero y lavadero. No es de extrañar que en torno a la fuente tuviera lugar buena parte de la vida comunitaria. Tanto representaba la fuente que los concejos rivalizaron entre sí más que por la calidad de sus aguas, que también, por tener más que los demás, por el número de sus caños y por la belleza del conjunto sometido a modas como cualquiera otra obra

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Algunas acequias, como la 'Camarera' que atraviesa el casco urbano de San Mateo de Gállego, tienen hechuras de auténticos canales.

arquitectónica, dando incluso origen a la fuente monumental. Hoy, cuando el agua ha llegado a las casas, la fuente y sus accesorios (donde bebían animales y se hacía la colada) han perdido casi todo su significado social. Por cuanto antecede, parecerá mentira pero muchos de nuestros pueblos no han tenido agua corriente (aún quedan algunos), ni río ni fuente, aunque sí quizás un pozo medio seco. Sus habitantes trataron

de atesorar y administrar el agua que de cuando en cuando les regalaba el cielo ideando y acondicionando balsas en medio del campo (eran para los animales) o en los aledaños del pueblo, de donde bebían todos –las ‘balsas buenas’– o lavaban –las ‘balsas malas’–. Elegida la hondonada hacia donde corrían las aguas de lluvia, prepararon el terreno para que no se perdiera ni una gota: levantaron diques de piedras e impermeabilizaron el fondo con

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Las fuentes, como la 'de las Escaleras' de Calatorao, fueron durante muchos siglos lugar de reunión social de todos nuestros pueblos, que rivalizaron entre sí por hacerlas monumentales.

losas de piedra o barro endurecido. Alguien velaba para que el uso fuera racional, pues de la ‘balsa buena’ el agua iba a

las tinajas de la casa, en cuyos fondos se decantaban tierra e impurezas antes de hervirla. Esta es una historia de hace tan sólo cincuenta años. Más sofisticados eran los aljibes, cisternas artificiales para recoger el agua de lluvia, excavados en roca impermeable o utilizando materiales que no la dejaran escapar. Como obras de altos costes, sólo los señores o los municipios podían permitírselos quedándoles a los demás el recurso de la tinaja o del cántaro. Pero tan importante como el pozo artificial era el sistema de recogida del agua mediante una estudiada retícula de canalillos de conducción. En definitiva, el aljibe se convirtió en un bien estratégico que debía ser defendido a toda costa pues de él podía depender la supervivencia de una colectividad. Aljibes había en todos los castillos, como en Loarre y Peracense, o en el de Mesones de Isuela donde se pueden identificar los canalillos conductores. Lo cierto es que si sólo hubiera habido asentamientos humanos a la vera de los ríos nuestra realidad humana hubiera sido bien distinta pues la mayor parte de nuestros pueblos carecen o están alejados de ellos. Pero el agua no sólo corre por la superficie, también la hay en el subsuelo, liberándose muchas veces mediante manaderos naturales, las fuentes, origen de no pocos asentamientos. Pero el hombre arriesgó más y ocupó tierras sin agua aparente, y se las ingenió para descubrir acuíferos subterráneos y llegar a ellos median-

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En buena parte de nuestros pueblos, la balsa, sobre todo la 'balsa buena' de la que bebían sus habitantes, constituía un bien común de vital importancia que debía ser cuidada con esmero. Algunas de han rehabilitado, como la de Jaulín.

te pozos abiertos con ímprobos esfuerzos. Muchas veces no sólo se trataba de perforar un agujero en vertical sino de captar el agua mediante galerías longitudinales subterráneas cuyas paredes había que recubrir, los famosos ‘qanats’ árabes, obras de ingeniería de compleja realización, con escaleras para adentrase en ellos, de los que en

Aragón, sobre todo en Monegros y Somontano de Barbastro, hay ejemplares únicos que merecen un viaje cual es el caso del ‘qanat’ de Laluenga. Si tuviéramos que elegir un símbolo representativo de la lucha secular de los aragoneses por el agua nos inclinaríamos por la noria. Aunque las primeras son

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Junto a la fuente, derivada generalmente de ella, el lavadero fue una infraestructura urbana imprescindible.

romanas, fueron los musulmanes quienes llenaron nuestros campos de norias trabajadoras, ya movidas por el agua (la noria

Aprender a administrar el agua es uno de los retos inmediatos, sobre todo cuando se sabe cuánto cuesta lograrla, como en la comarca de Alfamén, donde el riego por goteo se ha convertido en un arte.

propiamente dicha) bien por animales obedientes (la aceña). Han desaparecido muchas, pero aún quedan testimonios que merecen ser rescatados con urgencia. Sin duda, la mayor concentración de norias se dio a lo largo del Ebro donde estaban las más grandes, algunas con dieciséis metros de diámetro. Quedan restos en varios lugares, pero es en el curso del Jalón, en la comarca de Valdejalón, donde quedan en pie varias y algunas trabajando todavía, como la de Villanueva, al pie de la carretera, constituyendo todo un ‘campo de norias’ próximo a extinguirse si no se pone remedio inmediato. Recorrer sus caminos rurales y hallarlas entre perales y manzanos es un auténtico placer para el espíritu; las hay en Chodes, Épila, Morata de Jalón y Urrea. Estudios diversos elevan a más de 400.000 Ha. las posibles nuevas tierras por regar, porque el aprovechamiento del agua sigue siendo, como en época romana, vital para una región que roza los límites de la semiaridez. Pero hasta que se domestique la última gota que la Naturaleza no necesite y aún después, tendremos que educarnos en menos irrigación y más aspersión, en menos anegación y más gota a gota, en menos derroche colectivo e individual. Como ninguna actividad humana está desligada de las demás, al referirnos a la lucha secular por el aprovechamiento del agua en nuestro solar no hemos hecho otra cosa que hablar de Patrimonio. Por eso, para finalizar y ante los muchísi-

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Todavía quedan en Aragón varias norias, sobre todo en torno a Morata de Jalón, donde están las más hermosas aunque en trance de desaparición si no se pone remedio inmediato.

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mos aspectos que todavía cabría hablar en una mera presentación como la presente, nos adentraremos en el terreno patrimonial por lo que tiene de nexo entre el pasado y el presente.

Alguna modalidad de pozo, como el 'qanat' de Laluenga, constituyen auténticas obras de ingeniería y merecen una visita para admirarlas.

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Escenario Patrimonial

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l Patrimonio aragonés es inmenso y rico y algunas de sus modalidades (el histórico, el artístico y el etnológico, sobre todo) se han puesto de moda merced a un cúmulo de circunstancias: la mejora de la calidad de vida, un turismo cada vez más exigente, el impacto audiovisual, la popularización de una tupida red de establecimientos hoteleros, la pugna entre todas las Comunidades Autónomas por captar gentes de otros lugares, la revitalización de rutas adormecidas (el Camino de Santiago o la Ruta del Cid, por ejemplo) o una nueva cultura surgida en torno a lo diferente, todo ello ha provocado un enorme movimiento de masas capaz de degustar y devorar cualquier tipo de bien patrimonial, pues la propaganda desempeña un papel fundamental. Guías, folletos, trípticos, videoclips, eslóganes, Internet, agencias de viaje, ofertas de viajes integrados (aguas termales y patrimonio; nieve y patrimonio; playa y patrimonio; montaña y patrimonio; deporte y patrimonio, etc.) y muchas otras variantes de oferta nos incitan a movernos. Para conservar alimentos o para fines quirúrgicos, los pueblos construyeron las 'neveras' con la nieve acumulada del invierno. Hoy se están rehabilitando, como la de Belmonte de San José.

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En consecuencia, el Patrimonio cultural aragonés se halla en un momento crucial. Por si fuera poco lo legado por nuestros mayores en una comunidad tan histórica como la nuestra, en los diez o doce últimos años se ha revalorizado una ingente cantidad de bienes culturales, patrimoniales o no. Una auténtica fiebre rehabilitadora ha invadido Aragón: puentes, neveras, molinos, batanes, almazaras, hornos, criptas, ermitas, lonjas han sido remozados; se convocan ferias medievales y monográficas por doquier y se abren rutas de toda índole; se revitalizan dances adormecidos. Se han puesto de moda las dramatizaciones, y a las tradicionales conmemoraciones de Jaca (‘Primer Viernes de Mayo’) o Aínsa (‘La Morisma’) se han añadido otras muchas: ‘Las bodas de Isabel’ (Teruel), ‘La estancia del Cid’ (El Poyo del Cid), el ‘Caballero de Montalbán’, la ‘Exaltación del Escudo’ (Cariñena), ‘Los Cincuenta Caballeros’ (Uncastillo), ‘La Morería’ (Mora de Rubielos), ‘La Cabalgada’ (Alcubierre), las ‘Crónicas del Compromiso’ (Caspe), ‘La Alfonsada’ (Calatayud), etc. Unas basadas en relatos o leyendas seculares, otras, inventadas. Por otra parte, entre 1995 y 2004 han nacido más del 80% de los llamados centros de interpretación aragoneses, y casi el 60%, entre 2000 y 2004; unos 170 establecimientos abren sus puertas con la denominación de museo, de la más variada procedencia, temática, medios económicos, medios técnicos y recursos humanos. El 82,5% han nacido entre 1995 y 2004 y, afinando un poco más los datos,

el 57% lo han hecho en cinco años, desde 2000 a 2004. El Patrimonio cultural aragonés se halla inmerso a nuestro juicio en una crisis de crecimiento, en una auténtica encrucijada, y ante la fuerza centrífuga que suponen en este terreno las comarcas recién nacidas, tan útiles en tantos aspectos, se impone una mayor coordinación de acción desde la Administración, a lo que ayudaría, sin duda, el tanto tiempo ansiado Instituto Aragonés de Cultura. Nuestro Patrimonio como pueblo está ligado a las creencias y a los sentimientos; a la lucha contra la enfermedad y a enfrentarse a la muerte; a la necesidad de agruparse socialmente y de comunicarse; a la utilización de los animales, del campo y de la Naturaleza a la que siempre se ha pretendido dominar; a los resortes multiformes del poder y del sometimiento; al derecho al ocio y a la cultura popular y culta; y, por último, a la necesidad de plasmar todo lo anterior a través de manifestaciones artísticas. Como cada uno de estos aspectos es un mundo, una vez más se impone la selección, no se tratará de todo. Aunque se habla mucho de la convivencia de las tres culturas (cristiana, musulmana y judía) por razones obvias es la primera la que mayor huella patrimonial nos ha dejado. Lo cierto es que no existe localidad que no sea anunciada desde lejos por la torre de su iglesia. Hablemos de las creencias y de algunas de sus manifestaciones. Si en el momento de la invasión islámica las tierras hoy aragonesas estaban orga-

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nizadas en tres diócesis (Osca, Turiaso y Caesaraugusta), la lucha contra los musulmanes, primero, y las necesidades de la contrarreforma, después, configuraron el mapa diocesano actual, quedando en el camino antiguas sedes como Roda de lsábena y Sasave. La reconquista nos dejó las de Jaca y Barbastro (aunque ambas fueron borradas durante unos siglos), Huesca, Zaragoza, Tarazona, y Albarracín (que también sería absorbida por Teruel). Por último, el miedo al morisco y al protestan-

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te originó las últimas: Felipe II creó la de Barbastro, segregó de la archidiócesis de Zaragoza la sede de Teruel, separó Albarracín de Segorbe y recreó la de Jaca. El mapa diocesano quedó dibujado, pues, en el siglo XVI. De Norte a Sur, siete diócesis: Jaca, Huesca, Barbastro, Tarazona, Zaragoza, Albarracín (por poco tiempo) y Teruel. Pero Jaca pertenecía y pertenece al arzobispado pamplonés, mientras que una parte de Aragón, la Ribagorza, recientemente integrada en la diócesis Barbastro-

Antaño sede episcopal en la Ribagorza, la excatedral de Roda de Isábena conserva buena parte de su edificación románica, como su recoleto claustro.

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La sede episcopal de Turiaso, junto con Osca y Caesaraugusta, tiene orígenes romanos, aunque su actual catedral es muy posterior, en la que destaca su claustro mudéjar único.

Monzón, tiene su patrimonio cautivo en Lérida. El mapa de las diócesis aragonesas, parte importante de nuestro patrimonio, lo han contorneado más los guerreros y políticos que los propios religiosos y, desde luego, el pueblo apenas ha intervenido. Pero el caso es que, aparte de los beneficios espirituales que han reportado, ahí están las catedrales, palacios episcopales y colegiatas, baldaquinos y sillerías, archivos y museos, reliquias y retablos… En el camino, mucho románico, mudéjar, gótico y barroco para darles forma y adornarlos. A las catedrales –patrocinadas por un santo o por la Virgen: San Pedro (Jaca,

Huesca), Santa María (Barbastro/Monzón, la concatedral del Pilar de Zaragoza, Tarazona, Teruel) o El Salvador (Zaragoza y Albarracín)– hay que añadir las colegiatas, templos intermedios entre la parroquia y la catedral, con un abad y varios canónigos y con ritos similares a los de la cabecera de la diócesis. Suprimidas por el Concordato de 1851 excepto las radicadas en una capital de provincia en la que no hubiese sede episcopal, en Aragón sólo tiene rango de colegiata Albarracín como deferencia a su antiguo origen catedralicio. A lo largo de la historia hubo más de cien y aunque popularmente se les otorga esta cate-

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Entre las más de cien excolegiatas aragonesas, la de Mora de Rubielos destaca por la grandiosidad de su nave única, sólo superada por la catedral gerundense.

goría todas son excolegiatas, muchas de ellas declaradas Monumento Nacional. Como siempre, la selección no es fácil: Aínsa (románica con claustro gótico); Alquézar (gótico tardío), Bolea (con excepcional retablo de pintura gótica); Alcañiz (de impresionante barroco); Montalbán (gótico-mudéjar); Mora de Rubielos (gótica, de grandiosa nave única), Rubielos de Mora (manierista), Valderrobres (gótica, a la sombra del castillopalacio episcopal); las tres de Calatayud: Santa María la Mayor (torre y claustro mudéjares y portada plateresca), Santo Sepulcro (claustro mudéjar) y Santa María de la Peña (mezcla de mudéjar y neoclásico); Borja (con

predomino del mudéjar); Caspe (gótica, sede del Compromiso); Daroca (mezcla de románico, gótico y renacimiento, sede de los Corporales); Ejea (El Salvador, románica con torres góticas), Uncastillo (Santa María, ejemplo de románico con claustro góticorenacentista), Épila (impresionante mole barroca). Por otro lado, aparte de su principal y más importante función, la religiosa, las ermitas han significado otras muchas cosas: sustitución de antiguas deidades paganas; mojón divisorio entre términos; lugar de cita social favoreciendo el mestizaje entre pueblos lo que evitó la endoga-

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restos de despoblados. Si bien no queda ni la cuarta parte de las que se levantaron desde la Edad Media y, sobre todo, desde el siglo XVII, Aragón está plagado de ermitas. Consideración principal merecen las advocaciones, pues los titulares (la Virgen o los santos) ejercían una tarea de intermediarios con la divinidad para el logro de algún beneficio espiritual o material. Entre las santas, son abundantes santa Lucía, santa Águeda, santa Quiteria, santa Eulalia y santa Bárbara; entre los santos, ocupan los primeros lugares san Juan Bautista, san Pedro, san Blas, san Esteban, san Roque, san Sebastián, Santiago, san Martín, san Cristóbal y san Gregorio. Cualquiera que recorra Aragón con un cierto criterio analí-

La ex colegiata de santa María de Uncastillo constituye uno de los ejemplos más importantes del románico aragonés.

mia; focos sociales y asistenciales a través de las Hermandades de cofrades, y hasta, en territorios de señorío, propiciaron la desviación de los obligados diezmos y primicias. Normalmente suele ser el último vestigio de un antiguo pueblo, de manera que a la vera de muchas no es raro hallar

La religiosidad popular presenta formas muy diversas, como los exvotos aún custodiados en la ermita de Nuestra Señora de la Peña de Aniés.

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tico, caerá en la cuenta de que unas advocaciones son más prolíficas que otras. No encontrará muchas santas Waldesca, que las hay, pero sí muchos altares, ermitas y parroquias dedicados a san Miguel, por ejemplo. Observará la abundancia de san Martín (todo el norte aragonés es sanmartiniano), Santiago, san Cristóbal (todo el sur aragonés es sancristobalino), san Úrbez (prolífico en el Prepirineo oscense) o san Millán (de culto en el límite con Castilla), todos ellos ligados a la gente que viajaba fueran mendigos, mercaderes o romeros. La carencia de remedios eficaces contra la peste provocó la aclamación a san Roque, sobre todo en las zonas más azotadas en el siglo XVII, las Comunidades de Calatayud y Daroca, donde abundan ermitas y fiestas en su honor. A san Jorge se le solía solicitar para que intercediera ante la plaga de langosta, puesto que era diestro en deshacerse de dragones. Conocer las romerías, las reliquias, los exvotos, gozos, leyendas, tradiciones, hermandades, etc. permite conocer en profundidad el alma colectiva de nuestros pueblos. Aparte de ‘beatos’ y ‘venerables’, el número de santos nacidos o adoptados en territorio aragonés es considerable, por lo que es casi imposible su enumeración. De los santos hispanorromanos (siglos I al IV) destacaremos a san Orencio y santa Paciencia (ambos oscenses), san Lorenzo (el más universal, patrón de Huesca), san Jorge (patrón de Aragón), san Vicente (nacido en Huesca), santa Engracia (muy

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San Roque, santo muy venerado en Aragón, sobre todo en las zonas que padecieron epidemias de peste, es prolífico en fiestas patronales, ermitas y puertas-capilla, como este de Quinto de Ebro.

venerada en Zaragoza), san Valero (patrón de Zaragoza) y san Orencio de Auch. Entre los hispanovisigodos (siglos V al VII), san Licer (patrón de Zuera), san Gaudioso

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San Valero es el valedor entre la divinidad y los zaragozanos.

(patrón de Tarazona), san Millán y san Braulio (patrón de la Universidad). De los santos mozárabes aragoneses (siglos VIII al XI), que son varios, destacaremos a san Úrbez (tan prolífico en monasterios), los pinatenses san Voto y san Félix, santas

Nunilona y Alodia (de Adahuesca, martirizadas por los musulmanes), san Prudencio (patrón de la diócesis de Tarazona), san Virila (monje en San Juan de la Peña) y san Atilano (venerado en Tarazona). De los santos bajomedievales (siglos XII al XV), el obispo san Ramón de Roda, san Balandrán (al que se apareció la Virgen del Pueyo de Barbastro), los franciscanos san Juan de Perusa y san Pedro de Saxoferrato (patronos de Teruel), el mártir zaragozano santo Dominguito de Val (asesinado por los judíos), santa Isabel, hija de Pedro III de Aragón y reina de Portugal, y san Pedro Arbués (inquisidor y mártir). De la época moderna (siglos XVI al XVIII), destacan san Pascual Bailón (muy representado en todo Aragón), san José de Calasanz (fundador de las Escuelas Pías) y san José de Pignatelli (nacido en el Coso zaragozano y jesuita). Son numerosas las ermitas dedicadas a alguna advocación de la Virgen: del Cantal (Oliete), de la Peña (Calatayud), de Treviño (Adahuesca), de Allende (Moyuela); la Contrarreforma, por ejemplo, con su obsesión didáctica, vio proliferar ermitas y sobre todo parroquiales dedicadas a la Asunción, Ascensión o el Rosario… Aunque hasta 1854 la virginidad de María no fue dogma de fe, en España hubo siempre veneración por la Madre de Dios, como demuestran tantas pinturas y esculturas, simbolizadas, por ejemplo, en las Inmaculadas de los siglos XVI y XVII, y, sobre todo, en cientos de

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La influencia de san José de Calasanz, uno de los santos aragoneses más venerados, ha dejado en su comarca de origen huellas tan importantes como la iglesia barroca de Peralta de la Sal.

tallas repartidas por todo Aragón sin excepción alguna. Prácticamente no existe pueblo que no presuma de su Virgen románica, gótica, renacentista o barroca, pues a

partir del siglo XII se adueña de catedrales, colegiatas, parroquias, ermitas y oratorios, y, paralelamente da el salto a la literatura, a la poesía, a la leyenda y a las tradiciones

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de las que existen, asimismo, cientos. Nuestra literatura legendaria está plagada de apariciones y de ayudas ante el invasor moro, origen de monasterios y pueblos enteros… Sin duda alguna, la imagen aragonesa más universal es la del Pilar. Desde la misma Edad Media, la iglesia de Santa María la Mayor de Zaragoza se convirtió (junto con Nª Sª de Salas de Huesca o San Juan de la Peña) en lugar frecuentado de peregrinación, pero será en el siglo XIX cuando el Pilar sea elegido como santuario mariano preferente, constituyendo el espaldarazo definitivo el año 1905, fecha en la que es coronada canónicamente. La elevación de la Virgen a patrona de la Hispanidad ha contribuido a hacer de ella un auténtico símbolo patrimonial de Aragón en el mundo. Algunas advocaciones de la Virgen irradian su influencia mucho más allá de la localidad donde está enclavada su ermita, cual es el caso de la Virgen de la Carrodilla en Estadilla.

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Existen todavía muchas ermitas cuyas advocaciones generan atractivo entre los vecinos de un pueblo o de toda una comarca, gentes que se desplazan, siguiendo la tradición de sus mayores, en días señalados del año con intenciones religiosas y también festivas. De estas pequeñas peregrinaciones, las romerías, Aragón es rico. Son variadas y en casi todas una Cofradía de vieja raigambre pero todavía viva se encarga de organizar y ordenar la comitiva y los actos, fundamentalmente honrar al santo, comer o merendar después y hermanarse todos en bailes y juegos hasta la hora del regreso. No es de extrañar, por lo tanto, que en los barrios rurales de las ciudades y en el ámbito campesino, las romerías –como los mercados periódicos– no sólo suponían antaño un motivo de encuentro sino también

Con el auge que ha adquirido la conservación del Patrimonio, han reverdecido buena parte de las antiguas romerías.

El monasterio de Sirena, nacido para acoger a las mujeres de las casas nobles de Aragón.

un sistema eficaz de lucha contra la endogamia, pues era el momento para conocerse mozas y mozos e incluso de apalabrar pareja. Limitando al máximo los ejemplos, pues son muchos, citemos en el norte oscense las de Santa Orosia, en Yebra de Basa, con procesión salpicada de dances; la procesión de las cruces a Santa Elena, patrona del valle de Tena; numerosa es la concurrencia a la Virgen de la Alegría, de la Bella o del Pueyo, en Monzón, Castejón del Puente o Barbastro, respectivamente; San Jorge y la Virgen de Loreto movilizan a los oscenses. En la provincia zaragozana, la Virgen de Magallón,

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De las tres cartujas que abrieron sus puertas en Aragón queda todavía viva la de Aula Dei, cerca de Zaragoza.

con una bella leyenda detrás, congrega a las gentes de Leciñena y alrededores; en Tarazona no se habla tanto de la romería en honor de san Lamberto, sino del ‘Quililay’, con meta en el santuario de la Virgen del Moncayo, con todo un interesante ritual musical y gastronómico. Los santuarios de Valentuñana (Sos del Rey Católico), la Misericordia (Borja) o Montler (Sástago y comarca), así como la Virgen de Rodanas, en Épila, tienen larga tradición romera. En territorio turolense, la

Virgen de la Silla, a la que tan devoto fue Jaime I, congrega cada año a gentes de Anadón, Rudilla, El Colladico, Lagueruela, Bea y Fonfría; en Peñarroya de Tastavíns, se llena de romeros la ermita de la Virgen de la Fuente, en tanto que los de Villel honran a la Fuensanta. Y las romerías, muchas centenarias, siguen. De la influencia de los monasterios en nuestra tierra quedan evidencias diarias: travesía de las Monjas, calle de Predicadores, plazuela de Santa Clara. Son frases que se pueden oír “mi

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abuelo es de Sasa del Abadiado”, “estuve en las fiestas de La Almunia de San Juan” o que “¡buen vino el de Cartuja de Monegros!”; cuando se va a Gallocanta se pasa por Torralba de los Frailes y La Cartuja Baja se está convirtiendo en dormitorio de Zaragoza. ¿A quién no le gustan los ‘suspiros de monja’, todo mimo, huevo y horno?, ¿quién no desea enclaustrarse alguna vez saturado de tantas prisas? Una persona nos decepciona y es que “el hábito no hace al monje”, pero habrá que tomárselo con

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“paciencia benedictina”. Son calles, plazas, pueblos, comarcas, dulces, aforismos y frases comunes porque el mundo de los monjes influyó, y mucho, en el mundo de los aragoneses sin hábito. Con la regla de san Benito de Nursia (siglo VI), la benedictina, los monasterios pirenaicos se transformaron e incluso aceptaron dos reformas sucesivas, la cluniacense y la cisterciense, pero la renovación tomó también otros derroteros como

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dominicos y franciscanos, pero también clarisas, carmelitas, agustinos, siervas de María y mercedarios, éstos especializados en el rescate de cautivos. Sus monasterios, hijos de la Edad Media, proliferaron en Aragón.

El monasterio de San Juan de la Peña es uno de los mayores símbolos del aragonesismo, donde se mezclan historia y leyenda.

los agustinianos, los premostratenses y los cartujos. A sus cenobios se sumaron los de las órdenes militares y, con el renacer de las ciudades en el siglo XIII, se unieron los de las órdenes mendicantes, entre ellas

En Aragón existen o han existido varios 'corporales', aunque los que han alcanzado mayor notoriedad son los de Daroca.

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Los cistercienses, los monjes granjeros, desempeñaron un importante papel en la repoblación del territorio, cual es el caso de cenobio de Rueda.

Vivos unos, desiertos otros, tenemos ejemplos de todos ellos. Cluniacenses fueron, por ejemplo, los de San Juan de la Peña y San Victorián; cistercienses están en pie los de Veruela, Rueda, Piedra, Santa Fe y el femenino de Casbas; agustinianos fueron los castillos-convento de Loarre y Montearagón. Son ejemplos de cartujos, la Cartuja de las Fuentes (en los Monegros) y la de Aula Dei, en Zaragoza, todavía viva. Templario fue el castillo-convento de

Monzón; hospitalario, el de Sigena; y del Santo Sepulcro, las Canonesas del Santo Sepulcro de Zaragoza. Clarisas hay en Huesca y agustinas en Rubielos de Mora; mercedario es el del Olivar, junto a Estercuel; y hay restos monumentales de uno carmelita, en el Desierto de Calanda. Aparte de su importancia espiritual, asistencial y cultural, muchos monasterios actuaron, asimismo, como ordenadores y administradores de parte del territorio, lle-

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ticas llegaron al XIX pujantes, formando parte del sistema señorial. Pero el siglo XIX fue amargo para la mayor parte ya que quedaron sus bienes desamortizados. Luego, la última Guerra Civil y la crisis vocacional acabaron por vaciar sus claustros. La mayor parte de los monasterios han cerrado sus puertas, pero todos desempeñaron un papel, todos tienen su debe y su haber. Resta todavía todo un mundo de aspectos relacionados con las creencias y sus manifestaciones: los esconjuraderos del norte oscense; los peirones tan prolíficos en todo Aragón; los calvarios o vía crucis tan turolenses; los varios ‘corporales’ aragoneses encabezados por los de Daroca; las puertas-capilla tan abundantes al sur del Ebro; los ritos que acompañan a los sacramentos, las supersiticiones, las proce-

La influencia mudéjar en muchos pueblos aragoneses nos ha legado obras de arte inigualables, de las que el coro de la iglesia de Cervera de la Cañada es un ejemplo.

vando a cabo una enorme tarea de repoblación, pero también alcanzaron poder social y político. Tras sucesivas reformas entre los siglos XV y XVII, las órdenes monás-

Al Sur del Ebro, sobre todo en tierras turolenses, son muy abundantes los 'calvarios' o 'vía crucis' en terreno empinado, como el de Alloza.

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siones, los carnavales, los exvotos… Quedan por citar retablos fantásticos que narran historias hechas arte con gubia o pincel; reliquias asombrosas a los ojos actuales; artesonados, coros y sillerías, baldaquinos, custodias y cálices; pergaminos y códices, muchos de ellos miniados… Como no caben todos en este espacio, finalizaremos el recorrido con el carnaval por cuanto tiene de tradición y de participación popular. Festejar el tránsito del invierno a la vida nueva de la primavera es costumbre ancestral y pagana que, como tantas otras, acomodó el cristianismo, alegría que para el cristiano será pronto contenida por la austeridad que exige la inminente Cuaresma, por eso son días intensos, convulsos, sin casi límite, en los que nada es lo que es, los valores se invierten: el pobre zahiere al poderoso, el súbdito pide cuentas al señor; animales deformes, máscaras que ocultan los rostros del descaro. Son tres días no más, pero intensos, porque llegado el ‘miércoles de ceniza’ la normalidad debe volver. Como la deformidad no tiene límites y la subversión de valores tampoco, las formas de plasmarlos son también ilimitadas, de ahí la gran diversidad de las celebraciones en las que participa todo el pueblo. Antaño no hubo localidad que no viviera su carnaval, pero la galopante despoblación y las prohibiciones que impuso el llamado nacionalcatolicismo de tantos lustros dieron al traste con muchos de ellos, aunque hubo colectividades que buscaron

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Entre las joyas pictóricas aragonesas destaca el retablo de la iglesia parroquial de Rubielos de Mora.

maneras de conservarlo. Hoy, muchos pueblos tratan de resucitarlo de modo que reseñarlos todos es tarea imposible, aunque sería injusto no citar los de Bielsa (donde su ‘Cornelio Zorrilla’, muñeco de paja, expiará los pecados de todos tras ser

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juzgado); Épila (disfrazados todos con ‘mascarutas’ y hablando con voz de falsete tras ellas para permitirse decir todo); el valle de Gistain se convierte en un carnaval único, aunque con peculiaridades locales: en San Juan de Plan, por ejemplo, el ‘peirote’ destinado a ser quemado será paseado en borrico por los ‘mayordomos’ animados por las ‘madamas’. En el valle de La Fueva, el carnaval, como el equipo de fútbol, es comunitario y, en este caso, itinerante, lo que da origen a una auténtica

caravana festiva; todo el valle del Vero organiza el ‘Carnaval del Somontano’ rotando sus pueblos en la organización; en Valderrobres, la ‘fantasmada’, masiva concentración nocturna a los pies del castillo, es un auténtico espectáculo de disfraces sacados de ultratumba, con reparto de ‘calmante’ el sábado entre los asistentes. Han recuperado sus carnavales en Nerín y en Torla, en Ejea y Tauste. Pervivió en época franquista el de Villafranca de Jiloca y hoy lo viven con orgullo.

Las 'saladas', de las que Aragón es rico, fueron con las 'salinas' y las 'minas de sal' fuente de aprovisionamiento de tan necesario alimento.

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Hasta que se liberalizaron muy avanzado el siglo XIX, las minas de sal fueron un monopolio del rey o del Estado, como las de Remolinos, a la vera del Ebro.

Asunto importante para cualquier pueblo son los aspectos patrimoniales que tienen que ver con las muchas manifestaciones del poder de unos pocos y del sometimiento de muchos, porque externamente suelen ser bienes monumentales espectaculares: castillos, palacios, casas consistoriales… Sin embargo, comenzaremos por uno que parece prosaico, pero que constituyó un auténtico símbolo del poder: la sal. Aunque no tiene costa, Aragón es rico en sal debido a un mar que quedó oculto, una sal que puede salir a la superficie en las saladas (cuando el agua de lluvia se estanca en terreno salino y aflora el cloruro sódico por capilaridad), mediante minas como las de Remolinos, o cuando disuelta

en agua de pozos o fuentes sale a la superficie y el hombre la conduce con artificios, a través de canalillos de madera, a pequeños estanques de escasa profundidad –las ‘eras salsas’– para que el sol divorcie el agua de la sal: son las salinas, que siempre estuvieron en manos de los poderosos, generalmente el rey, que las convirtieron en monopolio hasta muy avanzado el siglo XIX, de manera que la sal, por su necesidad, funcionó como ahora lo hace el petróleo, y por la que hombres han muerto y hombres han matado. Aragón se compartimentó en ‘estancos’ en los que necesariamente debía ser comprada al precio, generalmente abusivo, marcado por el señor. En nuestra tierra hubo muchas salinas, pero

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Los castillos fueron el símbolo del poder señorial, como el de Monzón, reducto de los Templarios en Aragón, donde pasó su infancia el rey Jaime I el Conquistador.

hoy son contadas las que funcionan, en las que aún puede uno deleitarse recorriéndolas con calma. Alguien debería tener el coraje de rehabilitar alguna, pues sería, sin duda, un motivo de especial atracción cultural y turística de esta parte tan importante de nuestro Patrimonio. Vivas están las de Naval y Calasanz, donde se puede seguir el proceso productivo, aunque ahora el silencio de la mula trabajadora se trueque en ruido de motor. A partir de ahí, hay salinas hacia los cuatro puntos cardinales. La selección es, pues, aleatoria. En el Sur, merece la pena llegar hasta Arcos de las

Salinas, visitar las recoletas de Armillas o ver las que están junto al complejo minero abandonado de Ojos Negros. En el Norte, bastante enteras porque se explotaron hasta hace poco, es fácil llegar a las de Peralta de la Sal, y aún se puede reconocer el entramado de eras salsas en las que fueran importantes salinas de Juseu y Aguilaniu, y más al sur, de Puibolea. Muestra inequívoca del poder son los castillos, de los que Aragón también es rico. Muros y troneras, saeteras y torres han defendido siempre ideas, modos de vida, credos religiosos y formas de pensar

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de personas y grupos concretos. Por eso los castillos surgen cuando dos concepciones distintas de la existencia se ponen frente a frente: musulmanes y cristianos. El primero que se fortifica es el mundo musulmán contra los cristianos y contra sí mismos dado el mosaico de territorios que pretendieron independizarse de Córdoba; de sus castillos son ejemplo los de María de Huerva, Alfajarín, Calatayud, Rueda de Jalón y, sobre todo, la Aljafería zaragozana, nacida a la par que la catedral de Jaca. Por otro lado, como se ha dicho, en el siglo XI, los cristianos levantaron fortalezas

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para asegurar las lentas ganancias territoriales, como la línea fortificada en el Prepirineo por Sancho III el Mayor, destacando hoy las de Ruesta, Uncastillo, Biel, Luesia, Perarrúa y, sobre todos, la de Loarre, el único castillo románico hispano en pie; de la línea fortificada por Ramón Berenguer IV en el siglo XII son visibles las fortalezas de Alcañiz, Castellote y Albalate. Unos y otros fueron entregados a ‘tenentes’ que gobernaron el territorio aledaño en nombre del rey y que tendieron a transmitir la honor dando lugar a los ‘señoríos’, que también quedaron reflejados en

Desaparecido el peligro musulmán, las murallas que rodearon a Muro de Roda quedaron inservibles y el pueblo quedó a merced del abandono.

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Aunque de gran sencillez, el pueblo turolense de Mirambel conserva intacta toda su muralla lo que le confiere un encanto especial.

el entramado de castillos; asimismo, participaron algunos obispos y monasterios, además de las Órdenes Militares, sobre todo éstas que defendieron y repoblaron grandes espacios del Bajo Aragón y quedan en pie todavía algunas de sus fortificaciones, como el castillo templario de Monzón y el calatravo de Alcañiz. Castillos señoriales hay muchos, pero a la hora de seleccionar, propondríamos los de Mesones, Valderrobres (del arzobispo de Zaragoza), Sádaba, Montearagón (dependiente de la abadía) o Mequinenza (hoy dependiente de ENHER). Por último, los castillos fronterizos –cuyos alcaides nombraba directamente el rey– tienen sus ejemplos más visibles en Uncastillo, Roita (gótico, de difícil acceso), Peracense (enredado entre rocas de conglomerados) y la

Ciudadela de Jaca, de los más tardíos, para defenderse de Francia. Desde que se hace sedentario, el hombre rodeó sus poblados de murallas, un auténtico símbolo de poderío, con puertas de acceso vigiladas. Las hay en poblados prerromanos (Azaila, Calaceite o Monleón, por ejemplo) y fueron reutilizadas y mejoradas por los romanos. Durante la Edad Media, no sólo se aprovecharon las anteriores sino que se construyeron nuevas, de manera que pocas poblaciones carecieron de ellas, aunque hoy no haya más rastro que el de la toponimia urbana: las calles Entremuros, Extramuros, Muralla, Xinto o Coso las recuerdan. Cuando la paz llegó, la función de la muralla fue otra y sirvió de control fiscal, policial y sanitario, aparte de segregar a colectivos étnicos y religiosos.

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A partir de la Edad Moderna, y sobre todo en el siglo XIX, la necesidad de espacio obligó a destruir los muros o, en el mejor de los casos, a apoyar las nuevas casas en ellos. Hoy se están rehabilitando los restos existentes pues pocas nos han llegado completas, aunque las hay. En el Norte aragonés, destacan la del despoblado de Muro de Roda, en La Fueva; la del castillo de Loarre, que ya no resguarda al pueblo desaparecido, y la de Aínsa. En la parte central de Aragón, las de Daroca y Calatayud, trepando por los riscos aledaños, son las más completas, junto con las de Sisamón y Sos del Rey Católico, con varias puertas de acceso a la villa. En la provincia sureña, aunque sencillo, hallamos todo el perímetro murado de Mirambel; muy completa es la de Mosqueruela, con puertas que nos introducen en un bonito casco urbano; la de Albarracín, con bastante trecho en pie y varios torreones, complementa el impresionante marco de la ciudad; en Cedrillas podemos admirar toda la defensa pétrea de la villa vieja; más parciales son los restos de Mora de Rubielos, con varios lienzos y tres hermosas puertas, y de Rubielos de Mora, con singular puerta de entrada a un casco urbano para recorrer con sosiego. Conviene no olvidar los recintos amurallados de varios de nuestros monasterios cistercienses (Veruela, Piedra y Santa Fe) y cartujas (Aula Dei, en Zaragoza y las Fuentes, en los Monegros). Cuando a finales del siglo XV la guerra interna se aleja y cuando la monarquía

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Cuando las puertas de las murallas dejaron de ejercer su función defensiva, abrieron capillas a distintas advocaciones, como la 'puerta-capilla' de San Roque en Mosqueruela.

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La 'Torre de Doña Blanca', en las murallas de Albarracín, es uno de los rincones más legendarios de la ciudad.

trata de convertir a la nobleza rural en palatina para mejor controlarla, ésta –símbolo del poder donde los haya– abandona la incomodidad de los viejos castillos para instalarse en lujosos palacios urbanos o al menos en la población más señera de su señorío. Sin pretenderlo es imitada tanto por la pujante burguesía de mercaderes y artesanos como por los municipios que han ido sacudiéndose el yugo señorial mostrando su liberación con magníficas casas consistoriales de aspecto palaciego. Aunque los hay de influencia francesa, el modelo preferido de palacio es el italiano, tanto que muchos viajeros que recorrieron nuestra tierra entre el 1500 y el 1600 escribieron que nuestras pequeñas ciudades les recordaban a las más hermosas de Italia. Naturalmente, también hubo palacios inspirados en el gótico, algunos de ellos con gran impronta mudéjar, cuya influencia también se extenderá a los renacentistas. En general, los palacios aragoneses –de piedra sillar o de ladrillo– destacan por su altura y tamaño, con gran número de estancias para sus egregios moradores, servidumbre, caballerías y carruajes, pozo, huerto o jardín y amplio patio interior. Al exterior, destacan sus grandes ventanas, la obligada ‘galería aragonesa’ superior de pequeños arcos de medio punto y el remate con artísticos aleros de madera. El alabastro ayudará a realzar la belleza de escaleras, patios interiores, portadas y arquerías. El modelo no sólo se perpetuó hasta el siglo XVIII, sino que a finales del XIX y

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principios del XX los arquitectos se inspiraron en ellos para regalarnos ejemplares como el palacio zaragozano de Larrinaga. Son ejemplos en el Norte aragonés el palacio de los condes de Ribagorza, en Benasque; de los varios de Fonz, destaca el de los barones de Valdeolivos; en Huesca, el de los duques de Villahermosa con magnífica techumbre. En la provincia zaragozana, habitado está todavía en Pedrola el palacio de los duques de Villahermosa, titulares.

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Morata en Morata de Jalón; Épila conserva el de los condes de Aranda e Illueca, el castillo-palacio de los Luna; en Borja, magnífica es la Casa de las Conchas. Pero la mayor concentración palaciega se halla en la capital: casi todos ellos han sido restaurados y habitados por instituciones diversas, como el palacio más ilustre de todos, el de la Aljafería, morada de reyes moros y cristianos, sede actual de las Cortes de Aragón; asimismo, los de Argillo (museo Pablo Gargallo), con alero impre-

Uno de los palacios más cargados de historia es el de los condes de Ribagorza, nacidos en el siglo XIV.

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sionante; de Armijo (sede del Justiciazgo); de Morata (actualmente Palacio de la Audiencia); casa Pardo (museo Camón Aznar); casa Donlope (hoy Real Maestranza de Caballería), con impresionante escalera y techumbre; casa Huarte (Archivo Histórico Provincial); palacio de Montemuzo (archivo); condes de Sástago (Diputación Provincial) y el más moderno palacio Larrinaga (1903). Una peculiaridad de los palacios nobles y los de la alta burguesía la constituyen sus patios en torno a los cuales se emplazan las distintas estancias lo que permite la entrada de luz y la ventilación, con pozo, fuen-

te o estanque para satisfacer las necesidades de agua de la casa o para refrescar y dotar de sensación de calma al entorno, lo que, en cierto sentido, recuerda al claustro de los monasterios. El patio renacentista aragonés, prototipo de este tipo de recintos, prosiguió en épocas posteriores y su nómina es enorme. En principio, todos los palacios citados lo tienen y aún se podrían añadir algunos posteriores como los del edificio Pignatelli (sede del Gobierno de Aragón), del Matadero Municipal, del Ayuntamiento zaragozano, del Hospital de N. S. de Gracia y de la Aljafería. Destacan, asimismo, los citados de Épila y Morata de

Los casinos, como el de Huesca, han desempeñado en el pasado un papel de cierta relevancia social en nuestros pueblos. Algunos siguen activos todavía.

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Jalón más los de Eguarás en Tarazona (del siglo XVI, hoy sede de la ‘Casa del Traductor) o el de la ‘Casa de la Comunidad’ de Daroca del siglo XVIII. En Huesca, es digno de admirar el patio de la antigua universidad sertoriana, hoy Museo Provincial, así como en Jaca el renacentista de su Casa Consistorial. Interesantes son los de la Casa Consistorial de Rubielos de Mora y del patio de armas del vecino castillo de Mora de Rubielos. Por otra parte, hasta el siglo XIV, las asambleas concejiles no dispusieron de edificio propio, y es que la Casa Concejil (modernamente llamada Consistorial)

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como símbolo del poder del pueblo es tardía pues muchos pueblos pertenecieron bien a señoríos laicos bien religiosos. En la Edad Moderna, los municipios trataron de desvincularse poco a poco de aquellos lazos señoriales hasta llegar a emanciparse, de manera que la Casa Consistorial se convertirá en el símbolo del nuevo poder y, como tal, deberá rivalizar con el antiguo castillo o palacio señorial. Habrá que esperar al siglo XVI para encontrar los primeros ejemplos conservados. No por casualidad los ejemplos mejores radican en poblaciones de obediencia señorial, aunque no faltan tampoco en poblaciones de realen-

Uno de los monumentos más representativos de las villas del Bajo Aragón y del Maestrazgo suelen ser sus 'casas consistoriales', como la de Valderrobres.

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go. No es de extrañar, por lo tanto, que en buena parte del Bajo Aragón, casi todo él en manos eclesiásticas, las Casas Consistoriales se conviertan en verdaderos palacios del pueblo, rivalizando en monumentalidad con las mansiones señoriales, como los casos de Alcañiz o Valderrobres.

Ejemplos señeros de ayuntamientos ubicados en tierras de realengo pueden ser los de Jaca, Tarazona (con magnífico relieve historiado en la fachada) y Borja, todas ellas ciudades, construidos en el siglo XVI, que es cuando se va a fijar el prototipo de edificio consistorial más abundante, con

La 'lonja' de Alcañiz, adosada a la casa consistorial, es uno de los rincones más típicos de Alcañiz, capital del Bajo Aragón turolense.

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Uno de los símbolos del poder fue siempre la cárcel, conservada como bien patrimonial en muchos de nuestros pueblos, como en La Fresneda.

porches o lonja abiertos generalmente a la plaza mayor también porticada. El Bajo Aragón histórico atesora elegantes ejemplos de este nuevo prototipo: la Casa Consistorial de Alcañiz, del siglo XVI, es renacentista; en La Fresneda, edificada en el siglo XVI, es un símbolo del arte renacentista-plateresco; el Ayuntamiento renacentista de Valderrobres, finalizado en 1599, rivaliza en monumentalidad con el palacio del arzobispo zaragozano; el de Mazaleón fue edificado entre los siglos XVI y XVII, mientras que el de Calaceite, de estructura más sencilla, fue construido a principios del siglo XVII. Cañada de

Benatanduz, Ejulve, Monroyo o Torre del Compte, entre otras poblaciones bajoaragonesas, alargarán este tipo de construcciones hasta pleno siglo XVIII. Fuera del ámbito bajoaragonés existen magníficos ejemplos: Graus (haciendo juego con la magnífica plaza porticada), Bielsa (de elegante sencillez), Calatayud (con gran balcón corrido poco habitual); Ateca –del siglo XVII– es una muestra de mezcla de piedra y ladrillo. En fin, sirva como ejemplo de otros muchos posibles pueblos pequeños la Casa Consistorial de Torrijo de la Cañada, en los aledaños de Calatayud, de 1582-1599, de ladrillo, con

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impronta mudéjar y de profusa decoración. Más que de la justicia, la cárcel fue símbolo del poder, siempre en edificios dependientes de la autoridad pública o religiosa, fueran palacios, edificios consistoriales o castillos dando lugar a truculentas y lóbregas mazmorras generalmente equipadas con instrumentos de tormento, modelo de raíces medievales que sólo cambió entrada la Edad Contemporánea. Algunas de las más antiguas han adquirido cierta notoriedad, como la ‘Casa del Valle’, en Broto; la ‘Torre del Reloj o de la Cárcel’ y el ’Fuerte de Rapitán’, en Jaca; o la ‘Torre del Trovador’ de la Aljafería de Zaragoza,

empleada desde la Edad Media hasta el siglo XIX por la Inquisición. De entre todas las cárceles recuperadas para refrescar la memoria histórica destacan las de la Comarca del Mezquín-Matarraña, muchas de las cuales datan del siglo XVI y se mantuvieron activas hasta principios del XX. Otro testimonio del poder, casi siempre fuera del poblado y en terreno algo elevado, era el humilladero, construcción similar a un quiosco o baldaquino, con una bóveda sustentada por columnas cuya principal misión era resguardar y cubrir una columna especial, el rollo o picota, que era instrumento de ajusticiamiento. Su utilidad era

Símbolo del poder, los 'humilladeros' como el de Samper de Calanda se ubicaban a la entrada de las poblaciones.

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tanto penitenciaria como de escarmiento público y consistía bien en colgar las cabezas de los ahorcados bien en exponer a los reos a la vergüenza pública. Como los métodos penitenciarios cambiaron con el tiempo, los humilladeros cayeron en desuso y muchos desaparecieron, mientras otros fueron reutilizados. Fundamentalmente a partir del siglo XIX fueron cubiertos por sus cuatro costados dando lugar a pequeñas ermitas o sirvieron para resguardar peirones que estaban al aire libre. De que hubo en Zaragoza en el siglo XVI no deja la menor duda la magnífica vista que de la ciudad nos legara Van der Wyngaerde: estaba en el Rabal. Pero todos no se han perdido. Uno de los más espectaculares de Aragón es el Tarazona (siglo XVI) y cercano, el de Borja (siglo XVIII), ambos convertidos en capilla, como lo fue el de Sigena en ermita. Sin embargo, donde más abunda es en las tierras turolenses, destacando los de Alcalá de la Selva (de 1628), Samper de Calanda, Perales de Alfambra (hoy guardando una cruz), Cabra (el denominado ‘Humilladero de Almas’) y Manzanera (el ‘Pilón del esclavo’). Queda todavía mucho Patrimonio del que hablar: del arte, de todas sus manifestaciones (arquitectura, escultura, pintura, azulejos, esmaltes, mosaicos, coros y sillerías, tapices, retablos, miniaturas, etc.) y de todos los estilos artísticos, que todos están El mudéjar aragonés, del que la torre de Muniesa es un bello ejemplar del siglo XVI, ha sido declarado 'Patrimonio de la Humanidad'.

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Las 'juderías', anunciadas como en Farasdués con el rótulo de 'Barrio Verde', son abundantes en Aragón.

representados en Aragón y, en muchas ocasiones, con ejemplos señeros que han alcanzado título universal, como el mudéjar. Queda todo un mundo relacionado con la manera de vivir y agruparse de los aragoneses a través del tiempo: poblados prerromanos y romanos, la ciudad cristiana y musulmana, juderías y morerías, la casa aragonesa como inmueble e institución, los pueblos de colonización, la casa rural, las villas romanas, las masadas y pardinas, la cueva-vivienda, las plazas… Quedan todavía en el tintero las muchas maneras de comunicarse, desde los nombres de pila y los apellidos (más de un tercio de los teléfonos de alguna población actual están a nombre de gentes con apellidos árabes o judíos), los apodos y gentilicios, pero también los pasos de barca (algunos resucitados últimamente), las ventas para hacer un alto en el camino, las almenaras o torres de

Las 'cuevas vivienda', como las de Salillas de Jalón, fueron habituales en muchos de nuestros pueblos.

señales para comunicarse con celeridad; los topónimos para situarnos en el espacio tan ricos en información sobre el pasado; la lonja, el mercado y las ferias hoy reconvertidas; los soportales y el reloj de sol… Quedan aún en la intención todo lo relacio-

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nado con la ‘mens sana in corpore sano’: balnearios, termas, baños, neveras, hospitales y boticas, agua de mesa y plantas medicinales… Quedan fuera de aquí las mil maneras de transformar la materia: alfares y batanes, molinos y caleras, herrerías y telares; las canteras y las minas, la rejería y la fundición; el alcohol, el papel y el chocolate que entró por Aragón… Quedan sin sitio aspectos del ocio y de la cultura de los habitantes de estas tierras resecas: sus archivos, museos y bibliotecas; sus escuelas y teatros, casinos y bandas de música; los instrumentos musicales

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y las partituras de sus músicos; los cuentos para niños contados por mayores… Quedan ritos paganos y cristianizados y mil formas de supersticiones; jotas, albadas, mayos y rondas… Queda todo un mundo de leyendas ricas y pobres algunas de las cuales han dado la vuelta al mundo en forma de ópera (‘Parsifal’, ligada al Santo Grial; y también ‘Il Trovatore’, enlazado con la Aljafería) o en forma de cuadros, dramas o escudos representativos: los ‘Amantes de Teruel’, la ‘Campana de Huesca’ o la aparición de san Jorge; el escudo del propio Aragón y el de tantas

Por desgracia, son pocos los teatros llamados italianos que se nos han conservado, de los que es ejemplo singular el de Alcañiz.

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Los 'esconjuraderos, típicos en el Norte aragonés, como el de Guaso, cerca de Aínsa, son fruto de las creencias religiosas religiosas de nuestros pueblos.

Algunas leyendas aragonesas han cristalizado en escudos, óperas u obras artísticas, como la tumba de los 'Amantes de Teruel'.

otras poblaciones actuales. Queda todo un libro por escribir, pero estas contadas páginas están obligadas a finalizar. Aragón es variado en múltiples aspectos; incluso puede llegar a presentar enormes contrastes internos. Es rico y pobre a la vez, según se mire; es abrasador y gélido; reseco y feraz. Paisajes tiene en los que domina el blanco del yeso, el rojo de la arcilla o el grisáceo del granito y la caliza; también el negro, el verde y hasta el amarillo. Encierra latifundios de muchos vagones de trigo y huertas pequeñas para la supervivencia; posee embalses, pero abundan también las tierras yermas y desérticas que aún esperan agua; carece de unidad lingüística y étnica y su unidad como ente histórico, que desde luego la tuvo y la tiene, tampoco se debe al marco natural porque las tres unidades que lo configuran vienen y se escapan hacia otras latitudes; también es variado desde el punto de vista patrimonial. A Aragón, que es la suma de muchos Aragones ganados en una lucha multisecular, lo han hecho sus gentes conjugando siempre pasado con presente sin dejar de mirar constantemente al futuro del que es ejemplo, entre otras realidades, la Expo’08.

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Presentación del capítulo solicitada al Excmo. Sr. Alcalde de la ciudad de Zaragoza

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