Fe y Razón OMNE VERUM A QUOCUMQUE DICATUR A SPIRITU SANCTO EST EDITORIAL 2 TEOLOGÍA BIBLIA FAMILIA Y VIDA ORACIÓN 41. Número 95 Febrero de 2014

Fe y Razón OMNE VERUM A QUOCUMQUE DICATUR A SPIRITU SANCTO EST Número 95 – Febrero de 2014 EDITORIAL 2 ¡Feliz 2014! por el Equipo de Dirección TEO

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Fe y Razón OMNE VERUM A QUOCUMQUE DICATUR A SPIRITU SANCTO EST Número 95 – Febrero de 2014

EDITORIAL

2

¡Feliz 2014! por el Equipo de Dirección

TEOLOGÍA

7

Optimismo moderno y esperanza cristiana por Joseph Ratzinger

10

Una verdadera y propia herejía: la violencia en nombre de Dios por el P. Serge-Thomas Bonino, OP

20

Jesús, los pobres y los otros en la exégesis de los principales teólogos de la liberación. VI por el Mons. Dr. Miguel Antonio Barriola

BIBLIA

29

Mis ojos han visto tu salvación por el Diác. Jorge Novoa

FAMILIA Y VIDA

38

Uruguay. Apostar por la familia y volver a las raíces: el antídoto ante la droga libre por Zenit

ORACIÓN

41

Salmo 19 de la Biblia

Número 95 –Febrero de 2014

¡Feliz 2014! Equipo de Dirección

Después de nuestro habitual descanso del mes de enero, hoy retomamos el contacto con nuestros lectores. Ante todo les informamos que, debido a las limitaciones de nuestros “recursos humanos”, a partir de este número la revista Fe y Razón volverá a ser publicada una vez por mes: en lo posible, el primer lunes del mes. Nuestro nuevo sitio continúa creciendo y mejorando, gracias a los buenos oficios de nuestro colaborador Carlos Caso-Rosendi. Aunque no hemos dado de bajo el viejo blog de la revista, les recomendamos utilizar el nuevo sitio. 2014 será un año electoral en Uruguay. Teniendo muy en cuenta que en 2012-2013 se legalizaron en nuestro país el aborto voluntario, el “matrimonio homosexual”, la reproducción humana artificial y la producción y venta de marihuana, a lo largo de este año insistiremos en que los ciudadanos — y sobre todo los católicos — debemos respetar determinados valores no negociables de la vida política, entre los cuales figuran el derecho humano a la vida, los derechos naturales del matrimonio y de la familia y la libertad de educación. En ese sentido, en este número publicamos la entrevista que la agencia católica de noticias Zenit realizó a Mons. Jaime Fuentes, Obispo de Minas, Responsable de la Comisión Nacional de Pastoral Familiar de la Conferencia Episcopal del Uruguay. Por último, rogamos a Dios nuestro Padre que, en su año de gracia 2014, conceda a todos los lectores y amigos de esta revista el don de crecer en el conocimiento, el amor y el seguimiento de Nuestro Señor Jesucristo.

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Número 95 – Febrero de 2014

Optimismo moderno y esperanza cristiana Joseph Ratzinger

En la primera mitad de los años setenta, un amigo de nuestro grupo hizo un viaje a Holanda. Allí la Iglesia siempre estaba dando que hablar, vista por unos como la imagen y la esperanza de una Iglesia mejor para el mañana y por otros como un síntoma de decadencia, lógica consecuencia de la actitud asumida. Con cierta curiosidad esperábamos el relato que nuestro amigo hiciera a su vuelta. Como era un hombre leal y un preciso observador, nos habló de todos los fenómenos de descomposición de los que ya habíamos oído algo: seminarios vacíos, órdenes religiosas sin vocaciones, sacerdotes y religiosos que en grupo dan la espalda a su propia vocación, desaparición de la confesión, dramática caída de la frecuencia en la práctica dominical, etc., etc. Por supuesto nos describió también las experiencias y novedades, que no podían, a decir verdad, cambiar ninguno de los signos de decadencia, más bien la confirmaban. La verdadera sorpresa del relato fue, sin embargo, la valoración final: a pesar de todo, una Iglesia grande, porque en ninguna parte se observaba pesimismo, todos iban al encuentro del futuro llenos de optimismo. El fenómeno del optimismo general hacía olvidar toda decadencia y toda destrucción; era suficiente para compensar todo lo negativo. Yo hice mis reflexiones particulares en silencio. ¿Qué se habría dicho de un hombre de negocios que escribe siempre cifras en rojo, pero que en lugar de reconocer sus pérdidas, de buscar las razones y de oponerse con valentía, se presenta ante sus acreedores únicamente con optimismo? ¿Qué habría que pensar de la exaltación de un optimismo simplemente contrario a la realidad? Intenté llegar al fondo de la cuestión y examiné diversas hipótesis. El optimismo podía ser sencillamente una cobertura, detrás de la que se escondiera precisamente la desesperación, intentando superarla de esa forma. Pero podía tratarse de algo peor: este optimismo metódico venía producido por quienes deseaban la destrucción de la vieja Iglesia y, con la excusa de reforma, querían construir una Iglesia completamente distinta, a su gusto, pero no podían empezarla para no descubrir demasiado pronto sus intenciones. Entonces el optimismo público era una especie de tranquilizante para los fieles, con el fin de crear el clima adecuado para deshacer, posiblemente en paz, la misma Iglesia, y conquistar así el dominio sobre ella. El fenómeno del optimismo tendría por tanto dos caras: por una parte supondría la felicidad de la confianza, aunque más bien la ceguera, de los fieles que se dejan calmar con buenas palabras; por otra existiría una estrategia consciente para un cambio en la Iglesia, en la que ninguna otra voluntad superior –voluntad de Dios– nos molestara, inquietando nuestras conciencias, y nuestra propia voluntad tendría la última palabra. El optimismo sería finalmente la forma de liberarse de la pretensión, ya amarga pretensión, del Dios vivo sobre nuestra vida. Este optimismo del orgullo, de la apostasía, se habría servido del optimismo ingenuo, más 3

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aún, lo habría alimentado, como si este optimismo no fuera sino esperanza cierta del cristiano, la divina virtud de la esperanza, cuando en realidad era una parodia de la fe y de la esperanza. Reflexioné igualmente sobre otra hipótesis. Era posible que un optimismo similar fuera sencillamente una variante de la perenne fe liberal en el progreso: el sustituto burgués de la esperanza perdida de la fe. Llegué incluso a concluir que todos estos componentes trabajaban conjuntamente, sin que se pudiera fácilmente decidir cuál de ellos, cuándo y dónde predominaba sobre los otros. Poco después mi trabajo me llevó a ocuparme del pensamiento de Ernst Bloch, para quien el “principio de la esperanza” es la figura especulativa central. Según Bloch, la esperanza es la ontología de lo aún no existente. Una filosofía justa no debe pensar en estudiar lo que es (habría sido conservadurismo o reacción), sino a preparar lo que aún no es, ya que lo que es es digno de perecer; el mundo verdaderamente digno de ser vivido todavía debe ser construido. La tarea del hombre creativo es por tanto la de crear el mundo justo que aún no existe; para esta tarea tan elevada la filosofía debe desempeñar una función decisiva: se convierte en el laboratorio de la esperanza, en la anticipación del mundo del mañana en el pensamiento, en la anticipación de un mundo razonable y humano, que no se ha formado por casualidad, sino pensado y realizado por medio de nuestra razón. Teniendo como telón de fondo estas experiencias, lo que me sorprendió fue el uso del término “optimismo” en este contexto. Para Bloch (y para algunos teólogos que lo siguen) el optimismo es la forma y la expresión de la fe en la historia, y por tanto es necesario, en una persona que quiera servir a la liberación, para la evocación revolucionaria del mundo nuevo y del hombre nuevo.1 La esperanza es por tanto la virtud de una ontología de lucha, la fuerza dinámica de la marcha hacia la utopía. Mientras leía a Bloch pensaba que el “optimismo” es la virtud teologal de un Dios nuevo y de una nueva religión, la virtud de la historia divinizada, de una “historia” de Dios, del gran Dios de las ideologías modernas y de sus promesas. Esta promesa es la utopía, que debe realizarse por medio de la “revolución”, que por su parte representa una especie de divinidad mítica, por así decirlo, una “hija de Dios” en relación con el Dios-Padre “Historia”. En el sistema cristiano de las virtudes, la desesperación, es decir la oposición radical contra la fe y la esperanza, se califica como pecado contra el Espíritu, porque excluye su poder de curar y de perdonar, y se niega por tanto a la redención.2 En la nueva religión el “pesimismo” es el pecado de todos los pecados, y la duda ante el optimismo, ante el progreso y la utopía, es un asalto frontal al espíritu de la edad moderna, es el ataque a su credo fundamental, sobre el que se fundamenta su seguridad, que por otra parte está continuamente amenazada por la debilidad de aquella divinidad ilusoria que es la historia. 1

Cfr. F. Hartl, Der Begriff des Chöpferische. Deutungsversuche der Dialektik durch Ernst Bloch und Franz von Baader, Frankfurt a. M. 1979; G. Gutiérrez, Theologie der Befreiung, München-Mainz 1982®, especialmente pp. 200-207 (tr. it., Teologia della Liberazione, Queriniana, Brescia). Análisis interesantes sobre la oposición entre optimismo y esperanza en J. Pieper, Uber das Ende der Zeit, München 19803, cfr. Por ejemplo la página 85s., donde Pieper cita la tesis de J. Burckhardt, según la cual en toda Europa occidental subsiste el conflicto entre la Weltanschauung surgida de la Revolución francesa y la Iglesia, precisamente la Iglesia católica; conflicto que Burckhardt ve entre el optimismo y el pesimismo. A este respecto afirma Pieper: “De alguna forma puede ser verdad calificar como optimismo la Weltanschauung de 1789 (Burckhardt ve el optimismo en el “sentido de conquista” y “sentido de poder"); si bien presumiblemente un análisis más profundo debiera llegar a la desesperación como base que hiciera posible este optimismo”. 2 Cfr. la encíclica sobre el Espíritu Santo del Papa Juan Pablo II: “La blasfemia contra el Espíritu Santo consiste precisamente en el rechazo radical de la aceptación del perdón” (II, 6, 46).

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Todo esto me vino a la mente de nuevo cuando saltó el debate sobre mi libro Rapporto sulla fede (Informe sobre la fe), publicado en 1985. El grito de oposición que se levantó contra este libro sin pretensiones culminaba con una acusación: es un libro pesimista. En algún lugar se intentó incluso prohibir la venta, porque una herejía de este calibre sencillamente no podía ser tolerada. Los detentadores del poder de la opinión pusieron el libro en el Índice. La nueva Inquisición hizo sentir su fuerza. Se demostró una vez más que no existe peor pecado contra el espíritu de la época que convertirse en reo de una falta de optimismo. La cuestión no era: ¿es verdad o no lo que se afirma?, ¿los diagnósticos son justos o no? Pude constatar que nadie se preocupaba de formular tales cuestiones fuera de moda. El criterio era muy simple: o hay optimismo o no, y frente a este criterio mi libro era, sin duda, una frustración. La discusión, encendida artificialmente, sobre el uso de la palabra “restauración”, que no tenía nada que ver con lo que se decía en el libro, era solamente una parte del debate sobre el optimismo: parecía ponerse en cuestión el dogma del progreso. Con cólera que sólo un sacrilegio puede evocar, se atacaba a esta supuesta negación del Dios Historia y de su promesa. Pensé en un paralelo en el campo teológico. El profetismo ha sido visto por muchos unido por una parte a la “crítica” (revolución), por otra al “optimismo”, y de esta forma se ha convertido en el criterio central de la distinción entre verdadera y falsa teología. ¿Por qué digo todo esto? Creo que es posible comprender la verdadera esencia de la esperanza cristiana y revivirla únicamente si se mira a la cara a las imitaciones deformadoras que intentan insinuarse por todas partes. La grandeza y la razón de la esperanza cristiana vienen a la luz sólo cuando nos liberamos del falso esplendor de sus imitaciones profanas. Antes de iniciar la reflexión positiva sobre la esencia de la esperanza cristiana, me parece importante precisar y completar los resultados que hemos alcanzado hasta el momento. Habíamos dicho que existe hoy un optimismo ideológico que se podría definir como un acto de fe fundamental en las ideologías modernas. Añado ahora tres elementos importantes: 1. El optimismo ideológico, este sustituto de la esperanza cristiana, debe ser distinto de un optimismo de temperamento y de disposición. Éste es sencillamente una cualidad natural psicológica que puede ir unida a la esperanza cristiana, lo mismo que al optimismo ideológico, pero que de por sí no coincide con ninguno de los dos. El optimismo de temperamento es algo hermoso y útil ante la angustia de la vida: ¿quién no se regocija ante la alegría y confianza que irradia de una persona? ¿Quién no lo desearía para sí mismo? Como todas las disposiciones naturales, un optimismo de este tipo es sobre todo una cualidad moralmente neutra; como todas las disposiciones, debe ser desarrollado y cultivado para formar positivamente la fisonomía moral de una persona. Ahora bien, puede crecer mediante la esperanza cristiana y convertirse en algo más puro y profundo; al contrario, en una existencia vacía y falsa puede decaer y convertirse en pura fachada. Es importante para nuestra reflexión no confundirlo con el optimismo ideológico, pero también es importante no identificarlo con la esperanza cristiana, que (como ya se ha dicho) puede crecer sobre él, pero que como virtud teologal es una cualidad humana de otro nivel, mucho más profundo e importante. 5

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2. El optimismo ideológico puede sostenerse sobre una base liberal o marxista. En el primer caso es fiel al progreso mediante la evolución y mediante el desarrollo de la historia humana guiada científicamente. En el segundo es fiel al movimiento dialéctico de la historia, al progreso mediante la lucha de clases y la revolución. La divergencia entre estas dos corrientes fundamentales del pensamiento moderno son manifiestas; ambas se pueden fragmentar en múltiples variantes sobre el modelo de fondo: “herejías” que descienden del mismo tronco. Sin embargo, las oposiciones, visibles sobre todo en el campo político, no deben desviar nuestra atención de la profunda unidad última del pensamiento que actúa en ellas. Esa especie de optimismo es una secularización de la esperanza cristiana; se fundamenta, en último término, en el paso del Dios trascendente al Dios Historia. Aquí reside el profundo irracionalismo de esta vía, frente a toda su aparente racionalidad, que es sólo superficial. 3. Finalmente debemos prestar atención a las estructuras diversas de los actos de “optimismo” y de “esperanza” para tener a la vista su esencia relativa. La finalidad del optimismo es la utopía del mundo definitivamente y para siempre libre y feliz; la sociedad perfecta, en la que la historia alcanza su meta y manifiesta su divinidad. La meta próxima, que nos garantiza, por decirlo así, la seguridad del lejano fin, es el éxito de nuestro poder hacer. El fin de la esperanza cristiana es el reino de Dios, es decir la unión de hombre y mundo con Dios mediante un acto del divino poder y amor. La finalidad próxima, que nos indica el camino y nos confirma la justicia del gran fin, es la presencia continua de este amor y de este poder que nos acompaña en nuestra actividad y nos socorre allí donde llegan nuestras posibilidades al límite. La justificación íntima del “optimismo” es la lógica de la historia que anda su camino moviéndose inevitablemente hacia su último fin; la justificación de la esperanza cristiana es la encarnación del Verbo y del Amor de Dios en Jesucristo. Intentemos ahora acercar al lenguaje y a las reflexiones de nuestra vida cotidiana lo que hasta ahora se ha dicho en terminología más bien filosófica y teológica. Podemos decir: la finalidad de las ideologías es, en último término, el éxito, la realización de nuestros propios planes y deseos. Nuestro hacer y poder, en los que confiamos plenamente, son conscientes de ser conducidos y confirmados por una irracional tendencia evolutiva de fondo. La dinámica del progreso hace que todo sea justo: así me lo dijo hace poco tiempo un físico que es considerado importante, cuando yo me atreví a expresar mis dudas acerca de algunas técnicas modernas en relación con el desarrollo de la vida humana antes del nacimiento. La finalidad de la esperanza cristiana es, sin embargo, un don, el don del amor, que nos viene dado más allá de nuestras posibilidades operativas; tenemos la esperanza de que existe este don, que no podemos forzar, pero que es la cosa más esencial para el hombre, que, consecuentemente, no espera ante el vacío con su hambre infinita; y la garantía es la intervención del amor de Dios en la historia, y de forma especial en la figura de Jesucristo, mediante el cual nos viene al encuentro el amor divino en persona. Todo esto significa que el producto esperado del optimismo lo debemos realizar nosotros mismos y tener confianza en que el curso, en sí ciego, de la evolución desemboque al final, en unión con nuestro propio hacer, en un justo fin. 6

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La promesa de la esperanza es un don que en cierto modo ya se nos ha dado y que esperamos de Aquel que es el único que nos lo puede regalar: de aquel Dios que ya ha construido su tienda en la historia por medio de Jesús. Además todo esto significa lo siguiente: en el primer caso no hay nada que esperar en realidad; lo que esperamos debemos hacerlo nosotros mismos y no se nos da nada más allá de nuestro propio poder; en el segundo caso existe una esperanza real más allá de nuestras posibilidades, esperanza en el amor ilimitado, que al mismo tiempo es poder.3 El optimismo ideológico es en realidad una pura fachada de un mundo sin esperanza, un mundo que con esta fachada ilusoria quiere esconder su propia desesperación. Sólo así se explica la desmesurada e irracional angustia, el miedo traumático y violento, que irrumpe cuando un accidente en el desarrollo técnico o económico plantea dudas sobre el dogma del progreso. El terror y la actitud violenta de una angustia, recíprocamente fomentada, que hemos vivido después de lo de Chernobyl, tenían en sí algo de irracional y de espectral, comprensible únicamente si detrás hay algo más profundo que un suceso desafortunado, pero, a pesar de su importancia, limitado. La violencia de esta explosión de angustia es una especie de autodefensa contra la duda que puede amenazar la fe en una sociedad futura perfecta, ya que el hombre está por esencia dirigido al futuro. No podría vivir si este elemento de fondo de su ser quedara eliminado. En este momento debemos situar también el problema de la muerte. El optimismo ideológico es un intento de olvidar la muerte con el continuo discurrir de una historia dirigida hacia la sociedad perfecta. Aquí se olvida hablar de lo auténtico y al hombre se lo calma con una mentira; ocurre siempre que la misma muerte se aproxima. En cambio la esperanza en la fe se abre hacia un verdadero futuro, más allá de la muerte, y solamente así el progreso se convierte en un futuro para nosotros, para mí, para todos. ***

Una verdadera y propia herejía: la violencia en nombre de Dios Serge-Thomas Bonino, O.P.

Quién quiere ahogar a su propio perro, lo acusa de tener rabia, dice un proverbio francés. ¿Las religiones son rabiosas? Cuantos desean excluirlas de la vida pública para relegarlas a la esfera estrictamente privada quisieran hacerlo creer. Así, tomando como pretexto la dimensión en apariencia religiosa de los conflictos que ensangrientan el planeta, fomentan el prejuicio según el cual las religiones, y especialmente las monoteístas, serían por naturaleza factores de división entre

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Cfr. mi trabajo Gottes Kraft, unsere Hoffnung, en “Klerusblatt” 67 (1987), pp. 342-347. Fuente: Joseph Ratzinger, Mirar a Cristo. Ejercicios de Fe, Esperanza y Amor, EDICEP, 1990.

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los hombres. Para poner fin a la violencia y garantizar la paz universal, habría una sola solución: la secularización a ultranza. Esta argumentación es una de las formas que asume hoy el pensamiento antirreligioso. Habiéndose difundido el prejuicio de que el relativismo es la única filosofía en sintonía con las exigencias de la democracia liberal, todo comportamiento que se refiere a una verdad trascendente, universal y absoluta es percibido como una amenaza para la paz civil. La fe religiosa es denunciada como una patología social. Esta estrategia de demonización de todo lo que es religioso no es de ayer. ¿Acaso el Estado moderno,

religiosamente

neutral

y

políticamente

omnipotente,

no

se

ha

impuesto

autoproclamándose como único remedio frente a las guerras de religión? La denuncia se concentra luego sobre las fes monoteístas porque se piensa que generan una mentalidad intolerante en sus creyentes en cuanto piensan poseer una verdad universal y absoluta. En este contexto la Comisión Teológica Internacional se ha ocupado del problema. Una subcomisión, presidida por el Padre Philippe Vallin, ha trabajado durante cinco años sobre el tema, en un intercambio constante con toda la Comisión. El resultado es un texto titulado “Dios Trinidad, unidad de los hombres. El monoteísmo cristiano contra la violencia”, aprobado por la Comisión Teológica Internacional el pasado 6 de diciembre. El documento –publicado como de costumbre en la Civiltà Cattolica y accesible en los sitios de internet de la revista y de la Comisión – se presenta no como un tratado exhaustivo de teología sino como “testimonio argumentado”. Su tesis es inequívoca: en lo que respecta a la fe cristiana, la violencia en nombre de Dios es una herejía pura y simple. Aquí no hay ninguna concesión al espíritu de la época, sino una convicción que nace del corazón mismo del Evangelio. Por lo tanto, la violencia no se justifica ni para reivindicar los derechos de Dios ni para salvar a los hombres en contra de su voluntad, porque “la verdad no se impone sino por la fuerza de la verdad misma” (Dignitatis humanae, n. 1). Y ésta es la paradoja del cristianismo: el respeto escrupuloso de la libertad religiosa no está motivado por una forma de relativismo sino que se deriva de lo que hay de más dogmático en la idea que la fe cristiana ofrece de Dios. Pretender así que el rechazo de toda violencia en nombre de Dios está inscrito en el corazón mismo de la fe cristiana vuelve necesaria una autocrítica de la praxis histórica de los cristianos. A través de los siglos, de hecho, el pueblo de Dios no siempre ha estado a la altura de esta convicción. El documento se empeña en disolver los lazos ocasionales que se han podido tejer en la historia entre cristianismo y violencia religiosa y en interpretar correctamente las páginas de la Biblia que parecen legitimar la violencia religiosa. 8

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En el debate sobre monoteísmo y violencia, el documento ha querido evitar dos soluciones fáciles. La primera consistiría en disociar el cristianismo del monoteísmo: sí, concedemos que el monoteísmo es un factor de violencia, pero precisamos enseguida que el cristianismo escapa de esta acusación porque anuncia el misterio de un Dios Trinidad, que en Sí mismo es comunión en la diferencia. Al contrario, el documento subraya que el misterio trinitario no se afirma en absoluto en detrimento del monoteísmo. Una segunda solución apologética fácil habría sido disociar la fe cristiana de la religión: sí, concedemos que la religión es un factor de violencia, pero precisamos enseguida que el cristianismo no deriva de la religión sino de la fe. Al contrario, el documento insiste sobre el valor intrínseco de la experiencia religiosa en cuanto tal. Así como la gracia no destruye la naturaleza sino que la cura y la lleva a su cumplimiento, así la fe cristiana asume la dimensión religiosa de la condición humana y la purifica reconduciéndola a su esencia auténtica, que une inseparablemente amor de Dios y amor del prójimo. Toda violencia en nombre de Dios es en resumen “una corrupción de la experiencia religiosa”. Este punto es fundamental para el diálogo entre las religiones. Los teólogos católicos que han redactado este documento no han querido hablar en nombre de los creyentes de las otras religiones monoteístas, pero los invitan a emprender un camino análogo de purificación al interior de las propias tradiciones. En la medida en que éstas son expresiones de una religión auténtica, no pueden más que rechazar la violencia religiosa. Lejos de ser un factor de división, las religiones, cuando son fieles a su esencia y sin renegar nada de su sentido de lo absoluto, son fermentos de paz. Por eso sería un suicidio mantenerlas separadas de la vida social y política. *** El P. Serge-Thomas Bonino, O.P. es Secretario General de la Comisión Teológica Internacional Fuente: L’Osservatore Romano 16 de enero de 2014. Traducido del italiano por Daniel Iglesias Grèzes.

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Jesús, los pobres y los otros en la exégesis de los principales teólogos de la liberación. VI Miguel Antonio Barriola

I. Los inconvenientes provocados por la memoria Como venimos subrayando, por más que estas reflexiones tengan ya dos décadas tras de sí, parece que siguen siendo útiles, dado que nuestra civilización, habituada a moverse en lo superficial, bombardeada por las imágenes, no tiene tiempo para detenerse en las profundidades, para comparar y sacar conclusiones. La moda hace ley, el estilo periodístico se ha introducido hasta en los temas austeros de la teología.4 Como en todo, también aquí está el lado bueno: las cosas de Dios dejan el ghetto religioso y ocupan los titulares de los diarios.5 Sin embargo, este hecho trae consigo no pocos daños, como agudamente lo advertía ya Chesterton: “El vicio terrible del periodismo consiste en ofrecer el acontecimiento sin jamás explicar su génesis ni sus razones”.6 Por lo mismo, no está desprovisto de su verdad la paradoja francesa: “Pas de nouvelles, bonnes nouvelles” (trad. la ausencia de noticias es una buena noticia).7 Al emprender un trabajo serio, por lo tanto, no es posible archivar la memoria, ni apuntar a la masiva amnesia de la gente, para llevar adelante una reflexión teológica basada sobre firmes principios, más bien que en golpes y contragolpes de la cambiante opinión pública. Por lo cual amonesta con todo derecho J. L. Idígoras: “Antes de atender brevemente a los textos recientes (de Gustavo Gutiérrez) hay que hacer atención a todo lo que él nos dice sobre su pensamiento anterior. Porque nos será difícil creer en sus nuevos textos pacifistas, si no rectifica de algún modo sus precedentes afirmaciones sobre la lucha de clases. Y el hecho es que ha tenido excelentes oportunidades para corregir sus posibles excesos pasados. En concreto, en la respuesta a las Observaciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre su propia teología”.8 Ya nosotros hemos calibrado algunas de sus respuestas y cambios de acento. Pero esto… ¿no traería aparejado frenar la edición de sus títulos anteriores, que siguen publicándose y vendiéndose sin 4

Benedicto XVI, en los últimos conmovedores discursos posteriores a su abdicación al supremo pontificado, ha recordado cómo hay dos Concilios (en referencia al Vaticano II): uno, el reflejado por la prensa, y otro, el que surge del estudio serio de sus documentos. La misma insistencia, sorna, prejuicios con que constantemente acosan a la Iglesia, muestra por otro lado, la importancia que tácitamente le dan. Es una nueva edición de la famosa consigna con que, rabiosamente, Voltaire concluía todas sus cartas: “Écrassez l’infame Église catholique” (trad. aplastad a la infame Iglesia católica). 6 Citado por Y. Congar en: À temps et contretemps, Paris (1969) 20. También es de destacar el aplomo con que tantos periodistas se expiden acerca de la Iglesia, de la cual, sin embargo, casi nada saben. Tal como los calificó agudamente Mons. Antonio Marino (actual obispo de Mar del Plata), se la dan de “todólogos”. 7 Se quiere indicar que, dado el cariz de sensacionalismo que adoptan los titulares de la prensa, a fin de que los datos que presentan tengan eco, al no darse tales alborotos mediáticos, se puede sospechar que el ambiente se presenta con normalidad. 8 J. L. Idígoras, ibid., 21. En el Seminario editado: 71-72. 5

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ninguna corrección? Es extraño que un pensador que tanto ha insistido en la “ortopraxis” se quede tan “teórico” en esta concreta situación, sin ponerse a trabajar para expurgar tantos graves errores y equívocos.9 Pongamos por caso su respuesta sobre la lucha de clases. Sostiene ahora que la entiende “como una expresión de aquel conflicto de intereses y de grupos sociales” y afirma que “tal conflicto social, esta lucha de clases, se coloca en el nivel de la realidad social”10. Vale decir: cambia las antiguas fórmulas llenas de pasión combativa por otras, que admiten todas las interpretaciones que se les quiera dar. Pero, junto a eso, ya hemos recordado cómo ha afirmado, que se siente todavía identificado con las “ideas fundamentales”.11 Y dado que nunca ha precisado cuáles son los “nuevos acentos” y qué tesis pasadas son las que permanecen, su posición actual no sale de las penumbras. Véase un ejemplo tomado de un artículo reciente:12 “La desorientación de algunos compatriotas, que se constituyen a sí mismos como representantes y portavoces del pueblo marginado, ha añadido a esta violencia cotidiana y subterránea (la institucional del sistema establecido: capitalista) la que proviene de las acciones terroristas, que repudiamos con todas nuestras fuerzas. Ellas han demostrado una crueldad, una falta de consideración por la vida humana (comprendiendo la de los niños y de los pobres, por los cuales se pretende combatir), que choca al más elemental sentido ético. El terrorismo no es menos violador del derecho a la vida, el primero de los derechos humanos, que la pobreza e injusticia en las que vive nuestro pueblo”.13 “Así se forja –prosigue– una maquinaria que nos apresa a todos, que desgarra personas y esparce sangre que, inocente o no, clama al cielo. Inocente o no, porque todos sin excepción son hijos de Dios y su amor se dirige a todos”.14 Este sí que es en verdad un nuevo sonido, que acepta el amor de Dios para con todos, también para los injustos. Aquí ya no se siente aquel dualismo casi maniqueo, que con tanta frecuencia invitaba a todos y a la Iglesia a elegir a los pobres contra los otros. Pero sobre el particular, así reflexiona J. L. Idígoras: “Antes (en los primeros escritos de Gustavo Gutiérrez) el orden establecido no era otra cosa más que un puro desorden institucional; en consecuencia lo más conveniente era el ataque violento contra él, mediante la lucha de clases. Hoy se trata de respetar cada vida, porque la vida de cada hombre es un don de Dios y de defender el 9

Ya también se ha indicado que Gutiérrez expurgó el último capítulo de su obra fundamental (ed. de 1990), si bien, como no menos se ha de recordar, permanecen todavía muchas partes a corregir. “Respuesta a las Observaciones de la Congregación de la Doctrina de la Fe” en: R. Jiménez-J. Lepeley, Teología de la liberación – Análisis y confrontación hasta Libertatis Nuntius, Bogotá (1986) 528. 11 La verdad…, 59. 12 Para 1988. 13 G. Gutiérrez, Aún es tiempo” en: Páginas, Nº 78 (1986) 4. 14 Ibid., 5. Sólo que tales consideraciones han sido más débiles que la mitificación (por parte del mismo Gutiérrez) de héroes auténticamente sanguinarios, como el “Che”, que todavía es venerado en multitud de “remeras juveniles”. Conducta que se aprecia aún hoy en día, por parte de cierta “justicia” reivindicadora, practicada aún en ciertos países latinoamericanos, con una mirada sesgada hacia las décadas de los 60-70, de cuyos personajes sólo se somete a juicio a los “dictadores”, mientras que guerrilleros no menos crueles e injustos figuran como ministros o son elogiados como: “una aventura idealista, que, en sus intenciones, si no en sus métodos, movilizó lo mejor del continente” (J. L. Segundo, El hombre de hoy ante Jesús de Nazaret, Madrid 1982, 348). 10

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presente orden legal, lo cual supone que es considerado válido por él (Gustavo Gutiérrez). Antes la lucha armada era considerada como más conducente a la liberación que la desacreditada vía electoral.15 Hoy, para Gustavo Gutiérrez, “se trata de defender la vida democrática, la cual, por imperfecta y frágil que sea, vuelve viable la propuesta y la discusión de fórmulas alternativas, para construir una sociedad diversa. A todos, y en modo especial a los sectores populares, les costó mucho lograr esta posibilidad. Por ello, no podemos permitir que sea frustrada”.16 Pero, tiempo atrás, él mismo no podía tolerar que la Iglesia no tomara partido por los oprimidos y contra los opresores, tachándola sin apelación de “engranaje del sistema dominante” o con expresiones equivalentes.17 “Antes –hace notar todavía J. L. Idígoras– Gustavo Gutiérrez y sus secuaces se constituían como portavoces del pueblo, porque defendían sus derechos, aún si no eran sostenidos por votos. Hoy se hacen proclamas contra los senderistas, que se hacen los portavoces del pueblo marginado. Antes el orden establecido era considerado como obra de los opresores. Hoy es apreciado como fruto de los trabajos y esfuerzos de los sectores populares. El cambio es bastante grande como para no despertar sorpresa. Y es aquí donde Gustavo Gutiérrez deja esperar un mayor grado de sinceridad, para definir sus posiciones. Porque estamos convencidos de que un cambio tan fundamental en su discurso necesita de un cambio importante en las posiciones por él defendidas en sus primeros escritos. El pasaje de la incitación a la lucha de clases al pacifismo defensor de toda vida no se lo puede hacer sin rectificaciones importantes. Con todo nos encontramos con afirmaciones explícitas de Gustavo Gutiérrez, según las cuales conserva todavía las mismas ideas de sus primeros escritos con sólo cambio de acento. Si hubiese rectificado en algún modo sus ideas sobre la promoción de la lucha de clases, sería posible ahora creer en su nuevo testimonio, tan opuesto, sobre la defensa a ultranza de toda vida. Dado que se mantiene firme en sostener sus antiguas enseñanzas, nos resulta ahora difícil poder creer a sus nuevas doctrinas. Porque no las consideramos compatibles con las precedentes. Y es éste el gran obstáculo que encontramos en esta táctica de Gustavo Gutiérrez: continuar por un lado difundiendo sus viejas ideas (porque sus libros ven nuevas ediciones sin cambio al respecto) y por otro proponer al mismo tiempo conceptos que parecen opuestos. Llegamos así a dudar de su sinceridad en general y no acertamos a adivinar cuál pueda ser su verdadero pensamiento… De mi

15 Confróntese: Teología de la liberación…, 128-129, con abundantes referencias a Mariátegui; 143 y n. 12: el elogiado caso de Camilo Torres; 145, n. 20: Fidel Castro alabando este ejemplo de C. Torres; 152, donde cita como un argumento más, para justificar la presencia cristiana en los procesos violentos, este juicio de 120 sacerdotes bolivianos: “No pocos consideran ya agotadas todas las posibilidades de obtenerlo (el cambio radical) por medios puramente pacíficos”; etc. 16 “Aún es tiempo”, 5. 17 Ver: Teología de la liberación…, 135; 138; 149; 173; 179-180; 183; 236; 296; 322; 342-343; 345; 353; 355-356; 359.

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parte no seré capaz de superar la sospecha, mientras no sienta de su parte declaraciones más decididas en relación a sus anteriores escritos y sobre las razones de su cambio”.18 II. Los pobres del Evangelio y los proletarios de Marx Hemos partido de los problemas exegéticos de las Bienaventuranzas para llegar al “Sendero Luminoso” del Perú actual.19 ¿Nos hemos perdido por el camino, nos hemos desviado del objeto bíblico de nuestro curso? Esto depende de lo que se entienda por exégesis bíblica. Y la pregunta es muy pertinente también para el estudio de la teología de la liberación, viendo la preocupación que tienen sus autores por apoyarse en la Escritura para su sistematización. Pero hay modos y modos de recurrir a la Sagrada Escritura. El Vaticano II nos ofrece la pista a seguir: “Dado que la Sagrada Escritura ha de ser leída e interpretada en el mismo espíritu en el cual ha sido escrita, para obtener con exactitud el sentido de los textos sagrados, se debe atender con no menor diligencia al contenido, a la unidad de toda la Escritura, teniendo en cuenta la viva Tradición de toda la Iglesia y la analogía de la fe”.20 El exegeta católico no debe ser sólo un tecnócrata de la filología, los métodos crítico-históricos, literarios y todos aquellos medios indispensables, pero comunes al estudio de cualquier otra literatura (Homero, Dante, Shakespeare, Cervantes, etc.). La Palabra de Dios es viva y hay un ámbito nutritivo donde es cultivada: la Iglesia. Por desgracia este horizonte hermenéutico ha sido muy descuidado después del último Concilio. Así lo sentía un gran teólogo de los tiempos actuales, observador atento de las vicisitudes eclesiales: Hans Urs von Balthasar, en la vigilia del Sínodo de los Obispos que celebró los veinte años del Vaticano II. Auspiciaba que el Sínodo debería tener el coraje de “volver al Evangelio puro. En Dei Verbum están las tres cosas centrales para este propósito: la unidad indisoluble entre Escritura, Tradición y Magisterio. Los tres se incluyen mutuamente”.21 En el aula sinodal se hizo eco de este consejo el Card. W. Wakefield Baum: “Parece que es poco conocida (la Dei Verbum) y que no es aplicada correctamente… Se desea, pues, que la renovación bíblica ponga de relieve que la Sagrada Escritura es Palabra viva, que se lee en la Iglesia. Por lo tanto, no una exégesis puramente crítica, sino teológica y eclesial”.22

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“¿Del compromiso revolucionario al pacifismo?” 27-28. Siempre recordemos que se enseñaba esto en 1988. Dei Verbum, 12, 3. 21 “Viaje en el Postconcilio” en: Supplementi 30 Giorni, Milano (1985) 44. 22 En: L’Osservatore Romano –ed. española– 8/XII/1985, 14. 19 20

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El gran exégeta que es Ignace de la Potterie23 confirma consternado esta constatación en el círculo de sus colegas: “Queda uno asombrado, al comprobar que, en su comentario de Dei Verbum 12, el autor (Joachim Gnilka) no tenga ni siquiera una palabra que decir sobre: el Espíritu, la unidad de toda la Escritura, los principios de la interpretación teológica de la Escritura, explícitamente mencionados en el texto conciliar”.24 Y bien, esta atmósfera exegética enrarecida es la que ha alimentado a los más famosos jefes de fila en la teología de la liberación. Lo señalaba la Libertatis Nuntius: “Empréstitos no criticados de la ideología marxista y el recurso a una hermenéutica bíblica dominada por el racionalismo son la raíz de la nueva interpretación, que viene a corromper lo que tenía de auténtico el generoso compromiso inicial a favor de los pobres” (cap. IV, p. 10). Este mérito primigenio, inspirador de tan vasto movimiento de ideas y estrategias pastorales, es reconocido nuevamente, pero en simultaneidad con los venenos que lo corroen: “Pero las teologías de la liberación, que tienen el mérito de haber valorizado los grandes textos de los profetas y del Evangelio sobre la defensa de los pobres, conducen a una amalgama ruinosa entre el pobre de la Escritura y el proletario de Marx”.25 Perdónese la insistencia, pero es innegable que haber adoptado el principio de la lucha de clases para la liberación de los pobres ha sido ruinoso para estas teologías. Tal orientación ha llevado a una lectura selectiva de la Biblia, a perder el sentido de su totalidad y de la analogía de la fe. Así, Juan Luis Segundo no oculta esta parcialidad, cuando escribe: “El contexto mismo en que han nacido (los Salmos) explica por qué tiene mayor semejanza con otros tiempos y problemas de la historia de Israel. En fin de cuentas ninguno cita hoy a los Proverbios en la misma medida que el Génesis, ni el Apocalipsis con la misma frecuencia que los Evangelios”.26 Parece haber olvidado que “la palabra de Dios permanece para siempre” (Is 40, 8), por más que haya sido inspirada en un determinado momento histórico.27 Gustavo Gutiérrez será de opinión diferente a la de Segundo (tal vez sin saberlo), ya que, durante la defensa de su tesis (de Gustavo Gutiérrez) en Lyon, al preguntarle Jean Delorme: “¿No cree que falta en sus obras un estudio más detallado de los Salmos?”, el doctorando respondió con honestidad: “Usted tiene razón cuando dice que no hay en mis escritos un uso amplio y riguroso de los Salmos. Hago muchas referencias, pero no es lo mismo, es verdad”.

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Ya fallecido. “La interpretación de la Sagrada Escritura en el Espíritu en el que ha sido escrita (DV 12, 3)” en: Vaticano II – Bilancio e Prospettive venticinque anni dopo, a cura di René Latourelle, Assisi (1987) 218, n. 62. 25 Ibid., IX, 10. Recordemos a G. Gutiérrez: “El pobre, hoy, es el oprimido, el marginado de la sociedad, el proletario… La solidaridad… tiene un carácter inevitablemente político. Optar por el oprimido es optar contra el opresor” (Teología de la liberación, 385. Ya antes: 177). 26 Teología de la liberación – Respuesta al Cardenal Ratzinger, Madrid (1985) 68. 27 Evidentemente, se da también un dinamismo interno dentro de la misma revelación, que se va perfilando cada vez más, a medida que progresa el descubrimiento de los planes divinos. No le cabe la misma importancia a Sansón que a David, pero también las andanzas del primero tienen algo que decir a todos los tiempos. 24

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Ahora bien, hemos visto cómo, con toda razón, las dos Instrucciones insisten sobre los Salmos.28 “En este contexto –enseña Libertatis Nuntius– la angustia no se identifica exclusiva y simplemente con una condición social de miseria o con aquellos que sufren la opresión política. Contienen además la hostilidad de los enemigos, la injusticia, la muerte, la culpa. Los Salmos nos reenvían a una experiencia religiosa esencial: sólo de Dios se espera la salvación y el remedio. Dios y no el hombre tiene el poder de cambiar las situaciones angustiosas. Así los pobres del Señor viven en una dependencia total y de confianza en la providencia amorosa de Dios”.29 Los teólogos de la liberación se dejan fascinar por los desafíos lanzados por Marx y por la expansión triunfante del comunismo-maoísmo30 y han querido demostrar que ellos no eran menos eficaces. Pero han olvidado las advertencias que vienen de la historia y de la ciencia. Por ejemplo, este juicio de Ernst Troeltsch, gran sociólogo y teólogo protestante: “Todo intento de hacer del cristianismo el reflejo de la historia económica y social es una estupidez sugerida por la moda o por un ataque, enmascarado con apariencias de espíritu científico moderno, contra el valor religioso del cristianismo”.31 No han hecho caso (lo cual es más grave) a la moderación y simplicidad que, en estos casos, nos enseña la gran tradición de la Iglesia. Henri de Lubac recuerda: “Jerusalén crece en la humildad. Ni los más hermosos éxitos humanos —que San Agustín no descuida de admirar como tales— ni, diremos aún más, el más hermoso orden social cristiano, ni siquiera la más brillante situación de la Iglesia en medio del mundo entran aquí en consideración… Mientras las dos ciudades viven mezcladas —es decir, mientras dura el mundo— también nosotros usamos la paz de Babilonia y seguimos la exhortación del Apóstol, que recomienda a la Iglesia rezar por los reyes y dignatarios de Babilonia, aun si son impíos y tiranos, porque es Dios quien, en su providencia, da los reinos de la tierra, sea a los malos sea a los buenos”.32 Según estas perspectivas de la historia de la salvación, no habrá un período en el cual no se dé el predominio de naciones o grupos sobre los demás. El ya notado apuro por obtener la solución hic et nunc ha conducido a estos teólogos a leer la Biblia con los anteojos de la lucha de clases, principio simple, como lo es toda solución maniquea. Finalidad atrayente, porque no requiere tantas matizaciones ni distinciones. Decía en alguna parte

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Este aspecto había sido especialmente estudiado en mi artículo para Seminarium (1986), Nº 3, 606-624. III, 47 y las notas 42-45. El “mayo 68”, con las acaloradas jornadas estudiantiles de París; los diálogos entre católicos y marxistas en la Europa de aquel entonces: Garaudy, E. Bloch, Althusser. 31 Soziallehren der christlichen Kirchen und Gruppen, Tübingen (1922: 2ª ed.) 977. 32 “Augustinisme politique?” en: Théologies d’occasion, Paris (1984) 272-274, citando en la nota 34: De civitate Dei, IV, 33). 29 30

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Alexis de Tocqueville: “Las ideas claras pero falsas siempre gozan de una mayor fascinación que las verdaderas pero complejas”. Por eso se explica que hayan borrado la analogía de la fe, ya bíblica ya dogmática. Porque preferencia por los pobres no quiere decir, en el Evangelio, guerra contra los demás: más bien, en el mismo Sermón de la Montaña, donde se anuncia la predilección divina por los pequeños y necesitados, aparece la exigencia del amor a los enemigos (Mateo 5, 43-48; Lucas 6, 27-38). Mandamientos difíciles, duros, pero que los verdaderos cristianos se han esforzado desde siempre por cumplir. Ya San Agustín había excluido toda especie de choque entre pobres y ricos, con óptima base en la Escritura, según este diálogo, que asoma siempre que hay lecturas distorsionantes de la palabra de Dios: “Un mendigo, envilecido por la debilidad, vestido de harapos y muerto de hambre, me dice: A mí se me debe el reino de los cielos. Yo me asemejo al lacerado Lázaro, que yacía a la puerta del rico, con llagas que lamían los perros y hambre de las migajas que caían de la mesa del comilón. Me asemejo a él más que nadie. A nuestro grupo es debido el reino de los cielos y no a aquellos que se visten de púrpura, de encajes y comen cada día a su placer. En consecuencia –me dice– de una parte están los pobres y de la otra los ricos. ¡Y basta de filosofías! Quiénes son pobres y quiénes ricos es evidente”. Responde Agustín: “Oye, caballero pobre. Te has llamado Lázaro, como aquel santo cubierto de llagas. Temo que lo hagas por soberbia. No desprecies a los ricos misericordiosos, los ricos humildes. ¡Oh pobre! Sé pobre también tú, quiero decir: humilde. Sé verdaderamente pobre, piadoso, humilde. Estás orgulloso de tu pobreza y sólo ves que el otro fue pobre. No te fijas en otra cosa. Lázaro fue pobre; pero aquel, a cuyo seno fue llevado, era rico. Abraham fue muy opulento sobre la tierra, tuvo dinero en abundancia, familia, ganado, haciendas. Con todo aquel rico fue pobre, humilde. Era fiel y practicaba el bien. No se infló con sus obras buenas, porque, aunque era rico, era pobre. Veis así cómo, por más que abunden los pobres, vamos a la búsqueda de un pobre entre su multitud y apenas lo encontramos”.33 III. Jesús, los pobres y los otros en el pensamiento de Juan Luis Segundo Las consideraciones agustinianas sobre el pobre Lázaro y los dos ricos — el soberbio y despreocupado de los pobres y de Dios; Abraham, acaudalado, pero humilde en su fe — puede servirnos como transición para estudiar el acercamiento exegético de los textos sobre la pobreza de otro muy conocido autor, que comparte las perspectivas de la teología de la liberación: Juan Luis Segundo.

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Sermo 14, 3 ss; PL, XXXVIII, 112-113.

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En sus volúmenes de 1982: El hombre de hoy ante Jesús de Nazaret (sobre todo en el vol. II cap.1, donde se encuentran las principales contribuciones de tipo exegético), insiste el autor sobre la “clave política” para interpretar el Evangelio de Jesucristo.34 Dado que, según el autor uruguayo, la acción política es conflictiva por su naturaleza, Jesús, necesariamente tuvo que hacer su elección y tal opción tuvo un color exclusivo. Afirma explícitamente: “El reino de Dios no es anunciado a todos… El reino está destinado a ciertos grupos… Y, según Jesús, la línea divisoria entre la alegría y la pena, que deberá producir el reino, pasa entre pobres y ricos… Muy ciego ha de ser quien no vea ya en esta característica diferencia que el reino de Dios establece entre grupos sociopolíticos de Israel la fuente de una intrínseca conflictividad política”.35 Bajo este punto de vista, también Segundo, como ya lo hemos encontrado en Gustavo Gutiérrez, minimiza la respuesta de fe o la actitud religiosa, que también Cristo exige como respuesta a su mensaje. Queda así más límpido, en Segundo, el esquema sociopolítico de dos clases opuestas, entre las cuales se debería hacer elección. En su libro de respuesta a la Libertatis Nuntius, para nada quiere aceptar el adjetivo preferencial, que tanto Puebla como los más recientes documentos del magisterio sobre el particular ponen junto al sustantivo: opción preferencial (no exclusiva ni excluyente) por los pobres. Escribe así: “Optar en un conflicto significa entrar dentro del mismo y aceptar la parcialidad inherente a una de las partes, en este caso la de los pobres. Toda opción limita. Y tal limitación es tanto más grande cuanto más profundo y a muerte es el conflicto. Pero, históricamente, de esta parcialidad procede también su fuerza y su eficacia”.36 Por eso, según él, poner aquel tono de preferencialidad, vendría a decir falta de decisión, atenuación de la incisividad sobre la eficacia histórica. “Sería como decir: optamos por los pobres y por los ricos — porque la Iglesia pertenece a todos — pero damos preferencia a los primeros. Es claro que esto supone una curiosa posición en un campo de batalla”.37 Esta visión bipartita en un encuentro belicoso no deja puesto para medias tintas; las divisiones son claras y, por eso, como ya lo hemos insinuado, “las disposiciones interiores no tienen nada que ver

34 35 36 37

“Jesús y la dimensión política” pp.105-125. Ibid., 132. Teología de la liberación – Respuesta al Cardenal Ratzinger, 58. Ibid., 59.

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con la elección de Jesús”.38 Posición que toma su inspiración de Jacques Dupont, como ya lo hemos recordado.39 Con estas premisas llega a considerar la parábola del rico y Lázaro, cuya rica y profunda explicación acabamos de leer en San Agustín. He aquí su exégesis: “Ambas situaciones, la del rico (innominado) y la del pobre Lázaro, son descritas en un modo que nos sorprende… Estos hombres, que en la segunda parte tendrán un destino tan diverso, son presentados en su vida cotidiana sin la mínima referencia a sus condiciones morales o religiosas. No se dice de Lázaro, por más que nosotros estaríamos tentados a suponerlo, que es paciente, piadoso, ni que haya puesto su confianza en Yahvé. Y, por antipático que aparezca ante nosotros el rico, no se dice de él que sea despiadado, cruel, ciego respecto a la desgracia del otro, conculcador de la ley de Yahvé. Más todavía: si queremos ver en la misma descripción — donde se acentúa al máximo la oposición — insinuaciones morales, el resto de la parábola nos desengañará: las razones, que serán dadas para explicar su destino opuesto post mortem excluyen la calificación moral. Sucede lo mismo que en la Bienaventuranzas originales40 y hasta en la misma versión de Lucas:41 lo que es descrito se refiere a dos situaciones, no del interior de las personas en cuestión… Una vez más, lo que sorprende y desconcierta, desde el punto de vista teológico, de la explicación (Lucas 16, 25) es la ausencia total de razones morales o religiosas. El pobre participa del banquete escatológico, simplemente porque éste pertenece a los pobres”.42 Comparemos ahora con los datos que, en el mismo texto, pone de relieve un conocido exégeta actual de Lucas, para acertar si se dan o no las consideraciones personales y religiosas de los personajes en la mente de Jesús. Ian Howard Marshall llama la atención del lector sobre este particular: “A diferencia del rico, el pobre es llamado Lázaro, vale decir: La’azar, una abreviación de ‘El’azar: el que es ayudado por Dios… Es éste el único caso de un nombre dado a un personaje en las parábolas de Jesús. Puede decirse que su significado apunte a la piedad del pobre, por más que el uso general de ptojós (trad. pobre) en Lucas (4, 18; 6, 20; 7, 22; 21, 3) indica ya que los pobres son en general piadosos y receptores de la gracia de Dios (ver: 14, 13.21).43 Pero, todavía: si se excluye toda referencia religiosa, ¿qué sentido tienen las angustias del rico, pidiendo a Abraham que Lázaro, desde la ultratumba, vaya a avisar acerca del peligro que corre el resto de sus hermanos sobrevivientes, para evitar de llegar al lugar de los tormentos? Si el horizonte 38

El hombre de hoy…, 162. Véanse las referencias de Segundo a Les Béatitudes… del exegeta belga en: El hombre de hoy…, 157, n. 2; 161, n. 8; 162-163 y n. 11. Tengamos presente, como ya se ha analizado, que, si bien el exégeta benedictino ofrece pasajes de sus comentarios que se prestan a esta interpretación tan unilateral, se dan no menos en su obra otros lugares que ayudan a equilibrar aquellos. 40 Diferentes, según reconstrucciones “científicas”, tanto de la de Mateo, como de la de Lucas. 41 Tenido como el “evangelista de los pobres”. 42 El hombre de hoy…, 169. 43 The Gospel of Luke, Exeter (1978) 635. 39

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fuera puramente sociopolítico, ¿a qué fin recurrir a Moisés y los profetas (el gran legislador religioso y los célebres predicadores morales del retorno a la alianza, cumpliendo los mandamientos)? La obligación de escucharlos (Lucas 16, 29), aun sin necesidad de milagros (vv. 30-31), indica que el campo no estaba dividido solamente entre dos ejércitos en lucha: el rico comilón de una parte y el pobre abandonado del otro. Esos aspectos, para nada secundarios en la trama parabólica, quieren decir también que la situación no es sólo sociopolítica. Es necesario, no menos, un cambio interior, si es verdad que el rico habría podido “arrepentirse” antes de llegar al tormento y que sus hermanos se encuentran todavía en la posibilidad de hacerlo. Y, dada la situación, el arrepentimiento no puede ser otro que una conducta misericordiosa, de justicia y caridad para con los pobres, como veremos que es el relieve que Lucas da a la doctrina de Jesús. Parecería que Juan Luis Segundo, por un momento, advirtiera la subversión que su exégesis hace del pasaje, al omitir la consideración del diálogo entre el rico y Abraham; por eso avisa: “En cuanto a la conversión sobre la que discuten el rico y Abraham, ver infra, en el capítulo siguiente”.44 Ahora bien, ese capítulo posterior es el cuarto, en el cual hará solamente una fugaz alusión a esa parábola;45 pero ni allí ni en otro lugar se podrá encontrar la prometida consideración sobre la “conversión”, acerca de la ley y los profetas, ni la más mínima mención de la discusión entre el rico y Abraham. Ian Howard Marshall, en otra publicación suya, ofrece clarificaciones que vienen casi como anillo al dedo a propósito de este asunto: “Aquí — en la parábola de Lázaro y el rico — nada se dice sobre la piedad o la impiedad del rico o de Lázaro, pero en el mundo venidero sucede la inversión de las partes… (Lucas 16, 25). De todo esto podría concluirse que Lucas enseña una simple inversión de las condiciones. La riqueza es una cosa mala; conduce a la perdición en el mundo futuro y por eso es mejor renunciar a ella con la esperanza de la recompensa espiritual: Vended vuestras posesiones y haced limosna (Lucas 12, 33). Puede parecer casi que la riqueza es mala en sí misma y que Lucas la ataca, sin tener en cuenta la condición espiritual de sus poseedores. Ésta sería una conclusión apresurada. Lucas no es culpable de ebionismo.46 Ni tampoco piensa Lucas en un simple cambio de situaciones en el más allá. La enseñanza sobre la riqueza y la pobreza debe ser ubicada en su contexto. Ya hemos visto que los pobres, a los que se predica el Evangelio, son los que se encuentran en la necesidad y se apoyan en Dios. En el mismo sentido, hay que ver en los ricos a aquellos que están satisfechos consigo mismos y no sienten necesidad de 44

El hombre de hoy…, 170, n. 19. Ibid., 183. El ebionismo fue una herejía judaizante originaria de Palestina y Siria. Su nombre proviene de: ‘ebyón, uno de los términos hebreos para designar al “pobre”. Fuera de graves errores cristológicos, nos interesa aquí el prurito con que se consideraban como los destinatarios de las Bienaventuranzas de los “pobres”. 45 46

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Dios. La clave de la parábola del rico necio se encuentra en el versículo conclusivo: “Así es el que acumula tesoros para sí y no se enriquece delante de Dios” (Lucas 12, 21). El estúpido es el hombre que no siente necesidad de Dios; además el acento puesto sobre la limosna (Lucas 11, 41; 12, 33; Hechos 9, 36; 10, 2.4.31), como disposición positiva requerida a la riqueza, indica que lo más probable era que el rico tonto y otros semejantes a él ignoraban su obligación hacia los pobres que los rodeaban. Se ha negado que este motivo se encuentre presente en la historia de rico y Lázaro;47 pero esto es incorrecto. Porque, hacia el fin de la parábola el rico pide que fuese enviado un mensajero a sus hermanos, a fin de que, en vez de llegar al mismo lugar de tormentos, se arrepientan (Lucas 16, 2830). Se supone que el mismo rico ha tenido que arrepentirse”.48 Será útil, entonces, volver a las consideraciones de San Agustín.49 Tal como bien lo ponía de relieve el santo doctor: no estamos ante dos facciones adversarias, donde valdría sólo la consideración sociopolítica. No cabe duda que se dan riqueza y pobreza. Pero entre los ricos están “el tonto” y “Abraham”. Lo que quiere decir que no es posible descuidar el elemento interior, religioso, señalado por Moisés y los profetas. Todas las situaciones humanas deben ser iluminadas por la palabra de Dios y toca a los hombres escucharla y convertirse a sus requerimientos. Tanto el rico condenado como sus hermanos han tenido y tienen una esperanza. Aquel no ha sido condenado únicamente por haber tenido holganza y caudales en su vida terrestre, sino más bien por haberlos usado con necedad, sin referencias religiosas para con Dios (sus mandatos y advertencias en Moisés y los profetas), ni hacia el prójimo, especialmente si sufre y se ve necesitado.

Mis ojos han visto tu salvación Diác. Jorge Novoa

“Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor, y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Lucas 2, 22-35

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Marshall se refiere aquí a J. Dupont, Les Béatitudes, Louvain (1954) pp. 139-210. De todos modos, en la edición posterior de 1973 (Vol III, 162183), el mismo Dupont, si no sobre esta precisa obligación de la limosna, alarga con todo considerablemente la exégesis, haciendo notar las implicancias religioso-morales de esta concreta parábola. 48 Luke – Historian and Theologian, Exeter (1984) p. 142. 49 Más arriba.

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Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.” Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: “Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción –¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!– a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.” Dividimos la escena en dos grandes bloques: 1) La Sagrada Familia se dirige al Templo cumpliendo con lo prescripto por la Ley — purificación de la madre y consagración del primogénito. 2) Simeón eleva a Dios su acción de gracias y profecía. Custodios de los caminos de la salvación El Padre Eterno confió a María y José el tesoro más sublime, su Hijo Único. Ellos deben custodiar los caminos de la salvación. ¡Cuánto nos ama Dios! ¡Qué misterio insondable y admirable, que nos llena de estupor, es el misterio de la Encarnación! Dios se hace hombre, niño pequeño, indefenso y frágil. A esta corona que forman María y José como custodios de los caminos de la salvación, se agregan otros nombres, que intervienen en ese momento de gran expectación llamado “la plenitud de los tiempos”. Uno de ellos es Simeón. Recorramos con ellos la escena bíblica; acudamos a ellos en la oración para que nos introduzcan en el misterio de la Salvación. María portadora de la Nueva Ley Dios en la Antigua Alianza había entregado a su pueblo la Ley. Moisés, como gran profeta elegido por Dios, había instruido al pueblo sobre los caminos de la salvación. La Ley no era una realidad exterior, sino una ruta que develaba el camino hacia la felicidad. “La Ley del Señor es perfecta y descanso del alma…”

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En ella, los creyentes encontraban el alimento necesario para el camino, obedeciéndola, el abatido se fortalecía y el afligido alcanzaba consuelo. Su luz portentosa se irradiaba sobre los intrincados acontecimientos históricos, manifestando la presencia de Dios junto a su pueblo. Pero, las infidelidades y falsas interpretaciones la habían desvirtuado en su núcleo; poniendo el acento en la letra le dieron la espalda a su Autor. Los profetas advirtieron al pueblo sobre este pecado que denunciaría Jesús: “este pueblo me honra con sus labios pero su corazón está lejos de mí…” La Ley, que estaba destinada a ser expresión exterior de la adhesión interior del corazón a Dios, se había distanciado tanto, que era un rito vacío. Así presenta San Pablo a los romanos esta situación: “Pero si tú, que te dices judío y descansas en la ley; que te glorías en Dios; que conoces su voluntad; que disciernes lo mejor, amaestrado por la ley, y te jactas de ser guía de ciegos, luz de los que andan en tinieblas, educador de ignorantes, maestro de niños, porque posees en la ley la expresión misma de la ciencia y de la verdad... pues bien, tú que instruyes a los otros ¡a ti mismo no te instruyes! Predicas: ¡no robar!, y ¡robas! Prohíbes el adulterio, y ¡adulteras! Aborreces los ídolos, y ¡saqueas sus templos! Tú que te glorías en la ley, transgrediéndola deshonras a Dios” (Romamos 2, 17-23). María y José, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, cumplen con las prescripciones de la Ley del Señor y, llegado el día de la purificación (Exodo 13, 1-2)50 y presentación (Levítico 12, 18),51 van al Templo. Según la Ley, la madre luego del parto para recuperar la pureza ritual debía purificarse, y el niño, si era primogénito, debía ser consagrado a Dios. “Si examinamos detenidamente las palabras de la ley, hallaremos ciertamente que la misma Madre de Dios, como no había concebido por obra de varón, no estaba obligada al precepto legal. Porque no era considerada como inmunda toda mujer que alumbrase, sino sólo aquélla que alumbrase por obra de varón, por lo cual se distinguía aquella que había concebido y dado a luz siendo virgen. Pero, para que nosotros nos viésemos libres del yugo de la ley, María, como Cristo, se sometió espontáneamente a ella” (Beda).52

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“Habló Yahveh a Moisés, diciendo: “Conságrame todo primogénito, todo lo que abre el seno materno entre los israelitas. Ya sean hombres o animales, míos son todos.”“ (Exodo 13, 1-2). “Yahveh habló a Moisés y dijo: Habla a los israelitas y diles: Cuando una mujer conciba y tenga un hijo varón, quedará impura durante siete días; será impura como en el tiempo de sus reglas. Al octavo día será circuncidado el niño en la carne de su prepucio; pero ella permanecerá todavía 33 días purificándose de su sangre. No tocará ninguna cosa santa ni irá al santuario hasta cumplirse los días de su purificación. Mas si da a luz una niña, durante dos semanas será impura, como en el tiempo de sus reglas, y permanecerá 66 días más purificándose de su sangre. Al cumplirse los días de su purificación, sea por niño o niña, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como sacrificio por el pecado. El sacerdote lo ofrecerá ante Yahveh, haciendo expiación por ella, y quedará purificada del flujo de su sangre. Ésta es la ley referente a la mujer que da a luz a un niño o una niña. Mas si a ella no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones, uno como holocausto y otro como sacrificio por el pecado; y el sacerdote hará expiación por ella y quedará pura” (Levítico 12, 1-8). 52 Beda, en: Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea, Lucas 2, 22-24. 51

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María nunca interpone, entre ella y el Señor, un proyecto propio. Medita en su corazón e integra en su historia personal los misterios a los que Dios la asocia. “Más aún, esta sumisión a la ley le va a dar a María, sin tardanza, la ocasión de escuchar a Dios que le habla por Simeón y Ana”.53 En este encuentro con Simeón recibe una nueva luz; Dios progresivamente introduce a María en el camino de la cruz de su Hijo. Cuando en María se están acallando los coros angélicos de Belén que glorificaban al niño, comienza a divisarse, aunque brumosamente, en su horizonte el Gólgota. San Pablo nos enseña en sus cartas cómo, desde la Encarnación, el Verbo se “anonadó” tomando la condición de Siervo obediente. María, como discípula obediente, se reconoce como sierva del Señor, ubicándose en el camino que el Padre ha señalado para el cumplimiento de la misión del Hijo. Es de notar la grandeza de la Santísima Virgen María; siendo que Dios le había concedido estar libre de pecado original por su Inmaculada Concepción, en orden a su misión única como Madre del Salvador, se somete a la Ley. Viendo que el ángel la había saludado como “llena de gracia”, pudo haber exigido otro trato que le diera un reconocimiento especial o cierta deferencia. “Con este gesto, María y José manifiestan su propósito de obedecer fielmente a la voluntad de Dios, rechazando toda forma de privilegio. Su peregrinación al templo de Jerusalén asume el significado de una consagración a Dios, en el lugar de su presencia”.54 Este rito antiguo, destinado a preparar los corazones para recibir al Mesías, había alcanzado su cumplimiento pleno en el corazón de María. “Hoy la Virgen María lleva al templo del Señor al Señor del templo” (San Bernardo). Para comprender la participación singular de María en la obra de Cristo, distingamos claramente al sujeto único e insustituible de la acción en la cual participan sus seguidores; por un lado está el Siervo sufriente (trad. Hijo), por el otro está la acción que deviene del cumplimiento de esta misión (Redención). María es la servidora del Señor pues sirve a la obra de la Redención en sintonía perfecta con la misión del Siervo. Lo mismo podemos aplicarlo para la Mediación; Cristo es el único Mediador, pero en la mediación, que es la acción que Cristo consuma con su entrega obediente, María participa de forma singular. La ofrenda María y José entregan la ofrenda que habitualmente realizaban los pobres, “un par de tórtolas o dos pichones”. La ley contemplaba de esta forma a quienes no podían ofrecer un cordero, pero la verdadera ofrenda que presentan aún permanece oculta: es Jesús. Él es el cordero de Dios, sin mancha, que quita el pecado del mundo. “En efecto, según el plan divino, el sacrificio ofrecido 53 54

Jean Lafrance, En oración con María la madre de Jesús, Narcea, Madrid, 139-143. Juan Pablo II, Catequesis, 11 de diciembre de 1997.

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entonces de “un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley” (Lucas 2, 24) era un preludio del sacrificio de Jesús, “manso y humilde de corazón” (Mateo 11, 29); en Él se haría la verdadera “presentación” (cf. Lucas 2, 22), que asociaría a la Madre a su Hijo en la obra de la redención”.55 La aparente pobreza de la ofrenda esconde la verdadera riqueza y la fortaleza de Dios se oculta en la fragilidad de un niño. ¿Qué debemos ofrecer al Señor? El apóstol nos exhorta a entregarnos nosotros mismos: “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.” (Romamos 12, 1-2). Nuestra participación en la misión de Cristo recibida en el Bautismo está estrechamente enlazada con nuestra entrega personal, con nuestra ofrenda, que se renueva cada vez que participamos de la Eucaristía. Debemos ofrecernos con el Señor en el altar mediante un culto espiritual, uniéndonos a Él para que Dios fecunde nuestra entrega, por pobre que sea. La obra de Dios parte de la ofrenda del hombre, pero alcanza frutos desproporcionados al hombre. El Señor, con los cinco panes de cebada y dos pescados que un niño aporta (Juan 6, 9), alimenta a 5.000 hombres (Juan 6, 10); la ofrenda pobre del hombre se multiplica en la abundancia de Dios. Las tinajas de piedra que contienen agua, por la acción del Señor se convierten en el vino mejor de la fiesta (Juan 2, 10). En estos y otros textos, el Señor quiere que evitemos la aplicación del criterio humano para evaluar la obra de Dios y sus frutos. ¿Quién es Simeón? Simeón era un nombre corriente entre los judíos; significa “Dios (el Señor) ha oído”. La Sagrada Escritura presenta a Simeón como un hombre religioso; en su corazón anida la esperanza mesiánica que vivifica a Israel. Al describirlo como “justo y piadoso”, quiere destacar a Dios como el fundamento que sustenta toda su vida. En la Escritura esta característica identifica a los amigos de Dios; así se presentan entre otros: María, José, Zacarías, Isabel, Juan Bautista y Ana… Pero de todas las características que se destacan de Simeón, quisiera resaltar una esencial; y es su docilidad a la acción del Espíritu Santo. Simeón aparece investido por la fuerza (ruah) del Espíritu, que lo ha preparado revelándole el misterioso camino de la salvación. En Simeón, somos invitados a contemplar la acción misericordiosa de Dios, que derrama el Espíritu sobre sus fieles para llevar a cumplimiento su proyecto de amor. Sus rasgos, aunque escuetos, son un elocuente modelo de

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Ibidem.

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docilidad y esperanza, frutos del dinamismo del Espíritu Santo que lo conduce. La acción del Espíritu Santo en él, se nos presenta por medio de tres verbos: estar, revelar y mover. Reflexionemos contemplando la acción santificadora del Espíritu Santo en Simeón para reconocer su presencia en nosotros y vivir con docilidad a sus mociones. Estaba en él El Espíritu Santo consolaba el corazón de Simeón en los momentos difíciles, arraigándolo en la esperanza de Israel. Lo nutría de consuelos para fortalecerlo e impulsarlo a permanecer en la Promesa que Dios le había realizado. Ésta es la manifestación del Espíritu en Simeón, la mirada de su corazón está dirigida hacia el objeto de la Promesa. “El Espíritu preparaba desde entonces el tiempo del Mesías, y ambos, sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos a fin de ser esperados y aceptados cuando se manifiesten”.56 Dios habita en nosotros por el Espíritu Santo, como lo expresa San Pablo en la epístola a los Romanos: “Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros… En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados.” (Romamos 8, 9-18). En el día de nuestro Bautismo fuimos poseídos por el poder de ese mismo Espíritu, que ha hecho su morada en nosotros y nos ha identificado con Cristo vivo, convirtiéndonos en hijos adoptivos del Padre y en Templos de la Trinidad Santa. Somos santuarios vivientes de la morada de Dios. Le reveló (to pneumati) El Espíritu le da a conocer a Simeón lo que debe hacer. Este modo de conocimiento no viene “de la carne ni la sangre”; es fruto de la acción de Dios. Así se lo hace conocer Jesús a Pedro, cuando lo confiesa como Cristo en Cesarea de Filipos. Esta acción no está vinculada a la capacidad que tengamos en el plano intelectual, ni a la argumentación que realicemos por medio de silogismos intrincados; es una acción por la cual Dios quiere darnos a conocer algo. Es una luz que proviene de Dios y penetra el espíritu del hombre. Es una luz divina. “Es el alimento de la vida de Dios, terrible

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Catecismo de la Iglesia Católica, n. 702.

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y amable al mismo tiempo, indeciblemente extraño, pero íntimamente confidencial. Desde allí nos llega esta luz que penetra nuestro interior”.57 ¿Qué le reveló? “Ver la muerte significa sufrirla, y muy feliz será aquél que antes de ver la muerte de la carne haya tratado de ver con los ojos de su corazón al Cristo o ungido del Señor, tratando de la Jerusalén celestial y frecuentando los umbrales del templo del Señor, esto es, siguiendo los ejemplos de los santos (en quienes habita el Señor). Esta misma gracia del Espíritu Santo, que le había hecho antes conocer al que había de venir, hizo que lo reconociera cuando vino. Por ello sigue: “Así vino inspirado de Él al templo”.58 Lo movió Simeón es impulsado por el Espíritu, que, moviéndolo con una moción espiritual, lo pone en la dirección del Templo. En la vida de Simeón esta acción no era un hecho aislado; según hemos visto, era un hombre religioso y en numerosas oportunidades se ponía a la “escucha” de Dios. Simeón había concurrido en incontables ocasiones al Templo de Jerusalén. Su fe se había acrisolado en la obediencia, perseverando confiadamente en la promesa de Dios. Para cualquier persona que visitaba el Templo, el entorno era habitual. Nada parecía extraordinario y en su interior todo se desarrollaba con normalidad. La imagen que se presenta ante Simeón es la de una joven madre con su esposo acercándose hacia el sacerdote. Esta situación exteriormente no denota ninguna particularidad. En el interior de Simeón se revela la realidad particular, fruto de la acción del Espíritu Santo. Experimenta la alegría del encuentro con el Mesías y siente que ha logrado la finalidad de su existencia; por ello, dice al Altísimo que lo puede dejar irse a la paz del más allá. “En el episodio de la Presentación se puede ver el encuentro de la esperanza de Israel con el Mesías. También se puede descubrir en él un signo profético del encuentro del hombre con Cristo. El Espíritu Santo lo hace posible, suscitando en el corazón humano el deseo de ese encuentro salvífico y favoreciendo su realización”.59 Bendición de Simeón Lo tomó en brazos… “Y tú, si quieres poseer a Jesús y abrazarlo, debes cuidar con todo empeño de tener siempre por guía al Espíritu Santo, y venir al templo del Señor”.60 La escena que se desarrolla ante Simeón, y que exteriormente no guarda ninguna particularidad, desata en este hombre de Dios un cántico de alabanza. Dios, según su fidelidad “por todas las 57 58 59 60

Romano Guardini, El Espíritu del Dios viviente, Paulinas, Bogotá 1992, 9. Beda, en: Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea. Juan Pablo II, Homilía en la Jornada de la vida consagrada, Martes 2 de febrero de 1999. Orígenes, In Lucam, 15; en: Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea.

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generaciones”, ha cumplido su promesa. Esta nueva constatación de la fidelidad de Dios llena el corazón de Simeón de júbilo y lo mueve a bendecir a Dios. “En su cántico, Simeón cambia totalmente la perspectiva, poniendo el énfasis en el universalismo de la misión de Jesús: “han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2, 30-32)”.61 Es posible ver la acción de Dios en la historia y rastrear sus huellas que nos indican el camino. A ello alude la Iglesia cuando utiliza la categoría teológica “signos de los tiempos”. La salvación es el telón del fondo de la mirada creyente; la contemplación de la realidad en última instancia está referida a ella. La obra de Dios se manifiesta como luz y gloria, “luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”. José y María, “con esta experiencia, comprenden más claramente la importancia de su gesto de ofrecimiento: en el templo de Jerusalén presentan a Aquel que, siendo la gloria de su pueblo, es también la salvación de toda la humanidad”.62 La gracia de Cristo, que es manifestación de la luz y gloria de Dios, se expresa en el alma del justo como belleza redentora. La obra de Dios que se revela en este encuentro, por el anuncio de Simeón, llena de admiración los corazones de María y José. Profecía de Simeón Jesús como Salvador del mundo siempre será “signo de contradicción”. Su presencia escandaliza. Aún hoy observamos incontables hechos en la vida de los santos que son rechazados. El cristianismo siempre gozará de esta prerrogativa; despertará en algunos el amor hasta el extremo y en otros la burla o el rechazo. Dios nos libre de transitar por las veredas del halago social si, para ello, debemos renunciar a la Cruz de Cristo. El apóstol Pablo apela a su propio comportamiento: “Pues yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios, pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado… Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios.” (1Corintios 2, 1-5). Esta realidad paradójica es esencial al misterio del Señor y por lo tanto, patrimonio de la Iglesia Católica. El mundo de hoy se escandaliza, entre otras cosas: con los milagros, la virginidad de María, los dones del Espíritu Santo, la infalibilidad del Papa, la presencia real de Jesús en Eucaristía, la Iglesia Católica, los mártires y el celibato sacerdotal. Los falsos profetas rechinan sus 61 62

Juan Pablo II. Ibidem.

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dientes contra estas expresiones de la Verdad, y encuentran siempre fondos para publicitar sus errores. Blasfeman ante estas verdades como los demonios al encontrarse con Jesús. ¡Cuánta soberbia y desobediencia hay en nuestro corazón! Simeón ha anunciado la misión y obra del Hijo. Su palabra profética se dirige ahora en dirección de María su Madre: “una espada de dolor atravesará tu alma”. Ella es asociada de modo singular a la misión redentora del Hijo. El Gólgota, que se hace presente en la profecía, encuentra su pleno cumplimiento el día que la encuentra al pie de la Cruz. Este “segundo anuncio”,63 que delinea al Siervo sufriente, la introduce en el camino de la Redención. “A partir de la profecía de Simeón, María une de modo intenso y misterioso su vida a la misión dolorosa de Cristo: se convertirá en la fiel cooperadora de su Hijo para la salvación del género humano”.64 ¿Jesús y la Iglesia son signos de contradicción? Para responder acertadamente a estos y otros interrogantes, hay que ir a la escuela de María. Ella recorrió en la obediencia de la fe el camino que conduce a la Luz. Quisiera finalmente dar gracias al Padre, porque su misericordia nos desborda continuamente, al Hijo por su amor redentor y al Espíritu Santo que esculpe en nosotros bellamente, aun en el dolor, la obra de Dios. De esta verdad da testimonio la Iglesia Católica; en María, José, Simeón y tantos otros… Todos, llenos de gozo, anuncian que han visto la salvación de Dios… Algunas preguntas para orar y reflexionar 1. ¿Vivimos nuestra vida como miembros de un pueblo sacerdotal? 2. ¿Elevamos la ofrenda de nuestra vida en el altar del Señor? 3. ¿Es la Eucaristía el centro de nuestra vida? 4. ¿Custodio los caminos de la salvación? 5. ¿Vivo con humildad el plan de Dios? 6. ¿Renuncio a los privilegios? 7. ¿Contemplo e imito la vida sobria de la Sagrada Familia? 8. ¿Soy dócil a la acción del Espíritu Santo? 9. ¿Le pido en la oración que me ayude a discernir y seguir sus mociones? 10. ¿Sofoco el soplo de Dios? 11. ¿Bendigo a Dios por lo que tengo? ¿Lo bendigo por la Redención? ¿Bendigo su obra creadora? ¿Bendigo y alabo a Dios por ser Dios? 63 64

Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 16. Juan Pablo II, Homilía en la Jornada de la vida consagrada, Martes 2 de febrero de 1999.

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12. ¿Veo la acción de Dios en el mundo? 13. ¿Soy testigo de su acción? ¿Estoy miope para reconocer el amor que Dios nos tiene? 14. ¿Vivo mi fe con alegría? 15. ¿Me avergüenzo de ser creyente? ¿No defiendo mi fe? 16. ¿He olvidado rezar a la Santísima Virgen María? 17. ¿Me escandalizo por las exigencias de su Amor? 18. ¿Me rebelo si el Señor me asocia a sus sufrimientos?

Verdades de fe silenciadas por el P. José María Iraburu

Si aquellos que han recibido verdades de la fe y han sido enviados para predicarlas, no las predican, ¿de qué hablan entonces al personal? Buena pregunta. Está claro que predicarán mentiras y tonterías vanas, incapaces de salvar al hombre. Pero lo que no está tan claro es que realmente hayan recibido las verdades de la fe. Siga leyendo, y ahora estudiamos el asunto. Cristo salva a los hombres por la predicación de la verdad. Él ha venido al mundo “para dar testimonio de la verdad” (Juan 18, 37). Él quiere “que todos los hombres se salven, y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Timoteo 2, 4). Cristo sabe que Él es “la verdad” (Juan 14, 6), la luz del mundo, y que quien lo sigue “no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida” (Juan 8, 12). Y pide: Padre, “santifícalos en la verdad” (17, 17), es decir, santifícalos por obra del Espíritu Santo, que es “el Espíritu de la verdad” (16, 13). Sabe Cristo que solo “la verdad nos hará libres” (8, 32) del demonio, del mundo y de la carne, es decir, de nosotros mismos. Según todo esto, por tanto, todo silenciamiento de las verdades de la fe que nos salva impide o dificulta la salvación de los hombres. Es algo gravísimo. Los Apóstoles, enviados a predicar el Evangelio, entendieron esto perfectamente. “El justo vive de la fe, la fe es por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo” (Romanos 1, 17; 10, 17). Ellos sabían bien que cuando se debilita o cesa la predicación de una verdad de la fe, se debilita o cesa esa convicción de fe, y consiguientemente se arruina la vida cristiana que suscita “la fe que obra por la caridad” (Gálatas 5, 6). 29

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Silenciamiento del Evangelio y apostasía. Tratando en este blog de la reforma de las Iglesias locales descristianizadas, he ido señalando en varios posts, a modo de ejemplo, las consecuencias nefastas de ciertos silenciamientos crónicos: sobre salvación o condenación (8-9), pudor (10-12), predicación de la conversión en las misiones (13), adulterio (14-15), demonio y exorcismos (16-18), vida cristiana como batalla contra el diablo y victoria total de Cristo en la parusía (19-20). Pero como esos ejemplos considerados, podrían señalarse cien más, y en muchos casos se referirían a verdades de fe de aún mayor importancia. Ahora bien, es evidente que una verdad de la fe silenciada en forma absoluta durante largo tiempo equivale a una negación de la misma. Y que por tanto la causa principal de la apostasía creciente entre los cristianos es precisamente el silenciamiento de muchas verdades fundamentales del Evangelio. Si un párroco, por ejemplo, durante veinte años nunca afirma la presencia real de Cristo en el sagrario, y pasa ante él sin hacer el menor signo de reverencia, lo quiera o no, está predicando a su feligresía que Cristo no está presente en el sagrario. Que allí no hay nadie. Más aún, hay fundamento real para sospechar que ese sacerdote no cree en la presencia eucarística de Cristo. Si creyera, la predicaría y exhortaría a los fieles a la devoción eucarística, ya que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6, 45). Las causas del silenciamiento del Evangelio, que conducen al pueblo a la apostasía de la fe, sea en forma explícita o implícita, deben ser conocidas y reconocidas, para superarlas con la gracia de Dios. Señalaré algunas de las más importantes. Todas, como es obvio, se relacionan entre sí y se implican mutuamente. El desconocimiento de las verdades por ignorancia. Un cristiano, sacerdote o laico, no puede enseñar aquellas verdades de la fe que desconoce. En tiempos antiguos, en los que faltaban seminarios, institutos de catequesis, etc. ese desconocimiento tenía forma normalmente de ignorancia. Imagínense ustedes cuál sería, por ejemplo, la situación del clero en el siglo IX cuando, bajo el impulso de la reforma carolingia, uno de los concilios de Aguisgrán creo que el de 817 determinó que no fuera ordenado sacerdote aquel que no supiera leer, al menos los libros litúrgicos. O imaginen la situación del clero rural en Francia, antes de que en aquella Iglesia se aceptaran ¡en 1615! los decretos del concilio de Trento. Conoció San Vicente de Paul (1581-1660) no pocos casos de curas que en la Misa o en la confesión balbuceaban una monserga que hacía dudar de la misma validez del sacramento. En una situación semejante, el silenciamiento de muchas verdades de la fe procede simplemente de una enorme ignorancia, muchas veces inculpable. El desconocimiento de las verdades por mala doctrina. Pero el problema hoy es muy distinto, y sin duda aún más grave. Actualmente son innumerables los centros docentes para seminaristas, 30

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catequistas, religiosos, novios, etc. La ignorancia, pues, y el silenciamiento consiguiente de tantas verdades fundamentales de la fe católica se debe principalmente a la doctrina falsa que en esos centros se inculca con no escasa frecuencia. En ciertas Iglesias locales, especialmente maleadas en la doctrina, hallamos la fe católica genuina casi exclusivamente en un resto sencillo de fieles que, por la misericordia de Dios, se han librado de ciertos aggiornamentos doctrinales tenebrosos. O que, también por gracia de Dios, se han salvado del diluvio universal en el arca de algún movimiento cristiano fiel a la Iglesia. Es gravísimo lo que digo, pero no exagero. Juan Pablo II, en un discurso a misioneros populares, describe en 1981 de modo semejante una situación de falsificación doctrinal generalizada: “Es necesario admitir con realismo, y con profunda y atormentada sensibilidad, que los cristianos de hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confusos, perplejos, e incluso desilusionados. Se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre. Se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones. Se ha manipulado incluso la liturgia. Inmersos en el relativismo intelectual y moral, y por tanto en el permisivismo, los cristianos se ven tentados por el ateísmo, el agnosticismo, el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva” (6-2-1981). El diagnóstico que hizo el Cardenal Ratzinger en su Informe sobre la fe, en ese mismo tiempo, era exactamente coincidente. Pues bien, el Papa, al describir ese inmenso deterioro actual de la doctrina católica, no está pensando, por supuesto, en la prensa laicista, en Universidades agnósticas, en estadios deportivos, playas y teatros. Está pensando en seminarios, noviciados, facultades de teología, centros catequéticos, editoriales y librerías “católicas”. En consecuencia, ¿ha de extrañarnos, pues, que no pocos Obispos, párrocos, teólogos, catequistas, religiosos, grupos laicales, que se formaron doctrinal y espiritualmente en esa situación descrita por el Papa, silencien verdades centrales de la fe? En muchos casos las silencian, sencillamente, porque no las recibieron. Por el contrario, recibieron justamente los errores contrarios. Así las cosas, lo verdaderamente admirable, lo que constituye un milagro de la bondad de Dios hacia su Iglesia, es que no pocas de estas personas perseveren heroicamente en sus ministerios, y aún habiendo recibido tan pésima formación filosófica e histórica, doctrinal y moral, espiritual y litúrgica, todavía transmitan, aunque sea con graves deficiencias, muchas veces inculpables, algunos elementos de la fe católica. Falta de fe. “Creí, por eso hablé; también nosotros creemos, y por eso hablamos” (2Cor 4, 13). Por el contrario, “no creemos y por eso no hablamos”. Los silenciamientos sistemáticos de tantas verdades de la fe católica están indicando que no hay fe en esos misterios revelados por Dios y 31

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enseñados por la Iglesia. Un sacerdote, un catequista, el profesor de un colegio católico, un padre de familia, si nunca hablan de la inhabitación de la Trinidad en el cristiano en gracia, si jamás aluden a la eterna salvación o condenación, a la Providencia divina sobre lo grande y lo mínimo, al horror del adulterio o de la anticoncepción, a la urgencia de evangelizar a los incrédulos, etc. es porque no creen en esas verdades de la fe, o porque la fe en ellos es tan débil que no da de sí como para “confesarla ante los hombres” (Lucas 12, 8). Veámoslo con un ejemplo: El silencio casi total sobre la grave maldad de la anticoncepción fue denunciado por el Obispo Victor Galeone, de San Agustín (Florida, USA), en una carta pastoral (15-11-2003). Él habla porque cree en la doctrina católica. Consigna primero que el divorcio se ha triplicado, las enfermedades sexuales han aumentado de 6 a 50, crece la pornografía en todos los campos, aumenta la esterilización y la reducción extrema del número de los hijos, etc. Y declara que, a su juicio, la causa principal de todos esos males está en la anticoncepción generalizada. “La práctica está tan extendida que afecta al 90% de las parejas casadas en algún momento de su matrimonio, implicando a todas las denominaciones” (se refiere a todas las confesiones cristianas, también a la católica). “La gran mayoría de la gente de hoy considera la anticoncepción un tema fuera de discusión”. Describe de modo impresionante el profundo y multiforme deterioro que la anticoncepción crónica produce en la vida de matrimonios y familias. “Me temo que mucho de lo que he dicho parece muy crítico con las parejas que utilizan anticonceptivos. En realidad, no las estoy culpando de lo ocurrido en las últimas décadas. No es un fallo suyo. Con raras excepciones, los obispos y sacerdotes somos los culpables debido a nuestro silencio”. Y concluye con algunas normas prácticas “para ir en contra del silencio que rodea la enseñanza de la Iglesia en esta área”, pidiendo en el nombre de Cristo, como Obispo de la diócesis, la aplicación de ciertas normas sobre estudio de la doctrina católica, confesores, homilías, cursos de preparación al matrimonio, catequesis y escuelas superiores. Es obvio, no hay otro camino: reforma o apostasía. Falta de esperanza. No se intenta lo que se considera imposible. No se predica para intentar superar aquellos errores y males que se consideran irrevocables. Falta conciencia en la fe de que el mismo Dios que asiste con su gracia al predicador para decir la verdad es el Dios que asiste al oyente para darle crédito. Y así se admiten como hechos consumados e irrevocables, la anticoncepción, el absentismo de la Misa, la polarización en el enriquecimiento y tantos otros pecados. Y poco o nada se predicará y se hará para superarlos con la gracia de Cristo. Sin esperanza, sin esperanza teologal la que se pone en Dios, y solo en Cristo: “lo que es imposible para

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los hombres es posible para Dios” (Lucas 18, 27) los males de la humanidad y de la Iglesia no tienen remedio. Ni siquiera se intenta superarlos, porque se consideran inevitables. Un ejemplo: En amplias regiones de la Europa medieval era tan general la simonía, la compra de Obispados, Abaciatos, etc. que no causaba apenas escándalo ni en la Jerarquía apostólica ni en los fieles. No se predicaba ni se hacía nada efectivo para desarraigarla, y perduraba impunemente. Cientos y cientos de Abades y Obispos simoníacos, reyes y nobles, se apoyaban mutuamente, unidos por intereses comunes. Innumerables teólogos y canonistas callaban discretamente, “conservando sus vidas” (Lucas 9, 23-24). Solo algunos hombres santos creyeron entonces, como Abraham, “contra toda esperanza” (Romanos 4, 18) que Cristo Salvador quería purificar a su Esposa, la Iglesia, de un pecado tan grave y generalizado. Nicolás II (Papa, 1059-1061), San Gregorio VII (1015-1085), San Bruno (+1101), San Bernardo (1090-1153) y con ellos otros hombres de fe y de esperanza, sabiendo que se exponían a sufrir calumnias, atropellos, exilios, cárcel, emboscadas mortales, pobreza, se atreven a iniciar y a mantener una lucha total contra la bestia diabólica de la simonía. Bernardo escribe a Eugenio III (Papa, 1145-1153): “si queréis ser un fiel seguidor de Cristo, haced que se inflame vuestro celo y se ejerza vuestra autoridad contra esta plaga universal” de la simonía. Por gracia de Dios, la esperanza de estos hombres “le dejó obrar a Cristo” en su Iglesia, y la simonía fue vencida progresivamente, con la ayuda decisiva de Concilios que ellos mismos impulsaron (Romano, 1060; Guastalla, 1106; Laterano II, 1139; Laterano III, 1179; etc). Reforma o apostasía. Faltan hoy en nuestra Iglesia hombres audaces en la esperanza. Muchos, incluso entre los mejores, se resignan ya a una Iglesia siempre decreciente, reducida a un Resto, y a un Resto dividido, en el que hay a veces más errores que verdades, y más rebeldías que obediencias. Pues bien, sin estos hombres de esperanza no habrá reforma, no la concederá el Señor, y sin reforma, proseguirá creciendo la apostasía. Todos los males de la Iglesia doctrinas falsas, abusos disciplinares son perfectamente remediables, pues Dios ama a la Iglesia, la Esposa del Hijo, y es omnipotente. Es verdad que muchas veces no será posible superar esos males sin verdaderos milagros morales. Pero los milagros necesarios son normales en esa historia de la salvación que la Iglesia está viviendo hasta que vuelva Cristo. Y el Señor hace siempre esos milagros de salvación a través de cristianos creyentes y mártires. Cuando en uno de sus viajes evangelizadores estuvo Jesús en Nazaret, entre sus paisanos, “no hizo allí muchos milagros por su falta de fe” (Mateo 13, 58). *** Perdón que insista. Y si el enviado a predicar no predica el Evangelio ¿a qué se dedica, a tocar el bombo?

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O la trompeta. Se dedicará a cualquier aberración o inutilidad, ya que se está resistiendo al Espíritu Santo, que le fue comunicado sacramentalmente por un sucesor de los Apóstoles. Como causas principales del silenciamiento de ciertas verdades de la fe quedaron ya señaladas en el post anterior la ignorancia, la mala doctrina, la falta de fe, la falta de esperanza. Pero consideremos también otras causas. El horror a la Cruz. Decía el Apóstol: “si todavía anduviera buscando agradar a los hombres, no podría ser siervo de Cristo” (Gálatas 1, 10). Hay predicadores muy valientes para predicar aquellas verdades hay alguna que el mundo aprecia, y muy cobardes para aquellas otras muchas que el mundo aborrece. Enviados a predicar todo el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, silencian ciertas verdades fundamentales de la fe que traen marginación o persecución, las silencian por miedo al sufrimiento. Por tanto, “no sirven a Cristo, nuestro Señor, sino a su vientre” (Romanos 16, 18); obran así “para no ser perseguidos por la cruz de Cristo” (Gálatas 6, 12); “son enemigos de la cruz de Cristo” (Filipenses 3, 18). En fin, “se avergüenzan” del Evangelio de Cristo (Romanos 1, 16). Y así es como el pueblo cristiano puede pecar con “buena conciencia” y seguir tranquilamente caminos de perdición temporal y eterna. Se pierden los cristianos en la apostasía. Pierden la fe sin darse cuenta siquiera. La herejía. Ya está señalada esta causa en lo que dije de la “mala doctrina” y de la “falta de fe”. Pero añado ahora que cualquier predicador que se vea afectado por alguna herejía silencia necesariamente la verdad de la fe que esa herejía niega. El que esté engañado por el arrianismo presentará un Cristo humano, no divino. El que no crea en la posibilidad real de la condenación, jamás hará alusión alguna al infierno. Y así ocurrirá con todas las herejías. Como más adelante, en otros posts, he de hablar de las herejías actuales más frecuentes, señalo ahora breve y solamente los errores sobre la gracia divina, de los cuales me fijo en dos, los que hoy son más frecuentes, y que silencian muchas verdades de fe. El pelagianismo. Aquellos predicadores que no ven al hombre como un ser herido por el pecado original en su misma naturaleza e inclinado al mal, y que por tanto necesita para salvarse el auxilio de la gracia de Cristo y de la Iglesia, nunca o casi nunca predicarán la necesidad de la conversión y la urgencia de poner los medios señalados por el mismo Dios para conseguir la vida de la gracia: oración, fidelidad a los mandatos de Cristo y de la Iglesia, sacramentos, etc. El actual modernismo progresista suele ser en el fondo arriano y pelagiano. Cristo es solo modelo para los cristianos, que han de salvarse con sus propias fuerzas. El semipelagianismo. Quienes entienden que la vida cristiana está causada en parte por la gracia de Dios y en parte por el esfuerzo del hombre causas coordinadas que concurren a la obra buena; no 34

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causas subordinadas, una principal y otra instrumental, tienen buen cuidado de silenciar todas aquellas verdades de la fe católica que prevean como ocasiones de persecución del mundo, desprestigio y marginación. Afirmar esas verdades, suponen ellos, debilitaría “la parte humana” que colabora con Dios en la salvación del mundo. Consecuentemente, las silencian. Es decir, a la larga, las niegan. A estas causas del silenciamiento de ciertas verdades de la fe hemos de añadir algunas otras excusas. No prediquemos sobre tal verdad, porque antes se predicó demasiado. Silenciemos, por ejemplo, el evangelio del pudor y de la castidad, o el evangelio que avisa del peligro de una condenación eterna, porque antes se predicó excesivamente del sexto mandamiento y del infierno. Apenas merece una refutación amplia un error tan patente. Supuesto que antiguamente éstas y otras verdades se predicaran en exceso, lo que hoy debemos hacer es predicarlas con una prudente frecuencia. Pero silenciarlas es negar el Evangelio. Y el remedio es entonces peor que la enfermedad. No prediquemos las más altas verdades de la fe… ni tampoco las más bajas. No prediquemos las más altas, el misterio de la Encarnación del Verbo, la inhabitación de la Trinidad en los hombres, la primacía de la gracia para toda obra buena merecedora de premio eterno, etc., porque todo eso le viene grande a nuestros oyentes. Pero tampoco les prediquemos las verdades más elementales, el pudor, la evitación de las ocasiones próximas de pecado, etc., porque si no han recibido las más altas verdades de la fe, no podrán vivir, ni siquiera entender, estas otras verdades. El sofisma es tan patente que no necesita refutación desarrollada. Hay una conexión tan profunda entre las verdades de la fe, que todas las verdades reveladas y enseñadas por la Iglesia han de ser predicadas a los hombres. Sin predicación y catequesis suficiente sobre el pecado original, sobre la creación, la Santísima Trinidad, el diablo, el purgatorio, el pudor, la peligrosidad del mundo mundano, la función salvífica de la Virgen María, del mundo angélico, de la Eucaristía dominical, etc. no hay modo ni de entender ni de vivir la vida cristiana. No puede haber fidelidad a la gracia. No habrá vocaciones. Los matrimonios no tendrán hijos. Seguirá el absentismo masivo a la Misa dominical. Etc. Por supuesto que la prudencia pastoral aconsejará, según los casos, predicar antes o más tarde ciertas verdades. Pero el fin que ha de pretenderse desde el principio es predicar el Evangelio entero. Silenciemos ciertas verdades morales, 1ºdejando a los hombres que sigan su conciencia; 2ºno sea que con ellas les suscitemos problemas de conciencia, que ahora no tienen. Volviendo a un tema ya aludido en anteriores posts: no prediquemos la doctrina moral de la Iglesia acerca de la 35

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anticoncepción, primeramente dejemos el discernimiento concreto de cuestión tan íntima y compleja a la conciencia de los esposos; y en segundo lugar no sea tampoco que les creemos sentimientos de culpa, de los que ahora están libres. La primera respuesta va por la reductio ad absurdum: Cese la predicación del Evangelio en el mundo. Si ese mismo argumento se aplica a los ricos injustos, educados desde niños en familias y colegios infectados completamente de injusticia, o a los hombres de un pueblo que ve la esclavitud y la poligamia como instituciones perfectamente naturales y lícitas, etc., cesa la evangelización. Siguiendo ese planteamiento, todos los que hoy insisten, p. ej., en predicar a los ricos los deberes bien concretos de la justicia enseñados por el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia ¿por qué no les dejan resolver esos asuntos ateniéndose a su conciencia? Ya son mayorcitos. Y por otro lado, con esa predicación impertinente ¿no estarán suscitando en los ricos unos problemas de conciencia que ahora no tienen? Cristo salva al hombre fundamentalmente predicándole la verdad. Así es como, con la gracia del mismo Cristo, el hombre adámico es liberado de la cautividad del diablo, del mundo y de sí mismo. Por lo que al diablo se refiere, nada libra tanto del influjo del Padre de la mentira como la proclamación de la verdad evangélica. El Enemigo no se apodera plenamente del hombre hasta que domina por el error su entendimiento. No domina totalmente sobre la persona sometida a su influjo si solamente logra cautivar su sensualidad, su voluntad, sus obras. Mientras la mente guarda el conocimiento y el reconocimiento de la verdad moral, siempre es posible la conciencia de culpa y la conversión, con la gracia de Dios. Pero la perdición total de la persona se produce cuando no solo su voluntad está cautiva del mal, sino cuando también su entendimiento es adicto a la mentira y, bajo el influjo del diablo, ve lo malo como bueno y lo bueno como malo. De ahí que nada tema tanto el diablo como la afirmación de la verdad. Solo “la verdad nos hará libres” (Juan 8, 32). Por tanto los predicadores que silencian verdades de la fe se hacen co-laboradores del diablo, y al menos entre los cristianos, son sus más eficaces co-laboradores. Con razón decía San Pablo: “¡ay de mí, si no evangelizara!” (1Corintios 9, 16). Hay que predicar el Evangelio entero con toda la confianza que da el saber con certeza que el mismo “Espíritu de la verdad” que actúa en el predicador es el que actúa en el hombre oyente de la Palabra divina, aunque esté hundido en un pozo profundo de pecados. Vendrá luego el misterio de la predestinación, de la gracia, de la respuesta libre del hombre: “todo el que obra el mal, odia la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no se vean denunciadas. Pero el que obra la verdad, viene a la luz, para que se manifieste que sus obras están hechas en Dios” (Juan 3, 20-21). Pero a

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esa zona misteriosa el predicador solo llega por su oración, que nunca debe separarse de su predicación. Pecados materiales y pecados formales. La excusa anterior para el silenciamiento de la verdad ha de considerarse también a la luz de una distinción moral clásica. La Iglesia siempre ha distinguido entre pecados formales, que proceden de conocimiento y consentimiento plenos de la voluntad, y pecados solamente materiales, en los que se peca sin conocimiento o sin libertad suficientes. Pero también ha enseñado siempre estas tres verdades: 1ª. La búsqueda sincera de la verdad es el deber primero del hombre. Muchos hoy olvidan en plena dictadura del relativismo que en todo pecado hay un componente decisivo de error y de engaño del Maligno (Juan 8, 43-47). La aceptación de unas mentiras diabólicas fue la causa del primer pecado del hombre (Génesis 3), y sigue siendo la causa principal de los pecados actuales. El primer deber del hombre es guardar su mente en la verdad y crecer en ella. “Ésta es la vida eterna, que te conozcan a Ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo” (Juan 17, 3). Por eso dice Santo Tomás: “error manifeste habet rationem peccati” (De malo q.3, 7c). Sin un error previo del entendimiento, que, presionado por el mal deseo o por el temor al sufrimiento, acepta ver lo malo como bueno, es psicológicamente imposible el pecado, el acto culpable de la voluntad. No es posible que el hombre peque, no es posible que su voluntad se lance a la posesión de un objeto malo y persevere culpablemente en esa posesión, si su entendimiento no se lo presenta como un bien. Por eso, una persona que se desinteresa completamente por la verdad, por la formación católica de su mente y de sus criterios morales (pecado formal), incurrirá después ciertamente en innumerables pecados (pecados materiales o formales). 2ª. Los pecados materiales proceden con frecuencia de los pecados formales, y a ellos conducen. Una persona, por ejemplo, que no busca la verdad (pecado formal), caerá ciertamente en innumerables pecados (materiales al menos, o también formales). “La causa de la causa es la causa del mal causado”. Así lo dice un antiguo aforismo del Derecho penal romano, aplicado a la vida espiritual por San Ignacio de Loyola. 3ª. Los pecados, aunque solo sean materiales, causan terribles males. Millones de hombres mueren de hambre por el egoísmo de los Estados modernos ricos, que realmente podrían ayudarlos. Cien millones son exterminados por el utopismo marxista en el siglo XX. A todos estos muertos les da lo mismo que sus asesinos capitalistas, dictadores, socialistas, comunistas tuvieran pecado formal o solamente material. La poligamia degrada y envilece objetivamente a las mujeres que la padecen y a los hombres que la practican, haya en esa lacra social culpas de una u otra clase. Son muchos los matrimonios que, gracias al silenciamiento de la verdad, practican habitualmente la anticoncepción 37

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sin mala conciencia; pero no por eso la anticoncepción deja de causar verdaderos estragos en el amor entre esposo y esposa, en la natalidad, en la educación de los hijos, en el bien común de la nación, en la vida de la fe y de la gracia. Si predicamos ciertas verdades de la fe, entristecemos la vida de los hombres, los marginamos en cierto modo de la vida del mundo secular, los reducimos a ciudadanos de segunda, etc. Otra excusa falsa y miserable. Qué aburrimiento… Les remito a lo que ya tengo escrito sobre la alegría cristiana. “¡Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador!” (Lucas 1, 47). Algunos cristiano-cretinos de hoy, cuando el rico Epulón pide a gritos: “te ruego, padre [Abraham], que lo envíes [a Lázaro] a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que él los prevenga, y no caigan ellos también en este lugar de tormento” (Lucas 16, 28), seguro que le dirán que se calle y que silencie esas verdades de la fe: “no sea que, al advertir a los hombres que el pecado puede conducir a un infierno eterno, se rebelen contra Dios y, considerando duro y negativo el Evangelio, rechacen a Dios y a su Evangelio”. Fuente: José María Iraburu, blog Reforma o apostasía.

Uruguay. Apostar por la familia y volver a las raíces: el antídoto ante la droga libre H. Sergio Mora

El Parlamento de Uruguay, con los votos del oficialista Frente Amplio, ha aprobado definitivamente el 10 de diciembre pasado la ley que permite la comercialización de marihuana. La nueva ley, denomina “Marihuana y sus derivados: Control y regulación del Estado de la importación, exportación, plantación, cultivo, cosecha, producción, adquisición, almacenamiento comercialización, distribución y consumo”, prevé la creación del Instituto IRCCA, que deberá fiscalizar el cumplimiento de la normativa. Esta ley permitirá a los adultos comprar hasta cuarenta gramos al mes en los establecimientos autorizados. La comercialización comenzará en aproximadamente seis meses, una vez reglamentada la norma, y además, no se podrá vender a extranjeros. “Vino gente que no sabía adónde quedaba Uruguay, pero que ahora, por la marihuana, sabe mucho de nosotros”, explicó una empleada de una farmacia, según indicó un cable de ANSA.

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Para profundizar el tema, ZENIT habló con el obispo uruguayo de Minas, Jaime Fuentes, que además de estudiar periodismo en la universidad de Navarra lo ejercitó varios años, y que fue rebautizado por un diario como El bloggero de Dios justamente por sus escritos en internet. El 'obispo Jaime' como le llaman sus feligreses, responsable de la Comisión Nacional de Pastoral Familiar y Vida, explica a nuestros lectores en la siguiente entrevista los desafíos que presenta la nueva ley. ¿Cuál es su opinión sobre la reciente ley que legaliza la marihuana en Uruguay? –Mons. Fuentes: La legalización de la marihuana, a mi entender, es el último paso que ha dado el actual gobierno para instaurar un tipo de sociedad basada en una idea individualista de la libertad, que torpedea en su línea de flotación al matrimonio y la familia. O sea, no sólo marihuana; ¿por qué afirma esto? –Mons. Fuentes: Porque si hasta hace dos años estábamos al borde del precipicio en cuanto sociedad (no se olvide que Uruguay fue el primer país de América que legalizó el divorcio en 1907 y la familia está deshecha), ahora se han dado cuatro decididos pasos hacia adelante… En este tiempo se aprobó el aborto; se equipararon las uniones homosexuales con el matrimonio; se legalizó la fecundación artificial y ahora la marihuana. ¿Habría entonces un denominador común entre aborto, uniones gay, fecundación artificial y ahora la marihuana? –Mons. Fuentes: Naturalmente. Estamos en el reino del “yo-mi-me-conmigo”, por así decir, sin ninguna referencia trascendente. Este sustrato ideológico individualista de las leyes mencionadas, afecta profundamente a la educación de nuestros niños y jóvenes. Se les está diciendo que lo más importante es que cada uno sea feliz a su manera, que la verdad del hombre, en definitiva, es lo que cada uno elige. Si se tiene en cuenta que el 80 por ciento de la población uruguaya se educa en la escuela pública, donde no sólo no se imparte ninguna noción religiosa sino que, aunque parezca increíble, está prohibido hablar de Dios, concluiremos en que es necesario un esfuerzo de largo aliento para superar este estado de cosas. Volviendo a la marihuana, ¿la gente está de acuerdo con su legalización? ¿Qué consecuencias trae la aprobación de la ley? –Mons. Fuentes: Meses antes de la aprobación, las encuestas decían que el 62% de la población uruguaya estaba en contra y estoy seguro que ahora este porcentaje sigue igual o ha aumentado. Igualmente, la ley promovida por el Presidente Mujica siguió su curso, hasta ser aprobada con los 39

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votos en contra de todos los integrantes de la oposición. Muchos médicos uruguayos y extranjeros han explicado claramente que la marihuana no solamente daña la salud alterando el funcionamiento cerebral y, por consiguiente, el rendimiento intelectual y físico, sino que lleva al deseo de consumir drogas más fuertes. Creo que no es difícil imaginar las consecuencias que esto traerá, sobre todo, para la gente joven. ¿Cuáles fueron los motivos del gobierno para hacer esta ley? –Mons. Fuentes: El Presidente dijo que combatir el narcotráfico persiguiendo a los narcotraficantes, no ha dado resultado. Si en cambio, es el Estado el que produce la marihuana, la comercializa y la vende, los consumidores no tendrán que comprarla en otro sitio y se terminará con el negocio ilegal que tanto daño produce. A mi modo de ver, es un planteamiento por lo menos pelagiano, como si el pecado original no existiera, como si no tuviéramos pruebas más que suficientes, en todo el mundo y a lo largo de la historia, de que el Estado está compuesto por hombres y que los hombres pecamos. Por lo demás, también puede llegar a ser un gran negocio cultivar privadamente las plantas de cannabis y después venderlas; la ley permite un determinado número de plantas. ¿Quién va a controlar si tengo 4 o 10 plantas en el fondo de mi casa y si las tengo para consumo propio o para venderla a los turistas? En fin, hay otros argumentos que están diciendo a gritos que la ley de la marihuana traerá daños muy serios. ¿Se podrá volver atrás si se ve que los resultados de la legalización fueran funestos? –Mons. Fuentes: Hace unos meses, antes de aprobarse la ley, el Presidente estuvo en Nueva York y se entrevistó con George Soros. Este señor, conocido financista internacional, dijo que él estaba financiando el “experimento” uruguayo de legalización de la marihuana… El Presidente Mujica dijo entonces que si el “experimento” salía mal, entonces siempre se podría volver atrás. Cuando lo escuché, enseguida me vino a la mente “El aprendiz de brujo”… Y algo que es más grave: ¿se puede “experimentar” con una sociedad, como si estuviera formada por cobayas? Hay en todo esto una concepción materialista del hombre, muy alejada del sentido no solamente cristiano, sino del sentido común. Usted se encarga de la Comisión Pastoral de Familia y Vida. ¿Cómo ve el futuro? –Mons. Fuentes: Pienso que es necesario volver a las raíces. Vivimos en una sociedad pluralista, es verdad, en la que nuestra Constitución, sin embargo, señala definitivamente: “La familia es la base de nuestra sociedad. El Estado velará por su estabilidad moral y material, para la mejor formación de los hijos dentro de la sociedad” (art. 40). Me parece que no hace falta comentar qué lejos estamos de tan solemne declaración. Pienso que todo el trabajo de los políticos será poco, para hacerla realidad. Pero no solamente ellos. Cuando estuvo el Papa Juan Pablo II en Uruguay, dijo 40

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algo muy cierto: “Son las familias cristianas las que harán que nuestro mundo vuelva a sonreír”. La situación en la que nos encontramos, y no sólo en Uruguay, no es nada distinta de aquella en la que tuvieron que vivir los primeros cristianos. Y, con su coherencia, con su ejemplo y con su explicación ganaron: “Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe”, dice san Juan. Tenemos por delante un trabajo fantástico de formación, para hacer ver la belleza del matrimonio y de la familia, tal como Dios la quiso para la felicidad de las mujeres y los hombres de todos los tiempos. Estamos en el ojo de una tormenta ideológica que pasará, como tantas otras. Pero hay que trabajar y rezar, rezar mucho y trabajar mucho. Ver también: Uruguay: el Gobierno legaliza la producción y venta de marihuana Fuente: Zenit.org

Salmo 19 de la Biblia

Del maestro de coro. Salmo de David El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos; un día transmite al otro este mensaje y las noches se van dando la noticia. Sin hablar, sin pronunciar palabras, sin que se escuche su voz, resuena su eco por toda la tierra y su lenguaje, hasta los confines del mundo. Allí puso una carpa para el sol, y éste, igual que un esposo que sale de su alcoba, se alegra como un atleta al recorrer su camino. Él sale de un extremo del cielo, su órbita llega hasta el otro extremo, y no hay nada que escape a su calor. La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple. Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos. La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; 41

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los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos. Son más atrayentes que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el jugo del panal. También a mí me instruyen: observarlos es muy provechoso. Pero ¿quién advierte sus propios errores? Purifícame de las faltas ocultas. Presérvame, además, del orgullo, para que no me domine; entonces seré irreprochable y me veré libre de ese gran pecado. ¡Ojalá sean de tu agrado las palabras de mi boca, y lleguen hasta Ti mis pensamientos, Señor, mi Roca y mi redentor! Fuente: Sitio de la Santa Sede

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Fe y Razón OMNE VERUM A QUOCUMQUE DICATUR

A SPIRITU SANCTO EST

Revista virtual gratuita de teología Publicada por el Centro Cultural Católico Fe y Razón Desde Montevideo, Uruguay, al servicio de la evangelización de la cultura

Hoy se hace necesario rehabilitar la auténtica apologética que hacían los Padres de la Iglesia como explicación de la fe. La apologética no tiene por qué ser negativa o meramente defensiva per se. Implica, más bien, la capacidad de decir lo que está en nuestras mentes y corazones de forma clara y convincente, como dice San Pablo “haciendo la verdad en la caridad” (Efesios 4, 15). Los discípulos y misioneros de Cristo de hoy necesitan, más que nunca, una apologética renovada para que todos puedan tener vida en El. (Documento de Aparecida, n. 229).

CONTACTO: [email protected]

Fundadores de la Revista Ing. Daniel Iglesias, Lic. Néstor Martínez Valls, Diác. Jorge Novoa.

Equipo de Dirección Ing. Daniel Iglesias, Lic. Néstor Martínez Valls, Ec. Rafael Menéndez.

Colaboradores Mons. Dr. Miguel Antonio Barriola, R. P. Lic. Horacio Bojorge, Mons. Dr. Antonio Bonzani, Pbro. Eliomar Carrara, Dr. Eduardo Casanova, Carlos Caso-Rosendi, Ing. Agr. Álvaro Fernández, Mons. Dr. Jaime Fuentes, Dr. Pedro Gaudiano, Diác. Prof. Milton Iglesias Fascetto, Pbro. Dr. José María Iraburu, Diác. Jorge Novoa, Dr. Gustavo Ordoqui Castilla, Pbro. Miguel Pastorino, Santiago Raffo, Juan Carlos Riojas Álvarez, Dra. Dolores Torrado.

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