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Feminización y valorización del trabajo. un análisis desde las prácticas laborales y el uso de las herramientas Josefina Vivar Arenas1
Resumen En este artículo se discute cómo durante las últimas cuatro décadas en una localidad indígena nahua ubicada en la región fría de la Sierra de Zongolica: Mexcala, municipio de Soledad Atzompa, se ha venido experimentando una reorganización del trabajo al interior de los grupos domésticos, motivada por la creciente importancia económica que está retomando la explotación forestal para la confección de muebles rústicos (mesas y sillas) que se venden tanto en los mercados locales y regionales, como nacionales. En este contexto, se analiza cómo se valorizan las actividades femeninas y masculinas y cómo se expresa esta valorización en sus prácticas laborales y en el uso de las herramientas de trabajo. Es decir, cómo es que la presencia del trabajo femenino y masculino en actividades disociadas a su sexo afectan las valorizaciones sobre el trabajo y de qué manera esta valorización influye el uso de las herramientas, volviéndolas masculinas o femeninas dependiendo de quién las use, en dónde las use y para qué las use. Palabras clave: agricultura, instrumentos, feminización de la agricultura.
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Tesista en el Doctorado en Ciencias Sociales con especialidad en Estudios Rurales de El Colegio de Michoacán A.C.
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Abstract In this article I discuss how over the past four decades in a nahua indian town located in the cold region of the Sierra de Zongolica: Mexcala, municipality of Soledad Atzompa, has been undergoing are organization of work with in domestic groups, motivated by the growing economic importance that are resuming logging for making rustic furniture (tables and chairs) that are sold in local markets and regional and national. In this context, I analyze how valued male and female activities and how to express this appreciation in their work practices and the use of work tools. That is how the presence of female labor and male sex de coupled activities affect the valuations of the work and how this influences the use of recovery tools, making them male or female depending on who you use, where the use and what the use Key words: Tools, agriculture, making work, feminization of agriculture. Introducción El artículo expone parte de los resultados de una investigación realizada en una localidad indígena nahua ubicada en la región fría de la Sierra de Zongolica:2 Mexcala, municipio de Soledad Atzompa. Se discute cómo durante las últimas cuatro décadas en la región se ha venido experimentando una reorganización del trabajo al interior de los grupos domésticos, motivada por la creciente importancia económica que está retomando la explotación forestal para la confección de muebles rústicos (mesas y sillas) que se venden en los mercados locales, regionales y nacionales. Este proceso ha significado que, en los hechos, los hombres hayan ido abandonado las actividades agrícolas en favor de las forestales, por lo que las mujeres se han visto en la necesidad de atender las parcelas durante todo el ciclo, sumando más labores a las La “Sierra de Zongolica” se localiza en el conjunto montañoso central del estado de Veracruz que alberga la mayor cantidad de población cuyo origen étnico es nahua, y que está conformado por los municipios de Astacinga, Atlahuilco, Magdalena, Mixtla de Altamirano, Los Reyes, San Andrés Tenejapan, Tehuipango, Tequila, San Juan Texhuacan, Tlaquilpa, Rafael Delgado, Soledad Atzompa, Xoxocotla y Zongolica (Citlahua, 2007: 38). 2
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de por sí agotadoras jornadas de trabajo doméstico. Debido a que la comercialización de los muebles requiere la emigración intermitente de los hombres, las mujeres han asumido también otras responsabilidades laborales incluso dentro del ámbito de trabajo forestal, considerado masculino (como cuidar el secado de la madera o la contratación de ayudantes, entre otras). A pesar de que en el discurso las personas sostengan una asignación de tareas bien definida por género (los hombres como proveedores y las mujeres como cuidadoras de la familia), en la práctica los hombres y las mujeres ejercen tareas que corresponderían a las del sexo contrario. En este contexto, se analiza cómo se valorizan las actividades femeninas y masculinas y cómo se expresa esta valorización en sus prácticas laborales y en el uso de las herramientas de trabajo. Es decir, cómo es que la presencia del trabajo femenino y masculino en actividades disociadas a su sexo afectan las valorizaciones sobre el trabajo y de qué manera esta valorización influye en el uso de las herramientas, volviéndolas masculinas o femeninas dependiendo de quién las use, en dónde las use y para qué las use. Dados los objetivos de la investigación se eligió una estrategia metodológica cualitativa que privilegió la observación participativa y los testimonios de los actores recuperados a través de entrevistas semi-dirigidas, dirigidas3 y abiertas e historias de vida que apliqué a hombres y mujeres de Mexcala. En la indagación de campo se abordó las prácticas, los intereses y las significaciones que sobre el trabajo, las herramientas y las relaciones laborales construyen hombres y mujeres de la localidad, así como el uso de sus herramientas, su simbolismo y afectividad. De la misma manera, la investigación se apoya de material bibliográfico que aborda, sobre todo, los temas de la feminización de la agricultura, género y trabajo. Otras fuentes provinieron de censos nacionales, de registros y archivos locales del Programa Oportunidades y fuentes bibliográficas sobre la historia, la etnia nahua de la sierra y del país (fiestas patronales, idioma, cultura y artesanías) y la problemática social, política y económica en la región. Una agricultura feminizada en Mexcala Mexcala se localiza hacia el sur del municipio de Soledad Atzompa a una altura de 2 440 msnm, en una zona muy accidentada de montaña, lo que la hace proclive a Las entrevistas dirigidas se estructuraron de acuerdo a los siguientes temas: 1) datos generales; 2) actividades y herramientas; 3) cuerpo y herramientas y; 4) herramientas y su simbolismo. Como se observa, el núcleo de estas entrevistas fueron el trabajo, las herramientas, su uso y los significados que les atribuyen por género. 3
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mantener temperaturas de templadas (en verano) a bajas (en invierno), con problemas de heladas durante los meses de diciembre y enero. Limita al norte con Huitzila, al sur con Atlahuilco y Xoxocotla, al oriente con Atlehuaya (Municipio de Atlahuilco) y al poniente con Acultzinapa (Mapa 1). Mapa 1. Ubicación geográfica de Mexcala, Municipio de Soledad Atzompa, Veracruz.
Fuente: Idea, Josefina Vivar; elaboración, Marco A. Rodríguez con base en INEGI (Límite Estatal del Marco Geoestadístico Estatal)
Según el II Conteo de Población y Vivienda 2005. Principales resultados por localidad (INEGI, 2005), Mexcala tiene una población total de 1 391 habitantes, de los cuales 700 son hombres y 691 son mujeres, lo que arroja una relación de 101.3 hombres por cada 100 mujeres. Es la segunda localidad del municipio con mayor número de habitantes, después de Atzompa, que tiene 3 550 habitantes. Del total de su población, hay 1 197 personas que hablan náhuatl, de las cuales 599 son hombres y 598 son mujeres. Esta misma fuente registró que solamente existen 94 personas monolingües cuyo único idioma es el náhuatl, y de ellas 14 son hombres y 80 son mujeres. Las personas bilingües (náhuatl y español) suman un total de 1 100 y 583 corresponden a hombres y 517 a mujeres. De acuerdo a los datos del II Conteo (INE64
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GI, 2005), prácticamente la totalidad de la población que conforma esta localidad es hablante de náhuatl (o mexicano, como ellos denominan a su idioma) con el 86.05% de la población. No obstante que Mexcala se encuentra ubicada en la región fría de la Sierra y ésta se caracteriza por tener suelos de muy baja calidad, se cultivan productos de autoconsumo de ciclo anual (maíz) y cultivos de invierno (habas, chícharo, lenteja) bajo un tipo de agricultura en terrazas, con muy bajos rendimientos que no satisfacen las necesidades de la población (Rodríguez, 2003: 24). Para Ortiz, las actividades productivas en el municipio de Soledad Atzompa corresponden a un sistema agroforestal que integra lo forestal, lo agrícola y lo pecuario (Ortiz, 1991: 15). El Anuario Estadístico de Veracruz registró que para el año 2007, el uso de suelo en el municipio se distribuye de la siguiente manera: el 43.61% corresponden a bosques; el 32.41% a la agricultura y; el 2.58% a pastizales. Según esta misma fuente, la cantidad de hectáreas de bosque que alberga el municipio representa el 3.51% con respecto a la superficie total del estado de Veracruz. Feminización de la agricultura En las últimas décadas, la participación de las mujeres en el trabajo agrícola se ha hecho más visible, tanto en los trabajos remunerados (en las labores del campo, procesamiento y embalaje) como en cultivos no comerciales o de subsistencia (Deere, 2005; Lastarría, 2006). La “creciente participación de las mujeres en la fuerza laboral agrícola, ya sea como productoras independientes, como trabajadoras familiares no remuneradas o como asalariadas” (Lastarría, 2006: 5), es una tendencia que ha estado tomando ímpetu durante los últimos cuarenta años y se conoce como feminización4 de la agricultura. La feminización de la agricultura es una respuesta de las familias rurales ante las políticas macroeconómicas puestas en marcha desde los años ochenta en el mundo, cuyos efectos se expresan en recurrentes crisis económicas, reestructuración neoliberal y en el incremento en las tasas de pobreza rural en América Latina (Deere, 2005). Para Deere (2005), la feminización de la agricultura se puede entender de varias maneras: “puede referirse al incremento de la tasa de participación femenina rural y urbana en el sector agrícola; se puede considerar también como un aumento en la proporción de la fuerza laboral agrícola femenina; puede ser resultado de una mayor tasa de actividad femenina y/o una disminución de la tasa de participación masculina en la agricultura. Además, la feminización del sector agrícola podría ser resultado de la sub-cuantificación de las mujeres como mano de obra familiar en el pasado, combinada con su mayor visibilidad como trabajadoras agrícolas asalariadas o por cuenta propia en el periodo actual” (Deere, 2005:17). 4
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La combinación de diversos factores, como la escasez de tierras, las crisis económicas y las políticas desfavorables para la agricultura, han conducido a que los hogares campesinos ya no se puedan sostener únicamente de la agricultura y que se vean en la necesidad de diversificar sus fuentes de ingreso, incluyendo la participación del trabajo femenino (Deere, 2005; González, 2003:). Para Patricia Arias “la reestructuración y modernización de las actividades agrícolas y el desarrollo de la manufactura rural ampliaron el mercado de trabajo con un claro sesgo a favor del empleo femenino” (Arias, 2009: 23). Lara (2005) y Arias (2009) documentan cómo, desde los años ochenta, los gobiernos en América Latina trataron de estimular las agroexportaciones para lograr mayores ingresos en divisas y así enfrentar el pago de su deuda externa. La estrategia fomentó la producción de cultivos no tradicionales (flores, frutas y hortalizas) que colocaban en los mercados de los países del Norte. Con el impulso de las agroexportaciones no tradicionales, se abrieron nuevas posibilidades de trabajo asalariado para las mujeres (aunque precarios, estacionales, flexibles y mal pagados).5 El impulso sobre la producción de cultivos no tradicionales tuvo efectos sobre la producción agrícola familiar, que fue perdiendo relevancia y fue insuficiente para asegurar el sustento de las familias rurales. La desaceleración de la agricultura familiar ha significado el abandono de los hombres de la actividad agrícola, quienes han buscado nuevas alternativas laborales en sus comunidades o fuera de ellas; e incluso se han visto en la necesidad de emigrar en busca de mejores empleos en las ciudades o en el extranjero. Frente a la crisis agrícola campesina y a la ausencia de los hombres, las mujeres han tenido que asumir parte o el conjunto de las responsabilidades sobre la producción de los cultivos, con lo cual han ido ganando cada vez más visibilidad en el sector.6 Sin embargo, la mayor visibilización del trabajo femenino agrícola no ha implicado necesariamente su valorización, al contrario, el trabajo femenino agrícola y Para una discusión más profunda sobre el desarrollo de estos estudios en México consultar: Huacuz (1996); Marroni (2000) y Lara (1995). 5
El reconocimiento del proceso de feminización de la agricultura en las últimas décadas no significa que las mujeres hayan estado ausentes en el trabajo agrícola de épocas anteriores. Lastarría (2006), Deere (2005) y Arias (2009) afirman que desde siempre las mujeres han estado ligadas a las actividades agrícolas. Las investigaciones sobre el trabajo femenino agrícola en la época del porfiriato de Fowler-Salamini (2003) y Chassen (2003) coinciden en argumentar que la expansión del capitalismo en México requirió la integración del trabajo femenino en la agricultura. Incluso, los estudios de Chassen en Oaxaca y Flowler-Salmini en Veracruz demuestran que las mujeres trabajaban en la agricultura antes de que el capitalismo se convirtiera en el modo de producción dominante y que “la agricultura capitalista les exigió una mayor integración a la fuerza laboral rural” (Chassen, 2003:103). 6
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la agricultura en sí misma se desvalorizaron. Arias sostiene que la ampliación del mercado de trabajo femenino en la horticultura del norte de México se asoció a “la noción de que se trataba de un trabajo no calificado” (Arias, 2009: 93), para mantener la desigualdad con respecto al trabajo masculino y para abaratar esta forma de trabajo femenino (Arias, 2009). La equivalencia entre trabajo femenino = trabajo no calificado es tan extendida que incluso las mismas trabajadoras suelen menospreciar sus labores. Arias sostiene que en la agricultura de temporal del sur del país, las condiciones agronómicas desfavorables, la fragmentación de la propiedad y la retirada del Estado han empobrecido a las familias de tal manera, que los campesinos e indígenas se han visto en la necesidad de, por un lado, rentar, traspasar, vender o compartir las tierras para mantener su producción agrícola y obtener ingresos en efectivo; y por otro: usaron el dinero de los créditos, los subsidios y los seguros agrícolas para el consumo familiar, antes que invertirlos en sus cultivos (Arias, 2009). Otros campesinos e indígenas prácticamente han abandonado las actividades agrícolas o las atienden solamente en determinadas labores por diversas razones: porque han tenido que emigrar en busca de empleo en las ciudades o porque encuentran alternativas no agrícolas dentro de su comunidad o fuera de ella. El análisis de Arias (2009) sugiere que la agricultura tradicional o de subsistencia se desvaloriza frente a la producción de cultivos comerciales no tradicionales, y frente a las opciones de empleo que ofrecen los centros urbanos o las actividades no agrícolas en las comunidades. De acuerdo con Jiménez (2005), el modelo neoliberal de desarrollo económico implementado en México no ha solucionado los problemas de pobreza extrema que se experimentan en la Sierra de Zongolica. Para esta autora: los efectos de la pobreza afectan con gran crudeza a las mujeres indígenas las cuales se han visto obligadas en los últimos tiempos a incorporarse a las actividades productivas como estrategia para complementar el ingreso (…) [y] la falta de servicios básicos incrementa y endurece las jornadas de trabajo doméstico (Jiménez, 2005: 60-61).
En su estudio, Jiménez argumenta que la pobreza ha ido agudizándose en la región debido a la falta de inversión por parte del gobierno en programas que reactiven la economía regional (Jiménez, 2005). En Mexcala, la feminización de la agricultura se expresa en un proceso de reorganización del trabajo que ha implicado el abandono (no reconocido) de las actividades
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agrícolas por parte de los hombres. El trabajo masculino se ha concentrado ahora alrededor de las prácticas de explotación forestal para la confección y venta de muebles rústicos que colocan en los mercados regionales y nacionales.7 La comercialización de los productos forestales ha posibilitado un tipo de migración intermitente, que implica la ausencia masculina en los hogares tres o cuatro veces por año, por periodos que van desde los quince días hasta un mes. Este tipo de migración permite sostener en Mexcala la idea generalizada de que las mujeres intervienen en las prácticas agrícolas sólo en ausencia de los hombres, aunque en los hechos las mujeres hayan asumido la responsabilidad de los cultivos durante todo el ciclo agrícola, aun cuando los hombres se encuentren en casa. Los primeros carpinteros de Mexcala que comercializan sus muebles en los mercados extra regionales se remontan a la década de 1970. Desde entonces, se ha venido experimentando un proceso paulatino de reorganización del trabajo, donde las practicas productivas de la localidad han transitado poco a poco de una agricultura de autoconsumo, producción de artículos de raíz (cepillos y escobetas) y extracción de carbón, a otro tipo de producción centrado en el aprovechamiento forestal y el establecimiento de talleres de carpintería para la elaboración de muebles rústicos. Si bien estos cambios no han desplazado del todo a la producción de artículos de raíz y a la extracción de carbón, sí han transformado su centralidad económica, pues la explotación forestal y la elaboración de muebles (principalmente sillas y mesas) se han convertido en las actividades económicas más importantes en Mexcala y en la región, y se encuentran encabezadas por los hombres. Estos cambios recientes en la organización de las actividades productivas, afectaron los itinerarios de trabajo de las familias que se expresan en la distribución de los espacios, actividades y herramientas por sexo. Como los hombres controlan y administran la producción forestal, han ido delegando las responsabilidades del trabajo agrícola a las mujeres, quienes las han incorporado a sus actividades cotidianas como parte de sus responsabilidades domésticas.
Rodríguez afirma que en la zona fría de la Sierra de Zongolica, donde se localiza Mexcala, la explotación forestal con fines comerciales se inició de forma sostenida desde los años ochenta del siglo XX (Rodríguez, 2003: 33). 7
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División sexual del trabajo y uso de herramientas por sexo Las prácticas laborales femeninas y masculinas de Mexcala que me interesan analizar están circunscritas a un contexto de trabajo familiar que, desde el punto de vista de Marroni, no puede disociar tajantemente las esferas pública o privada. Para Marroni (2003) las familias rurales sintetizan la confluencia de los mundos privado y público y prueba de ello es el hecho de que las casas se localicen en lotes donde conviven diversas actividades productivas y reproductivas. En Mexcala, este patrón de organización de las casas coincide al descrito por Marroni, puesto que los talleres artesanales de carpintería, algunas áreas de cultivo, algunas de plantación forestal y las de crianza de ganado menor conviven en el espacio doméstico. Aunque existan áreas de bosque y de cultivo en el “monte”,8 los productos obtenidos de ellas se concentran en las casas para su consumo, almacenamiento o transformación. Los talleres artesanales de carpintería se han establecido en los patios de las casas, por lo que los hombres ahora pasan más tiempo en sus hogares, donde el núcleo de su actividad forestal se ha concentrado. Si bien los hombres alternan sus actividades del taller con su trabajo en el monte, los datos obtenidos en campo indican que una buena parte del tiempo de su trabajo hoy en día se desarrolla en los talleres, de manera que la presencia de los hombres en sus hogares ahora es más permanente. En el ámbito del trabajo femenino, las mujeres de Mexcala realizan diversas tareas domésticas a las que se suman los trabajos que tienen que ejercer en los talleres de carpintería, en las parcelas y en el bosque. Las mujeres recolectan leña, limpian los talleres y están asumiendo la administración y cuidado de los recursos familiares en el hogar, en el monte, la parcela y el taller. En ausencia de sus esposos, las esposas administran el gasto familiar, contratan y atienden peones si es necesario, cuidan el secado de la madera y dirigen las actividades familiares y de los trabajadores que laboran en el taller. De la misma manera, las mujeres están cumpliendo con sus nuevas funciones usando herramientas disociadas a su género en espacios que, según la división sexual del trabajo local, no les corresponderían9. Esta es la manera como ellos designan a su Bosque en español. En náhuatl, sin embargo, la enunciación de “su monte” es diferente en función del sitio donde se encuentre, los caminos que los crucen, las variedades de flora o fauna que lo habiten, o de la variedad específica de su plantación. Por ejemplo, entre las diversas denominaciones encontré las siguientes: kuajtla quiere decir montaña o cerro; heyohtejtli quiere decir villareal o camino real que cruza ese monte; ejicayotl quiere decir por donde sale el aire; paxca, alude al paxtle o heno del bosque y significa que hay mucho en el lugar. La traducción de estas palabras fueron de las personas entrevistadas. 8
Es preciso aclarar con Teresa Del Valle (1997) y con Marroni (2003), que aunque existe una aparente visión en mi análisis que tiende a dicotomizar entre trabajos masculinos y trabajos femeninos, no es mi intención partir de los supuestos universales 9
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El conjunto de actividades agrícolas son realizadas por mujeres, a veces auxiliadas por los hombres, si ellos se encuentran en la localidad. Aquí, la ayuda en el trabajo agrícola se invierte, pero se sigue considerando a la agricultura, las parcelas y sus herramientas como propiedad masculina. Las tareas que realizan las mujeres en las actividades agrícolas se interpretan como de relevo, pues se considera que su trabajo se da sólo cuando los hombres se ausentan de la localidad. De esta manera, se mantiene la idea de que la propiedad del trabajo agrícola es exclusiva de los hombres. La participación femenina y masculina en el trabajo familiar es diferenciada de acuerdo a la situación concreta de cada familia y la posición que cada persona guarde con respecto a los otros miembros del grupo doméstico.10 D’Aubeterre (2000) sostiene que los acontecimientos familiares como el nacimiento de los niños/as, las bodas, los sepelios, etc., marcan y transforman la organización laboral de los grupos domésticos e impulsan la redistribución de las tareas que debe llevar a cabo cada integrante de la familia. Pero también los papeles y actividades que las mujeres desempeñan se redistribuyen de acuerdo a si se es nuera, hija mayor o menor, esposa-madre o anciana. No obstante que en la práctica hombres y mujeres participen en ciertas actividades disociadas a su sexo, en los testimonios de los informantes se observa una insistencia en destacar al trabajo de las mujeres sólo en la esfera doméstica, y se minimiza la importancia de las tareas femeninas tanto en la agricultura como en los talleres. Ubicadas en el contexto doméstico, las actividades femeninas se relacionan a un conjunto de herramientas que consideran exclusivo de mujeres; y lo mismo sucede con las herramientas usadas por los hombres en el aprovechamiento forestal. Las herramientas asociadas a los hombres se encuentran relacionadas tanto a su actividad forestal como a la agricultura y las de las mujeres a sus actividades domésticas, pero también a los espacios concretos donde realizan sus actividades. que ubican a las mujeres como madres-esposas y a los hombres como proveedores y jefes de familia. Sin embargo, esta dicotomía es recurrente en los testimonios de mis entrevisados/as, y justamente ello me permite contrastar entre la asignación del trabajo y el uso de herramientas por género y cómo se cristalizan en sus prácticas para analizar las valorizaciones al trabajo masculino y femenino, pero reconociendo que la división sexual del trabajo es permeable y movible; incluso aprovechando esa “elasticidad”. A lo largo de su desarrollo, los grupos domésticos atraviesan por diversos ciclos que se entrecruzan y redefinen constantemente la composición y el control sobre los recursos productivos y reproductivos familiares (D’Aubeterre, 2000). Es decir, que la composición de los grupos domésticos y sus estrategias para adecuarse a las circunstancias laborales es cambiante a lo largo del curso de vida de las familias y depende de diversos factores que hacen imprevisible el cumplimiento de fases bien establecidas. D’Aubeterre sugiere que el análisis de los grupos domésticos debe considerar “la intervención y fluctuación de una serie de eventos (nupcialidad, mortalidad, infertilidad, abandonos, celibatos, trayectorias laborales, etc.)” (D’Aubeterre, 2000: 291-292). 10
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Así, los instrumentos que se consideran de hombres en esta localidad son: cepilladora, canteadora, pulidora, motor, camioneta, serrucho, motosierra, metro, martillo, cepillo manual, clavos, resistol, torno y rauter. Las que se usan en la agricultura y en el monte (por hombres y mujeres) son: machete, azadón, pixcón11, tanates12, hacha y tlatecón13. Estas herramientas asociadas a los varones, pero usadas también por mujeres, se guardan junto a los utensilios del “taller artesanal”,14 en el lugar donde confeccionan sus muebles. Los objetos asociados a las mujeres no se consideran herramientas. Los utensilios que están en la cocina y se usan en ella se les considera “trastes”: cucharas, cazuelas, cuchillos, molcajete, metate, comal, bracero, tortillera, molino de mano. Los objetos más grandes y que pueden estar o no en la cocina no tienen localmente un nombre genérico. Por ejemplo: un refrigerador no es un electrodoméstico, como tampoco una licuadora, son simplemente refrigerador y licuadora. El lavadero y el molino de nixtamal (eléctrico) no son trastes, son lavadero y molino a secas. Cuando yo preguntaba por las herramientas femeninas, mis informantes no sabían qué contestar y, aunque no excluían la posibilidad de que las cosas que usan las mujeres para hacer sus actividades pudieran ser herramientas, estos objetos no entran dentro de su clasificación como tal. Significado y valorización de las herramientas D’Aubeterre argumenta que los medios de producción prolongan la corporeidad, una corporeidad sexuada que es moldeada y disciplinada por las prácticas que cada cultura atribuye en función de si se es mujer u hombre (D’Aubeterre, 2000). Los atributos El pixcón es un pequeño utensilio confeccionado localmente a base de madera, de unos 10 cm de largo. En un extremo pende un lazo de mecate o de tela que sirve para sujetar el artefacto a la muñeca. En el otro extremo tiene una punta afilada que permite hacer una incisión a las hojas del maíz, y así poder limpiar la mazorca sin que se maltraten las uñas de los dedos. Este artefacto todavía se usa, sólo que ahora se trata de un clavo al que se le ha colocado el lazo. Por ello algunas personas ya no le llaman pixcón, simplemente le dicen “clavo”, puesto que ya no es de madera como los que se confeccionaban antes. 11
El tenate o tanate es una palabra que se deriva del vocablo náhuatl Tanatl, que quiere decir bolsa o morral. Estas bolsas de dimensiones variables se hacen a base de ixtle o palma. En la Sierra de Zongolica es muy generalizado su uso para transportar alimentos, fertilizantes o para cargar productos de la cosecha. Fisiológicamente, alude al escroto, o la piel que cubre los testículos de los hombres (Tomado en agosto del 2006 de: http://aulex.ohui.net/nah-es/?busca=tanatl ). 12
El tlatecón es una herramienta multifuncional de metal de una sola pieza, con punta ancha afilada, de uno 30 cm desde el mango hasta el borde afilado. En la actualidad las personas lo usan en la confección de las sillas, pero con el inconveniente de que su uso implica el desperdicio de la madera. En las parcelas también se usa para la cosecha de papas extranjeras o para el deshierbe. 13
Aunque se consideran carpinteros o comerciantes de muebles, al sitio de trabajo no lo denominan taller de carpintería, para ellos es simplemente el lugar donde se trabaja, el patio, el corredor. De la misma forma, puede ser que el sitio de las herramientas de carpintería cambie de lugar dentro de los límites de su patio, una vez atrás, una vez al frente, aquí, allá según como se sientan más a gusto para trabajar. 14
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reales o imaginarios de los cuerpos sexuados se representan material y simbólicamente mediante el acceso y la posesión de los instrumentos y utensilios de trabajo (D’Aubeterre, 2000). De allí que en casi todas las sociedades rurales mexicanas, la posesión y uso del metate sean considerados de exclusividad femenina, mientras que el arado y la yunta sean considerados masculinos. En Mexcala, la primera distinción entre las herramientas que usan los hombres y las que usan las mujeres, es que a las femeninas no se les considera herramientas, sino solamente: “trastes”. En correspondencia con la división sexual del trabajo, se reconoce que las mujeres usan trastes en lugar de herramientas, que éstos se sitúan en los hogares y que bajo ningún concepto son usados por los hombres, porque a ellos no les toca hacer las cosas que impliquen su uso: “eso les toca a las mujeres”. Líneas atrás se enunció que aunque las distinciones de actividades, herramientas y espacios por sexo parecen estar bien delimitadas y jerarquizadas en términos discursivos, en la práctica no existe una división tajante que destierre a los hombres de la agricultura y a las mujeres de las actividades en los talleres, puesto que se ha establecido una circulación de labores femeninas y masculinas en ambos espacios de trabajo. Por ello, el uso de las herramientas, sobre todo manuales, tampoco es tajantemente diferenciado por sexo, puesto que, con excepciones, hombres y mujeres suelen manipularlas indistintamente. Las herramientas eléctricas del taller no son usadas por las mujeres, debido a consideraciones relacionadas a la habilidad, fortaleza del cuerpo y al miedo que se atribuye a las mujeres, aunque la mayoría use molino eléctrico de nixtamal. En términos de su valorización, la versión femenina ubica a las herramientas de los talleres como masculinas porque, además de estar en un espacio de trabajo consignado como masculino, su uso implica, sobre todo, poner en peligro o arriesgar al cuerpo. La versión masculina de las herramientas femeninas se fundamenta a partir de los saberes, la fuerza física, pero también por la falta de valor que las mujeres demuestran para enfrentarse a herramientas que se significan como “pesadas” y “peligrosas,” como las eléctricas. Del lado de los varones, el metate es un utensilio que bajo ninguna circunstancia usaría un hombre, y las razones para ello son bastante diversas y varían de acuerdo a cada quién, pero simbólicamente se relaciona a la virilidad e identidad masculina, puesto que el metate representa la identidad y el ser femenino en la localidad y es el símbolo 72
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por excelencia del quehacer de las mujeres.15 Esther explica que los hombres no usan metate porque a ellos no les toca hacer tortillas, pero lo podrían usar si nadie los ve: Pero los hombres no, pues eso no, metate no, porque a ellos no les toca hacer tortillas. Pero aquí también uso molino de mano y luego lo ocupan los hombres, porque luego les digo: ‘muelan chícharo o muelan el nixtamal’ y pues eso sí (…) Ellos dicen que si nadie los ve pues sí usan metate (Esther, Mexcala, noviembre 2006).
Según algunas versiones de los entrevistados hombres, ellos no usan el metate porque al ser un artefacto asociado a las mujeres, le atribuyen las cualidades reconocidas como femeninas, como la debilidad y la ligereza. Por ejemplo, Felipe nunca lo usaría porque considera que con sus manos lo puede quebrar: “Ahora yo, ora sí que con estas manos duros y el metate… no… ora sí que lo quiebro” (Felipe, 37 años, julio 2006). A la inversa, en los testimonios de algunas mujeres sobre las herramientas masculinas que jamás usarían se encuentran el motor y la pulidora. Por ejemplo, Teresa y Martha sostienen que nunca usarían la pulidora y el motor respectivamente, porque consideran que son herramientas peligrosas y les tienen miedo: “…y luego dicen que hace daño porque saca bastante polvo y pesa y hay que estarlo moviendo para que pula” (Teresa, 26 años, julio 2006). “Nunca usaría el motor “porque tengo miedo a cortarme con el disco” (Martha, 18 años, julio 2006).
Las herramientas asociadas a las mujeres, generalmente se consideran de fácil manejo y de no requerir “fuerza física” para su manipulación. Incluso, una de mis informantes, no consideró los objetos de la cocina con que las mujeres hacen su trabajo como herramientas: No son porque las herramientas son las que trabajamos en el campo y los trastes son los que utilizamos para la cocina (Teresa, 26 años, julio 2006).
En general, el conjunto de herramientas que se asocian a las mujeres es manual y relativo a la domesticidad (metate, ollas, cazuelas, comal, bracero, molcajete, cucharas 15
Sobre la centralidad del metate en la identidad femenina rural véase: D’Aubeterre, 2002 y 2000.
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y cuchillos), mientras que las que se asocian a los hombres son tanto manuales como eléctricas. No obstante, las mujeres están haciendo uso de herramientas eléctricas dentro de sus hogares que, a pesar de ser objetos domésticos relativos a mujeres, la mayoría de ellas preferían omitirlas cuando las entrevistaba. Dentro de las herramientas eléctricas de mujeres solamente mencionaron al molino de nixtamal. Existe otra diferencia clara entre las herramientas que son de mujeres y las que pueden usar las mujeres. Esta diferencia se traslapa también a sus actividades cotidianas, puesto que hacen referencia a los objetos de la casa y la agricultura. Así, las herramientas de mujeres serían las que usan dentro de los hogares, especialmente la cocina, y las que pueden usar implican el trabajo en las parcelas y potencialmente las del taller. Dentro de las primeras, las mujeres enumeraron: lavadero, metate, bracero, tortillera, cazuelas, comal, cuchillos, cucharas y licuadora. Las herramientas que pueden usar las mujeres, pero que las consideran herramientas de hombres son: serrucho, azadón, pala, carretilla, tlatecón y machete: El azadón es de hombres, pero lo usan las mujeres cuando van a labrar. Yo creo que las mujeres son trabajadoras porque pueden hacer el trabajo de los hombres y también les gusta hacerlo (Martha, 18 años, julio 2006).
En este testimonio femenino, Martha reconoce como trabajo a las actividades de las mujeres cuando las realizan en espacios masculinizados, como las parcelas y usando herramientas de hombres, como el azadón. De tal suerte que en la versión femenina sobre el trabajo, la imbricación trabajo-herramienta parece significativa para definir si lo que hacen las mujeres es trabajo o no. Incluso, las mujeres consideran como un signo de superación que “algún día” realicen actividades masculinizadas, como hacer una silla o aprender a manejar un auto. En la versión masculina de las herramientas que son de mujeres están: molino de nixtamal, metate, molcajete, licuadora, plancha y molino de mano. Entre las que pueden usar pero que son de hombres están: serrucho, hacha, machete y azadón. Incluso, dentro de las segundas también se enumeraban herramientas de los talleres consideradas “sencillas” como potencialmente de uso femenino, aunque en los hechos no las usen: La garlopa pueden usarlas mujeres, pueden usar sencillo, pesado no porque por ejemplo la canteadora hay que calibrarla o pasarla a otro lado y es difícil aprender a afilar la garlopa (Fermín, 41 años, julio 2006).
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Por su parte, hombres y mujeres consideran que las herramientas de hombre son todas, con excepción de las de la casa. Aparte de las que ya se mencionaron arriba para la agricultura, las mujeres enumeraron las siguientes para el caso de los talleres: motor, sierra, canteadora, cepilladora, rauter, motosierra, serrucho y pulidora. Según los testimonios de algunas mujeres, estas herramientas son de hombre, porque están asociadas al trabajo de los hombres y porque las consideran pesadas y peligrosas (Carmen, 38 años, junio 2006; Martha, 18 años, mayo 2006; Teresa, 26 años, junio 2006). De la misma manera, en la versión masculina de las herramientas de hombres se incluyen las herramientas tanto “manuales”, como eléctricas: motosierra, motor, canteadora, cepilladora, pulidora, camioneta, machete, serrucho, azadón, metro, martillo, clavos, resistol y sierra (Felipe, 37 años, julio 2006; Gerardo, 25 años, junio 2006; Fermín, 41 años, junio 2006; Antonio, 53 años, junio 2006). Si bien es cierto que las mujeres hacen uso de las herramientas de la agricultura que se consideran masculinas, están las herramientas del taller para las cuales el uso femenino sería impensable, pues las sanciones sociales pondrían en cuestión los atributos masculinos de sus compañeros, y de ella se burlarían por no tener un buen marido.16 Esto quiere decir que el uso femenino de herramientas masculinizadas no hace a las mujeres menos femeninas, porque la sanción se dirige a sus compañeros, acusándolos de “mandilones”, “huevones” o “mantenidos”. Por ejemplo, los testimonios de Pablo y Teresa son muy claros en este sentido: Las mujeres crecen con la mentalidad de que es trabajo para hombres y entonces no las usan las mujeres… aquí si ven a una mujer que esté trabajando en la carpintería se burlan de ella y del hombre, porque dicen luego que es un mantenido (Pablo, 21 años, julio 2006).
El uso de las herramientas del taller por las mujeres está restringido, porque la masculinidad de los hombres se sanciona negativamente y se ponen en cuestión las funciones masculinas como proveedores del sustento familiar. Pero los testimonios de las mujeres en este sentido, sancionan el usufructo de las herramientas masculinas de manera sustancialmente diferente. Algunas de las entrevistadas veían la incursión de las mujeres en actividades masculinas y el uso de sus herramientas de manera positiva, Aunque algunos testimonios masculinos hacían alusión a las burlas dirigidas a las mujeres, insistían en resaltar las sanciones negativas dirigidas hacia los hombres relacionados a las mujeres que usaran las herramientas de los talleres. El prestigio entonces, se hace patente de nuevo ligado al uso de las herramientas. 16
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sin poner en cuestión los términos de su feminidad. Por ejemplo, de las mujeres que usaran las herramientas de hombres, Teresa consideró: La felicitaría porque no dependeríamos tanto de los hombres… podríamos hacer algo con nuestro propio esfuerzo… y sí se puede, nada más que aquí como que no… (Teresa, 26 años, julio 2006).
Estos testimonios refuerzan las definiciones masculinas sobre el trabajo, donde el prestigio social está implicado. En la medida en que las actividades de las mujeres en espacios masculinos no contravengan y pongan en entredicho la primacía masculina de esos espacios, los términos de esa interacción se despliegan sin aparentes conflictos. Las tareas de las mujeres aquí se convierten en trabajo, porque hacen cosas de hombres con objetos de hombres y cumplen funciones de hombres; por lo tanto, la masculinidad de los hombres se pone en tela de juicio al suponer que las mujeres “hacen” lo que los hombres “no pueden”. De la misma manera, el uso de herramientas femeninas por parte de los hombres se sanciona negativamente y pone en entredicho los atributos masculinos. Para Teresa, a pesar de que los hombres potencialmente podrían usar las herramientas femeninas (de la cocina), considera que no lo hacen “porque se sienten muy machos… imagínese un hombre que se considera hombre, hombre… moliendo (risas)” (Teresa, 26 años, julio 2006). Otro rasgo relativo al uso de las herramientas, y que hace evidente la centralidad de los cuerpos en la definición del trabajo femenino y el prestigio social en la definición masculina, se articula en torno a las excusas que hombres y mujeres despliegan para justificar su negativa hacia el uso de herramientas relativas al género contrario. Mientras que a las mujeres les da miedo usar las herramientas eléctricas de los talleres porque las consideran peligrosas (implica arriesgar el cuerpo), los hombres sienten vergüenza por usar las herramientas domésticas (prestigio social). Aunque Felipe considera que los hombres sí podrían usar las herramientas de las mujeres porque “¡Esa es facilísimo!” (Felipe, 37 años, julio 2006), el testimonio de Pablo matiza esa afirmación al expresar que usaría cualquier herramienta de la cocina siempre y cuando no lo vean: Mientras no me vean, cualquiera de la cocina es fácil (risas)… Aquí no usan las herramientas de la cocina porque se apenan los hombres” (Pablo, 21 años, julio 2006).
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Vemos entonces cómo el uso de las herramientas está afectado por la dimensión de género. Usar una herramienta o usar otra no es aleatorio, implica siempre una sanción que subyace a los significados de género. Las herramientas “se hacen femeninas” o “se hacen masculinas”, no solamente porque están en espacios relativos a mujeres u hombres, sino porque su uso cruza también espacios de trabajo, y actividades concretas en donde participan hombres y mujeres indistintamente. Conclusiones La interacción de hombres y mujeres con sus herramientas está sesgada por las asunciones de género desplegadas para definir los atributos femeninos y masculinos de sus cuerpos, pero también de sus responsabilidades. Por ello, existen herramientas que hacen alusión directa a la feminidad y a la masculinidad de las personas, por ejemplo: el metate y el motor, como herramientas distintivas de mujeres y hombres, se configuran como objetos definitorios de la identidad femenina y masculina. De esta distinción se desprende la clasificación que se hace entre trastes y herramientas, sustentada en una atribución de cualidades femeninas y masculinas construida localmente sobre los objetos con base en las dicotomías: fuerte/débil; valiente/miedosa; pesado/ligero; peligroso/seguro. Las valorizaciones sobre el trabajo femenino y masculino en Mexcala articuladas al uso de las herramientas se distinguen de acuerdo al sexo. En las versiones que valorizan las actividades femeninas se evidencia la centralidad de los cuerpos y en las versiones que valorizan las actividades masculinas el prestigio social. Cuando se piensa en el trabajo de las mujeres se alude a los atributos asignados socialmente a sus cuerpos, en contraposición a los cuerpos masculinos. Por ejemplo: se destacan las deficiencias o carencias de los cuerpos femeninos con respecto a los cuerpos masculinos: falta de fuerza corporal; su incapacidad para exponerse a los peligros del trabajo; su tendencia al cansancio y a lo ligero y débiles que son. La valorización del trabajo femenino se conecta a una valorización de su cuerpo; si es un cuerpo fuerte, hábil, capacitado y valiente. Por ello, las actividades de las mujeres se consideran como trabajo en la medida en que realicen tareas que impliquen poner en peligro a sus cuerpos, en que adquieran fortaleza, habilidades y sean capaces de hacer lo que los cuerpos masculinos hacen.
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Pero ésta es una imposibilidad, porque las mujeres nunca van a tener un cuerpo masculino, y por lo tanto, las mujeres siguen “soñando” con poder trabajar algún día como los hombres. Dirigir su meta en esa dirección es un signo de superación. Es un: “ojalá que algún día podamos hacer lo que hacen los hombres”. Muy a pesar de que en los hechos, lo estén haciendo en la milpa. La valorización del trabajo masculino se conecta ante todo, al prestigio social. Como los atributos relativos a los cuerpos masculinos están naturalizados al desempeño de sus tareas no pone en cuestión su fortaleza, habilidad y valentía. La valorización se conecta entonces al cumplimiento de su rol como proveedor del sustento familiar. Hombres y mujeres se afanan mucho en ello. Las mujeres han estado dispuestas a participar en el conjunto de las tareas de la agricultura sin ningún reconocimiento social (ese reconocimiento lo tienen previsto sólo como una posibilidad de “algún día” poder trabajar como los hombres, de ser fuertes, hábiles y valientes) para seguir sosteniendo la propiedad masculina de la milpa, para impedir que se extienda la versión de que los hombres la han abandonado y de mantener ese espacio por si, tal vez, algún día los hombres tienen que regresar a cultivarla. Referencias citadas Arias, P., (2009) Del arraigo a la diáspora. Dilemas de la familia rural. México, Universidad de Guadalajara / Editorial Porrúa. Citlahua, E., (2007) El modelo de producción ovina de las comunidades indígenas de la Sierra de Zongolica, Veracruz. Tesis de Maestría en Ciencias en Estrategias para el Desarrollo Agrícola Regional. México, Colegio de PostgraduadosCampus Puebla. Chassen, F., (2003) “Más baratas que las máquinas: las mujeres y la agricultura en Oaxaca, 1880-1910” en Fowler-Salamini, H., y M. Vaughan, (edts.) Mujeres del campo mexicano. 1850-1990. México, COLMICH / BUAP. pp. 77-105. D’aubeterre, M., (2002) “El sueño del metate: la negociación de poderes entre suegras y nueras”. Debate Feminista, 26, pp. 167-183. D’aubeterre, M., (2000) El pago de la novia. México, COLMICH / BUAP. Deere, C., (2005) The feminization of agriculture? Economic restructuring in rural Latin America. Ocasional Paper 1, United Nations Research Institute for Social Development (UNRISD). [Internet] Disponible en: http://www.unrisd. org/80256B3C005BCCF9/httpNetITFramePDF?ReadForm&parentunid=20 78
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Feminización y valorización
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