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Fronteras de la Ilusión Science, Technology, and the Politics of Progress Daniel Sarewitz Temple University Press, Philadelphia, 1996 Traducido por Gustavo E. Sánchez A., profesor del Departamento de Humanidades, Universidad Javeriana, 1999
El final de la era de la Física Cuando la vida humana se arrastraba suplicando, a la vista de todos los hombres, aplastada contra la tierra bajo el peso muerto de la superstición, cuyos lúgubres rasgos atisbaban amenazantes sobre los mortales desde los cuatro puntos del cielo, un hombre de Grecia fue el primero en levantar sus ojos mortales en desafío, el primero en pararse y afrontar el reto. Las fábulas de los dioses no lo aplastaron, ni el relámpago del rayo ni el rugido amenazador de los cielos. Al contrario, esto animó su hombría, para que él, el primero entre todos los hombres, ansiara destrozar las excluyentes cerraduras de las puertas de la naturaleza. El vigor vital de su mente prevaleció. Se aventuró lejos, más allá de los llameantes senderos del mundo y viajó en su mente a través del infinito. Al volver victorioso, él nos proclamó lo que puede ser y lo que no puede ser: cómo cada cosa tiene un límite fijo y un puesto fronterizo inamovible. Por tanto, a su vez, la superstición yace aplastada a sus pies, y nosotros, por su triunfo, nos elevamos al nivel de los cielos. – Lucrecio, De Rerum Natura. La edad de la física llegó a término en octubre 21, 1983 cuando el congreso de USA canceló los fondos para el Supercolisionador superconductor (Superconducting Supercollider), un proyecto de más de 10 mil millones de dólares cuyo propósito científico era reproducir las condiciones de las primeras etapas de la gran explosión “big bang” y determinar el origen de la masa del universo. Para sus promotores, el colisionador representaba muchas cosas: el más grande experimento en física, una oportunidad para desarrollar “la teoría final” que podría unificar todas las leyes conocidas de la física; era un testimonio a la búsqueda de conocimiento e ilustración por el hombre y un laboratorio para la educación de la nueva generación de físicos americanos; era una nueva demostración de la preeminencia de USA en ciencia y tecnología tanto como una fuente potencial de innovación tecnológica que podría producir grandes valores económicos y prácticos; era un proyecto de trabajo público muy grande que podría crear miles de puestos y aportar miles de millones de dólares a la economía de Texas. Pero a pesar de estas justificaciones, a pesar del soporte político que generó y a pesar de los dos mil millones que el gobierno federal ya había gastado para su construcción, el colisionador de canceló. Hoy, catorce millas del
túnel circular que se había planeado de cincuenta y cuatro millas es todo lo que queda del proyecto por debajo del suelo de Waxahachie, Texas, un monumento subterráneo al periodo de cincuenta años en que la física reinó suprema en la política de ciencia y tecnología de USA. Se han dado muchas explicaciones para la cancelación del supercolisionador superconductor (SSC), las que probablemente todas contengan un elemento de verdad. Los altamente publicitados sobrecostos y la pobre administración del proyecto por el Departamento de Energía crearon vulnerabilidad política justo en el momento cuando un congreso angustiado buscaba hacer cortes simbólicos, si no significativos, en el gasto público. Esta vulnerabilidad se reforzó por la impotencia política de la delegación congresional de Texas y por la conspicua falta de consenso acerca del valor del SSC dentro de la misma comunidad científica. Los gobiernos extranjeros, cuyo soporte y cooperación se suponía fueran la piedra angular del proyecto, comprobaron que deseaban contribuir solo retórica a favor del SSC. Por último, y lo más importante, los proponentes del SSC no lograron convencer al congreso y al público que el proyecto fuera crucial para el futuro de la ciencia y la nación. Sin embargo, cinco años antes el congreso nunca hubiera acabado con un programa de investigación tan grande y de tanto perfil en la física, como el SSC. La física era la disciplina que había ayudado a ganar la segunda guerra mundial, y la física había ayudado a contener a la Unión Soviética durante la guerra fría. Los físicos eran los científicos más influyentes de la nación, ganadores de premios Nobel, consejeros presidenciales, y descubridores que permitían a USA liderar el mundo en innovación tecnológica. Los físicos incluso actuaban como la conciencia de la nación al servir de punta de lanza de la oposición a la carrera de armas nucleares que ellos habían involuntariamente desatado. Amparados por la imagen benevolente de Albert Einstein, los físicos representaban la inteligencia, ingenuidad y sabiduría que trajo paz y seguridad a USA en el siglo veinte, y el SSC representaba el tipo de investigación fundamental de la naturaleza que los físicos promovían desde hacía tiempo como llave del progresos de la sociedad moderna. Al comienzo de la década de 1990, sin embargo, algunas tendencias históricas habían minado el tratamiento político especial que habían disfrutado los físicos. Quizá lo más importante fue el final de la guerra fría y la consiguiente desaparición de la principal razón política para dar soporte a la investigación física en USA: la defensa nacional. Otro factor fue la angustiosa anemia de la economía y la aparente inhabilidad del a nación para traducir progreso científico y tecnológico en crecimiento económico. También estaba implicado el creciente atractivo político de otras disciplinas científicas, especialmente la investigación biomédica, que parecían ofrecer más a la sociedad que la física. Cada una de estas tendencias fue promotora de una nueva y cambiante agenda gubernamental de investigación. Mientras el SSC perdió su poder, otros grandes programas de ciencia estaban surgiendo, incluyendo el Proyecto de Genes Humanos; iniciativas especiales en tecnología de manufactura, computación de alto desempeño, y biotecnología; y el programa federal de investigación sobre el cambio climático global.
A pesar de tales cambios las políticas, programas y actitudes que se institucionalizaron durante la edad de la física aún ejercen una profunda influencia en la nación. Las nubes de hongo sobre Japón proyectan una sombra larga y aunque esta sombra oscurecían los prospectos de una paz mundial también simbolizaban la imaginación, potencial y poder de toda la ciencia moderna. La promesa de ciencia y tecnología, nacida en forma tan tangible y espectacular durante la segunda guerra, se tradujo en un papel tremendamente expandido del gobierno en promover la ciencia y la tecnología en USA después de la guerra. Los fondos federales para la investigación y desarrollo crecieron de menos de dos mil millones por año al comienzo de la década de 1950 a más de 70 mil millones por año al comienzo de 1990.1 Sin embargo los últimos cincuenta años han mostrado que el vínculo entre progreso científico y bienestar social es muy tenue. Aunque la investigación y desarrollo (I+D) con fondos federales se ha justificado históricamente por la prometida contribución al bienestar humano, el cumplimiento de esta promesa parece cada vez más inalcanzable. El conocimiento y la investigación crece a velocidades pasmosas, como lo hace la escala de los problemas que enfrenta la humanidad. Las revoluciones basadas en la ciencia en áreas tales como tecnologías de comunicación e información, agricultura, materiales, tecnología médica y biotecnología, vienen acompañadas por una proliferación global de armas, crecimiento de la población, concentración de la riqueza, disminución de la biodiversidad y pérdida de hábitat, deterioro de la tierra arable, destrucción del ozono estratosférico, y rápidos cambios potenciales en el clima de la tierra. Estas tendencias opuestas parecen tener poca conexión entre una y otra, pero crean por lo menos un preocupante contrapunto, una paradoja fundamental de la cultura moderna. Sin embargo, los abogados de la ciencia pagada con dineros públicos –no sólo los investigadores mismo sino también políticos, burócratas, administradores universitarios, ejecutivos de corporaciones, grupos de intereses especiales, y muchos ciudadanos privadosbasan su apoyo en la premisa y promesa de que mayor conocimiento científico e innovación tecnológica conducirá a la solución de los desafíos más serios de la sociedad. Este argumento básicamente asume una unión causal entre el progreso en ciencia y tecnología y el progreso en la sociedad. El físico Leon Letherman, premio Nobel, sugiere: “Lo que es bueno para la ciencia de USA... es bueno para USA”.2 La perspectiva a través de este libro es que el soporte del gobierno para I+D debe en últimas justificarse por la creación de beneficios para la sociedad. La sociedad moderna obviamente depende en muchas formas de la ciencia y la tecnología, y el gobierno federal ha ayudado a crear el sistema más avanzado del mundo en I+D en respuesta a esta dependencia. Pero el sistema I+D es por tanto una entidad política, en sí misma dependiente de los procesos gubernamentales de toma de decisiones y de la aprobación pública para su propio bienestar. En este contexto de dependencia, y a la luz de la creciente complejidad y magnitud de los desafíos para el bienestar de la humanidad a largo plazo, la aseveración de causalidad entre progreso en el laboratorio y progreso en la sociedad debe verse como un argumento político no probado –aunque poderoso en extremo- por los investigadores y los
abogados de investigación sostenida por aportes públicos. El sistema de investigación está construido sobre dichos argumentos. Este libro es una crítica a los fundamentos de la política de ciencia y tecnología de USA al final de la edad de física y un retrato del sistema I+D en su contexto político. No es una crítica de ciencia y tecnología per se3 ni es una discusión del proceso político bizantino y con frecuencia caprichoso a través del cual se implementa la política. Mas bien el propósito aquí es revelar y evaluar las premisas e intereses que subrayan el sistema actual y que justifican el papel de gobierno en patrocinar y promover la investigación y el desarrollo. Estas premisas e intereses ayudan a dar forma a la compleja relación entre progreso científico y el bien común. Política de ciencia y tecnología En 1995, el gobierno de USA gastó cerca de $US73 mil millones en programas de ciencia y tecnología. ¿Cuánta plata es esto? Es considerablemente menos de lo que se gastó en los militares ($US276 mil millones) y en intereses de la deuda nacional ($US234 mil millones) y considerablemente más que lo que se gastó en programas de educación y entrenamiento ($US56 mil millones), administración del sistema judicial ($US18 mil millones), ayuda externa ($US13 mil millones), y control de la contaminación ($US6 mil millones). 54% del presupuesto de la ciencia y tecnología se dedicó a proyectos militares el resto se distribuyó a través de una gama de investigación de campos de investigación y desarrollo civiles que varían desde exploración espacial y suministro de energía a estudios biomédicos y agricultura. El campo completo de actividades de ciencia y tecnología apoyado por el gobierno se describe más o menos por el término “sistema federal de investigación y desarrollo” los procesos a través de los cuales se diseña, promueve, financia, administra y evalúa el sistema están comprendidos -también más o menos- por el término “política de ciencia y tecnología”. Juntos, estos términos ofrecen un sello conveniente e inevitable para todo el rango de actividades que determinan la forma, tamaño y dirección de la ciencia y tecnología, pagadas con dineros públicos en USA. El “sistema” es de hecho plural; balcanizado podría ser una descripción más precisa. Está hecho de muchos elementos competitivos, que incluyen comités del congreso y agencias federales que pelean entre ellos por mayor influencia sobre presupuestos y programas; laboratorios nacionales de armas tratando desesperadamente de justificar su continuada existencia en un mundo post-guerra fría; universidades buscando establecer o mantener recursos de altura mundial; y científicos que hacen investigación y compiten por los fondos de investigación. El “proceso de política”, que determina la estructura del sistema, quizá se caracteriza mejor como el total de tácticas y estrategias empleadas por estos diferentes elementos competitivos tratando de mejorar sus propios intereses. El proceso parece no sistemático y darwiniano, y en muchas ocasiones así es.
La política de ciencia y tecnología tradicional cubre la trinidad I+D: investigación básica, investigación aplicada y desarrollo. Investigación básica es la investigación de los fenómenos naturales; a veces se describe como “ciencia pura” porque, se supone, se lleva a cabo independientemente de cualquier consideración de utilidad práctica. La imaginería popular (con frecuencia apócrifa) de la ciencia –Arquímedes gritando “Eureka” con admiración en s bañera, Galileo dejando caer cosas de la torre de Pisa, Fleming descubriendo accidentalmente el hongo de la penicilina- es la imaginería de la investigación básica. Investigación aplicada es el esfuerzo para usar el conocimiento existente en la solución de problemas particulares –por ejemplo, determinar la utilidad médica de la penicilina. Desarrollo se concentra en hacer, de los productos de investigación aplicada, útiles para la sociedad –por ejemplo, desarrollar técnicas para la producción en masa de la penicilina. Las fronteras entre estas varias actividades son con frecuencia difusas, pero en conjunto encierran la jurisdicción de política de ciencia y tecnología. En décadas recientes, entre el 50 y 60 % del presupuesto federal en I+D se ha gastado en desarrollo tecnológico, predominantemente en programas militares administrados por el Pentágono. La mayoría de los programas de investigación, en contraste, se enfocan en propósitos no militares y los administran diversas agencias federales, que incluyen el Instituto Nacional de Salud (NIH), la Fundación Nacional de Ciencia (NCF), la Administración Nacional Aeronáutica y del Espacio (NASA) y el Departamento de Energía. Ya que el gobierno federal financia casi la mitad de las actividades de I+D de la nación (las corporaciones privadas financian la mayor parte del resto) el tortuoso proceso político por el que se determinan las propiedades de investigación y los niveles del gasto es el hecho más importante que controla el conjunto del sistema nacional de I+D. ¿Cuánto se gastará en investigación en energía y cuánto en investigación médica? Dentro del presupuesto de investigación en energía ¿cuánto se destinará a energía solar y cuánto a energía nuclear? ¿Cuánto se dará a investigación aplicada en reactores nucleares y cuánto a investigación básica en física de alta energía? Estos tipos de preguntas son en últimas responsabilidad de políticos y burócratas. Como en todas las áreas del gasto gubernamental; sin embargo, varios grupos de intereses tratan de influenciar la forma en que se financian y administran los programas de I+D. El grupo de interés principal en este caso es la comunidad de investigadores misma –especialmente los científicos e ingenieros que llevan a cabo los programas federales de I+D- aunque, de nuevo, el término “comunidad” de hecho comprende un grupo diverso con intereses diversos y con frecuencia competitivos. Aun así, los investigadores pueden distinguirse de otros participantes en el proceso de política en I+D por su experiencia técnica. Ellos saben cómo montar laboratorios y programas de investigación, entienden el potencial y los límites de su trabajo, y poseen un conocimiento completo en sus campos particulares de trabajo –conocimiento que con frecuencia es demasiado técnico por naturaleza para que los no científicos lo comprendan. Muchos de los mismos científicos ingenieros que coordinaron actividades técnicas para el gobierno durante la segunda guerra mundial posteriormente fueron llamados a diseñar el sistema I+D de post-guerra. De hecho, en los últimos cincuenta años el gobierno se ha basado en el consejo de investigadores para formular e implementar la política federal de ciencia y tecnología.
Como tema político, el gobierno gasta más de $US70 mil millones en I+D, no porque se preocupe del logro abstracto del conocimiento sino porque los que hacen la política y el público creen que el progreso en ciencia y tecnología crea beneficios sociales, tanto tangibles como intangibles. La preparación militar, el crecimiento económico, el sistema médico, los recursos energéticos adecuados y el prestigio nacional están entre los beneficios más importantes que se dice resultan de nuevo conocimiento e innovación procedentes del sistema I+D.4 Ya que la principal justificación política para la financiación de I+D es el beneficio público, las bases para la política de ciencia y tecnología pueden pensarse como un contrato social bajo el cual el gobierno provee soporte para las actividades I+D como pago por un producto –conocimiento e innovación- que contribuyen al bien común.
Propósitos y mitos de la política. Pero ¿cómo se crea beneficio público a partir de las leyes de la naturaleza? El extraordinario éxito de la física se deriva principalmente de su capacidad para aislar fenómenos particulares y describirlos en términos –usualmente matemáticos- que se aplican a un gran número de situaciones. El ejemplo arquetípico son las leyes de movimiento de Newton, tres principios básicos que son válidos a escalas que varían de lo interestelar a lo intermolecular y que se aplican a fenómenos aparentemente tan dispares como calor y temperatura, fuerzas eléctricas y magnéticas, mecánica celeste, y el movimiento debido a la gravitación de la tierra. En forma similar, cuatro ecuaciones simples derivadas por James Clerk Maxwell en la década de 1860 unificaron con éxito y describieron todos los fenómenos electromagnéticos y así crearon el escenario para la revolución electrónica un siglo más tarde. La belleza y poder de esta suerte de relaciones simples radican en que crean una visión del mundo que es uniforme e invariante – un mundo que es independiente del contexto y por tanto describible y predecible. Al reducir los fenómenos naturales a una serie de relaciones universales e ideales y al controlar el entorno en el que estos fenómenos ocurren, los científicos e ingenieros pueden extraer utilidad práctica de estas leyes de la naturaleza. A través de este enfoque reduccionista de crear y aplicar conocimiento, las ciencias naturales –física, biología, química y varios descendientes- han logrado el máximo impacto en la sociedad. Así, por ejemplo, un físico puede derivar una ecuación para describir el comportamiento de un electrón que se mueve a través de un campo eléctrico uniforme en el vacío. Tales condiciones ideales no son fáciles de encontrar en la naturaleza, pero un físico puede crearlas en el laboratorio. El resultado es el tubo de rayos catódicos, y uno de los descendientes directos del tubo de rayos catódicos es la televisión. En forma similar, los físicos saben, por la teoría de la relatividad de Einstein, que la destrucción de masa atómica libera cantidades enormes de energía. Por fortuna, esta conversión ocurre naturalmente en la tierra, sólo en pequeñísimas dosis. Sin embargo, al concentrar cantidades relativamente
pequeñas de elementos altamente inestables como el uranio 235 y bombardeando el uranio con neutrones, los físicos son capaces de lograr conversión de masa a energía, muy grande y autosostenible por cierto, y el resultado son las armas nucleares. Cuando un nuevo proceso o producto emerge del laboratorio, sufre una profunda transición –desde una idea u objeto aislado y bien comportado aun en el mismo elemento dinámico de un sistema social interactivo y complejo. Una vez sumido en el sistema social, la nueva idea o innovación puede producir efectos que son completamente sorprendentes. Cuando se enciende la televisión una serie de procesos electromagnéticos intrínsecamente predecibles ocurren dentro de la televisión que siempre llevan a la generación de una imagen visual en la pantalla. Pero nada más acerca de la televisión se puede predecir o es propio de ella ya que todos sus otros atributos no se derivan de leyes físicas que permitan operarlo sino del contexto en el cual se usa: cuándo, dónde y por quién se prende; que se está transmitiendo; cómo el vidente se afecta por el programa; qué actividades dejó de hacer el vidente al tomar la decisión de mirar; cómo esta decisión afectó a otros que interaccionan con el vidente (la esposa que detesta los deportes o el clásico del domingo, por ejemplo); cómo el número total de videntes influencian las posibilidades económicas de las compañías que transmiten su propaganda en un momento en particular. Por un lado hay laboratorios y por el otro, el mundo externo de los seres humanos. Una idea o producto en el laboratorio con frecuencia evoluciona rápidamente en algo por completo diferente una vez que entra a la sociedad. Pero la sociedad, también, cambiará al responder y absorber el conocimiento e innovación que se transmite del laboratorio. Nadie anticipó el impacto sobrecogedor de la televisión –sólo un tubo de rayos catódicos modificado- sobre la cultura global. O el del teléfono, que en sus primeros días sólo se miró como algo más que un reemplazo del telégrafo, útil sólo para comunicarse de un punto a otro, como dos tarros unidos por una cuerda. Los primeros diseñadores consideraron los computadores sólo aplicables a un rango estrecho de cálculos científicos sin ningún atractivo comercial.5 La energía nuclear, por otra parte, iba a ser el milagro que proveería electricidad al mundo prácticamente sin costos.6 El valor social de la ciencia y la tecnología se crea en la interfaz entre el laboratorio y la sociedad; no es inherente a ninguno de los dos. No hay un vínculo a priori entre la estructura de la realidad física y la manera en la cual la sociedad aplica su entendimiento científico de esa estructura. Y aquí es donde los políticos chocan con el mundo natural, al definir el dilema fundamental de la política de ciencia y tecnología. Las razones políticas efectivas para el apoyo gubernamental de I+D se basan principalmente en la promesa de un beneficio social. Pero las consecuencias sociales del progreso en ciencia y tecnología no son inherentes a las leyes naturales que los investigadores tratan de descubrir y explotar. Las leyes de la naturaleza no contribuyen al bien público (ni lo opuesto), que sólo puede crearse cuando el conocimiento e innovación del laboratorio interactúa con las instituciones culturales, económicas y políticas de la sociedad. La política de la ciencia y tecnología modernas, por tanto, se basan sobre un artículo de fe: que la transición desde el mundo del laboratorio, controlado, idealizado e independiente del contexto, al mundo de la sociedad, intrincado, saturado de contexto, creará beneficio social. Y la sociedad obviamente ha estado deseosa de creerlo,
como atestigua el gasto público de 70 mil millones anuales en investigación y desarrollo –o como cualquier visita a un hospital, a una tienda electrónica o a un crucero de misiles dirigidos. Un examen de la retórica política que se usa para justificar y explicar la estructura del sistema I+D produce un buen número de argumentos poderosos y conocidos que subyacen y racionalizan el artículo de fe. La mayor parte de este libro se dedicará a discutir dichos argumentos. Son la base para la política en ciencia de postguerra, y como tales han probado ser suficientemente duraderos y convincentes para asegurar la receptividad política del sistema I+D con fondos públicos. Estos argumentos se caracterizan aquí como “mitos” porque son ampliamente apoyados y continuamente repetidos, aunque no se hayan derivado de fundamentos bien desarrollados empíricos o teóricos. Son, en su raíz, expresiones ideológicas y herramientas de interés político, aceptadas y expresadas como verdad. Guían el comportamiento de científicos y políticos por parejo. Cinco de tales mitos se identifican y se discuten en los capítulos siguientes: 1. El mito del beneficio infinito: Más ciencia y más tecnología producirán más beneficio público. 2. El mito de la investigación libre: Cualquier línea razonable científicamente de investigación de los procesos naturales fundamentales probablemente produzca beneficio social como cualquier otra. 3. El mito de responsabilidad: La revisión de árbitros, la reproducibilidad de resultados y otros controles de la calidad de la investigación científica encierran las responsabilidades éticas principales del sistema de investigación. 4. El mito de la autoridad: La información científica provee una base objetiva para resolver disputas políticas. 5. El mito de las fronteras sin límite: El nuevo conocimiento que se genera en la frontera de la ciencia es autónomo de sus consecuencias morales y prácticas en la sociedad. Estos mitos reflejan el marco de referencia del laboratorio. Son punto de partida para el debate político y por tanto no están sujetos a escrutinios o análisis. La amplia aceptación de los mitos en el campo político puede atribuirse a tres factores. El primero, los mitos los proclama una comunidad de investigadores que posee legitimidad política importante y goza de un alto prestigio social, en su mayor parte debido al gran progreso de ciencia y tecnología en este siglo. El segundo, la experiencia de mejores estándares de vida en la sociedad industrial en los dos últimos siglos es consistente, al menos en parte, con la afirmación de causalidad entre bienestar público y progreso en ciencia y tecnología. El tercero, los intereses políticos de la comunidad de I+D pueden conectarse con los intereses políticos de otros grupos como el sector manufacturero, el militar, y aun el de los funcionarios elegidos que están deseosos de apoyar, y aun de hacer suyos, los mitos. Cada una de estas consideraciones serán tema recurrente en los próximos capítulos. Ya que la razón política más avasalladora para el soporte gubernamental de I+D ha sido la creación de beneficio público, los mitos de la política de ciencia y tecnología pueden
evaluarse en el mismo contexto. Pero cómo establecer criterios para tal evaluación? Más aún, ¿cómo puede definirse un término tan general como “beneficio público”? Los mitos por supuesto proveen una función vital en cualquier sociedad, al simplificar procesos complejos, al hacerlos comprensibles y al unificar sentimientos dispersos y así crear una visión de unidad y sentido compartido de comunidad y propósito. Por tanto, la pregunta aquí no es sólo el grado en el que los mitos de política son “verdaderos” o “falsos” sino a qué propósitos sirven y cómo afectan los procesos políticos y la sociedad como un todo. Así como la comunidad de I+D se define y retrata a sí misma y sus intereses a través de sus mitos particulares, así los intereses más amplios de la sociedad se definen, se hacen consistentes, y se refuerzan a través de mitos cívicos compartidos de un orden más alto: “que todos los hombres son creados iguales; que están provistos por su Creador de ciertos derechos inalienables; entre ellos están la vida, libertad y el logro de la felicidad”. Tales mitos pueden ser ideales e inalcanzables, y su interpretación puede variar con el tiempo, pero encierran propósitos particulares con los que el progreso puede medirse: “establecer justicia, asegurar la tranquilidad doméstica, proveer la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar las bendiciones de la libertad para nosotros mismos y la posteridad”. Más aún, los mitos pueden definir un estándar concreto de que la sociedad no debería desviarse: libertad de palabra, de religión, de prensa, de reunión pública. Así, los mitos cívicos de un orden más alto, al definir las aspiraciones fundamentales y compartidas de la sociedad; crean un marco en el cual pueden entenderse y valorarse los mitos de política en ciencia y tecnología. La efectividad política de estos mitos no requiere que todos los científicos e ingenieros los apoyen sin crítica. Sin embargo, las principales voces de la comunidad de I+D profieren estos mitos explícitamente en sus esfuerzos para explicar y justificar las operaciones del sistema I+D. En este sentido, la articulación pública de los mitos representa la forma en que esta comunidad desea que el resto del mundo la vea y que representa, presumiblemente en una manera general la forma en que la comunidad se ve a sí misma. Por esta razón, la presentación y análisis de los mitos de política en este libro se basan en palabras escogidas por líderes de la comunidad I+D para retratarse a sí mismos, al mundo externo y entre ellos. Estas palabras se encuentran en periódicos y revistas populares, en cartas y páginas editoriales de las revistas científicas, en discursos y encuestas del congreso, y en los reportes y publicaciones de las sociedades profesionales y otras organizaciones que representan los intereses y saberes de científicos e ingenieros. Tales fuentes son explícitamente no técnicas por naturaleza; son la voz pública de la ciencia y la tecnología: esta es la voz que el resto de la sociedad oye. Aunque mucho del trabajo académico de las ciencias sociales en las últimas décadas se ha dedicado al análisis de la relación ciencia-tecnología-sociedad, la mayor parte de ese trabajo es de naturaleza intelectual no aplicable en forma directa al debate político; ni afecta la percepción pública de I+D. La literatura académica en su mayor parte, por tanto, no es de mi interés aquí, que es enfocarme de lleno en términos del debate político y de percepción pública. De hecho, algunos de los mitos a que aún adhieren científicos naturales y políticos por igual, han sido valorados (y con frecuencia desbancados) en la literatura de las ciencias
sociales.7 Lo que importa aquí, sin embargo, es que los mitos permanecen poderosos en la arena política, que son aún parte de la retórica política, y que tienen una influencia palpable en las decisiones políticas y por tanto en el bienestar humano. Más allá de la edad de la física: ciencia, tecnología y realidad Quizá no sea coincidencia que el final de la edad de la física llegue en un tiempo en que la perspectiva se ha hecho verdaderamente global. ¿Es el enfoque reduccionista de entender la realidad una base apropiada para confrontar los problemas de un mundo cada vez más interconectado? Lo que empieza como soluciones concretas científicas y tecnológicas a desafíos particulares –producción de alimento, control de la natalidad, recursos energéticos, enfermedades infecciosas, transporte- se revela después como componentes entrelazados de una sociedad global. Las mejoras en la salud humana conducen a la explosión de la población; materiales y herramientas más fuertes y durables permiten la destrucción más eficiente de los recursos naturales; la mayor producción industrial genera más desperdicio; las técnicas para aumentar la producción de alimento introducen nuevos materiales tóxicos al suelo y al agua y reducen la variación genética del inventario genético. Mayor avance en ciencia y tecnología ayudarán a mitigar estos problemas, y también creará nuevos problemas a su vez. El contexto que se ha despreciado en el laboratorio se reafirma con venganza cuando un nuevo proceso de innovación interactúa con los sistemas políticos, económicos y culturales. En la interfaz, ciencia-sociedad la distinción entre soluciones y problemas se hace difusa, cuando las contribuciones científicas y tecnológicas a corto plazo al bienestar humano con frecuencia crean problemas no anticipados a largo plazo. Este hecho es bien conocido. La historia de la cultura humana puede verse como una historia de crisis superada en muchos casos por la ayuda de la tecnología –crisis de demografía, de cantidad de recursos, del entorno, económica, de confrontación política, de enfermedad epidémica- pero todas esas crisis con excepción de la edad de hielo del Pleistoceno, estaban limitadas en sus consecuencias por el propósito y alcance finito de la sociedad. Grecia cayó pero Roma surgió; Europa decayó en las edades oscuras mientras las culturas azteca, maya, islámica y china florecieron en forma variada. Este equilibrio de largo plazo puede ser fuente del optimismo moderno –hemos visto y superado serios desafíos antes. Profetas de destrucción han venido y han pasado; el alcance de la humanidad aún se expande. Pero hay algo nuevo en la escena: un salto cuántico en la escala de las actividades humanas y de los problemas humanos, un salto hecho posible por la ciencia y la tecnología, con implicaciones que ya no pueden contenerse por límites políticos o geográficos, ni siquiera por los sistemas naturales que sostienen la vida. A medida que el poder de la ciencia y la tecnología crece, y la interdependencia global de la sociedad se profundiza, la necesidad de ver el progreso científico y tecnológico en su contexto humano se hace cada vez más urgente. La capacidad cada vez mayor de la humanidad para manipular la naturaleza en su nivel fundamental implica un potencial acelerado de producir resultados complejos y aun caóticos al nivel de la sociedad. Ningún
gran producto del sistema I+D se abre camino en la sociedad sin, de alguna manera, influenciar o alterar la composición económica, política, ambiental y aun moral de la vida. La globalización de las comunicaciones, de los mercados, de los conflictos, de los impactos ambientales, de la cultura, ha magnificado las consecuencias no lineales de los procesos de investigación y desarrollo y aumentado la oportunidad tanto para mayor ganancia social como para desastre a gran escala. El valor de supervivencia de una perspectiva de política lineal –donde el progreso en ciencia simplemente se ve como el precursor del progreso en la sociedad- continuará disminuyendo a medida que aumenta el poder de la ciencia y la tecnología. Una responsabilidad esencial de la política de ciencia y tecnología, por tanto, debe ser comparar las promesas hechas por el bien del sistema de I+D –promesas que derivan su legitimidad de los mitos de política- con el desempeño real del sistema en la sociedad, y modificar las promesas y mitos por una parte, y el sistema por otra, para crear mayor consistencia, un nivel más realista de lo que se espera, y un aumento en la capacidad de lograr los propósitos sociales. Debe emerger una nueva perspectiva en la que ciencia y tecnología se entienden como agentes de alteración del contexto, no simples escalones sobre los que la humanidad busca ascender por encima de últimos conjunto de crisis. El impacto de la máquina de combustión interna, ¿se entiende mejor en términos de la termodinámica de la combustión, el número promedio de kilómetros recorridos por vehículo cada año, la contribución de la industria automotriz a la industria nacional, la curva creciente de contenido de dióxido de carbono en la atmósfera, el conflicto geopolítico por el control de los recursos de petróleo que se manifestaron en la guerra del Golfo Pérsico de 1991, o el efecto de la cultura del viajero o de la mayor movilidad del individuo en la estructura y la psique de la comunidad? Lo que sigue es un intento de iluminar y valorar los fundamentos de la política de ciencia y tecnología de la postguerra a través de un examen de los mitos fundamentales que han guiado la conformación de la política por medio siglo (capítulos 2-6) y una discusión de algunas de las ramificaciones económicas y políticas menos familiares y más angustiosas del sistema de investigación y desarrollo que se ha construido sobre estos mitos (capítulos 7 y 8). Este análisis marcará la ruta hacia enfoques alternos de política en ciencia y tecnología orientados a impulsar el desarrollo de vínculos más fuertes entre la agenda de I+D financiado con dineros públicos y los objetivos y obligaciones a largo plazo de la sociedad (capítulo 9). El artículo de fe que une el abismo entre el laboratorio y la realidad debe reemplazarse al menos con un puente al final de la era de la física ya que, al mirar hacia abajo, nos damos cuenta de que no hay nada debajo de nuestros pies. .
National Patterns of R&D Resources: 1992, NSF 92-330 (Washington, D:C: National Science Foundation, 1992), p. 46, Office of Management and Budget, The Budget of the United States, Fiscal Year 1996 (Washington D.C.: Executive Office of the President, 1995), part 1, pp.94-95. . 2 Leon M. Lederman, “The Advancement of Science,” Science 256 (May 22, 1992):1123. . 3 La palabra “ciencia” se usa en este libro para referirse al cuerpo de conocimiento existente o por venir, no a la actividad técnica de investigación científica o a los 1
fundamentos epistemológicos de la ciencia. Esta perspectiva es externa al laboratorio y refleja un consenso social que toma la validez del método científico como cierto. Tomado como taxonomía, la palabra “ciencia” pretende encerrar todas las ciencias naturales –por ejemplo, física, química, biología, astronomía, ciencias de la tierra—pero excluye las ciencias sociales. Las referencias o discusiones de las ciencias sociales se identificarán explicitamente. La Ingeniería se incluye en el término “tecnología”, aunque las actividades de ingeniería son un componente de tanto “investigación” como “desarrollo”. 4. El valor de la ciencia como actividad cultural –como fuente de liberación intelectual, iluminación espiritual y satisfacción estética—es incalculable, pero no es una motivación principal para soporte gubernamental de investigación y desarrollo y, por tanto, queda, en general, fuera del alcance de este libro. 5. Nathan Rosenberg, Exploring the Black Box: Technology, Economics and History (New York: Cambridge University Press, 1994), chapter 11. 6. William L. Laurence, Men and Atoms (New York, Simon and Schuster, 1959). 7. Esto no quiere decir que todos los científicos naturalistas han aceptado este engaño sin luchar; por ejemplo, ver Daedalus 107 (Spring 1978), dedicado a “Los Límites de la Búsqueda Científica”; Richard Q. Elvee, ed., Nobel Conference XXV: The end of Science? (Saint Peter, Minn.: Gustavus Adolphus College, 1989); y Paul R. Gross and Norman Levitt, Higher Superstition: Academic Left and Its Quarrels with Science (Baltimore, Md.: John Hopkins University Press, 1994).