FUNDACIÓN UNIVERSITARIA LUIS AMIGÓ FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS HUMANAS PROGRAMA DE DESARROLLO FAMILIAR

FUNDACIÓN UNIVERSITARIA LUIS AMIGÓ FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS HUMANAS PROGRAMA DE DESARROLLO FAMILIAR MEMORIAS del SEMINARIO DE PSICOPATOLOGÍA BÁS

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FUNDACIÓN UNIVERSITARIA LUIS AMIGÓ FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS HUMANAS PROGRAMA DE DESARROLLO FAMILIAR MEMORIAS del SEMINARIO DE PSICOPATOLOGÍA BÁSICA PSICOANALÍTICA Por: Hernando Bernal Docente–investigador del Programa de Psicología–FUNLAM

Primera Sesión

I. INTRODUCCIÓN. La psicopatología básica psicoanalítica, es decir, el estudio de las enfermedades que afectan la psique de los sujetos, también se pude denominar como el estudio de las estructuras de subjetivación o constitución subjetiva de un ser humano. El psicoanálisis tiene, a diferencia de la psiquiatría, una clínica basada en tres grandes cuadros, que conforman a su vez las denominadas Estructuras Clínicas. Ellas le permiten al psicoanalista comprender un sin número de comportamientos que reflejan la posición subjetiva de cada sujeto en el mundo, es decir, las relaciones de un ser humano con su trabajo, con su semejante y, en general, con todo lo que lo rodea. Es absolutamente diferente la forma de ver y de relacionarse con el mundo de un paranoico, de un obsesivo, de un perverso, de un histérico o de un esquizofrénico. Saber y entender cuál es la posición subjetiva de un sujeto en el mundo –su estructura psíquica– ayuda además a saber que hacer en el caso en que el profesional de las Ciencias Humanas se enfrente en su quehacer a un sujeto que padezca alguna psicopatología. No tener un mínimo conocimiento de las estructuras clínicas que ayudan a descifrar el comportamiento humano, es como entrar al laberinto de Dédalo a buscar el Minotauro, sin el hobillo de hilo de Ariadna.

II. Teoría de las Estructuras Clínicas. Las Estructuras Clínicas planteadas por el psicoanálisis son básicamente tres, la cuales, a su vez, se dividen en «modalidades» de la estructura. Veamos:

ESTRUCTURA

MODALIDAD

Neurosis

Histeria

El sujeto de la duda

Obsesión

Psicosis

Paranoia

El sujeto de la certeza

Esquizofrenia

Perversión

El Fetichismo es el paradigma de

El sujeto tiene una certeza Estructura perversa. sobre su goce sexual.

La estructura neurótica comprende a la neurosis histérica, la cual privilegia el cuerpo del sujeto como lugar de inscripción de los síntomas, y la neurosis obsesiva, cuyos síntomas privilegian el pensamiento como lugar de aparición. Lo que fundamentalmente caracteriza al sujeto neurótico es que se trata de un sujeto de la duda: es el sujeto que se hace preguntas sobre su ser, su existencia y su deseo −”qué quiero, de dónde vengo, para dónde voy, quién me ama, a quien amo, etc.”−. La estructura psicótica abarca a la psicosis paranoica −cuando el sujeto ha construido un delirio de persecución− y la esquizofrenia −el sujeto esquizofrénico tiene un delirio de fragmentación del cuerpo−. En la psicosis ya no se habla de síntomas, sino de «fenómenos elementales», los cuales van desde el delirio, hasta las alucinaciones (de voces o visuales) y construcción de nuevas palabras (neologismos). Lo que fundamentalmente caracteriza al psicótico es que se trata de un sujeto de la certeza: él tiene una certeza sobre lo que le está pasando, y esta certeza funda su delirio −por ejemplo: «soy la mujer de Dios y he venido a crear una nueva raza de hombres»−.

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Hay que tener en cuenta que en el psicoanálisis, el diagnóstico no se hace en base a la observación de los síntomas, sino que también abarca la posición del sujeto o la localización subjetiva, la cual no se hace en base a la objetividad, es decir, en base a los síntomas que se observan −no es, como la psiquiatría, una clínica de la mirada−, sino que, cuando se hace un diagnóstico en el psicoanálisis, el sujeto es una referencia ineludible, es decir que lo más importante en la clínica psicoanalítica es la posición que asume el sujeto frente a sus síntomas o su malestar. Es decir que el diagnóstico de la estructura no se hace en base a los síntomas del sujeto, sino en base a la posición que él tiene frente a ellos. Así pues, es muy distinto un neurótico obsesivo que delira, que el delirio de un sujeto que se siente perseguido por extraterrestres; es muy distinta la homosexualidad de un sujeto con una estructura perversa, a la conducta perversa de un neurótico que sufre por ser homosexual. Resumiendo: no son los síntomas los que hacen la estructura, sino la estructura la que le da cabida o no a determinados síntomas. Las estructuras no se recubren entre ellas. Esto quiere decir que un sujeto neurótico no puede ser psicótico, y un sujeto con una estructura perversa no puede pasar a ser un neurótico −No se enloquece el que quiere, sino el que puede−. Tampoco un sujeto neurótico tiene una parte psicótica y otra parte perversa, como tampoco se trata de convertir a un psicótico en neurótico, como si fuese mejor ser neurótico que loco. Las estructuras de subjetivación o constitución subjetiva de un sujeto, no cambian con el tiempo; son fijas y para toda la vida. Esto significa, entonces, que un psicótico es incurable, que no puede dejar de ser un loco, así como un sujeto con una estructura perversa, será perverso toda su vida. La estructura perversa tiene como paradigma al sujeto fetichista, aquel que necesita de un objeto fetiche −unas medias rotas, unos zapatos rojos, un liguero, unas trenzas, un lunar en el seno, etc. −para alcanzar la satisfacción sexual. Lo que fundamentalmente caracteriza al sujeto con una estructura perversa es que él tiene una certeza sobre su goce, es decir que él sabe muy bien cómo, dónde y con quien alcanzar la satisfacción sexual. La estructura perversa abarca también a las denominadas desviaciones de la conducta sexual, como por ejemplo, la

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homosexualidad, la pederastia o pedofilia, la necrofilia, la zoofilia, como también el sadismo, el masoquismo, el voyeurismo, el exhibicionismo, etc. Con respecto a la estructura perversa y al concepto de perversión en el psicoanálisis, hay que aclarar entonces que es lo uno y qué es lo otro. Es decir que en el discurso psicoanalítico, la palabra «perversión» tiene dos acepciones: una de ellas hace referencia a la estructura, y la otra a la sexualidad humana, la cual tiene una estructura perversa. Es muy importante tener claro todo lo relacionado con la sexualidad humana, ya que, en principio, se podría decir que, cada una de las estructuras −la neurosis, la psicosis y la perversión−, son formas de organizar la sexualidad, o si se quiere, son respuestas a la forma como se estructura la sexualidad en el sujeto. También se podría decir que son formas de respuesta a la historia sexual infantil del sujeto, historia que se desenvuelve en lo que Freud denominó «el Complejo de Edipo».

Segunda Sesión

I. LA SEXUALIDAD HUMANA El aporte teórico más significativo que se ha hecho en el último siglo sobre la sexualidad humana, es la distinción que establece el psicoanálisis entre la actividad sexual animal y la vida sexual de los seres humanos. Ambas son completamente diferentes en sus propósitos y expresiones. Mientras que los animales están regulados en su actividad sexual por el instinto, en los seres humanos habría que hablar de un impulso sexual. Dicho impulso sexual en el ser humano lleva el nombre de pulsión. Pulsión es, entonces, el nombre que Freud le dio al impulso sexual de los seres humanos; la pulsión sexual es lo que ha sustituido al instinto en los seres humanos, en la medida en que, por hablar, hemos perdido nuestros instintos. El ser humano es un ser sin instintos, y cuando se habla de «instinto materno» o «instinto de conservación» en los seres humanos, hay muchas formas de demostrar que es un error hablar así.

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El instinto es un saber que se transmite genéticamente de una especie animal a otra, y que, por ejemplo, a nivel del instinto sexual, es lo que hace que un animal nazca aprendido en cuestiones de sexo: él sabrá cuándo y con quién responder sexualmente cuando alcance una madurez orgánica −neurobiológica−. A nivel humano, las cosas funcionan muy diferente. Hoy en día se reconoce que la sexualidad humana no se reduce a la genitalidad, o sea, a la unión de los genitales, sino que tiene como objetivo o como meta, alcanzar una ganancia de placer. Así pues, la meta o el objetivo de la sexualidad en los seres humanos no es solamente la reproducción y conservación de la especie, como sí sucede en los animales, sino que la meta o el fin de la sexualidad humana, además de la de traer hijos al mundo, es la satisfacción de la pulsión sexual, lo cual es vivido, la más de las veces, con placer. Si los animales se relacionan sexualmente y procrean, es gracias a que tienen un instinto sexual. El instinto, insisto, es una especie de saber que viene ya programado genéticamente, que se transmite de una especie a otra y que le indica al animal de forma automática cómo responder sexualmente ante la estimulación que proviene de la hembra, una vez que se encuentre apto para ello. El instinto le permite a un macho relacionarse con la hembra de su misma especie gracias a que ella emite un estímulo específico, que puede ser un olor, un color, un movimiento, etc. Sin ese estímulo proveniente de la hembra, el macho no podrá responder sexualmente de manera automática e instintiva. Esta respuesta no depende de la experiencia ni de la educación; en cambio, todo ser humano tiene que aprender a controlar sus impulsos sexuales y a hacer el amor, porque en cuestiones sexuales, no nace aprendido como los animales.

II. INSTINTO NO ES PULSIÓN En los seres humanos no se trata para nada de una respuesta sexual instintiva. El ser humano es un ser sin instintos. La respuesta sexual del hombre sería instintiva si él se excitará ante un estímulo específico de la mujer, como por ejemplo, un olor que ella emitiría en el momento en que estuviera pasando por su período de fertilidad −lo cual es lo que sucede con todos los animales mamíferos−.

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Bien sabemos que el hombre difícilmente se entera de cuándo la mujer está pasando por dicho período de fertilidad. La pulsión sexual es, pues, algo diferente de un instinto sexual, y en el ser humano aquella se manifiesta desde los primeros años de vida. Hoy todos los discursos reconocen que en la niñez hay ya toda una serie de expresiones e intereses sexuales que se manifiestan sin ninguna necesidad de estimulación externa (como sí sucede en los animales), por eso hoy en día se habla de la sexualidad infantil con toda naturalidad, cuando hasta hace un siglo se consideraba un factor latente que solo aparecía en la pubertad. El descubrimiento de la sexualidad infantil es reciente en la historia del pensamiento de la humanidad, y, tal como lo devela el psicoanálisis, rico en consecuencias para la vida psíquica del hombre. La sexualidad del adulto no es sino el resultado de la manera como se ha desenvuelto la sexualidad en la infancia. Los deseos sexuales existen en todo niño y hombre normal. el deseo es lo que nos impulsa a hacer cosas, a pensar, a estudiar, a investigar, a relacionarnos con las personas y los objetos del mundo; es como el motor de todo lo que hacemos, decimos y pensamos, ya se trate de cosas moralmente buenas o malas, sexuales o no. La ética del psicoanálisis se define como una «ética del deseo», lo cual no se debe interpretar como una liberación del deseo, sino como una responsabilidad del sujeto −«responsabilidad subjetiva»− sobre su propio deseo. El hecho de que el impulso sexual en el ser humano no tenga forma de auto−regularse, exige que cada ser humano se haga responsable de su control. Cada persona debe asumir ella misma la responsabilidad por su propio comportamiento sexual. Cuando el psicoanálisis habla del deseo sexual, no se apunta al libertinaje, sino que se alude a esa responsabilidad subjetiva que todo sujeto debe asumir sobre las consecuencias de ser un deseante y un ser sexuado.

III. LA PULSIÓN SEXUAL. El estudio de la pulsión ha permitido que se establezca su fuente, su empuje, su finalidad y su objeto. De la fuente de la pulsión sexual se puede decir

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que es una parte del cuerpo excitable y se la localiza en las denominadas zonas erógenas. Del empuje de la pulsión se puede decir que es siempre constante; se trata de un estímulo intrasomático, que parte del interior del cuerpo y que no se cansa de empujar, de buscar la propia satisfacción. Del fin o la meta de la pulsión se ha establecido que es la cancelación de esa estimulación o tensión que ella crea en el interior del cuerpo. La pulsión tiene por única meta encontrar su propia satisfacción, lo que en la mayoría de los casos, es vivido con placer. Freud estableció en un primer momento que la meta de la pulsión sexual era obtener una ganancia de placer. Del objeto de la pulsión diremos que ella no tiene un enlace estrecho o fijo con algún objeto; la pulsión es completamente independiente del objeto que le servirá para alcanzar la satisfacción; se puede decir, entonces, que «la pulsión es sin objeto», en tanto que no tiene un objeto fijo y único, sino que son numerosos los objetos de los que se sirve para satisfacerse.

IV. DESVIACIONES EN LA SEXUALIDAD HUMANA El funcionamiento del impulso sexual en los seres humanos, estructurado de la manera en que se acaba de describir, hace posible que se presenten todas las llamadas desviaciones respecto de la meta sexual, la cual se supone que es la reproducción y/o la unión de los genitales −el coito−, y las desviaciones del supuesto objeto normal sexual, que siempre se ha creído que es el sexo contrario −la heterosexualidad−. La vida sexual de los seres humanos nos enseña claramente que el objeto sexual de la pulsión no es necesariamente el compañero de sexo contrario, y que la unión de los genitales no es considerada necesariamente la meta sexual de la pulsión sexual, en el acto que se denomina coito. Se podría decir, entonces, que si la sexualidad humana es traumática para todos los seres humanos, si le acarrea a todos los sujetos tantas dificultades, es porque la pulsión no tiene un objeto definido como si lo tiene el instinto sexual de los animales −el sexo opuesto de la misma especie−.

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Las desviaciones de la supuesta meta y el supuesto objeto normales de la sexualidad humana, determinan los comportamientos llamados perversos de los seres humanos. En la desviación de la meta encontramos el sadismo −obtener placer sexual humillando o maltratando al objeto sexual−, el masoquismo −obtener placer sexual sendo humillado o maltratado por el otro−, el voyeurismo −obtener placer sexual mirando o espiando las partes íntimas de otros−, el exhibicionismo −obtener placer sexual exhibiendo las partes íntimas a otros−. En la desviación del objeto encontramos la homosexualidad, el fetichismo, la pedofilia, la necrofilia, la gerontofilia y la zoofilia.

Tercera Sesión

I. LA TEORÍA DEL EDIPO. El «Complejo de Edipo» recibe el nombre de «complejo» por la complejidad de los sentimientos −de amor y de odio− que se ponen en juego en las relaciones que establece el niño con sus padres, es decir, que el niño tiene razones para amar y odiar a ambos padres, por lo que sus sentimientos siempre serán de carácter ambivalente. El «Complejo de Edipo» recibe el apellido de «Edipo», por la tragedia de Sófocles, en la que el protagonista −Edipo−, por causa del destino, termina asesinando a su padre, y casándose con su madre sin saberlo. El Edipo en Lacan dejó de ser una novela familiar y pasó a ser una estructura, es decir que el «Edipo estructural» es en Lacan la descripción de una estructura intersubjetiva. Cuando se habla de estructura en el Edipo lacaniano, se hace referencia a lo siguiente: 1. Una estructura se caracteriza por posiciones o lugares vacantes que pueden ser ocupados por distintos personajes. Es como una pieza teatral en la que existen personajes o roles que son protagonizados por actores, que cuando asumen el rol ejercen las funciones marcadas por dicho rol. El actor encarna, entonces, al personaje; no es el personaje sino que lo representa.

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2. El concepto de función matemática. Una función matemática es una relación entre dos variables. En el Edipo lacaniano no se trata de valores fijos o lugares vacantes que se definen por si mismos, sino que cada uno está en función del otro personaje. Así, por ejemplo, el padre lo es con relación a un hijo y viceversa. Es decir que en el Edipo lacaniano no hay nada que sea variable independiente, sino que estas están mutuamente condicionadas. En el primer tiempo del Edipo, la variable independiente sería la madre, aquella de la cual depende el niño, quedando éste determinado en función del deseo de aquella. A su vez, la madre fue variable dependiente con relación a su Edipo, y así sucesivamente en la cadena de las generaciones. 3. El concepto de estructura también es tomado de Claude Lèvi−Strauss y sus estructuras elementales del parentesco, las cuales son una codificación de las alianzas que resultan del intercambio de mujeres en las sociedades primitivas. Las mujeres son cambiadas entre los hombres, circulan entre ellos, lo cual determina las pactos entre los pueblos y las familias. 4. Lo que circula es lo que va a determinar la posición del personaje, o mejor dicho, va marcando una determinada posición en la cual la persona que se encuentre en esa posición, tomará las funciones, las propiedades de la posición. Es como el «juego del anillo», en que varios personajes en círculo hacen circular un anillo. El valor que toma una de las personas en el juego depende del lugar donde el anillo esté escondido. Este es el que determina qué persona adquiere un valor especial. Las personas en sí, por lo que son, no se diferencian las unas de las otras en cuanto al juego. Sólo por el hecho de que en poder de una de ellas cae el anillo, ella adquiere un estatus particular. El anillo marca e instituye una posición: aquella en que el anillo se encuentra. Pero no solo determina la posición del que tiene el anillo, sino que por contraste, los demás integrantes de la ronda quedan marcados como no teniéndolo. Ahora bien, uno de los miembros del círculo, en vez de creer que el anillo le otorga a él una posición y un valor, se cree que él mismo es el anillo, que el valor que tiene es por él y no por el anillo: él es el anillo y no toma distancia respecto del anillo; él se representa como tal. También puede suceder que otro de los personajes del círculo desee intensamente tener el

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anillo; siempre sintió que ese anillo lo haría inmensamente feliz, que es algo que le falta y que el día que lo tenga será inmensamente feliz. Esto no se aleja para nada de la realidad si se reemplaza el anillo por cualquier otra cosa. El Edipo lacaniano es la descripción de una estructura y de los efectos de representación que esa estructura produce en los que la integran. Si lo que determina la posición de los personajes es algo que circula, ¿qué es lo que circula entre los miembros de la estructura del Edipo? La respuesta es: el falo. Y el falo, ¿qué es? Se pueden dar dos definiciones del falo: 1) “El falo es el significante de una falta” (en La significación del falo, Lacan. Escritos.); y 2) “el falo es el significante del deseo” (en Las formaciones del inconsciente. Lacan. Escritos). Lo primero que hay que hacer es aclarar qué es el significante. El concepto de significante es tomado de la lingüística. El significante es una traza material; es una huella acústica, una imagen visual, algo del orden de lo sensible y capaz de convertirse en perceptible. El significante es una pura diferencia −la letra “a” es la “a” porque no es ni la “b”, ni la “c”, ni la “d”, etc.−. Además, y esto es muy importante de tener en cuenta, el significante no está soldado al significado. Por medio del significante algo queda inscrito que es de otro orden. El significante inscribe algo que es una ausencia, aparece en el lugar de la cosa, en sustitución de una ausencia. Así pues, al significante lo podemos definir como «la presencia de una ausencia». Por esta razón se puede hablar de los elefantes sin necesidad de traerlos halados de la trompa para mostrar de qué se está hablando. El significante, traza material, también tiene la capacidad de inscribir algo que no existe, algo que falta, una carencia. Lo notable es que la falta, al ser inscrita por el significante, aparece como una presencia. Se puede producir entonces la ilusión de que si está el significante, si hay algo −incluso que es material− no falta nada. Es porque la falta se inscribe como presencia que se puede producir la ilusión. Esta es la razón por la que las brujas, Sherlok Holmes, Drácula o los unicornios existen, y en verdad, hay personas que creen que existieron en la realidad, cuando son invenciones o ficciones de la imaginación de los poetas. El significante es lo que le da vida, existencia, a las cosas que no existen.

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Igualmente, un significante remite siempre a otro significante, formando una cadena, la «cadena significante». El significante se caracteriza sobretodo por ser un «elemento diferencial». Los significantes también se combinan de acuerdo a leyes de un orden cerrado: el significante no puede hacer cualquier cosa, sino que existen leyes que rigen su combinación. El significante siempre puede ser tachado, anulado, destituido de su función, o sea que si está presente, podría no estarlo; el significante aparece presente por contraste con una ausencia posible. El significante, entonces, puede ser reemplazado o sustituido por otro significante. El falo es un significante que aparece como estando en el lugar de una falta. Por eso al falo se lo define como «el significante de la falta». Al aparecer como una presencia el falo produce la ilusión o posibilita la ilusión de que no falta nada. Pero algo que está presente, es algo que puede no estarlo, que se puede perder. Lo que llamamos el «falo imaginario» en el psicoanálisis, es aquello que sirve para completar una falta, produciendo en el sujeto la expansión del narcisismo, su satisfacción. Algo que es vivido por el sujeto como falta encuentra algo que produce la ilusión, cuando se lo tiene, de que está completo, que no falta nada. El falo imaginario le permite al sujeto mantener la ilusión de que nada falta. Esto es lo que se llama la función imaginaria del falo. Cualquier objeto que complete al sujeto se puede convertir en el falo imaginario, por ejemplo, un auto, unos zapatos de moda, una buena nota, tener a alguien que nos ame, etc. En la «fase del espejo» se puede situar el falo como objeto imaginario y con el cual el niño se identifica para satisfacer el deseo de la madre, produciéndose la cristalización del Yo bajo la forma de la imagen del cuerpo. La imagen en el espejo se le aparece al sujeto como completa en contraste con su incoordinación motriz. Con esa imagen de completud él se identifica. Esa imagen con la cual se identifica es su Yo: “Yo soy ese ser completo que aparece en el espejo”. El falo imaginario en la subjetividad de un sujeto, lo que hace es completar una falta. Por esta razón el falo es también un valor. Y es también «un objeto de deseo». Determinado rasgo o atributo de un sujeto puede tener el máximo valor fálico, narcisista, y ocupa un lugar de preferencia a los ojos del deseo de otro.

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En el Edipo lacaniano el falo va circulando, otorgando a cada personaje que lo posea y que participa de esta estructura intersubjetiva, la máxima valoración −satisfacción narcisista−. El Edipo lacaniano se divide en tres tiempos lógicos −no cronológicos−, y el falo va ocupando un lugar diferente en cada uno de los tiempos; se podría decir también, que cada uno de esos tiempos lógicos, está determinado por la posición del falo en cada uno de ellos. Veamos: En el primer tiempo del Edipo, el niño es el falo y la madre tiene el falo. En el segundo tiempo del Edipo el niño deja de ser el falo, la madre deja de tener el falo y el padre aparece como el falo omnipotente que priva a la madre del falo. En el tercer tiempo el padre tiene le falo, no es más el falo; el falo se encuentra por fuera del padre; él es alguien que lo posee pero que no lo es. En el tercer tiempo, entonces, el falo es reinstalado en la cultura; no es más la madre, ni el niño, ni el pene del padre, ni el padre mismo. El Edipo lacaniano consiste, entonces, en pasar del falo como aquello que se es, para arribar al falo como aquello que se tiene. El falo es separado de todas sus representaciones, incluido el pene.

II. PRIMER TIEMPO DEL EDIPO En el primer tiempo del Edipo lacaniano, se consideran dos personajes y la relación entre ambos. El niño por un lado desea ser todo para la madre, desea ser el objeto de deseo de la madre; para ello se convierte en aquello que la madre desea. El deseo del sujeto es el deseo del otro, en doble sentido: ser deseado por el otro y tomar el deseo del otro como si fuera propio. En este primer tiempo, el niño se identifica con aquello que es el objeto de deseo de la madre, y cree que es por él que la madre es feliz. Pero la madre puede buscar otra cosa más allá de él. Es este primer tiempo el que va a determinar la estructura perversa de un sujeto, en la medida en que el sujeto quede “fijado” a dicho primer tiempo. Dice Lacan: “Todo el problema de las perversiones consiste en concebir cómo un niño en su relación con su madre, relación constituida en el análisis no por su dependencia vital sino por su dependencia de amor, es decir por el deseo

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de su deseo, se identifica con el objeto imaginario de este deseo en tanto que la madre misma lo simboliza en el falo” (Lacan, De una cuestión preliminar... Escritos). El niño se identifica con la imagen de perfección que le propone la madre. Toma esa identidad como si fuera la de él, toma de la madre el deseo de ser eso. Si es eso, entonces es aquello que para la madre es el falo que la completa. Para el niño es necesario y suficiente para obtener el amor de la madre con ser el falo. siendo el falo, identificándose con este objeto, satisface el deseo de la madre. El falo también es definido como «el significante del deseo». Es aquello bajo lo cual va a quedar inscrito el deseo de la madre, es decir, es el objeto que ella desea. “El falo es el signo mismo de lo deseado”, “el falo es el significante del deseo del otro”. Si lo deseado es algo que está ausente, que falta, por ello el falo es el signo de la falta y, al mismo tiempo, lo que la completa. ¿Qué pasa con la madre en el primer tiempo del Edipo?: ella siente su falta en ser, su incompletud, su propia castración, se reconoce como castrada, como faltándole algo: el falo. El falo es, entonces, el objeto de deseo de toda madre −como de todo sujeto−. Ella ya pasó por su Edipo, fue una niña que reconoció su castración y busca algo que la haría completa, y eso que busca lo puede simbolizar en el niño como falo. La niña, en su Complejo de Edipo, produce entonces la ecuación niño = falo (que se lee: niño igual a falo). El hijo la hace sentir completa, por tanto, este es para ella el falo, su objeto de deseo. La madre fálica es aquella que siente que no le falta nada, que está completa; en ese sentido tiene al falo que la completa. En el primer tiempo del Edipo, el niño es el falo para la madre, y la madre es una madre fálica por tener el falo. Desde la perspectiva del niño, es él el que la hace feliz, no sabe muy bien por qué, porque no sabe de la castración de la madre, pero sí sabe que siendo el falo, ella es muy feliz. La madre dicta una ley que es la ley del deseo de un hijo; ella goza del atributo de poder marcar la ley del deseo, como ley omnipotente. Lo que se le ocurre a ella como valioso es lo valioso para el hijo, lo que se le ocurre

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como indigno es lo indigno para el hijo. Aquí, en este primer tiempo del Edipo, la madre es la ley. Lo importante aquí es que el niño lee su identidad en el discurso de la medre y por su dependencia de amor va a tomar el deseo del otro como propio «el deseo es el deseo del otro», dice Lacan-. La relación con la madre es una relación dual, imaginaria, especular, en la que dos personajes están presos de la misma ilusión y cada uno de ellos posibilita que el otro se mantenga en la misma. El niño, entonces, está sujeto al deseo de la madre.

III. EL CONCEPTO DE FALO. En Freud con el falo se designa una teoría infantil, la de que todos los seres humanos tienen pene, lo que se ha llamado «la premisa universal del falo». “Para ambos sexos sólo un genital, el masculino, es tenido en cuenta, lo que está presente por lo tanto no es una primacía de los genitales, sino una primacía del falo” (Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica de los sexos. Freud. 1923). Freud al decir “es tenido en cuenta” se está refiriendo al orden de la representación que un individuo se hace de un estado de cosas, es decir, al orden de la subjetividad. De la comparación entre la creencia del sujeto infantil de que todos los seres tienen pene, y la creencia en la diferencia sexual anatómica de que no es así, surge una articulación, esta articulación es precisamente lo que se llama «falo». La creencia del chico de que todos tienen un pene, sería una creencia que en sí misma no daría lugar al concepto del falo. Si da lugar al concepto de falo en la teoría, es porque el que teoriza contrasta esa creencia del chico y la juzga ilusoria con respecto a otra. De modo que del contraste entre las dos creencias, surge el concepto de algo que no estaba ni en el chico ni en el teórico previamente. El falo es entonces la forma en que el teórico conceptualiza la creencia del chico de que todos los seres tienen pene desde su propio conocimiento de que existe pene y vagina. El falo designa, entonces, dos cosas: del lado de la subjetividad del niño la idea de que todos tienen pene, del lado de la

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teoría, a la falta del mismo. En el niño aparece presente lo que en la teoría corresponde a una falta. El falo en la doctrina psicoanalítica no es la imagen sensible; es la falta con respecto a una presencia ilusoria, pues el concepto de falta surge también con relación a algo que se cree que está. Ahora bien, uno de los atributos esenciales del significante es el de ser una presencia material en que está inscrita la cosa en tanto ausente. Por eso se puede definir al falo como «el significante de una falta». Entonces se tienen dos momentos: un primer momento de la fase fálica con la creencia de que «todos tienen pene». Como el niño tiene pene, entonces considera que todos los seres en el mundo tienen pene. No existe en el psiquismo del niño la posibilidad de que alguien no tenga pene. Hay un segundo momento dentro de la «fase fálica» en el que el pene es algo presente, algo que existe, pero que se puede perder; así aparece la «angustia de castración» en el varón. El niño piensa que el pene se ha perdido en la niña, de acuerdo a su visión; desde el punto de vista de la niña, ella piensa que no lo recibió. En el segundo momento de la fase fálica, aunque el varón se considere a sí mismo como dotado de un pene, piensa que puede perderlo y cree que la niña no lo tiene porque lo perdió. La niña considera que el varón tiene pene, es completo, y que ella no tiene pene pues no se lo dio la madre. El pene es, entonces, una presencia que se define con relación a una ausencia posible, y una ausencia que se hace posible en relación con una presencia supuesta. El falo es el significante que nombra dicha ausencia. Así, la oposición entre fálico y castrado es la oposición entre presencia y ausencia del pene, o sea que significa «pene presente−pene ausente». Además, el pene es a la ausencia del pene como la máxima valoración es a la mínima valoración. Si el pene está, su presencia será valorada; si no está, su ausencia es desvalorada. La niña rechaza el conocimiento de su falta de pene: “Después de que una mujer ha tomado conocimiento de la herida de su narcisismo, ella desarrolla como una cicatriz, un sentimiento de inferioridad” (Algunas consecuencias psíquicas... Freud). La niña correlaciona no tener pene con ser inferior. “El chico cree que solamente las mujeres no valiosas han perdido sus genitales, mujeres que con

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toda probabilidad eran culpables de impulsos inadmisibles similares a los suyos; las mujeres a las que él respeta −como su madre− retienen su pene durante un largo tiempo”. Así pues, lo fálico significa valioso, y lo castrado es lo no valiosos. En Freud el falo es lo que completa, es el narcisismo satisfecho, el Yo Ideal. El Complejo de castración −el encuentro con la diferencia sexual anatómica− causa «angustia de castración» en el hombre y «envidia del pene» en la mujer, es decir, sentimiento de inferioridad frente al hombre. En Freud, además, «castración» significa, por un lado, sin pene, pero también implica pérdida de la identificación con el Yo Ideal, es decir, pérdida con la identificación con la máxima valoración, lo cual ocurre, como se verá más adelante, en el segundo tiempo del Edipo, cuando el niño percibe que no es más el objeto de deseo de su madre, es decir, que no es más el falo. El concepto de falo en Lacan se relaciona con la estructura edípica, es decir que el «falo simbólico» es el que se pone en juego en la estructura edípica; el falo simbólico −como significante− es diferente al falo en la subjetividad −falo imaginario que completa al sujeto imaginariamente−. El falo simbólico juega un papel en la caracterización teórica del Edipo; el falo es el articulador mayor de la teoría. El falo en la subjetividad depende de cómo lo viva el sujeto que está inserto en esa estructura. Un elemento pertenece a lo imaginario cuando es algo en sí mismo, y pertenece a lo a lo simbólico cuando adquiere valor con relación a otros elementos. De modo que un elemento en sí no es simbólico o imaginario, sino que depende del tipo de articulación en la que entra. Un ejemplo de lo imaginario es la fase del espejo, donde el niño percibe su incoordinación sensoriomotriz. Si la imagen especular aparece completa es por su oposición a esta última. Si el cuerpo aparece como fragmentado es por su oposición a la imagen especular. Las relaciones de parentesco es un ejemplo de un orden simbólico, pues alguien, ubicado en una trama o en un linaje, no es de por sí sino en relación con los otros elementos. Alguien es padre cuando hay un hijo y viceversa. Alguien es sobrino porque hay un tío que lo es, pues hay un hermano o hermana que es padre o madre.

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El lenguaje es el ejemplo por excelencia del orden simbólico. No solamente porque los fonemas constituyen sistemas de oposiciones y se delimitan en el seno de los mismos, sino además porque las palabras pueden ser sustituidas por otras palabras. El falo simbólico se enmarca dentro de una teoría que caracteriza al Edipo y la variación de sus tiempos en función de cómo queden ubicados los personajes con relación al falo. En el primer tiempo el niño es el falo de la madre y esta por poseerlo es la madre fálica. En el segundo tiempo ambos dejan de ser el falo y de tenerlo respectivamente, pero todavía hay un personaje que lo es: el padre. En el tercero nadie lo es: el falo queda instaurado en la cultura más allá de cualquier persona. El falo se tiene pero no se lo es. Al existir una ley que fija posiciones en base a un elemento en circulación estamos dentro de la caracterización de un orden simbólico. El falo en la subjetividad tiene que ver con las características que poseen las representaciones −ideas, pensamientos, imágenes, etc− que se hacen los personajes que están involucrados en la estructura edípica. En la subjetividad de cada sujeto habrá entonces un falo−representación. En la fase del espejo, el falo se sitúa en tanto objeto imaginario con el que el niño debe identificarse para satisfacer el deseo de la madre, y que se enriquece con esa cristalización del Yo bajo la forma de la imagen del cuerpo. Esta sería la primera imagen fálica. Para el niño esa imagen del cuerpo, imagen totalizante que le contrarresta la sensación dada por la incoordinación sensorio motriz, aparece como la completud, y por lo tanto, es lo que la teoría designa como «imagen fálica». El falo es el objeto imaginario con el que el sujeto se identifica. El falo imaginario es esa especie bajo la cual el sujeto se representa a sí. «Falo imaginario» o «imagen fálica» es la designación en la teoría de la forma bajo la cual el sujeto se representa a sí mismo. No cualquier representación de sí mismo es el falo imaginario o imagen fálica. Falo imaginario es la forma bajo la cual el sujeto se representa a sí cuando ésta tiene determinados atributos y uno esencial:

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la perfección. Imagen fálica es aquello a lo que no le falta nada. Falo imaginario es así todo lo que completa una falta de perfección, anulando la imperfección. La expansión narcisista es la derivación de la experiencia subjetiva de felicidad dada por el vivirse como perfecto. En el momento de la identificación con el falo imaginario, la cuestión de la falta no está planteada para el niño. “En la experiencia especular el sujeto descubre una totalidad con relación a la cual a él le falta algo; en la relación primordial con la madre él hace la experiencia de lo que le falta a ésta” (Las relaciones de objeto. Lacan). Su incoordinación muscular hace que su imagen en el espejo se le aparezca como completa. La categoría completo−incompleto ya las tiene el niño, pero él se representa bajo la imagen de completo cuando se identifica con su propia imagen en el espejo. El niño descubre que a la madre le falta algo; que es él mismo en tanto falo lo que le falta a ella. Lo necesita a él en la medida en que él la completa. No es que el niño se viva como un pene, sino como aquello que constituye la felicidad de la madre. El niño hace la experiencia de que a la madre le falta algo −él mismo− pero como lo tiene a él entonces no le falta nada, es «madre fálica», es completa y está satisfecha con su posesión. Pero ¿qué va a suceder cuando el chico al descubrir la diferencia de sexos descubra también que su madre no tiene falo y desea en él otra cosa que él mismo? En la relación primordial se trata del falo imaginario, pero la madre lo va a tener en cuanto el hijo sea el falo. Si bien a la madre le falta algo −el falo− como él lo es, entonces a la dupla madre−hijo ya no le falta nada, porque está completa, desde el momento en que la madre tiene al niño. Pero el falo también designa algo diferente del niño. El niño cuando ya no es lo que completa a la madre, el falo se independiza del niño: él ya no es más el falo. El niño, entonces, simboliza el falo para la madre, pero él no lo es. La castración simbólica permite el acceso al orden simbólico, no solo porque el sujeto queda ubicado como elemento de una estructura, porque nace a una subjetividad independiente, sino porque se posibilita la categoría cognitiva de símbolo como algo articulado, relacionado con una cadena, y no algo en sí mismo.

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Para la madre que sí accedió a su Edipo y simboliza, el niño es un símbolo del falo, lo representa para su inconsciente. En ese encuentro entre el deseo de la madre y el deseo del niño, el niño es el falo sin que haya diferencia con el falo desde la subjetividad del niño, pero desde la madre es la simbolización en el niño del falo. Cuando el niño accede a la castración simbólica, accede a la idea de que ya no es el falo, sino que el falo es otra cosa; o sea que hay algo que representa otra cosa, está por lo tanto introduciendo una distancia entre el símbolo y lo simbolizado. Por la castración se inscribe el falo en lo simbólico. Para comprenderlo hay que distinguir entre el plano imaginario y el orden simbólico, o sea, entre la inferioridad que puede sentir la mujer por no tener pene o por tener uno muy pequeño, y la ausencia−presencia del falo simbólico, ausencia−presencia de la castración, que implica para la niña no tener el falo, pero que puede recibirlo. En el plano imaginario la mujer reconoce que no tiene pene con respecto a un pene existente, o por tener uno muy pequeño −el clítoris− con respecto a otro grande se siente inferior. Lo que caracteriza al falo simbólico no es, por tanto, la oposición presencia−ausencia, sino que lo ausente puede ser sustituido por otra cosa que lo representa. No se tiene falo pero se lo puede reemplazar. Y un orden en que algo puede ser sustituido por otra cosa, en que no hay valores fijos, es lo propio de un orden simbólico. El hijo, entonces, puede reemplazar al falo. El falo simbólico en la subjetividad tiene, por tanto, los siguientes atributos: 1) Algo que se puede tener pero que no se es. Se puede tener el falo pero no hay nadie que lo sea. 2) Se lo puede perder. En el caso de que el falo esté representado por el pene, éste se puede perder por la castración. El varón tiene el pene, pero ya nunca más en forma segura y definitiva; siempre podría ser castrado. La niña, desde la perspectiva del varón, lo tenía y lo perdió por la castración. Desde la perspectiva de la niña no lo tiene porque la madre no se lo dio, pero es una ausencia sobre la base de una presencia supuesta. 3) Es algo que circula, se da, se recibe. El varón lo recibe del padre a través del uso de su pene; la niña lo recibe bajo la forma de un hijo. 4) Puede ser reemplazado por otra cosa; se establecen equivalencias simbólicas −por ejemplo, falo = niño−. Todo el

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orden de la subjetividad está compuesto por representaciones, es imaginado, pero el problema es en qué forma, siguiendo qué leyes combinatorias −que son las leyes de lo simbólico−.

Cuarta Sesión

I. EL SEGUNDO TIEMPO DEL EDIPO. En la descripción del Edipo, cuando se habla de padre o madre, se están denominando determinadas posiciones que puede ocupar un personaje y las funciones que realiza. Los personajes no deben ser identificados a su función; por esta razón, por ejemplo, un padre puede hacer de madre. En el segundo tiempo del Edipo “El padre interviene efectivamente como privador de la madre en doble sentido, en tanto priva al niño del objeto de su deseo y en tanto priva a la madre del objeto fálico. Aquí hay una sustitución de la demanda del sujeto; al dirigirse hacia el otro, he aquí que encuentra al Otro del otro, su ley.” (Las formaciones del inconsciente. Lacan). El niño deja de ser el falo de la madre, ve que ésta prefiere a otro que no es él, porque supone que aquel tendría algo que él no tiene. Es esencial, entonces, que la madre desee al padre, que pase del hijo al padre. Para que haya privación efectiva del objeto fálico es esencial que no sólo la madre cambie al niño por el padre, sino que éste no quede ubicado como totalmente dependiente del deseo de la madre. Si esto no sucede, la madre se conserva como madre fálica, como la que determina el deseo del niño, inclusive el deseo del padre; por esta razón Lacan habla de los efectos que tiene que la madre sea la que dicte la ley al padre, como sucede cuando éste está muy enamorado de aquella, o también cuando el padre se mantiene muy a distancia y sus mensajes llegan por intermedio de la madre. Es posible que haya pérdida del valor fálico para el niño, pero con conservación de la madre fálica. Esta retiene sus atributos fálicos en otro, en este caso, el padre, que depende totalmente de ella. Se trata aquí de una madre que

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sigue siendo la ley, que inviste a su total voluntad a otro del valor fálico, o por el contrario, lo priva a su total arbitrio de dicho valor. Cuando el niño deja de ser el falo se presenta lo que se denomina, un «colapso narcisista». El colapso narcisista es la pérdida de la identificación con el valor fálico, es la pérdida de la identificación con el Yo Ideal, es la pérdida de la identificación con el falo imaginario. En la castración simbólica, en cambio, el niño reconoce que a la madre le falta algo que lo debe buscar en otra parte; corresponde al momento en que el niño deja de ser el falo y éste pasa a existir para él como identidad independiente de un personaje. En el segundo tiempo del Edipo se inicia la «castración simbólica» con la castración de la madre. Lo esencial de la castración simbólica es el reconocimiento, en el psiquismo del niño, de la castración de la madre y de toda persona, incluido el padre. El niño al dirigirse a su madre encuentra que hay un Otro, un Otro como el lugar de la ley o significando la ley, a la cual la madre debe someterse. La castración simbólica consiste en la instauración del falo como algo que está por fuera de cualquier personaje, de la madre o el padre, que no se lo puede poseer a su solo arbitrio. Es por eso que el falo se instituye en la cultura como una entidad desde la cual todos quedan ubicados como castrados simbólicamente. En el segundo tiempo, el padre aparece como interdictor, como padre terrible. Él “interviene a título de mensaje sobre un mensaje: una prohibición, un no. Doble prohibición. Con respecto al niño: “no te acostarás con tu madre”. Y con respecto a la madre: “no reintegrarás tu producto”. Aquí el padre se manifiesta en tanto otro” (Las formaciones del inconsciente. Lacan). El niño cree entonces que el padre es el falo. Y si el padre se manifiesta en tanto otro, no en tanto ley, es porque es un semejante con el cual rivaliza el niño. “El niño es profundamente sacudido en su posición de sujeción al deseo de la madre: el objeto de deseo de la madre es cuestionado por la interdicción paterna”. Esta representación del padre prohibidor, como padre terrible, no es el padre simbólico. Por el contrario, tiene los atributos, por un lado, de la madre del primer tiempo: “es el que dicta la ley y no aquél que la representa”. Aparece como

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el padre terrible, pero en realidad esto no es más que una impostura, o sea que tiene el atributo presuntuoso de dictar la ley. Además aparece como siendo el falo −porque en la subjetividad del chico es aquel que lo desplaza en el deseo de la madre−. El padre para el niño es lo que él no es, por lo tanto sería perfecto, es aquello que él pasa a sentir que no es: el falo. El padre interdictor es el padre que en el mito de Tótem y Tabú corresponde al padre omnipotente de la horda primitiva. Ese padre terrible era la Ley, no la representaba sino que lo era. Pero la ley nos viene desde la muerte de ese padre, entonces, ese padre en tanto muerto, origina una ley que está más allá de un personaje particular en este momento, de modo que ahora sí va a pasar a tener los atributos del padre simbólico. ¿Por qué la castración es simbólica? La castración es utilizada en sentido metafórico; la castración en el sentido concreto, literal, sería el corte de una parte del cuerpo que se separa del resto. En el caso de la «castración simbólica» se introduce un corte, una separación entre la madre y el niño, pero al mismo tiempo, para cada uno se produce un corte y una pérdida. El niño se separa del falo, pierde su identificación con él, deja de ser el falo. La madre pierde a su falo, deja de poder instaurar el falo a voluntad y de tenerlo. Metafóricamente la unidad niño−falo/madre−fálica se corta entre ambos, y se le corta algo a cada uno de los dos integrantes de la dupla. Si la castración es simbólica, es porque no es real en el sentido concreto de castración como pérdida del pene. Sobretodo, la castración simbólica no es la forma bajo la cual alguien se imagina la castración, sino la descripción teórica de esa circunstancia del corte en la estructura edípica. La castración simbólica, al ser para en niño la pérdida de la identificación con el falo y para la madre la pérdida del falo en tanto una posesión de la que puede dotar o privar a alguien, no está relacionada con el pene, sino con el falo imaginario. “La castración no es nunca real sino simbólica y concierne a un objeto imaginario, el falo” (Las relaciones de objeto. Lacan). Si un objeto −el pecho, el pene, las heces− pasan a ser investidos de valor fálico, representan al falo;

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entonces la pérdida de estos objetos será vivida como pérdida del falo. La castración designa entonces al corte y a la pérdida del falo. El padre simbólico es cualquiera o cualquier cosa que ejerza la función de castración simbólica, o sea que el padre simbólico se define en función de la castración simbólica. El sujeto que ejerza la castración o lo que la ejerza, constituye el padre simbólico. “La existencia de un padre simbólico no depende del hecho de que en una cultura dada se haya, más o menos, reconocido el vinculo entre coito y alumbramiento, sino que haya o no algo que responda a esa función definida por en Nombre−del−Padre” (Las formaciones... Lacan). El padre simbólico no tiene por que ser el padre de la realidad. Cuando se realiza la castración simbólica no solamente queda castrada la madre, sino que queda castrado el padre, como alguien que debe depender de un otro orden exterior a él. La ley en el psicoanálisis es la regulación que está más allá del deseo o la voluntad de un sujeto. El prototipo de la ley es la prohibición del incesto, la cual es una ley de la cultura que regula los intercambios sexuales entre los seres humanos. Un sujeto puede actuar en representación de la ley, pero no serla, para que se hable de orden simbólico. Por la operación de la castración simbólica, que es ejercida por el padre simbólico, el niño deja de representarse como siendo el falo y la madre deja de ser fálica en la medida en que inviste al niño del atributo fálico; la madre pierde su identificación con la ley, con ser quien la dicta −una ley caprichosa−, de tal modo que la ley como entidad más allá de un personaje, queda instaurada. Por ello se puede decir que el padre simbólico es el promotor de la ley. II. EL NOMBRE− −DEL− −PADRE. Al ejercer el padre simbólico su función de castración simbólica, produce en la subjetividad del niño, el reemplazo de la ley omnímoda del deseo de la madre por la ley como instancia exterior a todo personaje. Lo importante es que en el psiquismo del sujeto aparece algo que limita el poder de la madre. Es decir que hay un reemplazo del poder de la madre por la ley. Esto determina que el niño, que era el falo, deje de serlo; que el falo se instaure como algo más allá de todo

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personaje; de algo que se es pasa a instaurarse como algo que se tiene, que se da y se recibe; es decir, pasa a ser falo que circula, falo simbólico. Si el falo es algo que reemplaza a otra cosa, si está en un encadenamiento que le otorga valor, si produce efectos de significación, reúne los atributos que para Lacan entran en la caracterización del significante. A este significante se le llama en el psicoanálisis «Nombre−del−Padre». El Nombre−del−Padre designa al significante que inscribe en la subjetividad del niño a la función del padre simbólico, lo que implica a su vez la castración simbólica y la instauración de la ley, ya que no hay padre simbólico sin castración simbólica y sin ley. “El Nombre−del−Padre, es decir, el significante que en el Otro, en tanto que lugar del significante, es el significante del Otro en tanto que lugar de la ley” (De una cuestión preliminar... Lacan). Otro aquí significa dos cosas: por un lado, código, y por otro, Ley. O sea que en el código, en el lugar del significante, en el Otro −con mayúscula−, hay un significante. En el Otro hay un significante que ubica un lugar, el lugar de la ley. Donde era el lugar de la madre como ley absoluta aparece la Ley. El Nombre−del−Padre es el significante que instaura el lugar de la ley dentro del código. “En el nombre del padre es donde tenemos que reconocer el sostén de la función simbólica que desde el albor de los tiempos históricos identifica su persona −la persona del padre− con el lugar de la ley” (Función y campo de la palabra... Lacan). Cuando se dice que el padre simbólico efectúa la castración simbólica no se presupone que hay alguien que ejecuta una acción, sino que hay algo, que puede sí ser alguien, con relación a lo cual, la madre queda ubicada como no siendo la ley. Y que la madre admita la existencia de algo que está más allá de ella, de su voluntad −un ordenamiento exterior− posibilita la castración simbólica. Pero “sólo se vive el complejo de castración si el padre real juega realmente su juego” (Las relaciones de objeto. Lacan). El padre real es tanto o más importante cuando mayor sea la tendencia de la madre a excluir al padre simbólico. De aquí la importancia que la medre reserva al Nombre−del−Padre en la promoción de la ley.

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Lo anterior no significa que un padre fuerte, en el sentido de dominante y autoritario, es más apto para producir la castración simbólica. Si un padre es el poder absoluto, arbitrario, despótico en la familia, educador, actúa como aquello que se llama la función−madre de la relación dual, entonces no realiza la castración simbólica, porque el padre, en vez de representar la ley, lo es. “La relación del padre con la ley debe ser considerada en sí misma, pues allí se encontrará la razón de esta paradoja por la cual, los efectos devastadores de la figura paterna, se observan con particular frecuencia en los casos en que el padre tiene realmente la función de legislador, o se aprovecha que él sea en verdad de aquellos que hace las leyes, o que se colocan como pilares de la ley, en modelo de la medida de la integridad o de la devoción, en virtuoso o en eximio... Y para decirlo todo, de excluir el Nombre−del−Padre de su posición en el significante” (Lacan). En el tercer tiempo del Edipo el padre debe ser alguien que acepte la ley, o sea, que sea castrado.

III. EL TERCER TIEMPO DEL EDIPO. Lacan define la metáfora como la fórmula de la sustitución significante y la escribe de la siguiente manera:

S



$

x



S (1) s

En la fórmula, un significante S reemplaza a otro significante S´, teniendo este ultimo un significado x, desconocido para el sujeto, ya que la producción del significado “s” tiene lugar como consecuencia de la sustitución significante. Como consecuencia de la sustitución de un significante por otro significante, se produce algo nuevo que no estaba previamente. Esto es lo que se quiere señalar con la fórmula de la metáfora: por la sustitución de ese significante S´ por el significante S, en el segundo término de la fórmula de la metáfora, aparece algo que es un significado que no estaba previamente.

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En la metáfora, algo sustituye otra cosa, existe una transferencia de sentido. La combinación significante produce siempre una creación de sentido. El significante no es el registro de un sentido previamente existente. El significante es un creador de sentido en su combinación. En la sustitución significante se produce una significación que previamente no existía; hay una producción de sentido. La metáfora paterna se escribe, entonces, así:

Nombre−del−Padre

Deseo de la madre →

Deseo de la madre

Nombre−del−Padre

N del P. ( A ) Falo

Cuando el deseo de la madre, que dominaba completamente al niño, es sustituido por el Nombre−del−Padre en la subjetividad del niño, aparece la significación fálica. «Deseo de la madre» quiere decir que el niño no desea de por sí, sino que su deseo le viene de aquella. Que el deseo de la madre deje significado al sujeto en el sentido de que aquello que el sujeto significa −o es− resulta producido por el deseo de la madre. El sujeto debe liberarse del deseo todopoderoso de la madre para crear por sí mismo la significación de lo que él es. Como consecuencia del reemplazo que realiza el significante del Nombre−del−Padre del Deseo de la madre, se produce en el segundo término la significación fálica. Por lo tanto, metáfora paterna es la operación de sustitución, en el código del deseo de la madre, por el Nombre−del−Padre, lo que induce la significación fálica. En el tercer tiempo del Edipo, producida la castración simbólica, el hijo deja de ser el falo; tampoco lo es el padre, como lo era en el segundo tiempo. También sucede que la madre deja de ser la ley, tampoco lo es el padre. En este tercer tiempo el falo pasa a ser algo que se podrá tener o carecer de él, pero que no se es, y la ley pasa a ser una instancia en cuya representación un personaje puede actuar, pero no lo será, no será la ley. O sea que en el tercer tiempo del Edipo, quedan instauradas la ley y el falo como instancias que están más allá de cualquier personaje.

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El niño, cuando deja de ser el falo, deja de estar identificado con el Yo Ideal y se identificará con el «Ideal del Yo». En este tercer tiempo del Edipo, se produce la identificación con el Ideal del Yo. El Yo Ideal es la imagen de perfección narcisista; representa a un personaje dotado de atributos de perfección, completud, omnipotencia. El Ideal del Yo, en cambio, es una constelación de insignias. Las insignias son un distintivo que lleva alguien para señalar que está ocupando un lugar, desempeñando una función, teniendo un papel, que queda indicado a través de las mismas. La insignia es un testimonio, un símbolo de que alguien ocupa un lugar determinado. Es una marca exterior y distintiva de una dignidad, de una función, de un grado. Por ejemplo, los galones que utiliza un militar son la marca exterior y distintiva de una determinada dignidad. La insignia es un elemento material significante que ubica al que la posee. “La identificación que produce el Ideal del Yo es una puesta en relación del sujeto, no con la persona del padre, sino con ciertos elementos significantes de los que es el soporte, digamos, las «insignias del padre». El sujeto se presentará pues bajo la máscara, bajo las insignias de la masculinidad” (Las formaciones del inconsciente. Lacan). El padre de la realidad actúa aquí como un soporte, de la misma manera que el que está dentro de un uniforme es soporte de determinada investidura. Como el Yo Ideal también se presenta bajo la forma de determinados rasgos que hacen que aquel que los posea, sea el Yo Ideal, la diferencia con el Ideal del Yo radica en el tipo de rasgo, en su naturaleza; si es del orden de lo sexual, de marcar la diferencia anatómica de los sexos, ese rasgo sería por esencia algo que va a constituir el Ideal del Yo. El Ideal del Yo es lo que “está orientado hacia lo que en el deseo del sujeto representa un papel tipificante, el hecho de asumir la masculinidad o la feminidad”. Estos rasgos que hacen asumir la masculinidad o la feminidad son por su esencia, por sus características, lo que define al Ideal del Yo, y se diferencian de otros rasgos que serían Yo Ideal, como por ejemplo, la fuerza, la inteligencia, etc. Hay dos consecuencias que se producen en el tercer tiempo del Edipo: primero, la aceptación de la ley. Al aceptar la ley, la ley que se acepta por antonomasia es la ley del incesto, que no sólo prohíbe la relación sexual con la

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madre, sino que la posibilita con otras mujeres. Por eso en el tercer tiempo, el padre aparece como permisivo y donador, o sea que el padre posibilita, da posibilidades. Mientras que aparecía como prohibidor y terrible en el segundo tiempo, en este tercer tiempo, realizada la castración simbólica, la ley es “no te acostarás con tu madre, pero sí con cualquier otra mujer”. El padre aparece como aquel que otorga el derecho a la sexualidad y como consecuencia se produce la asunción de la identidad de ser sexuado, identidad acorde con la naturaleza anatómica de cada uno: “si no lo soy y no lo tengo, entonces soy mujer; si no lo soy y lo tengo, entonces soy hombre”. Habría que asumir la identidad sexual acorde con la naturaleza anatómica de cada uno. Por eso se habla de una «normativización del Edipo», no de una normalización del Edipo. Se trata de que el sujeto entre en una norma, en una ley, es decir que se inscribe, en el tercer tiempo del Edipo, en una determinada norma de regulación de los intercambios sexuales, como alguien que goza como un hombre, o alguien que goza como una mujer. La identidad no es algo que derive de por sí, de la observación de la propia anatomía, sino que se llega a ser aquello que se es. Tener un pene o una vagina no es garantía de llegar a ser un hombre o una mujer; la identidad sexual es algo que se conquista al final del Edipo. Al atravesar el Edipo, el sujeto llega a tener como identidad sexual aquello que anatómicamente es. La normativización es entonces, la inscripción del sujeto en una norma de la cultura.

Bibliografía: Bleichmar, Hugo. Introducción al estudio de las perversiones. La teoría del Edipo en Freud y Lacan. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires. Freud. “La sexualidad en la etiología de las neurosis” (1898). En: Obras Completas. Amorrortu. Tomo III. ––– “Tres ensayos de teoría sexual” (1905). En: Obras Completas. Amorrortu. Tomo VII. ––– “Fragmento de análisis de un caso de histeria” (1905). En: Obras Completas. Amorrortu. Tomo III. ––– “Análisis de la fobia de un niño de cinco años” (1909). En: Obras Completas. Amorrortu. Tomo X. ––– “A propósito de un caso de neurosis obsesiva” (1909). En: Obras Completas. Amorrortu. Tomo X.

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––– “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente” (1911). En: Obras Completas. Amorrortu. Tomo XII. ––– “22° conferencia. Algunas perspectivas sobre el desarrollo y la regresión. Etiología”. En: Conferencias de introducción al psicoanálisis. Parte III. Doctrina general de las neurosis. Obras completas. Vol. XVI (1916-17). Amorrortu. ––– “Neurosis y psicosis”. (1924 [1923]). En: Obras Completas. Amorrortu. Tomo XIX. ––– “La represión. (1915)”. En: Obras Completas. Amorrortu. Tomo XIV. ––– “El fetichismo” (1927). En: Obras Completas. Amorrortu. Tomo XXI. ––– “Lo inconsciente (1915)”. Obras Completas. Amorrortu. Tomo XIV. ––– “Esquema del psicoanálisis (1940)”. Obras Completas. Amorrortu. Tomo XXIII. ––– “31ª conferencia. La descomposición de la personalidad psíquica”. En: “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis”. Obras Completas. Amorrortu. Tomo XXII. Roudinesco y Plon. “Diccionario de psicoanálisis”. Buenos aires: Paidós, 1998. Evans, Dylan. “Diccionario introductorio del psicoanálisis lacaniano”. Buenos aires: Paidós.

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