Gracia radical Parte 07

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Gracia radical – Parte 07 “Nos contemplamos en su imagen”. Pastor Erich Engler

En nuestra enseñanza anterior habíamos considerado la importancia de tener una revelación sobre el amor de Dios, pero por sobre todo de creer en él (1 Juan 4:16). Podemos estar agradecidos que el amor de Dios por nosotros permanece para siempre ¿verdad? ¡Él nunca pierde su primer amor! Aunque nosotros llegáramos a perder nuestro primer amor por Él, Él nunca deja de amarnos con el mismo fervor. Su amor por nosotros es incondicional y no depende de nuestra pasión o fervor por Él. Muchas veces se nos ha dicho que debemos mantenernos ardiendo de amor por el Señor para que Él nos siga amando. Sin embargo, es Él quien nos ama incondicionalmente y pone todo de su parte para que nosotros no perdamos ese primer amor por Él. Aun en el caso de que nosotros llegáramos a perder ese primer amor por el Señor, Él no pierde, ni nunca llegará a perder su amor por nosotros. El hecho de conocer esta verdad es más que tranquilizante ¿verdad? Independientemente de la intensidad de nuestro amor por Él, su amor permanece inmutable. Eso significa que no existe el peligro de que podamos llegar a perder el primer amor por Él. El amor divino es tan profundo que nuestra mente no alcanza a comprenderlo. Efesios cap. 3 nos habla de la anchura, la longitud, la profundidad y la altura de tal amor. Es importante llegar a conocer la profundidad del amor divino y esto sucede cuando vamos recibiendo más revelación de su gracia. Hay muchos líderes y pastores que no desean que la gente conozca la profundidad de la gracia y del amor divino. Ellos “frenan” a las personas advirtiéndoles que tengan cuidado con la gracia radical y les predican mensajes que les mantienen en el temor y la condenación. Sin embargo, si ellos mismos bucearan en las profundidades de la gracia y el amor del Señor descubrirían manantiales maravillosos. 1

¡Nunca más debes tener temor a llegar a perder el primer amor por el Señor, porque Él nunca pierde ese amor por ti! Saber que Dios nos ama eterna e incondicionalmente, nos lleva automáticamente a retribuirle ese amor. Te invito ahora a ir conmigo al libro de Santiago cap. 1 desde el vers. 21: Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. Nuestra alma, y más específicamente nuestros sentimientos, son muy cambiantes y, debido a ello, no nos sentimos siempre salvos. Eso es así especialmente cuando suceden cosas que no tendrían que haber sucedido. Hay veces, que a causa de dichas circunstancias, nuestra mente es atacada por el enemigo y él nos pone pensamientos que nos hacen dudar de nuestra salvación. Dios se goza cuando confiamos en Él, es por eso que a pesar de esos ataques del enemigo, debemos seguir confiando firmemente en lo que dice su Palabra aun a pesar de lo que nos indiquen nuestros sentimientos o emociones. Dios siempre nos ve por medio de la fe. Dios es un Dios de fe y nosotros somos hijos de fe. Este pasaje nos dice cómo es que nuestra alma, la cual tiene muchas inseguridades y dudas, puede ser salvada. Esto se lleva a cabo asimilando cada vez más la Palabra implantada en nuestros corazones. La evidencia máxima de nuestra fe no es que experimentemos continuamente cosas sobrenaturales, sino que entremos en el reposo del cual nos habla la Palabra. Repito, la evidencia máxima de nuestra fe no son tanto las experiencias sobrenaturales y los milagros que podamos experimentar, sino que nuestra alma esté reposada y tranquila en la seguridad que descansa en el Señor. Las experiencias sobrenaturales nos pueden dar muy buenos impulsos para reanimarnos y seguir adelante con nuevo entusiasmo, pero nunca la tranquilidad interior que necesita nuestra alma la cual proviene del reposo de Dios. Nuestra alma no necesita estar experimentando milagros las 24 horas del día cada día de la semana, sino reposo, tranquilidad y paz y eso nos otorga seguridad de nuestra fe y de la salvación. En el versículo que acabamos de considerar, el término “palabra” en el original griego se describe como “logos”. Logos es uno de los nombres de Jesús. Él es la Palabra, y por sobre todo, la Palabra viva. Hay dos términos griegos para referirse a la Palabra, uno es “logos”: la Palabra viva, y el otro es “rema”: la Palabra hablada. Cada vez que en este pasaje aparece el término “Palabra” se está refiriendo a Jesús como la Palabra viva. Podríamos leer entonces: …recibid con mansedumbre a Jesús (la Palabra viva), quien puede salvar vuestras almas. En el momento en que recibimos a Jesús como salvador personal, le hemos invitado a morar en nuestro espíritu, pero de allí en adelante debemos invitar a Jesús a que cada día tome el control de nuestra alma. Alguno puede decirme ¿y cómo se hace esto?, pues es algo completamente sencillo. 2

En el pasaje que estamos considerando, en el verso 22, Santiago, no nos habla de ser hacedores de la Biblia, ni de tratar de vivir de acuerdo a los principios bíblicos. Este no es el significado de este pasaje aun a pesar de que la gran mayoría de los creyentes así lo interpretan. No se trata de ser hacedores de la Biblia, o seguir al pie de la letra todo lo que allí está escrito, sino mucho más que eso: debemos ser hacedores del “Logos” quien es Cristo Jesús. Según este versículo, ser hacedores de la Palabra, significa pues: imitar a Jesús. Observemos detenidamente lo que dice ese versículo: (22) Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Más adelante explicaré como es que se engaña a sí mismo el que es solamente oidor. Sigamos leyendo, recordando que cada vez que aquí es mencionado el término “palabra”, en el original griego dice “logos” y eso hace alusión a la persona de Jesucristo. Teniendo esto en cuenta vemos este pasaje desde una perspectiva completamente diferente: (23) Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Esta comparación que hace Santiago aquí es clave para descifrar correctamente el pasaje. Aquí nos habla de dos personas, el hacedor y el oidor, y ambas hacen lo mismo: se contemplan en el mismo espejo. Este ejemplo puede ser entendido por todos pues cada uno de nosotros sabemos lo que es contemplarse en un espejo. ¿Para qué nos contemplamos en el espejo? Para arreglar lo que pueda estar mal en nuestro rostro, en nuestro peinado, o en nuestro atavío ¿verdad?, y es bueno que lo hagamos antes de presentarnos en sociedad. Sin embargo, este espejo natural que todos usamos y conocemos, no es al que se refiere Santiago aquí. Volvamos a retomar nuestra lectura en el verso 23: (23) Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. (24) Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Eso es lo que nos sucede, nos miramos en el espejo un momento, nos vamos, y no tenemos más en cuenta como nos veíamos. Ahora, tal vez por el hecho de hablar del tema, nos recordamos otra vez la imagen reflejada allí hace un par de horas atrás. Si seguimos leyendo vamos a encontrar algo interesante que nos aclara el concepto: (25) Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace. Recordemos que Santiago menciona anteriormente la acción de mirarse en el espejo, y ahora nos aclara que este espejo es el de la perfecta libertad, la ley de la libertad. En el espejo natural no vemos reflejada esta perfecta ley de la libertad, por lo general vemos nuestros defectos o imperfecciones. 3

El espejo al que Santiago se refiere es otro completamente diferente, y está a disposición de todo el mundo. Este espejo es Jesús, la Palabra o Logos. El pasaje nos habla de dos tipos de personas que se miran a sí mismas en el mismo espejo, quien es Cristo. Imaginémonos la escena: nos contemplamos en el espejo y la imagen que vemos reflejada allí es la de Jesús. Así es como nos ve el Padre celestial. Así como Jesús es, somos nosotros también. Creo que todos nosotros sabemos muy bien lo que significa tener una clave o un código que nos permita el acceso a determinado sitio. Por ejemplo: cuando recibimos la información del banco informándonos que tenemos habilitada una cuenta, lo primero que nos va a interesar saber es el número de código que nos han adjudicado para poder hacer las transacciones correspondientes, y no tanto la cantidad de hojas donde están detallados los términos y condiciones de negocio ¿verdad? Ese mismo ejemplo lo podríamos aplicar a lo espiritual. Cuando leemos la Biblia, lo más relevante que deseamos saber es lo que tenemos adjudicado a favor en nuestra cuenta, y no tanto los términos y condiciones detallados en la ley de Moisés. El código que nos abre las puertas a todos los beneficios acreditados a nuestra cuenta es: “en Cristo”. Hay un pasaje maravilloso que deseo compartir contigo y se encuentra en Romanos cap. 4 verso 8: Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado. En el original griego, la expresión “no inculpa de pecado” es descripta en términos de contaduría (oficina donde se lleva la cuenta y razón de los caudales o gastos de una institución, administración, etc.) Pablo usa este término con la clara intención de explicar que el creyente no tiene déficit en su cuenta sino un superávit. Si tradujéramos este versículo a las palabras de nuestro lenguaje actual lo leeríamos de la siguiente manera: “Bienaventurado es aquel que en lugar de recibir la cuenta que debe pagar por sus pecados, recibe la información de que dicha cuenta está saldada en la cruz”. Las palabras de este versículo nos deberían llenar de entusiasmo. ¡No recibimos la cuenta a pagar por nuestros pecados, sino la noticia de que dicha cuenta ya fue saldada! En realidad la traducción más correcta y literal sería: Bienaventurado o dichoso es el varón a quien el Señor no le tendrá más en cuenta su pecado. En el original, el verbo inculpar está en tiempo futuro. Dios no nos envía cuentas o facturas a pagar, sino que todos nosotros quienes hemos recibido a Cristo como salvador personal, recibimos la noticia de que nuestras deudas han sido saldadas y canceladas. Volvamos a meditar en el pasaje de Santiago cap. 1. Habíamos visto que todos nos miramos al espejo quien es el “logos” o Jesucristo la palabra viva. El código que nos permite el acceso a ese “logos” es: “en Cristo”.

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Este código debe ser utilizado por nuestra alma. El alma, tiende por naturaleza, a ver principalmente lo negativo. Ahora, si vemos al Señor, en vez de vernos a nosotros mismos cada vez que nos miramos al espejo, pasamos a ser entonces hacedores de la Palabra. El hacedor de la Palabra (=logos) es aquel que siempre se ve reflejado en Jesús. Aquel que escucha las palabras de Jesús y se va sin volver a contemplarse en ellas, es tan solamente un oidor olvidadizo. Sin embargo, aquel que cada día se contempla a sí mismo en el reflejo de Jesús será verdaderamente dichoso y bienaventurado en todo lo que haga. Aquel que tal hace no ha de ver sus errores, arrugas y defectos, sino que verá la dulce imagen de su Salvador. Eso le hace muy bien a nuestra alma. En la medida que observamos la dulce y misericordiosa imagen de Jesús no ha de ser posible que seamos agrios y ásperos con nuestros semejantes. Algunos me preguntan a veces ¿qué tengo qué hacer para mejorarme en el trato con mis semejantes? Pues aquí está la respuesta. Tú nunca podrás ser áspero o descortés en cuanto al trato con tus semejantes, si permanentemente contemplas la dulzura de tu salvador. Si pasamos tiempo contemplando la hermosura del Señor esto dejará huellas en nosotros que se harán visibles en el trato con los demás. El efecto práctico de todo esto es que somos transformados más y más a su misma imagen y ya no nos han de molestar tanto las cosas negativas a nuestro alrededor. Hay muchas cosas en nuestro entorno, ya sea laboral o familiar, que lamentablemente no podemos cambiar por más que quisiéramos, pero al cambiar nuestra perspectiva pasan a tener menos importancia y las podemos sobrellevar más fácil. Cuando tus compañeros de trabajo vean que tú reaccionas siempre amable y cortés van a estar interesados en saber tu “secreto”. Es interesante observar que la mayoría de las personas que actúan mal o tienen malos modales no tienen demasiada intención en cambiar su manera de ser, sin embargo se dan cuenta de inmediato cuando alguien reacciona diferente a lo que se supone que todo el mundo hace como “normal”. Cuando la gente que te rodea vea a Cristo reflejado en ti van a comenzar a hacerte preguntas sin que tú les prediques ¡ese es el poder de la transformación! Imagínate que hoy te hubieses quedado mirándote al espejo por espacio de algunas horas ¿qué es lo que hubiese pasado? Hubieras encontrado una cantidad de defectos, manchas, arrugas, y cosas que piensas que deben ser cambiadas y que tal vez no habías descubierto antes ¿verdad? Personas con mucho dinero que dedican un tiempo desmedido a observarse solo a sí mismos llegan a la conclusión de que es sumamente necesario hacerse una cirugía estética. Así es que se deciden a hacerla, pero como generalmente igual no están conformes, vuelven a practicarse otra, y otra, hasta que en algún momento llegan a tener la apariencia de un monstruo. Este ejemplo que acabo de mencionar puede parecer una broma pero no es así y, lamentablemente, sucede más a menudo de lo que pensamos. Imagínate que en vez de mirarnos a nosotros mismos por largo rato en el espejo dedicáramos ese tiempo a mirar el rostro del Señor ¿qué sucedería? Primero y principal se produciría un cambio positivo en nosotros; en segundo lugar todo se llenaría de su gloria y la reflejaríamos por donde quiera que fuéramos; y en tercer lugar seríamos hacedores de la Palabra tal como lo dice Santiago. 5

El hacedor de la Palabra no es aquel que intenta guardar la Escritura al pie de la letra, sino aquel que se mira en el espejo del rostro de Jesús. Santiago nos habla aquí de alguien que se mira al espejo y cuando se va se olvida como era. Esa clase de persona es la que escucha este mensaje solo de vez en cuando, de manera muy esporádica, y no se contempla a sí misma en la imagen de Jesús. Dicha persona dedica tiempo a considerar sus propios defectos, sus problemas e insuficiencias, pero no a la imagen de Jesús. A raíz de su preocupación se le olvida todo lo que escuchó sobre Jesús. Vamos a considerar ahora el verso 25 del cap. 1 de Santiago: Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace. Aquí habla de perfección y esto se refiere a Jesús. La perfecta ley de la libertad es Jesús y es la única ley que tiene vigencia para nosotros. Pablo nos dice en el libro de Gálatas que la ley, o los 10 mandamientos, no tienen vigencia para nosotros puesto que Jesús ya los cumplió. El libro de Hebreos nos dice 3 veces, y muy claramente, que la ley fue abolida. El único mandamiento que tiene vigencia en la actualidad es la ley de Cristo y esta es la ley de la perfecta libertad. La ley de la perfecta libertad es la misma persona de Jesucristo, pues solo Él es perfecto y libre. Cuando nosotros contemplamos la persona de Jesús, su imagen se refleja en nosotros y por medio de ese espejo somos transformados. En 1 Juan 4:17 nos dice que así como es Jesús, somos nosotros en este mundo también. Cuanto más miramos el espejo que es Cristo tanto menos nos vemos a nosotros mismos y eso es lo que nos hace libres. En 2 Corintios cap. 5 vers. 21 leemos: Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. Podríamos decir lo mismo de la siguiente manera: nosotros, quienes no conocíamos la justicia, fuimos hechos justicia por medio de la obra de Cristo en la cruz a nuestro favor. Volviendo al pasaje de Santiago, consideremos una vez más el verso 25 el cual es la clave de todo este pasaje: Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace. Ahora tenemos una perspectiva completamente diferente de lo que significa ser hacedor de la Palabra ¿verdad? El hacedor de la Palabra es el que se mira atentamente en la imagen de Cristo… y persevera en esa posición. Perseverar en esta ley de la libertad es hacer nuestra morada en ella, es volver a mirarse en ese espejo una y otra vez. El hacedor de la Palabra no es aquel que intenta vivir de acuerdo a los principios de la Biblia por sus propios esfuerzos, sino mucho más el que escucha el mensaje de Cristo y se refleja en el espejo de su imagen. Eso trae paz y descanso a nuestro ser. 6

No es el ser hacedores de los principios bíblicos lo que va a producir cambios en nuestra vida, sino el ser hacedores del “logos” o Palabra manifestada en la persona de Jesucristo. Esto es lo que nos hace entrar en el reposo, y este, a su vez, resulta atractivo para aquellos que están en contacto con nosotros. Cuando nosotros reaccionamos con calma y paz en situaciones difíciles y conflictivas, los que nos rodean lo habrán de observar y eso será la puerta de entrada hacia el camino de salvación. Las cosas a nuestro alrededor se ponen cada vez más difíciles y los medios de información nos bombardean continuamente con malas noticias, pero nosotros podemos mantener la calma porque nuestra fortaleza viene de Cristo. Esta actitud será el testimonio más convincente que pueda existir. El espejo en el cual nos reflejamos no es uno como comúnmente conocemos sino la misma persona de Jesucristo. ¡Amén!

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