Guerra de Flandes

Historia universal. Sublevación de los Países Bajos. Tratado de Arrás. Guillermo de Orange

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Sublevación de los Paises Bajos Fue un conflicto bélico entre España y sus posesiones en Flandes en la segunda mitad del siglo XVI y primera del XVII (1566−1648). En el reinado de Felipe II, los Países Bajos se habían convertido en una pieza clave de la monarquía española. En el momento en que el eje económico europeo basculaba hacia el Atlántico, Amberes era un emporio comercial y financiero fundamental para los intereses castellanos: el trigo báltico llegaba a España a través de esta plaza, que a la vez era el centro de distribución de las lanas de Castilla. Además, era el fundamento de uno de los ejes del comercio indiano. La situación política de la zona era complicada, y ello dio lugar a una serie de revueltas en las que, en cada caso, primaron intereses sociales, económicos e ideológicos. Estas revueltas se producían, en ocasiones, de manera simultánea, otras veces se fundían en un movimiento único, pero siempre tenían el denominador común de la defensa de los privilegios locales, frente a lo que los flamencos consideraban la intromisión del poder autoritario y centralista de Felipe II. 2. CAUSAS DE LA GUERRA La causa esencial de la guerra de Flandes fue, sin duda, el enfrentamiento de intereses de una y otra parte, pero hubo ciertos factores que actuaron como desencadenantes. En la década de 1560, el rey de España impuso una serie de novedades: el control de las decisiones políticas por el cardenal Granvela, el acantonamiento en distintos lugares de tropas españolas, y medidas religiosas, como la introducción de los jesuitas o la creación de catorce nuevos obispados, que provocaron un amplio descontento. Por otra parte, muchos privilegiados comenzaron a explotar el calvinismo en favor de sus intereses, más políticos y económicos que religiosos, e hicieron del apoyo a esta creencia, la bandera de su idiosincrasia frente a la católica España. Estas circunstancias se conjuraron con la crisis de subsistencias de 1566 y la consiguiente sensibilización de la colectividad. 3. DESARROLLO DEL CONFLICTO EN EL SIGLO XVI En el verano de 1566, se produjo una oleada de desórdenes en las ciudades flamencas que se polarizó en el saqueo de iglesias y conventos. Felipe II, que según cartas de la época, se hallaba "gravemente ofendido" por la incapacidad de la alta nobleza para frenar estas acciones, tomó la decisión de enviar a Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, a los Países Bajos, al mando de un gran ejército. A partir de su llegada, la tensión se transformó en un enfrentamiento bélico bilateral. El Duque estableció el célebre Tribunal de Tumultos, con una deliberada confusión de jurisdicciones, política y religiosa, y recurrió a una serie de impuestos, destinados a paliar los gastos de la guerra, que enconaron a la burguesía. En este momento comenzaron a operar los 'mendigos del mar', que llegaron a controlar el estuario del Escalda y a comprometer el tráfico comercial de Amberes. Además, Francia e Inglaterra vieron la ocasión de presionar a España apoyando a los rebeldes.

Alba no pudo con la revuelta y, en 1573, fue relevado por Luis de Requesens y Zúñiga, con instrucciones precisas de negociación. Debía salvaguardar, a toda costa, la soberanía española y la ortodoxia católica. Requesens era un hombre de opiniones moderadas, pero fue incapaz de romper la dinámica política de su predecesor; la guerra pues continuó, con desigual fortuna para las tropas españolas. El rey enviaba ingentes sumas de dinero (en 1574, concretamente, más del doble que en los dos años anteriores), pero los gastos del Ejército, que en esas fechas contaba con 86.000 hombres, superaban con creces las posibilidades económicas. En septiembre de 1575, Felipe II declaró suspensión de pagos de los intereses de la deuda pública de Castilla 1

y la financiación del Ejército de Flandes quedó cortada. Fue el revés definitivo para un hombre que había encajado a la fuerza un cargo, cuyos objetivos no había logrado encauzar. Requesens murió en marzo de 1576. El vacío de poder propició el más célebre de los saqueos de Amberes (4 de noviembre), que sirvió de aglutinante para una rebelión general de católicos y calvinistas frente al Ejército español. La situación fue encomendada entonces a don Juan de Austria. Mediatizado por la escasez de recursos, no pudo hacer otra cosa que aceptar la mayor parte de las condiciones de los rebeldes, lo cual no aclaró la complicada situación política. Don Juan murió en octubre de 1578 y fue sustituido por Alejandro de Farnesio, uno de los mejores diplomáticos de la época y un formidable militar. Los nobles católicos del sur mantenían la esperanza de un acuerdo honorable con el rey de España, en contra de la intransigencia de los burgueses calvinistas del Norte, aglutinados por las familias Orange y Nassau. Farnesio se valió de esta diversidad de intereses, logró controlar a los tercios y recibió enormes cantidades de plata procedente de las Indias. Hay que destacar como una accion importante la del conocido Guillermo de Orange, Nacido en Dillenburg, en Alemania, el 24 de abril de 1533, hijo de Guillermo, conde de Nassau. Educado como luterano hasta los once años, cuando heredó un territorio considerable, incluido el principado francés de Orange. Entonces, el emperador Carlos V (y I de España) insistió en que fuera educado en la corte imperial como católico. En 1555 Felipe II, hijo y sucesor de Carlos como rey de España, le hizo estatúder de las provincias holandesas de Holanda, Zelanda y Utrecht. El mismo año, sucedió a su padre como conde de Nassau. La política de Felipe II en los Países Bajos llevó a que Guillermo, junto con otros miembros de la nobleza holandesa, organizara un fuerte movimiento contra la opresión española, por lo que en 1564, el Rey español se vio obligado a llamar al gobernador de los Países Bajos, el cardenal Antonio Perrenot Granvela. Sin embargo, tres años más tarde, alarmado por una rebelión holandesa general, envió a Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba y a un ejército a los Países Bajos con instrucciones de sofocar a todos los disidentes, civiles y religiosos. Guillermo se vio obligado a huir a Alemania. El duque de Alba le ordenó comparecer ante el consejo inquisitorial y, cuando ignoró la orden, embargó sus propiedades holandesas. Guillermo reunió un ejército de invasión y, en 1568, entró en los Países Bajos, donde pronto fue derrotado. Sin embargo, la rebelión se hizo más fuerte de forma progresiva y, en 1572, las provincias del norte de Holanda y Zelanda se sublevaron contra los españoles y le eligieron a él, que se había convertido al calvinismo, estatúder. Después de varios años más de lucha enconada, dieciséis de las diecisiete provincias se unieron contra España según los términos de la llamada Pacificación de Gante, firmada el 8 de noviembre de 1576. Pronto las poderosas fuerzas imperiales reconquistaron las cinco provincias del sur, que constituyen la actual Bélgica; pero en 1579, las provincias del norte, con él como líder, fundaron la Unión de Utrecht. Cinco años más tarde, el 10 de julio de 1584, fue asesinado. Le sucedió en el cargo de estatúder su hijo Mauricio de Nassau−Orange. Guillermo de Orange fue uno de los grandes patriotas de la historia. Dio su vida y su fortuna a la causa de la independencia y la libertad religiosa. A pesar de que no pudo unir las provincias de los Países Bajos, la Unión de Utrecht se convirtió en el núcleo del actual estado de los Países Bajos. En enero de 1579, diputados de las provincias de Holanda, Zelanda, Utrecht, Frisia, Güeldres y Ommelanden, firmaron la Unión de Utrecht. El acuerdo no mencionaba la autoridad del rey de España y comprometía a estos territorios a la lucha hasta la victoria total. El 23 de enero de 1579, la Unión de Utrecht, un acuerdo para defender los derechos provinciales tradicionales contra Felipe II de España, fue firmada por los representantes de las asambleas de los estados de Holanda, Zelanda, Utrecht y Groninga (excluida la ciudad con ese nombre), en la sala capitular de la catedral de Utrecht y proclamada en el Stadhuis (el ayuntamiento). Más tarde, la firmaron los representantes de Frisia, Overijssel y Güeldres, y Guillermo de Orange−Nassau, el Taciturno, líder de las fuerzas rebeldes. Ya que estas provincias del norte, dominadas por los calvinistas, no tenían intención de separarse de las provincias del sur, principalmente católicas, que habían abandonado los Estados Generales y firmado la Unión de Arras, se incluyó en el acuerdo una garantía de la tolerancia religiosa. Sin 2

embargo, en la práctica, las dos uniones se convirtieron en los documentos fundadores de los estados que ahora se conocen como Países Bajos y Bélgica. La Unión de Utrecht supuso la constitución de la República Holandesa de las Provincias Unidas hasta la fundación en 1795 de la República de Bátava. En ese mismo mes los estados de Hainaut y Artois concluyeron la Unión de Arrás, a la que pronto se uniría el Flandes valón. En el Tratado de Arrás (mayo de 1579), los valones reconocieron la plena autoridad de Felipe II, con lo que el sur quedó definitivamente integrado en los dominios españoles. Las provincias del Norte continuaron la guerra, y el mar fue en adelante el campo de batalla fundamental. Los intereses de Inglaterra vinieron a incidir en una lucha perdida de antemano para los españoles. En efecto, Gran Bretaña y Francia firmaron con ellas la coalición de Greenwich (1596), con el único objetivo de enfrentarse a la posición española en el orden internacional imperante. Después de la paz con Francia (Vervins, 1598), Felipe II entregó los Países Bajos a su hija Isabel Clara Eugenia y a su futuro marido, el archiduque Alberto, para que los gobernaran como soberanos conjuntos, con un estatuto de semiindependencia. Las provincias meridionales aceptaron, pero las septentrionales siguieron luchando. En 1609, España, con Felipe III ya en el trono, reconoció oficialmente la independencia del Norte. El 9 de abril firmó en Amberes la denominada Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas. 4.EL FIN DE LA TREGUA Una de las razones de la intervención española en la guerra de los Treinta Años ha de buscarse en los Países Bajos. Cuando la Tregua de los Doce Años estaba a punto de finalizar, el conde−duque de Olivares era partidario de reanudar la lucha y, en las Provincias Unidas, el príncipe Mauricio de Nassau encabezaba a un grupo de calvinistas y comerciantes especialmente interesados en volver a las armas.

En 1621, coincidiendo con el reinado de Felipe IV, se reinició la guerra. Durante los primeros años las operaciones militares carecieron de espectacularidad, pero los recursos de las Indias llegados en 1624 permitieron una gran inversión militar, que condujo a Ambrosio de Spínola a la toma de Breda (1625). De forma paralela, la marina española logró mejorar su posición en América. A partir de 1626, los intereses de España toman un rumbo diferente, que tienen su momento más adverso en la captura de la flota de la plata por la escuadra holandesa de Piet Heyn (1628). Sin embargo, y en contra de la opinión de Spínola, el Conde−Duque decidió mantener una política agresiva frente a las Provincias Unidas, a pesar de que hasta después de la batalla de Nördlingen (1634) no consiguió el apoyo de los ejércitos imperiales. La ayuda alemana no fue más que simbólica y temporal; las dificultades económicas, financieras y políticas fueron en aumento desde 1638 y la sustitución de Olivares por Luis de Haro en 1643 no varió sustancialmente el curso de la contienda.

A comienzos de 1648 concluyó, en Westfalia, la guerra de los Treinta Años. A partir de entonces, España buscó un tratado bilateral con los holandeses que se firmó en Münster ese mismo año. Después de ochenta años de lucha, Holanda vio reconocida su independencia; los Países Bajos del sur continuaban siendo españoles. La Sublevación de los Paises Bajos

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