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HACIA UNA HISTORIA DE LA PAZ FRANCISCO A. MUÑOZ - MARIO LÓPEZ MARTÍNEZ Instituto de la Paz y los Conflictos Universidad de Granada
Hasta el momento, en nuestro primer trabajo («el re-conocimiento de la Paz en la Historia») y a lo largo de los diversos estudios expuestos en el presente libro, nos hemos preguntado sobre la posibilidad de distinguir, examinar o reconocer la Paz en la historia. Tal vez, ahora, podamos comenzar otra tarea no menos necesaria, aquella de re-construir una Historia de la Paz. De aportar no sólo más variables, sino elementos que sean capaces de definir el marco en el que ha de desarrollarse una Historia de la paz. Resulta ésta una tarea tan indispensable como difícil, la de esbozar unas líneas que den una mayor coherencia teórica, justificativa y fundamentadora, a una Historia de la paz. No es nuestra pretensión aportar una nueva filosofía de la historia, una teoría que todo lo puede, todo lo justifica y todo lo interpreta, sino reconstruir un hilo conductor perdido, un eslabón malogrado por la historiografía, aquel que siente las bases para reconocer y construir una Historia de la paz, aquel que pueda interpretar los hechos del pasado con otro prisma, desde otra atalaya, capaz de aportar nuevos enfoques en los que espacios, tiempos y actores puedan ser interpretados como jalones, hitos y puntales de la paz, porque ¿cómo deberíamos mirar la historia, con temor o con confianza?, porque ¿no es la historia un continuo tejer y destejer del dominio racional de los seres humanos? Porque ¿no deberíamos de prestar más atención a aquellos aspectos que fueron un avance moral, una idea más tolerante, un ideal
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más universalizable, un actor político o social más humanitario? Este tiempo de aventuras y esperanzas, de éxitos y fracasos que es la Historia, ese esfuerzo permanente por buscar respuestas en el pasado, ese diálogo continuo con el ayer para construir futuros podría ser más edificante, más completo y consumado si también somos capaces de componer el hilo, la trama o el puzzle de los procesos que hicieron posible una Historia de la paz. Porque la paz es una forma creativa de hacer la historia.
1.
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humanos, agregados, colectivos o pueblos, etc.; por aquellos períodos históricos, fechas significativas, años simbólicos, momentos históricos señalados, etc.; y en aquellas áreas, ámbitos y espacios geográficos y geopolíticos, que pudieran ser considerados para la construcción de una Historia de la paz. No cabe duda que sea en el Mediterráneo, a través de las aportaciones de las religiones, las filosofías o las culturas antiguas hemos visto ejemplos más que sobrados al respecto, sin embargo ahora pretendemos hacer un razonamiento más genérico.
BASES DE UNA HISTORIA DE LA PAZ 2.
En nuestra primera aportación hemos sugerido algunos procesos, ámbitos y circunstancias sobre las cuales se podría construir una Historia de la paz y de la regulación pacífica de los conflictos: la reconsideración del modelo antropológico sobre el que se edifica la historiografía, la satisfacción horizontal de las necesidades, la paz silenciosa, las semiótica de la paz, la socialización, la solidaridad y la cooperación, las actividades de baja entropía, la negociación como articulación de realidades en conflicto, la paz «imperfecta», etc. Por otro lado, los artículos presentados en este volumen, contienen la suficiente información como para confirmar algunas de nuestras hipótesis iniciales y para abrir algunas nuevas vías de reflexión: sea la sorprendente compatibilidad de la especie humana y su capacidad de adaptabilidad; sea la aportación de culturas milenarias orientales con su asombrosa actualidad a pesar de que buena parte de sus pensamientos y creaciones tienen cientos de años; sean las prolíficas experiencias producidas en el Mediterráneo; sean la capacidad creativa y generosidad humana de las mujeres como actrices de las más diversas formas de paz; sean las expresiones materiales y espirituales de la estética y la semiótica que interpreten la paz humana; o sean las más contemporáneas configuraciones de las acciones y reflexiones de la sociedad civil en la construcción de escenarios e ideales de paz; todas ellas sitúan al lector sobre las potencialidades interpretativas a que puede conducir la construcción de una historia de la paz. También, nos proponemos hacer una segunda aproximación partiendo de tres componentes esenciales de la historia: actores, espacio y tiempo. Porque la paz, como una construcción social, está obviamente apoyada por diferentes grupos que aparecen directa o indirectamente interesados por su significado y operatividad práctica, es decir, de aquellos grupos
ACTORES PACÍFICOS: GRUPOS SOCIALES INTERESADOS EN LA PAZ
La paz ha sido una construcción social apoyada en el trabajo y el esfuerzo de grupos muy específicos que han realizado aportaciones muy significativas a su edificación. Para todas aquellas comunidades, también, que han entendido -a lo largo de la historia- que la regulación pacífica de los conflictos contribuía a resolver mejor percepciones, intereses y necesidades enfrentadas. Regulaciones en las que no sólo se ubicaban posiciones éticas o morales, sino especialmente formas prácticas y destrezas para velar más eficientemente por los intereses de sus comunidades o intereses. Claro está que, también, esta máxima servía para aquellos para los cuales la guerra les generaba pocos beneficios cuando no enormes pérdidas. Cuando Cicerón afirmaba: Nihil tam populare quam pacem («nada tan popular como la paz»), era como consecuencia de constatar que la paz era un valor querido, resultaba agradable y muy beneficiosa para el pueblo, porque significaba la garantía de la unidad de las cosas, la tranquilidad de los espíritus y la dignidad reconocida de las gentes. Cabe recordar que, aunque el autor era miembro de las élites del estado romano, caracterizado por una política expansiva e imperialista; sin embargo, aún desde esa privilegiada posición, entendía que el estado natural que se acomodaba mejor a los intereses populares, a las inclinaciones más generales, a las simpatías de los que gozaban de la ciudadanía(en muchas ocasiones directa beneficiaria de las guerras emprendidas por el Senado) era la paz, interpretada como el acuerdo con otros pueblos, como el mayor grado de integración y justicia, como el imperio de la ley, como el orden de las costumbres, etc. Por tanto, ¿cuáles podrían ser las razones de este apego a la paz? Ante todo la vivencia práctica del que era el estado de bienestar más acorde con las expectativas de vida de aquéllos.
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¿Hasta qué punto el «pueblo» está siempre interesado en la paz? ¿Hasta qué extremo todos los «pueblos» están interesados en la paz? Posiblemente, las respuestas adecuadas a estas preguntas no se podrán obtener hasta que no se realicen las investigaciones pertinentes en cada caso que determinen las formas culturales, políticas y sociales que favorecen expresiones que consolidan y promueven la paz como un valor querido; sin embargo, moviéndonos en el terreno de las hipótesis, del camino aún por recorrer, sí podríamos hacer algunas consideraciones generales. Si entendemos como el «pueblo» la suma de todos aquellos grupos sociales no ligados directamente con las élites dominantes, no cabe duda de que ante todo pudieran tener una percepción muy clara de la realidad: con la paz la satisfacción de sus necesidades depende más directamente de su propio esfuerzo, de sus posibilidades de partida, de sus capacidades, de su «poder constructivo». Desde luego, y en esa misma línea, son muy conscientes que resultan los menos beneficiados por la violencia (coerción, explotación, guerra, etc.). Es, por ello, siempre que pueden expresarlo de una manera abierta, que son partidarios de la paz y contrarios a las formas de violencia estructural o directa que les flagelan a ellos antes que a otros grupos. Y, aunque, también, son cooptados permanentemente y fascinados por los cantos de sirena utilizados por publicistas y voceros de la guerra, su resistencia a ésta ha sido, en muchas ocasiones, tan significativa como silenciada. También existe otra manera de abordar estas interrogantes. ¿Quiénes componen el pueblo? Para empezar al menos un cincuenta por ciento de la humanidad olvidada: las mujeres, y como hemos tenido oportunidad de señalar, la inmensa mayoría de ellas sintonizaría predominantemente con la paz, la cual tiene un valor especial y sustantivo por cuanto con ella se preserva, más tiempo, el don más preciado de todos: la vida. Otra parte, notable por su número, la formarían los niños y, aunque su voluntad no se manifieste expresa y razonadamente, no cabe la menor duda que son los más directos beneficiarios de las relaciones de armonía y concordia entre los que pueden hacer la guerra, por cuántos éstos también los pueden utilizar como objetos y sujetos de guerra. ¿Qué decir de los ancianos? Con la experiencia acumulada a lo largo de los años y siendo dependientes de la solidaridad del resto de los adultos, por su incapacidad para satisfacer por sí mismos sus necesidades, son mayoritariamente partidarios de la paz. Ambos, por tanto, infancia y senectud son beneficiarios directos de la todas las morfologías de la paz expresadas como cooperación, solidaridad, o ayuda mutua.
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Es decir que, independientemente de las estadísticas y pirámides que manejemos de sexos y edades sí que se podría afirmar que «objetivamente» la mayoría de la población sería partidaria de la paz. Entrecomillamos esta objetividad porque no es menos cierto que en determinadas coyunturas «subjetivamente» estos sectores pueden ser partidarios de formas de violencia extrema como la guerra. Si al menos estos grupos señalados: mujeres, ancianos y niños han estado muy interesados en la paz, también hay que señalar que han sido, particularmente, colectivos silenciados histórica y oficialmente. Y, sin embargo, no han sido los únicos que han estado en esa línea. En unos casos por intereses muy particulares y en otros por simpatías coyunturales otros colectivos han apostado por la paz, aunque no todos con la misma finalidad: bien sean los campesinos y los comerciantes -como veremos a continuación-, bien los nómadas, los artesanos, los obreros, los industriales librecambistas, etc., estarían entre los agregados con más interés. Pero, incluso se podría decir que los máximos responsables de los ejércitos también desearían conseguir cuanto antes -y al menor coste en vidas y bienes- los objetivos de sus guerras, aunque sólo fuese para alcanzar la victoria, conseguir gloria y poder repartir el botín entre sus soldados. También, los soldados con la paz eliminarían las altas posibilidades de ser víctimas en la contienda; así también, por fin, los propios gobernantes satisfarían sus objetivos propiamente cuando hubieran impuesto sus designios. La guerra, por tanto, máxima expresión de la violencia, no constituiría un fin en sí misma, ni tan siquiera un valor en sí misma, sino un medio para alcanzar, en todos los casos, la paz, la deseada paz.
2.1.
La paz de los débiles y la paz de los fuertes
Los débiles, personas y grupos, los frágiles, los sometidos, los que satisfacen deficientemente sus necesidades, los que sufren más la violencia, puede que deseen más la paz. ¿La practican también más? Posiblemente sí, porque son conocedores, consciente o inconscientemente de la dependencia, cuando no subyugación a la violencia, de la fuerza de los poderosos, del perjuicio que les puede causar la utilización de la misma sobre ellos. Esto les hace intentar evitar los efectos desoladores y desgarradores que sobre ellos puede causar la brutalidad en cualquiera de sus manifestaciones. A través del reconocimiento de su «debilidad» están muy interesados en que se regulen pacíficamente los conflictos, en que se normativicen todas
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las actividades para que estén sujetas a unos parámetros consensuados y no irregulares o discrecionales; asimismo, desde su debilidad procuran buscar todos los resquicios para conseguir la satisfacción de sus necesidades sin alterar, sustancialmente, el orden que les domina. Para ellos, la asimilación entre paz, supervivencia y resistencia están estrechamente relacionados, y a esa tarea emplean sus energías mentales y materiales. Nos podemos preguntar sobre qué significaría la paz para los pueblos que se vieran, permanentemente, sometidos. Sin duda, ante esta violencia «extra», la paz es el camino para aminorarla o regularla, aunque también haya que admitir situaciones de injusticia, «convivir con ella». Porque, en la práctica cotidiana, tanto los individuos, como los grupos toman posiciones, de una forma o de otra, tratando de adaptarse a las prácticas que existen en la sociedad, dando lugar a consensos, colaboraciones o discrepancias. Algunas de estas posiciones podrían ser entendidas como claras formas de resistencia; y, a pesar de que este término pudiera ser entendido de manera dispar, dependiendo de la intensidad, complejidad y objetivos del grupo que la ejerza, en cualquier caso, de una manera muy genérica podríamos entenderla como aquellos esfuerzos que los grupos humanos dedican, en alguno de sus niveles, para preservar sus características, sus condiciones de vida, su patrimonio cultural, etc. ante la acción de otra, u otras, que por medio de su imposición tiene como objetivo la agresión, la dependencia, o el sometimiento, de la primera a la segunda.1 En ocasiones, la resistencia violenta sería la vía elegida para sostenerse frente a las intrusiones o invasiones, incluso no se puede dudar de su ocasional éxito, aunque dado el grado de interrelación y de interdependencia, la lógica impone otras vías de resistencia más cercanas a regulaciones pacíficas, tales como el mestizaje o la interculturalidad, que además actúan como resortes superadores de realidades anteriores (que estaban en conflicto aparentemente irresoluble). Los fuertes (los grupos dominantes, los ejércitos, los dictadores, los soberbios y las formas políticas que expanden la violencia, tales como
1. BENABOU, M.: La résistance africaine à la romanisation, Paris, 1976. Opina que la resistencia puede ser entendida al menos de tres formas: militar (reacción de lucha contra la ocupación extranjera), política (fuerza de conservación y oposición a la innovación y el movimiento) y sicológica (tentativa de proteger una parte de su personalidad contra la influencia de otro), aunque después habla de los aspectos económicos y culturales de la misma (pp. 15-20). Vease también: y en el coloquio sobre la Assimilation et Résistance à la culture gréco-latine dans le monde ancien, Paris-Bucarest, 1976.
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ciertos nacionalismos e imperialismos, etc.), aunque con otros intereses, entre otros mantener su poder originario y sus particulares formas de violencia, también están interesados en cierta clase de Paz que puede llegar incluso a ser coincidente con grupos situados en el apartado anterior. La «dependencia»,2 aunque no necesariamente reconocida por unos y otros, acaba garantizando el status no sólo de los fuertes, sino también de los débiles, dando como resultado una suerte de complicidades e interdependencias que facilitan hasta las más inusitadas formas de regulación de conflictos, percepciones, intereses y pasiones. Mecanismos según los cuales, los fuertes pueden consolidar y perpetuar su poder, pero a cambio de estar transfiriendo permanentemente recursos y bienes a aquellos de los que depende en su dominio. Como podemos ver intereses contrapuestos puede hacer que, contradictoriamente, grupos divergentes o enfrentados, puedan tener intereses comunes en la regulaciones pacíficas de situaciones dadas. Posiblemente como señaló el filósofo Séneca: querer que la paz vuelva es bueno para el vencedor y necesario para el vencido.
2.2.
Los campesinos
Las actividades agropecuarias en su conjunto y las agrícolas en particular representan gran parte de la actividad en la historia de la humanidad. Entre sus características generales podemos destacar su relación directa con los ecosistemas, con los ciclos de la naturaleza, su lejanía física o formal de los centros urbanos y de poder concreto y, por otro lado, su organización en grupos relativamente pequeños. Estos rasgos le confieren un carácter relativamente pacífico ya que la solución de sus problemas depende grandemente de la cooperación, la solidaridad y la mutua ayuda ante los cambios del ecosistema, los trabajos de temporada, las desigualdades en la producción, etc. La recolección, la caza, la pesca, la agricultura, la ganadería, han sido fundamentales en la sustentación de la población humana pobladora del planeta, pero también, no sólo han sido omnipresentes sino también las
2. Cf. ELIAS, Norbert (1994) Conocimiento y poder, Madrid. Las formas de resistencia de los grupos dominados y sometidos busca el reconocimiento de sus capacidades, de su potencial de cara a una hipotética y, no siempre, explícita negociación.
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más extendidas. Desde el momento en que se produce la sedentarización de los grupos humanos la agricultura -sin dejar de lado a las otras actividades- es la garantía de su pervivencia. Hasta la implatanción del capitalismo las actividades agropecuarias han sido absolutamente dominantes, incluso hoy día, cuando el mercado y el capitalismo dominan la dinámica económica, son muchas las poblaciones que permanecen ligadas a estas actividades. Lo agropecuario se relaciona directamente con lo que hemos denominado actividades y trabajos de baja entropía, en la medida en que fundamentalmente utilizan los recursos almacenados en la tierra y la energía que procede del sol. El trabajo humano, posible por la energía aportada por estos productos, puede retroalimentar y regenerar de una forma «natural» el ecosistema Al representar la mayoría de la población en muchas ocasiones los agricultores han sido reclutados como soldados. A pesar de que sus intereses pudieran coincidir coyunturalmente con los de los «señores de la guerra», debemos pensar que tienen una percepción y un interés estructural contrario a la guerra ya que ésta les supone el abandono de sus labores y el empobrecimiento de sus campos que, además, en muchas ocasiones termina con relegarlos a una situación peor que la de partida, como sucedía en la Antigüedad con la esclavitud por la deudas, pero también hasta la misma época contemporánea donde si bien los campesinos fueron llamados a filas en las grandes guerras, también fueron los más reacios a continuarlas y los primeros que de una forma espontánea y contravenida las abandonaron para incorporarse a sus tareas agrícolas.
2.3.
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Y, así, en muchas sociedades, las precapitalistas sobre todo, los comerciantes han sido apreciados muy positivamente, junto al valor de la tierra, porque la interpretación del resto de la sociedad es que cuando el comercio es posible la paz está garantizada. Los comerciantes representarían, mejor que ningún otro grupo, las ventajas de la convivencia pacífica en diferentes ámbitos geográficos e históricos en los que la diversidad de realidades de los ecosistemas y los grupos humanos propiciarían el intercambio de productos, ideas, y patrones culturales, lo que en definitiva se convertían en medio de acercamiento y compresión del «otro». Un caso claro en este sentido es el Mediterráneo, pero igualmente se podrían considerar otros mares, así como otros ecosistemas naturales y sociales en los que la acción humana ha fomentado y explotado las condiciones naturales para el intercambio. Sin negar que, en algunas ocasiones, los comerciantes, han podido apoyar acciones bélicas con el objetivo de controlar nuevos mercados, especialmente en la época contemporánea, o incluso resultar muy beneficiados por la industria armamentística o por los complejos asociados a la guerra en la era industrial, no cabe duda tampoco que sólo se trata de una minoría comercial que extrae sus beneficios en perjuicio de todos los demás. El propio análisis de Keynes, unos de los economistas más influyentes de este siglo, se fundamentó en la necesidad de hacer más interdependientes a las economías nacionales para rebajar así situaciones de monopolio y favorecer las inclinaciones al intercambio en períodos de recesión o ajuste. Para él, la paz había de justificarse económicamente por la colaboración y la asociación de naciones que unían sus destinos políticos sobre la base de compartir su sujeción económica.
Los comerciantes 2.4.
La relación del intercambio comercial con la paz es algo manifiesto a lo largo de toda la historia, ha sido un móvil principal para el establecimiento de relaciones entre unas comunidades y otras. En muchas ocasiones la historia puede ser explicada en clave de las vías creadas para la distribución y el intercambio de los productos, bienes y servicios (entre ellos culturales) de unos y otros y, de esta forma, poder satisfacer las necesidades de los grupos humanos que, dicho sea de paso, es una de las condiciones primarias y primordiales para la existencia de paz. Los propios grupos dominantes no son, en absoluto, ajenos a esta trama que también les garantiza un buen nivel de vida.
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Mo Ti y La política del amor universal3
Mo Ti, o Mo-Tzu, fue un importante filósofo chino del siglo V a.C., que influyó poderosamente entre las clases populares y desposeídas, muy posiblemente, porque su mensaje dirigido a campesinos, pequeños artesanos y propietarios era comprensible por muchos y alentaba a la esperanza
3. MO TI (1987) Política del amor universal, Madrid. A pesar de que es referido en el trabajo sobre la China Antigua del profesor Pedro San Ginés, dada la importancia de sus presupuestos -aún mayor si consideramos su ubicación geopolítica y cronológicaoptamos por concederle un lugar privilegiado en nuestras referencias.
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y la redención de un orden más justo y pacífico que, por extensión, debía compartirse con todos al margen de su condición social o económica. Por ello, el principal mensaje que destila su literatura es la justicia y el amor universales, que deben de practicarse en todas las acciones, tanto las cotidianas, como las importantes. Se trata de un ideal de vida que forma la personalidad individual bajo los valores de justicia, equidad, sobriedad, razón, etc. con el fin de proyectarla socialmente, de extrovertirla a los demás, con el ejemplo. Desde el punto de vista de la construcción social y de la formación política resulta del máximo interés la influencia de Mo Ti en religiones y culturas más occidentales, desde la India hasta el oriente mediterráneo, porque daba claves para poder edificar formas cada vez más complejas de convivencia y entendimiento humano. La incorporación al análisis de la realidad de la variable ‘amor’, es de una importancia sustancial para entender el grado de compatibilidad humana, teniendo una gran proyección sobre la construcción de nuevas religiones como el cristianismo, o sobre formas políticas como la democracia, o sobre fundamentos económicos como la solidaridad y la interdependencia.
2.5.
Las Organizaciones No Gubernamentales
Las organizaciones no gubernamentales, con su corta existencia histórica, están jugando sin embargo un importante papel político, social y económico en la construcción de la paz mundial. Se han acabado convirtiendo en unos actores casi imprescindibles para hacer la historia de la paz a través de su carácter cívico, diplomático, paliativo, mediador y reconciliador. Las ong’s formadas por una ciudadanía activa y comprometida, da vigor y vitalidad a la sociedad civil democrática que expande su concepción desde lo concreto a lo universal, desde la ayuda solidaria a la justicia. A través de la denuncia y la crítica de las lacras y causas que motivan los conflictos internacionales, regionales, nacionales o locales (hambre, pobreza, armamentismo, etc.), con su trabajo en los campos del humanitarismo (desarrollo alternativo, apoyo a las mujeres y la infancia, medioambiente, derechos humanos, etc.) y su capacidad de gestión y de adaptación a los niveles micro y macro (grandes catástrofes o proyectos y programas pequeños) han permitido revivir, notablemente, un conjunto de valores para continuar la difícil tarea de la construcción de la paz y de la historia de la paz en el planeta, tales como la solidaridad, la amistad, la caridad, el altruismo, la interdepen-
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dencia, el sacrificio, la generosidad y entrega, la justicia, etc. Es también, su trabajo, un viaje de ida y vuelta, que busca la reciprocidad, que persigue la intersubjetividad y el diálogo porque el que ofrece paz quiere recibir también comprensión y paz. Esta nueva ciudadanía con vocación universalista es también una nueva fuerza creadora de opinión que ha acabado incorporando a la agenda política internacional cuestiones como la defensa de los derechos humanos, la ayuda humanitaria y el derecho de injerencia ante peligros y desastres manifiestos, la paz positiva es, también y asimismo, para ellas un valor en alza y construcción sin el cual no es posible la existencia armónica de la especie humana (y con el resto de la vida sobre el planeta). Igualmente las ong’s son, cada vez más, auténticos actores autónomos con una gran capacidad de gestión, decisión, realización y evaluación en múltiples campos; que mueven muchos recursos, tanto humanos, como financieros y de opinión; que han adquirido un status político y diplomático sobresaliente en organismos supranacionales y que, incluso entran en choque de competencias con ellos. En definitiva se están constituyendo en unos importantes actores pacíficos que hacen (peacemaking) y construyen (peacebuilding) la paz en zonas de conflicto llevando sus recursos y sus activos; haciendo presencia de la diplomacia popular no-violenta para resolver, in situ, múltiples conflictos.
3.
MOMENTOS HISTÓRICOS PACÍFICOS
Los presupuestos que estamos esbozando nos permiten realizar una mirada crítica a los propios manuales de historia, mirada en la que buscamos momentos históricos en los que podamos suponer que haya existido la paz. Así podremos recibir una inmediata doble impresión: que son pocos los momentos catalogados como tales (o que se reducen a la paz negociada o como paz como tratado que declara el final de una contienda), aspecto éste que no sucede con las guerras que sirven como genérico indiscriminado de periodos enteros;4 segundo que existen muchos
4. Por sólo citar algunos ejemplos muy claros de tal vaguedad nominal: Guerra de los Cien Años, Guerra de los Treinta Años -no estuvieron los actores haciendo la guerra durante todo este período-, Primera Guerra Mundial y Segunda Guerra Mundial,Periodo de Entreguerras, Guerra Fría, Guerras de Oriente Próximo, etc. -por fortuna la mayor parte de la población mundial no estuvo implicada en estas guerras.
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períodos de la historia que carecen de contenidos por cuanto la forma en que se han ordenado los acontecimientos y la jerarquía de valores acometida enajena tiempos que son calificados como ‘sin valor’ o ‘sin interés’. Es decir podemos observar con gran perplejidad cómo no sabemos en muchas ocasiones que ocurrió durante años y años con millones de personas en la Historia de la Humanidad. ¿O debemos de suponer que estaban incluidos en los epígrafes generales elaborados desde una óptica etnocentrista? Y por tanto inmiscuidos en acontecimientos (entre ellos las guerras) en gran parte de los cuales ni llegaron a participar o tuvieron conocimiento de los mismos de una forma lejana e indirecta o se vieron influidos escasamente por ellos. Con un poco de perspicacia sabemos que aquello no es cierto, que la Historia que aparece en nuestro manuales olvida muchos acontecimientos tan cotidianos, como importantes, que omite pueblos y culturas que por estar en un nivel de desarrollo o un estadio histórico anterior al nuestro son considerados como inferiores, o que las formas funcionalistas y marxistas de clasificación de las etapas históricas han sido marcadas por los acontecimientos de violencia, entre ellos las propias guerras. Cabría otra posibilidad, completamente especulativa por el momento, y es pensar que esos periodos «silenciados» lo son porque de hecho no sucedía nada que rompiera la «normalidad pacífica», aquella en la que la inmensa mayoría de los conflictos se regulaban y reglamentaban pacíficamente. Aquellas realidades en las que las fuentes directas, o bien han desaparecido por cualquier circunstancia, o no «creyeron» reflejar acontecimientos sin apenas importancia, sin ninguna gesta especial de poder grandilocuente, sin ninguna actividad «visible» por encima de las demás, sin ningún acontecimiento que podríamos denominar de alta entropía. Y, sin embargo, existen no obstante, al menos, algunos períodos que la propia historiografía ha considerado, de forma consensuada, como fructíferos, creativos y pacíficos, tanto desde el propio origen de la humanidad, pasando por la China Antigua, el Mediterráneo o las religiones entre el Próximo oriente y la India, todos ellos períodos y tiempos donde se actuó y se pensó para crear y potenciar muchas posibilidades en las regulaciones pacíficas de los conflictos, en formas superiores de creación artística, en expresiones culturales que subliman a la familia humana. Y, aunque muchos de estos períodos se han acabado incorporando a las clasificaciones realizadas por la historiografía, lo han hecho todavía con un carácter subsidiario, sin encontrar el lugar y el acomodo adecuado a su importancia. Nos referimos, como ejemplo, a la denominadas Edad
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de Oro para resaltar el momento álgido de una sociedad o una cultura, como podría ser la Paz de Westfalia, al denominado Siglo de las Luces, o al período de los Milagros económicos.5 Recobrando el paradigma anterior, las guerras siguen siendo los acontecimientos que hacen de parteaguas, que delimitan y clasifican, mientras los períodos de paz no han tenido aún esa fuerza y consideración, como por extensión aún no la tiene una Historia de la paz.
3.1.
La paz de Dios6
En la Europa de la Alta Edad Media (especialmente en los siglos VIIIXI) la idea de paz sirvió de nuevo para buscar el re-equilibrio político y la armonía social. Este nuevo impulso adquirió una amplia dimensión, desde su oposición al pillaje y la violencia, hasta un rearme espiritual y cosmológico. La Iglesia fue la institución que encabezó tal movimiento e intentó que tuviera repercusión en todos sus ámbitos de influencia: el cuerpo, el alma y la sociedad. Además la Iglesia católica era prácticamente la única institución que tenía capacidad para atravesar la frontera de los estados y poder servir de vehículo unificador ante un pasado común de todo Occidente. Probablemente, tal como se puede deducir del propio significado de la época, las dimensiones de la posible crisis hay que enmarcalas dentro de un período general de cambio, de búsqueda de nuevas soluciones a problemas a veces demasiado antiguos. Aunque también hay que decir que tales planteamientos no cuestionaron en lo esencial las fuentes del poder establecido. En las décadas anteriores se hicieron más palpables algunas tensiones y conflictos sociales como pudieran ser las relaciones entre la institución eclesiástica y los señores feudales, entre la amplia gama de poderes
5. La Edad de Oro forma parte de la mitología occidental desde que Hesiódo en Los trabajos y los días relata que hubo al principio una raza de tal metal, cuyos hombres vivían como dioses, libres de padecimientos, no conocían la vejez, no estaban sujetos a la leyes del trabajo, etc. Las tierras producían abundantes cosechas y vivían en paz. El mito quedo asociado en la Antigüedad a la Justicia y la Buena Fe. 6. CONTAMINE, Philippe (1984) «X. 2. Paz y tregua de Dios. Ética caballeresca y cruzada, 5. El pacifismo medieval y sus límites», La guerra en la Edad Media, Barcelona, 339-350, 362-367.
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sinodiales, también entre ricos y pobres, en la agudización de tensiones de tipo teológico que se plasmaron en diversas formas de rebelión, desobediencia y guerras. En este panorama es donde la paz resulta más reclamada, más querida, más necesitada, tanto por unos como por otros. Y si es necesario, para rescatar climas de paz, incluso se retoman las propuestas de paz presentes en las sagradas escrituras (el pueblo de Dios como pueblo que debe permanecer en la alianza) e incluso las propuestas latino-paganas para readaptarlas a las nuevas situaciones. En semejante contexto, la Paz de Dios (pax Dei) suponía limitar las acciones violentas contra los componentes eclesiásticos y sus propiedades para después irse extendiendo a otros actos de guerra y sectores como los agricultores y los pobres. Parte de esta protección se manifestaba en la solicitud de una especie de salvoconducto para todos los no combatientes y sus bienes (eclesiásticos, peregrinos, eremitas, conversos, mercaderes, mujeres, ancianos, niños, etc.). Su predicamento variaría, también, en función de la fortaleza de los estados para mantener el orden en sus dominios. Por ejemplo, mientras que las formas imperiales, en Alemania, habían logrado una cierta «paz pública»; en el sur de Francia la autoridad de los reyes estaba en franca competencia con la de los señores feudales, dando lugar a mayores espacios para la arbitrariedad y el desorden. Esta puede ser la razón principal por la cual la Paz de Dios consiguió iniciarse y continuarse con más éxito en este último territorio. Las discusiones al respecto quedaron perfectamente reflejadas en las deliberaciones y los términos de los debates sobre: pactum pacis, constitution pacis, retauratio pacis et justiciae, pax reformanda, etc., de los concilios de Puy (975), Charroux (989), Narbona (990), Limoges (997), Poitiers (1.000), Toulouges (1.027), Bourgues (1.038), Letrán (1.139), etc. También resultó importante la denominada Tregua de Dios (tregua Dei), que limitaba en el tiempo la realización de actos violentos, impidiendo a los cristianos luchar durante ciertos días de la semana (comenzando por fines de semana y ampliándose hasta llegar a cuatro días semanales), o durante ciertas fechas muy señaladas del calendario litúrgico o cristiano (Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, Rogaciones, Pentecostés, fiestas de la Virgen, etc.). Estas proposiciones tuvieron su primera expresión en Provenza pero se expandieron hacia otros lugares de Francia (Aquitania, Borgoña, Normandía, Vienne, Besançon, etc.) e Italia. Finalmente estos acontecimientos tuvieron su repercusión en el conjunto de los poderes públicos, especialmente reyes y príncipes. Al pasar de una paz personal (de unos determinados tipos o colectivos protegidos) y
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temporal (tregua) hacia una paz territorial, se proclamaba triunfante el derecho público frente al derecho privado, tal y como se podría interpretar el significativo ejemplo adoptado por Federico Barbarroja que el 1.158 proclamó la paz para toda Italia. En este movimiento participaron, no sólo las autoridades eclesiásticas, sino también las autoridades políticas, pero también ciertos movimientos sociales e institucionales (hermandades, municipios, etc.), lo que nos indica la permeabilidad de estas ideas y la posible interacción en la toma de decisiones por parte de los poderosos y el sentimiento popular. Prueba de ello son, también, las agrupaciones de «herejes»: cátaros, husitas, valdenses, etc., que de una u otra forma sí llevaban hasta sus últimas consecuencias una interpretación del Evangelio, de la tregua y de la paz de Dios, porque se oponían a todas las formas de guerra, a matar a sus semejantes, e incluso predicaban la no violencia y el amor como eje central de la convivencia política7 . Una manifestación de estas controversias fue la promoción de los caballeros de la paz y la creación de unas milicias de la paz, llegando a ser auténticas Miles Christi, hasta cierto punto motivadas por la oposición a los señores feudales y contra los poderosos que ejercían libremente su poder brutal sobre el conjunto de la población, sin que atendieran a los llamamientos de las treguas o no sintieran como suficientemente intimidatoria la ex-comunión, por ello estas milicias se hicieron protectoras de los pueblos y de los humildes. De esta manera la paz aparece como un valor espiritual ligado a la equidad y la justicia, aunque ello a costa de que finalmente la Iglesia terminara bendiciendo las armas (y las guerras) «justas», llegando a elaborar, a lo largo de los años, todo un protocolo al respecto, sobre el ius ad bellum y el ius in bello8 . A pesar de reconocer la gran renovación pacifista de este movimiento es necesario, también, reconocer sus limitaciones, sobre todo en cuanto que no cuestiona las formas de violencia más institucionalizadas como son las guerras, la explotación y la desigualdad económica y social; en definitiva es retomar de nuevo el debate de la «guerra justa».9
7. Cf. DÍAZ DEL CORRAL, E.(1987), Historia del pensamiento pacifista y no-violento contemporáneo. Barcelona, 29 y ss. 8. Víd. BOBBIO, Norberto (1992), El problema de la guerra y las vías de la paz. Barcelona, 51 y ss. 9. No es fácil delimitar lo que tiene este concepto de «justa»-pacífica y de «guerra»violencia. En realidad, y tal como lo hemos manifestado en párrafos de este libro, podríamos
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Así los criterios de persona, res, causa, animo y auctoritas, dados por Laurentius Hispanus (1.210 circa) ponen teóricamente unas condiciones difíciles para la realización de una guerra. Algo parecido ocurre con la elaboración de un serie de ritos religiosos en los que la Iglesia bendice a las armas y los ejércitos pero a su vez les pone determinadas condiciones. O, incluso, porque en su manifestación contemporánea más negativa (de época medieval) sirvió para dar legitimidad a las Cruzadas, y aunque muchos de estos llamamientos sirvieron para unir intereses cristianos tradicionalmente enfrentados- lo hicieron buscando un enemigo externo (infieles y herejes) y volcando muchos recursos para imponer la voluntad católica, en Jerusalén, por la fuerza de las armas.
demos, imperfecta, pero en la que no hay enfrentamientos, violencias y guerras que alteren o resulten tan significativas que rompan la etapa de paz. Siguiendo con ese ejercicio podríamos reconstruir una línea geométrica del discurrir histórico en la que los hitos de la paz estuvieran bien representados y los segmentos de paz (imperfecta) fueran fácilmente perceptibles, para apreciar con toda claridad que los períodos de guerra son significativamente pequeños frente a los ciclos de paz. Esta realidad, sin embargo, no acaba reflejándose debidamente en la periodización, ni en la interpretación de la historiografía, en gran medida también ocurre igual acerca de los términos en los que se elaboran los tratados y el seguimiento histórico sobre el cumplimiento escrupuloso de los mismos.
3.2.
3.3.
La paz como firma de un tratado
Planes de Paz
La paz como firma de un tratado, como la clausura final de una guerra o de un enfrentamiento es, posiblemente, la forma de paz más conocida. Pero su significado es aún más importante, para nosotros, por cuanto inaugura un periodo de regulación por vía pacífica de los futuros conflictos. No es de extrañar que el derecho internacional y junto a él, el derecho diplomático hayan dedicado mucho tiempo a discutir los términos jurisdiccionales, las sistemas de gestión o las formas de protocolo en que las partes enfrentadas, los mediadores, los conciliadores, los árbitros, etc., deben establecer las futuras reglas, precisamente porque se piensa que se están sentando las bases para un futuro que se prevé largo. También recogen, en muchas ocasiones, los sentimientos y los deseos de grupos y sectores de la población que a lo largo de la contienda han expresado sus necesidades, o detallan las formas políticas y sociales sobre las que se va a establecer la futura convivencia. Continuando con la propuesta que hacíamos más arriba, estos acontecimientos, estas paces, deberían de designar todo el periodo que les sigue y no sólo el momento del acuerdo. Así reconoceríamos que hay periodos de paz que duran muchas décadas, al menos una paz tal como la enten-
Los investigadores de la paz han identificado como «planes de paz» algunas propuestas elaboradas por gobernantes, políticos o filósofos. En muchos casos, el origen y la finalidad de los mismos ha sido dar una respuesta crítica a los planes de guerra o a los planificadores de las guerras. También, muchos proyectos nacieron para motivar la formación de coaliciones de naciones y gobiernos para establecer formas políticas superiores que, previnieran la guerra o se adelantaran a intereses contrapuestos y enfrentados, que estuvieran fundamentados en equilibrios y formas de seguridad garantizada. Fuesen planes políticos, ideológicos, jurídicos o económicos, los mismos permitieron -en el momento de convertirse en literatura- divulgar nuevas propuestas, motivar noveles ideas y, especialmente, siempre que no pasaran desapercibidas ocasionar debate entre las élites intelectuales de su tiempo, quedando en la actualidad como un conjunto de proyectos que sirven para reconstruir la historia de la paz.10 Citaremos, a continuación, los que creemos que fueron más importantes o relevantes en su tiempo. Hasta el siglo XVI destacaron las obras de Pierre Dubois (De recuperatione Terre Sancte, c.1306); Dante Aligheri (De
decir que estamos ante un concepto «mediador» entre la guerra y la paz, en cuanto que articula distintas posibilidades entre una y otra, frenando o impulsándolas, dependiendo de las circunstancias y la correlación de fuerzas al respecto.
10. ARON, Raymond (1985) Paz y guerra entre naciones,Madrid, 197-223; BOUTHOL, Gaston (1984) «Los planes de paz políticos», Tratado de polemología (Sociología de las guerras), Madrid, 665-718.
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Monarchia, c.1310); Marsilio de Padua y Juan de Jandum (Defensor Pacis, 1324); así como el propio Erasmo de Rotterdam, el cual en su Querella de la Paz, 1517, hace su propuesta entendida en el contexto de la crisis de conciencia en el mundo cristiano ante las guerras de religión, y sobre los términos en que debe contemplarse el fenómeno de la guerra, como hecho contrario al ideal apostólico y ecuménico universalista y pacifista (convencer por la palabra y no por la espada). En su obra pretende dialogar con los humanistas señalándoles que la verdadera «paz reside en el pueblo», único con deseos para garantizarla frente a la «locura» y las «pasiones» de los reyes y príncipes ávidos de poder. A su estilo, Erasmo preconiza la solución de conflictos mediante una revisión sincera de las acciones diplomáticas y la utilización de herramientas que agoten la guerra y generen espacios de paz, tales como: fijación de fronteras, arbitraje de altas autoridades morales y religiosas, llamamiento a la fraternidad cristiana, etc.11 De los siglos XVII al XVIII, el número y la calidad de las propuestas aumentaron significativamente, entre ellas las de Emeric Cruce (The new Cyneas, 1623); Maximiliano de Béthune, duque de Sully, (Grand dessein, c.1620); Hugo Grotius (De jure belli ac pacis, 1625); William Penn (An Essay towards the Present and Future Peace of Europe, 1693); John Bellers (Some Reasons for an European State, 1710); el abate de SaintPierre (Memoires pour rendre la paix perpetuelle en Europe, 1712); J.J. Rousseau (Un proyecto para la paz perpetua, 1761); Jeremy Bentham (A Plan for Universal and Perpetual Peace, c.1786); Immanuel Kant (Zum ewigen Frieden, ein Philosophischer Entwurf, 1796). Posiblemente, estas dos últimas las más conocidas y valoradas por los expertos, teniendo la exposición de Kant una influencia sin parangón en nuestros días. En cuanto a Bentham, es, en su obra, un adelantado de muchas propuestas posteriores realizadas por el pacifismo de base burguesa y obrera: limitación de los armamentos, diplomacia abierta y no secreta, renuncia a emprender guerras de conquista, intercambio comercial como base del progreso y la confianza entre las naciones. Bentham pretende crear un conjunto de normas vinculantes -moral y políticamente- a todos los estados, ampliar jurídicamente el papel del derecho internacional para que éste sea una contención a la rivalidad geopolítica y económica entre las naciones y crear unas insti-
tuciones estables donde se litiguen los problemas, a modo de un tribunal de arbitraje, así como un parlamento de la paz donde se discuta cómo construirla y hacerla fuerte.12 Durante el siglo XIX, los planes de paz fueron más claramente fruto de un diálogo de sus autores con movimientos sociales, sociedades y grupos muy organizados que contestaban las agendas de sus gobiernos, o que proponían alternativas a las políticas que amenazaban la paz, fuesen éstos: William Ladd (An Essay on a Congress Nations, 1840); Jay (War and Peace, 1842); Bluntsehli (Europa als Satenbund, 1878); o Larrimer (The Institutes of the Law of Nations, 1884). Asimismo, a ellos se unieron los debates en el seno de las organizaciones obreras, así como los teóricos anarquistas, socialistas o igualitaristas que escribieron sobre la paz, en relación con la justicia social, contra el poder creciente de los estados, o sobre el deber de los ciudadanos para preservar los niveles de libertad. Fuesen estos William Godwin, H. David Thoreau, William L. Garrison o L. Tolstoi, cada una de sus propuestas y orientaciones significó una aportación de interés para la construcción de la paz, y para la elaboración de una historia de la paz. En el siglo XX, los planes para construir la paz han aumentado significativamente en número e importancia, entretejiéndose una relación cada vez más estrecha con la construcción del derecho y la sociedad internacionales. Experiencias como la Sociedad de Naciones, las Naciones Unidas y otras formas institucionales siguen esa trayectoria de pensar en la paz, planificar los futuros, edificar sus posibilidades y hacer realidad algunas propuestas. Algunas de estas últimas, como la Declaración Universal de Derechos Humanos, están siendo instrumentos importantísimos para seguir construyendo la paz en el mundo y para tener referencias concretas y horizontes a los que aspirar.
11. CASTELLANO, Juan Luis (1993) «La paz en Erasmo», MUÑOZ, F.A. (Ed.) La confluencia de culturas en el Mediterráneo, Granada, 277-288.
12. Cf. MARTÍNEZ GUZMÁN, Vicent (ed.) (1995 ) Kant: La paz perpetua, doscientos años después, Valencia.
4.
ESPACIOS PACÍFICOS
En el mismo sentido que hemos propuesto revisar las referencias temporales de la historia ahora aspiramos a revisar las espaciales. Aunque las historias que manejamos (manuales, enciclopedias, obras de referencia,
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etc.) se intitulan de «universales», en realidad sólo se trata de una pretensión o, en el mejor de los casos, de una aspiración. Los propios historiadores saben que no pueden acceder, que no pueden abarcar (en otras ocasiones, lamentablemente, lo olvidan) a «todos» o a un gran número de actores, periodos y espacios. La pretensión contraria también podría ser tomada como una ingenuidad, y no le faltaría razón a quien así lo pensara, porque ni tenemos, ni tendremos, capacidad para abarcar absolutamente todas las situaciones de la historia de la humanidad. No obstante, a pesar de esta necesaria cura de humildad que, en el terreno historiográfico ha llevado a una fragmentación de la Historia con mayúsculas (especialmente la Historia Social) y al nacimiento de muchas nuevas historias, las cuales más allá de las primeras desorientaciones están enriqueciendo sustancialmente el panorama general; cabe, todavía, preguntarse si para la comprensión global de la familia humana no debemos insistir más en buscar los parámetros y las proporciones de lo que queremos denominar como «universal» y, con ello, no olvidar a muchos pueblos, categorías sociales o grupos que no pueden inscribirse en nuestras categorías de análisis etno o euro-céntricas, con la primera finalidad de no desdibujarles, de no desubicarlos de los mapas geográficos e historiográficos. En este sentido la historia de la paz quiere contribuir, desde su pretensión de universalidad, a abarcar más, a incorporar muchas más variables, a comprometernos a agregar más actores y espacios en nuestros juicios de valor histórico, a tener presente otras experiencias, mentalidades y formas de ver e interpretar el mundo, corrigiendo así las nuestras: pretendidamente globales. Pero no se trata sólo y simplemente, de anexar más, sino de reorientar, de cualificar más y mejor nuestros juicios generales, y de reflejar mejor todas aquellas perspectivas y enfoques que puedan ser significativos para una mejor y global comprensión del género humano. Si hubiéramos de sugerir un ejemplo para reforzar lo dicho, podríamos encontrarlo en la -estimamos que mal llamada- Primera Guerra Mundial, el calificativo demundial es, como poco, pretencioso y bastante orientativo de quiénes han colocado tal etiqueta; no porque neguemos que muchos de los efectos de la guerra pudieron -de manera directa o indirecta- afectar a muchas naciones y pueblos, y hemos de suponer que a bastantes más que otras guerras anteriores, aunque también habría que añadir que los escenarios de tal guerra estuvieron, esencialmente, en Europa; sino porque una focalización tan específica y singular en la guerra no permite ver otras realidades, no sólo ya en los países no directamente involucrados en el fenómeno bélico, sino entre aquellos otros que por la lejanía al foco central
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del conflicto, o por tener economías y políticas no directamente implicadas en los intereses en guerra quedarían -en consecuencia- negados o, en el mejor de los casos, ocultos. Tal cosa -la ausencia real de guerra- se podría comprobar en muchos escenarios o geografías -más o menos lejanos a los lugares donde tenían ocasión las terribles operaciones bélicas- en donde miles de personas, no sólo seguían conviviendo pacíficamente, sino que se mostraban poco conscientes y ajenos a lo que pudiera ocurrir entre Verdún y Tannenberg. Qué se podría decir de miles de africanos indígenas; de cientos de etnias latinoamericanas; de ciudadanos instalados en las antípodas a Europa; de los millones de campesinos en el lejano oriente. No es que neguemos que los que tuvieran conocimiento de aquella guerra no sintieran el horror y la solidaridad de la desgracia ajena, o supieran preveer en su justa medida el calibre de tal debacle para el género humano, en absoluto; sino que, desde un punto de vista histórico, aunque sean coetáneos en el tiempo al fenómeno bélico, no lo son sin embargo en las coordenadas esenciales que dirigen sus destinos políticos y sociales. En este sentido, la guerra no fue tanto la partera de la historia -según la idea hegeliana-, sino más bien la paz, la paz posterior a la guerra, fue la que verdaderamente modificó fronteras, condicionó los tiempos venideros y globalizó, algo más, los destinos de toda la humanidad. La guerra hecha por unos pocos -comparándola con el resto de la población mundial- no condicionó tanto como su paz posterior que, concebida por menos todavía que esos pocos (los vencedores) obligó a muchos y por mucho tiempo. Una vez más, habría que decir que son más importantes para establecer categorías históricas, las paces que las guerras, por cuanto si estas son tan poco duraderas en el tiempo, como destructivas en bienes humanos y materiales, las paces condicionan por más tiempo y de manera más profunda; también este mismo argumento sirve para la categoría anteriormente puesta en solfa: la condición de mundial. Válganos decir esta generalización (aún por demostrar de una manera más empírica): si las guerras condicionan a ciertos actores y determinados escenarios, las paces amplían el número de aquéllos y la geografía de éstos. Pero, como con cierta facilidad, el ejemplo anterior podría sugerir por su cercanía en el tiempo y por ser un hito muy conocido- una lógica consecuencia de los más duraderos y constantes efectos de la creciente globalización en el planeta, con los matices que hemos expuesto, es decir, que el concepto global o mundial sirve a unos intereses y se legitima desde una determinada historiografía; y, además, no conviene tampoco olvidar que, tal concepto, es y se caracteriza porque está en permanente expansión
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o extensión: los que calificaron a la «gran guerra» como mundial, pudieron comprobar que la que le siguió veinte años después era aún más universal y que, un holocausto nuclear hubiera sido -en caso de haberse producidoaún más cosmopolita. Pues bien, sentado que nos hallamos ante procesos y efectos cada vez más mundializadores y globalizadores, que no hemos querido nunca negar sino matizar; no obstante, no conviene olvidar que tales condiciones corresponden sólo a los últimos siglos de la dilatada historia de la humanidad. ¿Cuáles eran las situaciones anteriores para lo que intentamos determinar como la existencia de espacios pacíficos? No se puede tampoco en este caso generalizar, pero si se nos permitiera hacer una retrospectiva general podríamos sugerir que las sociedades que han tenido más dificultades de adaptación al medio natural o que no han sabido acumular la suficiente riqueza para mejorar sus condiciones de vida y atender a sus necesidades han acabado sucumbiendo; igualmente, aquellas otras sociedades cuyos modelos políticos y económicos se han fundamentado en el uso sistemático de la violencia o en excesivas concentraciones de poder tampoco han conseguido armonizar sus intereses a los de otras sociedades gastando excesivas energías en su dominio, o incluso han acabado haciendo un abuso de su entorno natural agotando su propio modelo; asimismo, han existido otras sociedades que imponiendo cierto grado de violencia sobre otras comunidades, y habiendo optimizado ciertas formas productivas o de poder, han conseguido organizaciones cada vez más complejas de producción social, a cambio, de procesos más o menos visibles de mestizaje, interculturalidad e integración. Sean éstos u otros modelos los expuestos de épocas precedentes, los espacios pacíficos se han conseguido cuando las sociedades han alcanzado ciertos grados de equilibrio, seguridad y sostenibilidad. Cuando alguno de estos principios -o todos- se han perdido o deteriorado se apunta el límite de extinción de esa sociedad, bien por propia incapacidad o bien por conquista de otra comunidad. Tampoco conviene despreciar que, en una situación de poco contacto entre modelos sociales diversos, podría darse o garantizarse mejor una mayor perduración de los arquetipos, dicho de otro modo: a mayor aislamiento más posibilidad de mantener en armonía el modelo social; aunque, sin embargo, también cabe señalar que precisamente la riqueza humana (genética, patrimonial, cultural, etc.) se ha hallado, siempre, en la capacidad de contacto, de intercambio y de compatibilidad. Por esto consideramos que los espacios pacíficos han estado y estarán en aquellos modelos políticos, sociales, económicos y culturales que sean
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capaces de armonizar o conciliar sus necesidades con sus deseos, sus potencialidades con sus realidades, cuando sean aptas para mantener equilibrio, seguridad y sostenibilidad. Posiblemente, en tiempos precapitalistas 13 , dada la organización de la producción, las escasas concentraciones de poder (negativo y destructivo) y las formas moderadas de violencia sistemática (aún no con el carácter de holocausto u omnicidio) permitiría hablar de más espacios pacíficos. Si esto es así, una concienzuda historia de la paz nos ayudará a conservar o despreciar esta hipótesis. Lo que no parece menos cierto es que, en el estadio en el que estamos dentro del proceso creciente de globalización, tanto la paz, como la guerra y todas las formas de intermediación y negociación pacífica de los conflictos, están acabando por afectar, de una manera creciente, a más actores y espacios. Lo que también quiere decir que allí donde se siembra y construye la paz hay más posibilidades de extenderla, porque la retícula planetaria lo permite, pero la inseguridad también está en que las formas incluso localizadas de guerra y conflictos violentos, igualmente acaban afectando por cuanto la interrelación planetaria es también mayor. Ese es, por tanto, el reto y el desafío a nuestras voluntades presentes: hagamos lo que hagamos, sea positivo o negativo, acabará repercutiendo en el resto de humanos del planeta. Cabe, también, complementar la terminología utilizada de ‘espacios pacíficos’ refiriéndonos a otra dimensión más concreta y material de la categoría. Cuando hablamos de espacios pacíficos nos podemos estar refiriendo a lo que, históricamente, han sido los edificios destinados, sancionados o consagrados a la paz, aquellos que por haber albergado una función pública, oficial o solemne -en menor medida si han sido espacios privados, aunque también han tenido su funcionalidad y originalidad-, tenían que estar reconocidos legítimamente como carentes de violencia, como superficies y atmósferas que propiciaban el respeto generalizado o que, de manera consensuada, eran admitidos como espacios de paz, o más bien habría que decir donde las formas de la guerra o de la violencia extrema deberían quedar completamente ausentes; bien fueran santuarios, templos, monasterios o cementerios, cuyo marcado carácter religioso hacía que su dimensión espiritual les diera una más acreditada licitud; bien fueran hospitales, sanatorios u otros centros de salud física y mental; o bien se tratara de colegios, orfanatos, casas de recogida o de
13. Cf. HOWELL, S. - WILLIS, S. (eds) (1989) Societies at Peace; London-New York.
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asistencia, dedicados a la beneficencia, todos ellos espacios de rehabilitación que habían de ser, igualmente, respetados porque implicaban el albergue de una humanidad incompleta o deteriorada; bien aludamos a bibliotecas, universidades u otros centros del saber porque donde se supone que está la ciencia está el diálogo y la tolerancia; bien nos refiriéramos a palacios de justicia, chancillerías o cualesquiera otros tribunales, en los cuales la paz era necesaria para impartir con corrección y ecuanimidad la justicia, caracterizada por su ceguera y neutralidad; o bien aludiéramos a edificios o centros de diplomacia, como embajadas y legaciones, o cualquiera otros espacios destinados a la representación diplomática también serían respetados como tales espacios de paz. En este sentido, tanto la Paz de Dios, como el propio concepto de humanidad, junto a la construcción del derecho diplomático o de la sociedad internacional han ido conformando estos espacios para el uso de la paz, como zonas neutrales, como áreas francas donde se puede encontrar, en mayor o menor medida, una cierta inmunidad y seguridad. También, por último y de manera breve, hay que aludir a los espacios caracterizados como símbolos de la paz. En esto cada sociedad ha ido construyendo, a través de formas iconográficas, de programas urbanísticos, de edificios emblemáticos o de lugares simbólicos sus propios espacios de paz, o dedicados a expresar o significar la paz (ausente, conservada o soñada). A ello se han dedicado formas estatuarias o iconológicas diversas, muy pocas sin embargo han conseguido la categoría de universales y mundialmente reconocidas, tales como la paloma, de claras reminiscencias bíblicas. En otras sociedades, como las europeas, los monumentos recordatorios al soldado desconocido -auténticos cementerios en mitad de la trama urbana- son una forma de reconciliación y llamamiento a la paz sobre la base de rememorar la guerra. En otros casos se han abandonado espacios derruidos, tal y como los dejó los efectos de los bombardeos, son los pueblos muertos o pueblos de la guerra, memorias vivientes de un pasado de horror y muerte. En otras sociedades, especialmente indígenas, el espacio de paz puede venir simbolizado por un espacio natural y ecológico, un claro en el bosque o un lugar concreto en una montaña, en muchas ocasiones suele ser un ámbito sagrado porque alberga antepasados o porque en él se celebró un acontecimiento que permite recordar la paz deseada. Sean unas u otras formas, de esta o aquella sociedad, la humanidad tiene la necesidad de representar aquello que especialmente desea y valora. Es precisamente, por último, la capacidad comprensiva e intelectiva de los símbolos, de las formas artísticas, o de
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los componentes míticos que adquieren -con el paso del tiempo o por la sanción de la mayoría- lo que acaba convirtiéndolos en universalizables.
5.
ACONTECIMIENTOS PACÍFICOS
Aunque hasta ahora hemos separado en la Historia de la paz entre espacios (lugares) históricos de paz, momentos históricos de paz y, actores y actrices, que construyen o ayudan a edificar la historia de la paz; en la práctica, tal división sólo existe como artilugio intelectual que nos permite seccionar o diseccionar los acontecimientos para comprender así mejor su devenir. En realidad en todos los casos anteriormente expuestos nos encontramos con múltiples combinaciones de esos elementos fundamentales. No obstante, sí es cierto que desde la última mitad de nuestro siglo XX existen, al menos, dos realidades que ciertamente combinan mejor que ninguna otras todos los elementos en juego: espacio, tiempo y actores. Son realidades tan dinámicas, tan movilizadoras de recursos humanos y energías positivas que prometen tener una continuidad en el tiempo (para el próximo siglo), en el espacio (llegar a todos los rincones del planeta), e implicar, cada vez a más y más grupos sociales (actores y actrices) comprometidos con la construcción de la paz y sus actividades. En ambos casos nos estamos refiriendo: de una parte, a la expansión de la galaxia de los derechos, libertades y necesidades humanas que supone la Declaración Universal de los Derechos Humanos y; de otra, a la utilización de la no-violencia como instrumento de cambio y transformación social y política en cada vez más sociedades que necesitan modificar sus realidades injustas, indignas y violentas. Ambas variables nos representan mejor que ninguna otras sus potencialidades, sus proyecciones para el futuro y la búsqueda de denominadores comunes que traspasen cualquier forma o fondo de relativismo cultural o social. Ambas se están convirtiendo no sólo en instrumentos sostenibles, eficientes y resueltos para los cambios en dinámicas sociales incluso muy anquilosadas y enquistadas, sino también en una forma de construcción de una ciudadanía universal que reclama formas de poder y de distribución de la riqueza más sostenibles y permisibles para la humanidad y el planeta. Asimismo, y dados los cambios operados en las últimas décadas, como han sido la caída de ciertos paradigmas políticos e ideológicos, como el supuesto triunfo de determinadas formas de producción e ideas, tanto los derechos humanos, como la no-violencia, resurgen como filosofías y
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formas de pensamiento autónomos y fuertes, capaces de retomar poderosos elementos éticos y universales de la humanidad, de ilusionar tanto desde un punto de vista de la reflexión intelectual, como de la construcción moral, y hacer aportaciones genuinas y positivas a los retos pendientes de la especie humana en su relación consigo misma y con el planeta.
5.1.
Los derechos humanos
La conquista por el reconocimiento de los derechos humanos en todos los rincones del planeta y su extensión a cada vez más seres humanos es un hito notorio para la construcción de la historia de la paz. Con los derechos humanos, la historia de la paz se refuerza, se reafirma y se acrecienta en los valores de la dignidad, la justicia y la libertad de «todos los miembros de la familia humana». La historia de su construcción es paralela a la historia de la paz, porque han sido todos los seres humanos, todas las sociedades y sus valores los que han ido aportando, desde todas sus concepciones mitológicas, religiosas o filosóficas parte de lo que hoy es considerado como patrimonio común. La denominada Declaración Universal, aunque aprobada en el siglo XX, no deja de ser sino el resultado más acabado y último de una largísima trayectoria humana de lucha por las libertades y por la dignidad, que no se agota en la mencionada declaración. Aquélla es un punto de referencia esencial, un espacio o territorio común que permite a los ciudadanos de bien, a las víctimas, a los débiles, etc., pero también a los poderosos, a los violentos y genocidas tener un punto de referencia ético, universal, de fuertes vinculaciones morales, que nos recuerda la dependencia que tenemos los unos de los otros, que nos evoca el lugar más alto de conquista al que hemos llegado y aspirado como humanidad, que nos despierta contra las injusticias y los atropellos. En los derechos humanos se combinan las tres variables utilizadas: espacio, tiempo y actores. No es poco que, toda la humanidad, se halla puesto de acuerdo en hacer suya la Declaración, que se haya podido llegar a ese altísimo grado de consenso. Ello ha hecho posible que, hoy día, ningún gobierno -aunque sea dictatorial-, que ningún grupo -por muy violento que sea- se pueda permitir el desliz o el lujo de convertir públicamente la Declaración en papel mojado, en ropa vieja, en un instrumento inservible. Las implicaciones políticas, sociales y judiciales de la Declaración, junto al dinamismo de los actores y organismos públicos
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en velar por el cumplimiento de la misma han hecho proliferar más y más mecanismos de observancia y respeto contra su violación. Aún quedarán muchas situaciones impunes, aún habrá muchos dictadores que se mofarán indirectamente de la Declaración, pero cada vez más se puede apreciar el poder vinculante y la capacidad dinamizadora y moral que tiene la Declaración. Nos atreveríamos a decir que ha sido el instrumento más acabado que resumiría -mejor que ningún otro- la historia de la paz elaborada por la humanidad, dándole una capacidad de pragmaticidad, universalidad y obligatoriedad: que sirve para fijar criterios; que ayuda a resolver conflictos; que es una referencia para débiles y fuertes; que coloca al ser humano en el centro del universo político, económico, social y cultural; que echa raíces para construir futuros de paz; que alienta la reconciliación planetaria; etc. Este compromiso internacional con los derechos humanos no sólo ha generado nuevos pactos y «paces» entre estados y gobiernos, sino que ha creado una retícula de organizaciones, grupos sociales y actores políticos que velan por un cumplimiento más profundo y amplio de la Declaración. Son especialmente estos actores y actrices los que están haciendo más por la Historia de la paz y la reconciliación. Una sociedad civil internacional que colabora, amplifica y mejora con sus acciones las múltiples dimensiones que pueden tener los derechos humanos en los planos socializadores, educativos, ambientales, económicos, políticos, emocionales y reconstructores. Cada incorporación, cada nueva variable al debate esencial de los derechos, sea la lucha contra la tortura, la denuncia de la utilización de los niños en las guerras, la abolición de la pena de muerte, la extinción de las formas de esclavitud, etc. son jalones para la construcción de una Historia de la paz con vocación de sostenibilidad y perdurabilidad.
5.2.
La no violencia
La «no-violencia» significa, sobre todo a partir de un determinado momento, una táctica y estrategia social y política en la que sus presupuestos esenciales son las acciones pacíficas. Su virtualidad es que aprende sus presupuestos teóricos y prácticos de la historia de la paz, de las experiencias de regulación pacífica a lo largo de toda la historia, para convertirlos en filosofía y teoría de acción práctica comprometida con el cambio social.
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Conviene empezar señalando una obviedad que se suele olvidar con mucha frecuencia pero que resulta importante destacar aquí: la antítesis o la antinomia de la «violencia» no es la «no-violencia», es la paz. En este sentido, esta idea queda aún más corroborada por cuanto la noviolencia -aunque podría ser un fin en sí misma por su altura moral-, sin embargo, pretende ser sobre todo un sistema y un instrumento de lo más útil y eficaz para conseguir la paz. Es, además, la utilización sistemática de medios pacíficos para resolver los conflictos, buscando los puntos de encuentro con los otros, averiguando los denominadores comunes, persiguiendo juntos más y mayores cotas de verdad..., pero sin dañar, sin lastimar, sin arruinar a los adversarios, desdeñando la violencia como método puesto que ésta engendraría más violencia y delataría la bajeza moral y ética de nuestras argumentaciones. Se trata de una forma, también, de presión moral que pretende liberar. De una fuerza tenaz fundamentada en la confianza y la certidumbre, de una capacidad de persuasión sin límites, de una demostración permanente de una ética de la convicción que, por mucho que apremie y presione sobre los adversarios, nunca les causará daño físico o moral. Por todo ello también cabe identificar este modelo de liberación como una forma constructiva y creativa de hacer la historia, dicho de otro modo, la historia de la no-violencia está alimentando significativamente la Historia de la paz. En este sentido, también, la no violencia es una de las corrientes de expresión humana más antiguas y universales, que no siempre se ha evidenciado -en los libros de historia- con toda su potencialidad. Su historia, sin embargo, es rica y se ha manifestado a través de múltiples expresiones religiosas, políticas, sociales, económicas, tanto colectivas, como individuales, aunque no siempre el concepto haya estado muy claro por quienes lo practicaban con una cierta sistematicidad o por quienes lo usaban de manera ocasional. En la contribución a la no-violencia han estado personajes y doctrinas que han influido poderosamente en la historia de la humanidad, pero que no siempre han sido reconocidos desde esta perspectiva. Así en corrientes filosóficas, religiosas o éticas como: el jainismo, el budismo, el taoísmo, el cinismo, el estoicismo, el cristianismo primitivo, el cristianismo radical protestante (husitas, mennonitas, cuaqueros, amish, etc.); o, en formas de desobediencia civil, resistencia pacífica, objeción de conciencia e insumisión, se pueden extraer fuentes, contenidos y símbolos que han alimentado y enriquecido la aportación de la no-violencia a la Historia. Asimismo, personajes históricos de la talla de Lao Tsé, Buda o Cristo, han influido
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tan poderosamente con su palabra y su forma de vida que han sabido encarnar justamente lo que la no-violencia quería aportar de novedoso, de liberador y de constructivo a la humanidad. Y, mucho más recientemente, personajes como Henry D. Thoureau, León Tolstoi, Mohandas Gandhi, Badshan Khan, Albert Schweitzer, Albert Luthuli, Martin Luther King, Lanza del Vasto, Dorothy Day, Hélder Cámara, Adolfo Pérez Esquivel, Nelson Mandela, Danilo Dolci, César Chávez, Petra Kelly o Aldo Capitini, entre otros muchos, han sido y son referentes obligados para la comprensión de la filosofía y la acción de la no-violencia. La coherencia entre sus escritos, su vida y su obra, junto a su capacidad de liderazgo, de creatividad e influencia han hecho que traspasen fronteras geográficas y culturales. Volviendo a los principios sobre la no-violencia, éstos están basados en un corolario de fundamentos teóricos y filosóficos, religiosos y éticos, no fácilmente limitables, entre los primeros se destacan: el máximo respeto por las personas, evidenciado en un conjunto de premisas tales como la existencia de una única especie humana que hay que preservar y proteger; que los hombres deben hablarse y entenderse puesto que tienen una misma naturaleza; la utilización de la persuasión antes que la coerción, que implica usar todas las habilidades del razonamiento y del entendimiento para convencer; apostar por enseñar, documentar e instruir con el ejemplo propio; revelar mediante la sinceridad cuáles son nuestros deseos y expectativas; escuchar y comunicarse profundamente con los demás; etc; y la práctica continuada y la profundización de sus acciones, que no es una teoría para conseguir determinados fines y olvidarse de ella, sino que es una práctica continuada. No se trata de una táctica de combate contra el poder sino una forma espiritual de revelarse pacíficamente contra el mal o contra el poder que nos resulta injusto e insoportable; es una teoría para la acción y el cambio social; en este sentido la no violencia se acerca a ser una práctica religiosa, una forma de entender y comprender el mundo y las relaciones humanas). Es, por tanto, su fuerza, la forma de su presión, su recomendación ética la que permite hablar más allá de una simple «buena voluntad» -curiosa y sorprendentemente eficaz-, sino de un pensamiento y una acción combinadas para ejercer y facilitar cambios en aptitudes, comportamientos y conciencias.14
14. Cf. NAGLER, Michael N. (1986) «Nonviolence », en LASZLO, Ervin y YOO, Jong Youl (eds.) World Encyclopedia of Peace, Oxford, tomo II, p. 75.
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En una historia de la paz, cercana en el tiempo a nosotros, la noviolencia ha sabido demostrar su gran influencia en multitud de movimientos sociales y de acciones colectivas en favor de los derechos civiles de la minorías raciales desposeídas, de la lucha contra el apartheid, de la defensa de los derechos de las mujeres y los niños, de los movimientos por el desarme y el pacifismo, de grupos con formas de vida alternativos, de comunas o movimientos vecinales, etc.; sino porque desde un punto de vista práctico, la no violencia es una doctrina con una enorme potencialidad para legitimar cualesquiera fines que se persigan, porque es capaz de levantar mayoritarias simpatías incluso entre quienes no comulguen con esos movimientos; y porque genera enormes satisfacciones entre quienes la practican, otorgándoles una estatura moral primordial. Este fue uno de los muchos méritos históricos de Gandhi, Luther King, Day o Chávez, el de elevar espiritualmente a los «sin voz», a los desfavorecidos, a los «intocables», a los «indeseables», a los indefensos de las sociedades en las que ejercieron su liderazgo e influencia; haciéndoles -a todos ellos- copartícipes y protagonistas de un cambio político y social en su país, que no sólo era el de precipitar la liberación nacional, étnica o social, sino desde la noviolencia ser capaces de aportar su peso específico (por su número y por su cultura) a la construcción de sociedades diferentes donde la reconciliación, la justicia y la dignidad no desaparecieran del horizonte programático y real de sus comunidades.
6.
UNA HISTORIA DE LA PAZ
Creemos que dado el grado de conocimiento que hoy tenemos de la historia en general y gracias a la gran cantidad de corrientes historiográficas y de enfoques existentes, en gran medida suscitados por los debates, las preguntas realizadas al pasado y las respuestas aportadas, sería posible reconstruir una Historia de la paz.15 No obstante, a pesar de un notable empeño, esta tarea no podría completarse en breve, ni tampoco creemos que esté exenta de dificultades. Lo que sí estimamos
15. Algunas revistas como Peace and Change, o Journal of Peace and Conflict dedican parte de sus esfuerzos a reconstruir acontecimientos, hitos y procesos que podrían integrarse en una Historia de la paz.
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pertinente subrayar es la necesidad de que esta parte tan importante y significativa de la aventura humana sea componente de la Historia General, que la Paz -como conjunto de regulaciones pacíficas de los conflictos y como experiencia creativa- sirva para explicar con más profundidad buena parte de las conductas humanas, de los hechos y procesos históricos.
6.1.
Una historia de paz y violencia
En definitiva, lejos de cualquier tipo de ingenuidad, es necesario recuperar la Historia de la Paz y con ella contribuir a construir la única Historia posible: la que aúne, analice y explique, la existencia, las estructuras y las dinámicas de los distintos grupos, las diversas realidades, las diferentes culturas, las distintas conductas y actitudes. Y, sin obviar o infravalorar el significado de cada una de estas instancias, hacer especial hincapié en sus interrelaciones que son, en definitiva, las que permiten comprender unitariamente toda la sociedad humana, dado que ellas nos dan la dimensión de la riqueza, complejidad y abundancia del género humano en su indisociable sociabilidad. Sabemos, también, que desde sus orígenes la «violencia» -ya sea por causas económicas, políticas, ideológicas, militares, de genero o étnicas-, ha sido ante todo la fijación e institucionalización del uso de la fuerza, mediante la cual se discrimina la satisfacción de las necesidades de grupos o individuos en beneficio de otros.16 Desde que las sociedades, y particularmente los grupos dominantes, descubren la violencia, ésta jugará cada vez un papel más destacado en sus proyectos y sistemas. Sin lugar a dudas, debemos reconocerle a la violencia un carácter de primera magnitud en el devenir histórico, máxime
16. Las anteriores son las causas que habitualmente se identifican con el nacimiento de la violencia, aunque es posible que hayan podido existir otras, además de sus correspondientes interrelaciones. Víd. MUÑOZ, Francisco. A. (1993) «Causas y origen de la Paz (... y la guerra)», RUBIO, Ana (ed.) Presupuestos teóricos y éticos de la paz, Granada, 102. Tales conductas se confunden a veces con la agresividad sobre la que se apoya, sin embargo ésta -como el resto de los instintos- está destinada a garantizar la continuidad de la especie y, por tanto, puede ser valorada como constructiva. Cf.: LABORIT, H. (1981) «Mecanismos biológicos y sociológicos de la agresividad», La violencia y sus causas, Madrid, 47 ss ; EIBL-EIBESFELDT, I. (1989) Guerra y Paz, Barcelona.
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si utilizamos un concepto amplio en el que incluimos muchas formas de poder y fuerza, la coerción, la explotación, la marginación, la discriminación, etc. Sin embargo, esto no nos debe de llevar a creernos que todo absolutamente es explicable en claves de violencia, o que ésta está omnipresente en todos los acontecimientos históricos. Y, tampoco negamos -aunque no las compartamos-, que algunas teorías historiográficas -las cuales han tenido mucho predicamento-, se apoyan en la interpretación general de que la violencia es la fuente y fundamento de la Historia. De una violencia que sin ser sometida a un análisis crítico, sobre sus características y limitaciones, pueda ser sobredimensionada en su presencia e importancia.17 Nos gusta suscribir la idea de que, al menos, el 90 por ciento de la historia de la humanidad ha tenido lugar, y en parte sigue teniendo lugar, sin violencia18 ¿Qué queremos dar a entender al señalar esta cifra tan alta? Desde luego, nada que tenga que ver con el intento de polemizar sobre si se trata de ésta u otra cifra similar expresada arriba o abajo de este guarismo, sino con el valor simbólico que queremos expresar y resaltar con aquélla. Es decir, que la mayor parte de la Historia de las sociedades humanas se han desarrollado o han vivido con formas que podríamos denominar pacíficas, o con modelos que no han necesitado utilizar la violencia en sus programas de vida o en sus sistemas políticos y económicos. Y, si esto puede ser considerado como algo generalizado en el pasado -casi seguro en una etapa prehistórica entre 35.000 y 10.000 años a.C, donde creemos que la violencia instituzionalizada o como una forma esencial de organización no se dio-; también debe utilizarse esta sugerencia para muchas formas de convivencia y colaboración entre personas y colectivos que ya en etapas históricas, o muy esporádicamente utilizaron la violencia, o renunciaron voluntariamente a ella por entender que no le satisfacía para alcanzar sus necesidades. Asimismo, queremos también señalar que, el hecho de que muchos sistemas sociales en sus formas de organización y distribución del poder -especialmente con el surgimiento y desarrollo de las organizaciones estatales- utilicen ciertas formas de violencia, esto no quiere decir que
17. El Manifiesto de Sevilla de la Unesco (París, 16 de noviembre de 1989) advertía en sus proposiciones sobre el uso inadecuado de hechos y teorías científicos con el fin de legitimar la violencia y la guerra. 18. Cuyas primeras formas las descubrimos asociadas a los estados y sus procesos de formación. Cf. MUÑOZ, F. A. (1993) «Sobre el origen de la Paz ... »
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cualesquiera individuos que viven en esos sistemas tengan que sentirse impelidos a utilizar o a comportarse conforme a las reglas que pueda imponer la violencia. Como fenómeno cultural, la violencia, requiere al menos en algunos de sus aspectos y de sus formas de expresión- de un cierto grado de voluntariedad, conformidad y consentimiento. Y, muchos humanos, han demostrado a lo largo de la historia que no están dispuestos a dejarse llevar por la violencia sistemática para arreglar sus desacuerdos con otros humanos, o que simplemente ciertas formas de violencia no deben formar parte de sus horizontes de vida. Y, no creemos que se trate tanto -como se repite con demasiada frecuencia- de que los ciudadanos no ejerzan su (capacidad de) violencia por temor a ser castigados por la violencia institucional, sino porque entienden que razonablemente es mejor vivir pacífica que violentamente sus relaciones con los demás, sin menoscabo de recurrir a ésta cuando lo estimen necesario (pero también excepcionalmente).
6.2.
Regulaciones violentas y «violencia estructural»
Uno de los mayores avances con respecto al estudio de la violencia ha sido el desvelar las relaciones causales existentes entre las diferentes escalas donde se produce aquélla. Para ello hubo que ampliar el concepto, con la finalidad de considerar no sólo aquellas situaciones en las cuales se ejercía una violencia directa contra el cuerpo de las personas (agresión, asesinato y, sobre todo -y fundamentalmente-, guerra) sino estimar, también, aquellas otras en las que, siendo posible, no se satisfacían las necesidades (explotación, marginación, intercambio desigual, pobreza, hambre, etc.).19 La primera pregunta que al respecto se hizo la Investigación para la paz fue cómo eran las relaciones entre una y otra formas de violencia, apreciando que existían claros vínculos entre ellas. Pero el avance más espectacular se dio cuando se precisó que podían existir relaciones causales entre las diferentes escalas e instancias donde se regulan violentamente los conflictos, a la categoría analítica que representaba esto se le llamó violencia estructural, sobre la que ya hay abundantes estudios, y por tanto
19. UNESCO (1981) La violencia y sus causas, París.
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no nos vamos a detener en analizarla, pero al menos sí queremos insistir y dejar constancia de la importancia de su conceptualización.20 Tradicionalmente se ha considerado que los ejércitos (las guerras) son las instituciones que representan la mayor concentración de la fuerza (violencia) en las sociedades. Los ejércitos también han servido y sirven de baluarte y símbolo de la violencia, como patrón fijo, omnipresente, intimidatorio, de regulación oficial de conflictos (violencia institucionalizada). Igualmente, la guerra y el armamentismo no son sólo una manifestación de la violencia directa sino que potencian la violencia cultural y simbólica. Su virtualidad es que en la mayor parte de las ocasiones no tienen que utilizarse o, cuando actúan, no tienen que usar toda su capacidad destructiva. Siendo, aún importantísima, por tanto, la presencia de esta clase de fuerza (ejércitos, policías, guerras) para intimidar, amenazar o crear violencia física -institucional y simbólica-; sin embargo, paradójicamente, los estudios sobre violencia estructural nos han llamado la atención sobre la cantidad de víctimas que ésta genera debido a causas estructurales (hambre, marginación, etc.), todavía más sacrificados que la propia guerra. Explicado en clave de conflictos, la violencia (una y otra, en definitiva, todas) supone que ante los distintos intereses dispares, y en ocasiones enfrentados, en el seno de una sociedad, ciertos individuos o grupos que en ella viven optan por gestionarlos de tal manera que satisfagan mejor sus necesidades, pero a costa de los demás. El aprendizaje, en definitiva, y/o los beneficios, de esta solución discriminatoria puede ser aplicada en otras situaciones con idénticos fines: el interés propio. Lo cual puede contribuir a la creación de una cadena (que relaciona y retroalimenta todas las formas de violencia y alimenta sus diferentes escalas y niveles de expresión) en la que los beneficiarios de tales acciones tiendan a asegurarse la continuidad y acumulación de las mismas (las necesidades). Así se puede entender que los que acumulan recursos económicos (tierras, alimentos, productos, servicios, etc.) estén, también, tan interesados en controlar el poder político, y con él -tal y como está estipulado en las formas de organización estatal-, los ejércitos, las fuerzas del orden, y todos sus correlatos (como las guerras).
20. Cf. GALTUNG, J. (1985) Sobre la Paz, Barcelona, 27-72 (Primera edición en inglés en 1969); y (1995) «Violencia, Paz e Investigación sobre la Paz», Investigaciones teóricas. Sociedad y cultura contemporáneas, Madrid, 311-354.
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6.3.
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La matriz social de los conflictos: la dialéctica paz imperfecta/ violencia estructural
Como puede presuponerse en la práctica social los conflictos no son explicables solamente por la paz imperfecta, como tampoco lo son por la violencia estructural. Ambos, sólo, son ideas y conceptos que nos sirven para aproximarnos al conocimiento de la dinámica histórica, ésta es más compleja y rica que lo que alcanzan a explicarnos aquéllos; y, en este caso, es precisamente la combinación de ambos lo que nos acerca más sutil y verazmente a la realidad. Pensamos que los grupos humanos experiencialmente intentan vías alternativas (pacíficas o violentas) de regulación de los conflictos, cada sociedad genera respuestas pacíficas y no pacíficas ante los conflictos, los actores (individuos, grupos, instituciones, etc.) abordan (consciente o inconscientemente) la multifactorialidad de sus situaciones, de ello depende el satisfacer sus deseos, sus necesidades, sus proyectos, en definitiva su éxito. En la realidad no existen ni individuos ni grupos que puedan ser catalogados, unívoca o simplemente, como pacíficos o violentos. Tal como vimos al referirnos a la paz imperfecta, la propia paz no puede ser entendida como intachable, pura y acabada -eso nos alejaría de la realidad y nos acercaría a un idealismo ilusorio- por lo tanto, cuando optamos por buscar un término que nos permitiera un mayor juego analítico, tomamos el calificativo de imperfecta, porque el mismo nos indica su estado real en permanente construcción y creación. Asimismo, tampoco la violencia estructural resulta capaz de explicarlo todo, porque ninguna de las dos existe por sí misma, la imperfección de ambas consiste en la obligada convivencia de la una con la otra. Por ello, incluso, para explicar mejor esa realidad compleja, optamos por introducir el término matriz social para acentuar el sentido de un espacio donde conviven todas las posibilidades, donde los actores sociales barajan todas las probabilidades en juego, y donde dependiendo de las relaciones y potencialidades coyunturales se opta por una salida u otra. Pensar en clave de matriz supone aceptar que en todas las sociedades existen potencialmente variadas contingencias y posibilidades para optar por unos u otros proyectos, explicitados de una forma más o menos clara, dispuestos para entender, gestionar o superar los conflictos, las cuáles (posibilidades) -de acuerdo con las dinámicas sociales- son barajadas y seleccionadas.
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Desde esta perspectiva, se podrían explicar las realidades históricas y sociales de los conflictos a partir de las distintas mediaciones e interrelaciones (diacrónicas y sincrónicas, etc.) entre la Paz imperfecta (interrelaciones causales entre los distintos ámbitos y escalas donde se regulan pacíficamente los conflictos) y la Violencia estructural (interrelaciones causales entre los distintos ámbitos y escalas donde se regulan violentamente los conflictos). Esta perspectiva, también, refuerza el camino de la construcción de una dialéctica superadora del dualismo antagonista entre lo pacífico y lo violento, el bien y el mal, al aceptar que existen un sinfín de posibles situaciones intermedias sujetas a diversas dinámicas. En consecuencia, para el análisis de las dinámicas sociales es necesario tener en consideración tales factores, las vías y las relaciones multilaterales, los proyectos alternativos y coetáneos, ambivalentes, las interrelaciones entre el interior y el exterior de los sistemas humanos, entre las múltiples escalas, etc. La violencia estructural y la paz imperfecta pueden ser conceptos útiles para tales fines. Aunque para ello haya que entenderlos también no como compartimentos estancos sino como realidades interconectadas a su vez por una serie de correlaciones, mediaciones y negociaciones vivas, dinámicas y activas.
6.4.
Correlaciones, mediaciones y determinaciones
Por supuesto que no todas las situaciones vividas en la historia pueden ser interpretadas en clave de conflictos. Tampoco toda dialéctica de los conflictos debe simplificarse en violentos o pacíficos, una serie de circunstancias, estancias e instituciones sociales, que por sí mismas no suponen la opción por una u otra, sirven para correlacionar, mediar y articular las diferentes posibilidades para las vías alternativas de la regulación del conflicto. De entre ellas la negociación es la forma más visible y notable de mediación que articula las distintas realidades de los actores en colisión y es una herramienta para afrontar los conflictos. No parece que valgan, por tanto, leyes generales que nos den la respuesta precisa en cada ocasión, la realidad suele ser más esquiva, más huidiza, menos clara, lo que nos obliga a estar permanentemente precisando y matizando las cosas y los casos. Un ejemplo notorio de esto son las instituciones e instancias que juegan papeles ambivalentes, que tienen dobles caras, como es el caso de los estados, benefactores para unos, satánicos para otros, porque lo cierto es que los estados articulan el uso
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de las soluciones violentas y, también, no violentas. Asimismo, desde nuestra perspectiva histórica y tomados como procesos de larga transición, aspectos organizativos como la división sexual del trabajo, la centralización, y la especialización -entre otros-, surgieron también para resolver o paliar problemas planteados en la sociedad humana, los cuales han ayudado y siguen ayudando a conciliar dificultades civilizatorias y técnicas, pero asimismo con esa perspectiva histórica también han servido para institucionarlizar usos y formas de violencia. Pero son, sin duda alguna, los estados, su concentración de poder, las energías acumuladas para el uso de la violencia, lo que los convierten en hegemónicos en sus relaciones con otras sociedades y con respecto a los individuos. Una vez más, cabe señalar, que nacen para resolver algunos problemas crónicos de las sociedades pre-estatales; pero, también por contra crean nuevos problemas, ya desde sus inicios -y acentuados con el paso del tiempo y a pesar de su evolución-, convirtiéndolos -muy pronto- en instituciones representativas de los grupos dominantes; y, sin embargo, en otras muchas ocasiones servirían para mediar, reconocer y satisfacer las necesidades del conjunto de la población. Esto marcó en el pasado, distingue en el presente; y, previsiblemente, seguirá caracterizando en el futuro su polivalencia a lo largo de la historia, pero sin ser ésta una norma o ley general, sino una hipótesis analítica para que determinemos, en cada caso, en cada tiempo, con qué actores, responde más a una cosa que a otra y, sobre todo, en relación a la satisfacción de necesidades y a la correlación, mediación y determinación de los conflictos. Evidentemente los proyectos de articulación de la realidad, de regulación de los conflictos, han variado en el espacio y el tiempo; asimismo, los propios actores han sufrido, también, modificaciones. Pero, aunque quizá pocas, también algunas de estas variables han permanecido constantes, al menos esto nos señalan algunas líneas historiográficas o filosofías de la historia.21 En cualquier caso preguntarse por las relaciones que se establecen entre los «protagonistas» es una manera de analizar y comprender lo que ocurrió. Asimismo, cuestionarse sobre si en estas relaciones
21. Éstas preguntas no son nuevas, ni tampoco han estado excentas de respuestas. Cabe recordar como para Hegel lo determinante era el Espiritu Absoluto y para Marx, desde la perspectiva del materialismo, lo era la economía. Cf. FREEDMA, Maurice DE LAET, SigfrieD. J. - BARRACLOUGH, Geoffrey (1981) Corrientes de la investigación en las ciencias sociales. 2. Antropología, Arqueología, Historia, Unesco, Madrid-París.
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existen algunas que sean más decisivas que otras, más determinantes, es el camino para aproximarse a las causas y esa es, en gran medida la labor del historiador. En consonancia con todo lo aquí expuesto pensamos que un factor determinante -a lo largo de la historia- ha sido la satisfacción de las necesidades, ante todo las primarias: unas sujetas a lo material como la vivienda, el vestido o la comida; pero, otras sujetas a la parte «espiritual» y psicológica del ser humano -no desdeñable y complementario de lo material-, como autoestima, amor, educación, armonía con la naturaleza, integración social, etc. Por tanto, se puede comprobar cómo la satisfacción de necesidades está ligada tanto a la organización económica, como a la distribución de lo político y lo social. Lo cual podría ser entendido por una generalización o una vaguedad, porque con ello estamos señalando que todo es condicionante, y ciertamente esto sería así si no fuera porque lo importante de las necesidades es, precisamente, el juego de la graduación social que sobre su satisfacción se produce, esto es lo decisivo.
7.
LA CONSTRUCCIÓN DE FUTUROS PACÍFICOS
Todas las sociedades han encerrado en su acervo cultural la prevención del «mañana», del «futuro», de las próximas horas, días, semanas, años, de sus ciclos de vida humanos, los ciclos de vida de la naturaleza, etc. En este mañana se proyecta la reproducción de sus condiciones de existencia, individuales y colectivas. Esto puede ser leído, hasta cierto punto como solidaridad con generaciones futuras, probablemente, porque en muchas ocasiones no existe una clara diferencia entre el «yo» y los «demás» ni en lo coetáneo ni en el tiempo. Se podría afirmar que la cultura siempre tiene una funcionalidad de futuro, ya que: fija en el tiempo instrumentos para la satisfacción de necesidades, el aprendizaje humano tiene (sólo) proyección de Futuro y la memoria colectiva es el instrumento utilizado para garantizar toda esta continuidad. De tal manera que muchos cambios de organización y de estructuras se relacionan con la prevención del futuro. La propia naturaleza (estaciones, ciclos agrícolas, cambios climáticos, etc.) condiciona a adaptar las formas productivas (caza y recolección, almacenamiento, nomadismo sedentarización, revolución agrícola y revolución urbana, acumulación de técnicas y conocimientos, etc.) a los acontecimientos venideros. En este sentido todas las formas de autoridad
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y poder, las normas, las leyes, los monarcas son los garantes del futuro. Quienes controlan el pasado (escriben la historia) también lo hacen con el futuro. La construcción del pasado se basa, hasta cierto punto, en el control del futuro. Ahora se trata de utilizar el conocimiento científico, nuestra capacidad para reflexionar y analizar nuestras propias acciones, para construir unos escenarios futuros donde la mayor parte de los conflictos se regulen pacíficamente. En realidad, la cuestión del horizonte temporal ha estado muy presente en las ciencias sociales, prever o prevenir la aparición de situaciones problemáticas o aportar juicios sobre cómo aplicar ciertas terapias a la luz de los análisis sobre la realidad pasada o presente es parte de la tarea y de la capacidad de prospectiva que tienen aquéllas.22 Hoy día, el futuro es igualmente objeto de conocimiento y, en su relación con la historia, o con la historiografía, también lo es como indicativa ésta respecto de aquél. Recordemos cómo escuelas históricas como el marxismo o el liberalismo-burgués articulan sus propias cosmologías laicas frente al futuro; la una haciendo predicciones sobre las contradicciones internas de los sistemas y el empeoramiento de los mismos que darán lugar a rupturas revolucionarias y a la creación de una sociedad futura completamente nueva y sin clases, pesimista en cuanto a los futuros cercanos pero optimista en tanto que el cambio revolucionario triunfará y traerá el inevitable socialismo; la otra, cree -con su obstinado optimismo en el progreso material y expansivo- que el futuro ya ha comenzado, puesto que para aquél estamos en la mejor de las sociedades posibles, la del desarrollo tecnológico, científico y material, con estas claves cualquier tipo de problemática futura -cercana o remota- quedará superada por la capacidad humana de innovación y resolución de los escollos de orden técnico. Y, aunque ambas se han enfriado como corrientes de pensamiento en los horizontes intelectuales y académicos -una más que otra, para la buena verdad-, siguen siendo un buen ejemplo de su capacidad de hacer ingeniería social (construir modelos sociales) y, sobre todo, de ilusionar (creación de imágenes aún no reales). Igual que estas corrientes doctrinales han tomado su interés por el futuro, también lo han hecho otras disciplinas como la economía ,muy
22. SÁNCHEZ, Jesús - MUÑOZ, Francisco A. - JIMENEZ, Francisco. - RODRÍGUEZ, Francisco Javier. (Eds.) (1995) Paz y prospectiva. Algunas consideraciones, en Paz y prospectiva. Problemas globales y futuro de la humanidad, Granada, 11-31.
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conocidas son sus predicciones especialmente a medio y corto plazo), la politología (sobre la capacidad de vida y regeneración de sus modelos y sistemas), la sociología (sobre el comportamiento y los hábitos sociales), etc.; y, este es también el caso de la Historia. Ésta se constituye no sólo en guía (maestra y consejera) del presente, sino también del futuro, por las ventajas que tiene al basarse en acontecimientos ya estructurados, en hechos y datos documentados, poseyendo un significado objetivo propio que instruye por sí mismo. Ciertamente, ello implica que puede servir para el futuro si aquélla es capaz de alumbrarnos sobre guías de acción, búsqueda de constantes y de tendencias, así como orientaciones sobre leyes del desarrollo humano, si es apta para señalarnos líneas, caminos y fuerzas, sin que con ello se caiga en la miseria del historicismo (sea conservador o revolucionario) o en la negación de la libertad y la voluntad humanas para elegir y construir su propio futuro. Asimismo, la Investigación para la paz, al realizar sus diagnósticos y análisis de la realidad cercana también tiende a hacer proyecciones, representaciones y pronósticos, es decir, digámoslo de esta manera: trata de pronosticar) lo que no significa adivinar o profetizar) el futuro, precisamente uno de sus muchos valores está en su tendencia particular a ser una herramienta eficaz en este sentido; siendo en unos casos una forma de alerta temprana, de recomendación humanista o de previsión causal. Aunar Historia e Investigación para la paz en el terreno que estamos argumentando significa tanto como preguntarnos si la Historia de la paz tiene capacidad y posibilidades para decirnos algo sobre el futuro, si nos pueden servir de algo sus recomendaciones, si también puede ser maestra, consejera y guía sin caer, precisamente, en ninguna filosofía historicista o en la simple especulación, al fin y al cabo no hay conocimiento científico que no sea hipotético; por ello, la Historia de la paz -como interpretación histórica- pudiera darnos algunas claves y normas para construir futuros pacíficos, ofrecernos algunas herramientas, tales como espejos en los que podernos reconocer como capaces para regular juiciosamente los conflictos, e inspirarnos aliento y audacia para usar de nuestra libertad. Para tratar de demostrar esta pragmaticidad y plasticidad de la Historia de la paz en su relación con el futuro queremos proponer algunos campos en los que, sin buscar leyes fundamentales del comportamiento social con pretendida validez universal, sean, al menos, orientativos: sea la paz como punto de confluencia de la diversidad, la multiculturalidad y los conflictos; sea un instrumento para crear imágenes positivas del futuro; o pueda crear, fomentar y consolidar una cultura de la reconciliación y de la paz.
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7.1.
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La paz como punto de confluencia de la diversidad, la multiculturalidad y los conflictos
La paz ha sido en el pasado y deberá ser en el futuro un punto de encuentro, de confluencia y de diálogo, sea entre religiones, filosofías, culturas, intereses o cualesquiera otras posibilidades o materias. Ser un punto de confluencia indica que su naturaleza busca crear territorios comunes donde las disparidades y diferencias acaben encontrándose, entendiéndose y mezclándose, para dar como resultado algo diferente y, a ser posible, superador de lo anterior. La paz no sólo es, y por tanto, construcción de su tiempo, sino proyección de futuro, anticipo, preparación de éste para encauzarlo. Y, debe ser también, una construcción de todos, no sólo de los que dirigen, de los que se creen vencedores, o de los que viven contemporáneamente en ella, sino igualmente de los que están por nacer, como también del resto de las creaturas. Pero, asimismo, para que la paz pueda ser un punto de encuentro y de confluencia debe perseguir la unidad, el ágape, la constitución de comunidad, en la cual convive y simpatiza, gracias al equilibrio y a la sostenibilidad (aceptable y armonizadora) la diversidad y la pluralidad. Esa paz del encuentro, de la convivencia, de la tolerancia positiva, indica altas cotas de riqueza, es decir, de complementariedad y compatibilidad entre voluntades, intereses y percepciones en conflicto. Y, es también, una opción moral, ética, un imperativo volitivo, generoso, constructivo y creativo que tiende la mano para el encuentro y para la búsqueda compartida. Pero, también, la confluencia se manifiesta con otras posibilidades de partida, de actores y escalas. En este sentido, la paz actúa como «reguladora», nunca mejor dicho, de distintas realidades e intereses coincidentes (convergentes o divergentes) en un mismo espacio. Para aquellos actores con los mismos intereses, que se consideran iguales, se regularizará una paz coordinadora y unificadora; en cambio, para aquellos otros que han establecido una relación desigual, la paz es conciliadora y negociadora. Sin embargo, una de las paradojas humanas es que los mismos actores no siempre tienen idénticos comportamientos, esto es, que aún queriendo y practicando la paz en ciertos ámbitos, no lo hacen en otros, dificultando con ello una mayor capacidad de confluencia en diferentes escalas, circunstancias y espacios. Nos encontramos con actores (como los estados) que propician la paz en el interior, pero en ocasiones provocan el conflicto irreconciliable y violento en sus relaciones con otros actores; o, también
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las situaciones contrarias. En este sentido, para que la paz sea un punto real de confluencia deben también armonizarse, equilibrarse y sostenerse adecuadamente todos los niveles y escalas en las que los actores deciden construir paz. Asimismo, cabe añadir que la paz supone también, una vía económica, esto es, una opción rentable de regulación de los conflictos, en la medida en que, al menos, a partir de un determinado estadio es una acción que «ahorra» energías a todas las partes implicadas. Se trata de una opción racional que implica una capacidad analítica, un grado de abstracción y la búsqueda del máximo de utilidad a tal decisión; pero, ello es también fruto de la experiencia y del conocimiento histórico de situaciones anteriores que siendo marcos de referencias propios o de otras latitudes sirven para la toma final de decisiones. Una vez más ciertos grados de equilibrio, sostenibilidad y seguridad se combinan, adecuadamente, para optar por la paz, en unos casos como mal menor, en otros como fin en sí mismo. De la misma manera, nuestra preocupación, como historiadores, debe estar orientada a detectar cuáles son los proyectos, ideas o elementos que favorecen una línea de salida u otra; caracterizarlos de acuerdo con las pautas espaciales y temporales en que se producen; averiguar los sistemas y estructuras sobre los que se sustentan; establecer, en caso de que así sea, cuáles de ellos son más determinantes en cada momento; crear una «cultura del conflicto» en la que se reconozca su papel histórico, se aprenda a vivir con él y mediante el uso de valores se opten por potenciar aquellas opciones más racionales: propagando las que creamos más adecuados, o sea las vías pacificas; y, desdeñando las inadecuados, esto es, las vías violentas. Así, el análisis de la historia nos lleva a pensar -de cara al futuro- que se intensificarán algunas constantes que favorecen y garantizan mayores grados de diversidad y multiculturalidad; unas porque han estado, están y estarán en lo que podríamos llamar la propia naturaleza de los seres humanos y, en consecuencia, no hacen sino verificarse en cuanto pueden, ellas son por ejemplo el grado de compatibilidad de la especie o el amor que rompe obstáculos de todo tipo; y, otras producidas o intensificadas por los efectos políticos o económicos de los últimos siglos, la llamada globalización y todas sus consecuencias, tales como migraciones, movilidad social, desarrollo de los intercambios de información, etc. Esta realidad, creciente previsiblemente en un futuro a medio y largo plazo, traerá nuevos conflictos. La Historia de la paz ya tiene ejemplos remotos y recientes sobre las posibilidades de acomodar esos conflictos evitando
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situaciones de extrema violencia, también esa misma historia nos inquieta sobre las experiencias que han terminado en persecuciones, exterminios y toda clase de genocidios. Ella, mejor consejera que nadie, rescata del pasado muchas de las pautas a seguir para el futuro: procesos de socialización no excluyentes, sistemas de educación pluralistas, toma de decisiones democráticas, formas de convivencia activa y tolerante, grado de integración social creciente, respeto a las minorías, etc. No se trata de más recetas o de simples corolarios de un prospecto sino políticas y acciones que diagnostican carencias e injusticias y que, sobre todo, contribuyen con terapias en todos los niveles y escalas, con todos los actores y actrices implicados, que piensan en incorporar a los que siempre estuvieron excluidos e, incluso, a aquellas generaciones que aún no han nacido. Es la búsqueda de formas de seguridad, equilibrio y sostenibilidad reales para la humanidad, al margen de que los pronósticos no gusten a ciertos agentes, no sean bien recibidos por parte de la sociedad o parezcan poco objetivos. Esa es también tarea de los historiadores de la paz, mantener un grado de independencia y autonomía que no olvide la compatibilidad necesaria entre valores éticos y fines científicos. Realmente, resulta difícil no imaginar otro futuro que no sea uno lleno de diferencias entre unos grupos humanos y otros, de múltiples y diversas culturas y conflictos por doquier. Pero esto no quiere decir que sea necesariamente un porvenir negativo o sólo positivo. Será lo uno o lo otro de acuerdo con la capacidad de los humanos para vincularnos con estas realidades, con nuestra predisposición para ser «creativos» con las circunstancias presentes y futuras. Ese es el reto y el desafío.
7.2.
Crear imágenes positivas del futuro
Cada civilización, cada cultura, ha creado sus propias imágenes de la paz, a través de cuentos, mitologías o utopías, porque donde se crean esperanzas y modelos de ser y estar caben las expectativas. Una de las mejores imágenes y retos que tienen los educadores e historiadores de cara al futuro -y como papel social- están en preparar los instrumentos, los espacios y las conciencias para poder diseñar opciones de futuro, es decir, para ser capaces de pensar en múltiples temas de una manera menos convencional, más audaz y atrevida, en suma, más alternativa. No sólo tienen que pensarlo y hacerlo los investigadores de la paz, sino enseñar también éstos a la ciudadanía cómo hacerlo de una manera
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autónoma. La primera finalidad en la creación de estas imágenes positivas de futuro está en mantener vivas las esperanzas, la capacidad de decisión y las expectativas de todos aquellos que tienen el derecho y el deber de construir socialmente. Esto significa, en la práctica, saber edificar por adelantado otro tipo de sociedad y saberlo hacer de manera diferente; en el terreno de la seguridad: pensar en un mundo sin armas nucleares que nos amenacen, concebir modelos de defensa alternativos, reflexionar sobre la determinación de tener ejércitos de civiles por la paz; en los sistemas educativos: pensar en modelos que eduquen para la diversidad y la libertad, que ayuden a saber convivir con los conflictos, que tengan en cuenta las formas de desigualdad compleja, etc.; en el terreno económico: considerar y prever las economías de demanda, mantener altos grados de biodiversidad y sostenibilidad, pensar sobre nuestras necesidades y no sobre nuestros caprichos, etc. No es, en suma, una cuestión simple o baladí: ayudar a construir futuros de paz, a ser capaces de edificar imágenes positivas del futuro forma parte de la construcción necesaria para favorecer el cambio social y político. Fred Polak23 ha reclamado la atención sobre la atrofia de nuestra capacidad -particularmente en las sociedades occidentales- de visualizar futuros completamente diversos, especialmente entre mandatarios, autoridades, políticos, incluso entre activistas y, por supuesto, entre los ciudadanos en general. Ésta no es sólo una cualidad que conviene enseñar durante el proceso de socialización: en la familia, la escuela, etc; sino que, tiene la virtualidad, de ayudar a vivir mejor, a ser más optimista, más creativo e imaginativo... todo ello completamente necesario para articular proyectos y sueños en toda sociedad. Para dar salud política, económica y cultural a una sociedad. ¿Nos podríamos imaginar niños y adultos sin sueños? ¿Podemos concebir sociedades sin capacidad para soñar e ilusionarse, que sólo estén viviendo para el presente? Psicólogos, pedagogos, historiadores de la paz, etc. trabajan -desde hace tiempo- sobre imágenes e imaginarios, sobre simulacros e idearios que recorren desde el pasado hasta el futuro, todo ello especialmente importante para establecer conjeturas sobre muchas de las variables con las que trabajan: en qué se fundamentan las relaciones con los demás; cuál es la idea que tenemos de los adversarios; cómo imaginamos la guerra y sus calamidades, y cómo la paz y su sustrato cultural; cómo percibimos
23. (1961) Image of the Future, New York.
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los conflictos lejanos y cercanos; cómo interpretamos los códigos morales de los otros, etc. Trabajar sobre futuros faculta para detectar todo tipo de patologías sociales, así como prever los potenciales fallos organizativos; pero, también, permite concebir esperanzas sobre las alternativas de futuro, ni tan lejanas, ni tan imposibles como algunos portavoces pusilánimes se han encargado de señalar machaconamente. Con ser esto destacado, significa, también, dejar volar la imaginación y la creatividad para resolver muchos retos, se trata de una forma de imaginación terapéutica, que ayuda en todos los niveles y escalas, no sólo a individuos, o pequeños grupos, sino a organizaciones y a la sociedad en su conjunto. Así, por último, la construcción de la historia de la paz requiere, de la misma manera, de la capacidad para edificar construcciones mentales, políticas y sociales de futuro que acaben favoreciendo la aproximación positiva a la paz. Preguntarle a la historia de la paz cómo se resolvieron -en el pasado- conflictos potenciales, manifiestos o latentes, junto a nuestra capacidad para realizar prospectivas imaginativas, creativas y sostenibles -de futuro-, permitiría responder positivamente a muchos de los retos no sólo pasados y presentes, sino sobre todo futuros. Prepararse para el porvenir es saber pensar positivamente en él y tener la capacidad y la flexibilidad para apropiarse de alternativas de futuro. Las ciencias sociales requieren, aquí, una vez más, de muchas de las capacidades humanas que el positivismo científico quiso arrinconar con un exceso de racionalidad manifiesta. Por ello, idear, ilusionar, imaginar, inventar, etc. deben ser verbos a los que se les debe dar la bienvenida para la construcción de la paz, un concepto que se concibe por esa capacidad humana, tan misteriosa como estimulante, que es imaginar más y mejor.
7.3.
Cultura de la reconciliación
La historia de la Humanidad es, en gran medida, una historia de reconciliaciones permanentes, de daños y reparaciones, de encuentros y desencuentros, de víctimas y victimarios, de guerras y paces, etc. El primer valor que tiene la reconciliación es que permite procurar el reconocimiento mutuo; y, con él, restaurar el diálogo perdido, recuperando la capacidad de la palabra y de la comunicación entre grupos o sujetos enfrentados. El segundo valor es una apuesta muy decidida por la paz y la construcción futura, sin la cual no es posible conciliar. El tercer valor es que permite reconsiderar los fundamentos éticos y políticos en los que se va a fun-
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damentar la sociedad futura: la justicia, la propia reparación, una mirada crítica al pasado inmediato, un propósito de enmienda para el futuro, etc. Y, el cuarto valor que expondríamos tendría una referencia muy clara al rechazo a la violencia como instrumento y fin en sí para conseguir cualquier tipo de objetivo económico, político o del tipo que sea, por cuanto se entiende que ella ha sido la causante de desequilibrios anteriores que, ahora, se quieren reparar mediante la reconciliación. La reconciliación tiene, ineludiblemente, un fuerte componente religioso, ético y moral, que ayuda a restablecer el equilibrio perdido, que sirve para organizar el comienzo de la reparación y de la reconstrucción. En todo ello el perdón juega un papel central. El mismo es, siempre, una condición -en muchas ocasiones sine qua non- para que tenga un mínimo de éxito la reconciliación. Sólo el perdón permite restituir al victimario en la sociedad, sólo la concesión del perdón por parte de la víctima permite superar el daño causado, el daño en su extensión menos visible, aquella que no se puede reparar mediante ningún bien material. El perdón no es antagónico de la justicia, sino parte integrante de ella. Ambos se relacionan, el perdón porque permite reconstruir la convivencia en los niveles más cotidianos y sensibles: al que lo recibe le consiente integrarse en una comunidad superadora que quiere vivir en paz y no en falsas victorias, al que lo da, le tranquiliza el ánimo y le otorga una altura moral reconocida socialmente. En cuanto a la justicia, es necesaria siempre para restablecer derechos hollados, para recordar el buen orden de las cosas y, sobre todo, para que no exista impunidad. Pero, si la reconciliación tiene fuertes fundamentos religiosos, éticos y morales, también tienen mucho que decir las cuestiones de orden político y jurídico, las cuales pueden establecer formas y modelos de reparación, restitución e integración que permitan una auténtica pacificación de los espíritus. El camino siempre es largo y difícil, más tortuoso y doloroso cuanto más daño se haya causado, o cuanta menos flexibilidad exista para comprender y negociar los términos de la reconciliación. Las experiencias históricas más recientes nos han demostrado fórmulas inteligentes y positivas -aunque no todas iguales de lo uno y lo otro- sobre cómo realizar la reconciliación en el orden político. Las comisiones de la verdad se han convertido en instrumentos que han favorecido la pacificación en todos sus niveles, sobre la base del valor legítimo e imperativo de la verdad y de la justicia. ¿Cómo? Repartiendo cargas y responsabilidades, reconstruyendo el recuerdo y la memoria, señalando a los victimarios, reflexionando sobre la violencia, reparando públicamen-
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te a las víctimas, cicatrizando heridas, buscando el perdón general sin omitir, la justicia, estableciendo el pago material y psicológico a los deudos de la tragedia..., permitiendo en suma una catarsis general. Con estas comisiones se facilita la vía a la reconciliación administrativa y política que buscará la deseada reconciliación nacional, en la que todos reconocen los daños causados, se arrepienten en su parte alícuota, renuncian expresamente a la violencia y se comprometen a construir una sociedad dialógica y democrática que es capaz de alcanzar cotas de justicia que superan el pasado. Todo esfuerzo reconciliador, nos dice la historia de la paz, está más que compensado: todas aquellas sociedades que han sido capaces de deliberar sobre sus violencias y sus sufrimientos, que no han olvidado sin más, que quieren caminar hacia una verdadera paz, que no han trivializado ninguno de los pasos en el proceso por precipitación, olvido o nuevas formas encubiertas de violencia, han sido capaces de reconstruir el tejido social y psicológico perdido, obteniendo una sociedad resultante de una paz más equilibrada, duradera y sostenible.
7.4. Por la construcción de una cultura de la paz Construir sobre los pilares de una cultura de paz es sembrar un futuro con muchísimas posibilidades de ofrecernos un cobijo seguro contra todas las formas de violencia. Es una tarea de todos, no de unos pocos. Es una obra edificante desde sus primeros pasos por la gran cantidad de satisfacciones que promete y de los buenos resultados que ofrece. Conformar una cultura de la paz sobre el conjunto de valores, actitudes y comportamientos, así como modos de vida y acciones que respeten la vida de las personas, su dignidad y sus derechos, y que rechace la violencia y se adhiera a los principios de la libertad, la justicia, la solidaridad, la tolerancia y el entendimiento entre los pueblos, grupos y personas, es un sostén, una referencia permanente, una forma creativa de hacer comunidad con el género humano, de construir universalidad y unidad desde la diversidad, que debe tener y tiene implicaciones en el orden moral, educativo, político, social, cultural y económico. Este instrumento de prosperidad verdadera, de equilibrio de intereses, de seguridad para todas las expresiones de vida, de sostenibilidad de la especie se está convirtiendo en una galaxia en permanente expansión, sustentándose sobre diversas bases y presupuestos que le dan fundamento:
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una de ellas es la cultura de los derechos humanos, entre ellos el derecho a la paz; otra es el rescate de un cierto optimismo antropológico, tan necesario para reformular paradigmas y ofrecer esperanzas; o la construcción de una sociedad no asentada en la dominación patriarcal, sino en la colaboración y complementariedad, que permita edificar un sólo género humano; o, en la detección y el rechazo de muchas formas encubiertas o manifiestas de violencia, algunas de ellas fácilmente toleradas por la sociedad; en la defensa de la diversidad étnica y de la pluralidad de visiones sobre el mundo; en la satisfacción de las necesidades básicas de todos; en el apoyo y mejor conocimiento de una cultura del conflicto, armonizadora, negociadora y superadora de intereses y percepciones enfrentados; en la concepción de perspectivas planetarias que curen de patologías etnocéntricas, demasiado egoístas, codiciosas e interesadas; o en el fomento de medios y estrategias para el cambio social, basados en valores morales y éticos de altura, como la no-violencia; etc. Este simple corolario, es sólo un muestrario de la ingente -pero necesaria y apasionante- tarea que queda por hacer. Es una obra de presente que a medida que avanza se proyecta más y más en el futuro. Es también una acción para la esperanza que da respuestas positivas y creativas ante los nuevos retos planteados con la fenomenología de la globalización. Con la cultura de la paz se aspira a que los valores, costumbres, creencias y normas socialmente admitidas se fundamenten en una paz de todos y para todos, una cultura de paz que ha de armonizar la labor de análisis crítico y de denuncia de los procesos de maldesarrollo, violencia y destrucción que están en marcha, desvelando los intereses sobre los que se apoyan y los actores que se benefician de ello, con la creación y apoyo a proyectos, programas e ideas que sean capaces de transformar -o ayudar a transformarlos sistemas actuales por otros verdaderamente alternativos, sostenibles y equilibrados. Partiendo de esta óptica, la Historia -desde la Investigación para la paz- quiere ser, también, un instrumento que facilite el camino, que ayude, que aconseje, que llene de contenidos a la paz; o que contribuya a edificar una cultura de la paz. Con ello, la Historia se transforma en instrumento de paz. Tan necesario es este hecho por la multiplicidad de implicaciones que tiene en los procesos de socialización: educativos, formativos, instructivos, preventivos, etc. Una historia que contribuya a la integración y no al antagonismo, que sea capaz de captar las bondades de la pluralidad, que denuncie todas las formas de violencia, que se asiente en los valores democráticos y que, con sus enseñanzas, los fundamente, etc.; una historia
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para la confluencia, la multiculturalidad, la esperanza y la cultura de la paz. Esa es la gran tarea con la que quiere contribuir la Historia de la paz.