Haiku Oscar Iván Pascual

MENCIÓN DE HONOR Haiku Oscar Iván Pascual Resplandor de verano eres ahora invierno. Era todo el contenido de la nota dejada justo en el capítulo 7 d

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MENCIÓN DE HONOR

Haiku Oscar Iván Pascual

Resplandor de verano eres ahora invierno. Era todo el contenido de la nota dejada justo en el capítulo 7 de Rayuela, historia, historias, La Historia que había marcado el inicio (y aparentemente el final) entre ellos. Marzo de 2002, el sol irradiaba una luz casi mágica sobre las olas del malecón de Santo Domingo. Marcos releía la ficción de Horacio y La Maga por tercera vez, sentado en un banquito de concreto frente al cálido mar caribeño. Absorto en la lectura como estaba, turistas, limpiabotas, gente ejercitándose, familias con sus niños correteando y predicadores evangélicos con altavoces anunciando el fin de los tiempos no lograban sacarlo de su concentración. Carolina estaba vacacionando con sus padres, ya mayores, en la isla. No dejaba de sorprenderse por el carisma de la 47

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gente y vivía sofocada por la inclemente humedad del ambiente. Casi terminaba sus estudios de maestría en Gestión de Logística en el Instituto Tecnológico de Buenos Aires, los que combinaba con su trabajo en una naviera del inmenso puerto marítimo de la ciudad. Decidieron ir a Santo Domingo ese verano a recomendación de su tío Polo, marinero, viajero errante, hombre de mucho mundo. Su historia transcurrió como transcurren las historias, La Historia: se conocieron por azar ¿cómo más, sino? Cuando las estrellas se alinearon para que justo al Marcos acabar un capítulo del libro y levantar la vista para tomar un respiro mental, pasaran frente a él Carolina, su diminuta madre y su padre, hirsuto y con el rostro lleno de cicatrices emocionales. La forma en que Marcos quedó cautivado por la belleza porteña de la chica era y sigue siendo inexplicable. Permaneció en silencio contemplándola, admirándola casi, mientras se sacaban fotografías de dos en dos con el océano de fondo. Él, nada tímido, se ofreció para fotografiarlos juntos, oferta aceptada con cierto recelo por doña Inés, quien en ese momento sostenía la cámara. Al dejar el libro sobre el banco (nadie roba libros en Santo Domingo) Carolina, al identificar el título, y con una ineludible sonrisa, no pudo resistir la tentación y pidió a Marcos que le dejase hojearlo, yendo, sin esperar respuesta, al «Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano...». Al salir de su asombro, Marcos se acercó por su espalda y declamó de memoria: «...entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de

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tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces...» Ese evento marcó el principio del final. Se enamoraron con fervor, su idilio de una intensidad inusitada. Las calles de la Zona Colonial, los versos, la lectura y los besos sacados de The Notebook o Casablanca. Todo inmerso en una bestial vorágine que impedía vislumbrar lo inevitable: las vacaciones de Carolina y su familia tendrían que acabar en algún momento. Mientras duró, se dieron a la tarea de dedicarse haikus, esa forma japonesa de poesía breve, hermosa y fugaz. En Carolina abundaban las palabras rebuscadas, la profundidad filosófica, rayando en lo metafísico: Óbice de mi existencia avanzo sin voz para buscarte. El estilo de Marcos reflejaba un poco más su naturaleza caribeña, sus vivencias en un país de playas y bachata, de béisbol y merengue. Hurgaba entre palabras hasta encontrar su fibra más sensible, sin perder su característica amenidad: Claro de luna entre las hojas eres, oh el mármol hecho sirena. Y no faltaban las alusiones a Rayuela, a Cortázar, a lo surreal, lo gracioso:

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Artífice de sonrisas, Maga, musa vil de mis cronopios. Una vez disminuyó la efervescencia inicial, se percataron de que su tiempo era limitado, que pertenecían a hemisferios distintos, que sus veranos no eran los mismos y que al doblar de la esquina acechaba una distancia inenarrable, una terrible lejanía austral, deslizándose silenciosamente entre las miradas, con los almuerzos y a la par de los versos: Pierdo mi yo entre tus pupilas, nos hago uno, pero, ¿y el tiempo? Y así avanzaron los días, cada vez más cargados de tensión, buscándose a todas horas para no desperdiciar ni un instante, ambos ya rotos por dentro, conocedores cabales de su inminente destino, mas sin hablar nunca del tema, sin pronunciar las palabras que todo lo deshacen, sin ponderar opciones pues pensaban que no las había. Se disfrutaban mutuamente, Caro dejando a sus padres tomando café en Plaza España, Marcos pidiendo vacaciones en su trabajo como publicista en el Listín Diario. Bailaban, reían, conversaban sobre el futuro de las democracias latinoamericanas, se acostaban sin cesar, leían, se leían mucho el uno al otro, jugaban a escribir una historia en la que Marcos debía conducir al personaje principal a un final feliz y Caro a la desgracia, alternándose los párrafos.

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Pero sobretodo escribían haikus. 15, 16, 19 sílabas, 7-57, 6-4-6, maravillosas sutilezas dejadas sobre las mesas, dentro de los libros, la cartera, el bolsillo de la camisa. Marcos estaba cada vez más obsesionado con la idea de un haiku definitivo, que convenciese a Carolina de quedarse a vivir en Santo Domingo. Ensayaba una y otra vez, rompía hojas, se dormía tarde permutando las palabras en su mente, buscando la combinación perfecta que transmitiese su máximo anhelo. Estaba convencido de que la preparación académica y experiencia laboral le permitirían a Carolina conseguir un buen empleo en la ciudad. Se mudarían en un apartamento pequeñito en Gazcue y le mostraría las bellezas naturales del país. Andarían de la mano por la calle El Conde, de noche, bailarían merengue todos los días en casa, beberían cerveza y serían liceístas. Leerían en abundancia y escribirían en haikus historias, su historia, La Historia. La noche antes del vuelo de regreso, Marcos y Carolina amanecieron en la azotea de la casa de este, sin hablar mucho, contemplando un cielo repleto de estrellas y dándose besos esporádicos que significaban el adiós. A la mañana siguiente (el vuelo salía casi a las 4 de la tarde) él le entregó una hojita con tres líneas y le pidió que no la abriese hasta abordar el avión. Decidió no acompañarlos al aeropuerto para evitar el drama y acabar cuanto antes con el dolor. Se despidieron en el lobby del V Centenario, con un abrazo eterno y ambos hombros mojados por las lágrimas. Era jueves. Al llegar a casa, Marcos encontró sobre la mesa su maltratado ejemplar de Rayuela, con una nota dentro que rezaba:

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Resplandor de verano fuiste ahora invierno. Carolina cumplió su promesa a pesar de la tentación y esperó a estar en pleno vuelo para desdoblar la diminuta hoja que llevaba en el bolsillo de su chaqueta. Entre sollozos y ante la mirada inexpresiva de sus padres leyó: Muere el infausto sol más tendremos por siempre Buenos Aires. A los 3 meses y 14 días Marcos dejó su trabajo y voló a Argentina. Su preparación académica y experiencia laboral le permitieron conseguir un no tan buen empleo. Se mudaron en un departamento pequeñito en San Telmo y ella le mostraba las bellezas naturales del inacabable país. Los sábados en la noche andaban de la mano por la calle Defensa, bailaban merengue todos los días en casa, tomaban sangría y le iban al Boca. Leían en abundancia y escribían en haikus historias, su historia, La Historia.

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Oscar Iván Pascual Nace en Esperanza, Valverde, de padres educadores. Licenciado en Matemáticas por la Universidad Autónoma de Santo Domingo y estudios de maestría en Ingeniería Matemática por la Universidad Complutense de Madrid y Economía Aplicada por la UCSD. Docente a medio tiempo en Economía a nivel de grado y posgrado, disfruta leer, viajar y correr distancias largas. Sus autores predilectos son Julio Cortázar, Jorge Luis Borges e Isaac Asimov. Actualmente ocupa el cargo de Subdirector de Estadísticas Monetarias y Financieras en el Departamento de Programación Monetaria y Estudios Económicos. Mantiene un blog en prosa y verso que actualiza ocasionalmente.

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