HISTORIA DE UNA VOCACIÓN

HISTORIA DE UNA VOCACIÓN “Habla, Señor, que tu siervo escucha” 1 Sam 3, 9 Nacimiento de la vocación La vocación al sacerdocio, antes de ser una opción

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HISTORIA DE UNA VOCACIÓN “Habla, Señor, que tu siervo escucha” 1 Sam 3, 9 Nacimiento de la vocación La vocación al sacerdocio, antes de ser una opción humana, es una llamada del Señor, porque ser sacerdote es un don de Dios. A la par que uno crece, la llamada de Dios comienza a ocupar el primer puesto en la conciencia de un joven, comienza a manifestarse psicológicamente, a hacerse sentir justamente como una llamada de Dios. Hay personas, hechos y circunstancias de la propia vida que Dios usa y que concurren en la manifestación de la semilla vocacional; y es bello percibir dentro del propio ánimo esta voz de Dios; es bello aún, siendo ancianos, repasar con la memoria la historia de la propia vocación. El P. Dehon recuerda el nacimiento de su vocación sacerdotal de esta manera: Acabada la escuela elemental en La Capelle, su pueblo natal, “llegó el momento de ir lejos para completar mis estudios. Mi padre pensaba en un liceo en París. Pero Nuestro Señor tuvo piedad de mí y me dirigió a una casa que le era querida” (NHV, I, 15). A la edad de 12 años, junto a su hermano Enrique, el 1 de octubre de 1855 entraba en el Colegio de Hazebrouck, a cerca de 200 kms. de La Capelle. Allí encuentra el ambiente adecuado para la manifestación de su vocación. “La vida colegial era austera... Se comía siempre pan negro..; la regla era dura: levantarse muy temprano, poca calefacción, mucho trabajo y poco reposo: los estudios eran severos” (NHV, I, 16). En un ambiente tan austero brotó la flor de una vocación. Como padre espiritual tenía al reverendo Boute, que considera como “el instrumento de la Providencia para la principal gracia de mi vida”. “Quedo confuso de reconocimiento, recuerda el P. Dehon, cuando veo cómo el Señor preparó y conservó maravillosamente mi vocación. Me había puesto en un ambiente favorable para hacerla nacer. La casa de Hazebrouck era ciertamente un colegio, pero de hecho la mayoría de los alumnos estaba destinado al seminario. La primera llamada divina fue oscura. Ya desde el primer año de colegio me vino muchas veces al pensamiento el sacerdocio. En el segundo retiro espiritual había tomado mi decisión. Pero esta decisión se reforzó, sobre todo, en la noche de Navidad” (NHV, I, 35-36). Era la Navidad de 1856, mientras ayudaba en la Misa de medianoche en la Iglesia de los Capuchinos de Hazebrouck.

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“Es una maravilla que desde aquel día mi decisión no se haya visto nunca removida. Las crisis adolescentes, las tentaciones, las debilidades no me desanimaron. El Señor me había dado tal firmeza en la vocación que no era algo natural para mí; su gracia actuaba fuertemente en mi corazón. La comunión eucarística y las lecturas espirituales me impresionaban vivamente...” Con qué atractivo leía las narraciones de la Propagación de la Fe y de la Santa Infancia. Desde el inicio soñaba con entregarme sin reservas. Quería ser religioso o misionero...; en momentos de generosidad aspiraba al martirio” (NHV, I, 35-36).

¡Es la historia de una vocación similar a tantas otras!

Vocación puesta a prueba León Dehon concluye sus 4 años de estudio en el Colegio de Hazebrouck, consiguiendo el bachillerato en letras el 16 de agosto de 1859. Terminaba así, a los 16 años, una primera etapa de su vida. Del Colegio conservó estos recuerdos: “el gusto y el hábito de la oración, el celo por el apostolado, una fe iluminada, amistades fieles, un conocimiento claro de su vocación: Dulces recuerdos”, así los llama (NHV I, 36-38). Cuando regresa con la familia, su padre, feliz por el éxito de su hijo, sueña para él un futuro ambicioso: decide enviarlo al Politécnico de París, previendo para él una carrera en la magistratura o en la diplomacia. Pero muy pronto se enfrenta a estos sueños. Tras algunos días de vacaciones, León manifiesta a su madre y a su padre la decisión de ser sacerdote y pide entrar en el Seminario de San Sulpicio en París. Para Don Alejando, más ambicioso para su hijo que para él mismo, fue como la caída de un rayo que lo golpeó violentamente haciendo caer sus castillos... Hombre recto pero no practicante, se opuso fuertemente a la vocación de su hijo y no le dio el consentido para ingresar en el Seminario. Por su parte también el joven León dio a entender a su padre que él estaba seguro de la llamada divina y que siempre le sería fiel. Por ello habría esperado a hacerse mayor de edad para seguir libremente su vocación. En sus Memorias el P. Dehon recuerda como su padre se entristeció profundamente viendo la firmeza del hijo. Además de luchas contra la vocación del hijo, el padre luchaba dentro de sí entre la esperanza de realizar sus proyectos y el temor de que León llevase a cabo su vocación. 2

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Aceptando la voluntad de su padre, León se inscribió en el Politécnico de París en octubre de 1859; asistió al mismo durante cinco años, obteniendo el bachillerato en ciencias en julio de 1861; el doctorado en derecho civil el 2 de abril de 1864. Obedeciendo aún a su padre, si bien con mucho gusto, en los períodos estivales viajaba por el extranjero: dos por Inglaterra, el primero en 1861 y el segundo en 1862; un viaje por Europa del Norte y Europa Central en 1863. Según la intención del padre, estos viajes debían quitar al hijo la vocación sagrada; para el joven León sin embargo fueron ocasión de maduración cultural y espiritual, conociendo las riquezas del arte, de la situación religiosa, moral y social de las poblaciones con las que contactaba. Compañero de viaje y guía experto era León Palustre, futuro científico y gran arqueólogo francés. De sus viajes, llevados a cabo sucesivamente, el P. Dehon dirá años más tarde en 1915: “He viajado mucho en mi vida, y no creo haber actuado mal en esto. No he viajado, como algunos, por turismo o por pura curiosidad. Mis viajes fueron siempre un estudio y una peregrinación... Quise buscar a Dios en la naturaleza, en las artes, en las costumbres, en la historia... Bendecid todas las obras del Señor al Señor” (NQ, XXXVII, 59-61).

Vocación reforzada En los cinco años pasados en París, el joven estudiante del Politécnico se preocupa de mantener siempre viva su vocación sacerdotal, asistiendo a la famosa Iglesia de S. Sulpicio: Iglesia y seminario, que forja desde 1642 muchos sacerdotes del clero francés. Elige como guía espiritual al Rvdo. Prével, vicario de S. Sulpicio, que lo sostiene en la vocación; lo guía en las primeras experiencias caritativas en las Conferencias de San Vicente; lo encamina como catequista en la obra de la doctrina cristiana para pobres del barrio; le indica Roma como lugar de futuros estudios eclesiásticos... Finalizados los estudios parisinos, se reabre la cuestión de su vocación. Su padre le había prometido que lo iba a dejar libre tras el doctorado; llegado ahora el momento, se sigue oponiendo a la vocación del hijo y, para disuadirlo, le ofrece un viaje por Oriente. León ve en este viaje una disposición de la divina Providencia para conducirlo a los Santos lugares, donde su fe y su vocación encontrarán fuerza para la decisión definitiva de entrar en el Seminario, contra toda oposición paterna.

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Es un viaje fantástico que dura cerca de un año, desde agosto de 1864 a junio de 1865, en el que recorre la Selva Negra, Suiza, Italia, Dalmacia, Grecia, Turquía, Egipto, Arabia, Palestina, Siria, Chipre, Constantinopla, Mar Negro, el Danubio, Hungría, para concluir en Roma. “Jerusalén y Roma, las dos ciudades santas, que me han preparado para dar el adiós al mundo y entrar en la vida clerical”. En Roma es recibido en audiencia por Pío IX: “un Papa que une bondad y santidad”, recuerda, y el mismo Pontífice le aconseja que entre en el Seminario Francés de Roma. Sostenido por este elevado ánimo, el joven Dehon regresa con la familia para manifestar su decisión: entrar en el Seminario. Los tres meses de vacaciones pasadas en familia fueron muy dolorosas: por una parte la narración de este largo viaje fascina a sus padres; por otra parte su decisión de entrar en el Seminario suponía un gran disgusto para su padre y, ahora, también a su madre. León confiaba en su madre para tener un apoyo frente al padre; pero también su madre lo abandonó. “Era una mujer pía, quería que también el hijo fuese pío y devoto, pero... el sacerdocio del hijo la espantaba enormemente; les parecía que perdían un hijo convirtiéndose en sacerdote”. Así León tuvo que afrontar una dura lucha contra sí mismo para vencer las resistencias del afecto materno y la contrariedad declarada de la voluntad paterna. Pero... la voz de Dios lo llamaba y él era mayor de edad para decidir libremente. Y partió para Roma: era el 25 de octubre de 1865 cuando entró en el Seminario. Había elegido estudiar en Roma, porque sabía que “el agua es más pura en la fuente y no en los arroyos y que la doctrina y la piedad deben obtenerse más fácilmente y con plenitud en el centro de la Iglesia que en ningún otro sitio” (NHV I, 187).

Vocación religiosa La inclinación a la vida religiosa de León Dehon está unida a su vocación sacerdotal. Alumno en Hazebrouck, advirtió la llamada divina al sacerdocio y piensa también en hacerse religioso, misionero y mártir; son sueños de niño, influido por las narraciones de misioneros. En sus recuerdos de anciano, dejará escrito: “Tenía vocación religiosa desde la infancia” (Souvenirs, 14.3.1912, III). Como seminarista en Roma (octubre 1865 - octubre 1871), el ideal de vida religiosa comienza a reforzarse. Asistiendo a las Iglesias romanas y viendo cómo la mayor parte de los santos canonizados provienen de monasterios y órdenes religiosas, concluye: “Me haré religioso, no para ser canonizado sino para hacerme santo y para amar y servir mejor a Nuestro Señor” (NHV, V, 5). Él ve en la vida religiosa un camino de santidad y un estado de mayor servicio al Reino de Dios.

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En la formación del seminario, su alma se abre sobre todo a las actitudes espirituales, que constituirán la espiritualidad dehoniana. “Nuestro Señor se apropió muy pronto de mi intimidad y estableció las disposiciones que debían ser la nota dominante de mi vida: la devoción a su Sagrado Corazón, la humildad, la conformidad con su voluntad, la unión con él, la vida de amor... Nuestro Señor me preparaba así para la misión que me reservaba en la Obra de su Corazón” (NHV, IV). La vocación religiosa no permaneció en el estadio de simple inclinación o deseo, sino que intentó, aún seminarista, algún proyecto. “En Roma me asaltaba el pensamiento de formar una Congregación de estudios con su centro en Roma y con el cuarto voto de sostener las doctrinas romanas... Había hablado con diferentes personalidades; ellas aprobaron este proyecto... Pero Nuestro Señor no quería eso de mí”. “Señor, ¿qué quieres que haga?”, se preguntaba siempre el joven León, en el discernimiento de su vocación. Como joven sacerdote, implicado en su intenso ministerio en S. Quintín, era fiel a los retiros espirituales; el propósito final de estos ejercicios iba siempre en favor de la vida religiosa: “Me propondré la vida religiosa... para practicar mejor los consejos de perfección”. Tuvo diferentes propuestas para entrar en algún Instituto ya existente: por ejemplo los Asuncionistas, para colaborar en la institución de universidades católicas en Francia. Su padre espiritual, el P. Freyd, del Seminario de Roma, lo animaba a entrar en la Congregación del Espíritu Santo. Un amigo suyo Jesuita, el P. Jenner, le proponía la Compañía de Jesús... Pero el Señor tenía otros proyectos para él: hacerlo Sacerdote de su Sagrado Corazón; y por eso lo preparaba para la misión de fundador de una nueva Congregación religiosa en la Iglesia.

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