Story Transcript
Humanista conferenciante 2012
Dr. Gonzalo F. Córdova Santini
CONFERENCIA Mi ruta hacia las Humanidades
Fundación Puertorriqueña de las Humanidades
Fundación Puertorriqueña de las Humanidades 2
Cartel Hecho por: Rafael Trelles
National Endowment for the Humanities 3
4
Gonzalo F. Córdova Santini Humanista Conferenciante 2012
Índice Mensaje del Presidente CPA, Rafael Martínez Margarida
6
Mensaje del Director Ejecutivo Dr. Juan M. Gonzalez Lamela
10
Semblanza Prof. Luis Agrait
16
Conferencia Magistral Dr. Gonzalo F. Cordova Santini
24
5
Mensaje del Presidente
Rafael Martínez Margarida, CPA
“...en el anuario del Colegio ...uno de nuestros más memorables maestros, lo llamó “el inquieto Córdova”...,” 6
Buenas noches. Me uno al saludo protocolar que ha hecho nuestro Director Ejecutivo. A nombre de la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades y como Presidente de su Junta de Directores me complace darles a todos la más cordial bienvenida a esta trigésima segunda actividad en que, fiel a su misión, nuestra institución reconoce a personas que se han distinguido por su dedicación y valiosas contribuciones en el campo de las humanidades. Esta ocasión es tanto una tradición, como gestión importante, en nuestro quehacer institucional. En esta noche la Fundación se complace en designar al Dr. Gonzalo Córdova Santini como Humanista del Año 2012. Esta distinción es en merecido reconocimiento a sus significativas aportaciones a las humanidades a través de una vida dedicada al estudio y la enseñanza de la historia. Por una de esas casualidades de la vida, conocí al amigo Gonzalo Córdova hace más de cincuenta años, cuando ambos cursábamos estudios secundarios en el Colegio San Ignacio de Loyola. Él era todo un importante estudiante de escuela secundaria, próximo a graduarse y yo apenas comenzaba mis estudios en el colegio. Para esa época Gonzalo ya se distinguía por sus nacientes dotes de hombre serio, responsable y estudioso que le merecieron la distinción de ser nombrado prefecto de disciplina en la guagua escolar del colegio en que coincidíamos todos los días. Debo confesar que mi mejor recuerdo, aunque quizás no el suyo, es que su gestión disciplinaria no 7
fue particularmente férrea y con frecuencia estuvo sujeta a retos e insurrecciones resultando en situaciones que, con la óptica benévola de los años, podrían denominarse un caos controlado. Con el pasar del tiempo nos fuimos conociendo mejor y sostuvimos amenas conversaciones, entre ellas algunas en las que salieron a relucir el interés y la participación de nuestras familias en la una vez pujante industria azucarera de la Isla. Pero esa son otras historias para otros momentos. Sí recuerdo que en el anuario del Colegio San Ignacio de 1960, uno de nuestros más memorables maestros, Eduardo Ordóñez, lo llamó “el inquieto Córdova,” no sabemos por qué razón, pero suponemos que era porque siempre estaba haciendo preguntas. Tras su graduación en 1961, Gonzalo fue admitido a St. Francis College, una pintoresca universidad franciscana localizada en medio de bosques de pino en el pequeño pueblo de Loretto, Pensilvania. Tras cuatro años de estudio en St. Francis, Gonzalo llegó a la Universidad de Georgetown en Washington, DC con su bachillerato en Historia y tomó los cursos para la maestría en Estudios Latinoamericanos entre 1965 y 1966. Su tesis se tituló “Santiago Iglesias, Creator of the Labor Movement in Puerto Rico” y finalizó su maestría en 1969. Regresó a Georgetown entre 1970 y 1972 para obtener un doctorado en Historia de América Latina y Europa Moderna que culminó con la tesis titulada “Resident Commissioner Santiago Iglesias and His Times 8
la cual fue aprobada con calificación de sobresaliente en el 1982. Durante sus años de estudios doctorales en Washington, Córdova no solo se dedicó a estudiar sino que también se familiarizó con la famosa y ya desaparecida Savile Bookstore y con bibliotecas tales como la de la Unión Panamericana, Oliveira Lima de Catholic University, los Archivos Nacionales (National Archives) y por supuesto, la Biblioteca del Congreso. En ellas desarrolló sus destrezas como investigador. En Constitution Hall, Wolf Trap Farm Park y el Kennedy Center desarrolló su interés y conocimientos en las artes musicales, ballet y teatro dramático. Incluso estuvo presente en la inauguración del Kennedy Center cuando se interpretó la Misa de Leonard Bernstein. Todas estas experiencias forjaron a nuestro Humanista del Año 2012, Dr. Gonzalo F. Córdova, a quien esta noche rendimos un merecido homenaje.
9
Mensaje del Director Ejecutivo
Dr. Juan M. González Lamela
“Aparte de su docencia e investigación...le ha dedicado mucho de su tiempo libre a servir al sector público y privado... “
10
La
Fundación
Puertorriqueña
de
las
Humanidades es una organización independiente y sin fines de lucro afiliada al National Endowment for the Humanities, dedicada a exaltar los valores humanísticos mediante iniciativas propias. Las mismas están encaminadas al desarrollo de programas y actividades que estimulen el análisis y difusión de conocimiento relativo a la experiencia y la realidad humanística puertorriqueña, la innovación educativa, el acontecer de las comunidades locales, el patrimonio arquitectónico así como la historia y la cultura de nuestro país. Cónsono con la realidad y la experiencia humanística puertorriqueña, es precisamente el quehacer intelectual y la gestión cultural de nuestro homenajeado lo que amerita la distinción que se le otorga esta noche. Gonzalo F. Córdova ha sido profesor de historia por tres décadas en dos universidades del país: la Universidad Interamericana de Puerto Rico en lo que son hoy los recintos de Fajardo y Metropolitano y la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Dictó cursos sobre Civilizaciones de Occidente, Historia de la Europa Moderna, Civilización Española, Historia de los Estados Unidos, Historia de Hispanoamérica, Historia de Puerto Rico e Historia del Caribe. Posteriormente, creó el curso de Historia del Brasil. En el programa graduado de Historia del Recinto de Río Piedras dictó el curso Desarrollo Político de Puerto Rico en el Siglo XX y el de Relaciones de Puerto Rico y Estados Unidos en el Siglo XX. Como 11
se puede comprobar, su especialidad como historiador la vertió por tres décadas en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico. Se jubiló como catedrático en enero del 2005 y desde entonces continúa con la investigación. Hay que resaltar que él ha estudiado y escrito sobre la evolución política de Puerto Rico de 1860 a 1940, con la intención de comprenderla y explicarla. Este ejercicio de penetración en nuestra historia lo ha hecho siguiendo el ejemplo de Antonio S. Pedreira con su Hostos, ciudadano de América y Un hombre del pueblo: José Celso Barbosa y la de Luis Díaz Soler con su gran biografía Rosendo Matienzo Cintrón, orientador y guardián de la cultura. Esas han sido las obras que, en particular, le han servido de norte como base para comprender y formular el desenvolvimiento histórico-político de Puerto Rico. Este interés por comprender en su justa perspectiva nuestro devenir como pueblo le ha llevado a fomentar un balance historiográfico en la valoración de la labor de quienes han sido partidarios de una relación más estrecha con la federación norteamericana. Sin entrar a discutir sus publicaciones como, por ejemplo, sobre Santiago Iglesias Pantín, José Celso Barbosa, Rosendo Matienzo Cintrón y Luis Sánchez Morales, hay que indicar que el profesor Córdova ideó el plan para organizar el archivo de Félix Córdova Dávila en la oficina del Historiador Oficial de Puerto Rico de forma que se pudiera publicar la correspondencia de este comisionado residente. Además, nuestro homenajeado colaboró para conseguir que se depositara el archivo de 12
Santiago Iglesias en el recinto de Humacao de la Universidad de Puerto Rico. Con esta iniciativa se logró establecer el Centro de Documentación Obrera Santiago Iglesias Pantín que es además depositario de otros archivos obreros. Por último, en el año 1981 se creó una comisión para conmemorar las efemérides del centenario de José I. Quintón y publicar su música. Córdova fue miembro de esta comisión. Aparte de su docencia e investigación, Córdova le ha dedicado mucho de su tiempo libre a servir al sector público y privado en diferentes posiciones de liderato. Mediante su participación ha promovido que las instituciones, ante todo, cumplan con la misión cultural para lo cual han sido creadas. Siempre se ha esmerado en que se profesionalicen los trabajos de las juntas de directores así como la gestión de las instituciones con las que se ha involucrado. Su motivación ha sido siempre la de velar porque los procesos cumplan con las obligaciones que tienen las entidades culturales para con el país mediante una prestación de servicios de calidad afín con su razón de ser. Todo con una clara motivación de fortalecer la cultura puertorriqueña. Ejemplo de esto son su ejecutoria en: el State Historical Preservation Office de la Oficina del Gobernador de 1979 al 2001; la junta de directores del Teatro de la Opera (1995-2004), tiempo durante el cual se preocupó por que se publicaran ensayos eruditos sobre las óperas con ilustraciones históricas en los programas; el Fondo Puertorriqueño para el Quehacer Cultural del 1995 al 2001; y, la Academia 13
de la Historia como el Académico vigésimo segundo desde 1992 hasta el presente. También cabe indicar su estrecha colaboración con el Instituto de Cultura Puertorriqueña y el Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré y la Corporación de las Artes Musicales (Orquesta Sinfónica y Festival Casals). La trayectoria de nuestro homenajeado ha demostrado una gran rigurosidad en su desempeño intelectual, tanto académico como de investigación, así como una gran disposición por patrocinar proyectos sociales e institucionales que benefician nuestra cultura y sociedad puertorriqueña. Esto lo sitúa entre los más distinguidos humanistas de nuestro país. Por tal motivo, como Director Ejecutivo de la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades y en representación de su Junta de Directores puedo afirmar que, por el conjunto de la labor rendida en la docencia, la investigación y en la gestión de asuntos culturales durante cinco décadas, Gonzalo F. Córdova es merecedor del galardón de Humanista del Año 2012. Muchas gracias.
14
Dr. Gonzalo F. Córdova, Humanista del Año 2012
El homenajeado junto al Director Ejecutivo de la Fundación y algunos miembros de la Junta de Directores. 15
Semblanza
Prof. Luis Agrait
“Gonzalo practica su oficio con una escrupulosa observancia de la ética de historiar. “
16
Esta es la trigésimo segunda ocasión en que se hace entrega de la distinción de Humanista del Año. Como en cuatro de ellas se ha reconocido la labor de una pareja, bien de hermanos o de un matrimonio, el receptor de hoy viene a ser el número treinta y seis en recibirlo. De estos treinta y seis, treinta y dos han hecho su aportación humanística inicial, principal o totalmente desde la Universidad de Puerto Rico. De estos treinta y dos, veintiuno lo ha hecho desde la Facultad de Humanidades y de éstos ahora once desde el Departamento de Historia. El año pasado fue una de las cuatro ocasiones en que se reconoció una aportación mancomunada: María de los Ángeles Castro, la historiadora autora del estudio a la vez más sucinto y más abarcador sobre el desenvolvimiento de la historiografía puertorriqueña en el siglo XX, desde la historiografía tradicional, la renovación de la nueva historia y los preludios hacia la novísima historia. Y Gervasio Luis García, el autor de Historia crítica, historia sin coartadas. Algunos problemas de la historia de Puerto Rico, y una de las figuras señeras de la nueva historia. Sin embargo, la ponencia que presentaron, una conversación a dos voces como ellos mismos la denominaron, fue un ensayo de biografía política sobre el primer prócer y su querella contra el gobernador peninsular de la Isla en defensa de los intereses de la clase criolla; ello, por supuesto, ubicado dentro del contexto político local e internacional en Puerto Rico, América y España. Obviamente la coincidencia del bicentenario de las Cortes de Cádiz, y la reedición revisada, 17
ampliada y con estudio preliminar por María de los Ángeles Castro de la obra original de Aída Caro Costas sobre Ramón Power y Giralt tuvo que ver con la selección del tema. Pero es inescapable señalar la coincidencia con el desarrollo general reciente en la disciplina de un retorno a la historia política, narrativa e, incluso, a ese otro género siempre en polémica relación con la historia, la biografía. La historia social, con su utilización de nuevas fuentes, su énfasis en la vida material y la primacía de lo social sobre lo individual, dominó la producción historiográfica desde la sexta o séptima década del pasado siglo. Para la novena década, sin embargo, comienza a insinuarse una especie de ennui con sus temas y metodología. Se inicia un nuevo debate, y opera desde entonces un efecto pendular. Reaparece una historia narrativa, un renovado interés en una nueva historia política y gana adeptos tanto en los miembros del gremio como en el público lector y recupera su prestigio el género biográfico. Esta renovación historiográfica se da paralela a las grandes transformaciones ideológicas de ese tiempo, concretamente el colapso de las teorías totalizadoras y deterministas y de los movimientos políticos que inspiraron. Se traslada la atención de la estructura al individuo, de lo macro a lo micro, de lo general a lo particular. Recupera centralidad el individuo, centro y fundamento de la democracia liberal, en la historia. No se trata de un retorno a la idea de Carlyle de que “la historia no es sino la biografía de los grandes hombres”. Se trata más bien un retorno a la afirmación de Ortega de que “para 18
comprender algo humano, personal o colectivo, hay que contar una historia”. Y para contarla resurge la “historia con personas”. Gonzalo Francisco Córdova Santini, bachiller por la Universidad de St. Francis en Pennsylvania (1965), y maestro y doctor por la Universidad de Georgetown (1969 y 1982, respectivamente), a la altura de la segunda década del siglo XXI, no ha regresado a la historia política narrativa ni a la biografía. No ha regresado porque nunca salió de ellas. Comenzó en esa trayectoria con su tesis de maestría sobre Santiago Iglesias Pantín, tema sugerido por su mentor Luis Aguilar León. La tesis se convierte en el primer libro de su autoría – anteriormente había sido el organizador de un ciclo de conferencias que luego editó con un ensayo introductorio con el título El Bicentenario en San Juan (1977)--, pero aquel, repito es el primero de su autoría que bajo el título Santiago Iglesias Pantín, Creador del movimiento obrero de Puerto Rico publica la Editorial de la Universidad de Puerto Rico en 1980. Le siguen la biografía de Luis Sánchez Morales: Servidor ejemplar (San Juan: La Obra de José Celso Barbosa y Alcalá, 1991), ésta acometida a instancias de doña Pilar Barbosa. Luego la hasta ahora su obra principal: Resident Commissioner Santiago Iglesias Pantín and His Times, resultante de su tesis doctoral, publicada también por la Editorial de la Universidad de Puerto Rico en 1993. Todos anticipamos con interés los frutos de sus investigaciones sobre Rafael Martínez Nadal, de la cual se esperan cuatro productos: un libro con el título de Rafael Martínez 19
Nadal: criollo y consolidador del ideal estadista; una colección de documentos; otro tomo sobre la obra literaria, y finalmente un documental. Iglesias Pantín, Sánchez Morales, Martínez Nadal, no son exactamente figuras que hayan acaparado la atención o imaginación de los historiadores y estudiosos de la política puertorriqueña. Pero ese tema es mejor dejarlo para un ensayo sobre sociología del conocimiento. La preferencia del homenajeado de esta noche por la biografía, por excéntrica que pueda parecer a algunos, no deja de entroncarlo a una fina y firme tradición de la Facultad de Humanidades desde antes de ser facultad y del Departamento de Historia ya consolidado como departamento. Solo hay que recordar las biografías de la autoría de Antonio S. Pedreira, Hostos, ciudadano de América (1932) y José Celso Barbosa, un hombre de pueblo (1937). La obra en dos tomos de Luis Manuel Díaz Soler sobre Rosendo Matienzo Cintrón (1959) sigue siendo modélica más de medio siglo después de ser publicada, y obviamente influye sobre Gonzalo. José Antonio Gautier Dapena escribió Baldorioty, apóstol la biografía de referencia obligada sobre Román Baldorioty de Castro (1970). En generaciones posteriores Delma Arrigoitia es autora de tres biografías imprescindibles: José de Diego: su visión de Puerto Rico en la historia (1991); Eduardo Georgetti y su mundo: la aparente paradoja de un millonario genio empresarial y su noble humanismo (1991) y Vida y obra de don Antonio R. Barceló (2008). El todavía miembro activo del Departamento, Guillermo Baralt es el 20
autor de la biografía en dos tomos La vida de Luis A. Ferré (1996-1998). Y no debemos olvidar las microbiografías de Fernando Picó, Contra la corriente: Seis microbiografías de los tiempos de España (1995). El retorno de la historia política no fue el retorno a la historia de los grandes hombres del siglo XIX. Tampoco es el retorno del género biográfico una regresión a la biografía decimonónica. El género biográfico contemporáneo lo define mejor Oscar Handlin: “ni solamente la persona ni solamente la sociedad sino el punto en que se intersectan. Desde ahí el individuo y la sociedad se iluminan mutuamente”. Esta es la forma de biografiar que Gonzalo Córdova ha ido madurando en sus obras. El crítico Gerald Guinness lo resume así: “(el autor) aborda esto en gran detalle y es importante recordar que la segunda parte del título (se refiere a Resident Commissioner Santiago Iglesias Pantín and His Times) es tan importante como la primera. Además de ser una biografía convencional es una historia social y política de Puerto meticulosamente investigada que cubre el arco de ochenta años entre el final del siglo XIX hasta la segunda Guerra Mundial. De hecho, los dos capítulos de trasfondo… (que) ofrecen un panorama de las condiciones de Puerto Rico en 1899 y en 1930… se encuentran entre los más interesantes del libro.” “Meticulosamente investigada…” En su libro The Craftsman –El artífice o El maestro, a falta de mejores traducciones—Richard Sennett hace una reflexión sobre la ética del homo faber, del hombre 21
hacedor, que creo aplica por igual a la práctica de todo oficio, incluyendo el oficio de historiar “El orgullo en la obra propia como recompensa por la destreza y el compromiso radica en la médula del oficio. EL artífice siente orgullo en las destrezas que maduran. La lentitud del oficio es en sí fuente de satisfacción. La lentitud de su tiempo conduce a una obra de reflexión e imaginación. Madurez es sinónimo de extendido; así se adquiere el dominio, la propiedad de la destreza.” Gonzalo practica su oficio con una escrupulosa observancia de la ética de historiar. La búsqueda exhaustiva de las fuentes, en su caso las fuentes tradicionales de la historia política: la prensa –peinar y peinar los periódicos, en sus propias palabras--, la documentación oficial –leyes, decretos, actas, informes--, la correspondencia y otra documentación personal, la entrevista o la anécdota de la historia oral, si posible. La combinación y la contraposición responsable y prudente de ellas. El cuidado y la sobriedad en la exposición. La atención esmerada y la pulcritud en la edición de la obra impresa. Y hay que añadir, su entusiasmo con el uso de ilustraciones: fotografías de época que le añaden historia con rostros a la historia con nombres, y las caricaturas que le añaden la sazón, el saborcillo del otro tiempo al texto contemporáneo. De la combinación de todos estos elementos el historiador hoy homenajeado puede sentir merecido orgullo en el sentido que escribe Sennet. A mí solo 22
me resta decir que el reconocimiento a su obra esta noche es motivo de orgullo también para todo el gremio de historiadores. Así que, para la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, nuestro agradecimiento por la modesta parte que nos pueda corresponder. Y para ti, Gonzalo, enhorabuena. Muchas gracias.
23
Conferencia Magistral
Dr. Gonzalo F. Córdova Santini
Mi ruta hacia las humanidades
24
Muy
buenas
noches
Sr.
Rafael
Martínez
Margarida, presidente de la junta de síndicos, señores miembros de la junta, Sr. Juan Manuel González Lamela, director ejecutivo de la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, Sr. Luis Agrait, director del departamento de Historia, Universidad de Puerto Rico, recinto de Rio Piedras, amigos todos. Jamás pensé que se me concediera este reconocimiento cultural, que fue otorgado por primera vez en 1979 a Concha Meléndez y posteriormente a diez colegas del departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico, por lo cual estoy inmensamente agradecido. Uno de los catedráticos de historia en mis días entre los pinos y las nieves en St. Francis College opinaba que “un cambio de geografía no cambiaba los males del alma.” Considero que en parte tenía razón, pero lo que no podemos dudar es que el ambiente geográfico, dependiendo de la sensibilidad de la persona, influye grandemente en la formación del ser humano al igual que las personas que nos son cercanas. Aunque nací en la Clínica Dr. Pila en Ponce fui bautizado e hice la primera comunión en la parroquia de San Blas y de la Candelaria en Coamo el mismo lugar donde mis padres contrajeron matrimonio. Por lo tanto me considero coameño. El origen de Coamo se remonta al 1579 y fue denominado villa en el 1778. La elegante iglesia se terminó de construir para el 1784. Cuenta con un campanario de cinco campanas y un gran altar de madera de estilo clásico, de autor desconocido, 25
pintado imitando mármol. Desde el siglo XIX hasta la década de 1920, una parte de los bancos pertenecían a algunas familias del pueblo y eran para su uso particular. De niño me llevaban a misa donde acostumbraba sentarme en las escaleritas que llevan de la sacristía al altar mayor con su pintura del Cristo de los olivos de Juan Ríos Rey. Desde allí observaba los ritos. También llamaba mi atención otro altar que, en vez de tener imágenes talladas, exhibía una pintura cuya figura principal era una señora rubia que dormía, algo tensa, rodeada de llamas humeantes. Era el altar de las ánimas del purgatorio. Cuando aprendí a leer vi que había sido donado por doña Dolores Santiago, hija del acaudalado Clotilde Santiago, y había sido pintado por un tal Francisco Oller. No tenía idea entonces de quién era ese pintor pero me llamaba la atención ese lienzo encargado por doña Lola. La iglesia contaba con un órgano y un coro en el cual cantaba una soprano cuya voz se escuchaba por toda la iglesia sin amplificación alguna. En el coro había varios veteranos del tiempo en que era dirigido por José I. Quintón y en las navidades acostumbraban a cantar sus villancicos. Para un niño todo resultaba muy teatral en el mejor sentido y creo que esas misas dominicales fueron mis primeras experiencias humanísticas. Se dice que en los diez primeros años de vida se forma al individuo. En mi caso los pasé casi todos en Coamo aunque el primer año, debido al trabajo de agrónomo de mi padre Gonzalo, lo viví en la 26
central Constancia de Toa Baja de la cual nada recuerdo y el tercero lo pasé en la central Fajardo de la que tengo algunas memorias. No obstante, del cuarto tengo recuerdos imborrables pues lo vivimos en la cafetalera hacienda Hayales, en la altura de Coamo, propiedad de mis abuelos Santini. Hoy día pienso que fue como si nos hubiésemos trasladado a fines del siglo XIX. Allí pude experimentar lo que luego estudié del pasado. Por ejemplo, la belleza del cafetal, el glacís donde se secaba el grano de café, la pesca de bruquenas y guábaras en el río, el desayunar un huevo de pava, el vuelo del guaraguao y el canto misterioso del pájaro bienteveo. Desafortunadamente, también conocí la pobreza chocante del campesinado. Me fascinaba ver como todos los días le ponían los aparejos a las siete mulas de la finca. Incluso me aprendí sus nombres. Al caminar por la finca me llamaban la atención la consabida tienda, la ruina de una panadería que había operado hasta la década de 1930 y la gallera que allí había existido. En la hacienda vivíamos en una casa amplia de madera sin pintar, como todas las casas de las haciendas cafetaleras de Coamo, construida en 1914 que contaba con todas las comodidades salvo la luz eléctrica. De la altura bajamos al pueblo a vivir con los abuelos. Yo pasaba mucho tiempo con mi abuelo Santini el cual me llevaba a ver pesar el ganado en su romana. Allí jugaba frente al corral donde se encontraban dos estructuras que llamaban “los obeliscos.” Más tarde me enteré que los obeliscos marcan el lugar de la batalla del 9 de agosto de 1898 27
de la Guerra Hispanoamericana. Algunos soldados españoles muertos yacen en el cementerio municipal. El gusto por los temas históricos se iba infiltrando en mí sin darme la más mínima cuenta. La casa de los abuelos tenía un gran patio rodeado por una muralla para proteger la residencia de los fuegos donde residía un gallo quiquiriquí con un plumaje de gran gallardía. Mi abuela había sembrado un pino en el jardín que se adornaba con luces de colores en las navidades. Como ella había estudiado la escuela superior en una escuela católica de niñas en Ohio, Santa Claus coexistía felizmente con el Niño Jesús y los Reyes Magos y también celebrábamos el día de acción de gracias con pavo y salsa de arándanos. En la sala había un piano de cola Mason & Hamil en el cual mi tía Matilde, discípula de Cecilia Talavera, tocaba piezas de Chopin. Esa música me interesaba algo y tomé algunas lecciones de piano pero el interés duró bien poco, aunque no así mi gusto por la música clásica. Euterpe, la musa de la música, me empezaba a cautivar. Los primeros grados de la escuela elemental los hice con las monjas de la Santísima Trinidad en el colegio Nuestra Señora de la Valvanera fundado en 1929. Allí se encuentra la célebre ermita construida en 1685 y el óleo de la Valvanera pintado en San Juan a fines del siglo XVII. La campana vino de Barcelona a fines del siglo XIX. El colegio contaba con un auditorio, anteriormente el hospital del pueblo, donde se presentaban veladas variadas que enriquecían la cultura de la comunidad. Los niños 28
Jugábamos felices en el patio aledaño sin saber que lo hacíamos sobre un rico yacimiento arqueológico, el cementerio de la villa hasta mediados del siglo XIX. El casino, establecido en el 1882, contaba con una biblioteca de gran calidad. A los niños hijos de socios se nos permitía hojear unas grandes enciclopedias de mediados del siglo XIX, pero lo más importante que tenía era la colección del Diario de las Cortes Españolas hasta el 1898. El gusto por los libros se adquiría curioseando y de forma entretenida. En el casino además se celebraban muchas fiestas de niños incluso la de Halloween. Para mitigar los veranos coameños las familias que se lo podían permitir veraneaban en Aibonito o en Barranquitas. Recuerdo la quinta de Ramiro Lázaro en cuyo sótano había instalado lo que coleccionaba. Entre otras cosas, tenía unos candelabros de su tío Cipriano Castro, presidente de Venezuela que murió en San Juan, y parte del cráneo del difunto del último duelo que se dio en Puerto Rico. Pero no todo el tiempo lo pasaba lejos de San Juan. La abuela Córdova y sus hijos vivían en la calle Robles, en la parada 19 en Santurce, paralela a la calle Canals al igual que muchos familiares del clan paterno provenientes de Manatí y Vega Baja. Los Córdova eran asiduos lectores. Recuerdo que un día descubrí unos grandes tomos ilustrados de la obra de Thiers sobre la revolución francesa y Napoleón. Eran los restos de la gran biblioteca que el bisabuelo Gonzalo había formado en Jayuya y Utuado donde ejerció la medicina y donde estuvo 29
activo en la política autonomista republicana y en la masonería. masonería. Fue en dicha biblioteca que su primo hermano doble, Félix Córdova Dávila leyó con dedicación los libros formativos. El tío Fernando estudiaba medicina en Georgetown y ya coleccionaba discos de ópera. Un día puse una grabación de Rigoletto y lo único que recuerdo es que una parte tenía la música de “Doña Panchívida se cortó un débido…” En esos años me llevaron al museo del Parque Muñoz Rivera, al Capitolio, al Morro, al cementerio de San Juan y al museo de la escuela Superior Central donde aprendí quién era Antonio Paoli. Los temas de las humanidades seguían fortaleciéndose. El cuarto y quinto grado los cursé en Ponce pues allí nos mudamos. Ya hacía tiempo que me regalaban libros. También heredé de un primo una colección argentina de libros para niños. Me interesaron mucho las historias de los grandes exploradores, conquistadores y libertadores. La casona del Condado de mi tía abuela Consuelo Córdova de Sifre también fue una fuente de inspiración, sobre todo la sala, el comedor y la biblioteca pues parecían ser parte de un castillo renacentista español como los que se veían en las películas españolas de la productora Cifesa. Me impactaba una colección numerosa de piezas de marfil que ella había formado selectivamente. Lo más que atesoraba la tía Consuelo era un retablo del calvario de su abuelo Dávila de Vega Baja que la familia guardaba desde el siglo XVII. La biblioteca era muy especial pues ella intentó recrear la de su 30
padre, Contaba con la historia monumental de España en 29 tomos ilustrados de Modesto Lafuente más otras colecciones encuadernadas. Me entretenía hojeando estos libros. Nos mudamos a Santurce al comenzar sexto grado. Una matiné fuimos al Teatro Tapia a ver la zarzuela La del soto del parral. Aquí parece que experimenté una especie de encantamiento pues me cautivó la magia del teatro lírico. Ese año asistí a la Academia San Jorge y mi maestra de salón fue Mrs. González, así en inglés, que también enseñaba historia mundial. En esta clase se cristalizó mi afecto por esta disciplina. Mi primer trabajo de investigación para la musa Clio, quien regenta la historia, fue un álbum sobre Egipto. Este modesto trabajo me abrió los ojos al arte colosal faraónico que finalmente pude ver en persona ya de adulto. Cabe señalar que cuatro años antes, Mrs. González había tenido como alumno en la clase de historia a un niño de nombre Fernando Picó. Los próximos tres grados los cursé frente a las ruinas de Caparra en la Academia San José. Consuelo, hermana de mi padre, me invitó a un inolvidable Don Juan Tenorio con el gran actor Alejandro Ulloa. Ella también me llevó, por primera vez, al Festival Casals a escuchar a Victoria de los Ángeles. Para esos años mi padre me llevó a ver Carmen en el teatro de la Universidad de Puerto Rico. Este me había donado una modesta colección de discos de 45 RPM que disfrutaba mucho. Entre ellos había grabaciones de Caruso y otras de Miguel Fleta, famoso por ser el primer intérprete del Nessum 31
dorma, quien había cantado en el Tapia en el 1929. Mi abuela materna Antonia valoraba mucho la educación pues su padre además de agricultor había sido maestro. El bisabuelo, Antonio Colón, había pasado un verano a principios del siglo XX en la Universidad de Cornell para mejorar su conocimiento del inglés. Creía que el monolingüismo era una manifestación de oscurantismo cultural que condenaba al país al subdesarrollo económico. Como barranquiteño de su época era además un muñocista ardiente. Mi abuela también se encargó de llevarme a Nueva York durante dos veranos para asistir a un campamento en Connecticut. El tío abuelo Luis nos recibió en la urbe donde residía desde 1919 y ejercía como dentista. Era un apasionado de la música clásica y nos llevó a un concierto de Renata Tebaldi con la filarmónica de Nueva York. Había escuchado a Caruso, a Claudia Muzio y a Toscanini dirigiendo la Orquesta de La Scala, entre otros. Me hablaba sobre la Pavlova y las obras de Shakespeare presentadas por la compañía inglesa Old Vic. Jamás olvidaré todas sus anécdotas. Al deshacerse de sus discos de 45 RPM mi padre había adquirido un equipo para discos de 33 RPM. Yo, poco a poco, desarrollé el gusto o vicio por coleccionar discos de ópera y música sinfónica en forma exagerada, algo que continúa hasta el presente en que cuento con sobre cuatro mil discos compactos. Nunca termina uno de obtener grabaciones de los grandes intérpretes, especialmente los de ópera, de los primeros 32
cincuenta años del pasado siglo. No olvido como en la última temporada de ópera de 1958 debuté como extra en varias funciones. Serví de soldado acompañando al tenor y a la soprano a la guillotina en Andrea Chenier. El tenor se lo merecía pues soltó varios gallos en el dúo final. Fue mi debut y despedida. Finalmente entré al Colegio San Ignacio para concluir la escuela superior. Allí, como creía que tenía una voce formé parte del primer coro que estableció el padre Juan Montalvo. Una noche en la plaza San José escuché mi primer concierto de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico y también me aficioné a asistir a algunos conciertos del Festival Casals. Con los años escuché a los grandes solistas que nos visitaban y asistí a actividades culturales auspiciadas por el Instituto de Cultura Puertorriqueña. En el Tapia disfruté de la actuación del legendario Boris Karlof en Arsenic and Old Lace. La música, el teatro y la literatura ya eran parte integral de mi vida. Al graduarme de San Ignacio mi padre me ofreció un automóvil si me quedaba a estudiar en el recinto de Rio Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Como soñaba con ir al Metropolitan Opera, decidí no aceptar el automóvil e ir a estudiar al norte. Mi padre me aconsejó estudiar comercio en un colegio pequeño y luego continuar derecho. De momento, el consejo me pareció razonable y con los $60 que me regaló mi abuela Santini me compré un radio FM para poder escuchar las trasmisiones sabatinas del Metropolitan las cuales ya no se daban 33
en la isla como era usual en los años treinta. Religiosamente escuché las veinte óperas de la temporada. El sueño se hacía realidad. Iba a Manhattan cada vez que nos daban vacaciones. De esa manera presencié funciones memorables con las estrellas de la época como Milanov, Tebaldi, Price, Nilsson, Corelli y otros. Eran los días de gloria de la compañía antes de mudarse al Lincoln Center en 1966. Los cuatro años en St. Francis no resultaron en lo que mi padre deseaba. No había heredado los genes comerciales de mi abuela Santini y los cursos de comercio me resultaban insoportables. La historia era lo que me interesaba. Las leyes estaban todavía en el futuro. Al llegar ese momento descubrí que me aburrían más que el comercio. Ni siquiera imaginaba que mi futuro estaba en la enseñanza como el padre de mi abuela materna. Pero había que continuar estudiando. Escogí la maestría en Estudios Latinoamericanos que dirigía William Manger en la Universidad de Georgetown en Washington, DC, ciudad donde habían estudiado varios familiares. Al graduarme de bachiller, pregunté a mi padre por el regalo correspondiente. Lacónicamente me expresó que “no me había graduado de nada.” Años más tarde le preguntaron si era él el autor del libro de Santiago Iglesias. Contestó entonces, con cierto orgullo, que no, que ese Gonzalo Córdova era su hijo. Sin embargo, no me quedé sin regalo pues mi tía abuela Margarita Santini y sus hijas me regalaron la obra de Cruz Monclova de la historia de PR en el siglo XIX. 34
Como había decidido proseguir hacia el doctorado en Historia, para graduarme de maestría tenía que escribir una tesis la cual fue dirigida por el profesor de historia de América Latina, Luis Aguilar León. El entonces preparaba un libro sobre el marxismo en dicha área que incluiría un escrito de Santiago Iglesias. Me sugirió que escogiera a ese personaje como tema de mi tesis ya que el tema del proletariado yacía entonces olvidado en la historiografía borincana. Este consejo me encaminó por una ruta afortunada. Inicié la investigación al regresar a la isla en octubre de 1966. La recién mencionada tía abuela Margarita Santini conservaba la biblioteca de su esposo Rafael Rivera Zayas, graduado de la escuela de derecho de Georgetown, quien había sido representante socialista durante la coalición. Allí encontré la autobiografía de Iglesias y otros libros de importancia. Guardaba también varias cartas manuscritas de Muñoz Rivera a su primo hermano Rivera Zayas. Estas se conservan ahora en la Fundación Muñoz Marín. La estimada tía llamó a Igualdad Iglesias para preguntarle si me podía ayudar. Doña Igualdad me recibió muy gentilmente, me orientó y me dio acceso a su archivo. Gran parte de la investigación la hice en la colección puertorriqueña de la Universidad de Puerto Rico. Comencé entonces a explorar nuevas fronteras historiográficas fascinantes. Al estudiar la historia de Puerto Rico, especialmente cuando se investiga cuidadosamente, uno se percata rápidamente de que no somos un país invisible ni inmaduro. Esto es así porque las raíces de la isla son profundas y enérgicas. La 35
responsabilidad del historiador es escudriñar la documentación existente para tratar de llegar lo más cerca posible de la verdad histórica. Mi interés al escribir una biografía no es meramente narrar la vida de un prócer. Esta tarea se emprende concienzudamente para analizar la evolución de nuestro pueblo. De esta manera se puede clarificar, aún más, nuestra historia no solo para comprenderla mejor sino para evitar los errores del pasado y encaminarnos hacia un futuro digno. Una fresca noche de noviembre mi padre me indicó que, además de investigar, tenía que trabajar. Supe que en la Universidad Interamericana, recinto de San Juan, se había establecido recientemente un departamento de Historia. Un buen día me presenté al departamento y conocí a Gustavo Mellander, quien al explicarle mi situación me asignó dos cursos en Fajardo. Posteriormente Mellander fue designado decano académico y me ofreció un contrato como instructor en el 1967. Así se inició mi carrera profesional como profesor e historiador. En los próximos dos años me envió a Europa a cargo de los viajes de estudio de los estudiantes. Las visitas a Europa fortalecieron mis gustos por los temas humanísticos. Las experiencias vividas hasta entonces me habían enseñado que las humanidades se disfrutan, se aprecian, se viven y producen en nosotros infinidad de emociones inesperadas, a veces inexplicables e incluso contradictorias. Las humanidades crean nexos entre ellas, fortalecen la cultura y la orientan hacia el bienestar común. Comprendí que las humanidades trascienden 36
fronteras y por eso deben aspirar a estar libres de asuntos partidistas. Al regresar a Georgetown para cursar el doctorado lo primero que hice fue obtener un abono estudiantil para la temporada de la National Symphony Orchestra. Recuerdo una gloriosa noche en que Leopold Stokowski, con 89 años, dirigió la orquesta como el mago musical que era. En el Kennedy Center y en Wolftrap presencié innumerables funciones que fueron de gran impacto para mí. No olvidaré a la célebre Ingrid Bergman en una comedia de Bernard Shaw. Si todavía quedamos impactados al verla en las películas que hizo, puedo decir, que en persona era cautivadora. Poseía esa áurea legendaria que dicen tuvo Sarah Bernhardt. En ese período, tres profesores fueron instrumentales en mi formación. Primeramente, mi mentor Aguilar León quien me condujo a admirar la obra de Justo Sierra, La evolución política del pueblo mexicano, a cómo analizar los desarrollos revolucionarios y a ahondar en el pensamiento filosófico de la América Latina. Donald Penn, ex director del departamento de Historia, me ayudó a clarificar los problemas historiográficos de la revolución francesa y sobre Napoleón. No menos importante fue Walter Wilkinson, catedrático decano del departamento, quien dictaba los cursos del renacimiento. Los viajes previos a Italia me sirvieron para sacar mayor provecho a este período en que las humanidades florecieron e influyeron en el desarrollo de la civilización occidental. 37
Una vez terminados los cursos graduados y aprobados los exámenes comprensivos regresé a mi cátedra y a la investigación para la tesis doctoral. Igualdad Iglesias me había presentado a la historiadora Pilar Barbosa con la cual mantuve una estrecha amistad hasta su muerte en el 1996 a los 98 años. Doña Pilar conocía la historia política de Puerto Rico como nadie, habilidad que había heredado de su progenitor. Hablábamos regularmente por teléfono y aprendí mucho de lo que no está escrito en los libros amén de colaborar con ella en algunos proyectos como la biografía de Sánchez Morales. Conocí entonces a Arturo Santana, director del departamento de Historia del recinto de Rio Piedras. De primera instancia me ofreció unas clases de historia de los Estados Unidos y luego me invitó a unirme al departamento a tarea completa. Durante tres décadas disfruté de la cátedra, del intercambio de ideas con los colegas del departamento y del recinto y de otros quehaceres universitarios. Me siento honrado de haber sido parte del departamento de Historia y de haber sido profesor en la facultad de humanidades de Rio Piedras. Todos esos años me mantuve activo en la investigación no solo por afición sino también para continuar ampliando los conocimientos. Son muchas las personas que me han tendido la mano en este oficio tanto en el Centro de Investigaciones Históricas como en la Colección Puertorriqueña. De todos ellos estaré agradecido por siempre. De igual forma le estoy agradecido al 38
historiador coameño Ramón Rivera Bermúdez quien sometió mi nombre para consideración como miembro de la Academia Puertorriqueña de la Historia a Aurelio Tió en 1992. Luis Díaz Soler, posteriormente Humanista del año 2000, contestó mi discurso de incorporación. En una reunión de rutina de la academia, Ricardo Alegría me nominó, para mi sorpresa, al puesto de tesorero y fui aceptado. En el 1993 fui designado a la junta del Instituto de Cultura Puertorriqueña y durante ocho años colaboré con humanistas de la talla de Enrique Laguerre, Ismael Rodríguez Bou, Osiris Delgado y Luis González Vales. De todos ellos aprendí muchísimo sobre los asuntos culturales. La vice presidencia quedó vacante en 1995 y el estimado don Enrique sometió mi nombre y fui aceptado. Jamás pensé que esa distinción traería responsabilidades de mayor importancia en el futuro. Nunca contemplé ser nombrado presidente de la junta. Sin embargo, así lo hizo el gobernador Pedro Rosselló en octubre de 1998. Todos los humanistas de la junta me brindaron su cooperación para poder desempeñar las responsabilidades de la institución y del Centro de Bellas Artes. Había días en que la presidencia se sentía como el cilicio atormentador que usaban los ermitaños cristianos para expiar sus faltas terrenales y poder lograr la vida eterna. Don Enrique siempre insistía que entre los puertorriqueños había más cosas que nos unían de las que nos separaban. Y así es. Con el paso del tiempo nos percatamos de que las humanidades tienen mucho que ver con esos lazos. 39
Desde Machu Pichu hasta Samarkanda he tratado de conocer y entender el variado legado de la creación humanística. Una experiencia imborrable fue en Munich en julio de 1988 fecha en que se presentaban las quince óperas de Richard Strauss y su ballet principal La leyenda de José. Mi tío Fernando, un devoto admirador de Strauss, organizó una peregrinación lírica la cual fue una experiencia inolvidable. Continuamos hacia el santuario lírico de Bayreuth al cual todo wagneriano que se aprecie debe asistir, por lo menos, una vez en la vida. La obra a escuchar debiera ser Parsifal la cual fue compuesta para las condiciones acústicas especiales del teatro. Por fortuna pude obtener un boleto y cumplir así un sueño. Tras el retiro organicé un viaje al cono sur con el interés principal de visitar el afamado Teatro Colón de Buenos Aires. La fecha seleccionada me ofrecía la oportunidad de asistir a La valquiria. Al llegar a Chile en julio de 2005 fui al Teatro Municipal y vi que Maximiano Valdés dirigía Lohengrin. No podía creer mi suerte, dos óperas de Wagner corridas. Al maestro Valdés lo había escuchado varias veces dirigiendo nuestra sinfónica y conocía de su gran talento. La interpretación del drama musical fue de una transparencia orquestal impresionante. La calidad musical de Lohengrin fue superior a la de La valquiria. Así son las sorpresas felices en el mundo de la ópera. En otra ocasión (2007), me encontraba conversando con Alfredo Torres en su librería La Tertulia cuando el estimado colega Víctor Castro me informó que le sobraba un 40
boleto para asistir a las cuatro óperas de El anillo del nibelungo en el santuario musical de Bayreuth. Castro llevaba catorce años en espera de boletos. Parecía que los dioses del Valhala finalmente se habían apiadado de este admirador del venerado maestro. Acepté el boleto soñado y demás está decir que las cuatro funciones fueron inolvidables y allí ni me parecieron tan largas. Este año me he unido a la conmemoración del bicentenario del nacimiento de dicho compositor donando a nuestra sinfónica cuatro tubas-Wagner provenientes de la orquesta del Metropolitan Opera. Tras acogerme jubilosamente al retiro desempolvé la proyectada biografía de Rafael Martínez Nadal que dormía el sueño de los justos. En mi sano juicio, jamás debí haber aceptado escribir esta biografía debido a que el tema es sumamente extenso y no existía un archivo como en el caso de Iglesias. Esta obra la había comenzado Enrique Bravo en el 1982. Zoraida Fonalledas, nieta de Martínez Nadal, se me acercó y me solicitó dirigir la investigación y supervisar el proyecto. Acepté sin titubear y con entusiasmo pues el personaje es sumamente interesante y además lo admiraba por sus manifestaciones personales e ideológicas. La profesora Nilsa Rivera Colón trabajó ardua y eficazmente llegando a reunir diez cajas de fotocopias mayormente de periódicos. Bravo murió y heredé la redacción de la obra ya que no se había escrito nada hasta entonces. Planifiqué nueve capítulos y comencé, entre 1987 y 1988, con la primera etapa hasta 1924. No 41
obstante, estaba insatisfecho con la documentación. Con la jubilación recopilé información que llenó cuatro cajas y aumenté los capítulos a quince. Todavía inconforme comencé a escudriñar cuatro periódicos, día por día, de 1932 a 1941 y voy por el 1938. Los periódicos son: La Correspondencia de Puerto Rico, El Imparcial, La Democracia y El País. Al finalizar se habrán obtenido unas diez mil fotocopias adicionales. Ahora me siento que entiendo bastante bien lo que acaeció en esa década tumultuosa de la que tanto hay que escribir. Con el favor divino espero terminar las setecientas páginas que tomará esta biografía. Pasadas las elecciones del 2008 se me preguntó si me interesaba pertenecer a alguna junta del ámbito cultural. Contesté que estaba ocupado con la investigación, pero como me insistieron accedí a ser miembro de la junta de la Corporación de las Artes Musicales (CAM). Luego llamaron y dijeron que me tenían dos noticias, la buena era que sería parte de la junta del CAM y la mala que sería su presidente. Acepté pensando que iba a poder configurar una junta de excelencia para resolver los retos que enfrentaríamos. Así fue que logré que me dieran la mano Nydia Font (Julliard School of Music), Sylvia Lamoutte (New England Conservatory of Music) y Carmen Ana Culpeper (ex secretaria de Hacienda y ex directora ejecutiva de la compañía telefónica). Con estas tres damas muy especiales el éxito estaba asegurado. Luego se unió al grupo el abogado Juan José Forastieri el cual aportó sus sólidos conocimientos en materias legales 42
y financieras. Cuando comenzamos las labores, el CAM tenía un presupuesto de 6.3 millones de dólares. Luego descubrimos que el déficit era de $6.2 millones. Gracias al gobernador Luis Fortuño se pudo pagar la deuda y el presupuesto se aumentó a $7.5 millones en el 2010, a $8.4 en el 2012 y terminó en $9.1 millones con la nueva administración. Se instituyeron medidas de austeridad, se hicieron reformas y se estabilizó la corporación gracias a los conocimientos en la administración de entidades culturales de Melissa Santana quien fue contratada como directora ejecutiva. Para esa época, el maestro Valdés era ya director titular de la Orquesta Sinfónica. Sin aumento de sueldo, asumió conjuntamente la dirección del Festival Casals y del Festival Interamericano y perfeccionó la calidad musical de la orquesta. Con gran imaginación, amplió el repertorio de las tres instituciones ajustándose al presupuesto disponible. Me siento muy afortunado en haber podido compartido con el maestro Valdés estos años memorables. Jamás soñé que tendría la satisfacción de presidir la junta del ICP y del CAM, dos de las juntas culturales más importantes de nuestro país. Además que iba a ayudar a fomentar y difundir la música de los grandes compositores y sus intérpretes contribuyendo así a mejorar la calidad de vida de nuestro público. En noviembre del 2011 tuve la dicha de acompañar al maestro, en mi carácter particular, cuando fue invitado por su santidad Benedicto XVI 43
para ofrecer un concierto en el Vaticano con la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias de la cual es ex director. El volver a Roma me ofreció la oportunidad de refrescar las experiencias culturales del lugar. Fue dicha ciudad la que inspiró la Tosca de Puccini que de sus óperas es mi preferida. Tampoco podemos olvidar que la gran urbe del Tíber ya había inspirado a Wagner a componer Rienzi, su primera ópera exitosa. En su versión original incluyó un ballet pantomima de cuarenta minutos que narra la historia de Roma. La estatua del contradictorio tribuno se halla entre las escalinatas del Campidoglio, maravilloso conjunto arquitectónico, y lugar en que Rienzi encontró su abrupto y sangriento final. Aproveché el viaje para dedicarle una semana a Nápoles en la cual se encuentran lugares de importancia histórica y artística. Casi todo el mundo pasa por ella de camino a Pompeya, Amalfi o Capri, pero no todos se detienen a conocer la ciudad que inspiró el Cosi fan tutte de Mozart. Los monarcas borbones no gozan de gran reputación en la historia. Los reyes de esta familia, que reinaron en Nápoles durante los siglos XVIII y XIX, tienen muy mala fama por sus gestiones políticas. Mas sin embargo, su legado cultural es sobresaliente ya que, en parte, heredaron la gran colección artística de sus antecesores Farnese incluyendo el célebre palazzo donde sucede el segundo acto de Tosca. Muy poca gente visita sus tres palacios, el Real, el de Capodimonte y el de Caserta con su magnífico teatro. Algunos amantes de la música no fallan en 44
visitar el bellísimo Teatro de San Carlo (1737) localizado adjunto al palacio real. Fue aquí donde Rossini adquirió fama internacional y fortuna durante su estadía en la corte napolitana mientras el rey reprimía el liberalismo duramente. Este legado borbónico es verdaderamente extraordinario y digno de verse. Con este relato cuasi biográfico habrán podido notar que mi ruta hacia las humanidades comenzó de niño por las experiencias que tuve la fortuna de vivir y por las personas que me llevaron aún sin proponérselo por ese camino. Mi ruta fue adquiriendo fuerza durante la adolescencia, arrancó definitivamente durante mis estudios universitarios y se afianzó con mi carrera profesional tanto en la cátedra como en mi participación en trabajos de índole cultural. He recibido grandes satisfacciones sin buscarlas y me siento sumamente feliz de que la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades me honre hoy como Humanista del Año 2012. Agradezco profundamente a los miembros de la junta de directores de la Fundación por este honor que me han concedido. Es el mejor regalo de cumpleaños que se puede recibir. Agradezco también a todos los familiares, amigos y colegas que me han ayudado a través de los años algunos de los cuales están presentes. Muy buenas noches a todos.
45
46
Montaje por: Suheily Chaparro 2013 © Todos los derechos reservados
47
Fundación Puertorriqueña
de las Humanidades PO Box 9023920 San Juan, PR 00902-3920
Tel. 787.721.2087/Fax. 787.721.2684/www.fphpr.org 48