I CERTAMEN ESCOLAR DE CUENTO Y RELATO CORTO

201 I CERTAMEN ESCOLAR DE CUENTO Y RELATO CORTO CONCEJALÍA DE EDUCACIÓN Y CULTURA AYUNTAMIENTO DE LAS ROZAS. 2012 Este certamen nace con la intenc

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I CERTAMEN ESCOLAR DE

CUENTO Y RELATO CORTO CONCEJALÍA DE EDUCACIÓN Y CULTURA

AYUNTAMIENTO DE LAS ROZAS. 2012

Este certamen nace con la intención de promover, fomentar y descubrir las promesas literarias más jóvenes de nuestro municipio a través de nuestros centros educativos, y con el propósito de que sea celebrado en años sucesivos ante la buena acogida y respuesta con la que ha sido recibido.

En esta primera edición hemos contado con la participación de 15 centros educativos, se han presentado 26 trabajos; 11 de categoría A (5º-6º Primaria), 5 de categoría B (1º-2º ESO), 6 de categoría C (3º-4º ESO) y 4 de categoría D (Bachillerato).

Los centros educativos participantes han sido:

• CEIP El Cantizal • CEIP Los Jarales • CEIP San Miguel • CEIP San José • CEIP Siglo XXI • CEIP Vicente Aleixandre • Colegio Cristo Rey • Colegio Europeo de Madrid • Colegio Gredos San Diego • Colegio Logos • Colegio Orvalle • Colegio Santa María de Las Rozas • Colegio Zola • IES Carmen Conde • IES El Burgo

PATROCINAN:

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ganadores edición 2012

CATEGORÍA A

CATEGORÍA B

(5º y 6º de primaria)

(1º y 2º de la ESO)

Primer premio

Primer premio

Daniel Bello Rodríguez “Un Hombre misterioso” Colegio Europeo de Madrid

Adrián Marcos Grañena “Una cadena de misterios” Colegio Cristo Rey

Lote de libros y diploma:

Lote de libros y diploma:

Segundo premio

Segundo premio

Javier Ricci Melgarejo “Detective Charles y el caso del Conde Adams” CEIP San Miguel

Alberto Martínez del Hoyo Tera “El ladrón de almas” Colegio Gredos San Diego Las Rozas

Lote de libros y diploma:

Lote de libros y diploma:

Tercer premio

Tercer premio

Elena Nieto Díaz “El Arco Iris de la Igualdad” CEIP El Cantizal

María Rico Jiménez “El corcel de crines plateadas” Centro Educativo Zola

Lote de libros y diploma:

Lote de libros y diploma:

CATEGORÍA C

CATEGORÍA D

Primer premio

Primer premio

Inés Pérez García “Tres dólares y cinco centavos” Colegio Gredos San Diego Las Rozas

David Sagrario Sánchez “Memorias de un conductor” IES Carmen Conde

(3º y 4º de la ESO)

(Bachillerato)

Libro electronico y diploma:

Libro electronico y diploma:

Segundo premio

Segundo premio

Sara Burguete Francés “Su sencilla manera de quererme” IES Carmen Conde

Raquel Hidalgo Padrón “La Dueña” Colegio Gredos San Diego Las Rozas

Lote de libros y diploma:

Lote de libros y diploma:

Tercer premio

Tercer premio

Francisco Golmayo Fernández-Jardón “La Jaula de Fobos” Colegio Logos

María Ruiz Ortín “Su historia” Colegio Logos

Lote de libros y diploma:

Lote de libros y diploma:

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PRIMER PREMIO CATEGORÍA A

(5º y 6º de primaria) Colegio Europeo de Madrid

Un Hombre Misterioso Daniel Bello Rodríguez

Había una vez, en un pueblo muy antiguo, un hombre que vivía apartado de todo el mundo, un hombre al que todos le tenían miedo, por tener una cara muy fea llena de costras, una nariz ganchuda y torcida, unos ojos oscuros como la noche, unos dientes amarillentos, y una chepa, que era muy fácil de reconocer. Además, este hombre, siempre iba vestido de negro: capa negra que el sol había ido decolorando con el tiempo, un sombrero negro raído y polvoriento, y botas de cuero negras, rotas y sucias. El hombre, que además era muy gruñón, siempre llevaba bajo la capa lo que parecía ser una caja; una caja que agarraba con fuerza, como si pensara que alguien quisiera quitársela. La gente, que era muy avariciosa, empezó a creer que llevaba mucho dinero en su cajita de madera. Cada día, el hombre iba a comprar pan al pueblo, y cada vez que recorría las calles de este, los niños que jugaban en ellas se escondían detrás de las piernas de sus madres, pensando que el hombre les haría daño si se acercaban. Un día, cuando el hombre quiso comprar el pan, hubo un mal entendido al pagar, y un niño empezó a gritar diciendo que había visto robando al hombre, y este, sin saber qué hacer, se fue a su casa. Cuando se hizo de noche, todos los habitantes del pueblo decidieron que debían acabar con aquel hombre, para así poder vivir tranquilos y en paz, pues al ser raro y feo, algo malo debía de tener, (se decían entre ellos). Al día siguiente, cuando el hombre compró su pan, todos los habitantes del pueblo esperaron a que se fuera a su casa, para así seguirle, (ya que no sabían dónde vivía). Así pues, le siguieron por un sinuoso camino hasta llegar a su vivienda, la cual parecía un castillo abandonado. El castillo estaba sucio por fuera, y parecía que en cualquier momento se derrumbaría por el peso de los viejos muros de piedra. La gente del pueblo pensó que el hombre lo había dejado así , para que pareciera que no tenía dinero. Esperaron al anochecer, y cuando llegó, todo el mundo entró rápidamente al castillo. Allí se dieron cuenta de que el castillo estaba también sucio y destrozado por dentro, pero nadie se dio por vencido, y fueron todos hacía donde dormía el hombre, en un colchón rasgado y viejo. Un hombre del pueblo intentó arrebatarle la cajita de madera, pero en ese instante el hombre despertó y, asustado, se intentó defender; todo el mundo se le echó encima y empezaron a golpearlo, hasta que el pobre hombre murió. Esta vez el mismo hombre sí que cogió la cajita de madera y la abrió, pensando que dentro estaría la llave de un tesoro escondido en el castillo, pero lo único que encontró fueron papeles amarillentos. Estos papeles eran cartas, cartas de amor de la única mujer que había amado al hombre al que todos tomaban por una mala persona solo por ser feo y diferente.

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SEGUNDO PREMIO CATEGORÍA A (5º y 6º de primaria) CEIP San Miguel

Detective Charles y el caso del Conde Adams Javier Ricci Melgarejo 1. El conde Addams ha muerto Era una tarde fría y con neblina de otoño en la ciudad de Whilsin, las calles estaban vacías, como siempre, y el detective Charles Collin seguía en la oficina de policía mordiendo su negra pipa mientras esperaba una llamada telefónica. Miraba con el entrecejo fruncido el periódico “Noticias de Whilsin”. La noticia hablaba de un muchacho que se había escapado de la casa de su cuidadora. Charles era el mejor policía de la comisaría. Era calvo, regordete y con cara de bonachón, excepto cuando resolvía un caso. De repente sonó el teléfono y Charles frunció el ceño. - ¿Diga? Hola Kevin- le dijo a su ayudante.- Vale, ya voy. Charles colgó y se puso la chaqueta y el sombrero. Salió de la casa pitando y pidió un taxi. Se dirigía hacia la casa de una tal Marcus Algumber, guardia de seguridad en el castillo de Zorco, en Whilsin. Recientemente había pasado una cosa asombrosa allí. El conde Addams había muerto. 2. El negro túnel Charles llegó a la casa del guardia de seguridad. Allí le esperaba Kevin, su mejor ayudante hasta ahora. Kevin era alto, guapo y muy listo. Averiguaba muchos casos que compartía con Charles. Llamaron a la puerta. Les abrió un tipo fuerte y cuadrado, con cara de malas pulgas. Registraron la casa, Kevin por arriba, Charles por abajo. Fue Charles quien lo encontró debajo de una alfombra del primer piso. Cuando la levantó vio una trampilla. Abrieron las puertas de la trampilla y, como suponía Charles, había un túnel subterráneo. Cogieron una escalera y bajaron. La linterna alumbró una nota en la pared, después otra, y otra, pero siempre ponía lo mismo: una fecha y el número de días que faltaban para algo. Otra vez la linterna alumbró una nueva nota y el final de la pared. La nota decía: 29 de abril de 1984 1 día. La venganza está cerca - Veintinueve... ¡eso fue anteayer! – dijo Kevin. - Sí...seguro que el asesino lo tenía todo preparado. – contestó Charles. - Por cierto Charles, mañana no podré ir a la oficina. - dijo Kevin cabizbajo. – ya sé que tampoco vine ayer pero... - Déjalo.

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Charles se pasó toda la tarde pensando. Le daba al coco y probaba distintos sucesos. Al final le vino la inspiración. Ya sabía quién era. Cogió el teléfono y llamó a Kevin. - Kevin, ya sé quién es el asesino. 3. El asesino La noche se acercaba y todos los trabajadores del castillo habían sido reunidos por Charles. Estaba Marcus, con cara pálida, las veinte cocineras, los diez mayordomos y la condesa. - Os he reunido por el reciente asesinato del conde Addams. Pero voy a ir al grano. El asesino ha sido Nivek Rebgab. ¿Os suena de algo? - El muchacho que se escapó de casa de su cuidadora. – dijo una cocinera. – sus padres fueron condenados a muerte por los condes. - Exacto. – afirmó Charles. Rápidamente escribió NIVEK REBGAB en mayúsculas. - Nivek Rebgab...¡Kevin Bagber! – sentenció Charles - ¡No! - Si Kevin... ¿a dónde fuiste ayer por la noche? Y, ¿dónde querías ir mañana? ¡Al túnel! Señora condesa, le he salvado la vida. Días después, Charles esperaba en la oficina. Esperaba la llegada de su nuevo ayudante.

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TERCER PREMIO CATEGORÍA A

(5º y 6º de primaria) CEIP El Cantizal

El Arco Iris de la Igualdad Elena Nieto Díaz

En el maravilloso país de los colores vivían todos los colores que existen. El Rojo de las sonrisas de los niños, el Amarillo del sol en primavera, el Marrón de los helados de chocolate, el Morado de la lavanda … Todo era color y armonía, hasta que los colores empezaron a ver lo que no tenían y a envidiar lo que les faltaba. El Azul quería ser como el Rojo, el Amarillo como el Verde, el Naranja como el Morado, el Rosa como el Lila …. Un día, se reunieron todos en una asamblea. Discutieron sobre el tema y expusieron varias soluciones. El Rojo dijo que podían cambiar el color de las cosas, el Naranja propuso que sólo hubiera naranja, verde y azul y el Verde que todos fuesen iguales. Todos pensaron que la mejor idea era la del Verde y que todo sería mucho más fácil si fuesen del mismo color. Solo había un inconveniente, no sabían cómo conseguirlo. De repente todo se iluminó, se miraron y se dieron cuenta de que se habían vuelto de color blanco, que es la mezcla de todos los colores. Desde ese día, en la Tierra, ya no se disfrutaba del anaranjado de los atardeceres, no se veía el azul del cielo de verano, palidecieron las rosadas mejillas de las niñas. Desaparecieron las manzanas rojas, amarillas y verdes, el negro azabache de los cabellos, el blanco de las nubes ya no era original y cuando nevaba no era un día especial. Los niños de la Tierra lloraban, y hasta sus lágrimas eran de color blanco. Todos juntos decidieron pedirle al hada de los deseos que reapareciesen los colores. El hada, que era la que había hechizado a los colores, les dijo que volverían, pero ellos tenían que darse cuenta de cómo hacerlo. Poco tiempo después los colores se dieron cuenta de que se habían equivocado y se arrepintieron de lo que habían deseado tiempo atrás. Nuevamente, la magia actuó, y volvieron a ser cada uno como era. Desde entonces, de vez en cuando, y para que nadie olvide que cada uno es especial y con una misión en este mundo, se reúnen todos los colores y dibujan en el cielo, tras una tormenta, un magnífico arco iris.

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PRIMER PREMIO CATEGORÍA B (1º y 2º de la ESO) Colegio Cristo Rey

Una cadena de misterios Adrián Marcos Grañena

Me quedé helado cuando mi madre me confirmó que íbamos a pasar la Nochebuena en casa de mi tío Felipe Torcuato XII. La casa de mi tío es quizá la única mansión a la que nunca me gusta ir. En el jardín trasero hay un pequeño cementerio familiar custodiado por Nicolás, un perro con muy malas pulgas, con una gran afición por la caza de conejos. Pero lo más escalofriante es sin duda, las siniestras gárgolas que decoran el tejado del viejo caserón. Solo mirarlas te das cuenta de que te observan, ocultas, con sus rostros llenos de muecas… Como mis argumentos para no asistir a la cena no convencieron a mis padres, bajé al coche, respire hondo y me abroche el cinturón, mientras intentaba no pensar en la triste velada que me esperaba. Después de casi una hora de camino, llegamos a la casa. Cuando me disponía a tocar el timbre de la puerta, ésta se abrió sola. ¿Quién estaba detrás? El pesado de mi primo Gus. Gus es el hijo de mi tía Gertrudis, casada con mi otro tío Godofredo. Entramos al hall. En el piso superior apareció mi tío Felipe Torcuato como de la nada, empezó a bajar las escaleras con su figura delgada y su nariz aguileña que le daba un aspecto siniestro. Sin decir palabra le seguimos hasta el comedor, se sentó solemne en su silla y dijo: - Es hora de cenar. Todos nos sentamos y empezamos a cenar. En algunos momentos se iba la luz, la primera y segunda vez lo ignoramos, pero la tercera vez se fue del todo. Todos empezamos a gritar, sobretodo yo. Cuando ya me había quedado sin voz la luz volvió por fin. Todo parecía estar bien hasta que dirigí la mirada a la silla de mi tío Felipe: ¡En su lugar había un esqueleto! La tía Gertrudis se puso histérica, saltando y emitiendo una especie de grititos nerviosos. ¡Casi se cae la lámpara de araña del techo! Teníamos dos problemas: el misterio del esqueleto de mi tío y la obesidad de mi tía. Empezamos a discutir nerviosos sobre lo que debíamos hacer. Me pareció escuchar un lamento que provenía del cementerio trasero. Intenté que se callaran para ver si escuchaban lo mismo que yo. Cuando por fin todos confirmamos que algo parecido a un llanto se oía detrás de la casa, mi familia, que piensan que soy el más valiente, me empujó afuera para que investigara quien podía llorar de esa manera. Por desgracia mi primo Gus me había seguido escondiéndose detrás de mí. Casi de puntillas y con mucho sigilo nos dirigimos al cementerio. Al abrir la verja nos dimos cuenta que el llanto venía de detrás de una gran lápida situada en el centro. Muertos de miedo nos acercamos a mirar; sentada en el suelo nos encontramos una niña que no paraba de llorar. -¿Qué te pasa? ¿Cómo te llamas? Le pregunté al menos cinco veces. De repente dejó de llorar y se levantó. Tenía el pelo negro y sucio tapándole la cara y un vestido roto que en su día debía haber sido blanco. Se quedó mirándonos y me dijo: “sigue las pistas” mientras señalaba hacia la casa. No entendía nada, así que le iba a decir que nos acompañara a la mansión cuando me di cuenta que había desaparecido. Gus y yo volvimos a la mansión. Mi padre se encontraba al lado del esqueleto de mi pobre tío, empezó a contarnos que, efectivamente, el esqueleto pertenecía a nuestro tío y yo que sé que rollo nos soltó sobre cómo lo había descubierto. Aunque sinceramente pienso que su “magnifica conclusión” se debía a que en el dedo

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anular de la mano izquierda del esqueleto, estaba el anillo con el sello familiar de mi tío Felipe... mientras mi padre seguía soltando su rollo sobre ADN, huesos y cosas así me fijé en unas recientes y extrañas huellas húmedas que empezaban debajo de uno de los ventanales del comedor. Las seguí y me condujeron hasta la biblioteca. Entré, sentí un frío sobrenatural. Con más miedo que decisión, terminé junto a un viejo libro que estaba en el escritorio (allí acababan las huellas). Empecé a leer el libro. Era la biografía de mi bisabuelo Felipe Torcuato X. Una hoja suelta cayó del libro, era una hoja de periódico amarillenta: “Muerte misteriosa en el lago de la familia Torcuato: Los investigadores afirman que el cadáver de la niña que apareció ahogada en extrañas circunstancias en el lago Torcuato el pasado día 13 ha desaparecido. –Yo no he tenido nada que ver- dice el propietario de la mansión. Algunos aldeanos dicen que la pasada noche han visto a la niña vagando por el pueblo…” Al ver la fotografía de la niña fallecida me quedé estupefacto y salí corriendo hacia el salón. Cuando entré, a ¿Qué no sabéis quien estaba allí? ¡¡Mi tío Felipe!! Muerto de risa contaba que nos había gastado una broma. El esqueleto, falso. Había mandado a su mayordomo apagar la luz para poder ponerlo en la silla y esconderse. Cuando se me fue el enfado por el susto que me había hecho pasar le felicité por su broma, que aunque de mal gusto, reconocí que había sido muy buena. - Pero tío ¿y la niña del cementerio? - ¿Qué niña? - La misma que sale en esta noticia- dije entregándole el recorte de periódico que había encontrado. Hubo un silencio sepulcral. Mi tío empezó a temblar de repente señalando hacia la ventana. Miré y vi con horror el rostro de la misma niña del cementerio mirándonos a través del cristal con su cara pálida y el pelo mojado. Al segundo desapareció… y se fue de nuevo la luz.

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SEGUNDO PREMIO CATEGORÍA B (1º y 2º de la ESO)

Colegio Gredos San Diego Las Rozas

El ladron de almas

Alberto Martínez del Hoyo Tera Se despertó, se incorporó, estaba sudando y le caían lágrimas por los ojos. Martín se levantó de la cama y fue al baño a lavarse la cara, no pudo evitar pensar en el sueño tan extraño que había tenido. Volvió a acostarse ya que todavía quedaban unas cuantas horas para que tuviese que ir a la universidad. La mañana llegó rápido; mientras iba en el autobús recordó lo que había soñado y no le gustó. De repente, giró la cabeza, creía que alguien le observaba y le incomodó, pero no había nadie. Las clases se hicieron eternas y Martín volvió a tener la sensación que alguien estaba detrás como una sombra, no paraba de mirar tras de sí porque lo sentía muy cerca de él. Llegó la noche y se tumbó en la cama. En medio de la oscuridad vio una silueta. ¿Me estaré volviendo loco? –pensó, y encendió rápidamente la luz: no había nadie. La apagó y ahí estaba la silueta, observándole, acercándose cada vez más. Fue a dar la luz pero no se encendió, Martín intentó chillar pero ni un solo sonido salió de su boca. Lo último que vio fueron unas grandes manos acercándose a su cara y se desmayó. A la mañana siguiente, no sabía si había sido una pesadilla o la vida real, pero no tardó en averiguarlo. Al mirarse al espejo tenía marcas rojas en la cara y moratones en el cuerpo, en ese momento le dio un vuelco el corazón y se le heló la sangre. Antes de irse, inspeccionó toda la casa, alguien debía de estar en ella, pero allí no había nadie. Volvió a montarse en el autobús y de nuevo ahí estaba esa sensación tan familiar últimamente y tan incómoda; alguien le observaba, se giró y vio a un chico algo extraño y siniestro de ojos verdes penetrantes. El autobús paró y cuando Martín iba a bajarse, el chico del fondo chilló: – ¡Va a por ti! ¡Sé que te está atormentado a ti también! Martín salió rápido del autobús sobresaltado y pensó: – ¿Qué estaría diciendo ese chico? Sin duda no debía de estar muy bien de la cabeza. Las noches llegaban rápido, estaba nervioso, no quería que llegase la hora de irse a dormir, tenía miedo, mucho miedo, de algo que ni siquiera sabía si realmente había pasado. Se recostó en la cama, miró a todos lados y apagó la luz deseando que todo fuese como hace unos días, pero allí estaba la sombra de nuevo. Si era una persona estaba claro que era muy fuerte y robusta, se acercaba lento pero constante hacia la cama, podía sentirla, sus latidos se le salían por la garganta y su pecho sentía la presión de su respiración sofocada por intentar hacer el menor ruido posible y que se fuese. Martín quería chillar pero no podía, no encendió la luz, pero sí pudo levantarse y correr hacia la puerta. No se abría y allí estaba la sombra, se acercó, sentía su presencia, comenzó a darle puñetazos como un acto innato para alejarla de él, pero era como pegar al aire, como si no hubiese nadie. Después de forcejear con la puerta la consiguió abrir y bajó corriendo por las escaleras con la sombra tras él. La luz se había ido en toda la casa y su madre estaba abajo en el salón con una linterna intentando dar la luz cuando corrió hacia ella con los ojos llenos de lágrimas.

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– ¡Mamá, ayúdame! ¡No dejes que me haga daño! – Tranquilo, no pasa nada. Pero Martín chilló como si estuviese poseído, no podía parar. En ese momento vino la luz y las cosas se veían de distinta manera. Se relajó y volvió a su cuarto, pero ahora ya no apagó la luz. A la mañana siguiente, Martín subió de nuevo al autobús. El chico estaba en él: – Tú me dijiste que a ti también te atormentaba. – Sí, me atormentaba, pero ya no. – ¿Y qué hiciste? –preguntó. – Cuando supe quién era chillé su nombre y me hizo una pregunta, la acepté, dejándome de atormentar hasta que llegue el final de mis días. Entonces mi alma no encontrará descanso, nunca. – ¿Qué pregunta? ¡Por favor, ayúdame! – No puedo decir más… eso sí, no le hables a nadie de la sombra, si no estarás dando esa maldición a otros. – ¿Pero a mí nadie me habló de una sombra? ¿Por qué me atormenta? – Sí, alguien te habló hace dos días en sueños, era yo. Martín se bajó del autobús. La noche llegó rápido y con ella la maldición. Martín hizo lo indicado: chilló su nombre. – ¡Sombra! –chilló. –¿Qué quieres de mí? – Tu alma –contestó. – Te dejaré vivir una buena vida, casarte, tener hijos,… pero cuando mueras tu alma será mía. ¿Aceptas? – Nunca –contestó Martín. Y sintió que se desvanecía, su espíritu se elevaba a lo alto de la habitación y su cuerpo sin vida permanecía tumbado en el suelo. Entonces comprendió que había muerto, pero su alma se encontraba en paz. A la mañana siguiente su madre encontró el cuerpo inerte de Martín con una nota escrita en sangre en el pecho donde se podía leer: “LA SOMBRA NO DESCANSARÁ HASTA TENER TODAS LAS ALMAS DEL MUNDO”.

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TERCER PREMIO CATEGORÍA B (1º y 2º de la ESO) Centro Educativo Zola

El corcel de crines plateadas María Rico Jiménez

Ya ni mi nombre ni mi imagen son conocidos, sin embargo mis actos llegaron a causar múltiples desgracias que aún siguen grabadas a fuego en los corazones de a los que tanto daño he causado. Pero, si aún quieres escuchar mi historia te la narraré, aunque ten en cuenta que yo era joven e incauto y que, aunque no merezco el perdón ni la compasión de nadie, pues yo ni perdoné ni compadecí a otros, quiero que me escuches hasta el final y que me permitas explicar el porqué de mis acciones. Al principio yo no era nada, tan solo una masa inexistente, nada, hasta que me empezaron a moldear. No sé quién o qué lo hizo, solo sé que me condenó a una mísera existencia llena de desgracias y que, el poder que me entregó tan solo causó mal. En los primeros años todo fue bien, aprendí a usar mi poder; podía hacer que árboles crecieran con solo pensarlo, que los dragones más feroces se posaran ante mis pies solo con una mirada, que las hadas y los duendes me mostraran sus secretos más recelosamente guardados solo con pedírselo,… pero como siempre, había una excepción; unas criaturas maravillosas, las más bellas que nunca hayan existido, tan puras que quien llegara a hacerlas daño quedaría marcado para toda la eternidad con el peor de los destinos. A veces adoptaban la forma de pequeñas hadas, otras veces de unas ninfas tan bellas que podías quedarte atrapado mirándolas mientras te consumías poco a poco. Algunas veces eran simplemente luz, pero para mí, la forma más bella que adoptaban era la de un corcel de pelaje perlado, con crines de plata y un largo cuerno en forma de espiral sobre la frente. Despertaban en mi tal admiración y me maravillaban tanto, que no tardé en enamorarme de una de ellas, pero, con el tiempo me di cuenta de que nunca sería correspondido y, en un arrebato de furia y locura acabé con su vida. Si yo, el más poderoso de los hombres no era digno de su afecto, ninguno lo sería nunca. Todavía la recuerdo muriendo en mis brazos, me había arrepentido nada más clavarle el puñal de plata en el corazón. Y así, desapareció, igual que había aparecido; sin dejar ningún rastro. Desde ese momento mi vida se tornó oscura. Abandoné mi hogar de suaves praderas y árboles mágicos para adentrarme en una vida manchada de sangre y engaños. En poco tiempo me hice con el control de todo, de absolutamente todo, masacrando continentes enteros, matando con propias manos a más mujeres, hombres y niños inocentes que ningún otro. Lejos estaba yo de adivinar que eso tenía una repercusión: mientras mi alma agonizaba yo seguía segando vidas cegado por la codicia y las promesas de poder eterno. Tenía un ejército prácticamente invencible, formado por miles de estatuas de piedra que cobraban vida cuando las rozaba y sólo me obedecían a mí pero, al poco tiempo acabaron siendo mi única compañía. Todos los seres vivos me temían y odiaban, notaba sus miradas acusadoras, sus conciencias deseado mi muerte, sus corazones destrozados ante tanta destrucción.

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Quise arreglar el horror que había causado, pero ya no podía. Solo existía una criatura capaz de arrojar luz a ese pozo oscuro que yo había creado, sin embargo, arrepentido o no, yo había matado a una de ellas, yo había contaminado la sangre de uno de esos seres con mi puñal. Tras largas meditaciones decidí pisar el territorio que antaño había considerado mi hogar. Todo estaba igual o incluso más deslumbrante aún que cuando me fui; los árboles se trenzaban unos con otros formando esculturas naturales, las flores eran tan perfectas que parecían hechas una a una y casi no se las podían distinguir de las verdaderas hadas que se escondían entre sus pétalos. El agua de sus ríos seguía siendo tan limpia y clara como el aire pero, a cada paso que yo daba algo terrible ocurría: las flores se marchitaban a mis pies, las hojas de los árboles caían al suelo, totalmente podridas, como yo. Me pasé días buscando a las pequeñas criaturas en todas sus formas aunque no las encontré. Cuando regresé a tierras humanas muchos intentaron acabar conmigo pero sin éxito, seguía siendo poderoso y no solamente los aniquilaba sino que disfrutaba con ello. Pero, al poco tiempo mi poder fue menguando y caí en una enfermedad de la que nunca me deshice del todo. Huí a las tierras pantanosas donde permanecí tanto tiempo entre barro que todavía siento el frío atravesando mis huesos como un gélido cuchillo que, aunque no te mata si te deja totalmente debilitado. Me acuerdo del lodo que te arrastra hacia las entrañas de la tierra y que luego te expulsa dejándote medio muerto y con una sensación de vacío, olvido y soledad que te oprime las entrañas. No sé cuánto tiempo pasé allí, pero, fue mucho, mucho tiempo. Cuando conseguí recuperarme, me dediqué a vagar por los límites del mundo sin acercarme a ninguna civilización por miedo o vergüenza a que me reconociesen. Un día, me acerqué a un pequeño poblado y pregunté. Nadie conocía ni mi nombre ni mi cara pero me di cuenta de que, de alguna manera, en el fondo de sus ojos había un reflejo de sufrimiento con mi nombre escrito en él. Decidí que viviría ajeno a todo y que nadie se enteraría ni de mi pasado, ni de mi presente, ni de mi futuro… Pero, te encontré a ti y, quiero que sepas que no estoy orgulloso de las decisiones que he tomado, ni de haber causado tanto daño, por eso y porque no quiero que nadie cometa mis mismos errores, quiero que a cambio de haberte revelado mi historia, se la cuentes a otros para que nadie repita tales atrocidades y que sepan que al final conseguí que mi nombre fuera olvidado.

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PRIMER PREMIO CATEGORÍA C (3º y 4º de la ESO)

Colegio Gredos San Diego Las Rozas

Tres dolares y cinco centavos Inés Pérez García

Tom Finn espera en el andén 7 de Central Station, Nueva York. Lleva su cazadora preferida, la que le da suerte en los exámenes. Los vaqueros son de los caros, los que le regaló su tía esas navidades. Se frota las manos. Hace frío. Quizás su madre sí tenía razón cuando le dijo que llevara una bufanda. Se inclina para mirar si llega el tren, algo que ha hecho varias veces en los últimos minutos. Ya lleva un cuarto de hora de retraso, y está empezando a ponerse nervioso. La gente que pasa a su alrededor no se detiene a mirarle. En esa estación todo el mundo tiene prisa. Mira de nuevo el reloj, las cinco y cuarto de la tarde, y el tren sigue sin llegar. ¡Para un día que tiene prisa! Suspira, y agarra con fuerza la mochila que lleva en los brazos, que lleva el cuaderno que le cambiará la vida. El día que lleva esperando casi desde que cogió un bolígrafo por primera vez por fin ha llegado: va a reunirse con un editor para enseñarle el primer borrador que ha escrito. Una pareja de unos cincuenta años pasa por su lado. - Perdonen, ¿saben si el tren va a tardar mucho más?- Les pregunta, tratando de sonar calmado. La mujer, que lleva un carmín rojo algo exagerado, gira la cabeza en su dirección, y le mira de arriba abajo. Luego se vuelve hacia su marido, que parece distraído mirando el periódico. - Harold, ¿sabes si el tren tardará mucho más? El hombre, que luce un bigote que acentúa su parecido a un bulldog, se coloca sus pequeñas gafas con el dedo índice. - Por supuesto.- Responde, con acento inglés, levantando las cejas como sorprendido de que le hagan aquella pregunta.- ¿No oye cómo vibran las vías, muchacho? Unos segundos después, el tren hace su entrada en la estación. Cuando las puertas se abren, centenares de personas salen y entran en los interminables vagones. Tom consigue, tras varios empujones, entrar en uno, y se queda de pie mientras mira cómo se cierran las puertas. Vuelve a apretar contra sí la mochila, no quiere ni imaginarse lo que sucedería si la perdiera. Una parada, dos, tres, la gran manzana pasa ante sus ojos y al cabo de un tiempo abandona Manhattan. Tom mira por la ventana y con cada minuto que pasa sus nervios aumentan. A las seis, el tren llega a la parada de Tom, que sale disparado por la puerta en cuanto esta se abre. Le quedan exactamente siete minutos para llegar. La editorial está a cuatro manzanas de ahí, así que avanza con paso ligero. Aún se acuerda de cómo sonó el teléfono hace exactamente siete días. Como siempre, lo cogió su hermana, pero al ver la cara que ponía cuando le dijo que querían hablar con él, empezó a sospechar que algo raro ocurría, ya que no solía recibir muchas llamadas. Una editorial relativamente importante había leído el primer capítulo de la novela que estaba escribiendo, y estaba interesada en leer más. Su madre había gritado de alegría durante varios minutos. Por fin, Tom llega a la dirección de la editorial. Es un edificio de ladrillo visto, con una verja de metal negro y un timbre no muy moderno. Al pulsarlo le tiembla la mano, no se puede creer que el día por fin haya llegado.

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Una hora después, Tom Finn sale del edificio de ladrillo con una sonrisa en los labios. Cuando, tras veinte minutos de espera, entró en la oficina del editor, se sorprendió a sí mismo por no desmayarse, pero al sentarse el temblor en sus piernas pareció disminuir. El editor era un señor menudo, con barba blanca y poco pelo, pero que, en la forma de hablar, en la manera en que movía las manos, y en general en su forma de actuar, se notaba que era un hombre muy sabio. Llevaba una americana de color marrón, y se ponía y quitaba las gafas continuamente. Cuando entró, le recibió con una sonrisa, y le comentó que estaba muy impresionado con el primer capítulo. “¡Tan joven, con sólo 17 años!” repetía una y otra vez. Creo que una portada azul sería perfecta, había dicho. Y así de sonriente sale Tom de la editorial, está tan contento que decide darse un capricho y entra a cenar en un restaurante bastante fino que encuentra a unas manzanas del edificio. Mientras espera a que le atienda un camarero, juguetea con la tarjeta en la que el editor le ha apuntado su teléfono personal, para que le llame cuando tenga el libro acabado. No debe perderla, así que la mete en el bolsillo delantero de su mochila, ahora ligera sin el peso del borrador de su novela. Cuando sale del restaurante, ya es noche cerrada, y no hay apenas gente en las calles. La estación está a unos veinte minutos de ahí, y debe darse prisa o el tren de y media se irá sin él. Unos metros por detrás de Tom, un hombre grande y sucio observa como el chico sale del restaurante. Seguro que tiene dinero, piensa, no todo el mundo puede permitirse una cena en Luigi’s un día cualquiera. Y sus vaqueros, son de esa marca cara que sale en la televisión, dice para sí mientras le sigue con la mirada. Unos segundos más tarde, se levanta del portal en el que está sentado y comienza a seguirle, mientras, con la mano izquierda, dentro de su abrigo, sujeta el arma que compró hace dos semanas. No pasa mucho tiempo hasta que Tom se da cuenta de que le están siguiendo. Ha echado un par de miradas atrás y puede decir que se trata de un hombre grande con un abrigo negro y sucio. Trata de caminar más rápido, pero el hombre le imita. Un sudor frío cubre sus manos, que se aferran con fuerza a su mochila. Al cabo de unos minutos, siente una mano en su hombro derecho, que le impide avanzar. Temblando de miedo, se gira. - Dame la mochila y todo lo que lleves.- Le dice el hombre. Tom puede apreciar que le faltan varios dientes. Los pensamientos del chico vuelan hacia la tarjeta del editor, que está en el bolsillo frontal. No puede dársela, su futuro entero está en ese trozo de cartulina. - Dámela.- Repite el hombre, añadiendo esta vez una de esas palabras que escandalizan tanto a su madre. - Por favor…- Las palabra a penas pueden salir de su boca. El corazón le retumba en los oídos.- Déjeme sacar… - ¡Dámela!- Le interrumpe el hombre, con la voz llena de rabia. Tom se encuentra en estado de desesperación. Por su cabeza pasan el carmín de la señora de la estación, la pared de ladrillo de la editorial, hasta la portada azul de la que había hablado el editor, pero ninguna idea útil. Y entonces, en una descarga de adrenalina sale corriendo con todas sus fuerzas, un pie detrás de otro, casi sin aliento. Pero cuando no ha avanzado más de tres metros, escucha el sonido metálico que tantas veces ha oído en películas y en la televisión. Cierra los ojos y aprieta los dientes. Los dedos gordos y grasientos del hombre del abrigo gris presionan el gatillo, frenando la carrera de Tom Finn. Qué fatídica situación, cuántos sueños rotos y cuántas lágrimas por los tres dólares y cinco centavos que valía el tren.

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SEGUNDO PREMIO CATEGORÍA C (3º y 4º de la ESO) IES Carmen Conde

Su sencilla manera de quererme Sara Burguete Francés

Sentada en un sillón junto al fuego, los tizones chisporrotean en la chimenea lanzando reflejos rojizos. Conmigo misma, con mis ilusiones y mis nostalgias íntimas, recuerdo las palabras de un vecino periodista: “No vale la pena inventar, la realidad siempre es mucho más interesante”. Sigo contemplando el fuego de la chimenea con ojos amables, sin intención alguna de dejarme llevar por la ficción para realizar mi relato. Llegan a mi mente recuerdos, detalles fugaces… y pienso que es mejor unir el elemento estimulante de lo fantástico con el carácter revelador de la realidad. Muchos de mis recuerdos se han desdibujado al evocarlos, pero el recuerdo de mi pelota me devuelve a un mundo propio, inventado y vivido al mismo tiempo, ya desaparecido, excepto en mi memoria. Yo era una niña de cuatro años cuando mi madre sacó de aquella caja la pelota y la puso en mis manos. Era una pelota enigmática. Me causó una profunda y duradera impresión. Me pareció genial, fascinante, mágica… La recuerdo muy vivamente porque me tuvo maravillada durante mucho tiempo. Era una pelota didáctica porque estaba llena de números y letras de muchos colores. Tenía el fondo de color azul oscuro y era muy suave. Con ella encontré verdaderos compañeros de juegos. Juntos formábamos aquella sinfonía humana en la que no había notas discordantes. Desde muy pequeña me interesaron los cuentos. Muchos de ellos los leí sentada o apoyando la cabeza sobre ella. Recuerdo haberle enseñado las ilustraciones de los cuentos de Peter Pan, La Bella y La Bestia y otros muchos. En el colegio hacíamos concursos de lectura de libros. Yo leía las divertidas aventuras de Kika Superbruja, Pablo Diablo y Gerónimo Stilton. Todos estos cuentos los escuchaba, mi pelotita buena y generosa, con una mezcla de ternura y de risa. Nuestras carcajadas eran más elocuentes que cualquier palabra. Me habían regalado juguetes y juegos muy interesantes, pero ninguno me entusiasmó tanto como aquella pelota suave, linda, imprescindible y misteriosa. Jugaba con ella en el jardín cuando las lilas y las madreselvas llenaban con su aroma todo el espacio. También jugábamos en el aterciopelado silencio de la nieve, en el agua de la piscina y en el mar. Siempre me impresionaba con sus fantásticas volteretas en el aire. Jugábamos y jugábamos sin perder un minuto, tal vez siendo conscientes de que cada minuto perdido es irrecuperable. No puedo recordar ahora todas y cada una de las preguntas que formulé a mis padres, sobre todo, a mi madre, botándola y botándola sin parar. Pero sí conservo en mi memoria la complacencia con que respondían a todas ellas sin asombro ni irritación. Mi pelota tenía la magia de una buena crónica en la que el lector se entusiasma por algo que nunca antes le había interesado. También poseía la capacidad de unir brillantez y sentido común.

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Con ella nacieron mis primeros poemas. La consideraba una pelota lírica porque su presencia me producía siempre una intensa emoción. La primera poesía la escribí para ella: Pelota graciosa, pelota bonita, eres mi juguete y yo soy tu amiga. Cuando no apareces, te busco y te busco. Cuando ya te encuentro, se me quita el susto. … Era una pelota privilegiada porque se le permitía estar en todas las estancias de la casa. Incluso tenía un hueco en el despacho de mamá, al lado de su pequeña biblioteca. Para todos fue un juguete muy especial. Por la noche, salía de la casita donde estaban recogidos los demás juguetes y se quedaba a mi lado dormitando, disfrutando de la noche. Su compañía me llenaba de regocijo. Un día, mi pelotita mágica, comenzó a deshincharse y se convirtió en mi amuleto de la suerte. Aunque el silencio era su mejor discurso, seguía, como siempre, demostrándome su sencilla manera de quererme. En primavera, cuando el aire transporta las moléculas de la poesía, se deshinchó del todo. No estábamos solas, nos acompañaba el más hermoso y sublime atardecer. Fascinada por aquel delicioso espectáculo de colores intensos, enterré a mi adorada pelota en el jardín junto a un macizo de rosales cuyo encanto absorbente me recuerda su dulce danza. Su ausencia me dejó un gran vacío. Nunca hubiera podido imaginar que un juguete ausente ocupara tanto espacio, mucho más que todos los juguetes presentes.

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TERCER PREMIO CATEGORÍA C (3º y 4º de la ESO) Colegio Logos

La Jaula de Fobos

Francisco Golmayo Fernández-Jardón Un hombre caminaba lentamente por la calle en una fría noche de marzo. Una lluvia fina caía de forma silenciosa, pero constante. Tan solo unas pocas farolas, dispersas entre sí, iluminaban vagamente la calle. El hombre, Pedro, empezaba a lamentar haber salido de su casa para dar su rutinario paseo nocturno. A pesar de que su sombrero le protegía la cabeza de la lluvia, y su abrigo del frío, la humedad, le iba calando hasta los huesos. La lluvia se acentuaba lentamente. Cada vez, las gotas eran más gordas, y cada vez, más eran los relámpagos que salpicaban el cielo nocturno. Pedro vio un pequeño gato de pelaje oscuro que corría y se acurrucaba debajo de un viejo banco lleno de pintadas adolescentes. El gato levantó la vista y miró a los ojos de Pedro, con una mirada asustada de color ámbar. Pedro sintió pena por aquel felino. Le recordaba a sí mismo. Durante toda su vida, Pedro, al igual que el gato aquella noche, había sentido miedo e inseguridad. Como el gato, Pedro vivía encarcelado por sus miedos desde su infancia. La prematura muerte de su padre, lo dejo solo con su madre. La idea de que su madre corriera el mismo destino, lo había torturado hasta los 43 años, cuando finalmente el corazón de su madre dejo de latir. Fue en su adolescencia, cuando creció la raíz de aquello que lo limitaría el resto de su vida: la falta de autoconfianza. Esto le provoco miedo al rechazo social, principalmente el de sus compañeros, y permitía que lo manipularan fácilmente, limitando su libertad. Ahora, a sus 55 años de edad, le asaltaba el miedo a morir, y no paraba de pensar en toda la gente que conoció y no habían logrado llegar a su edad. En cualquier momento él también podía irse, ya fuera por un ataque cardiaco, un accidente de tráfico, una pulmonía, una caída fatal…Y esto no era lo único que le asustaba, también el hecho de no saber qué había “después”, le horrorizaba, y le hacía sentir solo y desamparado. Muchas eran las noches que pasaba en su escritorio, pensando en el fin de su vida. Pedro contempló el gato unos minutos más y siguió caminando. La lluvia, ahora más intensa, caía deformando con sus gotas los charcos que había en el asfalto. Pedro, azuzado por la lluvia empezó a caminar más deprisa. La pobre luz de las calles dejaba entrever casas deshabitadas a ambos lados de la calle, con desesperados carteles de “SE VENDE”. Pedro se paró súbitamente. El corazón le empezó a latir con fuerza. Acababa de oír los pasos de alguien entre los charcos. Se dio la vuelta. Miró la calle de lado a lado y no vio a nadie. Pero, ¿eso le aseguraba que estuviera solo? No. A pesar de todo, dominaba la oscuridad. Prosiguió caminando, esta vez escuchando atentamente. Y una vez más, oía pisadas detrás de él. El latido de su corazón se aceleró aún más y como tantas veces a lo largo de su vida, empezó a sucumbir a Fobos. Pedro, empezó a caminar más deprisa. Oyó como su perseguidor, también lo hacía. Un rayo surcó el cielo tiñendo toda la calle de un brillo morado. Poco después vino el trueno, grande y fuerte como el rugido de una bestia. Casi inmediatamente la lluvia se acentuó y comenzó a caer con más furia. Pedro siguió aumentando la velocidad de sus pasos, y antes de que se diera cuenta, estaba corriendo. Quien lo estaba persiguiendo, también aumentó de forma graduada su velocidad para acabar, al igual que Pedro, corriendo. Pedro, giró ligeramente la cabeza, y, por el rabillo del ojo, apenas pudo ver una figura en la oscuridad. Inmediatamente después, Pedro, resbaló al pisar un charco y estuvo a punto de caer y estrellarse contra el suelo. Otro relámpago iluminó el cielo. Pedro volvió a mirar hacia adelante y vio, a unos 25 metros, la intersección de dos calles.

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Corrió hasta llegar y cruzó la esquina. Pedro, tuvo que pararse a descansar, todos los músculos de su cuerpo se lo pedían a gritos. La lluvia se había convertido en un autentico diluvio. Entre sus jadeos, Pedro, horrorizado, oyó los de su perseguidor. Quedó paralizado durante unos instantes. Entonces, Pedro, casi tropezándose consigo mismo, salió corriendo una vez más. Y, una vez más, su perseguidor le siguió. Pedro corría y corría, por aquella calle, cada vez más oscura, entre la lluvia. Quería gritar, decir algo, pararlo todo y se odiaba por ser incapaz. Tan solo podía correr, después de todo, es lo que había hecho toda su vida, correr y esconderse, disfrazar sus miedos y vivir enjaulado. Pero odiaba su imposibilidad para enfrentarse a sus demonios y, aunque temía a la muerte, la deseaba en ocasiones. Pedro quería que todo acabase. Sus miedos le estaban causando tanta tristeza… Llegó a una calle oscura, únicamente iluminada, al fondo, por una única farola de luz blanca, el resto estaban apedreadas o simplemente fundidas. Cuando Pedro la alcanzó, hizo algo que nunca antes había hecho: pararse. Aunque podía seguir corriendo, no iba a hacerlo. No iba a continuar así. El agua le caía por el pelo para deslizarse por las arrugas de su cara. Pedro se dio cuenta de que había perdido su sombrero. No le importaba. Su corazón latía con más fuerza que nunca. Se dio lentamente la vuelta y alzó despacio la vista. En el silencio solo se oía el chapoteo furioso de la lluvia. Fue entonces cuando se dio cuenta de que su perseguidor, no era más que su sombra, cuyas pisadas no eran más que repercusiones de las suyas. Entonces una carcajada brotó de su boca, la primera en mucho tiempo. Sin importarle la lluvia, Pedro fue a sentarse a un banco. Permaneció allí sentado unos instantes, bajo la lluvia, y se dio cuenta de que la carrera que acababa de hacer, era imagen de su propia vida. Siempre corriendo, asustado, sin saber qué hacer, salvo huir. Huir de sí mismo, de sus temores engendrados por él. Ahora, en este momento, Pedro se planteó algo que podría cambiar su vida para siempre. Se planteó si iba a seguir corriendo, o por el contrario, enfrentarse, mirar al frente.

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PRIMER PREMIO CATEGORÍA D (Bachillerato) IES Carmen Conde

Memorias de un conductor David Sagrario Sánchez

Te miro recostada sobre la blanca tela que cubre la camilla donde yaces. Tu mano está rígida y fría, tus ojos apagan su brillo pardo. Te marchas, pero no te marchas, y congela la muerte sobre tu rostro la juventud que se va contigo. “Jamás te conocí”, pienso mientras cubro con la sábana tu cuerpo inerte. Camino bajo la luz de los fluorescente entre pasillos grises donde la parca ronda buscando a quién llevarse. Pero tú no tenías que irte, aún no, no así, no de esta forma. En tu ficha sólo veo garabatos, resumen de una vida… Leo atento con la mente en otra parte: “Anouk Cianfrance, 6 años. Muerta en accidente de tráfico.” Ya vienen a por mí uniformes azules con pulseras de plata. Siento al fin alivio en mi pecho cuando los grilletes comprimen mis muñecas. Una mano en mi espalda me hace avanzar por pasillos de hospital mientras a mi alrededor entran y salen cuerpos tapados sobre camillas metálicas. Ya no vale pedir perdón, no derramo ni una lágrima. Ya no vale decir que no fui yo, que fue el alcohol que recorría mis entrañas. En mi cabeza destellos de luz y Quinientos caballos de metacrilato azul sesgando vidas en la madrugada. El sonido del motor, el chirriar de las llantas sobre el asfalto, un golpe seco… y después la calma. No hubo llanto, sólo el sonido de sirenas lejanas y tres cuerpos sobre un coche en llamas. No fue el alcohol, fui yo, yo y sólo yo. Yo soy la muerte, yo soy la parca.

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SEGUNDO PREMIO CATEGORÍA D (Bachillerato)

Colegio Gredos San Diego Las Rozas

La Duena

Raquel Hidalgo Padrón Celeste Garibay contemplaba el paisaje frente al enorme ventanal de su salón. Un bosque verde, frondoso y rodeado de niebla se extendía ante ella. Se preguntaba por qué estaría tardando tanto en visitarla. El antiguo reloj de cuco dio las once, y un pajarito de trino atrofiado cantó las diez primeras campanadas. La última, la entonó una voz lejana y chirriante. Al oírla, la señora Garibay sonrió serenamente y bebió un largo sorbo de té. La Mujer avanzó con suavidad hasta Celeste y se detuvo tras ella, frente a la ventana. La anciana dejó la taza de té sobre el alféizar y se sentó en un sofá, sin dejar de contemplar el paisaje. La Mujer hizo ondear el ligero algodón de su camisón y fijó sus pupilas sin fondo en el rostro imperturbable de Celeste, que no le devolvió la mirada. Gruñó en su oído pero ella, aunque lo oyó, no escuchó, acostumbrada a su comportamiento. Hacía bastante que había transformado el miedo a su presencia en ignorancia. Frustrada, la Mujer profirió un sordo alarido al tiempo que parecía dirigirse al desván dejando escapar furiosos resoplidos. De pronto sonó el timbre de la puerta y Celeste fue a abrir ayudándose de su bastón. -¡Abuela! Su nieto entró atropelladamente en la casa y se abrazó a sus débiles rodillas, riendo alegremente. Celeste se sintió de pronto profundamente reconfortada, hacía más de un mes que no lo veía. -¡Manuel! ¿Cómo estás, tesoro?-. María, la hija de Celeste, entró tras el niño y cerró la puerta tras de sí, balanceando su larga coleta rubia. La anciana sonrió. -¿Cómo estás? -Hola mamá-. María besó distraídamente la arrugada mejilla de su madre y cogió a su hijo de la mano. -Manuel, ya no aguantaba más sin verte. Además, aún no habías visto la casa–. Las dos se volvieron hacia él, que miraba a su alrededor con curiosidad -Ha pasado con su padre todas las vacaciones, no he podido traerlo antes... ¡Por dios! ¿Aún no has cambiado las cortinas? Has tenido tiempo suficiente desde que te instalaste, estas están muy viejas... María siguió parloteando y su hijo entró en el salón con pasos rápidos y saltarines. Celeste no prestó atención a ninguno de los dos. Su mirada azul examinaba la silueta de la Mujer, que esbozaba algo parecido a una sonrisa desde lo alto de la escalera. Un tremendo hormigueo de inquietud recorrió a la anciana cuando se dio cuenta de que los ojos negros de la mujer no la miraban a ella; estaban clavados en Manuel. Celeste Garibay cerró el salón con manos temblorosas y la Mujer se acercó para mirarla a través del cristal de la puerta. La anciana movió los labios articulando las palabras en voz queda: “Ni se te ocurra”. La Mujer pareció entender y volvió la cabeza dirigiéndose de nuevo al desván. -...de terciopelo azul marino-. Concluyó María, deteniéndose para tomar aliento. Consultó su reloj de pulsera e hizo una mueca. -Mamá, tengo que dejarte a Manuel unas horas... tengo una reunión importante, pero volveré antes de que se haga de noche, lo prometo–. Miró a su madre implorante, y ella asintió sonriendo cálidamente. Besó a su hijo en la frente y se fue. Un pesado silencio llenó la casa, mientras Manuel miraba a su abuela a los ojos. Finalmente, y ante la insistencia de su nieto, Celeste comenzó a enseñarle las habitaciones recorriendo de la mano todas y cada una de las estancias, hasta llegar a la pequeña puerta que conducía al desván.

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-¿Qué hay ahí dentro, abuela?- prorrumpió su nieto con infantil curiosidad. -Nada, tan solo trastos viejos, Es mejor que no entres ahí- contestó Celeste apartándole.- ¡Vamos a hacer galletas! Pero Manuel no apartaba los ojos de la puerta, como si en ella hubiera un mensaje que no supiera descifrar. Tanto él como su abuela oyeron las risas. Bajó corriendo las escaleras seguido de la anciana, más nerviosa que él, que intentaba tranquilizarle. Tiempo después, Celeste metía las galletas en el horno, oyendo de fondo la caricia de las hojas de los árboles contra el cristal de su ventana. Había dejado a Manuel dibujando en el salón, un poco más sosegado y tarareando suavemente. La velocidad del viento aumentó y las ramas de miles de árboles chocaron unas con otras. Celeste contempló el paisaje; un inmenso mar verde sacudido por ráfagas heladas. Sintió un escalofrío y se puso a recoger la cocina. Cerró el último cajón secándose las manos con un paño y llamó a su nieto en voz alta, intentando hacerse oír por encima del viento. No hubo respuesta alguna, y contempló los árboles por la ventana, tan inmóviles como ella. La sangre se le heló en las venas; aquel ruido no era el viento, eran susurros. Tan rápido como se lo permitió su bastón irrumpió en el salón, que estaba vacío. Varios dibujos a medio hacer descansaban sobre la alfombra, y la anciana se maldijo por haberlo dejado solo. Los susurros se distorsionaron hasta asemejarse a una risa. -¡Devuélveme a mi nieto! –dijo Celeste en voz alta, procurando parecer valiente. “Juguemos al escondite”, respondió la voz. -¿Qué quieres de él? No me ha importado vivir contigo hasta ahora; en estos dos meses no te he molestado ni una sola vez ni se lo he dicho a nadie –resolló la anciana, subiendo hasta el último piso- ¡Déjale ir, por favor...! ¡Devuélvemelo...! “Esta casa era mía, y sigue siéndolo”, respondió la voz de la Mujer. “¡No tienes que darme permiso para vivir en ella!” Celeste oía a Manuel llamándola al otro lado de la puerta del desván, pero, pese a sus esfuerzos, no era capaz de abrirla. Trató de calmarlo y la golpeó con su bastón mientras le pedía a la Mujer que lo dejara libre. -Me iré, si eso es lo que quieres –imploró Celeste, con voz firme- me iré para siempre, podrás tener la casa para ti sola... La Mujer apareció al otro lado del pasillo, y avanzó hasta ella con una expresión sorprendida en su pálido y traslúcido rostro. Luego rió y dijo: “Pues claro que te irás”. Celeste retrocedió temerosa hasta el borde de las escaleras, donde se detuvo para mirar su reflejo en las hondas pupilas negras del fantasma. “Eres vieja, pero tu nieto puede quedarse a jugar un poco más...” Su bastón cayó al suelo, y recibió un violento golpe en el hombro. Perdió el equilibrio y cayó hacia atrás. Un denso humo con olor a galletas quemadas fue lo primero que encontró María cuando regresó de la reunión. Avanzó unos pasos llamándolos en voz alta. Después, silencio.

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TERCER PREMIO CATEGORÍA D (Bachillerato) Colegio Logos

Su historia

María Ruiz Ortín Jorge Luis Borges dijo que de los instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; pues todos los demás son extensiones de su cuerpo y sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria. Y tiene razón. Lo descubro cuando comienzo a trabajar de bibliotecaria en un pequeño pueblo a las afueras de Toledo. En toda mi vida he probado muchos trabajos, pero ninguno me ha llenado como este. La biblioteca es un lugar tranquilo, al que no acude mucha gente, pues poca gente habita el pueblo. Las nuevas tecnologías no han llegado hasta aquí, y si lo hacen no en las mejores condiciones. Por eso, mucha gente ha decidido mudarse al pueblo vecino, cuyas nuevas infraestructuras dejan mucho que desear a este lugar, que aunque bonito, es pequeño y antiguo. La estancia huele a papel viejo, a polvo y a madera gastada. Y sin embargo, es la mejor de cuantas conozco. Han hecho unas cuantas reformas, pero en general todo ha quedado como era en sus principios, como eran todas las bibliotecas antiguamente. La pequeña estancia que la forma tiene una gran cantidad de estanterías repletas de libros. Como casi nadie pasa por aquí, yo me entretengo leyendo muchos de los libros, y quedo tan fascinada por ellos que no puedo parar de leer. Un día soy una joven cuyo padre le obliga a casarse con alguien a quien no ama; al día siguiente soy otra joven que consigue que triunfe el amor; otro día un caballero herido en su honor que blande su espada con la única intención de recuperarlo… Y así, hasta que un día me quedo sin nada que leer. No puedo creerlo. Una estancia llena de libros y los he leído todos. Es increíble, pero cierto. Recorro una vez más las estanterías repletas de libros, intento descubrir alguno que hubiese quedado oculto, pero no tengo suerte. Ya llevo años trabajando aquí, pero jamás hubiese pensado que acabaría leyéndomelos. Por supuesto, no me los he leído todos, ni pienso hacerlo, pero sí los que me interesan. Me acerco a mi mesa, cogiendo uno que me había gustado especialmente, cuando reparo en la puerta que hay detrás de ella. Nunca he visto lo que hay. Es una de esas cosas que ves todos los días y que acaba formando parte de lo que te rodea, sin que tú le prestes atención. Me acerco a ella y la abro con cuidado, haciendo rechistar el picaporte bajo mis dedos. Este cuartito es pequeño y oscuro, ya que no hay ninguna ventana, sólo una diminuta bombilla que cuelga del techo; además huele a cerrado, y adivino que nadie ha estado allí desde hace tiempo. No hay libros, sólo cajas de aspecto frágil y quebradizo cubiertas por una fina capa de polvo. En cada una de ellas hay escrita una fecha, que se remonta a 1935 la más antigua. Cojo un libro cualquiera, forrado con cuero marrón desgastado por el tiempo. Las hojas están apergaminadas, escritas con tinta negra, y con una gran cantidad de papeles entre las páginas. Lo abro por la primera. Entonces me doy cuenta que es un diario, un diario tan antiguo que algunas de sus páginas son prácticamente ilegibles. Comienzo a leer aquel misterioso diario, y rápidamente su historia me engancha. Esta es un auténtica historia de amor, que acabo en apenas tres días. ¿Sería verdad todo lo que cuenta? Vuelvo a las primeras páginas. En una de ellas, hay una dedicatoria, escrita con letra irregular, que dice: “Para mi querido Julio, para que nunca pierdas las ganas de escribir”; y en la contraportada, en una esquina, escritas dos iniciales, JS. Me pregunto quién es ese tal Julio, así que me propongo investigar sobre ello. La biblioteca guarda antiguos artículos de periódicos que se han digitalizado y archivado en el ordenador, por lo que tecleo aquel nombre y me salen cinco coincidencias, de las cuales tres están muertos, y otro no coincide con la fecha. Como es un pueblo tan pequeño, no me cuesta mucho dar con su vivienda y, agarrando el libro fuertemente contra mí, llamo temerosa a la puerta, dudo.

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Un anciano de ojos azules, cansados, y el pelo canoso aparece tras ella, observándome con cierta perplejidad. Inmediatamente me presento, y le explico mi hallazgo, el motivo de mi visita. Le pregunto si puede contarme más cosas acerca de aquel diario. Ante esto, entrecierra los ojos receloso, vacilante. -¿Y por qué debería yo contarle a usted nada?- pregunta.- Al fin y al cabo no la conozco de nada. - Discúlpeme,- digo enrojeciendo de vergüenza.- es sólo que, después de haber leído su historia, me parece que ya le conozco, como si estuviese hablando con un viejo amigo. Aquel anciano se me queda observando durante un momento, pero finalmente se aparta y me deja pasar. Nos sentamos en el salón, yo en un viejo sofá y él en un gran sillón. -¿Por qué se fue a la guerra?- pregunto impaciente, incapaz de disimular mi curiosidad por más tiempo. -No tuve más remedio.- Comienza algo reacio, pero poco a poco su tono se va suavizando, ensimismado, como si estuviese rememorando viejos recuerdos.- Mi familia se estaba quedando sin dinero, y mi padre estaba muy comprometido con la ideología. Yo no era más que un chiquillo; la quería, pero no tenía nada que ofrecer. Pensé en marcharme, ganar algo de dinero, montar un negocio y pedirle que se casara conmigo. Pero el enfrentamiento duró más de lo previsto, y cuando caímos me hicieron prisionero. No puedes imaginarte lo que es estar ahí metido.- murmura a miles de años de aquí.- No es una cárcel, es un cuarto oscuro y podrido que te envuelve, te quita la respiración, te va absorbiendo la vida. Sólo su recuerdo me mantuvo vivo todo ese tiempo. Cuando volví a casa, ella ya no estaba. Todos me daban por muerto, y supongo que ella también, por eso se fue. Creo que se casó con otro. -¿No pudo comunicarse con ella de ningún modo?- pregunto algo decepcionada. -El correo no era como ahora, y menos estando en guerra. Pude recuperar algunas de las cartas que le envié, pero a ella no le llegaron.- Queda sumergido por un momento en sus pensamientos, hasta que de pronto dice:- Di muchos de mis viejos libros a la biblioteca, debió de mezclarse con ellos. Gracias por traérmelo de vuelta. Me levanto para irme, pero justo antes de salir por la puerta me giro y le pregunto: -¿No ha sabido nada de ella desde entonces? -No. Sólo supe que se había casado y se había mudado al pueblo vecino, pero... nunca me atreví a ir a buscarla. -¿Y no le gustaría verla de nuevo? Se queda callado, valorando la respuesta, ahora ya más cómodo. -Me gustaría saber si ha sido feliz; si ha vuelto a pensar en mí alguna vez, si se llegó a enterar de que estaba vivo... Hay tantas cosas que quisiera saber, pero que ya nunca averiguaré... Cuatro días han pasado desde mi conversación con Julio, cuatro días que empleo para ayudarle sin que él lo sepa, y al cuarto día estoy de nuevo en el porche de su casa a punto de llamar a su puerta con una visita inesperada a mi espalda. No me ha costado mucho encontrarla, pero ahí estoy, preguntándome por enésima vez si he hecho lo correcto. Pero cuando abre la puerta sé que sí, que él había anhelado ese momento tanto que ahora que lo tiene frente a él no puede creérlo. -Victoria...- murmura atónito. Ambos se quedan prendados el uno en la mirada del otro, hipnotizados, diciéndose con los ojos todo aquello que no pueden decirse con palabras. Entonces, me siento como una intrusa, como si no debiera estar ahí, como si me hubiese inmiscuido en una historia que, ni mucho menos, me pertenece. -Será mejor que les deje a solas.

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-No, cielo, tú eres quien ha hecho posible todo esto,- dice Victoria agarrándome del brazo, con una sonrisa pintada en los labios,- mereces saber cómo termina. Al cabo de unos minutos, los tres estamos sentados en el salón, ellos en el sofá, yo, esta vez, en el sillón, observando la escena como un espectador. -Creí que estabas muerto.- comienza ella, con un deje de tristeza en la voz. -Lo sé.- Responde él tranquilizándola, haciéndole ver que no le guardaba rencor por ello.- Me enteré que te habías casado, espero que te haya hecho feliz. Ella queda en silencio por un momento, no está muy segura de lo que va a contestar. -Mis padres me convencieron de que era lo mejor. Ha sido muy bueno conmigo, pero lo que sentía no era nada comparado con lo nuestro, con lo que vivimos aquellos meses. Entonces puedo ver que eso, es lo que mucha gente llama amor de verdad. Y verles allí, a esas dos personas que se aman llevando años sin verse, me hace plantearme lo equivocada que está la gente cuando cree estar enamorada, pues nada puede compararse con aquello. Él, que ha sido capaz de aguantar no sólo la guerra, la muerte y la soledad; sino también el dolor de saber que la persona amada está viva, pero no poder hacer nada, saber que nunca estarían juntos. Ella, que ha superado la muerte de él, que ha rehecho su vida, formado una familia. Ambos, que están destinados a amarse pase lo que pase. Todo ello, ha quedado escrito en un libro, unos papeles que un día, por casualidad, terminaron en mis manos. Y no importa cuantas personas lean este relato, porque ninguna la entenderá como yo. Yo, escritora, testigo de esta historia.

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