Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012
Juventud, Honor y Prensa Escrita - Las representaciones mediáticas de los últimos 25 años de Violencia Social Juvenil en Cali, Colombia Víctor Hugo Valencia Giraldo – PUJ Cali -
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Resumen: Conocer los convencionalismos al narrar y al mostrar a la juventud que habita los sectores populares de la ciudad de Cali ha sido interés central del proyecto “La Juventud y el Honor: representaciones mediáticas de jóvenes populares en Cali, Colombia”, dentro del cual se han revisado 25 años (de 1985 a 2009) de apariciones mediáticas en la prensa escrita local – concretamente, los diarios El País, El Caleño, Occidente y El Q´Hubo – hasta obtener de dicha revisión un total de 298 registros de delitos cometidos por hombres jóvenes cuyos móviles principales fueron cuestiones de honor: injurias, afrentas, venganzas, crímenes pasionales, entre otras categorías operativas que se usaron en el estudio como criterios al momento de realizar el levantamiento de los datos en cada uno de los periódicos que circularon durante la ventana de tiempo antes mencionada. Dichos registros demostraron que en barriadas en las que el Estado municipal no tiene una institucionalidad social fuerte la mayoría de los agravios referidos al honor masculino recurrían al uso de la violencia física como forma de resolver los conflictos cotidianos, desde códigos y espacios distintos a la ley y a los estrados judiciales. Sobre los convencionalismos discursivos/narrativos del periodismo escrito, el uso de la imagen que registra los hechos delincuenciales y los exhibe a la sociedad, y los acuerdos tácitos que tienen como referente el honor entre jóvenes de barrios excluidos de la ciudad de Cali, Colombia, tratará esta ponencia. Palabras clave: Juventud; Representaciones Mediáticas
Masculinidad;
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Violencia
Social;
Honor;
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Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 1. Introducción Desde los primeros estudios de las Ciencias Sociales sobre la ciudad, que la entendían como un establecimiento relativamente grande, denso y permanente de individuos socialmente heterogéneos (Wirth, 1938), pero también como una forma de poder en tanto se corresponde con prácticas de dominación (Weber, 1997), o como una colección de individuos que existen como seres sociales a través de sus roles jurídico-legales (Goffman, 1998); se ha discursado sobre el papel de la comunicación, en el sentido de si se pueden entender teóricamente como asunto de sujetos o de agentes. Asumiendo que la ciudad es una segregación de espacios, funciones y actividades que determinan posibilidades de vida (ante todo, un sistema de vida social); también puede ser pensada como un fenómeno de comunicación en donde se consolidan caminos para la producción de sentidos en torno a la experiencia de la convivencia en la diferencia. De esta forma, entre las muchas formas que existen para interpretar la ciudad, se considera que la relación ciudad/comunicación es una de las más actuales puesto que desde esta instancia es posible comprender que más allá de las estructuras arquitectónicas que supone el desarrollo urbanístico, está el problema de la interacción y la consolidación de todos los discursos a los que refiere el individuo cuando habla del lugar en donde vive. Como tercera vía se propone la construcción teórica del actor social como sistema que estructura distintas dimensiones humanas, entre las que se podría encontrar los sistemas de comunicación que se reconocen en la ciudad moderna. Un actor podría ser un individuo, una red de sociabilidad, un grupo, un colectivo o una sociedad. Todos estos tipos de actores se imbrican: un individuo puede actuar en función de su idiosincrasia específica, pero también como representante de diferentes subgrupos o de su misma sociedad. Estas pertenencias múltiples también definen su especificidad, o a decir de G. Simmel, su identidad social. ¿Son, entonces, todos los sujetos/agentes de la comunicación en la ciudad actores sociales? ¿Qué tanto influyen otras dimensiones no masivas en la construcción de la identidad de una comunidad agrupada en los centros urbanos? y ¿Qué rol juegan los medios de comunicación de masas – en el caso de esta ponencia particular, la prensa escrita – en la narración de las otras formas identitarias presentes en las urbes colombianas? Siendo el proyecto1 que respalda los hallazgos aquí esbozados una iniciativa que pretende entender los contextos espaciales/temporales de la ciudad y las formas de poder y de lucha por el reconocimiento existentes entre los medios masivos, los productores culturales y los sectores populares (comúnmente malinterpretados por los dos primeros); se intentará reflexionar sobre el lugar
1 Esta investigación intenta aportar conocimiento sobre el problema “(Des) Encuentros entre las sociedades locales – integradas, normalizadas, incluidas, formales - y las sociedades emergentes – desintegradas, anómicas, excluidas, marginales – surgidas a raíz del proceso de masificación en la ciudad”, trabajado por el grupo de docentes/investigadores pertenecientes a la línea de investigación “Comunicación y Ciudad”, del grupo Procesos y Medios de Comunicación, adscrito a la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Javeriana Cali.
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Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 de (des)encuentro que es hoy la prensa escrita en su largo proceso de construcción de una historicidad común. En primera instancia, se va a exponer la perspectiva sobre la ciudad que se ha acogido en la investigación, haciendo énfasis en cómo ésta se convierte en un objeto de estudio valido para la Comunicación; en este eje de argumentación, se van a presentar cuatro dimensiones de interpretación para el abordaje de la ciudad como objeto desde la perspectiva de los estudios sobre comunicación y ciudad propuestos por Martha Rizo García. En segunda instancia, se expondrán cómo los encuentros entre la sociedad normalizada-establecida y la sociedad anómica-marginada generan las condiciones para que los fenómenos que aquí se explican puedan ser estudiados desde las cuatro categorías planteadas en el primer eje argumentativo. Finalmente, se producirá un puente entre la reflexión sobre la ciudad y las categorías que fundamentan los clivajes de clase (o de centro-periferia) observados en los registros obtenidos tras 25 años de revisión de la prensa escrita de la ciudad de Cali-Colombia. 1.1 Dimensiones para el estudio de la ciudad desde la Comunicación: Propuesta de interpretación para estudiar la relación entre comunicación y ciudad. Martha Rizo García (2005) en el texto titulado: “La ciudad como objeto de estudio de la comunicología. Hipótesis, preguntas y rutas para la construcción de un estado del arte sobre la línea de investigación Ciudad y Comunicación”, propone cuatro dimensiones desde las cuales es posible interpretar las categorías de entendimiento y reflexión comunicativa sobre la ciudad. Dichas dimensiones corresponden a: la dimensión expresiva, la dimensión de difusión, la dimensión de interacción y, finalmente, la dimensión de la estructuración. En primera instancia, la dimensión expresiva contempla cómo se presenta, configura y se transforma la información, así como los sistemas de información que construyen las representaciones sociales: las modificaciones formales y expresivas en el espacio de la ciudad, el lenguaje coloquial en los diversos mosaicos urbanos, la cultura visual en este mismo espacio; caben como temas de investigación. En segunda instancia, La dimensión de difusión propone la relación de los medios de información con la ciudad, la evolución histórica de éstos, los medios de comunicación puestos en el contexto local. Temas diversos pueden aflorar aquí, como por ejemplo: el uso de los medios por parte de las organizaciones ciudadanas, el consumo de medios de comunicación por parte de un sector concreto de la población, y el tratamiento mediático de las manifestaciones de la cultura popular urbana. En tercera instancia, la dimensión de la interacción hace alusión a las especificidades y cambios en el modo de vida urbano a partir de fenómenos de asentamiento, masificación, o en las relaciones entre sociedades normalizadas y la anómicas que coexisten y construyen sentido en la ciudad. Es interés de esta dimensión comunicológica la cultura urbana, entendida como las formas de pensar, valorar y actuar en la ciudad a partir de las adscripciones ISBN-13: 978-84-15698-06-7 / D.L.: TF-969-2012
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Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 identitarias. Aquí se pone el acento en la construcción de vínculos y relaciones entre los sujetos mismos que sólo pueden establecerse a partir de intercambios comunicativos de diversa índole. Dicho de otro modo, la interacción se centra en los sistemas de comunicación, en las relaciones intersubjetivas, en los diálogos, en la denominada comunicación interpersonal. Finalmente, la dimensión de la estructuración atraviesa y vincula las anteriores dimensiones. Aquí es posible abordar la ciudad desde la configuración del espacio público a partir de convivencia ciudadana y la participación política, la comunicación para el cambio social en el ámbito urbano. En síntesis, las cuatro dimensiones propuestas permiten situar a la comunicación en el ámbito de las reflexiones académicas sobre la ciudad. En este sentido, se concibe que el estudio sobre los encuentros y desencuentros entre las sociedades anómicas y normalizadas estaría incluido dentro de la dimensión de la estructuración y de esa forma constituiría un espacio intersticial para la relación entre las otras tres dimensiones (expresión, difusión e interacción) y las categorías centrales en este estudio: juventud, masculinidad, honor y representaciones. 1.2 La relación entre sociedades normalizadas y anómicas. José Luís Romero (1999) explica cómo en las ciudades latinoamericanas se van a cimentar dos formas de sociedad que suponen dinámicas de dominación y exclusión, al tiempo en que generan un ordenamiento simbólico para la cuestión urbana. El autor refiere a las sociedades normalizadas y las define como sociedades compuestas por grupos hegemónicos que no sólo poseen el poder económico para el establecimiento de relaciones asimétricas de poder, sino que han posicionado un supuesto saber sobre cómo deben ser los modos sociales de interacción en torno a la vida pública. La sociedad normalizada supone niveles de integración que se legitiman por la vía del tiempo y los fuertes lazos culturales que caracterizan la interacción entre sus miembros. En contraste con lo anterior, el autor refiere la existencia de una sociedad llamada por él anómica (aunque no es de ninguna manera sociedad de un solo tipo o procedencia), caracterizada por el grado de desintegración de la unidad social. Se trata fundamentalmente, en palabras del autor, de una yuxtaposición de guetos que al estar desintegrados y no intercomunicados entre sí, por las fronteras simbólicas e identitarias del territorio, han cimentado mecanismos de regulación social ligados a prácticas reconocidas como ilegitimas, y desde una perspectiva normalizada, ilegales. Es importante resaltar que en esta forma de sociedad, la transformación del territorio va a contener la representación de los contextos de origen de donde las comunidades migrantes provienen, es así como la transformación visual del paisaje urbano va a producir una estética en donde las oposiciones (entre normalizados y anómicos) se evidencian en las diversas ciudades de América Latina. Lo significativo de la posición de Romero es que si bien la sociedad anómica pasa por un proceso de escisión2, esté supone también una posibilidad para la 2
La escisión entendida como un proceso de negación y subvaloración de la existencia su vida socio-cultural. Esta condición conduce a la configuración de un sistema de subordinación. ISBN-13: 978-84-15698-06-7 / D.L.: TF-969-2012
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Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 construcción de nuevos repertorios de sentido en torno a la ciudad. Al respecto Nolbert Elias (1998) propone cómo en ambas facciones de la sociedad, que él reconocerá como establecida y marginada, se agencian discursos para la exclusión y para lo que él llama la interiorización del sentimiento de inferioridad humana. Para el autor, la dinámica de construcción de sentido pasa necesariamente por una dialéctica de validación social en donde lo normalizado debe ponderarse como lo superior y civilizado, mientras que lo anómico debe despreciarse y ser puesto como ejemplo de “incivilización”. Con lo anterior, se puede hacer una lectura desde la comunicación sobre cómo las formas de nombrar las relaciones entre las sociedades anómica y normalizada, a partir de las representaciones que produce – entre otros - los medios de comunicación, son susceptibles de ser vistas como mecanismos de validación, escisión, modelamiento y corrección de los referentes sociales que posibilitan el reconocimiento del proceso de civilización en detrimento de todo aquello que no puede ser considerado al mismo nivel. En otras palabras, se hace referencia a los modos en que, por la vía de los sistemas de información, se configuran las condiciones para la interiorización de consignas de superioridad o inferioridad humana. La relación entre sociedades anómicas–marginadas y normalizadasestablecidas permite enunciar una gama importante de fenómenos que pueden ser objeto de reflexión sobre lo que se ha señalado como ejercicio de configuración de sentido a partir del encuentro y desencuentro entre estas sociedades. De tal forma, categorías como el honor, masculinidad y representación social y mediática son susceptibles de ser pensadas como unidades de análisis desde esta postura teórica. 1.3 Honor, masculinidad, representación social y mediática Las reflexiones en torno al honor, la masculinidad y la representación han sido objeto de estudio de uno de los últimos proyectos de la línea “Comunicación y Ciudad”. En este eje argumentativo final se expondrán estas categorías con la intención de mostrar su interrelación con las dimensiones expuestas y las dinámicas entre las sociedades anómicas y normalizadas. Para comenzar, la lógica del honor sólo tiene sentido en sociedades en donde la doctrina del liberalismo político nunca maduró: con esto se hace referencia a aquellas sociedades en donde el discurso de la dignidad igualitaria nunca se concibió como una posibilidad de dotar a las personas de una igualdad formal y jurídica. La modernidad y la vida urbana en occidente empezaron a regirse por proyectos de sociedad en donde el derecho legal va a remplazar la idea del honor en tanto que éste se entienda como un bien que se posee, le da sentido a la vida individual y que por tal razón no se puede perder. En los orígenes del concepto, se podría seguir a Claude Chauchadis (1987), quien afirma la reciprocidad que existe entre el concepto honor y duelo. Tal sinonimia se produce cuando duelo significa código del honor como en la obra de Calderón titulada: ¿También hay duelo en las damas? En la lengua de los moralistas se suelen usar las expresiones leyes del duelo o libro del duelo, ISBN-13: 978-84-15698-06-7 / D.L.: TF-969-2012
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Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 aplicadas en particular a las reglas de la venganza del honor. En este sentido, se puede precisar que el honor pertenece a una forma premoderna de concebir las relaciones sociales en el marco de la resolución de los asuntos comunes en la vida pública. Sin embargo, con el auge del liberalismo y su concepción antropológica individualista, ideas como la vida privada y la intimidad van a generar condiciones para constreñir los asuntos referidos al honor; sobre este asunto, se puede evidenciar cómo la juridización de los conflictos morales supone hoy día la manera de resolver los problemas de la diferencia; cambiándose en la actualidad el espacio del duelo por el del juzgado. A pesar que existen distintos modos de estudiar la relación honor, masculinidad y juventud, es también cierto que los estudios en torno a las masculinidades son un campo más bien reciente dentro de los estudios de género. Algunos de los autores más relevantes dan cuenta de la construcción social de la masculinidad y de la emergencia de una masculinidad hegemónica que no sólo oprime a las mujeres sino a otras masculinidades subordinadas (Kaufman 1997; Kimmel, 1992). Dichas posiciones concuerdan en que la relación entre masculinidad y honor casi siempre se fundamenta a través de la violencia y que en contextos anómicos, en donde la consigna de la dignidad igualitaria no aparece como un espacio para la tramitación de los conflictos, es la violencia una forma de reafirmación de la condición masculina. Desde los estudios sobre la condición de género masculino se reconocen un cierto número de pesquisas de tipo cualitativo, como la de Identidades, discursos y representaciones masculinas, que desarrolló Norma J. Fuller (1997) entre los varones de clase media en el Perú; o la de Lidia Alcalay y Roberto González (1994). En Cali, se conocen antecedentes del trabajo sobre dos tipos de representación de la masculinidad: la de sí mismos (Medina, et. al., 2004), o la psicosocial (Tobar, et. al., 2004). También en Cali se han realizado estudios sociológicos (Urrea, et. al., 2000) sobre la construcción social de la masculinidad entre jóvenes afro que habitan barrios y sectores populares de la ciudad (siendo la procedencia de sus familias una variable que incide en su identidad masculina), sin embargo los asuntos propios de la investigación histórico/cultural referida al honor como expresión propia de masculinidad han sido soslayados. Finalmente, en el cierre de este eje de argumentación se tratará el tema de la representación social y mediática. Con relación a esto, se podría destacar el papel de Emile Durkheim como pionero en dar un estatuto científico social al término representación. La noción aparece en 1898 (según Beriain, 1990), aun cuando su elaboración tiene un mayor desarrollo en las “Formas elementales de la vida religiosa”, en 1912, cuando advierte cómo “una sociedad está compuesta principalmente por la idea que tiene de sí misma” (pág. 61). Y agrega que “la condición social de una representación no procede sólo porque la sociedad la ha fundado; también por su contenido” (pág. 85). Es decir que se está frente a una categoría conceptual de contenido social, no simplemente derivada de su origen: se encuentra inmersa en la realidad social de la cual hace parte y contribuye a su constitución.
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Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 Otros autores (Godelier, 1990) han retomado la noción, conviniendo en que “toda relación social incluye una parte ideal, una parte de pensamiento, de representaciones. Estas representaciones no son únicamente la forma que reviste esa relación para la conciencia, sino que hacen parte de su contenido”. Y, más aún, que: “…no todas las representaciones llegan a hacerse presentes en la conciencia como visiones a posteriori de realidades que habrían nacido antes de ellas, fuera de ellas y sin ellas. Lejos de ser una instancia separada de las relaciones sociales, de ser su apariencia, su reflejo deformado-deformante en la conciencia social, forman parte de las relaciones sociales desde que comienzan a formarse y son una de las condiciones para su formación” (pág. 157).
Con lo anterior es posible afirmar que representar socialmente es producir sentido social. Luego, parafraseando a Beriain, se puede admitir que ninguna sociedad existe sin definir un componente simbólico el cual configura la experiencia y comprensión del mundo. Es decir que representar socialmente es dotar de sentido al mundo a partir de un sistema de conocimiento que se sustenta sobre una estructura simbólica (sistema cultural, como lo denomina este autor) gracias a la cual “una sociedad organiza su producción del sentido, su identidad, su nosotros”3, estableciendo un lenguaje común de reconocimiento. Dicho lo anterior, se debe aclarar que con la intención de acotar el campo de la reflexión se adoptará el concepto de representaciones mediáticas propuesto por Stuart Hall que dice: “La Representación es una parte esencial del proceso por medio del cual el significado es producido e intercambiado entre los miembros de una cultura. Esta involucra el uso del lenguaje, de signos e imágenes los cuales significan o representan cosas”4. En resumen, se ha propuesto un recorrido que comienza con las cuatro dimensiones para el estudio de la relación entre comunicación y ciudad; la relación entre las sociedades anómicas y normalizadas y; finalmente, la exposición sobre las categorías de honor, masculinidad, representación social y mediática. El propósito de este recorrido ha sido dotar a la investigación de un marco conceptual amplio desde donde se justifica las entradas (inputs) a la información recolectada en la primera fase del proyecto. Se puede finalizar diciendo que el entendimiento de estos conceptos permite vislumbrar una vía de interpretación para la violencia en contextos anómicos de la ciudad desde la perspectiva de la comunicación y la construcción de sentido.
3
Beriain también apunta que dicho mundo instituido de significaciones sociales lo comprenden las técnicas, morales, artísticas, mitológicas, etc. Op. cit., p. 27 4 Traducción propia, tomada de Hall, Stuart (1997). Representation, Cultural Representation and Signifying Practices, The Open University, Cambridge. ISBN-13: 978-84-15698-06-7 / D.L.: TF-969-2012
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Metodología
La investigación adelantada durante la primera fase del proyecto fue un Estudio de Caso, particular, único en su naturaleza y por lo tanto no extrapolable a otros casos similares (Verschuren, 2003). Al proponer como desarrollo metodológico principal de esta nueva fase la sistematización de los registros mediáticos obtenidos (298 en total de los 4 periódicos mencionados, entre los años 1985 y 2009), los mismos son la muestra total del caso antes auscultado. Las herramientas usadas fueron: De recolección: El instrumento de recolección de información utilizado – el cual debían entregar tras la revisión secuencial de los periódicos asignados los(as) 13 monitores(as) vinculados a la 1ª fase de la investigación - fue elaborado preliminarmente en Word 2007, pero se está consignando digitalmente la información en una base de datos que permita el cruce de información cuali/cuantitativa. Dicho instrumento tiene una Ficha General (con 20 variables de clasificación de la información, 13 de tipo cualitativo y 7 cuantitativo); posteriormente aparecen dos Fichas de Fuentes (con 7 variables cualitativas la primera – misma que enfatiza en la descripción de las fuentes consultadas – y 6 variables cualitativas la 2ª, que enfatiza en el manejo del discurso por parte del/a redactor/a del informe). Enseguida esta una Ficha de Hecho Delictivo (con 27 variables: 3 cualitativas y el resto cuantitativas. En ellas se discriminan los tipos de delito contra el honor según el Código Penal Colombiano, y los móviles o causas que pueden ocasionar desenlaces violentos por fuera de la ley). Finalmente, aparece un última Ficha de Análisis de Contenido (Gráfico y Discursivo), que incluye 5 amplias variables sobre distintos contextos y calificativos usados en el medio impreso; siendo ésta una ficha puramente analítica, a diferencia de las anteriores que son eminentemente descriptivas. De allí que para esta nueva fase de la investigación sea crucial ahondar en los datos obtenidos, pues hasta la fecha el análisis ha sido focalizado y no integrador. Para el 2012 se hizo revisión y categorización – en matrices de análisis, por categorías cuanti/cuali – de las apariciones mediáticas hasta hoy obtenidas; de tal forma que se depuraron los registros y se obtuvo una muestra final que fue organizada de acuerdo a las siguientes categorías axiales (mismas que servirán como unidades de análisis de la muestra): Juventud: se entenderá como “una construcción cultural relativa en el tiempo y en el espacio” y también como “fase de la vida individual comprendida entre la edad biológica (una condición natural) y el reconocimiento del estatus adulto (una condición cultural)” (Feixa, 1999: 16, 18) Aquí se tomará como categoría axial un concepto más aplicable al estudio que el de masculinidad: la hombría. Fuller (1997) dice que “El ideal del varón honorable está expresado por la palabra hombría que subsume tanto la vergüenza (reconocimiento social), como la virilidad (fortaleza física y sexual)” (p. 33). Sobre el Honor se decidió tomar la definición de Pitt Rivers (En: Peristiany, 1968) que define Honor como: ISBN-13: 978-84-15698-06-7 / D.L.: TF-969-2012
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Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 “el valor de una persona a sus propios ojos, pero también a los ojos de su sociedad. Es su estimación de su propio valor o dignidad, su pretensión al orgullo, pero es también el reconocimiento de esa pretensión, su excelencia reconocida por la sociedad, su derecho al orgullo”. (p. 22)
La categoría Representaciones mediáticas fue concebida como un constructo teórico que permita entender cómo (a partir de Hall/Jefferson, 2010): “las rutinas estructuradas de la producción de noticias – imparcialidad y objetividad – dirigen a los medios en primera instancia hacia fuentes externas y acreditadas. En el caso de los eventos desviados, esto, en la práctica, significa la representatividad de la Cultura de Control (por ejemplo: la policía, los jueces). Entonces, las noticias están basadas en la reproducción de definiciones primarias presentadas por la Cultura de Control”. (p. 166)
Estas categorías fueron los ejes en la primera etapa de la sistematización, y al cruzarse con las variables (abajo listadas) generaron entradas que permitan identificar particularidades hasta ahora desconocidas en los datos recolectados. Es posible que en el ejercicio de clasificación aparezcan nuevas categorías que serán tenidas en cuenta como emergentes en el estudio propuesto. De manera digital se procuró la lectura cruzada de las categorías y las siguientes variables; que por ahora son meramente propositivas de acuerdo al instrumento utilizado en la recolección de los registros mediáticos: 1) Por periódico: El País, El Caleño, Occidente y Q’Hubo; 2) Por año: por contexto temporal, proponiendo etapas claramente identificables, con hitos definibles y rastreables; 3) Por tipo: de delito, de género periodístico, etc; 4) Por fuente: oficial, social, ONG, comunitaria, etc; 5) Por sector de la ciudad: lugar y modo; 6) Por acompañamiento de imagen: fotografía y/o ilustración; 7) Por despliegue: columnas, tamaño de la nota, tamaño de los titulares, etc; 8) Por ubicación: sección, página, etc; 9) Por género: de los implicados (como víctimas o victimarios); 10) Por móvil o causa: venganza, ajuste de cuentas, injuria de hecho o palabra, etc. Esta contrastación – en su etapa de sistematización digital - permite anticipar las salidas que se obtendrían tras el cruce criterioso de la información categorizada cuantitativa y cualitativamente. Dicha sistematización es entendida como “el ordenamiento y clasificación de datos e informaciones, estructurando de manera precisa categorías, relaciones, posibilitando la constitución de bases de datos organizados” (Carvajal, 2006: 13,14); la cual se traducirá finalmente en un diseño asistido por computador, que será replicable en caso similares o en nuevas revisiones de prensa escrita que a futuro se
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Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 desarrollen en la ciudad o en otros centros urbanos con intereses investigativos similares. 3.
Resultados
Algunos resultados preliminares del estudio fueron: 1) El periódico con mayor número de registros mediáticos sobre hechos delictivos alrededor de la categoría de Honor es El Caleño (con el 39% de los obtenidos), debido seguramente a su condición de periodismo de crónica roja y dirigido principalmente a públicos de sectores populares. 2) Los periódicos de este mismo corte (El Caleño y Q’Hubo) son los únicos en los que aparecen 3 o más fuentes por noticia o información concerniente a algún caso como los registrados, siendo El País y El Occidente periódicos más afines a reproducir los boletines oficiales. Al contrario, Q’hubo y El Caleño reconstruyen los hechos usando recursos del periodismo narrativo, y reúnen testimonios de personas allegadas a las víctimas, de vecinos de los sectores o a testigos de la situación aludida. 3) Los hombres jóvenes de sectores populares o excluidos son comúnmente presentados como “desadaptados”, “peligrosos”, “en riesgo”, o “vengativos”; sin una explicación más profunda de las causas, mas sí de los efectos de su decisión de cobrar por mano propia las afrentas recibidas. 4) Finalmente, el registro de los hechos de los periódicos que circulan más comúnmente entre la sociedad integrada (El País y Occidente) responde a la estructura del canon informativo, mientras que los periódicos dirigidos a grupos poblacionales populares ironizan la situación registrada desde el titular, al tiempo que acompañan con imágenes crudas el texto (a veces, ante la ausencia de fotografías recurren a ilustraciones de poco nivel de elaboración para reconstruir los hechos), intentando una contextualización que satisfaga a sus lectores ávidos de detalles e interesados por los pormenores (Valencia, 2012). Los 4 periódicos estudiados han narrado varias ciudades desde su fundación. El periódico El País (fundado en 1950) y el Occidente (fundado en 1961), han sido medios impresos que históricamente registraron a la ciudad de Cali y a la región suroccidental de Colombia desde la perspectiva de la élite ilustrada, con capital para influir tanto económica como políticamente desde una tribuna informativa – pero también opinativa – como lo es un medio escrito. Ambos de filiación partidista conservadora, y defensores a ultranza de la ideología de su partido, correspondían desde sus casas periodísticas a divulgar el agobio en que se sumía la ciudad tras la transformación urbana, fruto del incesante crecimiento demográfico que se agudiza a partir de los ’70. Los otros 2 periódicos; El Caleño (fundado en 1976) y Q’Hubo (el último en fundarse, en 2005) fueron desde sus inicios tabloides sensacionalistas: el primero, una empresa mediática familiar – no afiliada a ningún conglomerado económico o claramente partidista -; y el segundo, su competencia surgida de la misma casa editorial de El País, con la clara intención de seducir a los lectores que El Caleño había construido en 3 décadas, arrebatándole a este último su aceptación entre las clase populares, pero usando los mismos dispositivos discursivos y sus recursos gráficos (el hecho violento en primera ISBN-13: 978-84-15698-06-7 / D.L.: TF-969-2012
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Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 página, el titular grandilocuente, el cuerpo de la mujer exhibido con pocas ropas y muchas curvas), lo que al parecer ha surtido efecto, pues mientras El Caleño hoy tiene una distribución muy restringida, el Q’Hubo es una marca extendida en 11 ciudades del país, que siguen el mismo formato y características de su pionero originado en la ciudad de Cali. El periodismo de crónica roja (Caleño y Q’Hubo) escinde por la vía del morbo gráfico y pornográfico a los consumidores de prensa escrita en Cali (Valencia, 2012), entre marginales e integrados; siendo los periódicos “serios” (El País y Occidente) más frecuentados por la pequeña y alta burguesía local, que al mismo tiempo desprecia el amarillismo y la violencia (gráfica y textual) con la que se registran los hechos de sangre que ocurren a diario en la capital vallecaucana; hechos estos que en vez de conmover generan rechazo entre las clases normalizadas de la sociedad caleña. Epítetos como periodismo “vulgar”, “para el populacho” o la “plebe” eran los que merecía la prensa sensacionalista desde las mismas tribunas de opinión que se emitían en los periódicos históricos de la ciudad. 4. Conclusiones A comienzos de los ’80, el poeta Jaime Jaramillo Escobar escribía sobre Cali a su amigo Geraldino Brasil lo siguiente: “Cali es una hermosa ciudad, llena de árboles, pájaros y fuentes (…) En este barrio de clase media, muy extenso, no hay policía porque no se necesita. Cada hora en la noche los vigilantes se comunican con pitos, como en el Madrid de los años cuarenta, y el claro amanecer es alegre porque la noche transcurrió en calma (…) Las gentes de Cali caminan erguidas, desprevenidas y sonrientes, como danzando (…) Eso de los fantasmas es cosa que abunda en Bogotá, pero en Cali no los hay. Aquí todo es claro y limpio a la plena luz del día; no hay recovecos para fantasmas. He recorrido a media noche largas y solitarias calles, y callejones a medio iluminar, y sólo he encontrado amigos en las escasas personas que cruzaban. Palabras gratas y sonrisas entre desconocidos, a media noche, en calles solitarias” (Jaramillo, 2011: 84-85).
El intercambio epistolar entre poetas es una fuente igualmente válida para registrar la memoria que cualquier género periodístico, revestido según es común de neutralidad, pero claramente obediente a la agenda periodística de la casa editorial propietaria de su marca. Es claro que la prensa escrita es un actor social de fundamental trascendencia por su capacidad de influenciar a la opinión pública; sin embargo, los periódicos no son solamente empresas mediáticas, ni agentes sociales: son también productos (y productores) culturales que ayudan al registro histórico de una ciudad como Cali-Colombia. En estos últimos 25 años
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Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 de prensa escrita revisada se ve una progresión de hechos que – articulados – hablan de las realidades que han atravesado los viejos y nuevos caleños. Otros productos culturales escritos o audiovisuales – como el libro “El Atravesado” (1975)5 del escritor caleño Andrés Caicedo, o el largometraje “El Rey” (2004) de Antonio Dorado – han narrado la marginalidad, la abyección, la rebeldía de los jóvenes outsiders de una ciudad como Cali; que viendo la posibilidad de integrarse por la vía rápida (la de la participación en bandas de pandilleros o de incipientes narcotraficantes), han encontrado en la violencia el medio y el fin de su existir. Estas historias violentas a veces pasaron por la prensa escrita, pero se quedaron en ella como anécdotas descontextualizadas, ahistóricas, que profundizan en la brecha social que el discurso mediático remarca cotidianamente. Los años 80’s en Cali fue la época de consolidación de las macro (cárteles) y micro (pandillas) estructuras de la delincuencia organizada. Muchos de los jóvenes caleños populares – primero como espacio de socialización en la esquina, después como fenómeno identitario, y finalmente como medio de vida o de enriquecimiento – encontraron en esta década su lugar social: la pertenencia a una clase emergente que empujaba desde abajo las desvencijadas estructuras estamentales; que maculaba los sitios tradicionales de residencia, diversión o socialización… en cambio, su poder económico ya había sido labrado a fuego y sangre. Sin embargo, las fotografías y los textos de la prensa escrita muestran en honor varonil de los jóvenes caleños con admiración y curiosidad. En los titulares se hablaba de “reto”, “desafío”, “contienda”, “lance”, “lucha” o “duelo”. Los varones eran exhibidos con sus heridas de batalla (a veces en el papel de víctima o victimario), posando frente a la cámara del reportero judicial con la mirada fija en la lente… sin ninguna vergüenza, ni arrepentimiento; “Dando cara” como decían popularmente. En algunos casos incluso la policía le permitía a los reporteros gráficos unas instantáneas del agresor con el arma en la mano. Esto les granjeaba fama de valientes, pendencieros y arrestados; lo que era absolutamente benéfico para su supervivencia. A partir de los ’90, los conflictos violentos se tercerizan, al aparecer el más vil y deshonroso atributo de la violencia social citadina de los últimos años: el sicariato. La repugnancia moral que significa contratar a un joven (menor de edad en muchos casos) para que repare una afrenta entre maleantes, genera una degradación de tal magnitud que se convierte dicho sicariato en un servicio del cual no dependen únicamente las estructuras mafiosas o delictivas: a partir de ese momento cualquiera con los recursos suficientes – a veces la cuantía no era necesariamente significativa – podía lavar con sangre su honra pública, al tiempo que enviaba el mensaje de su peligrosidad y pragmatismo en la resolución efectiva de cualquier desentendimiento social, político o económico. Las luchas, antes individuales o familiares, adquieren un cariz colectivo y de supervivencia: o sobreviven ellos, o lo hacemos nosotros. El código de honor 5
Eso demuestra que la literatura registró primero que la prensa los fenómenos asociados a la marginalidad juvenil, y a la instauración de la inserción violenta de los jóvenes en la sociedad.
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Actas – IV Congreso Internacional Latina de Comunicación Social – IV CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2012 del guerrero particular muta hacia una forma de lealtad compartida, de pertenencia a una estructura jerarquizada que defiende intereses grupales, y se rige por un sistema de reciprocidades que entiende la guerra como el escenario moral donde manifestar las grandes virtudes en público (Ignatieff, 1999). Los espacios urbanos, las calles, los semáforos, los restaurantes, los sitios de encuentro tradicionales se constituyen en los campos de las batallas más cruentas por el poder, por el respeto, por prevalecer. La ley ha sido incapaz – desde siempre – de imponerse a la guerra, y terminó convirtiéndose en una recomendación antes que en una obligación. La justicia actúa sobre el hecho ocurrido, por lo que la prevención del crimen es un imposible aun en los más convulsos escenarios. Han sido más potentes para contar las causas y consecuencias de ese actuar violento que hoy se manifiesta entre jóvenes marginalizados de ciudades como Cali las producciones culturales (musicales, audiovisuales o literarias)6, antes que el periodismo informativo, aun a pesar de su importancia como actor social y como fuente histórica. Una integración fallida, una interacción violenta, una difusión sesgada (deslegitimadora de otras expresividades, de otras ocupaciones del territorio urbano), ha fundido en esta ciudad - distinto a lo que opina Gayol (2008) sobre Buenos Aires – el “ethos del honor” con el “ethos del interés” y el dinero. Las clases emergentes están reemplazando el rol de las burguesías tradicionales en los puestos de poder y en los sitiales de “honor” de las sociedades tradicionales en Cali y en Colombia. Referencias bibliográficas Alcalay Salom, Lidia and González G., Roberto (1994). Percepción del rol masculino: un estudio cualitativo en una muestra de adolescentes varones. \Psykhe\ Volume 3 Número 2 Beriain, Josetxo (1990). Representaciones colectivas y proyecto de modernidad. Barcelona: Anthropos, 1990. Burbano, Arizaldo (c2006). Teoría y práctica de la sistematización de experiencias. 2ed. Colombia: Universidad del Valle, Escuela de Trabajo Social y Desarrollo Humano. Chauchadis, Claude (1987). Libro y leyes del duelo en el Siglo de Oro. En Criticón (Toulouse), 39. 1987. Págs. 77-113. Centro Virtual Cervantes. Disponible en: http://dialnet.unirioja.es/servlet/dcart?info=link&codigo=129728&orden=122859. [citado 13 Febrero 2009].
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Algunas canciones de orquestas locales (como el Grupo Niche), o películas y series de televisión que toman como protagonistas a “antihéroes” famosos, como los capos del narcotráfico; han servido para sugerir esta interpretación – misma que no es exclusiva de Colombia: la literatura de malandragem, los corridos mexicanos (a veces también llamados “narcocorridos”), o la narrativas del tango argentino, son constructos culturales que alimentan el imaginario del excluido ilegal como un héroe de barriada.
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