L A V O Z D E O F E L I A

LA VOZ DE OFELIA I …Destru ir el tiem p o . A m a r, y a m a r siem p re lo im p o sib le, lo irrea liz a b le, la id ea …, a u n q u e la m en te

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LA VOZ DE OFELIA

I

…Destru ir el tiem p o . A m a r, y a m a r siem p re lo im p o sib le, lo irrea liz a b le, la id ea …, a u n q u e la m en te o b lig a a d efi n ir lo s lím ites d e lo rea l, a d eslin d a r la v isió n d e lo v isto … « A l ir d e la n a tu ra leza a l ser» …

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H a c ía a ñ o s q u e v iv ía le jo s d e l m a r, h a c ía a ñ o s q u e n o c a p ta b a e c o s d e v a g o s m e n sa je s e n la lín e a a z u l d e l h o r iz o n te , p e r o e l e m b a te d e l tie m p o m e d e v o lv ió p o r u n b r e v e p e r ío d o a m i c iu d a d n a ta l, y h e a q u í q u e r e c ib í u n a c a r ta , u n a c a r ta in e sp e r a d a , c u y o r e m ite n te e r a e l p o e ta q u e y o a d m ir a b a y, p o r e llo , n o m e h a b ía a tr e v id o a fo r m u la r siq u ie r a e n m i in te r io r e l d e se o d e r e c ib ir la . A l p r in c ip io n o m e d a b a c u e n ta , c o m o ta m p o c o m á s a d e la n te m e p r e g u n té p o r q u é su s e n v ío s lle g a b a n sie m p r e a llí, a B a r c e lo n a ; p e n sa b a só lo q u e e r a c u r io so q u e y o le h u b ie r a e s c r ito d e sd e P a r ís y é l p r e fir ie r a h a c e r lo a m i e sp a c io fa m ilia r. C a n ta b a p o r la s c a lle s c o n su c a r ta e n la m a n o , la m ir a b a a d is tin ta s h o r a s d e l d ía , c o n d istin ta s lu c e s. A p r e n d ía su le tr a , su s p a la b r a s p e r fila d a s e n u n a le n g u a q u e d e sc o n o c ía p e r o sa b ía y a q u é m e c o m u n ic a b a , y p a r a e llo n e c e sita b a s a lir d e c a sa y, a n ó n im a , c o n te m p la r in d e fin id a m e n te s u c a lig r a fía . Y e r a B a r c e lo n a e l lu g a r, a q u e lla B a r c e lo n a q u e d e n iñ a h a b ía v isto sie m p r e d e sd e le jo s, d e sd e la a z o te a d e P e d r a lb e s, c o m o u n e sp e jism o y u n a p r o m e s a : la m o n ta ñ a d e M o n tju ic h y e l m a r d e tr á s , y to d a la c iu d a d e x te n d ié n d o se h a sta e l T ib id a b o , p o r e l 11

otro lado… Ahora, años después, el poeta de Praga, el encerrado en la isla de K ampa, me escribía a Barcelona. S ólo eso quería decir algo que yo entonces no sabía interpretar, pero que me llegaba como un cambio de tono o un traslado de escala musical. R ecibía un mensaje de quien había escrito el libro para mí revelador y la alegría y la sorpresa lo ocupaban todo y no me fijaba en el hecho de que acontecía allí, precisamente en el espacio que había sido promesa de diálogo y realidad. N o me fijaba porque tanto la realidad como el diálogo que apuntaban se situaban en un plano distinto. Tenía que pasar tiempo, como ahora, que he necesitado años, siete años, para captar plenamente el sentido de este refugio en medio del campo, donde estoy. Y, en cambio, es claro: aquí, al igual que en Pedralbes, toco la tierra y miro el paisaje, aunque no veo a lo lejos el mar y la ciudad como promesa o futuro: el futuro está en mi interior, tal vez en el pasado. Aquí nada me ata, porque este rincón completamente salvaje, donde sólo aquel libro me acompaña, me devuelve a un estado inicial, un estado de posibilidad. E l jardín de Pedralbes – que la azotea culminaba– , aunque era un lugar de clausura, revelaba – como los campos y la línea de la montaña– un más allá. S u superficie, limitada, impulsaba a la ruptura de los márgenes y a la incorporación de otros ámbitos. Por ello su tierra y su aislamiento pudieron prefigurar otro espacio igualmente aislado: la isla de K ampa, donde moró durante tantos años el poeta. Pero aquel jardín era mucho más: era cifra del universo, aprendizaje de la naturaleza y enseñanza del silencio, de la contemplación y de la visión interior: un saber de la inmensidad cósmica, del misterio y de las presencias invisibles. A través de ello lanzaba las redes al pensamiento, invitaba a vivir en el pensamiento. D ar ese 12

paso resultaba tan natural… Y cuando se da, se cruza una barrera, la vida real se hace irreal y la ausencia, realidad. Y el cerebro, que está atento a lo que puede colmar sus aspiraciones, logra que un solo verso se ponga a vibrar, a moverse, a ocupar todas las horas. Y se vuelve al libro una y otra vez.

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ORFEO: ¿Estás contenta? EU RÍDIC E: N o sé, no consigo recordar… T endré que aprender de nuevo el dolor. ¿C uánto tiempo estuve muerta? ORFEO: N o puedo decir que tuviera valor… Ayer h izo medio añ o desde aquel momento. N ecesité medio añ o para decidirme… EU RÍDIC E: ¡C állate! El mundo perecerá por culpa de esos h eroísmos que van arrastrando las tripas.

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Quizá fue precisamente la tierra, el impulso inicial; la tierra y la conciencia de lo que hay bajo tierra, y de ese enterrar que puede comportar luego un crecimiento. Esto unido al silencio de las plantas y la aparente quietud de un aire que convertía las presencias inmediatas en voces de lo desconocido: una brizna de hierba, un pájaro, el tañido de una campana eran emisarios de existencias ignoradas, hablaban de aventuras y también de distintas clausuras. Allí mismo, en las inmediaciones de la casa, el monasterio de las clarisas polarizaba la fuerza secreta de la palabra con la oración; más lejos, otros recintos, igualmente cerrados, y hombres cuya vida recluida… Y así llegó a mí la certeza del que, en verdad, estaba apartado, apartado y presente ya a través del aire, de la tierra y de las plantas, como una savia. Todo esto tenía una fuerza tan grande que restaba dominio a los mundos más próximos y establecía el perpetuo diálogo con lo ausente; ¿ qué otro diálogo hubiera sido posible? Pero yo no estaba siempre sola en el jardín, con frecuencia lo compartía con mi hermana Nona, y fue precisamente Nona quien me acompañó durante aquella ope15

ración; ella estaba conmigo en el hospital cuando llegó a mis manos el libro y vi por primera vez el nombre, V ladimír Holan, y el atractivo título: Una noche con Hamlet. L uego llegó otro libro, éste en alemán... Desde la blancura de las sábanas, nuevas posibilidades se me ofrecían.

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Reiten, reiten, reiten, durch den Tag, durch die Nacht, durch den Tag. [ …] / Und der M ut ist so mü de gew orden und die S ehnsucht so groß … Cabalgar, cabalgar, cabalgar… Y aquel día, cruzando una luz violeta que cruzó las sombras y destelló en la conciencia, despierta en mitad del sueño profundo, alerta a sonidos y espacios, mientras seguía el cuerpo cabalgando desde el pozo de la anestesia en pos del dominio táctil del entorno… Cabalgar… Y al levantarse el velo ligerísimo de niebla –no hubo sopor, no hubo dolor, sino un goce del despertar como el de primavera–, aquellos dos libros, uno de Rilk e, en letra gótica, nunca antes vista, y otro de un poeta checo completamente desconocido. Reiten, reiten, reiten… Adentrarse despacio en el propio pulso y, con el feliz esfuerzo de recorrer aquella extraña letra, adentrarse en una atmósfera y un paisaje que uno no sabe adónde lleva. Acaso al libro que espera en la mesita, un libro del que se ignora todo excepto el nombre que figura en el título. Pero uno sigue cabalgando, dejando atrás lo oscuro, pues el alma se ha cansado tanto y el ansia es tan grande… Y a través de aquella escritura lle17

na de ángulos, sigue cruzando el día y la noche y el día, alejándose de la fiebre, página a página, hasta que el pie vuelve a las calles de la ciudad y en las manos está ya Una noche con Hamlet y otros poemas. Paciente había contemplado ese libro mi cabalgada y ahora era él quien me llevaba al lugar que pronto se me revelaría, casi en el instante mismo de abrirlo, cuando leí: Al ir de la naturaleza al ser… Sí, tras seis años de abandono de la poesía, seis años de hallarme en estado latente, replegada en mí misma, como la semilla en su cápsula, bajo una tierra helada, yo iba al ser, iba a mi propio ser, por las palabras de aquel poeta checo. Iba a mi ser de poeta, si bien, de hecho, estaba en el autobú s, con el libro en las manos, con el espectro de Hamlet, como un Mozart dado a la bebida, y con aquel bardo, encarnación de O rfeo, que, parada a parada, se me iba llevando, me sacaba de los infiernos, porque, aunque todavía lo ignoraba, él era el desconocido amado que había presentido en el jardín, el que me sostenía, aliento vivificador que poblaba el silencio, voz o alma, mínimo secreto de cada cosa, susurro del ser, llamada que movía mi contemplación y abría los límites haciendo que mi libertad se desplegara.

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Tampoco de esto me daba cuenta al principio, ni comprendía el porqué del estado en que me hallaba, de aquella situación estéril, diría nihilista: ver cuánta posibilidad se me ofrecía desde la cara de su inutilidad. Ahora, en este silencio de los campos, que de noche se llena de resonancias, veo con mayor nitidez que no se trataba de una decepción de la vida vivida y de mi propio cuerpo tan quebradizo, sino de una imposibilidad de culminar las propuestas captadas durante mi infancia. Mi vida era compleja, por aquel entonces, y pasó a serlo más, a desarrollarse en tres ciudades… Mi yo, en cambio, estaba inmóvil en una quietud apenas acechante. La lectura del libro modificó este estado y entré en el movimiento, sin saber; y sin saber seguía cuando recibí su primera carta. Y sucedió eso en Barcelona, el lugar que significaba encuentro para la niña de Pedralbes, esa posibilidad que ofrecía el encierro del jardín, ese jardín que yo compartía sólo con Nona –porque Elisenda llegó pasados unos años– y que establecía claramente una línea divisoria entre ese ámbito y el exterior. Nona y yo crecíamos allí sin bridas, reinando sobre aquel territorio, intuyendo la vida 19

del otro lado, representada por el padre, ausente también de nuestro espacio por su propio cometido. Pero aconteció su muerte y nos arrebató el lugar y con él las coordenadas que nos ubicaban. Quedamos huérfanas de raíces, de destino, e incluso del mismo lazo que tan estrechamente nos unía. Vagamos entonces por una tierra de nadie, sin reconocer el ámbito familiar –del que yo pronto fui apartada– y sin reconocernos, y cada paso que dábamos era un tramo que nos distanciaba. El alejamiento impuesto fue mi única herencia y tuve que acogerlo, pero todo camino emprendido en aquel momento era un camino hacia la nada, pues de vivir la génesis de las plantas y la tierra, cuya fuerza amorosa me abarcaba, pasé al dolor del que es despojado y excluido, de modo que ese vagar, en mí, se convirtió en un mantenerse al margen de la vida casi subrepticiamente, dado que esto enlazaba también con el aislamiento anterior. De haber vivido en la ciudad, de haber podido ir del colegio a casa a pie con las demás niñas… Pero no, el coche esperaba en la puerta y me arrebataba y, aunque me llevaba al jardín, me encarcelaba. Por todo ello, al reconocer, a través de los versos de aquel libro, los muros, un mundo cerrado y una profunda soledad, como un hundimiento en la tierra, me dejé llevar enteramente por el poema, cuyo movimiento impetuoso me situó de entrada cara al diálogo entre Orfeo y Eurídice: un candil en las sombras, esas sombras en las que me sumía el rechazo de los aconteceres cotidianos. De inmediato reconocí al poeta en ese Orfeo morador de la noche, que al rescatar a Eurídice de los infiernos no volvió la cabeza, en ese Orfeo que tiene el saber de los dos mundos y su crueldad hasta el punto de no ceder a la tentación.

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