La Campaña Electoral y la Opinión Pública en el Perú Actual

La Campaña Electoral y la Opinión Pública en el Perú Actual Julio F. Carrión Assistant Professor Department of Political Science and International Re

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La Campaña Electoral y la Opinión Pública en el Perú Actual

Julio F. Carrión Assistant Professor Department of Political Science and International Relations, University of Delaware, Newark, DE 19716 [email protected]

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Prepared for delivery at the 2000 meeting of the Latin American Studies Association, Hyatt Regency Miami, March 16-18, 2000

La Campaña Electoral y la Opinión Pública en el Perú Actual

A menos de cuatro semanas de las elecciones generales en el Perú para elegir un nuevo presidente y renovar el congreso, el resultado es aún incierto. Aunque todo parece indicar que el actual presidente, Alberto Fujimori, obtendrá el primer lugar en la votación, los resultados de las encuestas de opinión sugieren que no podrá superar el cincuenta por ciento más uno de los votos válidos, lo que obligaría la realización de una segunda entre los dos candidatos con mayor votación. Hasta mediados de febrero las encuestas indicaban que el candidato que enfrentaría a Fujimori en una segunda vuelta sería el actual alcalde de Lima, y líder del partido Somos Perú, Alberto Andrade Carmona. Encuestas publicadas a comienzos de marzo sugieren una tendencia decreciente en las preferencias por Andrade, y un crecimiento relativamente sostenido de Alejandro Toledo, candidato del movimiento Perú Posible, quien actualmente se encuentra en el segundo lugar de las preferencias. Aunque las encuestas sugieren que Fujimori obtendría la mayoría de la votación en una eventual segunda vuelta, lo cierto es que la dinámica electoral generalmente cambia después de concluída la primera vuelta, y un candidato que obtiene el primer lugar en la primera vuelta puede muy bien perder la elección en la segunda (como fue el caso de la elección inicial de Alberto Fujimori en 1990). Así, no estamos en condiciones de predecir con cierta grado de seguridad el resultado del actual proceso electoral. Independientemente de si Fujimori gana la presidencia en la primera o la segunda vuelta, o si otro candidato resulta elegido presidente, lo real es que el actual presidente ha logrado mantener una posición bastante sólido en las encuestas de opinión. No sólamente ha logrado mantenerse en el primer lugar de las preferencias electorales, sino que presente niveles de aprobación de su gestión que bordean el cincuento por ciento. Sin duda que una buena parte de esta popularidad puede ser explicada por control de la televisión de señal abierta, las campañas de la llamada “prensa chicha”. Pero la alta alta aceptación ciudadana de Fujimori es también resultado de logros tangibles obtenidos por su gobierno. Nadie puede negar sus éxitos en la lucha contra la insurgencia senderista y emerretista, y los avances logrados en la estabilización de la economía, especialmente el control de la inflación y el déficit fiscal. Esta continua popularidad de Fujimori entre los votantes, a pesar de las documentadas y sistemáticas violaciones de los derechos humanos, el uso de los recursos del estado en su campaña electoral, y el escandaloso manejo del aparato institucional creado por la constitución del 93 para garantizar la rereelección del presidente, no puede ser explicada simplemente como resultado de una manipulación de los medios de comunicación. Fujimori representa ciertos valores que atraen a un sector de la opinión de la opinión pública. Una proporción de la opinión pública peruana se inclina por soluciones políticas no

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democráricas. Este sector, como veremos, presenta a la vez un alto grado de apoyo a la gestión Fujimori. Nuestra intención en este trabajo no es examinar la razones de la sostenida, aunque decreciente, popularidad de Fujimori1. La intención del presente trabajo es examinar la evolución de la campaña electoral actual en un contexto en el cual el presidente, a pesar de dirigir un gobierno marcadamente autoritario, es un candidato relativamente popular. Este trabajo se inicia con una discusión de la sostenida aprobación popular de Fujimori, tratando de identificar los altibajos de dicha popularidad durante sus 10 años de gobierno. Luego de ello pasamos a reseñar campaña electoral del 2000. Aunque no se puede obviar la discusión de la carrera electoral en sí misma (¿quién va primero?, ¿quién va segundo?, ¿habrá o no una segunda vuelta?), nuestra intención es identificar también los posibles impactos de la campaña en la evolución de la política peruana. Después de ello se ofrecen una breve discusión sobre la relación entre las preferencias por el autoritarismo político y la aprobación de la gestión presidencial. Nuestra intención en dicha sección es mostrar que una proporción de la sostenida popularidad de Fujimori puede ser explicada por la existencia de un nucleo de actitudes no democráticas en la opinión pública peruana. Finalmente, en las conclusiones se ofrecen algunas reflexiones sobre la relación entre opinión pública y autoritarismo en el Perú contemporáneo. La Popularidad de Fujimori entre 1990 y el 2000 La relación de Fujimori con la opinión pública peruana en los últimos 10 años ha sido una historia de subidas y bajadas. El indicador que mejor sintetiza esta relación es el grado de la popularidad presidencial. La compañía de opinión pública APOYO, S. A. ha conducido encuestas en la ciudad de Lima de una manera regular desde mediados de la década del ochenta. Una de la preguntas que ha sido utilizada en todas ellas se refiere a la aprobación de la gestión de una serie de lideres del gobierno, incluído el presidente. Gracias a ello podemos documentar el desarrollo de la aprobación ciudadana a la gestión presidencial de Fujimori desde que éste se hizo cargo del gobierno, el 28 de Julio de 1990. Esta curva de aprobación se presenta en el Gráfico Nro. 1. Para ayudar a la interpretación de este cuadro hemos colocado lineas verticales al final de cada uno de los años de esta década. Este gráfico cuenta varias historias. En primer lugar, es interesante notar que Fujimori empezó su gobierno en 1990 con un nivel extremadamente bajo de popularidad. A diferencia de la popularidad inicial de Belaúnde en 1980 1

Los interesados en un análisis de los determinantes de la popularidad de Fujimori pueden consultar Julio F. Carrión, “La Popularidad de Fujimori en Tiempos Ordinarios”, en Fernando Tuesta Soldevilla (editor), El Juego Político. Fujimori, la oposición y las reglas (Lima: Fundación Friedrich Ebert, 1999) pp. 231246; Susan Stokes, “Economic Reform and Public Opinion in Peru” Comparative Political Studies 29 (5); Susan Stokes, “La Opinión Pública y la Lógica Política del Neoliberalismo”, en Fernando Tuesta Soldevilla, op. cit., pp. 201-229; Kurt Weyland, “A Paradox of Success? Determinants of Political Support for President Fujimori” (s.f, MidWest Political Science Association meeting, Chicago).

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(alrededor de los 70 por ciento) y de Alan García en 1985 (en la vecindad del 90 por ciento), Alberto Fujimori apenas empezó con 46 por ciento. Durante 1990 se incrementó notablemente, llegando a alcanzar el 60 por ciento en diciembre de ese año, a pesar del fuerte paquete de estabilidad económica aplicado en agosto de 1990. 1991, por otro lado, fue un año lleno de altibajos. En dos ocaciones la popularidad de Fujimori bajó dramáticamente, pero luego se recuperó notablemente, acabando en diciembre de 1991 con un nivel similar al alcanzado en diciembre del año anterior. En el siguiente año la popularidad de Fujimori se incrementó en relación a 1991. Sin duda los sucesos de abril de 1992, el cierre del congreso y la reorganización del poder judicial tuvo un efecto altamente positivo en la popularidad de Fujimori, que alcanzó un pico de 80 por ciento en abril de ese año. Sin embargo, los datos muestran que el encandilamiento del público con Fujimori como resultado del autogolpe fue efímero. La aprobación de Fujimori habia empezado a declinar cuando la captura de Abimael Guzmán vino a mejorar nuevamente su posición en las encuestas. Si se examina el período 1990-1992 como un conjunto, podemos decir que fueron los años en los cuales Fujimori logró convencer a un público reticente, que lo había recibido de una mánera escéptica en agosto de 1990. Cuando parecía que el público lo abandonaba en agosto–setiembre de 1991 (con una popularidad que apenas superaba el 30 por ciento), los ataques de Fujimori al parlamento y los jueces , y los frutos iniciales de la lucha contra la hiperinflación, le permitieron retomar terreno en la opinión pública de manera dramática. El autogolpe y la captura de Guzmán consolidaron este ascenso. Como se observa en el Gráfico Nro. 1, los años 93-94 son bastante estables para Fujimori. Durante ese bienio su popularidad bajó del 60 por ciento en sólo un mes. En esos dos años, la aprobación fluctua entre el 60 y el 70 por ciento, cifras espectaculares si se comparan con las obtenidas por Belaúnde y García en sus tercer y cuarto años de gobierno2. De hecho, 1994 es el mejor de todos los años para Fujimori. Durante varios meses en ese año la aprobación presidencial fluctúa entre el 70 y el 80 por ciento, y en muy contadas ocasiones baja del 70 por ciento. La aprobación ciudadana de la gestión presidencial, afortunadamente para los intereses electorales de Fujimori, se incrementó durante 1995. En este año la popularidad presidencial estuvo en el rango de 7080 por ciento en la mayoría de los meses. En marzo de 1995, un mes anterior a la elecciones presidenciales, la aprobación presidencial llegaba al 66 por ciento en Lima. Esta cifra constituía una sólida aprobación ciudadana para encarar cualquier contienda electoral de manera exitosa, como efectivamente lo fue.

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Para un comparación ver Julio F. Carrión, Partisan Decline and Presidential Popularity. The Politics and Economics of Representation in Peru” en Kurt von Mettenheim and James Malloy, Deepening Democracy in Latin America (Pittsburgh, PA : University of Pittsburgh Press, 1998) .

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Gráfico Nro. 1. Aprobación de Fujimori como Presidente 90

80

70

%

60

50

40

30

20

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0

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Pero la opinión pública no ha sido tan generosa con el segundo período de Fujimori. El desencanto en el segundo período es evidente en el gráfico que venimos analizando. Uno puede observar claramente que la tendencia de la aprobación presidencial entre 1990 y 1995 es claramente distinta a la registrada entre 1995 y los primeros meses del 2000. El período 1990-95 muestra una tendencia claramente ascendente; el período 1995-00 muestra una tendencia claramente descendente. Podríamos presentar estadísticos de tendencia central para sustentar nuestra afirmación, pero ellos son innecesarios. Los años de 1996 y 1997 son particularmente difíciles para Fujimori. Como hemos argumentado en otro lugar, este decline reflejaba el desencando ciudadano con su política económica3. A mediados de 1997, Fujimori tiene los niveles de aprobación más bajos de sus dos períodos de gobierno. A partir de esos meses, sin embargo, hay una recuperación leve de la popularidad presidencial, que aun se mantiene, pero que no logra quebrar la barrera del 55 por ciento. Durante todo el período 1996-2000, Fujimori supera la barrera del 60 por ciento de aprobación presidencial sólo en el año 1996. Entre enero de 1997 y febrero del 2000, Fujimori no logra alcanzar el 60 por ciento de aprobación presidencial, con la sóla excepción de abril de 1997. Desde agosto de 1997 hasta fines de 1999, Fujimori no pudo superar el 50 por ciento de aprobación ciudadana. Sólo en los meses iniciales del 2000 Fujimori ha podido alcanzar niveles de popularidad presidencial por encima del 50 por ciento, y ello sobre todo debido al impulso creado por su campaña electoral. En febrero de este año, y a dos meses de las elecciones generales, el nivel de aprobación en Lima es del 54 por ciento. En febrero de 1995, a dos meses de las elecciones generales de ese año, el nivel de aprobación de Fujimori en Lima era de 74 por ciento. Esto constituye una diferencia de 20 puntos porcentuales que sin duda tiene un impacto en perspectivas electorales del presidente-candidato. Como veremos a continuación, la campaña electoral del 2000 ha sido, y es, particularmente difícil para Alberto Fujimori. La Campaña Electoral: Auge y Caída de Andrade4 A comienzos de 1999, cuando faltaba un año para la realización de las elecciones generales, pocos dudaban que el mejor candidato para enfrentar los intentos reeleccionistas de Fujimori era Alberto Andrade, alcalde Lima y dirigente principal de Somos Perú. Andrade no solamente había logrado derrotar a Hurtado Miller5, el candidato oficialista en la elección para la alcaldía de Lima de 1998, sino que también había logrado transformar su organización limeña en una organización nacional (lo que se reflejó en el cambio de nombre de Somos Lima a Somos Perú). De hecho, las esporádicas encuestas conducidas a 3

Julio F. Carrión, “La Popularidad de Fujimori en Tiempos Ordinarios”, op. cit. Partes de esta sección y las siguientes están tomados de mis artículos publicados en la sección Tendencias del Peru Election 2000, A Public Education Website localizado en la Queen’s University de Canadá (http://csd.queensu.ca/peru2000). 5 Andrade había ganado la alcaldía en 1995 con el 52.1 por ciento de los votos. En 1998, mejoró esta votación, obteniendo el 58.8 por ciento de los votos. 4

comienzos de año lo ubicaban incluso por encima de Fujimori en la intención de voto en Lima (una encuesta de Datum publicada por La República el 11 de enero le otorgaba el 39.3 por ciento de la intención de voto en Lima). Pero la derrota del fujimorismo en las elecciones municipales de 1998 en Lima fue una campanada de alerta para el gobierno. Conscientes de que podían perder el poder si se limitaban a competir en elecciones fundamentalmente limpias, Fujimori y su aparato gubernamental optaron por ajustar aún más su control sobre los medios de comunicación. En la medida que Lima es el mercado electoral más importante del país (concentra a casi 40 por ciento del electorado), el gobierno utiliza los mecanismos del estado a su disposición para influenciar las preferencias electorales a través de constantes mensajes que resaltan los méritos de programas de diversas instancias estatales. Como se ha indicado en varias fuentes, el estado peruano se ha convertido en el anunciante más importante de la televisión y la prensa escrita6. Pero también se trataba de reducir la presencia de voces relativamente independientes. Durante 1998 y 1999 los más importantes programas de noticias y reportajes políticos fueron desapareciendo unos detrás de otros, ya sea debido a la renuncia de sus conductores, o a su cancelación por la administración de los canales. Otra estrategia para influenciar la opinión pública está dada por el uso de la prensa chicha para asesinar el caracter de los candidatos de oposición, especialmente Andrade y Castañeda, y más recientemente Alejandro Toledo. Una muestra de los titulares es suficiente para ilustrar este uso novedoso de la prensa tabloide: “Somos Kutra” y Andrade Acorralados (El Chato, 17 de setiembre); “Pituco Andrade Abre su Boquita y Sale Basura” (El Tío, 13 de setiembre); “Sigue Estampida de Alcaldes de Lima” (El Mañanero, 18 de setiembre; “Encuestas Sepultan al “Pitucón” Andrade” (El Tío, 15 de setiembre); “’Basura’ Andrade Se Quita y Deja a Lima en Caos” (La Chuchi, 20 de setiembre). El bajo costo de estos tabloides los hacen accesibles a las clases populares, y aunque no se vendan, sus títulares son desplejado en las esquinas más importantes de la ciudad. En una verdadera adaptación peruana de la técnica del “bait and switch” (“atraer y cambiar”), todos las primeras páginas de estos periódicos incluyen fotos de vedettes en diversos grados de desnudez (la “atracción”), lo que garantiza un público atento a los titulares presentados junto a las fotos (el “cambio”). Junto con lo anterior, el gobierno se dedicó a una campaña sistemática a nivel local (especialmente en las provincias) para socavar la organización de Andrade, Somos Perú. La orquestada campaña de renuncias de alcaldes pertenecientes al movimiento de Alberto Andrade se suscitó en un contexto de acusaciones de que el gobierno habría anunciado a varios de los alcaldes renunciantes que la única manera para conseguir dinero del gobierno central (y por lo tanto, fortalecer sus propias posibilidades de reelección) era si renunciaban al partido del alcalde de Lima.

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Ver Catherine M. Conaghan, “Prime Time Peru: How Television Distorts the Electoral Process” Peru Election 2000, A Public Education Website (http://csd.queensu.ca/peru2000)

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En setiembre-octubre de 1999, la campaña contra Andrade había surtido efecto. Mientras que las preferencias por Andrade a comienzos de año eran, como hemos visto, bastante altas, en setiembre su intención de voto no llegaba al 20 por ciento, tal como se puede apreciar en el Gráfico Nro. 2. Gráfico Nro. 2. Intención de Voto - Campaña Electoral del 2000

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Fujimori

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Andrade Castañeda 20

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Fuente: APOYO, S. A. Adaptado de http://www.elcomercioperu.com.pe/especiales/elecciones

Pero el decline en las encuestas de Andrade no puede ser atribuído exclusivamente a la campaña de desprestigio del gobierno. Una serie de factores adicionales reducían su atractivo electoral. Andrade es sobre todo una figura limeña. No se debe olvidar que inicio su carrera como un exitoso alcalde en Miraflores, un distrito limeño de clase alta. Asimismo, la transformación de su movimiento de uno limeño a uno nacional fue difícil. Ausente una ideología que mantenga cohesionada a las tropas, el único instrumento de unificación es el acceso a los recursos del estado vía elecciones, que es lo que atrae a los pequeños líderes provinciales, atraídos por las posibilidades electorales de Andrade. Muchos de estos liderazgos locales están dispuestos a abandonar al líder nacional cuando consideran que pueden desarrollar sus carreras políticas a través de otros líderes nacionales. Se trata, sin duda, de las tradicionales redes del clientelismo. Por ello no llama la atención que muchos alcaldes distritales hayan decidido distanciarse de Andrade una vez que lograron su objetivo principal, una cobertura nacional para sus campañas locales, cuando un patrón 8

más poderoso, el presidente de la república, los atraía con promesas de recursos estatales. Aunque no tenemos información precisa al respecto, es probable que muchos de estos alcaldes renunciantes no hayan tenido ni siquiera dos o tres años de afiliación con Somos Perú. Andrade también ha tenido un problema de “imagen”. Durante los meses iniciales de la campaña electoral las acusaciones de que era un político “pituco” los afectaron sustancialmente. Ello fue posible porque Andrade era percibido como un político de centro-derecha. En una encuesta de Datum publicada por El Comercio el 25 de setiembre un 40 por ciento de los entrevistados lo ubicada como ocupando los espacios 4 y 5, en una escala de 1 a 5 donde 1 era izquierda y 5 derecha. En contraste, el 43 de los entrevistados se autoidentificaban como de centro, escogiendo el punto 3 en la mencionada escala. No sorprende entonces que Andrade haya sido el candidato con menor arrastre electoral en los sectores pobres de Lima, de acuerdo a una encuesta de CPI publicada por Expreso el 27 de setiembre. Y También de Castañeda Por un momento en los meses de setiembre y octubre el beneficiado principal del decline de Andrade en la encuestas fue Luis Castañeda Lossio (ver Gráfico 2). En enero de 1999 APOYO colocaba a Castañeda en un tercer lugar de las preferencias, con algo menos del 20 por ciento de la intención de voto. En setiembre su intención de voto se había incrementado a casi el 30 por ciento. Castañeda, a diferencia de Andrade, es de origen provinciano. A pesar de sus largos años de residencia en Lima, él es percibido como un hombre del interior del país, lo que sin duda incrementa su caudal electoral. Castañeda, nuevamente a diferencia de Andrade, es considerado por la población como un político de centro, lo que es importante en el contexto desideologizado de la política peruana actual. Además, es un político sin cargo público actual, lo que es una ventaja al no estar sometido al desgaste que ello implica. Finalmente, Castañeda pudo beneficiarse del decline de Andrade porque mientras las campaña del gobierno se enfilaba contra Andrade, Castañeda era prácticamente ignorado por la prensa chicha. Sin embargo, el desafío más importante de Castañeda era el de elaborar un imagen definida para su campaña. Apenas el gobierno empezó a ocuparse de Castañeda en la prensa chicha y la televisión, la intención de voto por Castañeda se vino para abajo, en la ausencia de una contracampaña efectiva por parte del partido de Castañeda. La evolución de la intención de voto por Castañeda puede verse con claridad en el Gráfico Nro. 2. Sube con cierta inconsistencia desde enero hasta alcanzar su punto más alto en setiembre, que es cuando la votación a favor de Andrade empieza a desplomarse, y a partir de setiembre cae dramáticamente, hasta estar por debajo del 10 por ciento en marzo del 2000. El collapso de las candidaturas de Andrade y Castañeda ha beneficiado a dos candidatos: al presidente Fujimori, y al candidato de Perú Posible Alejandro Toledo. De ellos nos ocupamos a continuación.

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Campaña 2000: Fujimori Enfrenta el “Bicho” del Milenio No se puede negar que la campaña de Fujimori, a través del uso indiscriminado de los recursos de estado, el control de la televisión de señal abierta, y el uso orquestado de la prensa chicha para demoler a los candidatos de oposición, ha rendido frutos a lo largo de 1999. El Gráfico Nro. 2 cuenta la historia de manera contundente. Fujimori en enero de 1999 apenas concitaba la intención de voto de un poco más del 20 por ciento de los votantes de Lima. Desde esa extrema posición de desventaja, ha ido creciendo sostenidamente hasta alcanzar su pico más alto en diciembre, cuando lograba el 46 por ciento de la intención de voto, de acuerdo a las encuestas de APOYO (aunque otras encuestadoras mostraban niveles de intención de voto un tanto más bajos que los de apoyo). Una mirada al gráfico mencionado muestra que tan incorrecta es la tésis de aquellos que le atribuyen a Fujimori un porcentaje inamovible de preferencias, de la cual es casi imposible que disminuya. Fujimori empezó con un nivel muy bajo preferencias de voto, y las ido ganando a medida que las candidaturas de Andrade y Castañeda perdían oxigeno. En otras palabras, Fujimori no empezó la campaña con un porcentaje definido de intención de voto, el cual se ha mantenido de manera constante. Una mirada a la curva de intención de voto por Fujimori apoya nuestra interpretación de que Fujimori ha ganado votos que antes iban para Andrade o Castañeda. Esos son votos que podrían moverse nuevamente. Aparte de las innegables ventajas que le dá el uso del aparato del estado para apoyar a su campaña y hostilizar a sus oponentes, Fujimori tiene algunas ventajas de su propia creación, las que no pueden ser negadas. El predominio de Fujimori tanto en Lima como a nivel nacional refleja el hecho de que él ha logrado capitalizar políticamente una serie de logros de su gobierno, los que la gente identifica facilmente. Cuando APOYO pregunta acerca de las razones por las cuales votarían por Fujimori (con multiples respuestas posibles), tres de cada cuatro de los entrevistados mencionan que “venció al terrorismo”. Otro 53 por ciento adicional menciona “las obras que la realizado”, y un respetable tercio menciona que “ayuda a los más pobres”, con otro porcentaje similar citando “la estabilidad económica del país” (El Comercio, 18 de enero, 2000). En cambio, sus puntos negativos se encontraban más dispersos, sin ninguno que concitara la atención de más de la mitad de los entrevistados. Por ejemplo, la misma encuesta citada por El Comercio indicaba que el 46 por ciento mencionada como una razón para no votar por él el hecho de que “no ha generado empleo”. Un 35 por ciento citaba que “diez años es suficiente/se necesita un cambio”, y un escaso 23 por ciento daba como razón que “es autoritario/dictator”. Pero el problema principal para Fujimori es que él necesita ganar la presidencia en la primera vuelta, porque corre el riesgo de perder las elecciones en la segunda vuelta. Las encuestas publicadas hasta el momento indican que el apoyo más sólido de Fujimori se encuentra en la capital. A nivel nacional

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Fujimori no supera el 40 por ciento de la intención de voto en febrero, de acuerdo a las encuestas de tres diferentes compañías de opinión pública7. Una manera de analizar el estado actual de la intención de voto por Fujimori es compararla con la situación existente 5 años atrás. El Gráfico Nro. 3 presenta la intención de voto por Fujimori en los meses previos a las elecciones generales de 1995 y 2000. En este gráfico hemos juntado las encuestas preelectorales conducidas por APOYO en Lima en los meses previos a las procesos electorales de 1995 y 2000. Gráfico Nro. 3 Intención de Voto por Fujimori 70 60 50 40 %

1995 2000

30 20 10 0 Setiembre

Noviembre

Diciembre

Enero

Febrero

Marzo

Este gráfico sugiere que las intenciones de voto se han comportando de una manera bastante similar en los procesos electorales de 1995 y el 2000, con una importante excepción. Discutamos primero las semejanzas entre ambos procesos electorales. Tanto en 1995 como en el 2000, la intención de voto por Fujimori se incrementa se manera dramática entre los meses de setiembre y diciembre previos al proceso electoral. En 1995, Fujimori pasó del 48 por ciento en setiembre al 58 por ciento en diciembre, una ganancia de 10 puntos porcentuales. En el proceso electoral del 2000, también se registra un incremento notable entre setiembre y diciembre. La intención de voto por Fujimori pasa del 32 al 46 por ciento, una ganancia de 14 puntos porcentuales. Nótese, sin embargo, la importante brecha de más de 10 puntos porcentuales en 7

“Fujimori se Estanca en las Encuestas, Y Toledo Avanza” Peru Election 2000, A Public Education Website (http://csd.queensu.ca./peru2000)

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la intención de voto entre ambos procesos electorales. En el mes previo a la elección de 1995, Fujimori registraba un 55 por ciento de intención de voto en Lima. En marzo del 2000, esa intención de voto era de apenas 42 por ciento. Otra semejanza entre ambos procesos electorales es que la intención de voto por Fujimori se reduce un tanto entre diciembre y enero. Sin embargo, y esta es la diferencia fundamental entre el proceso electoral de 1995 y el actual, la intención de voto en 1995 se incrementó ligeramente entre enero y marzo. En el proceso electoral actual, la intención de voto por Fujimori entre enero y marzo se ha reducido ligeramente. Puesto en otros términos, Fujimori llegaba a las elecciones de abril de 1995 con una tendencia ascendente en la intención de voto. En este año, él llegará a abril con una tendencias estacionaria, o incluso descendiente en las preferencias en Lima. Fujimori ha intentado parar la hemorragia de votos a través de la implementación de programas de corte asistencial, como la creación del Programa de Lotes Familiares (PROFAM), que regalaría lotes de terrenos para familias sin vivienda. Asimismo, recientemente Fujimori anunció un aumento significativo en el salario mínimo, después de haber estado congelado por casi 40 meses. Pero estas medidas tomadas a mediados de febrero y comienzos de marzo no parecen haber logrado el efecto esperado en las encuestas. Tal vez el escandalo causado por el descubrimiento de una operación para falsificar un millón de firmas para la inscripción de movimiento independiente Perú 2000 (unos de los integrantes de la alianza electoral Perú 2000 que postula al presidente Fujimori), y denunciado por El Comercio en su edición del 29 de febrero del 2000, ha mermado el efecto de estas medidas populistas. Como mencionamos más arriba, el desafío principal para Fujimori es ganar la presidencia en la primera vuelta, ahorrándose el riesgo de una segunda vuelta a la que llegará con una imagen de derrotado, y donde el candidato que obtenga la segunda votación más alta tendrá el momento a su favor. Para que Fujimori gane en la primera vuelta, dada la distribución del electorado peruano (37 por ciento residentes en los departamente de Lima y Callao, 63 por ciento en los otros departamentos), varios escenarios son posibles. (Los cálculos que se presentan a continuación asumen la no existencia de votos blancos y nulos, lo que no es realista, por lo tanto deben ser tomados como aproximaciones gruesas). Un escenario es que obtenga 50 por ciento de los votos en LimaCallao, y el 50 por ciento en los otros departamentos. Las encuestas muestran que Fujimori está lejos del 50 por ciento de la intención de voto en Lima, y también en las provincias. Este escenario puede desecharse. Otro escenario es que obtenga 40 por ciento de los votos en Lima-Callao, y un 56 por ciento de la votación en los otros departamentos. Este es el escenario más factible para Fujimori dado que su intención de voto en Lima-Callao bordea el 40 por ciento. La pregunta entonces es si Fujimori podrá acercarse suficientemente al 56 en las provincias como para asegurarse la presidencia en la primera vuelta. Encuestas recientes de APOYO poden en duda que Fujimori pueda obtener una votación tan alta en las provincias. Una encuesta nacional de Datum en el mes de enero le otorgaba los siguientes porcentajes a Fujimori: 44 por ciento en el norte, 48 por ciento en el centro, 39 por ciento en el sur, y 23 por ciento en el

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oriento. El total nacional para Fujimori en enero, de acuerdo a Datum, era de 43 por ciento (El Comercio, web site). En febrero, una encuesta nacional de APOYO le otorgaba sólo un total de 39 por ciento a Fujimori. A mediados de marzo del 2000, la realización de una segunda vuelta parece inevitable. El aparato gubernamental fujimorista no parecen haber podido controlar los efectos tardíos del “bicho” del milenio. ¿Toledo Presidente? Como hemos argumentado, el colapso de las candidaturas de Andrade y Castañeda no significa necesariamente la reelección de Fujimori. No cabe duda que la sorpreza de la campaña electoral del 2000 ha sido el despegue de Alejandro Toledo en las encuestas. En un paralelo significativo con las elecciones de 1990, Toledo ha aumentado su intención de voto de una manera dramática en los dos meses previos a las elecciones. Asimismo, en otro interesante paralelo con las elecciones de 1990, los votos “liberados” por el decline del favorito en las encuestas y los principales candidatos de oposición parecen que se han volcado a favor del más grande de los candidatos chicos. Más aún, en otro paralelo con la campaña de 1990, el candidato que surge en la encuestas es aquel que utiliza su identidad étnica/racial como el eje de su campaña. En octubre de 1999 Toledo apenas obtenía un 7 por ciento de la intención de voto en Lima metropolitana. Esa intención se mantuvo básicamente estable hasta febrero del 2000, como se puede apreciar en el Gráfico Nro. 2. Sin embargo, entre febrero y marzo, de acuerdo a APOYO, Toledo casi duplica su intención de voto, pasando del 9 al 16 por ciento. Otras encuestadoras también confirman este notable ascenso. En términos de discursos políticos y/o programáticos, Toledo no se diferencia radicalmente de Andrade o Castañeda. Es difícil por ello atribuir este crecimiento al contenido de sus propuesta electorales. La interpretación más lógica de este crecimiento es que la imagen que Toledo proyecta de manera consciente en los electores (que no tuvo éxito en 1995), ha logrado concitar la atracción en el 2000. Esta imagen es la de un candidato provinciano, cholo con claros rasgos andinos, que son los rasgos raciales de la mayoría de la población peruana, que ha logrado éxito en la vida gracias a su duro trabajo e inteligencia, con los títulos de prestigiosas universidades norteaméricanas para probarlo. El uso del vocablo “cholo” en la misma manera que Fujimori utiliza el vocablo “Fuji” (“choledo”, “cholomovil”) , hace más notoria aún esta imagen. Lo que es realmente notable es que Toledo ha logrado penetrar el sector social que se creía “pertenecía” a Fujimori: los pobres de Lima. Nadie que conoce la sociedad peruana puede negar la fuerte correlación existente entre status socioeconómico y composición racial. Cuanto más “blanca” la piel, mejor posición socioeconómica, y viceversa. Fujimori nos recordó en 1990 las fracturas raciales de la sociedad peruana. Toledo lo vuelve a hacer en el 2000. Por ello tal vez, Toledo ha logrado lo que Andrade y Castañeda intentaron infructuosamente. En enero de este año APOYO registraba cero por ciento de

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intención de voto por Toledo en el así llamado nivel socioeconómico E (el más pobre entre los pobres). Un mes después Toledo presentaba un 17 por ciento de apoyo en este sector. Como contraste, considérese es siguiente dato: en este mismo sector E, Fujimori tenía una intención de voto de 61 por ciento en enero; un mes después esa intención había caido a 39 por ciento. Pero hay una interesante diferencia entre las campañas de 1990 y el 2000. En 1990 Fujimori no pudo atraer el voto de los sectores ricos y medios de Lima en la primera vuelta, quienes se inclinaron abrumadoramente por Vargas Llosa. Alejandro Toledo no tiene ese problema, su atracción es también significativa en la clase media (en el así llamado nivel socioeconómico B, él obtenía el 13 por ciento de la intención de voto en febrero, de acuerdo a la encuesta mencionada de APOYO). Y todo esto en febrero, cuando su intención de voto total en Lima era sólo de 9 por ciento. Aunque no contamos con datos desagregados para marzo, su incremento al 16 por ciento en esta ciudad debe reflejar ganancias significativas tanto entre los pobres como en la clase media. Todo parece indicar que las elecciones del 2000 serán decididas, como lo fueron las de 1990, por la votación de los pobres. Quien logre atraer a este sector mayoritario en Lima y el resto del Perú, tiene garantizada la elección presidencial. Hasta hace poco Fujimori parecía el candidato preferido de este importante sector social. Toledo parece que ha logrado quebrar la hegemonía fujimorista en este sector. El análisis previo de la popularidad presidencial y la intención de voto sugiere que una fracción de la opinión pública peruana mantiene su sólido apoyo al experimento fujimorista. La siguiente sección examinará la relación entre preferencias por la democracia y apoyo a la gestión presidencial. El Apoyo a la Democracia en el Perú Actual Una encuesta nacional de IMASEN realizada en 1998 indica que dos tercios de los entrevistados a nivel nacional prefieren la democracia como preferible a cualquier otra forma de gobierno. Aunque este es un porcentaje mayoritario, es preocupante encontrar que un 15 por ciento de los entrevistados piensa que a veces es preferible un gobierno autoritario que uno democrático, y 18 por ciento considera que da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático. (Ver Cuadro 1)

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Cuadro 1. ¿Con cuál de las siguientes frases está más de acuerdo? Frequency Valid

Missing Total

La democracia es preferible a cualquier otra forma de gob. A la gente como uno, nos da lo mismo un régimen democ.o no En algunos casos, un gob.autotitario puede ser preferible Total No sabe/no contesta

Percent

Valid Percent

Cumulative Percent

1138

63.8

66.0

66.0

323

18.1

18.7

84.7

264

14.8

15.3

100.0

1725 59 1784

96.7 3.3 100.0

100.0

¿Tiene importancia el saber que porcentaje de gente prefiere la democracia? ¿Tiene esta actitud un impacto sobre preferencencias políticas más específicas, como por ejemplo la evaluación de la performance de Fujimori? La respuesta es afirmativa en ambos casos. Consideremos por ejemplo la relación entre actitudes frente a la democracia y evaluaciones del desempeño presidencial. IMASEN pidió a los entrevistados que evaluaran que tan buena labor estaba llevando a cabo el presidente Fujimori (muy buena, buena, regular, mala, muy mala). Esta encuesta nos muestra que aquellos que responden que la democracia es siempre el mejor sistema de gobierno tienen una actitud mucho más crítica de Fujimori, que aquellos que declaran que a veces un gobierno autoritario es preferible (ver Gráfico Nro. 4; en este gráfico puntajes más altos significan una posición más crítica de Fujimori). La aceptación o no de la democracia tiñe las evaluaciones de Fujimori. Es significativo constatar que también las diversas formas en la que los ciudadanos definen la democracia influye en su evaluación de Fujimori. Aquellos que definen a la democracia como sistema de reglas y/o protección ciudadana tienden a tener una evaluación más crítica de Fujimori que aquellos que definen a la democracia como un sistema plebiscitario para escoger líderes (Gráfico Nro. 5)

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Gráfico Nro. 4. Aprobación de la Gestión Presidencial Según Régimen Preferido de Gobierno. Peru 1998. 3.2

Opinion de Fujimori

3.1

3.0

2.9

2.8 Siempre Democracia

Da lo Mismo

A veces Dictaduras

Actitudes Frente a la Democracia

Gráfico Nro 5. Aprobación de la Gestión Presidencial Según Definiciones de la Democracia. Peru, 1998.

Aprobación de Fujimori

3.2

3.1

3.0

2.9 Respeto/Derechos

Respeto/Ley

Gobierno/Mayoría

¿Qué es la democracia?

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Igualdad/Justicia

No nos debe sorprender entonces que haya una alta asociación en la opinión pública entre la posición que se adopta frente al presidente y la manera como se evalúa el funcionamiento de la democracia en el Perú actual. Los que opinan que la democracia funciona muy bien en el Perú tienen una opinión bastante positiva de la labor que está realizando Fujimori como presidente. Los que tienen una evaluación muy negativa del funcionamiento de la democracia tienen una evaluación muy negativa del gobierno. (Gráfico Nro. 6).

Gráfico Nro. 6. 4.5

Aprobación de Fujimori

4.0

3.5

3.0

2.5

2.0

1.5 Muy bien

Bien

Regular

Mal

Muy mal

¿Cree usted que la democracia en el Perú funciona...?

Algunas Reflexiones Generales Fujimori ha utilizado su posición privilegiada con la opinión pública como un mecanismo legitimizador de su proyecto autoritario. Ello le permitió desafiar a la opinión pública internacional en 1992, y re-organizar el sistema político, a través de la constitución de 1993, de tal manera que incrementara sus posibilidades de reelección en 1995. El evidente éxito en la lucha contra la inflación y la insurgencia senderista y emerrista, junto con los efectos de la reorganización institucional, favorecieron su reelección en 1995. Pero la opinión pública muestra claros signos de desencanto con el segundo período de Fujimori. No sólo los niveles de aprobación presidencial son más bajos que los presentados durante su primer gobierno, sino que su intención de voto se encuentra también claramente por debajo de la registrada en 1995. Los efectos políticos de este desencando han sido evidentes. Fujimori

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tiene muchos mayores problemas para utilizar a la opinión pública como un mecanismo legitimizador de su proyecto autoritario. Para cubrir esta ausencia, Fujimori ha fortalecido el caracter represivo de su aparato de seguridad, a consolidado el control presidencial sobre el conjunto del precario sistema institucional del país (ha desmantelado el tribunal de garantías constitucionales, controla abiertamente el poder judicial, el Jurado Nacional de Elecciones, y la fiscalía de la nación, entre otras). Asimismo, ha tratado de controlar, con bastante éxito, a la televisión de señal abierta. Aunque ha sido menos exitoso en su control de la prensa escrita, ha generado una poderosa prensa tabloide para utilizarla con fines político. A medida que Fujimori pierde apoyo en la opinión pública, y con ello el mecanismo legitimizador por excelencia, su gobierno recurre con creciente frecuencia a formas autoritarias de control. Por esta razón, Fujimori y su administración han recurrido a violar sus propias reglas establecidas en la constitución de 1993, en un esfuerzo para garantizar una nueva reelección presidencial. Aunque el proceso electoral de 1995 estuvo ya marcado por irregularidades, ellas palidecen en comparación con las registradas en el actual proceso. Como si sospechara que dejados a su libre albedrío los votantes lo rechazarían en las elecciones del 2000, Fujimori ha montado un aparato de hostigamiento a la oposición pocas veces visto en la historia peruana. De hecho, existen suficientes razones como para dudar si Fujimori respetará la decisión electoral de abril. Un tradicional fraude electoral, a la mexicana, no está completamente descartado. Pero la campaña electoral del 2000 ha mostrado también que, aunque Fujimori ha perdido terreno en la opinión pública, él continua suscitando la adhesión de una fracción importante, aunque importante, del electorado. Hemos tratado de mostrar en este trabajo que este “nucleo duro” del Fujimorismo está compuesto por aquellos que aceptan que en ocasiones un gobierno autoritario es preferible a un gobierno democrático, o que definen a la democracia fundamentalmente como un sistema de elección de liderazgos. Aquellos que declaran que democracia es siempre preferible a cualquier otra forma de gobierno, y aquellos que definen a la democracia como un sisteman de reglas y respeto a los derechos humanos son aquellos que tienden la rechazar la gestión presidencial de Fujimori.

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