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La crisis mortecina del mando Sergio Rodríguez Lascano
“Parece que nadie hace el favor de informarles, pero la crisis del Estado mexicano es también, y sobre todo, la crisis de la clase política” Subcomandante Insurgente Marcos: “Leer un video”
I. El “resultado” electoral del 2 de julio —fabricado desde la presidencia y obedecido lacayunamente por el Instituto Federal Electoral (IFE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (Trife)— no hizo sino evidenciar la profunda crisis de mando que se venía incubando desde hace varios años. Los cambios epocales que se comenzaron
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a introducir desde el sexenio salinista explotaron con toda su dimensión en las elecciones del 2006. Los partidos políticos han dejado de representar sectores sociales o clases sociales, y todos se fueron adaptando hacia ser simples comparsas del poder del dinero. Lo cual ha significado la destrucción del quehacer político, entendido como cosa pública. Aceptando fielmente los nuevos paradigmas de lo que en otros países se conoció con el neologismo “gobernanza democrática”, que buscaba disolver la confrontación social para guiarla hacia una serie de desavenencias que podían ser resueltas en el marco de las instituciones “democráticas”.
Por eso, sin grandes problemas, se impusieron en esta coyuntura electoral una serie de ideas claves que fueron aceptadas por todos los partidos políticos y todos los candidatos —sin excepción—, a saber: a) El neoliberalismo es el marco en el que todos tienen que moverse. A lo más que se podía aspirar era a desplazarse hacia los extremos del mismo, pero sin romper con “las variables macroeconómicas”: aceptación de las modificaciones al artículo 27 constitucional que ha logrado el proceso de privatización de la tierra, autonomía del Banco de México; puntual pago de la deuda externa; respeto al Tratado de Libre Comercio; mantenimiento de un equilibrio en el déficit público menor al uno por ciento; privatización de los sectores claves del proceso productivo; sostenimiento de una austeridad salarial que impide cualquier proceso de recuperación; abandono de la economía agrícola, que se traduce en la venta o renta de la tierra por parte de los ejidatarios; destrucción del mercado interno, lo que se traduce en niveles sumamente bajos del empleo, en especial del formal; parálisis o eliminación de la inversión en el sector social, en especial en educación y salud; mantenimiento de un modelo de industrialización basado en las maquiladoras, es decir en la sobreexplotación de la mano de obra, en la fragmentación de los contratos colectivos, etcétera. b) El secuestro de la actividad política por parte de la clase política. La política se fue convirtiendo en un espectáculo propiedad privada de los partidos políticos. Los ciudadanos a lo más que podían aspirar era a convertirse en espectadores, que se enteraban de los nuevos escándalos que aparecían en los medios de comunicación. La profesionalización de la política condujo hacia la privatización de lo público y la vulgarización de lo privado (el dinero que cada quien se embolsaba, los amantes que cada quien tenía, las preferencias sexuales de los líderes, etcétera). c) La pauperización cultural a la cual se prestaron algunos intelectuales orgánicos del poder. A lo más que se podía aspirar era a un concierto masivo administrado por una empresa privada vinculada a Televisa o TV Azteca. Una parte significativa de los miembros de la “República de las Letras” se vieron obligados a competir, unos contra otros, para ver quién tenía acceso a los pilones que desde el Estado se distribuyeron para convertir al artista en cliente del poder. d) El surgimiento de los medios de comunicación como el verdadero Big Brother, el cual decidía los temas de debate de la nación. Todos tenían la obligación de rendirle pleitesía a ese “nuevo” poder. La televisión se irguió como el ciudadano colectivo que lanzaba sus sermones admonitorios en contra de una clase política que, poco a poco, fue convirtiéndose en
el patiño de ese Big Brother. Al mismo tiempo que se embolsaba los millones de pesos que el IFE entrega (producto de los impuestos de los ciudadanos) a los partidos políticos (6 mil millones de pesos), creándose una relación sado-masoquista de antología. El programa televisivo “el privilegio de mandar” convirtió a la política en parte de la barra cómica del canal de las estrellas. e) El reconocimiento de las encuestas como las que reglamentan la actuación de los partidos. Las encuestas modularon los “debates” y las discrepancias. Crearon el holograma de que la votación iba a ser muy cerrada, una vez que habían logrado que todos las aceptaran como el juez de los resultados (mientras pusieron a Andrés Manuel López Obrador con 20 puntos de ventaja todos se refirieron a ellas como fuente de la verdad. Luego, cuando de la noche a la mañana pusieron a Felipe Calderón Hinojosa arriba, los gritos desperados de los perredistas resultaron patéticos). Todos los partidos y sus candidatos aceptaron acríticamente estos y otros paradigmas de la dominación. II. “En suma, este es el mecanismo en que funciona la democracia bárbara en México: la democracia ideal, puramente invocativa, como el traje de etiqueta con el que se viste el chimpancé para su grotesca actuación en el circo de la política mexicana”. (José Revueltas)
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Mientras, el PRD y “su” candidato vivían envenenados con la ilusión de que el fraude era imposible ante un resultado apabullante a su favor. Según una crónica del mitin convocado por Andrés Manuel López
Obrador (AMLO) después de la elección, un ciudadano dijo: “este acto lo hubiéramos realizado como cierre de campaña y otro habría sido el resultado”. La pregunta es ¿por qué no se hizo? La respuesta es obvia: AMLO había decidido que el movimiento social no se involucrara en el proceso electoral, por la sencilla razón de que no quería establecer ningún tipo de compromiso con el movimiento. Lo que buscaba era tener las manos libres para gobernar en función de su libre albedrío. Hablaba de los pobres, pero de ninguna manera iba a permitir que esos pobres fueran sujetos fundamentales de una confrontación que él pensaba ganada de antemano. En consonancia, el PRD y sus aliados enfrentados a las “redes ciudadanas” actuaron con una displicencia profundamente irresponsable. Según una serie de datos publicados La Alianza por el Bien de Todos registró más de 90 por ciento de representantes de casillas, pero solamente asistieron un poco más del 65 por ciento. En los estados donde Felipe Calderón Hinojosa (FCH) obtuvo sus más altas votaciones la ausencia de representantes de casilla fue impresionante, pongamos algunos ejemplos: en Nuevo León solamente se cubrieron el 31 por ciento de las casillas, ahí Calderón obtuvo 865 mil 006 votos contra 282 mil 384 de AMLO. En Guanajuato sólo se cubrieron el 66 por ciento de las casillas, ahí el PAN obtuvo la cifra imposible de 1 millón 155 mil 403 votos contra 301 mil 463 del PRD. En Jalisco solamente asistieron el 51 por ciento de los representantes y ahí el candidato blanquiazul obtuvo 1 millón 435 mil 334 votos por 559 mil 266 de AMLO. En Chihuahua asistieron únicamente el 66 por ciento de los representantes de
casilla y la votación fue: 523 mil 914 votos por FCH y 212 mil 069 por AMLO. Situaciones similares acontecieron en Colima, Querétaro, Aguascalientes, Baja California, Coahuila, Durango, San Luis Potosí, Tamaulipas y Yucatán. La conclusión es obvia: el PRD, sus aliados, las Redes Ciudadanas y AMLO construyeron la peor estructura electoral de todos los tiempos recientes en el momento en que —independientemente de cuál era su visión— sus rivales entendieron este proceso electoral como una confrontación y estaban decididos a no permitir el triunfo de AMLO. Los que andan buscando culpables afuera, lo único que tienen que hacer es verse en el espejo y sabrán la verdad. Y eso sin mencionar lo que sucedió en Zacatecas, donde la gobernadora perredista Amalia García presumía de su amistad con Vicente Fox y su inefable esposa. O lo que pasó en Michoacán, donde Lazarito cobró venganza de todas las “afrentas” contra su padre. O en Guerrero, donde el señor Torreblanca organizó todo (bueno, es un decir porque ahí, cada vez más, quien decide es la fracción del narco favorita del sexenio) para que el PAN obtuviera una resultado histórico, en ese estado.
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Por el lado del Partido Revolucionario Institucional (PRI) la crisis tocó fondo. El resultado electoral evidenció dos cosas: la vieja estructura corporativa no es ya funcional y sí muy onerosa, tanto desde el punto de vista del capital como desde el punto de vista de la participación democrática. Sin embargo sobrevive, nada más que ahora no es controlada, dirigida o manipulada por el presidente priísta en
turno —como era antes—, sino que sufre una especie de balcanización, donde los caciques locales —disfrazados de gobernadores— juegan ahora ese papel. Por otro lado, el PRI, desnudo de su viejo ropaje populista, luce ahora completamente los andrajos del crimen organizado: Kamel Nacif, Fidel Herrera, José Murat, Gamboa Patrón y desde luego Roberto Madrazo sustituyen a los viejos políticos que sintetizaban el concepto de Octavio Paz: el Ogro Filantrópico. Lo peculiar es que, en su agonía, el PRI logra un “triunfo cultural” al trasminar hacia el conjunto del sistema de partidos su herencia. Fueron demasiados años de dominación priísta, lo que permite que a pesar de que ya no tiene capacidad de regeneración, deja un fardo que es cargado por todos los otros partidos. En última instancia el PRI es el espejo donde todos los demás se miran, se moldean, se maquillan. El resultado es que al interior del PRD o del PAN, o de los partidos bonsai, el PRI sigue siendo el modelo inalcanzable de funcionamiento. Lo cual no deja de ser paradójico, al momento en que la crisis del mismo es terminal.
El más claro ejemplo lo podemos encontrar en el PRD, toda una pléyade de priístas vinculados al salinismo han encontrado refugio en ese partido o en sus alrededores. Travestis de la política como Porfirio Muñoz Ledo, que hace caso omiso de su pasado político priísta y de su no tan pasado papel como funcionario del régimen de Vicente Fox para disfrazarse de “progresista”, convirtiéndose en vocero del
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“gobierno legítimo”. O como el caso de Juan Sabines y sus aliados: el croquetas Albores y Constantino Kanter, asesinos de indígenas chiapanecos. Estos son dos ejemplos de una larga lista de priístas hoy vestidos de amarillo. El Partido Acción Nacional, que tanto se enorgullecía de ser el único partido político realmente existente, es hoy una copia mala del viejo PRI, en especial en lo que tiene que ver con la utilización patrimonialista del Estado. Su llegada al gobierno en el momento de crisis de las bases fundacionales del Estado-Nación, ha permitido su total adaptación y sometimiento a los dictados de la oligarquía financiera, tanto nacional como internacional. Con el PAN, la crisis de la clase política ha llegado a un punto sin retorno. Los grandes empresarios nacionales —muy ligados al crimen organizado— tienen el control del aparato de Estado. Simplemente hay que escuchar con detalle la conversación entre Fidel Herrera y Gamboa Patrón con Kamel Nacif para observar dónde se ubica el mando. Los miembros de los “tres poderes” de la Unión no son sino monitos cilindreros que hacen ruido, se mueven mucho (en el mismo espacio), se visten con sus mejores galas, y se ofenden unos a otros. Al PAN le está tocando el triste papel de ser el artífice de la crisis terminal de la clase política mexicana, de la tardía y siempre limitada democracia representativa mexicana, del sistema de partidos (nunca totalmente funcional, en tanto los mismos se rehusaron siempre a serlo). Carente de la vieja ideología democráticaconservadora, este partido es ahora el refugio de una serie de aventureros que desconocen, desprecian y odian al México de abajo. Pero al mismo
tiempo, se trata de un grupo social que trasmina miedo cada vez que su vista o su pensamiento son cruzados por la imagen de los trabajadores del campo y la ciudad. En especial, lo que parece será el equipo cercano de Felipe Calderón (la versión mexicana de American Psycho) revela esa doble característica: odio y miedo, incapacidad y ansiedad por utilizar los restos del Estado nacional como botín. Pero esa crisis no se quedó en el terreno de las instituciones sino que llegó a algo menos corpóreo: la democracia representativa o para hablar más claramente, la democracia burguesa. Siete individuos decidieron por millones de mexicanos. Siete señores de toga y birrete consumaron el fraude en contra de 41 millones de mexicanos que votaron el 2 de julio. Pero la realidad es un poco más complicada. Arriba, pero más arriba que arriba, se decidió imponer a Calderón sin importar la crisis que se vendría encima. La crisis del Estado nacional, ha permitido la crisis de la forma específica del poder, es decir la democracia representativa y con ella, el papel jugado por los partidos políticos. En última instancia todos los partidos políticos institucionales, sin excepción, son hoy parte de esa prehistoria llamada siglo XX. El 2 de julio demostró que los partidos políticos —como instrumentos de la democracia burguesa— han dejado de existir, ya sea por el proceso de asimilación de la clase política al crimen organizado —es decir a la dictadura del dinero—, ya sea porque no son más que el paraguas electoral de tal o cual caudillo, o tal o cual dueño de franquicia. Desde el PAN, pasando por el PRI y el PRD hasta llegar al Partido de Alternativa Socialdemócrata y Campesina no
existen ya ninguno de los rasgos característicos de lo que eran los paradigmas fundacionales de los partidos políticos. Ahora no son sino una mezcla extraña entre lo peor de las empresas y lo peor de los negocios mafiosos. No deja de ser un poco patético que a un poco más de 10 años de que se legisló una reforma política que buscaba la creación de un sistema de partidos, después de más de seis décadas de dominio de un sistema de partido casi único, el resultado sea el que se evidenció en la pasada elección. Si se hubieran puesto de acuerdo para hacerlo peor no lo hubieran logrado. El 2 de julio del 2006 dejó en claro que esa impresionante crítica al sistema político mexicano que se escribió en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona era exacta. De arriba sólo hay que esperar mentiras, fraudes, simulaciones y… videos.
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Simplemente destaquemos tres cosas: mientras que el padrón electoral tuvo un crecimiento —de 1994 al 2006— de 26 millones, el número de votantes solamente creció en 6 millones, es decir solamente el 23 por ciento de los mexicanos que se incorporaron al padrón electoral, a partir de 1994, votaron en el 2006. Por otro lado, la abstención pasó de 22 por ciento en 1994, a 36 por ciento en 2000 y llegó en el 2006 a 41.5 por ciento. Finalmente las votaciones a la presidencia han ido a la baja de una manera constante: Zedillo sacó 1 millón 192 mil 911 votos más que Fox y 2 millones 264 mil 724 votos más que los que le ponen a Calderón (siendo que el padrón para la reciente elección era 76 por ciento más grande que el de 1994). Indudablemente la elección del 2006 logró polarizar la atención, pero el resultado en votos es menos espectacular de lo que nos han hecho creer. Simplemente señalemos lo siguiente: La abstención fue de 29 millones 716 mil 943 ciudadanos. La votación sumada de Calderón y López Obrador fue de 29 millones 600 mil 023 ciudadanos. Y no hay que olvidar que cerca de 1 millón de personas anularon su voto.
III. Numeralia: Deconstruyendo una “verdad” Padrón electoral de 1994: 45 millones 237 mil 552 ciudadanos Padrón Electoral del 2000: 58 millones 756 mil 130 ciudadanos Padrón Electoral del 2006: 71 Millones 374 mil 373 ciudadanos Votaron en 1994: 35 millones 285 mil 291 ciudadanos. Votaron en el 2000: 37 millones 603 mil 923 ciudadanos Votaron en el 2006: 41millones, 557 mil 430 ciudadanos Abstención en 1994: 22 por ciento Abstención en el 2000: 36 por ciento. Abstención en el 2006: 41.78 por ciento Votaron por Ernesto Zedillo en 1994: 17 millones 181 mil 651, es decir el 48.69 por ciento. Votaron por Diego Fernández en 1994: 9 millones 146 mil 891, es decir el 25.92 por ciento. Votaron por Cuauhtémoc Cárdenas en 1994: 5 millones 852 mil 134, es decir el 16.59 por ciento. Votaron por Vicente Fox en el 2000: 15 millones 988 mil 740, es decir el 42.52 por ciento. Votaron por Labastida en el 2000: 13 millones 576 mil 385, es decir el 36.10 por ciento. Votaron por Cuauhtémoc Cárdenas en el 2000: 6 millones 259 mil 048, es decir el 16.64 por ciento. El 2 de julio del 2006: supuestamente la votación efectiva fue de 41 millones 791 mil 322. Votaron supuestamente por Calderón: 14 millones 916 mil 927 personas, es decir el 35.71 por ciento, lo que representa el 20.89 por ciento de los empadronados, y el 13.68 por ciento de los mexicanos. Votaron por Andrés Manuel López Obrador: 14 millones 756 mil 350, es decir el 35.15 por ciento, lo que representa el 20.67 por ciento de los empadronados, es decir el 13.66 de los mexicanos. Votaron por Roberto Madrazo: 9 millones 237, es decir el 21.65 por ciento, lo que representa el 12.60 por ciento de los empadronados y el 8.51 de los mexicanos. Durante los días posteriores a la elección del 2 de julio, desde los ámbitos más diversos y más encontrados, se ha construido una verdad: Las elecciones del 2 de julio del 2006 fueron las más concurridas y se abatió la abstención. Como toda verdad construida se trata de una gran falsedad. Lo que demuestra la numeralia que publicamos arriba es que desde 1994, la caída en la participación electoral ha sido constante.
IV.
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“Toda época social necesita sus grandes hombres y si no los encuentra los inventa”. Mientras, atrás del escenario de la carpa en la que han convertido a las instituciones, un pequeño grupo se reparte los restos de nuestro país y utiliza el presupuesto federal y la información reservada para incrementar su peculio. Algunos de estos prohombres juegan a la democracia y a convertirse
en el símbolo efímero de una supuesta burguesía nacional. El mejor ejemplo ha sido Carlos Slim. No deja de ser patético cómo este señor ha jugado con los sentimientos de los intelectuales “progresistas”, los cuales lo elevaron a las alturas del olimpo cuando criticó algunos aspectos de la política económica de Fox (claro, la realidad es que se trataba de un asunto de intereses económicos, si se rompía el monopolio de las telecomunicaciones se afectaba al cuarto hombre más rico del mundo, bien valía esa lucha vestirse de nacionalista y aparentar ser “progresista”), o cuando fue la base de inversión para la privatización del centro histórico (hoy slimlandia). Claro, ahora que Slim ha criticado a López Obrador la reacción ha sido de despecho, la misma que se ha tenido con las instituciones antes tan amadas y ahora tan “odiadas”. Desde luego eso no impedirá que los “progresistas” sigan en la búsqueda de una burguesía nacional inexistente. Bastará que desde el poder del dinero les hagan un guiño, les cierren un ojo, para volver a bañar de incienso a esos señores. Lo que nadie les ha hecho el favor de avisarles es que esa especie se extinguió, incluso, no es aventurado señalar que nunca existió. La estrategia progresista busca siempre privilegiar la búsqueda de esa burguesía nacional, sobre la necesidad de unir a los de abajo y construir la autoorganización social. Al final, se trata de evitar lo inevitable: la confrontación. Y lo siento, pero en el centro del verdadero pensamiento de izquierda se encuentra lo inevitable de la lucha entre los explotados, despojados, despreciados y reprimidos en contra de los que lo tienen todo, incluida ahí, su falsa democracia.
A los que escriben por entregas, en 10 cuartillas, “la historia de la revolución mundial” y nos dicen que toda revolución se inicia como revolución política y luego se transforma en social —y logran que una bola de analfabetas políticos de la vieja izquierda mexicana se entusiasmen con esa perogrullada—, se les olvida algo que es clave, sin lo cual todo es chaqueta mental: para esto es indispensable que exista un movimiento social, en primer lugar. En segundo lugar, que éste tenga una dinámica hacia la autonomía y la independencia de cualquier sector de la burguesía (¿les suena esa palabrita?). Y en tercero, que ese movimiento social logre la generación de mecanismos de autoorganización. Una gran movilización popular como la que hemos visto requiere de una amplia confianza de la gente en su líder, pero hasta ahora no existe ni un atisbo de dinámica de autoorganización, de autonomía o de independencia y tampoco una extensión nacional.
V. Los mandarines del presidente legítimo
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“Le Nouvel Observateur: ¿Cuál es según usted, el valor de la izquierda que habría que promover urgentemente? Marguerite Duras: La lucha de clases. NO: ¿Perdón? MD: Aparte de reestablecer la lucha de clases, no veo…” (Citado por Daniel Bensaïd en: Marx l’intempestif)
Aterrorizado y obsesionado por no parecerse a Cuauhtémoc Cárdenas, AMLO diseñó una propuesta de resistencia civil —la Convención Nacional Democrática—, que ha tenido como virtud generar una ideología que logró convertirse en una herramienta que convence (a sus seguidores), aunque no vence (a sus contrincantes). Esa propuesta busca más bien poder pasar el rubicón de esta crisis que generar un grave problema político-institucional. Efectivamente, como dijo Adolfo Gilly unos días después del proceso electoral, si se quería impedir el ascenso de Calderón era indispensable desatar una crisis constitucional, partiendo del hecho de que nadie aceptara los cargos de una elección fraudulenta. Porque lo raro de todo esto es que en todo momento se cuestionó la validez del resultado de las elecciones para presidente, pero nadie dijo nada de las otras votaciones. ¿Esas no fueron fraudulentas? ¿O será que de lo perdido, lo que aparezca? Nunca, en ningún momento, se ha planteado una posición de ruptura democrática (ojo no estamos hablando de revolucionaria o socialista, lo cual es imposible de demandar a alguien que no es ni revolucionario ni socialista, pero que presume de ser democrático), es decir, de alterar el funcionamiento y la reproducción del marco jurídico fraudulento. Y esto es así porque no se puede navegar entre dos aguas. Por un lado se dice: “al diablo sus instituciones” y por el otro, no tan sólo se participa en el grueso de las instituciones fraudulentas, en especial el congreso (en los meses de noviembre y diciembre vamos a ver cómo se negocia el presupuesto para la Ciudad de México).
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Dos ejemplos: inmediatamente después del levantamiento del plantón (cuestión que por cierto no se votó en la CND, como se había prometido) se decidió registrar una coalición electoral formada por el PRD, el PT y Convergencia, bautizada con el nombre de Frente Nacional Progresista (no se le pudo poner de izquierda por que la última organización se opuso, no cabe duda que tenía razón Carlos Marx cuando decía: “pobre izquierda agobiada por el peso de su nombre”) ¿Ante quién?, pues ante el IFE. Sí, ante el mismo organismo que fue denunciado como el instrumento del fraude. ¿Al diablo con sus instituciones? El otro ejemplo es que AMLO se fue inmediatamente a Tabasco para impulsar la campaña electoral de un expriísta, Raúl Ojeda. Elección que se va a llevar a cabo bajo las normas y reglamentos de las instituciones tan odiadas. Más aún, cuando se les va a pedir el 25 por ciento de sus dietas a los legisladores para darle continuidad al movimiento de resistencia civil. ¿El gobierno legítimo va a depender de los recursos del Congreso? ¿Quizá de los recursos del gobierno de la Ciudad de México o de Tabasco si se gana? Un gobierno legitimo o en rebeldía debe de romper con la institucionalidad y construir la otra legitimidad, la de los que ya están hasta la madre de la clase política y de esas tristemente célebres instituciones. Lo demás son fuegos artificiales que provocan ceguera e irreflexión. El problema no es, como dice el articulista dominical de La Jornada (el que dice que cuando habla representa al proletariado mundial, ja-ja), que un niño (la CND) cuando nace está lleno de sangre y que hay que limpiarlo. El problema real es saber si se trata de un niño y no de un aborto.
La imagen es devastadora: todo el país marcha, desde el punto de vista de la burguesía, con excepción de Oaxaca. La bolsa de valores no se ha alterado, los negocios están boyantes, el índice de riesgo-inversión es el mejor de la historia. Eso no pasó en Bolivia cuando se tiraron a varios presidentes, o en Argentina cuando los piqueteros salieron a la calle y gritaron que se vayan todos. Entonces, como que hay algo raro que requiere de mayor reflexión. A pesar del lenguaje se ha cuidado mucho que no exista ninguna posibilidad de desbordamiento. La CND no es un proyecto de autoorganización social, sino el trasbordador adecuado para pasar a una nueva fase de la lucha de AMLO por llegar al poder, ya sea esperando seis años o en menos tiempo. Simplemente veamos cuáles son las grandes
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decisiones organizativas que la CND tuvo al frente: si AMLO era presidente legítimo, o Jefe de Gobierno de la Resistencia, o Coordinador Nacional de la Resistencia civil o, en el colmo del humor involuntario “Comisario del Pueblo” (sic). Como una demostración suplementaria de lo que será la CND, solamente dos ejemplos: El proyecto de la CND no prendió entre los universitarios, las reuniones que se citaron fueron de no más de 200 personas. Sin embargo en una muestra de empeño revolucionario esos 200 universitarios se reunieron y decidieron promover una posición política para llevar al pleno de la CND para que fuera ahí discutida. Una situación similar ocurrió con un grupo de trabajadores. La CND tenía sus resoluciones antes de que la reunión se celebrara. Pero no tan sólo eso, también tenía ya a sus dirigentes. Es más, tenía desde mucho antes establecido el número de sus delegados: cuántos les iban a tocar a cada estado y a cada delegación política de la ciudad. Martí Batres, al anunciar que entre otras personalidades destacadas, Rosario Ibarra y Guillermo Almeira (el mismo que acusa al Subcomanadante Marcos de organizar derrotas, él que como todo mundo sabe —¿?— ha organizado tantos triunfos) serían encargados junto con él y Eduardo Cervantes de organizar la delegación del DF a la CND, hizo un anuncio que revela el fondo del
asunto: “la meta es que el Distrito Federal tenga 421 mil 620 delegados en la CND, para lo cual se realizarán más de mil asambleas en las 16 delegaciones políticas”. Más de mil asambleas para nombrar a 421 mil 620 delegados (¿representando a cuántos?) hubieran sido notadas en un espacio como el de la Ciudad de México. ¿Dónde ocurrieron? ¿Cuántos asistieron? A esto hay que agregar que el ínclito senador de Hidalgo, el “demócrata” José Guadarrama, declaró que él llevaría a 50 mil delegados. No cabe duda que sigue siendo el mismo alquimista electoral de sus épocas de priísta. Por otro lado, la obsesión de AMLO de por fin tener representantes de los 52 pueblos indios, tuvo ya una respuesta a la altura de la demanda, cuando La Convención Nacional Indígena (qué casualidad el nombre) se reunió en… la Cámara de Diputados. No en un municipio indígena, tampoco en una comunidad rebelde, sino en el recinto de una de las instituciones más desprestigiadas del país. Dime dónde te reúnes y te diré quién eres. En el colmo del humor involuntario, el lord preceptor del presidente legítimo y de su hijo escribió en La Jornada que lo que estábamos viviendo en México era una dualidad de poderes. Por un lado, el poder corrupto de la derecha y por el otro el poder… el poder… el poder… pues según su artículo, del líder. En un artículo de 962 palabras 11 veces repitió la palabra líder. El doble poder es algo más que un líder, una asamblea muy grande. Representa la posibilidad de que se desarrollen una serie de elementos que permitan, entre otras cosas: a) Desarrollar una capacidad de veto a las políticas públicas del poder declinante. Aquí lo único que se ha vetado es el informe de Fox, y el grito de Fox en el zócalo el 15 de septiembre. Para algunos este es un triunfo histórico, está bien, pero eso no impide ni siquiera mínimamente el funcionamiento del poder ilegítimo ni sus políticas públicas. Capacidad de veto: las Juntas de Buen Gobierno en Chiapas, la lucha del pueblo de Atenco que impidió la construcción del aeropuerto, o lo que está sucediendo en Oaxaca. b) Generar nuevas instituciones popularesdemocráticas que vayan gestionando la vida social. c) Desarrollar procesos de autoorganización que permitan que el pueblo comience a tomar en sus manos el control de sus destinos. No Camacho, Socorro Díaz, Federico Arreola, et al, sino el pueblo. d) Generar una propuesta política que busque construir la otra hegemonía, la de un bloque social emergente que promueve ante la nación un proyecto que busca enfrentar los grandes problemas nacionales.
e) Y, lo siento, pero así es, que cuente con una alternativa frente a la alternativa militar y policíaca del poder ilegítimo. f) Poner en crisis los mecanismos de recaudación de impuestos del poder ilegítimo. Entonces se abre una disyuntiva: o el poder ilegítimo de la derecha o una propuesta de izquierda (de verdad, no una simulación) en la que el pueblo, los de abajo, son el sujeto de su propia historia. Es decir la lucha de clases en pleno.
VI. El inicio de la insumisión Cerca de 30 millones de mexicanos no participamos en la pasada elección, a nosotros se nos quiere achacar la responsabilidad de que López Obrador no sea presidente. No deja de ser paradójico que los que dicen que son mayoría le endosen a la mayoría de los trabajadores, indígenas, campesinos, desempleados, su incapacidad para representar sus intereses, aunque fuera pálidamente.
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Abajo se está gestando el estallido. La Otra Campaña en su recorrido fue encontrando los ríos subterráneos de pueblos enteros que anuncian los próximos conflictos. El río de la insumisión tiene más vertientes de lo que se imaginan las mentes simplistas. Sus afluentes son variados, y todos tienen sus razones y sus motivos. Igualmente que sus pasiones y memorias. Ahí se encuentran los que de manera honesta apoyan a López Obrador porque piensan que es la mejor manera de frenar al neoliberalismo, y por que están en contra de que les roben su voto. Ahí están los pueblos que se reunieron con el Delegado Zero en el recorrido de la Otra. Ahí están los pueblos de Oaxaca que están anunciando el verdadero futuro
de confrontación. Y ahí están una buena parte de los 30 millones que se abstuvieron porque ya están hartos del sistema político mexicano. Los datos duros están sobre la mesa: crisis de dominioinicio de la insubordinación. Que cada quien haga sus prioridades. El juicio definitivo de la historia (para hablar grandilocuentemente como les gusta decir a algunos pastores dominicales que escriben sus sermones admonitorios desde las páginas editoriales del diario La Jornada) no está atrás de nosotros. Y, finalmente, perdón por no unirme al coro de los plañideros que sufren frente a la crisis de las instituciones de la democracia; de aquellos que hoy sufren por la estabilidad perdida; de los que les da vértigo la crisis y las rebeldías, de los que hacen llamados a la cordura. Ni modos (como dicen los zapatistas), pero no hay nada como la insumisión. “Cuando finalice el estruendo, cuando la batalla esté ganada y perdida” (eso dicen la brujas en Macbeth en la primera escena), lo que seguirá es la impertérrita lucha contra el capitalismo, abajo y a la izquierda.
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