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LA CULTURA Y EL CUERPO El orden cultural actual y algunos aspectos subjetivos del cuerpo
El cuerpo del Yo La práctica discursiva del psicoanálisis enseña a los psicoanalistas -a partir del método de la asociación libre y la atención flotante- que la noción de cuerpo implica, para cada sujeto, un entramado de representaciones inconcientes, referidas a los modos en que vive su espacialidad y su temporalidad en el mundo, con los otros. El cuerpo es escenario en red; un topos complejo, socializado y socializante, que circunda y nuclea simultáneamente un mundo; una instancia donde el Yo del sujeto se realiza con el semejante. El cuerpo participa, como componente privilegiado, de la noción de realidad; es -a la vez- elemento y conjunto de representaciones que conforman una sede, o lugar, donde transcurrre el mundo y el contacto social con los íntimos. De esa forma se simboliza en los sueños: una casa, que engloba las distintas imágenes de sí que el Yo puede construir, siempre en una suerte de referencia “topográfica”, que localiza las relaciones psíquicas del Yo con los otros significativos de su historia. Es precisamente esa localización la que otorga sentido a su posición; es en ese enclave donde vive la realidad que construye para sí. Es de este modo que se puede apreciar cómo se concreta el sentimiento yoico de habitar, hombre o mujer, su estar en el mundo. El mundo de las representaciones yoicas del cuerpo se alimenta permanentemente de la actualidad de los acontecimientos. Como nexo psíquico y membrana permeable a lo real, el cuerpo es para el Yo una red de representaciones que construye una imagen de sí, en el reflejo de su lazo social con los otros, permitiendo distinguir, entre los semejantes, a aquellos que pertenecen al interior de la casa corporal, o al exterior, respectivamente. No obstante, cualquiera de ellos estará localizado siempre en el conjunto más amplio que participa allí como contexto, construído en forma coexistente al Yo, a saber, la realidad, en tanto cultural. Decir cultural significa: compartida con los demás, personas y relaciones de personas con y en el mundo. Decir realidad cultural significa: realidad psíquica construída en referencia a un orden común. Paul Claval (1995:58) sostiene que "el contenido de cada cultura es original, pero algunos componentes esenciales están siempre presentes. Los miembros de una misma civilización comparten códigos de comunicación. Sus hábitos cotidianos son similares. Tienen en común un stock de técnicas de producción y de procedimientos de regulación social que aseguran la supervivencia y la reproducción del grupo. Adhieren a los mismos valores, justificados por una filosofía, una ideología o una religión compartidas." El orden común a todos es orden regulativo de la transmisión de valores ideológicos, conocimientos y técnicas, normas e instituciones sociales; en fin, el orden cultural es orden simbólico. Si el cuerpo, como conjunto de representaciones y sede de la realidad compartida, co-existe a los vínculos sociales y su relación con los modos simbólicos de producción del mundo, entonces es un cuerpo que, como tal, co-varía con los cambios culturales. Es en este sentido que resulta psicoanalíticamente relevante interrogar: qué cambios y qué consecuencias se pueden registrar en relación al cuerpo, teniendo en cuenta los llamados fenómenos de globalización y las transformaciones culturales que de dichos fenómenos se siguen. El orden cultural actual Entendemos por globalización la promoción de un orden simbólico planetario que concentra la producción de los fenómenos del mundo en torno a: "la constitución de un único mercado económico
mundial, que promueve una nueva especialización y división internacional del trabajo; y la conformación de una nueva esfera psico-cultural que entrelaza al mundo en una tupida y compleja red de informaciones y comunicaciones." (Reigadas 1998:17). Este nuevo ordenamiento económico y psico-cultural: ¿cómo podría no afectar en diversos modos la trama de representaciones que hasta ahora componían el valor social del cuerpo?, ¿cómo podría, entonces, no comprometer a ese cuerpo en diferentes tipos de lazo social con los otros?, ¿cómo podría dejar de determinar lógicamente una nueva categorización segregativa de aquellos cuerpos que se resisten a entrar en él? Especialmente si se considera que, "el orden económico mundial exige homogeinizar patrones de consumo, y esto no se logra tan sólo mediante agresivas políticas económicas ni mediante propagandas publicitarias centradas en la oferta de los permanentemente renovados productos. Lo que se difunde es, ante todo, un modelo cultural que genera actitudes y motivaciones orientadas a adoptar nuevos estilos y formas de vida, más allá e independientemente de las formas concretas que unos y otros asuman." (Reigadas 1998:26-7). El modelo cultural se transmite y genera procesos de identificación, valores compartidos en torno a distintos ideales colectivos. En el orden actual, lo que se transmite a la esfera psico-cultural es la reiteración de patrones de consumo que surgen de modelos de producción globalizada. La imagen corporal se convierte entonces en un objeto más de consumo normatizado, calibrado por las reglas del mercado. La idea de "tener un cuerpo" se transforma, para el Yo, en la preocupación de regular un cuerpo-objeto de consumo social, según los deseos de reconocimiento y aceptación de los otros. La tarea de regulación psico-cultural del cuerpo se acompaña necesariamente de actitudes y motivaciones (deseos) que llevan al Yo a percibir su imagen corporal desde las representaciones que comparte con esos otros que, en realidad y en la realidad, simbolizan la presencia de un único deseo de alienación a las leyes del deseo "mundial". Sería fácil intentar la reducción teórica de esa determinación "mundial" al puro capricho de un deseo del Otro, que tendría que generar más bien la incógnita de qué es, en cuanto Otro, lo que quiere. Pero en realidad ocurre lo contrario: ese "mundo" de la globalización no produce interrogantes sino más bien respuestas. El cuerpo del Yo, como red de representaciones y sede imaginaria de los lazos sociales, pasará a estar comprometido en la disyuntiva de su relación con los otros, según dos órdenes de distinto valor psíquico. Por una parte se encuentra el orden de su relación con aquellos otros de la casa, íntimos y libidinalmente sobredeterminados por el peso de su historia subjetiva, mientras por la otra, encontraremos el orden de las relaciones corporales con los otros "exteriores", personajes de un escenario social más alejado de los afectos subjetivos. Ahora bien, si el orden cultural actual impacta sobre la representación social de los cuerpos, determinándolos como objetos de consumo, la cuestión que se abre aquí es: ¿en qué orden psíquico de las relaciones corporales del Yo ha de impactar el nuevo ordenamiento psico-cultural? Obviamente las respuestas estarán signadas por la particularidad de los casos que observemos. Pero el criterio general que adoptamos nos indica que, si el impacto psico-cultural alcanza el orden psíquico de las relaciones "interiores" del Yo, el cuerpo hará síntoma; en tanto y en cuanto el síntoma convoca directamente las representaciones inconcientes edípicas más importantes, en la consagración del valor libidinal del cuerpo con los otros. La crisis que el nuevo orden psico-cultural puede desatar, a nivel de las relaciones psíquicas más profundas, se produce en función del conflicto que se generaría entre el mandato del consumo idealizado del cuerpo, y los deseos inconcientes reprimidos que tal imagen evocaría. Equivale esto a decir que, en estos casos, si se cumple el ideal de consumo corporal, entonces se transpasarían los límites tolerables para la carga de realidad de los deseos inconcientes. En la vertiente opuesta, si el impacto psico-cultural de la globalización alcanza el orden psíquico de las relaciones corporales, del Yo con los otros más "externos" a su sede representacional, entonces lo que se produciría sería más bien una asimilación cultural del Yo -y su cuerpo- a las nuevas condiciones. Pues, no habría conflicto "interno", y por lo tanto, el Yo podría adaptar su imagen corporal al mandato global sin mayores problemas subjetivos. Y, por otra parte, la libido yoica -que
se adhiere y se proyecta en relación al cuerpo- podría seguir cargando la realidad de sus relaciones con los otros, en tanto que éstos compartirían el mismo orden global. Tanto en un caso como en otro, el "tener un cuerpo" implica para el Yo la posesión estratégica de un escenario donde impactan las expectativas generadas por el orden cultural actual. Como señalamos, la diferencia consiste en el tipo de representaciones que dicho impacto logra interesar. Si la zona afectada se refiere a las relaciones con el mundo social más exterior (y más conciente) para el Yo, la consecuencia generada es una suerte de incorporación indentitaria del Yo al nuevo orden cultural, sin que se produzcan mayores conflictos que los que se pueden esperar de la ansiedad de "tener": el último adelanto tecnológico, el más actual de los conocimientos y/o el más fashionable de los aspectos. Se genera entonces la cultura de lo "in" y de lo "out"; la segregación diferencial de los cuerpos, las técnicas y los consumos. Por el contrario, si el impacto se produce sobre la cara "interna" del Yo, en su vínculo social con los otros más íntimos de su historia libidinal, el nuevo ordenamiento psico-cultural no sólo producirá la segregación de su impostura y su impotencia cultural, sino que éstas serán doblemente sancionadas como perniciosas: por un lado, debido a que se formarán síntomas generados por la represión de la carga de realidad que se tendría que volcar sobre dichas relaciones sociales "edípicas", y por otro lado, por el sobrepeso que la segregación de la desadaptación cultural agregaría a la situación del Yo -y su cuerpo- como "fuera" del juego social del reconocimiento y los deseos de los otros. De todo lo anterior se sigue la posibilidad de considerar diferentes tipos de fenómenos actuales, en relación al cuerpo y la subjetividad, en el marco de un nuevo orden cultural. Fenómenos que, en nuestra época, expresarían claramente la producción de distintos puntos de impacto en la esfera psico-cultural que nuclea al cuerpo, y sus vínculos representacionales, ligados al consumo global y la promoción privilegiada de lo imaginario. Del mismo modo, denotarían el éxito del nuevo orden y connotarían sus quiebres y fracturas en una nueva explosión de malestares subjetivos.
Tres cuerpos y sus pérdidas Resulta claro y evidente que, ante nuestros ojos, un nuevo despliegue de imágenes, símbolos y representaciones culturales del valor del cuerpo se desarrollan con inusitada fuerza y consenso social. Una extensa andanada de paradigmas corporales es rociada sobre "el mundo", de acuerdo al modelo cultural que debe generar actitudes y motivaciones orientadas a adoptar nuevos estilos y formas de vida, cuya sede imaginaria se realiza en el cuerpo del Yo, objeto de consumo. Como objeto de consumo, su producción implica desde el vestuario y la moda, hasta el quirófano y la nutrición. Mientras que, no por ello, se deja al erotismo y la genética de lado. De modo tal que, para pensar el valor actual del cuerpo, como representación culturalmente determinada y determinante, inevitablemente nos vemos conducidos a la observación de muchos fenómenos. Entre ellos, escogemos privilegiadamente los siguientes: 1. El cuerpo light: Hombres y mujeres, de todas las edades, a lo largo y lo ancho del mundo, se someten a todo tipo de dietas (desde las naturistas a las de astronautas, pasando, por qué no, por las astrológicas). Recetas ordenadas desde una concepción general del valor del cuerpo, donde lo alimentario y nutritivo de la ingesta se mezcla con lo ideológico y con lo sano, y se diseña según la escala normativa de un mandato ya globalizado: ceder en el gusto para perder peso. 2. El cuerpo estético: Es el cuerpo intervenido y seccionado, recortado por la mirada experta del cirujano, o modelado por las destrezas del personal trainer, el gimnasio o las celebridades del gym a video-cassette. De un modo general, la carne del cuerpo es adaptada al gusto, invirtiendo la acomodación del goce al objeto de consumo imaginado, transformando al pecho flaco en pecho
siliconado. Es el cuerpo top model, que puede convertir a su portador en celebridad internacional, suponiéndole un saber sobre la subjetividad de su época (véase el monumental ascenso en la cantidad de reportajes que se realizan y en la cantidad de programas masivos de TV, donde “las modelos” conducen y opinan con la soberana autonomía de su perfomance disciplinaria). 3. El cuerpo erótico: Millones y millones de usuarios de todo el mundo, todos los días del año, durante las 24 hs., encuentran en un espacio virtual las más amplias posibilidades de asistir al show-bussiness más exitoso de los últimos tiempos: el sexo por internet. Subrayemos que simultáneamente -que la profusión de imágenes, sonidos, conversaciones hot y televibraciones electrónicas que allí se localizan- el nivel de difusión masiva de lo erótico en la TV satelital, diarios y revistas, en el mundo entero, no deja de aumentar, dentro y fuera de los límites que tradicionalmente se han llamado de "protección al menor". El grado de consenso que estos datos representan es quizás el más paradigmático y complejo. El nuevo ordenamiento cultural que reflejan, en tanto vinculado al desarrollo de los telemedios masivos de comunicación, es también el más claro y evidente, especialmente en consideración de los nuevos parámetros que establece, donde el valor erótico del cuerpo y el valor de su representación en las relaciones sociales, se torna cada vez más imaginario y televidente. Es decir, menor contacto carnal y mayor alcance perceptivo. La proliferación de estos nuevos valores se enmarca en la promoción de este ordenamiento cultural que establece cierta escala de ideales alimenticios, estéticos y eróticos, que han variado conjuntamente con los ejes económicos y psico-culturales de la globalización. El amplio consenso que alcanzan los nuevos paradigmas del cuerpo, que la práctica social concreta convierte en observable para todo el mundo, instituye un universo específico, una dimensión simbólica de representaciones en y por la cual el Yo regula su consumo corporal, en la escena social. La entropía correspondiente al mantenimiento de este "sistema" cultural ordenado, se produce en torno a distintos tipos de pérdidas subjetivas que, en una u otra forma, el sujeto buscará equilibrar. Para el ideal del cuerpo light, la pérdida de la degustación se apoyará en la recompensa de la eficiencia nutritiva: el mayor rendimiento alimentario al menor costo de grasas y calorías. Pero no se trata, como podría pensarse en primera instancia, de una situación meramente individual. Muy por el contrario, es la situación de los habitués a los menú lights, reproducidos en cualquier local de explotación comercial gastronómica. Hay un reconocimiento social del cuerpo light, y el consumo oral especializado. Y ese reconocimiento mismo es el que autoriza al Yo a cargar, con la realidad simbólica de su imagen light, el vínculo con otros comensales, estén a régimen dietario o no. Sin embargo, el coste de estos nuevos lazos se acompaña de una filtración de goce: el relegamiento del paladar, el aspecto subjetivo del placer ligado al apetito. Aspecto que en nada se mide por la escala universal del valor nutricional, y que sí se mide por el recorrido infantil de ciertos rituales orales, ligados a la historia libidinal del sujeto. Al cuerpo estético le corresponderá, en cambio, la pérdida de fluídos y órganos vitales. El diseño escultural del escalpelo recorta la masa corporal según la mirada paramétrica de un standard actual, que señala con asombrosa precisión cuáles son las proporciones -justamente- del gusto, de los otros. Desde un cantante pop hasta una coqueta señora mayor, desde una lolita con gran nariz hasta un señor con mucha panza, la clientela de la estética se extiende desde las clínicas de belleza hasta los hospitales públicos. El creciente mercado de consumidores que buscan mejorar su look se combina fácilmente con el mercado del cuerpo light. El Yo operado estéticamente se autoriza socialmente en el espejo de la mirada “científica”, que le hace las veces de garantía de un éxito de goce del cuerpo, alineado como tal al esquema de una corrección hacia lo perfecto. Ideal exhibicionista que, en su pérdida orgánica, devuelve una mirada: un anzuelo artificial sobre el deseo de los otros. La carga de realidad que implica la intervención de su cuerpo será soporte, entonces, de una maniobra de seducción al otro que el Yo debe pagar con el órgano. Y el peso de su significación subjetiva podrá suplir la ilusión de extirpar complejos sexuales infantiles ligados casi siempre a las burlas, y a la vergüenza de sentirse fálicamente indeseado. De un modo compatible con el ordenamiento de los cuerpos light y estético, que a la vez puede subordinar, el cuerpo erótico redobla la apuesta de una ganancia de placer al pagar el precio de perder pudor. La promoción de la pornografía, a escalas de popularidad jamás alcanzada, el alto
grado de exposición sexual en los medios masivos, y la naturalización del sexo en las calles, sugieren que el consumo y el consenso voyeurista se potencia con la consagración de la industria de la imagen. La realidad del sexo en el imaginario social actual ha ido aumentando la portación de transparencias y escotes, tanguitas masculinas y femeninas, en una catarata de imágenes de impacto que –a falta de pudor- se soportan mejor desde la pantalla del video, alquilado en los locales o bajado de internet. El sexo sin pudor -del otro- puede convertirse en obscenidad inhibitoria; evoca con demasiada fuerza la inversión del horror a lo real del otro sexo. Como sexo imaginario, representa quizás el más alto grado de ordenamiento cultural sobre el cuerpo, justamente por querer tapar las fallas que Lacan (1975:51-127) designara como "falta de relación sexual" o "castración del sujeto simbólico". Sin representación subjetiva, la causa del deseo se obtura con la imagen de un otro del sexo universal, mientras en otro nivel de las cosas, la pulsión voyeurista reacciona a nivel de un alicaído placer onanista, revirtiendo el vínculo social del Yo con su otro unario, narcisista y simbólico a la vez. La exhibición obscena de los otros se socializa, en función de un ideal de atracción fatal a escala universal, sin el resguardo del velo del pudor -ni del amor- que permite reconocer la distancia que el sujeto debe trasponer para conquistar a su pareja o ser conquistado. Dicho de otro modo, el Yo del cuerpo erótico actual pierde las referencias de su intimidad, al hacerse paradójicamente universal. Subjetividades La promoción de lo imaginario a escala planetaria se asocia indiscutiblemente a la mayor eficacia del control social, que lejos está hoy de ser una función exclusivamente propia de los Estados. La industria de la imagen ha logrado que las empresas transnacionales, muy concentracionarias del poder económico que orienta la globalización, cuenten hoy con recursos nunca antes vistos para transmitir una misma información al mundo entero. La formidable potencia de la imagen para distribuir modelos de consumo standarizados se aprovecha en beneficio de la reprodución, no sólo de objetos y servicios, sino también de cuerpos. Los temibles avances genéticos, la proliferación de bancos de esperma y óvulos, la inquietante organización comercial de los laboratorios, auguran el peor de los racismos (que siempre es el más eficaz): la clonación de organismos humanos con las características imaginarias que fija el mercado. Las consecuencias que se pueden esperar de todo esto no son otras que la segregación de los diferentes: aquellos que justamente escapan al orden cultural actual, haciendo síntomas en su cuerpo. En el orden del modelo light, se aprecian las dificultades que aparecen en las anorexias, problemas de peso, bulimias, etc.. En la dimensión del cuerpo estético, en cambio, son frecuentes y conocidos los ejemplos de verdadera deformación física -en el peor de los casos- mientras que -en el mejor de los casos- se observa que a la gran mayoría los deforma simplemente el paso del tiempo. Al cuerpo erótico le corresponde la pérdida de representaciones de su intimidad, invadido por la imagen de un cuerpo sexuado del otro, que produce falicismo compulsivo, deterioro de las relaciones sociales, especialmente las familiares y de pareja. Las psicoapatologías llamadas actuales, o de fin de siglo, pueden considerarse expresiones del malestar subjetivo en la cultura actual. Tal como lo hemos planteado en otro lugar (Chirico, 1999:237-247) la subjetividad -desde el psicoanálisis- sólo puede pensarse como correlativa al quiebre o ruptura de un orden instituído. En este sentido, el orden imaginario de los cuerpos no deja de segregar subjetividades; no cesa de producir su propio desorden personalizado; no impide que proliferen los diferentes que sufren. Para nosotros los psicoanalistas -y para todos los sujetos inconcientes del psicoanálisis- el orden cultural actual genera nuevas formas de expresión subjetiva; se transforman las técnicas de tratamiento; se cancela la validación y el consenso de muchas teorías sobre el cuerpo. Quedamos enfrentados a nuestros propios órdenes, psicogenéticos o estructurales, a la espera del significante nuevo y distinto, a saber, el de un sujeto acorralado en su propia casa por la invasión de los signos y sus significados.
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