LA FILOSOFIA 1. BOCHENSKI, J. M. Introducción Al Pensamiento Filosófico

LA FILOSOFIA 1 La filosofía es un asunto que no atañe sólo al profesor de ella. Por muy raro que parezca, probablemente no hay hombre que no filosofe.

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LA FILOSOFIA 1 La filosofía es un asunto que no atañe sólo al profesor de ella. Por muy raro que parezca, probablemente no hay hombre que no filosofe. O, por lo menos, todo hombre tiene momentos en su vida en que se convierte en filósofo. La cosa es cierta sobre todo de nuestros científicos, historiadores y artistas. Tarde o temprano, todos suelen meterse en harina filosófica. Realmente, no digo que con ello se le haga un eminente servicio a la humanidad. Los libros de los legos filosofantes — físicos, poetas o políticos, por otra parte, famosos — son de ordinario malos y frecuentemente sólo contienen una filosofía ingenuamente infantil y generalmente falsa. Pero esto es aquí accesorio. Lo importante es que todos filosofamos y, a lo que parece, no tenemos otro remedio que filosofar. De ahí, para todos, la importancia de la cuestión: ¿Qué es propiamente la filosofía? Lastimosamente, ésta es una de las cuestiones filosóficas más difíciles. Pocas palabras conozco que tengan tantas significaciones como la palabra «filosofía». Hay, primeramente, una opinión según la cual la filosofía sería un concepto colectivo para todo aquello que no puede aún ser tratado científicamente. Tal es, por ejemplo la opinión de Lord Bertrand Russell y de muchos filósofos positivistas. Los partidarios de esta opinión nos llaman la 1

BOCHENSKI, J. M. Introducción Al Pensamiento Filosófico.

atención sobre el hecho de que, en Aristóteles, filosofía y ciencia significaban lo mismo, y que posteriormente las ciencias particulares se fueron desprendiendo de la filosofía: primero la medicina, luego, la misma lógica formal, que, como es sabido, se enseña hoy generalmente en las facultades matemáticas. Es, ciertamente, un punto de vista interesante y, de pronto, los argumentos aducidos parecen convincentes. Mas, si se mira la cosa un poco más de cerca, surgen dudas muy graves. En primer lugar, si fuera como estos filósofos dicen, actualmente tendría que haber menos filósofos que hace mil años. Y no es así. Hoy no hay menos filosofía, sino mucho más que antes. Y esto no sólo por lo que se refiere al número de los que la cultivan — se calcula actualmente en unos diez mil —, sino a la cantidad de problemas tratados. Si se compara con la nuestra la filosofía de los griegos, se ve que en el siglo XX después de Cristo nos planteamos muchos más problemas que los que conocieron los fundadores de la filosofía. En segundo lugar, es cierto que en el curso del tiempo se han desprendido de la filosofía diversas disciplinas. Pero lo chocante es que, al independizarse una ciencia especial, casi simultáneamente ha surgido siempre una disciplina filosófica paralela. Así, en los últimos años, al separarse de la filosofía la lógica formal, surgió inmediatamente una filosofía de la lógica, muy difundida y calurosamente

discutida. En Estados Unidos de Norteamérica se escribe y discute sobre ella acaso más que sobre cuestiones lógicas puras, a pesar de que este país va a la cabeza de la lógica, o precisamente por ello. Los hechos demuestran que la filosofía, lejos de morir por el desenvolvimiento de las ciencias, se vigoriza y enriquece más. ¿En qué se distingue entonces la filosofía respecto de esta otra ciencia? Se distingue —respondemos— tanto por su método como por su punto de vista. Por su método porque al filósofo no se le veda ninguno de los métodos de conocer. Así, no está obligado, como el físico, a reducirlo todo a los fenómenos observados sensiblemente. Es decir, el filósofo no tiene por qué limitarse al método empírico, reductivo. Puede también valerse de la intuición del dato y de otros medios. La filosofía se distingue además de las otras ciencias por su punto de vista. Cuando considera un objeto, lo mira siempre y exclusivamente desde el punto de vista del límite, de los aspectos fundamentales. En este sentido, la filosofía es una ciencia de los fundamentos. Donde las otras ciencias se paran, donde ellas no preguntan y dan mil cosas por supuestas, allí empieza a preguntar el filósofo. Las ciencias conocen; él pregunta qué es conocer. Los otros sientan leyes; él se pregunta qué es la ley. El hombre ordinario habla de sentido Y finalidad. El filósofo estudia qué hay que entender propiamente por sentido y finalidad. Así, la filosofía es también una ciencia radical, pues va a la raíz de manera más profunda que ninguna otra ciencia. Donde las otras se dan por satisfechas, la filosofía sigue preguntando e investigando.

Hay que decir también que es una ciencia extremadamente difícil. Donde casi todo se pone siempre en tela de juicio, donde no rige ningún supuesto ni método tradicional, donde hay que tener siempre ante los ojos los complejísimos problemas de la ontología, el trabajo no puede ser fácil. No es de maravillar que las opiniones difieran tanto en filosofía. Un gran pensador y no un escéptico — al contrario, uno de los más grandes sistemáticos de la historia —, santo Tomás de Aquino, dice alguna vez que sólo muy pocos hombres, tras largo tiempo y no sin mezcla de errores, son capaces de resolver las cuestiones fundamentales de la filosofía. Pero el hombre está, quiera o no quiera, destinado a la filosofía. Aún tengo que decirles, para terminar, otra cosa: a pesar de su enorme dificultad, la filosofía es una de las bellas y nobles cosas que pueda haber en la vida. El que una vez haya entrado en contacto con un auténtico filósofo, se sentirá siempre atraído por él.

LA VIDA FILOSÓFICA2 Si nuestra vida no ha de perderse en la disipación, tiene que entrar en algún orden. Tiene que estar sustentada a diario por algo circunvalante, que cobrar coherencia en la estructura integrada por el trabajo, la riqueza de contenidos y los altos momentos, tiene que ahondarse en la reiteración. Entonces resulta la vida, incluso en medio de los trabajos de una actividad siempre igual, empapada de un temple que se sabe referido a un sentido. Entonces estamos como albergados en una conciencia del mundo y de nosotros mismos, tenemos nuestros cimientos en la historia a que pertenecemos y en la propia vida mediante el recuerdo y la lealtad. Semejante orden puede venirle al individuo del mundo en que ha nacido, de la iglesia, que informa y anima los grandes pasos desde el nacimiento hasta la muerte y los pequeños de la vida diaria. El individuo adquiere entonces mediante la propia espontaneidad lo que es para él a diario visible y presente en su mundo circundante. Distinto es en un mundo en descomposición en que cada vez se cree menos en lo tradicional, y en un mundo que sólo existe como orden externo, que carece de simbolismo y trascendencia, que deja el alma vacía, que no satisface al hombre, sino que allí donde lo deja libre lo entrega a sí mismo, a sus apetitos y tedios, a la angustia y la indiferencia. Entonces está el individuo reducido a sí mismo. En la vida

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Jaspers, K. LA FILOSOFÍA

filosófica trata de edificarse por sus propias fuerzas lo que ya no le aporta el mundo, circundante. La voluntad de vida filosófica mana de la oscuridad en que se encuentra el individuo, del sentirse perdido cuando sin amor se petrifica, por decirlo así, en el vacío, mana del olvido de sí mismo que hay en el ser devorado por los impulsos, cuando el individuo de repente despierta, se estremece y te pregunta: ¿qué soy?, ¿qué estoy dejando de hacer?, ¿qué debo hacer? Ese olvido de sí mismo resulta fomentado por el mundo técnico. Este mundo reglamentado por el reloj, dividido en trabajos absorbentes o que corren vacíos y que cada vez llenan menos al hombre en cuanto hombre, llega al extremo de que el hombre se siente parte de una máquina, que es llevada o traída alternativamente de aquí para allá, y que cuando queda en libertad no es nada ni sabe qué hacer de sí misma. Y cuando empieza justamente a volver en sí, el coloso de este mundo le hundirá de nuevo en la omnidevoradora maquinaria del trabajo vacío y de un vacuo goce del tiempo libre. Pero la inclinación a olvidarse de sí mismo reside ya en el hombre en cuanto tal. Es menester tirar de sí mismo para no perderse en el mundo, en los hábitos, en las trivialidades sin sentido, en los carriles fijos. Filosofar es resolverse a hacer que despierte el origen, retroceder hasta el fondo de sí mismo y ayudarse a sí mismo

con una acción interior en la medida de las propias fuerzas. Cierto que en la vida lo primero que es tangible es obedecer a los deberes materiales, al requerimiento del día. Pero no darse por satisfecho con ello, antes bien sentir que el mero trabajar, que el absorberse en los fines, es ya el camino del olvido de sí mismo, y con ello de la omisión y la culpa, tal es la voluntad de vida filosófica. Y en seguida el tomar en serio la experiencia de la convivencia con los demás hombres, de la dicha y de la enfermedad, del éxito y del fracaso, de la oscuridad y de la confusión. No olvidar, sino apropiarse íntimamente; no desviarse, sino trabajar hasta la perfección íntimamente; no dar por despachado, sino iluminar hasta el fondo: tal es la vida filosófica. En este ensayar se trata de osar un ahondamiento de la vida, de exponerse incluso a los mayores extremos sin velárselos a uno mismo, hacer que impere sin restricciones la honradez en el ver, el preguntar y el responder. Y luego seguir su camino sin conocer el todo; sin haber puesto la mano en lo que realmente existe; sin encontrar por medio de falsas argumentaciones o de engañosas experiencias el resquicio, por decirlo así, que permite ver desde el mundo objetiva y directamente en el fondo de la trascendencia; sin oír la palabra de Dios que debiera alcanzarnos directa e inequívoca, sino más bien las cifras del lenguaje siempre equívoco de las cosas, y viviendo empero con la certeza de la trascendencia. Pero el filosofar empieza en los límites de este saber del intelecto. La impotencia de lo racional en aquello que verdaderamente nos importa, en la fijación de metas y de

últimos fines, en el conocimiento del Sumo Bien, en el conocimiento de Dios y de la libertad humana, despierta un pensar que con los medios del intelecto es más que intelecto. Por eso impulsa el filosofar hasta los límites del conocimiento intelectual para encenderse. Quien cree penetrarlo todo con la vista ya no filosofa. Quien toma el modesto saber científico por un conocimiento del ser mismo y en su totalidad sucumbe a una superstición científica. Quien ya no se asombra, tampoco pregunta ya. Quien ya no conoce ningún misterio, tampoco busca ya. El filosofar conoce, en el básico y modesto detenerse en los límites de las posibilidades científicas, la plena franquía para lo que se muestra en los límites del saber como algo no susceptible de ser sabido. En estos límites cesa sin duda el conocer, pero no el pensar. Con mi saber puedo obrar externamente en aplicaciones técnicas, pero en el no saber es posible un obrar interno con el que me transformo. Aquí se muestra un nuevo y más profundo poder del pensamiento, que ya no se dirige desenfrenado a un objeto, sino que es en la intimidad de mi esencia el acto en que el pensar y el ser se vuelven la misma cosa. Pues el sentido del filosofar es la actualidad. No tenemos más que una realidad, aquí y ahora. Lo que por esquivez omitimos, nunca retorna, pero si nos dilapidamos, también perdemos el ser. Todo día es precioso: un instante puede serlo todo.

LOS SUPUESTOS DE LA FILOSOFÍA GRIEGA3 La primera etapa es la filosofía es la de los griegos. Esta fase inicial, cuya duración rebasa el milenio, se distingue de todas las posteriores en que no tiene a su espalda ninguna tradición filosófica; es decir, emerge de una situación humana concreta —la del hombre «antiguo»—, en la cual no se da el momento, el ingrediente filosófico. Esto tiene dos consecuencias importantes; en primer lugar, en Grecia se asiste a la germinación del filosofar con una pureza y radicalidad superiores a cuanto ha venido después; por otra parte, la circunstancia vital e histórica del hombre antiguo condiciona directamente la especulación helénica hasta el punto de que el tema capital de la historia de la filosofía griega consiste en averiguar por qué el hombre, al llegar a cierto nivel de su historia, se vio obligado a ejercitar un menester rigurosamente nuevo y desconocido, que hoy llamamos filosofar. No se puede entrar aquí en este problema; pero es indispensable apuntar al menos algunos de los supuestos históricos que han hecho posible y necesaria la filosofía en el mundo helénico. El heleno se encuentra en un mundo que existe desde siempre y que como tal no es nunca problema, sino que toda cuestión lo supone ya. Este mundo es interpretado como naturaleza, y por ello como principio, es decir, como

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MARÍAS, J.HISTORIA DE LA FILOSOFÍA, HUNAB KU, México, 1960.

aquello de donde emerge o brota toda realidad concreta; aparece, pues, como dotado de virtualidad, de capacidad productiva. Pero a la vez es una multiplicidad: en el mundo hay muchas cosas que son cambiantes y definidas por la contrariedad. Cada una de ellas tiene una consistencia independiente, pero no son siempre, sino que varían; y sus propiedades se entienden como términos de oposiciones o contrariedades: lo frío es lo contrario de lo caliente, lo par de lo impar, etc.; esta polaridad es característica de la mente antigua. Las propiedades inherentes a las cosas permiten su utilización en una técnica que se diferencia radicalmente de los procedimientos mágicos, que manejan las cosas como poderes. Este mundo del hombre griego es inteligible. Se puede comprender; y esta comprensión consiste en ver o contemplar esa realidad y decir lo que es: teoría, lagos y ser son los tres términos decisivos del pensamiento helénico, y se fundan en esa actitud primaria ante el mundo. La consecuencia de ello es que el mundo aparece como algo ordenado y sometido a ley: esta es la noción del cosmos. La razón se inserta en ese orden legal del mundo, que se puede gobernar y dirigir; y la forma concreta de esa legalidad en lo humano es la convivencia política de los hombres en la ciudad. Es menester contar con ese mínimo esquema de las creencias antiguas para comprender el hecho histórico de la filosofía griega.

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