La noción de período. en la historia dominicana. Volumen III

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Cuidado de la edición: Eliades Acosta Matos Cotejo y corrección: Ibis Acosta y Janley Rivera Mejías Diagramación: Juan Francisco Domínguez Novas Diseño de portada: Enrique F. Hernández Gómez Ilustración de portada: Los colores de la bandera de la República Dominicana junto a una composición fotográfica que contiene las imágenes de Cristóbal Colón, Gregorio Luperón y Ramón (Mon) Cáceres.

Primera edición, 1983 Segunda edición, 2013

De esta edición © Archivo General de la Nación (Vol. CXCVII) Departamento de Investigación y Divulgación Área de Publicaciones Calle Modesto Díaz, núm. 2, Zona Universitaria, Santo Domingo, República Dominicana Tel. 809-362-1111, Fax. 809-362-1110 www.agn.gov.do

ISBN: 978-9945-074-94-9 Impresión: Editora Búho, S. R. L.

Impreso en República Dominicana / Printed in Dominican Republic

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Índice

La Era Imperialista Pequeña introducción.................................................................. 635 Etapa Preimperialista (1874-1906)............................................. 649 Ciclo europeo (1874-1893)......................................................... 665 Ciclo americano (1893-1903)...................................................... 699

El Imperialismo Pequeña introducción.................................................................. 721 En conclusión.............................................................................. 771 Epílogo........................................................................................ 783 Bibliografía citada. Tomos I, II y III........................................... 789

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1795 Fin de la connotación española de la nacionalidad del pueblo

1804 Indeterminación nacional del pueblo

Período de las Anexiones (Ciclo Republicano) 1809-1873

Anexión a ESPAÑA 1809

1808 PALO HINCADO Primer movimiento nacional

NACIMIENTO DEL PUEBLO DOMINICANO

Anexión a ESPAÑA 1861

Anexión a HAITÍ 1822

Período europeo

Anexión a EE. UU. 1870

Época de la INDEPENDENCIA

Constitución absoluta del pueblo dominicano

Anexión a FRANCIA 1844

Anexión a la GRAN COLOMBIA 1821

Época de la DEPENDENCIA

Sánchez Ramírez 1809

Devastaciones de FRANCIA

Dessalines 1805

Joaquín García 1795

Gestación del Pueblo Dominicano

Osorio 1605

Devastaciones de ESPAÑA

Período de las Devastaciones (Ciclo Colonial) 1605-1809

Período americano

ERA IMPERIALISTA Predominio de la propiedad capitalista 1873-19...

HISTORIA DE LA REPÚBLICA DOMINICANA (Historia del pueblo dominicano) o de la parte oriental de la Isla Hispaniola antes española

HISTORIA de la Reublique d'Haiti o de la parte occidental de la Isla Hispaniola antes francesa

ERA IMPERIAL Predominio de la propiedad territorial 1605-1873

Sistema de la propiedad comunitaria de las tierras

Sistema de la esclavitud Moderna o "de plantación"

HISTORIA Desde las Devastaciones a nuestros días

PROTOHISTORIA Desde el Descubrimiento hasta las Devastaciones

PREHISTORIA La vida aborigen hasta el Descubrimiento

HISTORIA DE LA ISLA HISPANIOLA

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la era imperialista

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¡No hay luchas más nobles que estas pequeñas guerras! Quien las mire por encima del hombro, medite en ellas. ¡Bien idas se están y no vuelvan nunca, ni para Santo Domingo, ni para ninguno de nuestros países! Pero no se quiera hacer de ellas culpa ignominiosa de las Repúblicas que en la misma frecuencia de esos combates acaso tienen su mayor timbre de decoro. Allí donde se ha peleado menos, el carácter tardará más en desenvolverse, y los hombres habrán adquirido hábitos funestos; donde se ha peleado más, se ha andado más aprisa; se ha pasado por lo inevitable, y se está llegando antes a lo útil. Así dan mejor fruto los campos bien regados… José Martí

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Pequeña introducción

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edro Henríquez Ureña tenía razón. La revolución del 25 de noviembre de 1873, derrocó en Báez, no solo a Báez, sino a su propio enemigo Santana; derrocó, en suma el régimen que prevaleció durante la primera República…1 El año de 1874 representa, pues, un corte rotundo en la historia patria. Cierra una época. Y abre otra. Esta intuición brillante de Pedro Henríquez Ureña aparece en su Carta de la intelección de la nacionalidad, como usualmente se le llama, sin que haya tenido una aprobación generalizada ni siquiera haya sido discutida a fondo en nuestro país. A pesar de ello no ha sido olvidada de una vez por todas y sigue aún llamando la atención a despecho de haber sido escrita en el año de 1909, hace ya casi tres cuartos de siglo. En esta parte, la culpa de esta conspiración del silencio es imputable al propio autor. Con todo lo correcta que hoy se nos presenta su tesis, es fuerza reconocer que no fue sustentada desde una perspectiva igualmente correcta. Don Pedro ve el corte operado en 1874 desde una perspectiva metafísica. Para él, la Revolución del 25 de noviembre de 1873, desterró definitivamente toda IDEA de anexión a un país extraño… esto es falso. La Revolución no derrocó en Báez la IDEA. Esta prevaleció en una muchedumbre de cabezas. Siguió viviendo en la cabeza de Báez

1

Véase el texto de la carta en la Nota 36, correspondiente a la Anexión a Colombia, en la página 504 del presente trabajo. 635

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y en la infinidad de sus partidarios, así como en la de los partidarios del desaparecido Santana. La Revolución no derrocó ni siquiera a Báez mismo, quien no tardaría en retornar al poder y con él los planes anexionistas que flotaban en las cabezas de gente que podían no ser partidaria de nadie, puesto que se agitaban en las entretelas de toda una clase social. Lo que derrocó esa revolución es lo que dice muy sabiamente el mismo Pedro Henríquez Ureña: derrocó, en suma, EL RÉGIMEN prevaleciente durante la primera República que, por cierto, para ser consecuente con su propia tesis, debió llamar segunda, ya que él sostiene, como Américo Lugo, que la primera ha debido ser la de 1821.2 Pero éste, que es otro problema, se resuelve convencionalmente. Y así ha sido resuelto… Donde se encuentra el núcleo profundo del problema –siempre que se admita que la historia de un país es la historia de su pueblo y no la de sus héroes, sus caudillos, o la de las potencias extranjeras que participaban en ella– es en el papel del pueblo dominicano y no en las ideas de sus personajes. Y es aquí donde falla la Carta de la intelección de la nacionalidad. Ciertamente, la Revolución del 25 de noviembre de 1873 no puede ser interpretada en el sentido de que la nacionalidad se hizo inteligible y, por tanto, quedó suprimida definitivamente entre los dominicanos la tendencia a la anexión. Esta tendencia no existió nunca en el seno del pueblo sino en la cabeza de un sector dañado por la naturaleza de sus intereses. La intelección de la nacionalidad se manifiesta históricamente en el seno del pueblo dominicano como un proceso que comienza a perfilarse a raíz de la cesión de España a Francia en 1795 y hace sus primeras armas en ocasión de la expulsión de los franceses en 1808. Desde entonces maduró continuamente hasta culminar de manera inequívoca con la expulsión de los españoles en 1865. El argumento de P.H.U. es que la Independencia, tal como se entiende en América Latina, es Independencia respecto de España y ésta se alcanzó en Santo Domingo ya en 1821. El de Américo Lugo es el de que en virtud del postliminio, un argumento jurídico, es que la independencia de 1844 nos restituyó a los derechos de 1821, oponibles a Haití.

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El proceso que se expresa en las acciones de 1873 no es el proceso nacional. Es otro. Es la liquidación de las estructuras políticas creadas por un régimen económico hostil a la naturaleza burguesa del proceso nacional. La intelección de la nacionalidad no estaba en juego, sino la creación de las bases materiales que hicieran posible su ejercicio. Y, por no plantear las cosas en esos términos, la carta de Henríquez Ureña debió enfrentarse a sus propias contradicciones. Don Federico García Godoy, a quien fue dirigida en 1909, decía en 1916: En mi teoría de las corrientes, la nacionalista y la anexionista, que constituyen puede decirse toda la urdimbre de nuestra vida histórica observada en una sintética visión de conjunto, afirmé erróneamente que la última estaba extinguida o cosa parecida. Me equivoqué por entero…3 No estaba equivocado por entero. Tampoco lo estaba Pedro Henríquez Ureña. La corriente anexionista estaba efectivamente extinguida. Nunca más volvió a manifestarse históricamente. La idea volvió y tal vez no se haya extinguido nunca en términos de IDEA. Pero se extinguió en los hechos. Desapareció de la realidad palpable. La Ocupación militar americana de 1916, que movió esas expresiones amargas de García Godoy, no desvirtuó su teoría de las corrientes ni desmintió el hecho fundamental que inspira la carta de la intelección de la nacionalidad: que la Revolución de 1873 representa un corte histórico. La Ocupación militar no fue una anexión ni fue auspiciada por la tendencia anexionista. La tesis de ambos permaneció vigente y la Revolución de 1873 conservó su significación histórica. Veinte años después, en 1893, un autor que no era un filósofo ni un historiador ni siquiera un escritor consagrado, meditaba acerca de la fuerza de las ideas a propósito de la Revolución de 1873 y de sus consecuencias, en unos términos que debieron haber sido tomados en cuenta por don Pedro. Decía ese autor que la Revolución del 25 de noviembre de 1873 se realizó porque la medida estaba llena de causas que la hicieron necesaria, y porque el progreso impulsó al pueblo dominicano a fijar aquella etapa memorable, de donde debían partir el desarrollo de las 3

Véase, inmediatamente después de la de P.H.U. en el lugar citado más arriba.

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riquezas naturales de esta tierra y el principio de la vida intelectual para los dominicanos…4 De manera, pues, que el motor de la revolución no fue la IDEA sino el pueblo dominicano, impulsado NECESARIAMENTE por el progreso. Y, precisamente, el autor arriba a esas conclusiones en presencia de las consecuencias materiales producidas por la revolución. Por cierto que en ese mismo año de 1893, el curso histórico iba a emprender un nuevo camino. Juan José Sánchez, el autor referido, hizo bien en detener su pluma, porque de otro modo habría tenido que modificar el contenido lisonjero de su obra. Pero de todos modos, nos dejó un testimonio que corrobora en los hechos el contenido de la intuición brillante de Pedro Henríquez Ureña. Por un curioso destino que tal vez lo explica todo, esa intuición fue expresada en el conjunto de su obra poética por una mujer excepcional, la creadora de la poesía nacional dominicana, Salomé Ureña de Henríquez, su propia madre…

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Juan José Sánchez: La caña en Santo Domingo, Taller, Santo Domingo, 1972, página 20. La edición original es de García Hermanos, Santo Domingo, 1893.

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Esta época se caracterizó por la depresión y el pánico, nacionales en su alcance, sin precedentes en su extensión, y por el desempleo, la pobreza, la violencia y la destrucción de la propiedad. Del lapso comprendido entre 1870 y 1910, la tercera parte fue de crisis más cortas o más largas, como las de 1873-1878, 1884-1887, 1893-1898… Charles A. & Mar Y R. Beard. New Basic History of the United States.

1 El flamante gobierno de Ignacio María González, inaugurado en febrero de 1874, rescindió de entrada el contrato con la Samaná Bay Company y, como coronación de un Tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación con Haití, auspició un proyecto de ferrocarril que uniría a ambas capitales, Santo Domingo y Puerto Príncipe. Era el fin de una época. Al estampar su rúbrica sobre los documentos que consagraban estas medidas gubernamentales, González desarticulaba los dos ejes simbólicos del pasado. La Bahía de Samaná quedaba libre de la tendencia anexionista de los sectores ligados al sistema comunero, y el proyecto de ferrocarril disipaba el supuesto miedo a las incursiones haitianas, explotado festivamente como justificación o señuelo para esa tendencia a la enajenación territorial. El hecho de que estas dos coordenadas hubiesen constituido los ejes del proceso de luchas y de frustraciones de la independencia en 639

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1809, 1821 y 1844, hasta llegar a 1870, indica que este proceso, así como el de las clases sociales ligadas a las tierras comuneras que les sirvieron de apoyo, había concluido. De inmediato, refiere el historiador, los actos más notables del Gobierno de González estuvieron ligados a su política económica para favorecer la inversión extranjera en el país, tanto en la industria como en el comercio. Durante sus dos años de gobierno, González expidió licencias para la producción de textiles, jabones, velas, azúcar de caña, almidón, chocolate, pólvora, maderas, café, sal y ladrillos, y también exoneró de impuestos la importación de hierro galvanizado para techar las casas, que hasta entonces se cubrían en su mayoría de yaguas, cana o tablitas. De todas estas concesiones la que produjo mayor impacto económico fue la que favorecía la apertura de tierras para plantar caña y construcción de molinos para fabricar azúcar…5

Pero sin duda, las más hermosas fueron aquellas que emanaban del pueblo y expresaban el entusiasmo de las masas por el capitalismo nacional. García señala entre otras resoluciones, la concesión a José J. del Monte, de fecha 4 de noviembre, dándole privilegio exclusivo para la fabricación de almidón por medio de una máquina del sistema americano; la concesión del 10 de noviembre a favor de los señores Juan Sajous, con privilegio exclusivo, para la fabricación de cacao por medio de una máquina de vapor; la del 20 de noviembre concedida al señor W. R. Thorman, en la misma forma, para establecer una fábrica de pólvora en la Capital… la concesión de la misma fecha al General José Caminero, del privilegio de usar la máquina de Ramaux para la elaboración de cacao… la resolución del 15 de diciembre concediendo al señor José María Rey el privilegio exclusivo para usar la máquina de su invención destinada a descascarar el café… la concesión de la misma fecha dando permiso a los ciudadanos Félix Eduardo Soler y 5

Moya Pons, Manual de Historia Dominicana, ob. cit., página 381.

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Martín Rodríguez para establecer una máquina de serrar maderas; la resolución de 19 de diciembre concediendo al ciudadano Domingo Rodríguez el privilegio exclusivo para la fabricación de ladrillos y tejas de todas clases…6

Era el comienzo de otra época. Todas estas resoluciones, concesiones y licencias, que expresan un risueño anhelo capitalista y reflejan el festivo entusiasmo de todo el pueblo por el desencadenamiento de la industria creadora, no proceden de la iniciativa gubernamental. Emanan de lo más profundo de las energías y las ilusiones populares. El hecho mismo de que todas ocurren en el mismo año de 1875, apenas en el lapso requerido para la reorganización del Gobierno y la articulación de su programa, implican que no se trataba solo de una apertura democrática sino de un cambio completo en el espíritu nacional. Los apóstoles de esta nueva época cuyo rostro habían entrevisto a través de la niebla azul del tabaco cibaeño, la habían anunciado con vibrantes palabras. Paradójicamente, esas palabras no las pronunciaría González, quien procedía de un baecismo tradicionalmente vinculado al trapiche ancestral, sino Ulises Espaillat, un farmacéutico del Cibao que era, con Pedro F. Bonó, uno de los más brillantes ideólogos de la nueva era. La voz de Don Ulises, tenía vibraciones homéricas: Fórmense, pues, ricas compañías que vengan a explotar nuestros textiles, y que la prosaica enjalma con que el borriquero adorna el lomo del paciente asno se transforme, como por encanto, en blancas y brillantes fibras que rivalicen en finura y delicadeza con el aristocrático batista. Muy santo y muy bueno. Que los infatigables químicos agoten su ingenio en descubrir el modo de extraer los principios colorantes de los vegetales que los contienen, y aún de los que no los contienen, y que grandes capitalistas monten fábricas en las cuales el dócil e impetuoso vapor haga mover poderosísimas 6

García, ob. cit., siempre sobre la edición original, página 254. 643.

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máquinas que despedacen, trituren y pulvericen los pobres leños que la Providencia hizo hacer y crecer en nuestros bosques. Nada mejor. Que las velas afluyan por millares a nuestros puertos en busca del precioso guano, desperdicio de millones de seres organizados que ya no son, y que la industria del hombre transformará mañana en sabrosos y nutritivos alimentos, atestiguando así la sabiduría y omnipotencia del Creador, el poco fundamento del orgullo humano y su injustificable presunción. Que se establezcan por fin, hasta en los lugares más apartados del país, innumerables sociedades literarias. Las bellas artes, por lo que contribuyen a suavizar las costumbres, son un poderoso elemento de civilización… Seamos, pues, todos literatos: seremos mejores. Que huya, en fin, la miseria de todos los hogares: que prospere el país; que todos sus moradores lleguen a ser tan ricos como Creso. Está bien. El oro es un elemento de corrupción, pero lo es también de cultura…7

Y así, en esta línea en que se juntan el pasado y el presente, dos épocas se dan la mano como en esas despedidas de los astronautas en que un viajero se lanza hacia lo desconocido y otro permanece obstinadamente en el recuerdo. Ya no volverán las tierras comuneras, como las oscuras golondrinas, a hacer nido en los balcones del palacio presidencial. Acaso alguno de sus antiguos representantes volvería a asomarse a esos balcones nostálgicos, pero no sería sino una sombra del pasado, totalmente desprovisto del imperio político que la prevalencia de aquel sistema sobre toda la sociedad, ponía en sus manos. Debía cumplirse el grito ardiente de Espaillat, poseído de cierto arrebato poético: ¡que grandes capitalistas y ricas compañías vengan a explotar nuestras riquezas y que sus grandes máquinas despedacen y pulvericen los pobres leños que la Providencia hizo crecer en nuestros bosques para que los hateros fueran felices, convertidos por supuesto en formidables garrotes y en material soberbio para la construcción de la silla presidencial! Volverían a ceñirse la banda idem, pero este garrote habría desaparecido. Y, con él, aquel apetito colonial de las 7

Ulises Francisco Espaillat: Ideas de bien patrio, Santo Domingo, 1962, pág. 41.

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grandes potencias imperiales, ávidas de tierras, siempre dispuestas a pagar con poder político cada tajada del territorio… Si en algún punto exacto comienza la historia moderna del pueblo dominicano, es ahí donde las antiguas tierras comuneras tienen que abrir su regazo para recibir a la industria azucarera moderna, como tres siglos atrás y junto a esas mismas aguas, abrieron su vientre para dársela a luz al mundo entero. Su símbolo iba a serlo una pequeña aldea ribereña compuesta por dos caseríos, el de Mosquito y el de Sol, a orillas del río Macorís, a los que un cura unió por medio de una ermita entre ambos y la consagró a San Pedro porque ese era su propio nombre. Esta aldea, que se llamó de esa manera Mosquitisol.8 fue visitada en 1870 por unos senadores americanos que no encontraron allí más de mil pobladores descalzos, pero a la vuelta de un lustro, en 1876, dio un salto de rústica cenicienta y se convirtió en una ciudad pequeña, pero vistosa y bien vestida, de 8,000 habitantes y seguía creciendo alegremente. Knight condensa así el proceso: Macorís fue convertido en puerto de entrada en 1880. La región fue erigida en Distrito Marítimo en 1882 y fue declarado provincia en 1908. En esa fecha, era la región donde se encontraba la riqueza más grande del país, una riqueza que estaba en su mayor parte en manos de extranjeros…9 No fue menos espectacular pero sí menos simbólico el cambio de la Capital. La población de Santo Domingo en 1871 era estimada en 6,000. Hazard, quien visitó la ciudad en ese año la llamó «un lugar viejo y extraño» donde «ninguna mano del progreso» era visible; el plano de la ciudad era a grandes rasgos todavía igual al de los días de la conquista… Esto escribe Hoetink y añade: En 1893 la población había aumentado a 14,072…10 Pero el proceso se extendió por todo un país que desde el Siglo xvi desconocía una experiencia similar. Y, aunque el eje de la economía nacional se desplazó dramáticamente de Norte a Sur, no La comisión senatorial que rindió el Informe de 1870, ya citada. Sobre el origen del nombre de San Pedro de Macorís, véase Vetilio Alfau Durán, Clío, 135, 1978, reproducido en el Anuario Científico de UCE, 1980. 9 Melvin M. Knight: Los americanos en Santo Domingo, Publicaciones de la Universidad de Santo Domingo, 1939, página 39. 10 H. Hoetink: El Pueblo Dominicano: 1850-1900, Santiago de los Caballeros, 1972, página 82. 8

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por eso dejó de reverberar en las mejillas del Norte ese arrebol en el cual se reconoce la euforia de la juventud.

2 Para explicarnos la naturaleza de este fenómeno que inaugura un nuevo período histórico en el proceso de desarrollo del país, hay que volver unos 30 años la mirada, o sea, a la década que se inaugura con el año de 1870. Lo primero que llama la atención de los curiosos es que en todos los cambios producidos en esta época, se encuentra una de esas grandes crisis económicas que cíclicamente trastornan y perturban el sosiego del capitalismo mundial. Una de estas crisis tiene lugar cuando se lleva a cabo la Revolución del 25 de noviembre en nuestro país, en 1873. Y, aunque resulta aventurado buscar el engarce de un fenómeno mundial de esa naturaleza con un pequeño episodio como la cuarta caída de Báez, tal vez explique las dificultades que encontró este eterno cazador de empréstitos en obtener los fondos necesarios para mantenerse en el poder. Pero, como quiera que sea, el hecho es que en 1873, en 1893, en 1900 y 1905-1907 hubo crisis. Cada uno de esos años coincide con un gran cambio en la vida nacional dominicana. Y, como que en esos años tiene lugar un proceso de profundas consecuencias históricas a nivel mundial, difícilmente podía estar exento nuestro país de sus influencias. La década que sigue a 1870 contempla el advenimiento de una fuerza nueva en la historia de la humanidad: las transnacionales. Este acontecimiento fue originalmente observado por el inglés Hobson y por el alemán Hilferding y sirvió de base para una obra ya clásica, EL IMPERIALISMO, FASE SUPERIOR DEL CAPITALISMO, de Lenin, escrita en 1909. A la luz de estos estudios, el fenómeno se manifiesta sustancialmente como el proceso de monopolización de las grandes industrias y el paso del capital industrial al capital financiero.

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Esto significa que en 1870, en los momentos en que se frustra la anexión de Santo Domingo a los Estados Unidos y ocasiona el drama de Báez, se opera un corte en el seno de las grandes potencias mundiales que las llevaría, bajo el patrocinio de los grandes bancos mundiales, de la conducta imperial a la conducta imperialista. Demás está subrayar cuánto de romántico y de frustratorio contenía aquella invocación de Espaillat a un capitalismo que pertenecía ya al pasado, como si pudiera seguir un curso independiente en nuestro pequeño país. En ese año de 1870, John D. Rockefeller logra reunir a un grupo de capitalistas y funda la Standard Oil Company que iba a monopolizar el refinamiento del petróleo en gran escala. En 1873, Andrew Carnegie reunió a otro grupo de capitalistas y monopolizó la industria del acero. Rápidamente se extendió esa tendencia. Según se lee en la Historia Básica de los Estados Unidos, de Beard: Pareció como si una batalla de gigantes amenazara con la desaparición total de sus adversarios más débiles. Y advertido por esa tendencia, J. P. Morgan, un auténtico genio de las finanzas, hijo de un gran financista y educado en finanzas en la Universidad de Götingen, en Alemania, aprovechó sus conocimientos y sus conexiones bancarias para tomar la delantera en la constitución de la primera corporación del billón de dólares en la historia del país.11 En la misma fuente se lee que a través de numerosas actividades bancarias, una parte sustancial del control sobre la industria pasó de los magnates originales de la industria a los magnates de las finanzas. Y, de esa manera, el capitalismo industrial se convirtió en lo que se ha llamado capitalismo financiero.12 En su Historia… acerca del capitalismo occidental, Barnes explica que si Rockefeller es la figura típica de la época del capitalismo monopolista, el viejo J.P. Morgan fue el personaje principal del triunfo del capitalismo financiero pero los descendientes de los líderes del capitalismo monopolista asumieron a menudo posición prominente en la época del capitalismo Charles a. & Mary R. Beard: The Beard’s New Basic History of the United States, New York, 1960, página 261. 12 Idem., página 294. 11

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financiero… por ejemplo, el Rockefeller más joven poseía intereses predominantes en el Chase National Bank, la organización pública bancaria más importante de los Estados Unidos…13 El proceso culmina en los Estados Unidos a principios del Siglo xx con la concentración del capital financiero en dos grandes emporios: El Chase National Bank y el National City Bank de Nueva York. En su conjunto, este proceso ha sido esquematizado en estos términos: Así, pues, el resumen de la historia de los monopolios es el siguiente: 1. Década del 60 al 70, punto culminante de desarrollo de la libre competencia. Los monopolios no constituyen más que gérmenes apenas perceptibles. 2. Después de la crisis de 1873, largo período de desarrollo de los cárteles, los cuales solo constituyen todavía una excepción, no son aún sólidos, aún representan un fenómeno pasajero. 3. Auge de fines del Siglo xix y crisis de 1900 a 1903: los cárteles, se convierten en una de las bases de toda la vida económica. El capitalismo se ha transformado en imperialismo.14

Aplicando este esquema a la historia de nuestro país, observamos que el carácter del período comprendido entre 1874 y 1905, que va desde el desplazamiento revolucionario de los sectores ligados al sistema comunero hasta la Convención de 1905 con los Estados Unidos, presenta una diferencia sustancial con el que viene después, tomando como base la penetración del capital extranjero. En razón de que no tenemos a mano ningún estudio de esta naturaleza, ignoramos cuál ha podido ser la mecánica cuyo funcionamiento nos explique esta inserción de los procesos mundiales en el proceso local, si es que realmente funciona esta mecánica. Tenemos que limitarnos, pues, a registrar los hechos y consignar la coincidencia. Harry Elmer Barnes: Historia de la economía del mundo occidental, México, 1955, página 609. 14 V. I. Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo, Moscú, 1979, página 22. 13

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Este período de 1874 a 1905, en el cual todavía no se ha consumado la era imperialista propiamente dicha, es el del predominio del capital europeo en la vida nacional y, a falta de una designación más adecuada, le llamamos ciclo europeo de la etapa pre-imperialista en nuestro país. Pero ya en esta fase, sin disolver aún el predominio europeo, se puede observar cómo la balanza económica se inclina cada vez más acentuadamente hacia el predominio del capital americano, influyendo y dominando cada vez más profundamente la política gubernamental del país. El corte se produce de manera muy neta –ya lo había advertido Peña-Batlle como se dice más arriba– en 1893, a raíz del ingreso de la IMPROVEMENT, una compañía americana cuyo papel se verá más adelante y, en esa virtud, reconocemos una segunda fase de concurrencia de la penetración del capital europeo con el capital americano, al que llamamos ciclo americano sin que todavía signifique el desplazamiento de la influencia europea. La secuencia histórica va a justificar que se reconozca la presencia americana dentro del marco del predominio europeo, antes de que este predominio desaparezca completamente del escenario nacional, y a permitir una diferenciación entre el ciclo americano así llamado y el imperialismo norteamericano propiamente dicho. De acuerdo con estas observaciones, la ERA IMPERIALISTA, caracterizada por el desplazamiento histórico de Madame La Terre en favor de Monsieur Le Capital, se descompone de la siguiente manera:

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ERA IMPERIALISTA De 1874 a nuestros días

Etapa Pre-imperialista 1874-1905

Ciclo europeo 1874-1893

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Etapa Imperialista 1905 en adelante

Ciclo americano 1893-1905

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Etapa Preimperialista (1874-1906)

El negro llora de noche… Ulises Heureaux según Miguel Angel Monclús.

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tros parecían más indicados. Otros llegaron antes que él. Pero el personaje fabuloso a quien correspondió en este período el papel de protagonista principal- más militar que Santana, más político que Báez y tan inescrupuloso como los dos juntos– fue el General Ulises Heureaux. Hubo numerosas alternativas posibles. Aquella era una época excepcionalmente dotada de hombres de gran altura moral tanto como intelectual. El área antillana vivía entonces una gran efervescencia patriótica. Cuba y Puerto Rico, Las Antillas hermanadas por la geografía así como por la lengua y por la historia, luchaban por su independencia y producían verdaderos gigantes de la ilustración, la abnegación y el patriotismo. Eran los días y los horizontes de José Martí, de un lado, y de Betances y de Hostos, del otro. En Santo Domingo, la única independiente de las tres, encontraban un punto de convergencia, no solamente ellos a quienes la posteridad reservó un lugar privilegiado, sino una verdadera generación de hombres de grandes iniciativas. De esos días ardientes ha dejado Martí algunas 649

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de sus más bellas páginas en su DIARIO, en sus cartas y en sus crónicas. Betances y Hostos participaron intensamente en los acontecimientos dominicanos. Y, particularmente el último imprimió el sello de su espíritu y de sus iniciativas en toda una generación cuyos frutos se prolongaron en las siguientes generaciones. Nunca pudo reunir nuestro país tantos hombres de peso histórico en la vida política, intelectual y hasta económica, como en aquellos agitados días. Pero el país mismo que servía de escenario para la confluencia, generaba las condiciones propicias. Se había vivido una larga etapa de luchas que exigían la más elevada conciencia nacional. La independencia estuvo siempre al punto de zozobrar ante fuerzas gigantescas. En el lapso de un solo lustro debió afrontar la lucha por la defensa de la soberanía frente a las tentativas y a la consumación real de la enajenación del territorio a dos formidables potencias de la época, Estados Unidos y España, ambas inmensamente fuertes, la una por su proximidad en el espacio y la otra por su aproximación en el tiempo igualmente comprometidas en el destino del área. Y, en tal situación, la vida misma se encargaba de impulsar el desarrollo espontáneo de una conciencia pública hasta sus posibilidades extremas. Así se explica que hombres de la extracción popular e intelectual más modesta, como Luperón y el propio Ulises Heureaux, llegaran a escalar posiciones dirigentes junto a Manuel de Jesús Galván, quien legó al país su novela clásica, o a Francisco Gregorio Billini, autor de páginas precursoras, o a Federico Henríquez y Carvajal, a quien Martí llamó su hermano, para mencionar entre otros muchos, a unos pocos glorificados en la obra martiana. Las palabras que sirven de epígrafe a esta parte del presente trabajo, proceden del artículo consagrado a Billini por José Martí. Pero la selección histórica se regía por sus propias leyes. Los hombres de más acrisolada formación patriótica y política, al par que moral e intelectual, no eran los que ocuparían las posiciones más elevadas del poder sino cuando, como ocurre en Galván, era muy débil la fibra patriótica u otra cualquiera de las fibras humanas. Esta selección era producida históricamente, al azar de los acontecimientos, arrastrada por un complejo de fuerzas oscuras.

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Por ejemplo, cuando se produce la gran apertura de 1874, el primero en asumir la responsabilidad de llevar a cabo el llamado escalofriante de la época, fue Ignacio M. González. La selección de González, un funcionario de tercer rango en el mismo Gobierno que debía perecer, fue impuesta por los acontecimientos, debido a que fue él quien, en medio de una serie de contradicciones y vacilaciones banales, encabezó las acciones que finalmente produjeron la ruptura histórica. Pero González distaba mucho de ser la personalidad indicada. Procedía de las filas baecistas, Gobernador de Monte Cristy, y encarnaba por tanto las contradicciones de un pasado cuyo origen se situaba en el advenimiento mismo de la República en 1844. El primer gobierno de la etapa nueva necesitaba de un hombre nuevo, producto de los acontecimientos nuevos y capaz de encarar de manera nueva las contradicciones nuevas. La Historia tenía un abanico de posibilidades para escoger, pero seguramente escogería el personaje único que necesitaba para realizarse, no bellamente, no como ella se acomoda a los sueños de los personajes más puros, sino necesariamente. No como ella deberá ser, sino como es.

2 González se enfrentó desde el primer momento a la demanda de aquellos fondos imprescindibles para la gestión gubernamental. Y como que éste era un problema del pasado, iba a presionar en el presente con su mismo lenguaje. La República rejuvenecida heredaba las cargas, el desprestigio y hasta los dislates de los anteriores gobiernos. Las cargas se refieren principalmente al Empréstito Hartmont, en manos de los tenedores ingleses de bonos de la República; el desprestigio se refiere a la falta de crédito en los mercados europeos de capital; y los dislates a la tendencia irrefrenable a acudir al capital foráneo, para satisfacer desde el Gobierno los apetitos caudillistas y las deudas reales y supuestas creadas por los afanes revolucionarios… La

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solución aconsejable, dentro del nuevo esquema histórico, habría sido la de acudir a las fuentes nacionales, en base a crear las condiciones óptimas para su desarrollo. Esta sería la salida nueva. Pero González apeló a la salida vieja, utilizando un subterfugio sumamente peligroso: la clandestinidad. Cuando su emisario fracasó en Europa, los parásitos del presupuesto no le acusaron del fracaso, que era su fracaso, sino de la naturaleza clandestina de la operación, aprovechándose de que hería la conciencia nacional y propiciaba el derrocamiento. El gobierno inaugural se vino al suelo estrepitosamente. Había un personaje más indicado que González, Pedro F. Bonó. Era un hombre ilustrado y honesto, profundamente identificado con el sentido de la época. Pero Bonó rehusó sistemáticamente asumir las responsabilidades públicas mientras cimentaba en su propia empresa una versión personal y más sosegada del capitalismo… Otro era Gregorio Luperón, un guerrero cargado de gloria. A sus atributos militares se añadían sus acendradas concepciones democráticas y patrióticas así como una visión antillana de muy altos vuelos y una elevada conciencia de su misión histórica, a la que no dejó de contribuir haciendo uso de su prestigio para influir provechosamente sobre el curso histórico. Pero, como Bonó, se entregaba en sus momentos de ocio a realizar su versión privada del capitalismo, desarrollando un precario emporio en su republiquita de Puerto Plata, como decían esos enemigos que nunca faltan. Y eludía los compromisos con el poder… Y había aún otro personaje indicado, Ulises Espaillat. También era un hombre ilustrado y honesto y, como Bonó, había sido un heraldo de la nueva era. Era, además, una flor de la clase social elegida por la historia para dirigir el cambio, engrandecer a la nación y beneficiarse de su obra. Había heredado de sus antecesores los medios para hacer una apacible vida burguesa en el medio apropiado. Y había llegado la hora. Espaillat no rehusó el compromiso. Tras un movimiento insurreccional denominado la Evolución de Enero, un nombre eufemístico que era en el fondo más revolucionario que evolucionista, llegó a la presidencia de la República, en 1876.

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Sin que pudiera ser de otro modo, también Espaillat confrontó de entrada el problema de la falta de fondos. Pero Espaillat estaba familiarizado con este problema y debió haber adquirido cierta experiencia durante su paso por el Gobierno Provisional que dirigió la Guerra restauradora contra España. Para entonces se crearon aquellas Juntas de Crédito que menciona Antonio de la Rosa, a veces olvidadas.1 Sea como fuere, Espaillat ideó la creación de un Banco de Anticipos y Recaudaciones para la solución del problema más apremiante, aparte de que era el problema fundamental, de la República. Este Banco de Anticipos debía estar compuesto por una junta de los comerciantes establecidos en el país y, desde luego, eliminaba, al menos en principio, la práctica inveterada de acudir a las fuentes extranjeras. La idea era brillante pero desgraciada. Algunos de los comerciantes que en su oportunidad integraron la Junta eran, Eugenio Generoso de Marchena entre ellos, los principales intermediarios en las operaciones con los bancos extranjeros. El mismo iba a ser el motor del primer BANCO NACIONAL DE SANTO DOMINGO viable, vinculado naturalmente a uno de los grandes centros financieros de Europa, y tan consecuente con su espíritu que llegó a ofrendarle la vida. El Banco propuesto por Espaillat, tenía cierto tufillo emancipador que no podría ser muy fascinador para los componentes, de la Junta: El Gobierno que presido no quiere recurrir a tan ruinoso expediente; quiere, si es posible, cerrar para siempre ese camino, primero nivelando los gastos con las entradas, luego negándose a efectuar erogación alguna que no haya sido presupuestada. Conforme a lo primero, no ha vacilado un momento en reducir los gastos ordinarios y en 1

Pero en 1865, el Gobierno ideó un nuevo sistema. Por decreto de 28 de septiembre creó una Junta de Crédito compuesta de comerciantes extranjeros, con el fin de ayudar al Estado en los momentos de penuria. Esta Junta empezó a contribuir en 1866 y prestó al Gobierno $200,000 pesos en Bonos del Tesoro (Colección de Leyes y Decretos, Tomo IV, páginas 326 y 328). Véase Antonio de la Rosa: Las Finanzas de Santo Domingo y el control americano, Editora Nacional, Santo Domingo, sin fecha, página 31. La edición original de esta obra en francés es de 1915, A. Pedone, Editeur de La Revue Générale de Droit International Public, París.

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suprimir, en lo posible, los extraordinarios; respecto a lo segundo, no ha temido las odiosidades que le acarrea el haberse negado sin cesar a efectuar las dádivas ya establecidas como regla…2

Espaillat restauraba así los vagos sueños del Apóstol pero le faltaría, como a aquel, el brazo armado y concreto de la burguesía nacional. Luperón no llegó a encarnar de manera plenaria esta misión. Sin dejar de prestarle al Gobierno de Espaillat un gran apoyo a la hora de la verdad, no dejó de causarle sinsabores al principio, ni abandonó a Puerto Plata, dirigiendo desde allí las acciones que debían sustentar su Gobierno, que lo era tanto de Espaillat como del propio Luperón, y algunos aprovecharon estas peculiaridades del gran caudillo, para acusarle de inconsecuencia y hasta de haber contribuido a la caída de Espaillat.3 En efecto, no duró seis meses en Escritos de Espaillat, Santo Domingo, 1909, página 405. Citado por C. A. Herrera, 25 Años de Historia Dominicana. La Era de Trujillo, 1955, Tomo 19: Las finanzas de la República Dominicana, página 114. 3 El tema es polémico. En su obra Gregorio Luperón: Biografía política, (La Habana, 1979, página 10), el Dr. Hugo Tolentino Dipp, defiende a su personaje, aunque sin remitir a las fuentes, así: Se han querido levantar ciertas calumnias para acusarlo de haberse aprovechado de la administración de Espaillat con el fin de lucrar personalmente, y hasta para hacerlo responsable del derrocamiento de ese gobierno. No es cierto que Espaillat pagara las deudas que en la Guerra de los Seis Años se habían contraído frente a comerciantes extranjeros. Y no se hizo porque Luperón no quiso que el Gobierno erogara fondos que le eran necesarios para resolver los problemas más inmediatos. Lo que sí hizo la administración de Espaillat fue reconocer, mediante decretos de la Cámara Legislativa y del Congreso Nacional, el cincuenta por ciento de esas deudas. Pero no llegaron a pagarse… En la siguiente carta de Luperón dirigida al entonces presidente Espaillat, se tratan esas cuestiones: No quisiera hacer mención de mí, pero esa medida me ha reducido a la indigencia; he tenido que entregar mi casa al Cónsul Inglés, para que haga frente a una acreencia de $10,000 cuyo pago me exigen perentoriamente, y Ud. mejor que nadie conoce mis negocios; estoy abrumado de papel y desde Amiama hasta Cestero, todos los Ministros de Hacienda han conspirado contra mis intereses, como igualmente contra el amigo Máximo (Grullón) que tanta falta hace en estas circunstancias. No puedo conformarme amigo Dn. Ulises con que se juegue tan torpemente con intereses sagrados, como con la suerte de su Gobierno. En vista, pues, del mal efecto que ha surtido la disposición ministerial –que no puede ser más desacertada– y en uso de las facultades de que estoy revestido, he ordenado al Señor Administrador de Hacienda que admita de los Señores Lithgow Bro’s de este comercio en pago de derechos y la parte del 75% efectivo, los documentos que presenten por anticipos en dinero y provisiones que han hecho para atender a las necesidades del servicio en las circunstancias difíciles porque atraviesa esta ciudad, 2

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el poder y, si alguna cosa es cierta es que a Luperón no le faltaban bríos épicos para apuntalarlo, ya que él mismo no tardaría en subir aunque solamente como presidente provisional para abrirle el camino a un sacerdote ilustre, el Padre Meriño, cuyas luces hacía esperar los resultados más lisonjeros, ya que poseía el brazo armado, hablando solo en términos espirituales, de la Religión. El destino de la patria se confiaba así a la Divina Providencia. Pero, como que siempre hay que ayudarse un poco, Luperón puso al lado del mitrado, como su Ministro de lo Interior, a un guerrero brillante recién salido de las trincheras con un prestigio acrecentado y que se había lucido en las acciones en defensa de Espaillat. Este era un individuo de la más entera confianza de Luperón, a quien se dirigía con una suerte de veneración filial en demanda de consejos y a quien le firmaba sus cartas delicadamente como su hijo. Y fue a este hijo de Luperón a quien le tocó encarnar las vicisitudes y las pendulaciones históricas de este período.

3 Los padres de este legendario dominicano no eran nativos. Su madre era santomera y su padre haitiano. Parece que su madre lo inscribió al nacer con el nombre de Hilarión Level, que luego su padre cambió por el de Ulises Heureaux cuando llevó a cabo el acto de reconocimiento. Y, como que su lengua era el francés y también lo era el nombre que había elegido para su hijo, lo llamaba el Ulises a la manera francesa: L’Ulisse, la e muda y la u con sonido de i, de modo etc., etc. Espero que esta medida merecerá su aprobación. El Señor Cestero ha sido muy desgraciado en su ramo; y si insiste en su malhadada unificación; si se hace efectivo este último decreto le auguro un mal resultado. De manera, que los vales de la Evolución sufrirán una depreciación escandalosa, mientras los remanentes, por su fácil y abarata adquisición estarán en demanda. ¿Sabe Ud. Don Ulises, que esa especulación puede ser muy lucrativa para algunos de la Capital? Pero tal vez lo que no ha calculado Ud. es que el descontento con su gobierno subirá en la misma proporción y que si llegamos a conquistarnos la enemistad de los que nos favorecen y nos rodean, no tenemos más que retirarnos que aún es tiempo… (Ver Papeles de Espaillat, Antología de Demorizi, Santo Domingo, 1963, página 146).

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que sonaba en boca del padre como el español L’ilís, o Lilís, y con ese nombre pasaría con su homónimo griego a la odisea nacional… Lilís era casi un niño, pues nació en 1845, cuando estalló la Guerra de la Restauración. Estrenó su hombría en el campo de batalla y resultó en consecuencia un guerrero natural. Luperón se prendó de su valentía en los combates, de la gracia con la cual se movía entre las balas y el desdén al peligro. Durante la guerra lo hizo su lugarteniente y algo así como un testaferro político cuando sobrevino la paz. A Luperón le parecía más provechoso entregar a este cachorro las tareas duras de defender materialmente a la revolución que se expresaba históricamente, mientras él la defendía en el terreno de los principios y de paso la llevaba a cabo cada día en su pequeña república puertoplateña… Pero Luperón desconocía las fuerzas oscuras que harían de Lilís, y aún de él mismo, un trágico juguete. Cuando la reacción se alzó contra el gobierno de Meriño, sin parar mientes en su investidura eclesiástica, Lilís debió ejecutar el famoso Decreto de San Fernando, llamado así por haber sido puesto en vigor en ese día del santoral y/o porque ese era el nombre de pila del Presidente. Este decreto autorizaba el fusilamiento automático de toda persona que fuera sorprendida en actitud oposicionista con las armas en la mano. Lilís aplastó brillantemente, desde ese momento en adelante, toda tentativa insurreccional. Era un indicio lúgubre. Salomé, la insigne poetisa, empuñó una vez más, como diría de ella el gran crítico español Marcelino Menéndez y Pelayo, la lira de Quintana y de Gallego, y escribió el que debía ser su último poema: SOMBRAS. Ella, que había anunciado y entrevisto un futuro de resplandores.4 4

Sin embargo, este poema lleno de decepciones (que me cercan doquier sombras de muerte / y rebosa en mi pecho la amargura), no es un poema decepcionante. Termina con un grito de esperanza: Dejad que pase el huracán bravío y que pasen del negro desencanto las horas en empuje turbulento, como pasa la ola, como pasa la ráfaga del viento. Dejad que pase, y luego a la vida volvedme, a la esperanza,

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Su poema iba a confirmar una vez más la andadura precursora de los poetas… Lilís se asió al poder con las dos manos. Con una estrangulaba a sus adversarios. Con la otra los sobornaba. Pero esto le creaba una demanda constante de fondos que se sumaban a los que demandaba el Gobierno y a los que exigían los acreedores. Sus argucias financieras, que habrían podido exponerlo a la sanción pública, le obligaban a aferrarse al poder. Se dice que ya antes de llegar a la presidencia, había un déficit de 300 mil pesos en su Ministerio. Cierta expresión grosera pero esclarecedora que se le atribuye, explica esta filosofía: si me apeo me jeringan…5 Y, como que de todos modos, lo que se exigía de él para que la época, o sus beneficiarios, pudieran cumplir cabalmente sus objetivos, era la paz, Lilís consideraba que se encontraba fuera de los límites del reproche convencional. La paz estaba asegurada y los métodos que ella exigía podrían ser reprobables, pero eran eficaces y en fin no le eran imputables solo a él. Así se lo hizo saber a Luperón cuando éste, celoso de los principios, protestó: No me atrevo a contestar sus conceptos respecto al sistema de Gobierno que dice Ud. he implantado, yo creí que Ud. sabía que antes de mi advenimiento a la cosa pública, el país estaba dominado por la corrupción, y si no me engaño, fue el virus que gangrena las masas para derribar al Gobierno de Don Ulises, y como el país ha seguido bajo el imperio de esas mismas costumbres, tuvo Ud. en el Gobierno Provisional que inventar el expediente de asignaciones para repartir de un modo más equitativo las sumas que en dádivas y halagos se repartían: siguiendo ese orden de cosas, se ha relajado al extremo que todos quieren vivir del Estado, y Ud., cuando ha estado mandando ha repartido sumas considerables en el mismo concepto, el entusiasmo en fuego; que es grato, tras la ruda borrasca de la duda, despertar a la fe y a la confianza, y tras la noche de dolor, sombría, cantar la luz y saludar el día. 5 Monclús, ob. cit., página 95.

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pero como Ud. no ha tenido la necesidad de asumir materialmente la responsabilidad de estos actos que Ud. condena, me culpa y me acusa sin reflexionar un momento que la República ha sido hecha girones por otros y que yo he venido a gobernar encontrándola en el caos…6

Así, suavemente rozando la caída de Espaillat, le hablaba Lilís a Luperón cuando en 1887 éste se encontraba una vez más en París. Un año después, y siempre refiriéndose a Luperón, le escribía a un amigo: El General no quiere comprender que nuestras situaciones no son idénticas, puesto que yo asumo las responsabilidades morales y materiales del Gobierno, siendo el blanco de los tiros de los intransigentes de todos los círculos de mis adversarios personales y de los conspiradores impertinentes y desagradecidos, mientras que a él que hoy se encuentra apartado de la cosa pública, solo le buscan cuando desean que él los apadrine y los garantice con el arriére-pensée de disgustarle conmigo…7

Monclús dice de Lilís que era extremadamente político, cortés, pródigo y oportuno. Lo presenta a caballo erguido y ágil, a fuer de buen jinete que era y asegura que un claro y privilegiado talento y perspicacia, le daban a Lilís facilidades para conocer como nadie a sus conciudadanos. A principios de 1890 le conoció un enviado americano, Frederick Douglas, antiguo esclavo que venía acreditado como el primer Encargado de Negocios de EE.UU. en este país. El diplomático llegó a la residencia privada del Presidente en momentos en que éste disponía su equipaje para un viaje a Haití, y se mostró sorprendido de que se ocupara personalmente de esa tarea pudiendo habérsela encomendado a otros. He aquí su visión del personaje:

Carta de Ulises Heureaux a Gregorio Luperón dirigida a París el 14 de septiembre de 1887, citada por Hoetink, ob. cit., página 216. 7 Carta de Ulises Heureaux al General Segundo Imbert, citada por ídem, página 216. 6

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El Presidente es de elevada estatura, delgado, con brillantes ojos y complexión oscura, con las facciones toscas que corresponden a la raza negra. Me dijo que tenía 42 años de edad; pero aparenta tener menos. Es de recia contextura y aparentemente tiene una gran capacidad para el trabajo. Tiene continente militar. Además de su propio idioma habla el francés y el inglés, este último idioma sorprendentemente bien.8

De este personaje se cuenta infinidad de anécdotas. Pero aquí es oportuno recordar un episodio de su vida presidencial que nos refiere Monclús. Pasaba en una ocasión frente a la casa de una amiga cuando ésta requirió su atención porque tenía un informante, recién llegado del Este, quien le comunicó el desarrollo de una gran conspiración contra su Gobierno en Los Llanos, el extremo oriental de la República. Hay mucha gente, General, le dijo el informante. Lilís se dirigió inmediatamente a Pajarito, hoy Villa Duarte, al otro lado del río, donde se procuró un acompañante y con él enfiló a Los Llanos, a donde llegó a la una de la madrugada, tras cinco horas de viaje al tren largo que mantenía el caballo seguido por su dragón. Sin detenerse un instante se encaminó directamente a la casa del Jefe Comunal donde se fraguaba la conjura y una vez allí tocó a la puerta. ¿Quién vive?, preguntaron desde dentro. Yo, el General Lilís, contestó. Se oyó un tropel de gente en fuga y terminó la conspiración. Media hora después. Lilís volvía a emprender el camino a la Capital…9 Con esta concepción de la vida y de los hombres, le tocó a Lilís presidir la etapa de tránsito del capitalismo industrial al capitalismo financiero, con una repercusión intensa en la vida nacional. El país se abre, por fin, a las perspectivas de desarrollo que de manera precoz se habían perfilado ya en 1809, cuando se encontraba todavía en pañales en la América Latina y en sus primeras fases de desarrollo en los Estados Unidos. En 1874 este proceso había madurado ya en los Estados Unidos. La recuperación que siguió a la Guerra de Secesión Sumner Welles: La Viña De Naboth, Taller, Santo Domingo, 1973, Tomo I, página 453. 9 Monclús, ob. cit., página 125. 8

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se tradujo en un impetuoso desarrollo de las fuerzas productivas, y el país pudo contemplar las eventualidades de una competencia económica y aún de una confrontación militar con los europeos. La Doctrina de Monroe abandonaba su concepción pasiva para adoptar una concepción activa. Increíblemente un proceso de esta naturaleza, que supone un ámbito planetario para el despliegue de las grandes fuerzas históricas, se reflejó en el microcosmos antillano de Santo Domingo, e hizo de Lilís un protagonista triste y diminuto pero esclarecedor. Como esas naves modernas que pasan de las cordilleras a los océanos, pasó por el poder entre dos abismos…

4 Quiere decir que el capitalismo competitivo clásico, dominado por las leyes de la oferta y la demanda, caracterizado por la euforia democrática y el individualismo whitmaniano; que enarboló desde su cuna la bandera de la independencia y la colocó en las manos de la burguesía nacional y, en lo que refiere a nuestro país, fue vislumbrado a través de las volutas de humo del perfumado tabaco del Cibao y materializado en la acción por el pensamiento de Juan Pablo Duarte, para ser más tarde glorificado por Espaillat al mismo tiempo que anatematizado por Bonó; ese capitalismo ideal, esperanzador, casi poético, al cual no se veían las garras sucias de sangre y lodo, como decía Marx, nunca pudo llegar a nuestro país a tiempo para poner la flamante República en manos de una burguesía nacional. Llegó realmente demasiado tarde. Y, como que en definitiva éste era un destino popular, el pueblo debió afrontar una lucha gigantesca. La burguesía nacional se mostró visiblemente incapaz de proporcionar una dirección patriótica y competente al proceso histórico, a pesar del número impresionante de nombres ilustres que podía exhibir en esa época, y el pueblo debió consagrar su lucha a apoyar en cada momento a sus elementos más positivos y a impedir su liquidación a manos de los más negativos. Es claro que no era fácil para nadie esclarecer, y menos en el fragor

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de los acontecimientos de cada día, cuál era el interés histórico. Y además hubiera sido solo del orden de la proceridad el haberlo sobrepuesto al interés personal. Pero la norma individual no puede servir de explicación de la conducta de los pueblos. En su seno se multiplican hasta el infinito los intereses individuales que entrechocan de manera igualmente infinita. La conducta final es un resultado de estos choques y por eso es un resultado histórico. Sobre esa base, el hombre de armas que en un momento dado llegaba al poder y asumía una actitud concordante con la línea general de los intereses populares, recibía el apoyo de las masas frente a las tentativas de la reacción. Y a la inversa, cuando asumía una conducta contraria al interés histórico, encontraba la oposición popular más severa. Así, pues, no quedaba al pueblo otra línea histórica viable que la lucha armada sin tregua y sin que el individuo, que tomaba las armas tuviera que saber por qué. Esto era lo que algunos hombres ilustres de la época no podían emprender. Este no era el caso de Américo Lugo, uno de los hombres más ilustres y consecuentes de aquellos días, quien se vio obligado a explicarle a sus contemporáneos esta dialéctica en cuya virtud, ese pueblo cargado del lastre de la ignorancia, era capaz de dominar la bóveda celeste: No hay que forjarse ilusiones sobre el valer moral del pueblo dominicano. El valer moral alcanza siempre el límite de la capacidad intelectual, y nuestra capacidad intelectual es casi nula. Una inmensa mayoría de ciudadanos que no saben ni leer ni escribir, para quienes no existen verdaderas necesidades, sino caprichos y pasiones; bárbaros, en fin, que no conocen más ley que el instinto, más derecho que la fuerza, más hogar que el rancho, más familia que la hembra del fandango, más escuelas que las galleras; una minoría, verdadera golondrina de las minorías, que sabe leer y escribir y de deberes y derechos, entre la cual sobresalen, es cierto, personalidades que valen un mundo, tal es el pueblo dominicano, semisalvaje por un lado, ilustrado por el otro, en general apático, belicoso, cruel, desinteresado. Organismo creado por el azar de la conquista, con fragmentos de tres

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razas inferiores o gastadas, alimentado de prejuicios y preocupaciones funestas, impulsado siempre por el azote o el engaño, semeja, mirado en la historia, uno de esos seres degenerados que la abstinencia de las necesidades fisiológicas lleva al cretinismo, y la falta de necesidades morales lleva a la locura, en cuya frente no resplandecen ideales, en cuyo pecho yacen, secas y marchitas, las virtudes; estatua semoviente que no recuerda nunca la de Ammón. Pero semejar no es ser: el pueblo no es un degenerado, porque, si bien incapaz de la persistencia de las virtudes, tira fuertemente hacia ellas; porque aunque falto de vigor y vuelo intelectuales, tiene todavía talento y fuerzas para ponerse de pie y dominar gran espacio de la bóveda celeste; porque aún postrado y miserable, está subiendo, peregrino doliente, el monte sagrado donde el águila de la civilización forma su nido…10

Eran, pues, las suyas, unas palabras de confianza en esas masas desprovistas de civilización pero capaces de elevarse a sus más altas esferas. Es al mismo Américo Lugo a quien se deben también estas palabras que completan su pensamiento: Me figuro oír al industrial, al comerciante: ¡Gracias a Dios que ya se acabaron las revoluciones en Santo Domingo! En adelante se podrá trabajar, vivir tranquilamente y prosperar! ¡Engañadora ilusión y gravísimo error! La revolución es el medio natural y necesario que los hombres libres emplean como último recurso contra la tiranía o el despotismo de sus gobernantes; es una reacción correspondiente a una acción; una manifestación viva y espontánea de la soberanía inmanente que jamás se delega totalmente; el freno que sujeta el impulso de las ambiciones políticas de carácter personal; la única voz, en fin, del cielo, expresada por el pueblo.11

Pero la suya no era una voz solitaria. En medio de las turbulencias, los descalabros, la magnitud escalofriante de los problemas que Julio Jaime Julia: Antología de Américo Lugo, Taller, Santo Domingo, 1978, Tomo III, página 221. 11 Idem., Tomo II, Taller, 197, página 260. 10

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se acumulaban sobre el horizonte de la República, y de las torpezas y las malas intenciones de la refriega colosal en que se veía embarcada la nación entera, había una conciencia flotante, impalpable, aunque a veces expresada por las voces más esclarecidas, de que la vida nacional respondía al clamor de la época y seguía su destino. Y a veces se elevaba hasta los portavoces calificados de la corriente popular. El editorialista de un periódico, Eugenio Deschamps, lo expresaba de nuevo: La revolución es un derecho. Los congresos y los gobiernos no son, pues, sino emanaciones del pueblo, y en tal concepto, cuando los congresos y los gobiernos no están atentos a las inspiraciones de la universalidad de los ciudadanos, estos tienen el derecho de la revolución…12

Eso no era, como da a entender Américo Lugo, el criterio de los industriales y los comerciantes, en cuyo favor se produjo la apertura de 1874. Pero la situación histórica era mucho más compleja de lo que ellos mismos, asistidos por el pensamiento de los hombres más instruidos de la humanidad, podían prever. Sus contradicciones históricas, cuyo escenario no era la República Dominicana sino el mundo, los llevó a la confrontación abierta. Y, como que de todos modos, la República Dominicana era parte de ese mundo, aquí se libraron algunos espectaculares encuentros. Lilís, como en sus tiempos de guerrero debió moverse entre las balas, tratando de aprovecharse de las circunstancias en su propio beneficio, y al mismo tiempo sujetando al pueblo. Esta faena, demasiado gigantesca para sus facultades naturales, que no eran cortas, debió desarrollarse en las dos etapas a que antes nos hemos referido, el ciclo europeo y el ciclo americano, antes de irrumpir en la gran Era del imperialismo, que a él no le fue dado contemplar sino anticipar…

Hoetink, ob. cit., página 191.

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Ciclo europeo (1874-1893) En las grandes listas de las contribuciones caritativas del rico respecto del pobre (un poco de alimento, un poco de bebida, un poco de albergue y unos cuantos trajes), solo unos cuantos créditos son anónimos. En la lista infinitamente más larga de las caridades que el pobre ha hecho al rico (palacios y yates, una casi ilimitada libertad de satisfacer su dudoso gusto por la ostentación, obsequios en dinero y provechos excesivos), todos los créditos son anónimos. Los pobres han tenido el tacto exquisito de mantener sus servicios en secreto… Gilbert Seldes. (Citado por Harry Elmer Barnes) Desde el principio, el negocio de la caña (en Santo Domingo), perteneció a los ricos… Melvin M. Knight.

1 El acontecimiento que caracteriza de manera más elocuente el advenimiento de un nuevo período en la historia dominicana en el año de 1874, es la explosión de la industria azucarera. 665

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Todo ocurre entonces como si, para acomodar artificialmente un vistoso desenlace, hubiera sido compuesto en la imaginación caprichosa de un novelista: en ese mismo año y casi sin esperar un día, se funda la primera factoría de azúcar provista ya de una gigantesca maquinaria de triple efecto, moderna y costosa, dotada de todos los atributos de la gran industria, así como de los adelantos técnicos más sofisticados de la época. Irónicamente, la industria azucarera vino al mundo cerca de esas mismas aguas mediante la aplicación, por parte del Bachiller Velosa, del llamado artificio de Juanelo, que fue entonces una galanura de la técnica en el Siglo xvi. Pero no se trataba ahora de un poético trapiche, sino de un tándem de molinos compuesto por un primer conjunto de masas de hierro que inicialmente descuartizaban la caña, luego un segundo conjunto de masas que la trituraban para extraer el jugo y, finalmente un tercer conjunto de masas en donde el conductor mecánico depositaba el bagazo para que allí entregara la última gota de guarapo y quedara pulverizado y listo para servir de combustible a las calderas. Todo esto en medio del ruido de los grandes engranajes, del resoplido del vapor de agua al pasar por las turbinas, del silbato de las locomotoras, del rugido de los molinos y de la vocinglería de los hombres que han debido alzar la voz para poderse oír, dominados por la soberbia ensordecedores de la industria moderna… LA ESPERANZA, que tal era el nombre del primer ingenio de azúcar moderno fundado en la República,1 fue desde el principio La mayoría de los autores consignan el año de 1875 como el de la fundación del Ingenio La Esperanza. Por el hecho de que 1874 expresa, en cuanto fecha de la fundación del primer ingenio moderno en la República, el significado histórico de la Revolución de 25 de Noviembre de 1873, preferimos adoptar la fecha dada por J. Marino Incháustegui en su Historia Dominicana, Tomo 14 de la Colección La Era de Trujillo (25 años de historia dominicana). 1955, página 86, donde afirma: En 1874, también en el noroeste, Joaquín Delgado, cubano, montó el primer gran ingenio de Azúcar: La Esperanza. Y todavía con mayor autoridad por haber vivido la época: Juan J. Sánchez, La caña en Santo Domingo, ob. cit., página 29. Loynaz dejó a su compatriota Joaquín M. Delgado la gloria de restablecer en la República Dominicana la fabricación en gran escala del azúcar, fundando alrededor de la Capital en 1874 el primer ingenio de vapor que se llamó La Esperanza. 1

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una realidad… Junto a ella debía también aparecer la realidad del transporte moderno, tanto marítimo como ferroviario, los servicios públicos: el alumbrado eléctrico, el asfaltado de las calles y el tendido telefónico. Además, su penacho más característico, las instituciones bancarias. En resumen, el triunfo de la ciudad sobre el campo, del mar sobre el río, del siglo sobre las semanas. O, para aquellos que han seguido el curso de la historia de nuestro país en el sentido de los personajes que encarnan procesos, el triunfo de Duarte sobre Santana… De no haber sido así, ya no sería tan fácil la caracterización de este período porque, como se trata de un proceso, no pocos aspectos que legítimamente le pertenecen, se encuentran también en el período anterior. Los empréstitos, por ejemplo, constituyen un rasgo común a los dos períodos con todas las inervaciones capitalistas, pero al producirse el salto de 1874 se modifica su contenido, por cuanto afectan, no al territorio, sino a las aduanas, o sea a los capitales que el propio país genera. Como consecuencia de ello, la dictadura cambia de estilo. La lucha popular asume otro carácter. Los comerciantes cambian de giro y hasta de nacionalidad… Este proceso era inexorable y se había planteado ya, repetimos, en 1809, desde el instante mismo en que tocaba a las puertas de la historia dominicana la consigna de la independencia como la expresión de un proceso continental. Era el capitalismo quien llamaba estrepitosamente a esas puertas en 1a búsqueda amorosa de aquella clase social, la burguesía, que era su portadora natural. En 1809 esta clase social era inexistente y nada pudo impedir que la independencia respecto de Francia se convirtiera espontánea y automáticamente en el colonialismo respecto de España. En 1821 comenzaba a emitir algunos débiles destellos que solo permitieron una novedad: el empréstito. Pero sus representantes más dispuestos eran extranjeros y fue a ellos, los comerciantes españoles establecidos en la Capital en su mayoría catalanes,2 a quienes correspondió contribuir con los 60 mil pesos –una suma impresionante para la época y para el país– a que ascendía este empréstito inaugural. 2

García, Compendio, ob. cit., página 85.

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En 1844 los embriones de la burguesía nacional no pudieron llegar tan lejos. Permitieron inclusive que su representante más ilustre y su portavoz más consecuente fuera eliminado de la escena y que se apoderaran de la independencia, su propia causa, los más enconados enemigos de ella, para hundir la República en la más aventurera cacería de capitales ajenos en las plazas del exterior. En 1874 la existencia de una burguesía nacional capaz de asumir la responsabilidad y el financiamiento del proceso, era tan precaria como en las etapas anteriores, si bien comenzaba ya a presentar ciertos síntomas, principalmente en los sectores del Norte de la República. Pero, los esfuerzos del pasado y sobre todo los de las épocas más recientes, la guerra contra España, los seis años de Báez, habían minado sus energías de juventud. A fines de la guerra se constituyeron unas Juntas de Crédito compuestas por comerciantes criollos y extranjeros, en un momento en que no se podía pensar en acudir a los mercados extranjeros de capital, forzosamente solidarizados con España en la guerra que libraba contra los dominicanos. Naturalmente, estas contribuciones y colectas sin reembolso inmediato, sumadas a la paralización de los negocios por la guerra, aniquilaron al capital criollo. Todo este largo proceso explica que, al producirse la apertura capitalista de 1874, el sector burgués tuviera que ser importado de allende los mares y precisamente de Europa, a pesar de la proximidad de los Estados Unidos de América. La explicación de esta vocación europea original se encuentra en el hecho de que las fuentes de capital a las que inicialmente apelaron los sucesivos gobiernos de la llamada Primera República, se encontraban más cerca que cualesquiera otras, Curazao y San Thomas. J. A. Jesurum e hijo y Jacobo Pereyra habían sido los principales intermediarios en la exportación maderera, tan estrechamente ligada a los terrenos comuneros, y actuaron también como agentes financieros a través de sus contactos con los mercados europeos de capital. La apertura de 1874 no iba a alterar de momento esta estructura. El capitalismo europeo siguió acudiendo, inclusive con el renovado entusiasmo infundido por el cambio histórico, pero en lugar de venir

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en la forma de las letras de cambio convencionales, prefirió la vía del pasaporte para llegar en la mente, cuando no en los bolsillos, de los europeos, en persona. Nombres como el de los Vicini, Batlle, Bancalari, Thormann, Friedheim, Mellor, que en un momento dado figuran como prestamistas del Estado, y otros que no figuran como tales, representan a numerosas firmas que ya se habían establecido sólidamente en el campo de la industria y el comercio en gran escala en el país como resultado de este gran cambio histórico.3 Ciertamente otros capitales se establecieron en el país sin que ese fuera su origen. Los cubanos Ross, Amechazurra, Zayas Bazán, y otros que abandonaron Cuba a raíz de la llamada Guerra de los Diez Años (1868-1878), fundaron los primeros ingenios con capitales propios. Joaquín Delgado, el fundador del ingenio La Esperanza, fue uno de ellos. También el capital norteamericano acudió al llamado de la época con una fuerte gravitación sobre la economía. Pero, de 1874 a 1893, la tónica capitalista que adoptó el país fue predominantemente europea, tanto por su volumen como por su influencia directa sobre el poder público. Los intereses alemanes principalmente establecidos en Monte Cristy y Puerto Plata, como los italianos, holandeses, belgas y franceses en el sur y otras partes de la República, le dieron su contenido a esta primera etapa de la constitución de la sociedad capitalista moderna en nuestro país. Hoetink hace notar que totalmente de acuerdo con los cambios económicos que se efectuaron en el país, vemos aparecer lentamente como nuevos e importantes prestamistas a los individuos relacionados con la producción azucarera en el Sur. Y añade inmediatamente que, este cambio, que se dibuja claramente sobre todo en los años noventa, no solo significó un traslado del foco económico del Cibao hacia el Sur, significó además que comenzaron a actuar como acreedores los productores en vez de los comerciantes y que se hizo aún más evidente que antes, el carácter inmigrante del grupo de financieros…4

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Hoetink, ob. cit., passim y específicamente la página 131. Idem., página 129.

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2 El desarrollo de la industria azucarera, y con ella todo el contorno capitalista de la nueva sociedad, fue tan inmediato como explosivo. Ya hemos mencionado antes, el caso de San Pedro de Macorís, esta aldea somnolienta que contaba en 1871 no más de un millar y medio de habitantes y ya en 1880, sólo seis años después de la inauguración de este período, saltó hasta 8,000 o más. Según refiere Melvin Knight en su obra ya clásica, Macorís fue convertido en puerto de entrada en 1880. La región fue erigida en Distrito Marítimo en 1882 y fue declarada provincia en 1908. En esa fecha, era la región donde se encontraba la riqueza más grande del país, una riqueza que estaba en su mayor parte en manos de extranjeros. Y agrega: En 1882 había 16 ingenios trabajando en la parte sur de la Isla y 12 estaban en proceso de construcción…5 La competencia remolachera, para bien o para mal, puso freno a esta carrera industrial. El proceso no se circunscribió a la Sultana del Este, como se le llamó de manera muy cursi aunque entonces muy entusiasta, a esta inquieta ciudad, puesto que no se trataba solo de un acontecimiento económico sino de una coyuntura histórica que había alcanzado su expresión política en la revolución del 25 de noviembre de 1873. La explosión azucarera fue la expresión económica aunque no la única. Diversas empresas de carácter industrial proliferaron por todo el país. Además de otros ingenios de azúcar dispersos por el resto del territorio, Hoetink menciona distintas empresas entre las que se destacan las fábricas de jabón y de fósforos, de pastas y fideos en gran escala como reza la concesión, y asimismo de chocolate, de zapatos, de cerveza, de cigarros y cigarrillos y hasta una refinería de petróleo en La Romana, para la cual un tal Enrique Dumois había obtenido la concesión y para cuya protección se prohibía toda importación de gas o petróleo refinado que no tenga una fuerza de 150 grados arriba.6 5 6

Knight, ob. cit. Hoetink, ob. cit., página 132.

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No se olvide que Rockefeller perforó su primer pozo de petróleo, que iba a abrir una nueva era, solo hacia 1860, de manera que Dumois se movía en una atmósfera capitalista ultramoderna. Y, junto a la euforia industrial, se disparaba la actividad comercial ostentando nombres aparatosos: Sociedad Mercantil de Hamburgo, alemana; Samaná Bay Fruit Company, norteamericana; West Indian Public Works, del italiano L. Cambiaso y otras muchas que le permiten a Hoetink la siguiente importante, aunque provocadora conclusión: De esta manera tuvo lugar en esos años el surgimiento de un grupo acaudalado y unido de comerciantes, productores y financieros, el cual consistía, si se toman los apellidos como guía, en parte de «antiguas» familias dominicanas (Abreu, Ricart, Rodríguez, Grullón, etc.), quienes por lo demás solo habían llegado a la prosperidad en esos años, pero que en su mayoría estaba compuesto de inmigrantes de procedencia cubana, curazoleña y europea. Con ese grupo se inició una burguesía dominicana en sentido sociológico…7

Pero esta última aseveración está fuera de contexto. Aunque su obra se contrae a los aspectos sociológicos de la historia dominicana en la segunda mitad del Siglo xix (Apuntes para su sociología histórica) el contexto del cual se desprende esa conclusión obviamente fundamental de Hoetink, es netamente económico. En el texto citado no afirma ni niega que hubiera hecho entonces su aparición la burguesía dominicana.8 Su aseveración se circunscribe a dar constancia de su aparición, limitativamente, en sentido sociológico. Sin embargo, la caracterización de este período en términos de apertura capitalista, presupone la aparición de una burguesía dominicana en su aspecto más general y no solo sociológico. Del contexto del trabajo de Hoetink parece desprenderse que su caracterización Idem., página 133. Hoetink En primer lugar, las mejores técnicas en el sistema de comunicación nacional (en las últimas décadas del siglo): carreteras, teléfono, telégrafo, etc., tuvieron como consecuencia que las barreras entre las diversas estratificaciones regionales sufrieran un proceso de erosión, por lo cual pudo comenzar a formarse por primera vez desde la independencia una burguesía nacional in statu nascendi… (página 289).

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de la burguesía se funda en consideraciones económicas porque solo mucho después, y en capítulo aparte, presta atención a los aspectos sociales: Así vemos a finales del siglo operarse un proceso que puede ser denominado la consolidación de la burguesía nacional. No es casualidad que fuera precisamente en esos años que se establecieran en la capital y en Santiago los clubes sociales más exclusivos. Esta fue más bien el resultado final de aquel proceso, que llevó en la última década del siglo 19 y en la primera del siglo 20 a un aislamiento de casta de quienes se consideraban muchos de ellos desde hacía poco tiempo– de primera. En sentido político esto significó que la nueva burguesía, formada durante la dictadura de Heureaux y en parte gracias a ella, sintió la necesidad de hacer valer su influencia en el ejercicio del poder, cosa que condujo –por lo menos indirectamente– a la caída del régimen…9

Hoetink coloca por debajo de esta burguesía nacional a otra clase social que califica de clase media: En sentido social la creciente influencia nacional y exclusividad del grupo alto significó naturalmente una más clara conciencia de su posición social en aquellos que, colocados rectamente debajo de los primeros en la escala social, no pudieran ascender el último escaño o, si acaso, con mucha dificultad: los de segunda, un grupo medio que –como vimos antes– debe haber crecido mucho en ese período. Sin embargo, esta clase media era, en cuanto a su composición, muy heterogénea; comprendía artesanos y pequeños comerciantes y tenderos, maestros y aún aquellos abogados cuyo reducido éxito económico o cuyas facciones demasiado oscuras hacían difícil su ascenso social; además aquellos miembros de los grupos inmigrantes blancos cuya fortuna económica no había bastado hasta entonces para hacerlos aceptables a los grupos más altos.10

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Idem. Idem.

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Suponemos que Hoetink, de acuerdo con los marxistas, tiene por burguesía, en cualquier sentido, a aquel sector social que posee los medios de producción, por oposición a otro sector de la sociedad que no los posee y que trabaja para ella. Y asimismo un grupo medio que posee sus medios de producción pero que trabaja para sí mismo (artesanos, etc.) sin apoyarse en el trabajo de otro sector social. Del contexto de la obra de Hoetink se desprende claramente esta concepción en cuya virtud, y de ahí su importancia para el presente estudio, la sociedad que brotó a raíz de la Revolución del 25 de noviembre de 1873, presenta rasgos capitalistas netamente acusados, en la cual no resulta difícil mostrar los fundamentos económicos y los rasgos sociológicos que tipifican a la burguesía en general y a la burguesía dominicana en particular. Hoetink menciona las empresas de producción industrial y da los nombres de sus propietarios…

3 De ser válida esta suposición, el criterio de Hoetink choca inevitablemente con el que nos presenta Bosch en todo el contexto de su obra COMPOSICIÓN SOCIAL DOMINICANA, ya citada, y específicamente en la página 223, donde explica lo siguiente: En la sociología marxista todo lo que no es burguesía y proletariado se agrupa en el sector llamado pequeña burguesía; en la sociología inglesa la pequeña burguesía se denomina clase media, y en ésta se establecen dos sectores, el de la alta y el de la baja clase media. Pero en un país como la República Dominicana, que no tenía ni burguesía ni proletariado –aunque había algún que otro burgués, sobre todo extranjero– esa clase media o pequeña burguesía presentaba un campo más variado y bastante complicado…11

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Bosch: Composición social dominicana, ob. cit., página 223.

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Aparentemente Hoetink opta por la estructura de clases del socialismo francés clásico, sin duda porque a éste se le acredita la paternidad, tanto del marxismo como de la eventual sociología inglesa. Hasta el Siglo xviii la aristocracia inglesa se consideraba, con razón, como la clase que se encontraba en la cúspide de la pirámide social. En la base se encontraba el common people: obreros y campesinos. Y, en medio de ambas, una tercera clase que, por ocupar esa posición, se denominaba clase media, y que no era otra que la burguesía, más o menos confundida con los artesanos y otros productores independientes. Al producirse la Revolución francesa, que llevó a esta clase media, o burguesía capitalista al poder, se desplomó la estructura de clases de la aristocracia. La burguesía dejó de ser clase media para convertirse en clase dominante. A sus pies quedó siempre la clase trabajadora pero emergía con ella una clase nueva: el proletariado, o trabajador de las empresas burguesas. La clase intermedia, a su vez, adoptó nuevos rasgos. No era ya el grupo situado entre la aristocracia y el common people, sino entre la burguesía y el proletariado y, en esa virtud, se definía ahora por la posesión de los medios de producción y la carencia de un proletariado puesto a su servicio. Pero ese rasgo de la propiedad de los medios de producción lo convertía casi en burguesía sin serlo y por eso pasó a ser denominada pequeñaburguesía. El artesano y el campesino, que poseía el uno su máquina para coser zapatos y el otro su pedazo de tierra para producir la uva o el vino, se convirtieron en pequeños burgueses por el hecho de ser propietarios y al mismo tiempo, trabajadores de sí mismos. El contexto de Hoetink parece indicar que se ha atenido más al espectro del socialismo francés clásico, derivado de la Revolución francesa, que al de la aristocracia inglesa, al caracterizar a la burguesía dominicana. Y, ciertamente, en el período que sirve de base a su estudio, hace su aparición, mucho antes que una burguesía dominicana en sentido sociológico, una clase social que posee los medios de producción industrial, principalmente en el marco de la industria azucarera, y un proletariado netamente caracterizado. Hoetink proporciona abundante información en ese sentido.

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Y no es necesario más para la caracterización de este período. Es cierto que el peso económico de la burguesía dominicana cuyos nombres aporta Hoetink, es minúsculo si se quiere, en comparación con el de la burguesía europea o norteamericana de aquellos días. Pero no es el volumen de su riqueza ni la magnitud de sus inversiones ni el espacio que ocupan sus instalaciones industriales y el número de sus obreros, lo que caracteriza a una burguesía como burguesía. La pequeña-burguesía no es pequeña por sus determinaciones cuantitativas. Tanto a la una como a la otra las caracterizan sus relaciones sociales. De manera que, si en un país no existe más que una fábrica de maní de la que es propietaria una sola familia y en ella trabajan los únicos 100 obreros que existen, y además un solo zapatero que fabrica sus zapatos y se los vende a los obreros y a los capitalistas, esta es una sociedad burguesa. La única familia propietaria constituye la burguesía de ese país, el único zapatero y su familia constituyen la pequeña-burguesía, y los cien obreros constituyen el proletariado. Ninguna diferencia histórica separa al capitalista de este pequeño país imaginario, del gran burgués que tiene un palco reservado en la Opera de París. Los dos son burgueses y se entienden. Y lo mismo puede decirse de los restantes componentes de esa sociedad. Es en base a este criterio que debemos considerar que la Revolución del 25 de noviembre de 1873, constituyó una convulsión social profunda, que desplazó el poder de una clase a otra y echó las bases de una nueva sociedad. De ahí la brillantez de la intuición de Pedro Henríquez Ureña, aunque sus fundamentos metafísicos condujeran inevitablemente a la confusión. Este fenómeno se caracteriza también negativamente, respecto de la estructura tripartita tradicional del esquema económico, social y hasta político del país. Ya antes nos hemos referido a este aspecto pintoresco de nuestra vida histórica. Ahora lo replanteamos de nuevo, sirviéndonos de una voz ajena: Tradicionalmente se ha dicho que la economía dominicana durante la Primera República estaba basada en la producción de muy pocos productos cuya explotación se encontraba relativamente especializada por

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regiones geográficas. Eso es verdad. Siempre se ha dicho que en el Norte de la República, especialmente en el Cibao, se cultivaba tabaco y que éste era la base de la economía de aquella región, y también se ha dicho que en el Sur y en el Este, los dos productos principales eran la madera y el ganado, y que su explotación era la actividad principal de los habitantes de estas zonas. Los libros de viajeros, las memorias de los ministros y los periódicos, todos hacían referencia en un momento o en otro a esta especialización regional de la producción económica dominicana.12

Esto nos explica Moya Pons, pero ha podido agregar que también se ha dicho que la especialización del Sur era la producción azucarera, basada en el primitivo trapiche. Hoetink afirma que en 1870 había alrededor de Baní unos 100 trapiches y los estimados alrededor de Azua variaban entre 100 y 200. En LA CAÑA EN SANTO DOMINGO, Sánchez nos dice que: La agricultura, como medio para la vida, no tenía en Santo Domingo manifestaciones significativas sino en el Cibao, al principio con el café, y después con el tabaco: en el resto del país estaba circunscrita a las huertas o conucos para víveres, y cuando se sembraba la caña era para comer o hacer melado. Este orden generalmente esparcido en todo el territorio de la República Dominicana, con las excepciones ya dichas, solo era alterado en Azua, donde con más fe se conservó el cultivo de la caña, y donde quedaron los restos de la industria de fabricar azúcar moscabado muy claro y blanco, que se prestaba para exportar al extranjero…13

Así se completa el esquema tripartito de estas zonas. Lo referido insistentemente en estas páginas. El Norte era el tabaco. El Este era el corte de maderas y la ganadería. El Sur era el azúcar.14 Pero, al Frank Moya Pons: Datos sobre la economía dominicana durante la Primera República, Eme-Eme (Estudios Dominicanos), No. 26, mayo-junio, 1976, Vol. IV, página 24. 13 Sánchez, ob. cit., página 24. 14 La producción azucarera nacional no fue nunca, salvo en el Siglo xvi principalmente destinada a la exportación, pero el consumo interno era suficiente para condicionar la economía de la región sureña. El mismo Moya Pons explica que 12

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producirse la explosión azucarera de 1874, este esquema tradicional se viene abajo y con ella todo el cuadro histórico que hasta aquí hemos contemplado, incluido en él sus manifestaciones tanto económicas como sociales y políticas y hasta personales.15 El tabaco del Norte quedó automáticamente desplazado como producto de primer rango en la economía nacional. Y lo que a Moya Pons le parece ironía en el hecho de que en 1880 cuando los azules llegan al poder gracias al respaldo del tabaco, este producto empieza a perder mercado en Europa y a dar paso al azúcar como el principal producto de importación, seguramente no tiene nada que ver con los azules ni con la industria azucarera moderna, que ya en 1880 se encontraban en pleno desarrollo, produjo la quiebra de numerosos trapiches rurales que funcionaban en los campos del sur, particularmente en las cercanías de San Cristóbal, Baní y Azua… (Véase su Manual de historia dominicana, citada, página 409). 15 Aunque Moya Pons parece desestimar el año de 1874 como el punto de arranque de un nuevo período histórico en la vida nacional, y sigue en este asunto el criterio tradicional (igual que Bosch en su estudio de la composición social dominicana) y naturalmente pasa por alto la Carta de la intelección de la nacionalidad y que el estudio de la Revolución del 25 de Noviembre de 1873 en lo que a la periodización general de nuestra historia se refiere, constantemente registra la profundidad de los cambios que caracterizan el advenimiento de un nuevo período histórico en ese momento. Así, en sus Datos sobre la economía dominicana ya citados, sostiene que todo el cuadro histórico anterior a 1874 se desploma a consecuencia del nacimiento de la industria azucarera: En 15 años, esto es, de 1844 a 1859, la estructura de la economía no varió en lo más mínimo. Y todavía en 1871, si se lee con atención el Informe de la Comisión de Investigación de los Estados Unidos de América en Santo Domingo en 1871, ustedes pueden darse cuenta de la perpetuación del orden económico dominicano que existió en la Primera República. Las variaciones que hubo durante todo este primer período de nuestra historia nacional fueron más bien cuantitativas que cualitativas. Variaron las cantidades exportadas, pero el Cibao siguió produciendo tabaco, cada vez en mayores cantidades, aunque hubo una ligera crisis de exportación en 1852 a causa de la guerra de Crimea que debilitó nuestro mercado en Alemania; el Sur siguió exportando maderas, cada vez en mayor cantidad, hasta que los cortes se fueron alejando demasiado de la boca de los ríos y fue costando cada vez más dinero su transporte, siendo necesario entonces intensificar este tipo de explotación en el Norte y en el Nordeste, pero la gente todavía en su mayoría estaba dedicada a la ganadería a finales de 1851, como puede constatarse en la descripción del país que hizo el geólogo norteamericano W. S. Courtney en 1860, después de vivir durante dos años en el país. La agricultura se mantuvo estancada, en general, debido a la falta de tecnología y a la permanente ocupación de los hombres en las labores de la guerra para defenderse de los haitianos, y hay noticias de que en varias zonas del país la agricultura de subsistencia, así como la crianza de abejas y explotación de la miel y la cera, estuvo a cargo de las mujeres y los niños. Esto en cuanto a la descripción general de la producción y el comercio… (página 29, ob. cit.).

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las fluctuaciones de los mercados europeos sino fundamentalmente con la ruptura total y completa de las estructuras económicas y sociales del pasado como resultado de una gran revolución histórica. En esos mismos momentos la base maderera de la economía del Este, que solo en términos de la caoba, solo en el año de 1855 y solo por el puerto de Santo Domingo con destino a los puertos europeos, había exportado más de dos millones 300 mil pies,16 sufrió la misma decadencia aunque en grado mucho más acentuado. Y, naturalmente, otro tanto, y todavía en grado más catastrófico, le ocurrió a la primitiva producción azucarera del Sur a base de trapiches caseros. Esta situación no solo significó el desplazamiento del polo económico del Norte hacia el Sur, sino que afectó el comportamiento mismo de la sociedad dominicana en toda su extensión. La poesía de Salomé inauguró estos senderos pero no es casualidad que en Macorís, junto con los colonos se multiplicaran los poetas y llenaran el Parnaso nacional. Juan José Sánchez, con sus propios recursos poéticos, lo expresa de la manera siguiente: La industria azucarera, abriéndose paso por entre las breñas de la anarquía, hizo detener al antiguo guerrillero; le invitó a contemplar los horizontes que trazaban los cañaverales, le hizo admirar las prodigalidades de esta tierra; le enseñó en las máquinas el poder de la inteligencia del hombre reposado y en el humo de las chimeneas, disipándose en la atmósfera le representó la vaguedad e inconsistencia de las esperanzas en la política mal entendida. El guerrillero, regenerándose con el ejemplo, cambió el fusil con que destrozaba la vida de sus hermanos, por la azada y la coa…17

Obsérvese que, escribiendo en 1893, el autor no menciona el arado. Este silencio es elocuente. El arado, que resulta ser el símbolo de la agricultura, era desconocido entonces y lo seguiría siendo hasta bien entrado el Siglo xx. Increíblemente, antes que el arado llegó al Cf. Jaime de Jesús Domínguez: Economía y política, República Dominicana 1844-1861, Santo Domingo 1977. 17 Ob. cit., página 64. 16

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país la luz eléctrica. ¡Claro! Era inútil en un país secularmente edificado sobre el corte de maderas y la crianza libre del ganado. Solo el año de 1898 se importó este instrumento y durante largo tiempo permaneció arrumbado como una pieza absurda. Su importador, Juan Antonio de Lora, Ministro de Lilís, espera pacientemente aún su noble estatua…18 Pero, de todos modos, las palabras exaltadas de Juan J. Sánchez evocan las de Espaillat (¡que grandes capitalistas monten fábricas en las cuales el dócil e impetuoso vapor haga mover poderosísimas máquinas!), y tanto el uno como el otro, acariciando el sueño o contemplando la realidad, ilustran subjetivamente la naturaleza y la profundidad del cambio que se operó a raíz de la Revolución de Noviembre de 1873. La vida nueva presentaba, empero, algunas paradojas. Una de ellas es que la onda capitalista, que tradicionalmente había rondado la banda del Norte, reniega en 1874 de la tradición y enrumba precisamente al Este, la zona más enconadamente hostil a ella, donde tiene su asiento la ideología hatera, opuesta en principio y por principio a la fragmentación de los terrenos comuneros como suprema expresión de la propiedad privada. La otra paradoja es que la industria azucarera va a aniquilar a su predecesora, su propia madre, la primitiva fabricación de azúcar, que tenía su asiento en la banda del Sur. Pero por el momento no le vamos a prestar atención a esta última paradoja sino a la primera porque, como dice Knight, en este punto tocamos el corazón del asunto…19 El corazón del asunto reside, pues, en las tierras comuneras. Y, de acuerdo con la impresión de Knight, en el hecho de que la obra de manos y la tierra son sumamente baratas en Santo Domingo (1927), como explica inmediatamente después de esa afirmación terminante. Es indudable que en esa época las cosas eran así. Pero el problema era mucho más profundo. Knight pudo muy bien haber afirmado que hasta 1874 las tierras y el laboreo de ellas por el campesino eran gratuitas, aunque por supuesto, una afirmación tan peregrina Cf. Hoetink, ob. cit., página 20. Knight, ob. cit., página 13.

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le habría exigido una explicación que él, aún sin haberla hecho, aborda y explica a la medida de sus alcances, que no eran pocos. La verdad es que intervenía con no poca frecuencia el elemento monetario en el traspaso de terrenos de unas manos a otras –los títulos de peso– pero el aspecto más importante de esa situación histórica es que existían grandes extensiones de tierra que podían ser aprovechadas mediante un simple acto de ocupación. La práctica de los siglos había consagrado este sistema, y difícilmente podría haber habido un atractivo mayor para la industria azucarera, tan golosa de tierra llana y abundante. Como dice Hoetink, el poco valor de la tierra y la dificultad de oposición colectiva por parte de los comuneros, le facilitaban a terceras personas –que no poseían acciones– la usurpación de terrenos sin cultivar.20 Era natural que, al producirse la apertura capitalista de 1874, la propiedad privada pugnara por sobreponerse al viejo sistema comunero, y se manifestó en los términos de la contradicción entre la agricultura, secularmente atrasada, y la ganadería, que era el reducto más vigoroso del sistema ancestral. El Gobierno de Espaillat, aún dentro de la brevedad de su existencia, promulgó una ley que fue saludada y aplaudida, como una ley que consagra el derecho de propiedad adquirido por medio del trabajo, con estas palabras :Este es un triunfo positivo de la libertad.21 Esta ley fue denominada:

LEY SOBRE LA CONCESIÓN GRATUITA DE LOS TERRENOS DEL ESTADO (8 de julio de 1876)22 Y en sus Considerandos manifestaba: Considerando: 1o. que la agricultura es la base del futuro desarrollo del país; Cf. Hoetink, ob. cit., página 17. Véase Papeles de Espaillat, ob. cit., página 196. 22 Idem., página 197. 20 21

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Considerando: 2o. que contribuirá en mucho al progreso y ensanche de esta industria dar en propiedad los terrenos baldíos del Estado adecuados a la siembra de varios frutos de exportación. En su artículo 1º, la Ley declaraba que los dominicanos tienen el derecho de ocupar el terreno del Estado que no esté habitado por otro, para sembrar principalmente en él caña de azúcar, café, cacao, tabaco, algodón u otros frutos mayores.

Y en su artículo 8º, declaraba así mismo que, después de ciertos trámites que incluían la medida del mismo terreno y copia del plano levantado por el agrimensor, se expedirá en favor del interesado el título de propiedad, sin cláusula de reserva de ninguna especie. Esta Ley pasó por el mundo sin penas y sin glorias como otros tantos esfuerzos en igual sentido de que nos habla la Historia. Pero para nosotros presenta un particular interés. En primer lugar, debe señalarse que no presentaba ninguna novedad ni debía despertar entusiasmo alguno al reconocer un derecho de ocupación que los dominicanos venían practicando de manera ininterrumpida desde los albores del Siglo xvii. Sin duda, no era ese el objetivo de la Ley. Volveremos luego a este aspecto de la cuestión. En segundo lugar, al establecer la medición de las tierras y la obtención de una copia del plano levantado por el agrimensor, se condenaba a sí misma a morir de inanición. Un día los campesinos del norte, según cuentan testigos que aún viven, atribuirían todos los males que supuestamente cayeron sobre ellos a la invención de la agrimensura, que desde luego constituía la representación directa de la propiedad privada. En tercer lugar, la Ley es sometida a la consideración de la Cámara Legislativa tan pronto como Ulises Espaillat, la encarnación del proceso que se abre en 1874, llega al poder. Esto significa el ataque más profundo y directo a la situación ya abolida por la Revolución del 25 de noviembre de 1873. El objetivo de la Ley no era, obviamente, conceder unas tierras que el campesino obtenía sin necesidad de la Ley y menos del agrimensor. Tal como se observa en su articulado, el objetivo de la Ley era la supresión del estado de indivisión en que se encontraban las tierras comuneras, y que habían nutrido el

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despotismo de los gobernantes de origen hatero a todo lo largo de la vida republicana. De modo que la Ley tenía un profundo sentido revolucionario que no podía escapar a la visión cultivada y consciente de un personaje como Ulises Espaillat, quien había vivido en los Estados Unidos y había proclamado su admiración por las instituciones democráticas americanas, fundadas precisamente en una solución admirable del problema de la propiedad de las tierras. Aunque posteriormente, en presencia de la aventura de Grant con Báez, renegó de estas vehemencias, su pensamiento conservó la naturaleza capitalista de sus concepciones y de sus experiencias, claramente puestas de manifiesto al llegar al poder con su concepción del Banco de Anticipos y la Ley de Concesiones Gratuitas de los terrenos del Estado. Para ser, pues, consecuente con su pensamiento y el de su clase social, Ulises Espaillat debía comenzar por quebrantar la raíz del despotismo de los gobernantes de la etapa que se superaba en esos instantes: el estado de indivisión de las tierras comuneras. En consecuencia, el objetivo de la Ley era el de quebrar esa indivisión mediante la medición de las tierras y el consecuente establecimiento del derecho de propiedad sin cláusula de reserva de ninguna clase. Difícilmente pueda encontrarse un paso más coherente que el de esa Ley, por cierto bastante olvidada, principalmente porque careció de consecuencias prácticas. Solo el hecho de proclamar en su primer Considerando que la agricultura era la base del futuro desarrollo del país, Espaillat sentaba una tesis revolucionaria. Recuérdese que el arado era entonces desconocido en la República y que todavía le faltaban unos veinte años cuando menos, para apoderarse del campo. Esto significaba que la agricultura era el futuro en la misma medida en que el régimen comunero pasaba a ser el reducto del pasado… Desde luego, las consideraciones que anteceden parten de unos supuestos que, aunque han sido presentados ya en la primera parte de este estudio, exigen ser replanteados para mantener y consolidar la hilación del pensamiento del lector, aún a costa de ser reiterativos. El hecho es que, en efecto, el corazón del asunto, como expresa Knight, se encuentra en el nudo de ese problema que plantea el sistema de las tierras comuneras. (Véase el epígrafe de Patte.)

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3 En su obra, LA CAÑA EN SANTO DOMINGO de 1893, Juan J. Sánchez no puede obviar la necesidad de referirse a la naturaleza del sistema prevaleciente, en orden a la apropiación y explotación de las tierras en nuestro país, por los aspectos originales que presenta. Más de treinta años después, en igualdad de situaciones, el norteamericano Knight se va a enfrentar con el mismo apremio de explicar el sistema y rastrear en sus orígenes históricos. Dice Sánchez al comenzar el capítulo XV de su obra: Casi desierto el territorio que ocupa hoy la República Dominicana, vacantes los campos desde tiempo inmemorial, se trazaban extensos sitios o demarcaciones de terrenos baldíos que como tales se vendían o se cedían a uno o a muchos individuos: los sitios de un solo propietario o de una sola familia se llamaron de propiedad, los que por acciones o derechos pertenecían a muchos se llamaron comuneros. Generalmente unos y otros se destinaban para vagar los ganados o cortar maderas; y, pequeñas porciones, para huertas o conucos del que tuviera acción o permiso para ello. Así dividida la propiedad territorial en toda la superficie de la República, se adquiría y aún se adquiere la posesión de las tierras a muy poca costa, sobre todo cuando se compraba o se compra una acción o derecho de propiedad en sitios comuneros, derecho de propiedad que en la República Dominicana lo adquiere todo el que pueda y lo desee, sin distinción de nacionalidad…23

De acuerdo con esta presentación de Juan J. Sánchez, la propiedad de las tierras aparece después que se trazaban extensos sitios o demarcaciones de terrenos baldíos que como tales se vendían o se cedían a uno o a muchos individuos. Pero aquí no se dice QUIÉN trazaba esos sitios, ni en virtud de QUÉ derecho, como no fuera basado en la citada demarcación, se vendían o cedían esos terrenos. Este es, precisamente, el corazón del asunto. La caña en Santo Domingo, ob. cit., página 60.

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El hecho de que unas tierras pertenecieran a una sola persona y de que por esa razón se les denomine EN PROPIEDAD no tiene nada que ver con la propiedad del terreno, puesto que la individualidad de las personas no es lo que origina la naturaleza de la propiedad. Y, asimismo, el hecho de que concurra más de una persona y por eso se le denomine COMUNEROS a esos terrenos, no establece diferencia alguna respecto de aquellos que se denominan EN PROPIEDAD. Tanto el uno como el otro deben derivar su propiedad de una fuente original que en ninguno de los dos casos menciona Juan J. Sánchez. Knight sí los menciona: En la época de la colonización española, el Gobierno había hecho grandes concesiones de terrenos, fijando sus linderos por los ríos, cadenas de montañas u otros límites naturales. En esa época Santo Domingo era, en su mayor parte, un país GANADERO; existían pocas cercas y era importante que todo ganado tuviera acceso a las aguadas. Por estas y otras razones, incluyendo la ley española vigente y la comparativa solidaridad de las familias, los herederos de terrenos rara vez establecían los linderos de sus propiedades. En vez de esto, se repartían el valor del terreno representado en títulos de peso (literalmente por valor de un peso). Hubo una gran cantidad de terrenos disponibles al disminuir la población por las emigraciones a las ricas tierras del continente, abiertas a la colonización por los españoles. Como resultado de esto, una persona podía ser dueña de una cantidad de títulos de peso en una gran parcela. Si deseaba dedicarse a la agricultura, marcaba sus linderos conforme al número de títulos de peso que poseía, en cualquier sitio que no estuviera ocupado. Ningún otro poseedor de títulos de peso podía adueñarse de la parte que él había delimitado, mientras la estuviera utilizando. Si dejaba que prescribiera su ocupación, tenía todavía su parte en la parcela total…24

La explicación de Knight sería bastante aceptable si no partiera de un hecho que exige a su vez una explicación: Knight pone 24

Knight. ob. cit., páginas 59-60.

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primero el ganado y después las tierras. En esa época Santo Domingo era, en su mayor parte, un país GANADERO. Esto significa que ya ha debido estar regimentada la propiedad de esas tierras. Y de eso Knight no nos dice nada. Se coloca en la misma situación de Sánchez. Otra habría sido la situación si tanto uno como el otro autor hubieran conocido el acontecimiento de las Devastaciones de 1605-1606, y que fueron reveladas en toda su profunda significación por don Américo Lugo y posteriormente por Peña Batlle.25 El estudio de este acontecimiento le habría permitido a Knight, y desde luego a Sánchez, explicarse, I) la existencia de una impresionante ganadería montaraz, resultante de la destrucción de las haciendas y los ingenios de azúcar destruidos por las llamas; y II) la abundancia de tierras libres, abandonadas por sus propietarios fugitivos que se trasladaron a otras posesiones españolas a raíz de aquellos acontecimientos. Esas premisas habrían permitido a ambos autores, para mencionarlos solo a ellos, presumir la futilidad de establecer linderos en esas tierras. Las familias que permanecieron en el país, y cuya población continuó disminuyendo incesantemente, dispusieron no solamente de la tierra que pudieron necesitar, sino también de sus frutos, principalmente el ganado que vagaba libremente por ellas. Solo en el Siglo xviii, cuando el desarrollo de la colonia vecina, fomentada y explotada de manera formidable por los franceses, se convirtió en un mercado importante para la carne y los cueros, la miel de abeja y otros productos otorgados espontáneamente por la tierra, los habitantes de la antigua parte española devorada por las Devastaciones, comenzaron a experimentar la lenta penetración de la propiedad privada, expresada en el establecimiento de linderos y en los títulos de peso, sin que hiciera desaparecer del todo las raíces comunitarias originales, creada por las Devastaciones. 25

Américo Lugo: Historia de Santo Domingo. (Desde 1566 hasta 1608), Santo Domingo, 1952, y Manuel A. Peña-Batlle: La Isla de la Tortuga, plaza de armas, refugio y seminario de los enemigos de España en Indias, Madrid, 1951.

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Así parece entenderlo el Dr. Alcibíades Alburquerque, aunque desgraciadamente sin desarrollar su pensamiento, cuando en su obra TÍTULOS DE LOS TERRENOS COMUNEROS EN LA REPÚBLICA DOMINICANA, dice: El historiador Delmonte y Tejada en su Historia de Santo Domingo, en el tomo tercero, página 19, describe el concepto jurídico del sistema agrario en los primeros años del Siglo xvii, así como el sistema económico de los Hatos, su manejo, educación del ganado, cría de animales caballares, burros, etc. Considero muy interesante esa descripción del docto historiador, pues en su lectura se advierte la importancia histórica y jurídica del sistema agrario durante el Siglo xvii, que constituye los primeros vestigios del nacimiento de los derechos de tierra, fuente y punto de partida del régimen de la tierra durante la dominación hispánica y luego transmitidos y adoptados con caracteres más definidos durante nuestra vida republicana…26

Algo más adelante, Alburquerque, concluye: Históricamente el Hato fue el origen de los derechos sobre la tierra representados en títulos de pesos en los sitios comuneros, a partir, probablemente, del Siglo xvii.27

5 La cuestión realmente divertida, particularmente para un capital ávido de tierras en 1874, es que los títulos otorgados real o supuestamente en el Siglo xvi, debieron permanecer intactos en el país cuando los propietarios emigraron, cosa naturalmente difícil ya que no inconcebible, sino soportar trescientos años ininterrumpidos en Alcibíades Alburquerque: Títulos de los terrenos comuneros en la República Dominicana, Santo Domingo, 1961, página 18. 27 Idem., página 20. 26

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el marco de un sistema que no exigía el título de propiedad. Knight, dando por sentada la existencia de tales títulos, da una explicación de su precaria existencia en estos términos: Los desórdenes sucesivos y las flagrantes faltas en el sistema de registro de títulos, habían llevado la propiedad de las tierras a una situación caótica. Una ley aprobada en 1885 había anulado el requisito de la ocupación pacífica y continua durante treinta años, aceptando la posesión como fundamento del título de propiedad. Sin embargo, nuevas revoluciones ocurrieron y ningún sistema de registro fue establecido. Los libros de registro eran destruidos o se perdían: se manufacturaban títulos falsos; mucha gente no tenía títulos de ninguna clase para garantizar sus propiedades y los notarios eran a menudo sobornados…28

La situación histórica descrita por Knight, que era, por lo demás, de todos conocida, resulta suficiente para comprender que el sistema de propiedad de las tierras funcionaba en Santo Domingo de manera peculiar. A la propiedad, que carecía del instrumento idóneo que le sirviera de fundamento, la sustituía la posesión. Y Knight no oculta que la idea de tomar como base para la reclamación de parcelas de terreno el uso o posesión de las mismas, en vez de los títulos de propiedad, tiene su mérito…29 Entusiasmado con la originalidad del sistema, Knight llega inclusive a hacer un esfuerzo poético por rastrear sus orígenes, no en las Devastaciones de 1605-1607, con lo cual habría encontrado nuevos elementos y mucho más dramáticos para justificar su entusiasmo, sino en la colonización de los romanos en el Mediterráneo occidental, cuyo sistema fue heredado por los mahometanos e impuesto en España, de donde él parece derivar su extraña supervivencia en Santo Domingo30. Pero entonces habría debido explicar por qué en Santo Domingo y no en las restantes posesiones españolas. Knight, ob. cit., página 61. Idem., página 60.

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La verdad es que el sistema comunero propio de Santo Domingo, no solo ha tenido el mérito que le reconoce Knight, sino lo que es más importante, unas consecuencias de donde ha derivado el destino histórico completo de este país. A estas consecuencias hemos dedicado la primera parte del presente estudio. Y de ellas la más importante es la que hemos denominado CONSECUENCIA I,30 la de volatilizar la propiedad privada y dar origen a un sistema de propiedad comunitaria de las tierras, como si todo el territorio nacional estuviera a la libre disposición de las necesidades inmediatas de sus habitantes. Y ahora podemos añadir que el empréstito Hartmont, de Báez, fue en el fondo contratado para cubrir la deuda ancestral creada por las Devastaciones… Pero llegaría el Siglo xix y con él la demanda histórica de establecer la propiedad privada en todos los dominios como condición sine qua non del progreso y del desarrollo social y económico del país. Al presentarse esta situación, la nación entró en conflicto con su pasado. La ruptura se produce con la Revolución del 25 de noviembre de 1873. Con ella hace irrupción la corriente capitalista mundial en el país, la burguesía emerge como una fuerza histórica y desde el primer momento, con la Ley de Concesiones Gratuitas de los Terrenos del Estado, del presidente Espaillat, se reanuda con las perspectivas más sonrientes una presión sobre las tierras comuneras, que habían resistido desde 1808 la presión burguesa mundial, pasando por la ocupación haitiana y los gobiernos republicanos de Santana y de Báez.

5 Desgraciadamente, el capitalismo había llegado tarde a su cita con este país, debido naturalmente a la resistencia del sistema comunero. A causa de ello, las fuerzas sociales que debían brindarle la 30

Idem.

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bienvenida se encontraban prácticamente exhaustas. No encontró más que la euforia que emanaba de las masas. Aparecieron alegremente los espíritus emprendedores y los inventores de toda laya. Hizo su entrada triunfal la gran poesía. Grandes masas del campesinado se desplazaron a las ciudades y súbitamente apareció una actividad desconocida en todo el país. Pero no pudieron desarrollarse libremente las fuerzas que debían dar origen a una burguesía nacional fuerte, en el marco de un desarrollo gigantesco del capitalismo en el ámbito mundial. De manera que, al imponerse el desarrollo de manera espontánea, sin una dirección nacional consciente y al mismo tiempo enérgica, la euforia capitalista pronto perdió su poesía y se encaminó por unos senderos decididamente opuestos a los que demandaban las metas nacionales y patrióticas. Con la industria azucarera vino el capitalismo y con él la vida moderna, pero de manos del capital extranjero. Inicialmente, la demanda de capital se polarizó hacia las fuentes europeas. Más tarde, y en respuesta a las transformaciones históricas y a las contradicciones internas propias del capitalismo, esta corriente cambió de curso en dirección de las fuentes americanas. Denominamos a la tendencia inicial del capitalismo en nuestro país ciclo europeo, por el predominio de las fuentes europeas de capital. Y asimismo ciclo americano el desplazamiento de esa tendencia hacia una fuente más próxima, los Estados Unidos, aunque siempre dentro de la preponderancia europea en la vida económica nacional. El ingreso del capital extranjero va a propiciar el desarrollo de una sociedad burguesa con todos sus atributos pero subordinada a la dependencia extranjera. La burguesía propiamente nativa no podría ejercer una resistencia suficientemente enérgica para preservar incólume la independencia nacional, que constituye la base de su desarrollo. Y, como que el poder político inevitablemente debía quedar en manos nativas, la penetración extranjera tenía que entrar en relaciones cada vez más estrechas, debido a la competencia de los diversos intereses foráneos, con el poder público nacional. La historia completa de esta etapa se encuentra condicionada por esta

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fundamental premisa. La economía resulta inseparable de la política. Y, una vez más, la política resulta inseparable de la dictadura. El personaje que ilustra de manera más profunda y más trágica este proceso, se llama Ulises Heureaux o Lilís.

6 Con la ascensión de Lilís a la Presidencia de la República en 1882, se produjo la situación más fervorosamente anhelada por los capitalistas: la paz. Dos cosas ama el capitalismo: la guerra y la paz. Y dos cosas odia; la revolución y las crisis económicas. Al gobernante capaz de proporcionar la paz, le otorga todo su poder. Pero, cuando se presenta la crisis, y como resultado de ella aparece el fantasma de la revolución, entonces lo destruye y opta por la guerra para restaurar la paz. La paz, es pues, ambivalente, dialéctica. Durante un conflicto bélico, la paz se opone a la guerra, pero una vez restablecido el equilibrio, la paz se opone a la revolución, y sigue siendo la paz… Así llegó Lilís a convertirse en el gobernante supremo de este país, una vez que la apertura de 1874 puso en el primer plano de las condiciones imprescindibles para el desarrollo capitalista, las premisas de la paz.31 Lilís debe haberse percatado desde el primer momento de la naturaleza de estos vínculos, porque el 5 de mayo de 1882 le decía a Luperón, por entonces en París en gestiones financieras cerca del financista Blondot: Puedo asegurarle que si no se establece el Banco, no me atrevo a hacerme cargo de la Presidencia…32 Ver supra Consecuencia I, página 153, y Consecuencia de las consecuencias: la sociedad hatera, página 236, así como mis obras, El gran incendio, Santo Domingo, tercera edición 1974, y Cuando amaban las tierras comuneras, Siglo XXI, México, 1978. 32 En su carta del 15 de julio de 1882, Ulises Heureaux le dice a un señor Boscowitz de Puerto Plata, lo siguiente: Si la Compañía de Préstamos de Puerto Plata se resiste a hacerme los avances necesarios, no nos será posible garantizarle el capital que tiene en manos del Gobierno, para ello contamos con la paz, esta se sostiene con dinero, no pudiendo ellos facilitarnos ese poderoso agente, todo corre riesgo, paz. Gobierno y capital… (Hoetink, ob. cit., página 126). 31

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Alguien ha debido convencerle de la conveniencia de aceptarla de cualquier manera porque Blondot murió inopinadamente antes de que las gestiones de Luperón hicieran posible el establecimiento del Banco. Y de todos modos la simbiosis entre capital y gobierno se realizó en los términos anhelados: el capital necesitaba la paz que solo el presidente Heureaux podía proporcionarle, y a su vez solo el capital podía proporcionarle al presidente Heureaux la autoridad requerida para alcanzar la paz.33 En efecto, ni siquiera cuando su poder personal llegó a ser ilimitado hasta el punto de decidir cuándo una persona debía nacer y cuándo debía morir, dejó este personaje de considerarse a sí mismo sólo como un subalterno, aunque el más conspicuo, de un poder que estaba por encima de su cabeza. Así lo ilustra una de esas anécdotas, tan risueñas como profundas, que usualmente se le atribuyen. Se cuenta que, a raíz de un intercambio de expresiones poco amistosas entre el entonces joven escritor Américo Lugo y el destacado capitalista Don Juan B. Vicini, el presidente Heureaux hizo traer a su presencia al escritor y, después de un amable preámbulo, le dijo: —Ya usted sabe, yo solo soy el Vice-Presidente. El Presidente es Don Juan, que es el dueño del dinero…34

De modo que para Lilís el verdadero presidente no era él mismo, ni siquiera Don Juan, sino quienquiera que fuese el dueño del dinero, o sea MONSIEUR LE CAPITAL. Y es ésta la profunda significación de este personaje aparentemente pintoresco. Fue él quien más que nadie personalizó, acaso por su atracción hacia las mujeres jóvenes, el desplazamiento definitivo de aquella dama a quien conocimos en los salones gubernamentales, en el esplendor de su juventud y de su grandeza, con el orgulloso nombre de MADAME LA TERRE…

Idem., página 123. Citada por Bosch en Composición social dominicana, citada y tomada del Cancionero de Lilís de Demorizi.

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7 Durante la primera fase de su gobierno, hasta 1893, Lilís sirvió de engarce para la expansión capitalista del potencial europeo. Esto no se debió a una iniciativa personal sino a una contingencia histórica. Se trataba de un país que andaba afanosamente en busca del capitalismo y de un capitalismo que andaba afanosamente en busca del país. De momento, el primero en aparecer cuando se abrieron de par en par las puertas de 1874, fue el europeo. Ya conocemos las causas. Como dice un conocedor las llagas que habían dejado la ocupación española en los años de 1860 y los esfuerzos de los Estados Unidos por adquirir la Bahía de Samaná e inclusive anexar el país entero después del 1870, eran indudablemente los problemas que el Presidente había determinado evitar o por lo menos controlar…35 Parece que el criterio de Lilís era similar al de aquellos curanderos de la Edad Media que, de acuerdo con su teoría del similia similibus, inyectaban trementina para producir las llagas nuevas que debían curar las llagas viejas… Pero había otras razones más profundas. En tiempos del presidente Garfield de los Estados Unidos, su Secretario de Estado Blaine proyectó una reunión con todas las naciones del Hemisferio occidental. La base de esta reunión era la asistencia de todas las naciones. Pero Santo Domingo no asistió y esta ausencia echó a perder los planes, aunque la reunión, conocida en los anales de las reuniones hemisféricas con el nombre de Primera Conferencia Interamericana de 1889-1890, se llevó de todos modos a efecto. La causa de la inasistencia dominicana fue el producto de los esfuerzos iniciales de Heureaux, tan pronto como llegó a la Presidencia de la República en 1882, por establecer nexos más firmes con los EE.UU. Las negociaciones a tal fin tuvieron éxito y se instrumentó un Tratado de Reciprocidad en 1844 que regulaba las relaciones 35

Thomas J. Dodd: La República Dominicana y la Conferencia Interamericana de 1889-1890, Revista Eme-Eme (Estudios Dominicanos), Número 13, Vol. III, julio-agosto, 1974, página 28.

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comerciales con aquel país. Heureaux cifraba muchas esperanzas en este Tratado pero no obtuvo la aprobación del Senado norteamericano y, sin una palabra adicional, fue engavetado, infligiéndole al Presidente dominicano una profunda herida que se reflejó en la ausencia a la reunión de 1889-90. Sin embargo, nuevos cambios en la Administración, habían modificado la política norteamericana y, cuando se proyectaba esta nueva reunión, Lilís llevaba a cabo nuevas conversaciones orientadas al acercamiento respecto de EE.UU., convencido precozmente de que ésta era la potencia del futuro. El pasado no le ayudaba. Cazneau de un lado y Báez del otro eran unos fantasmas que rondaban los pasillos del Senado y conspiraban contra él. El fracaso del Tratado de Reciprocidad de 1884 fue principalmente rechazado por la agitación popular en Santo Domingo y había producido un enfriamiento tan profundo en EE.UU. que en la primavera de 1885 se le ordenó al Ministro norteamericano en Haití, quien se ocupaba marginalmente de Santo Domingo como Encargado Comercial, enviar la correspondencia referida a asuntos haitianos al Secretario de Estado, mientras la que se refería a los asuntos dominicanos debería ser enviada a una dependencia interior, la Sub-Secretaría de Estado…36 Pero las nuevas brisas de 1889 y la actividad de un enviado norteamericano, el ex-esclavo Frederick Douglas, refrescaron el ambiente y propiciaron nuevas conversaciones. Pero esta vez, aunque el Tratado fue ratificado, se levantarían densas sombras que iban a impedir que se produjera un corte en los acontecimientos históricos. Las potencias europeas levantaron una gran polvareda. Se consideraban perjudicadas por el nuevo Tratado que concedía el privilegio de nación más favorecida a EE.UU. por encima de los tratados vigentes con ellas. Es posible que esto se hubiera arreglado y, en efecto, Lilís manejaba la situación con habilidad y astucia. Pero, por debajo de estas negociaciones se manipulaban otras que afectaban directamente al pueblo dominicano y en consecuencia la polvareda tomaba otras dimensiones. 36

Idem., página 36.

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Sumner Welles refiere que aunque Heureaux insistió en que se descontinuaran las negociaciones por el momento, reiteró su inclinación a considerar cualquiera proposición que se le hiciera privadamente en el curso del siguiente año, y hasta le comunicó al Cónsul americano sus propias proposiciones modificando el proyecto americano que originalmente le había sido comunicado».37 Estas proposiciones de Lilís en las que se modificaban las del Cónsul, siempre de acuerdo con la información de Sumner Welles, eran las siguientes: 1. Ninguna suma será pagada por el Gobierno de los Estados Unidos por el arrendamiento de territorio dominicano. 2. Las dos Repúblicas concertarán una alianza ofensiva y defensiva, con el privilegio en favor de los Estados Unidos de establecer estaciones en los puertos dominicanos y fortificarlos. 3. En el caso de que la República Dominicana declarara la guerra a Haití, el Gobierno de los Estados Unidos determinaría si la agresión dominicana estaba justificada y, en caso de estimar que lo era, facilitaría dos buques de guerra y un empréstito de $1,000,000.00. 4. El gobierno dominicano ocuparía el Môle de San Nicolás, como garantía de los fondos adeudados por el Gobierno haitiano dentro del Tratado de 1874, comprometiéndose los Estados Unidos a retener este puerto en nombre del Gobierno dominicano.

Ni la conciencia ni la inconsciencia de Lilís le permitían llegar a esas profundidades. Iban demasiado cosas juntas en una sola canasta: una guerra con Haití cuyo desenlace era imprevisible, la fortificación extranjera de puertos dominicanos, la retención del Môle de San Nicolás, la gran bahía haitiana, por EE.UU. en nombre de los dominicanos.38 Todo esto en base a un empréstito de un millón de pesos Sumner Welles, ob. cit., página 456. Cuenta Monclús, a propósito de lo que leemos en Sumner Welles: Dentro de nosotros era corriente la versión de que Lilís acariciaba planes atrevidos en relación con Haití. Se decía que se preparaba a hacer conquista para convertirse, como lo había querido Soulouque, en Emperador de la Isla. La idea de los proyectos de revancha en contra de nuestros vecinos y de tal Imperio, no fue vaga y pasajera impresión entre

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que no podría utilizar Lilís en sus propios fines. Y, además, un punto que no aparecía textualmente mencionado en las contraposiciones de Lilís, ni tenía que ser mencionado en las proposiciones del Cónsul: la bahía de Samaná, toda vez que la fortificación de los puertos y el establecimiento de estaciones navales no podía tener otro nombre. En consecuencia, se conjugaron dos poderosos motores. La protesta de las potencias europeas envolvía a amplios sectores populares. Así, la de Alemania significaba la paralización de las compras del tabaco cibaeño, y por tanto la movilización de las masas populares en todo el Cibao. Esto desde luego era el producto del Tratado de Reciprocidad. Pero, al mismo tiempo, estaban las negociaciones secretas que envolvían implícitamente la soberanía sobre la Bahía de Samaná y eventualmente sobre todo el territorio. Y esto envolvía no ya a amplios sectores sino a toda la Nación. La Guerra parpadeó en el horizonte, pero no hacia Haití, sino en Santo Domingo, y Lilís se vio obligado a pedir a EE.UU. que dejara sin efecto el Tratado de Reciprocidad, mientras por lo bajo aplazaba las conversaciones para una oportunidad en que la prensa norteamericana y los propios funcionarios dominicanos que participaban inevitablemente en este tipo de arreglos, pudieran mantener el más impenetrable secreto. Mientras tanto, hizo públicas las declaraciones más firmes en el sentido de que ninguna conversación que pusiera en peligro a Samaná, estuviera en juego. De manera pues que, por el momento, la iniciativa de los EE.UU. quedó paralizada y asimismo salvada la influencia del capital europeo durante esta etapa aunque, como se ve, esa influencia no era tan plácida como la describe Antonio de la Rosa en su obra acerca del control americano antes mencionada: Desde 1866 a 1873, todas las concesiones de minas, todos los monopolios de fabricación y navegación, todos los contratos de ferrocarril, nosotros; ella perduró y todavía se le asocia a los más consistentes recuerdos de Lilís. De la autenticidad de esos proyectos, no se conserva ninguna personal referencia; ni siquiera en relación con ello, algo, que se sepa, en la expansión de la intimidad o de un vislumbre en las anécdotas… (Véase El caudillismo en la República Dominicana, ob. cit., página 116).

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el Banco llamado nacional, estaban en manos de los americanos. Las tres concesiones consentidas (al capital europeo), empréstitos, minas y bosques a los señores Hartmont y Cía. de Londres, habían sido, en efecto, anuladas. Pero después que el Senado americano hubo rechazado la anexión, y el sucesor de Báez (González), anuló el arrendamiento de Samaná, quedaron sin base las concesiones americanas, las cuales fueron caducando sucesivamente; los capitalistas americanos que se habían instalado en Santo Domingo, abandonaron el territorio creyendo, sin duda, que en lo sucesivo sus intereses no estarían lo suficientemente protegidos. Y entonces renació la influencia de Francia… Los concesionarios americanos fueron reemplazados en todas partes por concesionarios franceses…»39

No solo franceses. Aunque estos tuvieron una interacción muy espectacular y escandalosa con el Gobierno, no fue menor la de los holandeses. El papel del Banco Nacional de Santo Domingo, que era un banco francés, no fue más destacado ni tuvo consecuencias más importantes que la Westendorp & Cía., que era una compañía holandesa. Así mismo, el papel de los capitalistas italianos, los Vicini, los Bancalari, quienes suplían abundantes fondos al Estado, y otros como los Cambiaso, los Cocco, los Bernardini y Mariotti y los famosos comerciantes catalanes, que se encontraban aquí desde los tiempos de Duarte –precisamente uno de ellos era su padre– no quedaban en segundo plano, y menos los belgas y sobre todo los alemanes, cuyo poder político (Demetrio Rodríguez, Juan Isidro Jiménez, Desiderio Arias) llegó a ser tan importante como su poder económico en el país. En el plano individual, ninguna influencia del capital europeo en nuestro país fue tan grande como la de don Juan B. Vicini, que era italiano, o la de Cosme Batlle, que era catalán. Pero la ilustración más elocuente de la importancia de la penetración del capital europeo en Santo Domingo es la presencia espectacular de las unidades navales de las grandes potencias europeas en 39

De la Rosa: Las finanzas en Santo Domingo, ob. cit., página 77.

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la rada capitaleña, cada vez que uno de sus nacionales era de alguna manera afectado en sus intereses por las acciones gubernamentales. También podía registrarse la presencia de unidades navales norteamericanas, pero más bien en el papel de partiquinos y en función hasta cierto punto diplomática y tímida, en nombre de la Doctrina de Monroe. Por esas razones el ciclo americano, que se inicia ahora, sigue enmarcado en la etapa preimperialista de la penetración capitalista en nuestro país, bajo el signo del predominio y la influencia del capitalismo europeo. Y no será sino en una etapa superior de desarrollo histórico, que este signo se invierta.

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Ciclo americano (1893-1903)

Los capitalistas no se reparten el mundo, llevados de una particular perversidad, sino porque el grado de concentración para obtener beneficios a que se ha llegado, les obliga a seguir este camino… Lenin.

1 El gobierno de Lilís se extiende de 1882 a 1899. En este lapso de 16 años su gobierno pasa, de una primera fase de entrega cada vez más profunda al capitalismo europeo, a un giro brusco e inesperado en dirección de la entrega cada vez más profunda al capitalismo americano. Pero no se trata de un giro caprichoso. Estas dos fases corresponden con los dos ciclos del proceso de desarrollo del capitalismo en general, y en particular del americano, por comprender a nuestro país en su esfera de influencia, y que hemos presentado como el tránsito del capitalismo industrial al capitalismo financiero. Este proceso, que en su momento justo olfateaba Lilís con su prodigiosa intuición, recibe en 1893 un impulso vertiginoso que ha de desembocar con todos sus atributos en la alborada del Siglo xx. Huelga decir naturalmente- aclara Lenin en la obra mencionada- que 699

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en la naturaleza y en la sociedad todos los límites son convencionales y variables, y que sería absurdo discutir, por ejemplo, sobre el año o la década precisos en que se instauró definitivamente el imperialismo…1 Y así es. Pero algunos acontecimientos nos sirven para representar por decirlo así, de una manera objetiva y concreta el momento en que puede reconocerse la consumación del cambio. Así, la IMPROVEMENT en 1893 nos sirve para indicar el momento de torsión que ha de consumar con la CONVENCIÓN de 1905-1907 ese proceso. Peña-Batlle parece tener la impresión de que este proceso va de 1893 a 1916. Hace falta-dice en 1950- una historia del período comprendido entre la constitución de la Improvement y la ocupación americana (1893-1916). Cuando se haga la historia científica de esa época se verán situaciones sorprendentes…2 Esto dice pero no agrega nada más ni se desprende de sus subsecuentes consideraciones. Hoetink, por su parte, afirma que en los años noventa, comenzó un período no solo de influencia financiera, sino también de creciente influencia comercial norteamericana…3 Pero debemos hacer notar dos cosas: una es que la Ocupación americana no abre ni cierra un ciclo, toda vez que ella no pasa de ser la expresión militar de un proceso histórico iniciado unos años antes, objetivamente con el Protocolo de 1903; y la otra es que la influencia financiera y comercial norteamericana durante la fase que hemos señalado (1893-1905), queda comprendida en el ciclo de preponderancia europea, aunque a medida que se aproxima al desenlace de 1905, esta preponderancia va siendo paulatinamente suplantada por la americana y rindiéndose a la evidencia histórica. Y, claro, subjetivamente puede darse por consumado este proceso antes de que un hecho material, objetivo, sirva para dar constancia V. I Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo, Moscú, 1979. M. A. Peña Batlle: Emiliano Tejera, Ediciones de la Librería Dominicana, Santo Domingo, 1951, página 42. 3 Hoetink, ob. cit., página 158. 1 2

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del desenlace, como ocurrió a raíz de la muerte de Lilís en 1899, cuando un periódico norteamericano, el Daily Inter Ocean, titulaba uno de sus artículos: SANTO DOMINGO GOBERNADO POR CIUDADANOS NORTEAMERICANOS.4 Realmente no era así, pero la influencia del capital americano en el Gobierno era tan profunda ya, que autorizaba estas apreciaciones subjetivas. Todavía dos años antes de la muerte de Lilís, en 1897, el capital europeo conservaba una ligera diferencia con respecto a la penetración del capital americano, a juzgar por el balance de las importaciones respectivas de nuestro país. El siguiente cuadro lo revela claramente si se suman las importaciones provenientes de las Antillas a las importaciones europeas, toda vez que las importaciones provenientes de las colonias representan solamente un punto de escala de sus metrópolis, y cuyos totales acusan un 47% contra 45%, a favor de Europa:

Valor de importaciones por país (1897)5 (en %)

EE. UU.

Antillas danesas

Gran Bretaña y colonias

Alemania

Francia y colonias

Bélgica

Antillas holandesas

Italia y div.

45

12

11

7

7

5

3

2

2 Lilís, con su asombrosa perspicacia, percibió a la distancia el desenlace y se plegó a las exigencias de la época. En 1893 le aseguraba a un corresponsal europeo, su amigo Isidoro Mendel, que ya en ese momento el teatro de las relaciones financieras viene a ser más bien los EE.UU. que Europa…6 Listín Diario, 30 de septiembre de 1899, citado por Hoetink, ob. cit., página 159. Hoetink, ob. cit., página 158. 6 Idem., página 159. 4 5

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Y, en esa virtud, asumió la misión de presidir en nuestro país el proceso de cambio que se gestaba en el seno del capitalismo mundial, bajo cuyos auspicios la conducta imperial debía dar paso a la conducta imperialista. En sus manos, claro está, el cambio debía adoptar una forma violenta, aunque en los hechos el ciclo europeo no iba a cerrarse sino cuando lo decidiera la historia con su propio estilo de violencia, y no iba a tener Lilís el privilegio de contemplarlo. El proceso que él preside se caracteriza por la naturaleza independiente de la actitud del capital norteamericano, sin que el gobierno de los EE.UU., escaldado por las aventuras de Cazneau y la gran frustración del presidente Grant en tiempos de Báez, apareciera en escena. Por esa razón el proceso se inscribe todavía en la ERA IMPERIAL, pues éste es el rasgo que caracteriza la participación gubernamental por medio de sus unidades navales en la actividad del capital europeo en nuestro país. Los acontecimientos que han de preparar las condiciones para el cambio histórico durante el gobierno de Lilís, se desarrollan de manera cinematográfica. Uno de sus protagonistas ha de ser Eugenio Generoso de Marchena, comerciante curazoleño-sefardita según lo presenta Hoetink, lo que quiere decir persona de influencia en las esferas del gran capital europeo. Por cierto que bien podía lucir en las pantallas cinematográficas pues se le atribuye una gran prestancia y un atractivo personal irresistible, a los cuales debería una gran carrera pública y a ésta un fin trágico. Con Lilís al frente, este personaje va a encarnar uno de los dos polos subjetivos de la confrontación histórica entre los dos gigantes objetivos del capitalismo: el Viejo y el Nuevo Mundo. De Marchena, a quien vimos ya en la comisión del Banco de Anticipos de Espaillat, fue el gestor de las operaciones financieras en Europa que culminaron en el Banco Nacional de Santo Domingo. Este Banco Nacional de Santo Domingo era en realidad un Banco francés.7 Le había caído casi como un regalo a De Marchena 7

Cf. passim, Las finanzas de Santo Domingo, citada.

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cuando se encontraba en otra operación financiera de alto rango, la liberación de la famosa Deuda Hartmont de 1869, la estafa del siglo, que pesaba como un yugo sobre las finanzas dominicanas y que desde luego frenaba las iniciativas gubernamentales de Lilís. La operación culminó con un gran triunfo personal de De Marchena, pues la deuda fue absorbida por una compañía de Ámsterdam, la Westendorp & Compañía, que se hizo cargo de los bonos ingleses por medio de otro empréstito. Durante las conversaciones se presentó la posibilidad de que otra institución financiera, el Credit Mobilier de París, fundara un Banco en Santo Domingo cuya concesión le fue otorgada por Lilís a De Marchena, quien a su vez la traspasó a otra persona, sin atribuirle probablemente mucho valor. Más tarde hubo de renegociar la concesión y por fin la obtuvo el Credit Mobilier el 26 de julio de 1889. Lilís debió estremecerse al estampar su firma en la resolución porque en la misma fecha y tal vez a la misma hora, exactamente diez años después, caía abatido por las balas en un rincón de la ciudad de Moca que conserva aún sus lúgubres reverberaciones… Lilís manejó caprichosamente sus compromisos con la Westendorp, disponiendo de los fondos de las aduanas puestas en garantía, y obligó a la Compañía a desinteresar a sus accionistas traspasando el contrato a sus propios abogados americanos, quienes crearon al efecto otra compañía, la SANTO DOMINGO IMPROVEMENT COMPANY, y la incorporaron en New Jersey, EE.UU., de acuerdo con sus leyes. Este es el punto de torsión. Como se ve, la operación no consiste en un traspaso de compañía a compañía, sino de la conversión de capital europeo en capital americano. Y esto, que hoy probablemente carezca de importancia, tenía una significación especialísima en 1893, debido a que en esos momentos se operaba un cambio histórico en el seno del capitalismo que iba a situar al capital norteamericano en una posición privilegiada en la cúspide misma del capitalismo mundial. En consecuencia, la vida pública dominicana iba a acusar bien pronto los efectos de un cambio que hasta esos momentos solo se manifestaba en la forma de una banal operación

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financiera, pero que iba a tener profundas repercusiones en el curso histórico de nuestro país.

3 La apertura de 1874 que debe propiciar la entrada del sistema capitalista de producción en nuestro país, coincide punto por punto con el proceso de monopolización de la industria norteamericana. Como dice el historiador Harry Elmer Barnes, las últimas tres décadas del siglo xix testimonian una transformación clara del proceso capitalista dominante y de sus ideales. El principal objetivo fue conseguir la concentración del poder industrial para aprovecharse de los beneficios de una producción en gran escala y del monopolio de los precios.8 Y a renglón seguido afirma que la figura más notable y representativa de este período fue John D. Rockefeller, así como la Standard Oil Company, la compañía fundada por él, fue el producto más conspicuo y afortunado del capitalismo monopolista en los Estados Unidos. En los próximos 20 años el capitalismo monopolista se encuentra completamente desarrollado y da origen, aunque en el fondo no hará sino expresar legislativamente el proceso que tiene lugar en las entrañas del capitalismo en desarrollo, a una ley antitrusts, la Ley Sherman de 1890. A esta ley se le atribuirá la aparición de una nueva fase en el seno de este proceso, caracterizada no ya por la monopolización de la industria, sino del capital industrial, en manos de los grandes complejos bancarios, y que será calificada más tarde en una obra famosa como la fase superior del capitalismo con el nombre de imperialismo.9 Este último período —explica Barne—, ha visto la creación de grandes combinaciones bancarias y el creciente control ejercido por los grandes bancos de inversiones sobre las industrias manufactureras, Harry Elmer Barnes: Historia de la economía del mundo occidental. Uteha, México, 1955., página 609. 9 Lenin, ob. cit. 8

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minas, transportes, utilidades eléctricas y compañías de seguros. Y es aquí donde sostiene que, si Rockefeller es la figura típica de la época del capitalismo monopolista, el viejo J. P. Morgan fue el personaje principal del triunfo del capitalismo financiero…10

De esta manera se difuminan un poco las encarnaciones personales de estos dos lores de la creación como los denomina el escritor F. L. Allen, en el seno de dos instituciones omnipresentes y todopoderosas a través de las cuales despliegan su genio capitalista: el Chase Manhattan Bank y el National City Bank of New York. Estas dos fases se manifiestan en Santo Domingo en los ciclos que antes hemos contemplado, el europeo y el americano. De 1874 a 1893 hace su aparición la actividad capitalista en nuestro país enarbolando la bandera del progreso. Es recibido, como era de esperarse en una nación que ha batallado durante siglos para producir este cambio histórico, con incomparable euforia. La poesía nacional nace en ese momento para glorificar la realidad. Salomé es su gran voz. Y no es para lamentarse entonces de que la nueva sociedad traiga sus nuevas lacras. Hoetink refiere que en los años 90 ya se hacía notoria en la Capital la diferencia cada vez más profunda entre los pobres y los ricos y, como consecuencia, había hecho ya su aparición esa institución tan distinguida en las calles céntricas de la Capital; la mendicidad. Pero su aspecto más deplorable fue ya la mendicidad infantil, que le ganó al Padre Billini su estatua y su calle, por las atenciones que prodigó a este problema. Además hizo su aparición por aquellos años sonrientes otra institución un poco más lisonjera y no ya dramática sino trágica. La prostitución adquirió en la Capital en los años noventa tales formas que las autoridades recurrieron a la inscripción obligatoria. Muchas de estas prostitutas procedían de las islas vecinas, con cuyos nombres se denominaban los barrios en que ellas vivían: mujeres alegres, jóvenes, blancas, cultas y bonitas, que venían de Puerto Rico y Cuba. Algunas de estas muchachas habían recibido esmerada educación, hablaban más de un idioma, tenían amena conversación y tocaban Harry Elmer Barnes, ob. cit.

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a maravilla el piano- escribe admirado Gómez Alfau…11 Esto indica que el capitalismo moderno ya había hecho profundos estragos en el área circunvecina y corrobora su tardío ingreso en la sociedad dominicana.

4 El ingreso de la IMPROVEMENT a la vida pública dominicana fue un paso de profundas consecuencias históricas. En ese instante, el 23 de marzo de 1893, se anuncia el declive de la influencia europea y la emergencia de la influencia americana, en un marco de acciones históricas del cual el escenario dominicano no era más que un minúsculo aunque luminoso espejo que reflejaría en pequeño el espectáculo universal. Al principio Lilís hizo una aparatosa resistencia, pero Lilís era un espíritu espectacularmente permeable a las influencias históricas y, tan pronto como los avispados abogados de la IMPROVEMENT12 le hablaron al oído, cambió su actitud de hostilidad por una de complacencia, literalmente de entrega, al programa de la Compañía. Ese no fue el caso de Eugenio Generoso de Marchena, quien era por entonces un alto funcionario del banco francés. De Marchena hizo una resistencia formidable a un traspaso de intereses que para él iba más allá del Credit Mobilier y decidió enfrentarse a la penetración del capital americano desde posiciones estratégicas. Al efecto se lanzó a la lucha contra el vice-presidente que había cambiado de presidente, proponiendo su candidatura a la Presidencia de la República en base a un proyecto de afirmación europea frente a la penetración americana. El proyecto consistía en un consorcio de ingleses, franceses, alemanes, holandeses, belgas y españoles que saldarían las deudas de la República, una reserva de 5 millones de pesos sería mantenida en el Banco Nacional de Francia; el sistema monetario sería incorporado al patrón oro; 11 12

Hoetink, ob. cit., página 294. Smith M. Weed y Messrs. Brown and Wells (Charles M. Wells).

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la Bahía de Samaná sería arrendada al consorcio…13 y en este punto De Marchena reveló que no comprendía cabalmente la situación. La simple mención de la Bahía de Samaná lo condenaba al fracaso más estrepitoso. Se enfrentaba a Lilís, a los poderosos dueños del dinero, al sentido profundo de la nueva etapa histórica que superaba la enajenación de la Bahía y, naturalmente, al pueblo dominicano, siempre dispuesto a derramar la última gota de sangre en defensa de este símbolo de la patria. Como era de esperarse. Lilís le impidió a De Marchena ganar unas elecciones que debía perder de todas maneras y, en represalia, éste hizo valer su condición de Inspector General del Banco Nacional de Santo Domingo para suspenderle el crédito al Gobierno, es decir a Lilís. Y este fue el fin del Banco francés denominado Banco Nacional. Lilís lo demandó ante sus tribunales, sus jueces condenaron al Banco y el resto lo cuenta César Herrera en estos términos: El Banco se resistió a dar cumplimiento a esta sentencia, que se consideró una violencia, y el general Heureaux, utilizando la fuerza pública y los funcionarios judiciales, procedió a abrir por la fuerza las cajas del Banco. El cónsul de España en esa época, don Andrés Gómez y Pintado, al referirse a esos acontecimientos en un extenso informe, dice que semejante operación duró nueve días y que se utilizaron mecánicos americanos…14 Los nueve días deben haber sido los que necesitaron los mecánicos para venir de los Estados Unidos porque dudosamente los habría en el país, y no debieron invertir en la operación de forzar las cajas más de veinte minutos. De Marchena, a quien sólo en este momento se le esclareció la situación en todo su contenido, se apresuró a embarcar en un barco americano que se encontraba en el puerto antes de que llegara la unidad naval francesa que hubiera podido ampararlo y, como se resistiese a desembarcar por sus propios pies, se le bajó sentado en una mecedora y conducido a la cárcel. El Banco tuvo que cerrar definitivamente sus fuerzas después de una ingenua tentativa de obtener una sentencia favorable en la Suprema Corte. 13 14

Hoetink, ob. cit., página 153. César Herrera: Las finanzas de la República Dominicana, Colección La Era de Trujillo, 25 años de historia dominicana, Tomo 19, páginas 129-130.

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En diciembre de ese año de 1893, y tras largos meses de angustia, De Marchena fue expeditivamente fusilado. A la opinión pública le pareció aquello un crimen puesto que las razones que motivaron el fusilamiento, parecieron más emocionales que políticas cuando se trataba de un vencido absoluto. Según le explicó Lilís a su amigo Mendel en una carta, De Marchena fue fusilado por mucho saber…15

5 Pero volviendo la mirada al proceso mismo, y obviando un poco el papel de los personajes que lo encarnan, hemos observado que el desarrollo de la penetración del capital extranjero en nuestro país, presenta dos fases de las cuales una, caracterizada por la preponderancia del capital europeo, que hemos llamado ciclo europeo, parece concluir con la muerte de Lilís en 1899. En efecto, al producirse la muerte de Lilís, ocurre una suerte de desmantelamiento del emporio financiero creado a la sombra de su enorme poder personal. Esto induce a la convicción de que toda esta fase del proceso de la penetración capitalista disparada por la apertura de 1874, concluye en ese momento, y cesa así el ciclo europeo en cuyo seno, y sin dejar de ser europeo, se manifiesta cada vez de manera más acentuada la penetración americana. Pero, en verdad, la muerte de Lilís solo representa el punto de crisis que va a conducir al capital europeo a su completa liquidación y a la volatilización total de su influencia económica y financiera en este país. Cuando por fin se produce el hecho que va a dar constancia objetiva de este desenlace en 1905, no es porque Lilís hubiera muerto en 1899, sino porque las condiciones históricas en el plano internacional habían alcanzado la madurez necesaria. Con Lilís o sin Lilís este proceso habría culminado entonces inexorablemente. Hasta ese momento el capital norteamericano ha ingresado al país siguiendo las mismas normas que antes había seguido el capital Hoetink, ob. cit., página 155.

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europeo, no solamente participando en la explotación de las riquezas naturales, sino también aprovechando y explotando sabiamente las condiciones creadas por la dictadura, los rasgos personales del individuo que la ejercía y la perfecta articulación entre las operaciones financieras y el poder público. La IMPROVEMENT no es más que la americanización de la WESTENDORP. El fundamento de la implantación de ambas compañías en el país, es el mismo. La única diferencia es que, en contraste con el capital europeo, el americano manifiesta mucho mayor independencia respecto de su Gobierno. La garantía de su actividad, que hacía superflua la intervención de su propio Gobierno, era Lilís. Y, en consecuencia, mientras se acentuaba la interacción entre la IMPROVEMENT y Lilís, los capitales europeos se vieron obligados con mayor frecuencia a apelar a sus unidades navales y a hacer alarde de su potencial bélico, cada vez de manera más frustratoria y decepcionante. De una manera o de la otra, la IMPROVEMENT y sus aliadas podían prescindir de la participación de su Gobierno, y desde luego del Senado y de la opinión pública norteamericana, en sus actividades en el país. Solo en los años que siguieron a la muerte del dictador se altera esta situación. Como dice Antonio de la Rosa, forzado por la evidencia, hasta ese momento, es preciso hacer justicia, las compañías americanas se habían abstenido siempre de dirigirse al Gobierno de Washington…16 Debió haber añadido que no había sido esa la norma europea. Cierto episodio ilustra de manera cinematográfica esa situación. Cuando las cajas del Banco de los franceses fueron forzadas, si pueden calificarse así los artificios delicados que deben haber utilizado los expertos y, como fruto de esa operación, se amparó el Gobierno de la cantidad de $232,520.20 pesos que se encontraban depositados en ellas, el gobierno francés respondió enviando al Almirante Abel de Librán con algunas unidades navales para exigir una reparación al gobierno dominicano. De Librán no anduvo con subterfugios; le presentó un ultimátum al Gobierno con los cañones enfilados sobre De la Rosa, ob. cit., página 105.

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la ciudad. Pero Lilís apeló a sus aliados americanos y estos en lugar de dirigirse a su Gobierno como había hecho el banco francés, se dirigieron a Europa y, a través de la San Domingo Finance Co., subsidiaria de la IMPROVEMENT, simplemente compraron las acciones del Banco francés y de ese modo el conflicto con el gobierno dominicano se disipó en las brisas otoñales de París…

6 La compra del conflicto contenía una enseñanza y una advertencia. Hasta entonces la dependencia de la IMPROVEMENT respecto de Lilís debió haber sido reconocida por sus gerentes, pero ahora la situación se invertía y era Lilís quien debía reconocer que sin la IMPROVEMENT se encontraba a merced de las unidades navales europeas que merodeaban el Caribe. El dueño del dinero mostraba cada vez con mayor soltura su condición de presidente real, y Lilís vería descender la suya de simple vice a vulgar lacayo. El mismo Lilís describe estas vicisitudes en una carta que le dirigió a su amigo Isidoro Mendel el 14 de abril de 1898. En esos justos momentos estallaba la Guerra Hispanoamericana de la que se ha dicho que marca la emergencia de los Estados Unidos como un poder mundial.17 Lo leo a usted, lo leo con el interés que merece, pero como usted no precisa, no produce números respecto a los diferentes detalles de la operación, no puedo medir la profundidad del abismo en que hemos caído. Wells a quien como culpable quizá principal, debo oír también, no me da tampoco pormenores, y cuando más propone una entrevista en Nassau, a la cual no estoy dispuesto a concurrir. Espero, pues, al señor Billini, para poder hacerme idea de la catástrofe con los detalles que él me traiga. Hasta ahora tengo el triste convencimiento de que he sido engañado, convencimiento que me embarga más el ánimo porque ha sido 17

Enciclopedia Británica, artículo «Spanish-American War».

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burlada mi buena fe, escarnecida la confianza que puse en hombres que me han tratado como un niño, porque siguiendo mi ingénita tendencia a creer en los que trato, cometí la debilidad de entregarme a ellos. En tanto no me rindo. Seguiré adelante o vendré a caer cuando exhausto ya el último recurso, sea humanamente imposible mantenerse en la brecha. Todo lo mío lo comprometo y lo obligo, y continúo recogiendo los giros protestados tratando de salvar mi nombre y el de la República, en este naufragio de la buena fe y del crédito…18

Los comentarios huelgan. Lilís estaba perdido y el gerente de la IMPROVEMENT, el culpable principal quizá, no daba la cara. Wells sabía que Lilís seguía siendo respetable en su propio territorio. Lo tenía enjaulado pero no era tan candoroso como para metérsele en la jaula. Por eso lo citaba a Nassau donde podría alzarle la voz y hasta reírse en sus barbas. Wells sabía además que en esos momentos, Lilís acumulaba fuerzas aunque ya le fallaba su brillante intuición histórica. Un agente suyo en Europa le informaba a principios de 1899, unos meses antes de su caída, el éxito de un proyecto completamente anacrónico: por diligencias mías un grupo de financistas se han constituido y aceptado de lleno su Proyecto aunque enmendándolo con las reservas siguientes: Primero liquidación completa de la situación financiera dominicana. Segundo arrendamiento completo de las aduanas, es decir, rescate de las referidas aduanas de la New York Improvement Co. de New York y de cualquier particular que actualmente pueda tener en ellas un derecho por concepto cualquiera. Tercero, concesión del Banco Nacional en las condiciones que se examinarán ulteriormente de común acuerdo…19 El parecido de este proyecto con el que Eugenio Generoso de Marchena enarboló en su trágica campaña presidencial diez años antes, resulta lleno de presagios. Pensaba Lilís que, después de la terrible experiencia del Banco francés, podría volver a las andadas, situarse de nuevo en el 26 de Herrera, ob. cit., página 225. Hoetink, ob. cit., página 156.

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julio de 1889 y estampar otra vez su firma en la resolución que autorizaría el restablecimiento de la preponderancia europea en Santo Domingo, mientras la Historia obediente pondría a girar a toda marcha los engranajes del tiempo en dirección contraria. Sus esperanzas eran tan grandes como la catástrofe que había desencadenado. El país estaba invadido por un torrente de papeletas y sacudido por una tremenda inflación. La única solución consistía en recoger todo este volumen inflacionario de papel moneda y sustituirlo por oro contante y sonante. Wells, el jerarca de la IMPROVEMENT había llegado inclusive a aprobar la operación y le anunciaba a Lilís que ella tendría lugar ni más ni menos que en el mes de julio. Lilís le comunicó alborozado a su ministro Cordero unos seis meses antes que todas las probabilidades son, pues, no solamente de que recojamos a mediados del año la totalidad de los billetes, entrando en lugar de ellos en la circulación oro acuñado, sino que también toda nuestra deuda exterior sufrirá una modificación favorable, que nos permitirá atender con desahogo al servicio público…20 Pero la muerte le impidió, ese cabalístico 26 de julio de 1899, llevar a cabo estas negociaciones inoportunas. La situación en ese año era muy distinta de aquellas que prevalecían cuando por su propia iniciativa, y de la manera más inescrupulosa, aniquiló de un manotazo la posición predominante que alcanzaba el capital europeo con el establecimiento del Banco Nacional en Santo Domingo. Esta acción lo condujo inexorablemente al desastre financiero más escandaloso y brutal que haya podido imaginarse, después de haber librado al país de la coyunda de la Deuda Hartmont. Lilís es un caso extremo de conciencia y de inconsciencia mezclados que le permite conocer las profundidades de los abismos a que se asoma, uno tras otro, hasta caer definitivamente en cualquiera de ellos. Antes de caer parecía un gigante pero al fin cayó como cualquier ser humano común y corriente. El único disparo que pudo hacer cuando caía abatido por las balas fue a dar a un pordiosero que se encontraba inocentemente en la esquina. Murió como muere cualquier pordiosero, porque a 20

Idem.

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la hora de la muerte no hay diferencias. Las diferencias son en la vida y la de Lilís fue una vida singular. A pesar de que la Historia dominicana está sobrecargada de personalidades tan brillantes como perniciosas, no hay una figura que le haya hecho más daño a sus compatriotas, ninguna tan irresponsable ni tan inescrupulosa, ninguna que le haya infligido heridas tan profundas y perdurables a su pueblo. Lilís es la figura más siniestra de toda nuestra historia.

7 Naturalmente, estalló la revolución: una revolución lindísima que traía todo el aroma popular de aquella que 25 años atrás, desplazaba el despotismo hatero. Su nombre, el de esa fecha tan ligada al destino de Lilís: la Revolución del 26 de julio. Santo Domingo tiene el triste privilegio, entre otros privilegios tristes –como el que J. Fred Rippy le atribuye en el sentido de ser, o haber sido, el país más turbulento de América– también el de que una serie de pequeños signos se abulten y se dignifiquen al trasladarse a Cuba. Esto, que parece estar asociado al curso del sol porque a Santo Domingo le ocurre lo mismo respecto de Puerto Rico, se manifiesta rítmicamente. No olvidemos que esa misma industria azucarera moderna que se traslada de Cuba al Santo Domingo del Siglo xix, había nacido con su esclavitud de negros en el Santo Domingo del Siglo xvi. Así, las cargas al machete de la Batalla de Sabana Larga en el Siglo xvii, se convirtieron en el aspecto más cubano de la Guerra de la Independencia. Y otro tanto ocurrió con la palabra mambí, que le otorga nuestro Juan Mambí, doblemente oscuro. Y unas páginas atrás hemos visto de qué manera tan orgullosa como olvidada se enarboló durante nuestra Guerra restauradora, la consigna de PATRIA O MUERTE. Uno se pregunta a veces qué habría sido de aquellos nombres como el de los Hatuey, los Diego Velázquez que fundaron a Santiago de Cuba, los Heredia con todo y su Canto al Niágara, los Delmonte y Tejada que fundan el Colegio de Abogados de La Habana, los Máximo Gómez y los Julio Antonio Mella, si ellos –o

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sus padres como es el caso Heredia y Julio Antonio– hubiesen permanecido en su país de origen. Y, por supuesto, no puede uno dejar de poner su atención en el hecho de que una Revolución que se denomina del 26 de Julio, inicia el período de grandes turbulencias con el cual se abre en nuestro país la Era imperialista. Porque los países, como las mujeres y los libros, tienen su destino. Y Santo Domingo, que tiene varios, aparte del de sus turbulencias y el de haber sido el laboratorio de América donde se pone a prueba el destino de los demás (La Encomienda Indiana, la Esclavitud de Negros, la Real Audiencia de Indias y andando el tiempo la Doctrina de Monroe, la Primera Conferencia Interamericana de 1889-1890, para citar los ejemplos al vuelo)21 parece tener también uno especial y privado con la hermana mayor y otro con la hermana menor de las Antillas hispánicas, si no es la evidencia de que son histórica tanto como geográficamente hermanas… Esta Revolución del 26 de julio no comienza con el Moncada sino con Mon Cáceres, co-autor del disparo que liquidó el régimen autocrático de Lilís. Los líderes van a ser el propio Mon Cáceres y sobre todo su primo Horacio Vásquez, que había estado organizándola en Puerto Rico. En agosto, Horacio Vásquez asumió la Presidencia provisional, después de batir las fuerzas que pugnaban inútilmente por mantener el Lilisismo sin Lilís. Durante su breve permanencia en el poder, Vásquez dio muestras de un desinterés que indudablemente expresaba el idealismo de la lucha popular y que concretó en dos medidas inmediatas: la de recoger el papel moneda y establecer el patrón oro; y la de convocar a elecciones, prestando todo su apoyo a un candidato de prestigio, Juan Isidro Jiménez. Otra vez se vivía la euforia de 1873. Al mes siguiente, Jiménez resultó elegido Presidente de la República. Inmediatamente hizo acto de presencia el fantasma de Lilís en la rada de Santo Domingo, en la forma del buque insignia francés Cecile, acompañado de otras unidades navales francesas y un buque 21

Para el Siglo xvi véase Tres leyendas de colores, Santo Domingo, 1969, segunda edición en 1980, y para la Doctrina Monroe, Las raíces dominicanas de la Doctrina de Monroe, Santo Domingo, 1979, ambas del autor del presente estudio.

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norteamericano que, al decir de Sumner Welles, se encontraba por allí haciendo prácticas de tiro al blanco, como si no tuviera tanto derecho como los franceses a navegar por esas aguas. Los franceses le exigieron al flamante gobierno de Jiménez el pago de sus acreencias y, aunque el episodio se resolvió pacíficamente, Jiménez se hizo intérprete de la agitación popular y acusó a la IMPROVEMENT del incidente por haber dejado de pagar desde hacía tiempo el balance adeudado a los franceses. En consecuencia, hizo provecho de la ocasión para satisfacer un profundo anhelo del pueblo, y emprendió negociaciones con el vice-presidente de la IMPROVEMENT, el Juez John T. Abbot, a fin de que la compañía y sus aliadas, la Santo Domingo Finance Co. y el National Bank, se retiraran de la República. Esta medida no pudo ser acogida con mayor entusiasmo en las esferas populares y en toda la nación, pues estas compañías encarnaban todo ese período, de trastornos financieros y caos económico debido a su complicidad, real o supuesta, con los manejos de Lilís. Pero Jiménez tuvo un percance. Cuando se esperaba el anuncio de la retirada definitiva de la IMPROVEMENT y sus aliadas, Jiménez anunció un nuevo contrato que devolvía la situación a sus orígenes. Efectivamente, cuando la IMPROVEMENT ingresó en la vida nacional a consecuencia del traspaso de los intereses de la Westendorp a sus abogados norteamericanos, también Lilís solicitó la retirada de esta compañía, y también cambió de parecer después de una conversación con los abogados. Jiménez se encontraba ya en una situación de crisis cuando el Gobierno belga, en nombre de los tenedores de bonos dominicanos en su país, protestó por el nuevo contrato con la IMPROVEMENT. Jiménez se vio obligado, por una situación que subía de punto, a dar nuevamente marcha atrás. Los tribunales acababan de declarar en quiebra al National Bank y Jiménez tuvo que prohibirle a la IMPROVEMENT la retención de las rentas públicas del país. La IMPROVEMENT, ni corta ni perezosa, apeló al Gobierno de los Estados Unidos. Nunca antes tuvo necesidad la Improvement, durante sus relaciones con el gobierno de Lilís, de dar este paso. Cuenta Troncoso

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que a consecuencia de la disposición de Jiménez en enero de 1901 se produjo la desbandada. Los principales fautores de la Improvement se fueron para sus residencias respectivas de los Estados Unidos y Europa, casi todos enriquecidos, y solo quedaron en el país algunos representantes de la odiada compañía y sus aliadas, atentos a la marcha de los acontecimientos…22 En este clima derrotista, claramente determinado por la presión popular, el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal, una figura de mucha dignidad y prestigio, embarcó a EE.UU. investido con el título de Ministro de Relaciones Exteriores y logró un acuerdo con la IMPROVEMENT . Al firmar este contrato, el comisionado dominicano hizo un servicio de gran valor, piensa Antonio de la Rosa. En efecto, el control de las compañías americanas se encontraba definitivamente eliminado y el Gobierno volvía a disponer de la administración de sus aduanas. Pero el Dr. Henríquez no había contado con la pasión rencorosa de sus adversarios políticos. Para gran contrariedad suya, el contrato del 25 de marzo de 1901 no fue aprobado por el Congreso Nacional…23 Crecieron las exigencias a la IMPROVEMENT de que debía rendir cuentas de su gestión pasada. Era demasiado. De nuevo apeló a su Gobierno y esta vez su demanda fue escuchada. Al dar ese paso, zanjaba un corte fundamental en la historia dominicana.

8 Extrañamente, el tiempo histórico coincidía exactamente con el tiempo cronológico. Con estos episodios concluía tajantemente el Siglo xix. Tal vez solo en situaciones extrañas como ésta se encuentran el cronista y el historiador. Para el cronista, las pausas están determinadas por el tiempo. Hace la crónica de los días, de los años, de los siglos. Los acontecimientos concluyen con su determinada escala Manuel de Js. Troncoso de la Concha: La génesis de la Convención Domínicoamericana, Santo Domingo, 1947. 23 De la Rosa, Las finanzas de Santo Domingo, ob. cit. 22

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temporal. Pero el historiador manipula los acontecimientos en función de sus procesos internos. Estos procesos se encadenan de suerte que la escala temporal de uno es distinta a la escala temporal del otro. El proceso colonial comienza en los alrededores del Siglo xv y todavía libra la batalla de la supervivencia a fines del Siglo xx. Sin embargo en la América Latina se encuentra prácticamente liquidados a mediados del Siglo xix, sin que se pueda establecer de manera absoluta que ha desaparecido totalmente. Santo Domingo entabla la lucha por la ruptura con el ordenamiento colonial desde principios –1808– del Siglo xix, pero tiene que entablar al mismo tiempo que la lucha por la Independencia, la guerra civil, la guerra con un Estado vecino y la guerra contra las potencias coloniales. Cada uno de estos procesos tiene su propia escala temporal. Resultaría absurdo pretender encajonar todos estos procesos dentro de una dimensión temporal determinada. A pesar de eso, ocurre que en Santo Domingo, por un curioso capricho de la historia, los grandes procesos parecen concluir con el calendario. El Siglo xvi, el de las grandes creaciones históricas de La Española, comienza y concluye más o menos exactamente con el siglo: con el Descubrimiento y las Devastaciones, respectivamente. Siguen esos dos siglos difusos, el xvii y el xviii, que concluyen como las costureras concluyen sus encargos, casi abruptamente, con la cesión de España a Francia en 1795. El Siglo xix comienza y concluye con dos tajos severos en que se hunden todos esos procesos en un solo acontecimiento. Uno es 1801 con Toussaint, el otro 1899 con Lilís. En cada uno de estos casos, ocurre un corte tajante que simplifica el trabajo del cronista. La propia historia se acomoda a sus cortes cronológicos. De esa manera irrumpe el Siglo xix en el Siglo xx. Puede decirse que el Siglo xix se despoja completamente de su fisonomía histórica cuando concluye el siglo. Desaparece un proceso que le era propio: la hegemonía de los sectores agrarios vinculados a las tierras comuneras con Santana y Báez. Desaparece la hegemonía de las potencias coloniales. Y desaparece ese carácter autónomo de la dictadura que le permitía a cada uno de sus sucesivos personajes utilizar las

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contradicciones de las grandes potencias coloniales. Así, a grandes rasgos, el Siglo xix se entierra a sí mismo cuando concluye. De manera, pues, que si prescindimos de esa línea informe y nebulosa que separa al siglo diecisiete del dieciocho, puede intentarse una historia cronológica de este país que tome por base la escala secular. Pero entonces aparecerán unas constantes. Con los siglos la dependencia extranjera cambiará de estilo pero persistirá como dependencia extranjera. Las tierras comuneras cambiarán de objetivo, pero seguirán siendo las tierras comuneras. Y el pueblo dominicano cambiará de lucha pero seguirá siendo el pueblo dominicano. En consecuencia, la tarea del historiador deberá ceñirse a esas constantes. Y esa es la tarea que le plantea el advenimiento del Siglo xx.

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Pequeña introducción

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os teóricos del capitalismo, de Adam Smith a Marx, tenían razón. Pero no alcanzaron a ver, y tal vez ni siquiera sospecharon, que llevaba en sus entrañas un peldaño superior: EL IMPERIALISMO. A su vez, los teóricos del IMPERIALISMO, desde Hobson a Lenin, tenían razón. Pero tampoco alcanzaron a ver, si se desprende de sus conclusiones inmediatas, la posibilidad de que también el imperialismo llevara en sus entrañas una fase superior. Marx pensaba que el capitalismo desembocaba directamente en el SOCIALISMO. Y, en consecuencia, el capitalismo carecía de porvenir. Lenin, sin apartarse del pensamiento marxista, reconoció que antes de ahogarse en el socialismo, el capitalismo debía convertirse en IMPERIALISMO, y solo entonces desembocaría inevitablemente en el socialismo. Más allá del imperialismo, el capitalismo carecía, pues, igualmente de porvenir. En ambos casos, tanto en Marx como en Lenin, el desenlace del capitalismo en el plano histórico, era contemplado en función de los pueblos oprimidos y, tal vez, impulsados por la fragorosa entrega a esta causa, acomodaban las magnitudes históricas a la esperanza de los pueblos. Pero la vida, no siempre movida por esos nobles empeños, parece decidida a concederle al capitalismo una tercera instancia superior que, concretamente en Bosch, aparentemente justifica la tesis del PENTAGONISMO como una FASE SUPERIOR DEL IMPERIALISMO. 721

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Algunos hechos parecen justificar esta preocupación: a. Los primeros capitalistas comenzaron por imponer su predominio, ciertamente sobre la clase trabajadora, pero también sobre los otros capitalistas que competían con ellos dentro de los límites de sus respectivas naciones. Este capitalismo competitivo llevaba en sus entrañas un desarrollo inevitable: el MONOPOLIO. Uno tras otro fueron eliminados en su seno los competidores más débiles. Y, como consecuencia, cambió la naturaleza del capitalismo. Se convirtió en CAPITALISMO MONOPOLISTA. b. Más tarde, la concentración monopolista dentro de cada nación alcanzó un nivel supremo en cuya virtud pasó a dominar, no ya a sus competidores dentro de su propia nación, sino también a otras concentraciones monopolistas fuera de ella. Aquellas que eran económicamente más débiles debieron sucumbir ante la rápida absorción de las más fuertes. Cayeron las barreras nacionales que originalmente circunscribían la acción de los monopolios. Estas nuevas concentraciones monopolistas, situadas en un nivel superior, comenzaron a ser identificadas y denominadas como TRANSNACIONALES. El capitalismo volvía así a cambiar de naturaleza. El monopolio de la mercancía se tornaba monopolio de los capitales. Y el capitalismo monopolista se convirtió en CAPITALISMO FINANCIERO. Marx había previsto este proceso, aunque no era el momento de describirlo detalladamente. Pensaba él que la socialización de la producción era una ley del capitalismo, de donde se desprendía inexorablemente el paso al socialismo. Y, si no previó el imperialismo como etapa intermedia, la vida condujo a Lenin a contemplarlo de frente y a describirlo en detalle. Pero todavía en su obra, el proceso de monopolización no podía aparecer en los niveles alcanzados actualmente. Lenin describe el imperialismo en un conjunto diverso de naciones. Y, de acuerdo con sus propias concepciones, la posibilidad del socialismo en un solo país, aquel donde la cadena imperialista era más débil, dejaba abierta la posibilidad del desarrollo del

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capitalismo en un solo país, aquel en que la cadena imperialista fuera más fuerte. c. Debió llegar un momento en que el proceso de monopolización alcanzara aquel punto en que una sola nación ejerciera su dominio sobre las naciones restantes, de modo que el imperialismo fuera, en definitiva, el imperialismo de una sola nación. Todo parece indicar que es ese el punto en que se encuentra en el presente. Y, en tal caso, el capitalismo habría experimentado un nuevo cambio en su naturaleza. Habría pasado del CAPITALISMO COMPETITIVO al CAPITALISMO MONOPOLISTA, éste al CAPITALISMO FINANCIERO y, por fin a la etapa en que se encuentra hoy cuya descripción y su eventual desenlace, obviamente supone una fase superior del GENIO en el proceso que va de Adam Smith a Marx y de Marx a Lenin… Increíblemente, este proceso histórico se reflejó muy precozmente en la pequeña República Dominicana. Siendo el imperialismo un fenómeno privativo y característico del Siglo xx, se expresó casi con absoluta exactitud en este microcosmos, debido al hecho casual de la muerte de Lilís junto con el Siglo xix. Este acontecimiento agorero creó automáticamente las condiciones para el desencadenamiento de los cambios… Así, pues, en las últimas décadas del Siglo xix y primeras del xx a partir de 1874, Santo Domingo reflejó en su desarrollo histórico minúsculo, todo el proceso a escala mundial. Vivió el CAPITALISMO COMPETITIVO de 1874 a 1893 con la participación de la mayoría de las naciones capitalistas del mundo; vivió el CAPITALISMO MONOPOLISTA de 1893 a 1905 encarnado en una compañía norteamericana; vivió el CAPITALISMO FINANCIERO de 1905 hasta 1916 en manos de varias instituciones bancarias de los Estados Unidos; y, por fin, quedó en manos de un solo gran emporio financiero mundial a partir de esa fecha. Ya en 1904, el imperialismo europeo sufrió una experiencia que solo después de las dos grandes guerras mundiales, debería sufrir a nivel histórico, al ser completamente desplazado de este territorio.

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No le sería difícil a una mente exaltada mostrar el papel que esta pequeña nación ha representado, como anunciadora del capitalismo a todo lo largo de sus respectivas historias, desde los días del COMERCIO INTÉRLOPE, en 1605. Por coincidencia, ese proceso que se inicia en el Nuevo Mundo con las Devastaciones en 1605, llega a su culminación exacta tres siglos después, en 1905. Para nuestro país, desde luego, esa es una historia de profundos desgarramientos. Ha debido pagar un precio muy alto por servir de espejo, como esas pequeñas gotas de rocío que penden del extremo de una hoja al amanecer, para todo el mundo circundante incluyendo las esferas planetarias…

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El conocimiento de la realidad económica y social de la República Dominicana de nuestros días exige, en cierto sentido, una atención especial a las peculiaridades de la legislación que presidió la distribución de tierras en la antigua colonia, y muy especialmente el hecho de que los terrenos se declararon comuneros, contribuyendo a la existencia de enormes predios sin cultivo… Ricardo Patte.

1 El Siglo xx como ningún otro a nivel mundial, amaneció lleno de esperanzas. Se anunció con aquella que los franceses denominaron la belle époque. En todos los aspectos de la vida se respiraba una atmósfera de estreno como si fuera el siglo moderno por excelencia. Nacía el cine. Y la aviación. Nacía la pintura abstracta con el expresionismo alemán de 1905 y el cubismo con Las Señoritas de Aviñón de 1907. Nacía el automóvil. Nacía la comunicación inalámbrica. Nacía la máquina de escribir como instrumento básico de las oficinas y la operadora debió acortar su falda y su melena. Los barrenderos debieron hacer desaparecer de las calles los residuos del siglo pasado para dar paso al bullicio de la nueva vida. Valía la pena tener 20 años aquella madrugada, iluminada por los fuegos de artificio, que anunciaron el arribo del Siglo xx. En Santo Domingo, el Siglo xx llegó también, sino lleno de esperanzas, al menos de ilusiones. Toda una generación que había nacido veinte años atrás, había pasado por este medio bajo el imperio de la 725

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voluntad caprichosa y enérgica de un hombre que era, en definitiva, un usurpador. Con el ajusticiamiento del tirano, esta generación, ya que no la nación entera, tenía justos motivos para esperar con la llegada del siglo, el advenimiento de un clima de progreso, de rejuvenecimiento del país y despliegue de un abanico de perspectivas nuevas. Probablemente, esta fruición no era compartida por la nación entera puesto que no habían podido ser olvidadas las frustraciones de 1874, encarnadas en el derrocamiento de Ulises Espaillat. Estas frustraciones, que habían sido anunciadas al borde de la tumba por la voz de Salomé, entonces la bienamada de la juventud, estaban todavía frescas en el alma del pueblo. Pero estalló la Revolución del 26 de julio de 1899 que fue también, como si remedara el futuro, una revolución de la juventud. La bala que, según algunos (Monclús) hirió mortalmente a Lilís, fue disparada por Jacobo de Lara, un mozalbete que entonces contaba 16 años de edad. Cáceres, a quien se le acredita el tiranicidio, contaba entonces 33 y el jefe de la conspiración, Horacio Vásquez, al parecer el mayor de todos, contaba 39 años. La juventud llegaba al poder…

2 Ya sabemos que cuando esta revolución llegó al asiento del Gobierno, encontró firmemente instalado en la poltrona presidencial al fantasma de Lilís. El caos financiero, la corrupción en gran escala, el desconcierto administrativo, las deudas acumuladas, constituían el clima del trabajo gubernamental. Pero esto habría sido lo de menos. Se supone que una revolución es el instrumento adecuado para resolver estos problemas, en última instancia. Pero las revoluciones tienen un ámbito geográfico. Más allá de las fronteras se agota su poder. Y resulta que era justamente más allá donde se encontraban los grandes problemas que amenazaban la supervivencia de la República. La clave del destino nacional se encontraba en una ley promulgada por Lilís: la Ley de Conversión de la Deuda Externa, de

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1897. De ella se ha escrito que puede decirse que fue el fraude más colosal de que ha sido objeto la República.1 Debió haber sido muy grande para que superara el record del aventurero Hartmont en tiempos de Báez, que significó para la República el darlo todo a cambio de nada y quedar deudora todavía. Por su parte, Troncoso de la Concha sostiene que esta ley y los contratos firmados a su amparo con la Santo Domingo Improvement fue la semilla del mal árbol que en el transcurso de los años dio estos frutos amargos: el Protocolo (1902), el Laudo (1904), la Convención de 1905, el Modus Vivendi (1905), la Convención del año 1907 y la de 1924…2 Es a este árbol al que llamamos imperialismo. Pero la cuestión para nosotros es la de establecer cuándo maduraron estos frutos porque, como se ve a simple vista, se trata de un proceso de maduración que se inicia con el Protocolo y termina con la Convención de 1924. Ya hemos visto que Peña-Batlle sitúa ese momento en la ocupación militar de 1916, en cuyo caso sería este acontecimiento el que abriría el período que denominamos ERA IMPERIALISTA. Sin embargo, poca duda cabe que al desarrollarse esta operación militar, ya el árbol había dado sus frutos, toda vez que el imperialismo no es un fenómeno esencialmente militar sino económico y político. Expresa, no una opresión militar sino económica, que eventualmente adopta formas represivas externas o internas sin que las variantes del poder modifiquen su naturaleza, incluyendo las formas liberales o democráticas… Así, pues, para los fines de la periodización general de nuestra historia, el objetivo inmediato debe ser el de establecer cuál de los pasos que sigue el proceso histórico al inaugurarse el Siglo xx, determina la clausura de la Era imperial y la apertura de la Era imperialista.

La expresión, citada por Patte, es de W. E Dunn: Dominican Republic. Report of the special emergency agent for the period october 23, 1931, TO DECEMBER 31 1932. Together with other fiscal and economic data relating to the Dominican Republic. (Washington. D. C., 1932). 2 M. de J. Troncoso de la Concha: La génesis de la convención domínico-americana, ob. cit., página 11. 1

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El Protocolo Evidentemente, el primer paso es el instrumento diplomático del 31 de enero de 1903 así denominado, el cual resulta ser una derivación inmediata de la Ley de 1897, de Lilís. El artículo cuarto de esta Ley ponía en manos de la IMPROVEMENT todas las rentas aduaneras y otros fondos especializados para el pago de las acreencias del Estado. El artículo siete autorizaba al Gobierno, o sea a Lilís , a contratar con la Santo Domingo Finance Co., aliada de la IMPROVEMENT, el remanente de la emisión de 4 millones, 236 mil 750 libras esterlinas en bonos destinados a la conversión de la deuda externa. Este contrato fue realizado secretamente y decía en su artículo sexto lo siguiente: El Gobierno cede a favor de la Santo Domingo Finance Co. of New York, en bonos unificados, la cantidad de ochocientos diez mil novecientas ochenta libras esterlinas (£810, 980) nominales, previstas en la ley mencionada.3

Y comenta Herrera a continuación: Sin ningún escrúpulo el Gobierno obsequiaba, calculado al cambio de esa época, $4 ,054,900.00 en obligaciones (más de cuatro millones de dólares) para conseguir que el consorcio americano amparase sus depredaciones. La comisión más onerosa que se ha podido pagar en una operación de esta especie…

Esta Ley de 1897, y desde luego su apéndice secreto (secreto para el pueblo dominicano aunque público para el poder que debía hacerlo valer), sirvió de base para las negociaciones diplomáticas de lugar, al llegar al país un enviado oficial de los Estados Unidos para atender las reclamaciones de la IMPROVEMENT. Estas 3

Herrera; Las finanzas de la República Dominicana, ob. cit., página 223.

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conversaciones, que se iban a tragar a cuanto gobernar participara en ellas, comenzaron en Jiménez y terminaron en Vásquez, sin que éste llegara a ponerlas en ejecución. Las negociaciones culminaron con el reconocimiento, por parte del Gobierno dominicano, de una deuda de 4,500,000 pesos en favor de la IMPROVEMENT, pagaderos por medio de entregas mensuales en las condiciones establecidas por un tribunal de arbitraje. Ese documento es el que se conoce en la historia de nuestras finanzas con el nombre de EL PROTOCOLO.4 Dentro de cada convenio o de cualquier pacto entre hombres- comenta amargamente Troncoso de la Concha- hay siempre un alacrán escondido. Aquí,-dice él- el alacrán era la estipulación según la cual las condiciones para el pago del crédito reconocido a la Improvement serían determinadas por un tribunal de arbitramento…5

El tribunal de arbitraje estatuido por el Protocolo fue efectivamente compuesto, en completo acuerdo con el enviado del entonces presidente Woss y Gil, quien pronto sería decorado por estos acontecimientos, con la participación de tres miembros de los cuales dos debían ser norteamericanos y solo uno dominicano: el mismo enviado, Manuel de Jesús Galván, que aceptó esa composición del tribunal. Galván era abogado y Juez de la Suprema Corte, por lo que se supone que ha debido rechazar en buen derecho y desde el primer momento que Estados Unidos fueran a la vez juez y parte en el litigio. Tal fue su candor que no tuvo la menor reserva en entregar la defensa de los intereses dominicanos, totalmente depositados en su responsabilidad y en su inteligencia, a una oficina de abogados americanos, Curtis, Mallet, Prevost & Colt. Galván no ignoraba que había entonces en Santo Domingo una buena cantidad de abogados La denominación no ha podido ser más apropiada. Usualmente se entiende por protocolo el conjunto de documentos matrices o actas de un acuerdo, conferencia o congreso diplomático, pero su acepción etimológica (de prootos, primero y kolláoo, pegar) significa propiamente la primera hoja encolada o pegada, y esto fue de hecho el documento de 1903, la primera página de una larga historia… 5 Troncoso de la Concha: ob. cit., página 19. 4

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de primer rango, muchos de los cuales se habían graduado en Europa y a algunos de los cuales conocía y menciona De la Rosa en su obra, siendo extranjero. Pero toda esa cadena de imprudencias indica que Galván no tenía al gobierno de los Estados Unidos como parte del litigio. Para él se trataba sin duda de una cuestión entre los intereses privados de los accionistas de la IMPROVEMENT con el Gobierno dominicano, en la cual la absoluta imparcialidad del Gobierno de los Estados Unidos se daba por descontada. A su vez, la aceptación por parte del presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, de la facultad de designar unilateralmente a los dos jueces norteamericanos para integrar el tribunal de arbitraje, igualmente indica que tampoco éste consideraba o aparentaba considerar a los Estados Unidos como parte del litigio. De todos modos, esa imparcialidad parece haber sido admitida universalmente. Nadie olvidaba que los propios Estados Unidos habían salvado a la República de las tentativas de Báez de aniquilar para siempre su soberanía y, sobre todo, que no habían tenido injerencia alguna en las fechorías de Lilís en complicidad con la IMPROVEMENT ni les era imputable responsabilidad alguna. En efecto, hasta ese momento las cosas habían ocurrido de esa manera. La IMPROVEMENT, a diferencia de los capitalistas europeos, no había involucrado nunca a su Gobierno en los manejos financieros que llevaba a cabo al amparo del poder absoluto de Lilís. Actuaba en términos particulares y privados sin implicar ningún poder superior. Esto explica que la controversia no fuera canalizada a través del Departamento de Estado norteamericano cuando, a raíz de la muerte de Lilís, se vio envuelta en un conflicto con la nueva situación política creada por la Revolución del 26 de julio, sino a través de un tribunal de arbitraje compuesto por jueces de la Corte Suprema que se suponían imparciales. El mismo Galván era Juez de la Suprema Corte de Justicia en nuestro país. El conflicto se canalizaba de esa manera por la vía del poder judicial y, en tal virtud, quedaba fuera de la esfera política, y desde luego histórica, como un asunto banal entre intereses privados en pugna.

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Como debe suponerse, la sentencia del tribunal de arbitraje favoreció a la IMPROVEMENT, en todos sus términos. Pero no se limitó a ese punto su alcance. Como tal tribunal de arbitraje, debió circunscribirse a examinar la situación y a declarar, según su leal saber y entender, a quien correspondía en buen derecho la razón, a reserva de que esta razón se hiciera valer entonces por los canales correspondientes. No fue así. La sentencia establecía que las aduanas dominicanas debían quedar en garantía de las sumas adeudadas a la IMPROVEMENT sin que las rentas producidas por ellas pudieran ser reducidas, en ningún caso, en más de un veinte por ciento y sin el consentimiento del Gobierno americano. Además creaba el cargo de agente financiero nombrado por los Estados Unidos con la misión de tomar posesión de las aduanas indicadas allí, en caso de falta de pago de tales sumas. Este documento es el que se conoce en la historia de las finanzas dominicanas con el nombre de EL LAUDO y lleva por fecha el 14 de julio de 1904.

El Laudo Ya no era la compañía americana- opina Antonio de la Rosa- sino el Estado americano mismo el que, en adelante, ejercería un control oficial por medio de un agente financiero que tendría junto al Gobierno dominicano la calidad de Consejero, sin cuyo previo consentimiento no podría tener lugar ningún gasto ni ningún pago. Este sistema, completamente nuevo, constituía el establecimiento de un protectorado financiero bien caracterizado…6

Precisamente, por esos mismos años, este protectorado financiero bien caracterizado que, a pesar de serlo, era para Antonio de la Rosa completamente nuevo, dejaba de ser caracterizado como protectorado para convertirse en una categoría histórica ultramoderna, privativa del Siglo xx, que ahora conocemos como imperialismo. 6

Ob. cit., página 112.

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De modo que la sentencia del tribunal de arbitraje dejaba de ser un laudo –que es el nombre que corresponde a las sentencias de los tribunales de arbitraje– en la misma medida en que el tribunal de arbitraje dejara de serlo. El tribunal excedía su mandato al introducirse en la esfera del Estado y comprometer la acción política de su Gobierno. Tanto el gobierno dominicano como el Gobierno mismo de los Estados Unidos podían justificadamente desconocer aquellos términos de la sentencia en que el Tribunal extralimitaba sus alcances, y, desde el momento en que los Estados Unidos no desconocieran los aspectos históricos, y no ya privados, involucrados en la sentencia, ponían de manifiesto que el tal laudo dejaba de serlo para convertirse en un instrumento nuevo de la política exterior norteamericana, cuya materialización era inmediatamente referida a Santo Domingo. De ahí que la fecha ponga en cuestión concretamente, para los fines del presente proyecto de periodización, la fecha de este significativo episodio. La primera protesta emanó del propio Gobierno dominicano. Por un comunicado del 2 de agosto de 1904, el Ministro de Relaciones Exteriores, Juan Francisco Sánchez quien, por una ironía del destino, había sido uno de los más altos funcionarios del gobierno de Lilís, le expresaba al árbitro dominicano la sorpresa y el disgusto que ha producido en el Consejo de Gobierno la sentencia arbitral que usted ha comunicado y que no vacilamos en calificar de injusta y hasta podríamos agregar de cruel, no solo por la enormidad del pago anual comprometido sin tener en cuenta las condiciones económicas de la Hacienda dominicana, sino por la forma de garantizar dichos pagos, la cual viene a ser enteramente frustratoria de uno de los principales objetos perseguidos al firmar el Protocolo del 31 de enero: el de obtener la autonomía financiera de la República…7 El árbitro respondió de manera insólita: culpando a los dominicanos. Su argumento principal era el de que contraer deudas enormes y acrecentarlas incesantemente por las situaciones de fuerza y por las revoluciones, debía tener como consecuencia inevitable la bancarrota y sus horrores 7

Idem, página 113.

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o bien el control y sus humillaciones; en una palabra, era necesario pagar o desaparecer… Galván no culpaba a Lilís, de quien había sido Ministro. De haberlo hecho se habría culpado a sí mismo y al Ministro de quien recibía tales reproches. Por eso se permitía culpar a las revoluciones de los dominicanos. Y no podía ser de otro modo porque de ellas tenía un mal recuerdo. Fue precisamente él quien entregó las llaves a los revolucionarios victoriosos, como Secretario del Gobierno español que lo era en 1865, al fin de la Guerra Restauradora, tras de lo cual abandonó el país con las tropas de ocupación y se instaló en Puerto Rico… Estudiando estos acontecimientos, Antonio de la Rosa se pregunta: ¿Tenía razón el Gobierno dominicano para recriminar así al árbitro? Nosotros creemos-, responde él mismo- que sus intereses no fueron bien defendidos. Aparte del error que se había cometido en la composición de la comisión de arbitraje, en la cual tomaron parte dos árbitros americanos contra uno dominicano, fue grave equivocación escoger abogados de New York para presentar la defensa de los intereses dominicanos ante la comisión de arbitraje, en vez de confiársela a abogados de Santo Domingo.8

Y concluye poco después: Con todo y eso, se dijo en Santo Domingo, quizás sin razón, que las compañías americanas habían sabido emplear frente a él los argumentos necesarios y, como se retiró a Barcelona (España), en vez de reintegrarse a Santo Domingo para dar cuenta de su misión, se pretendió que había sido sobornado.9

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Idem., página 114. Idem., página 115.

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5 Galván era injusto al acusar a los dominicanos de contraer deudas enormes y acrecentarlas incesantemente por las situaciones de fuerza y las revoluciones. Ignoramos lo que pueda significar situaciones de fuerza, si no queda comprendida en ellas el régimen de Lilís y por consiguiente comprometida la responsabilidad del propio Galván. Pero respecto a la responsabilidad del pueblo dominicano por las revoluciones en que se vio incesantemente envuelto, es preciso decir algunas palabras acerca de esa acusación permanente. Es un hecho constantemente atestiguado que toda la vida independiente de este país se caracterizó por la persistencia de la lucha armada. Pero esta lucha no fue el resultado de una afición deportiva de los dominicanos a la revolución. En los hechos no se trataba nunca de la revolución sino de la defensa de sus intereses, frente a la acción continua de los intereses foráneos. Basta echar una ojeada atenta a todo el proceso de la vida independiente en nuestro país para observar que no ha habido un solo instante, a todo lo largo del proceso que se extiende desde 1808, en que la lucha de unos dominicanos contra otros haya sido entablada sin la participación de más de una nación extranjera. Dejando de lado las ocasiones en que esta lucha fue emprendida directamente contra una de estas naciones –Haití, Francia, España, Estados Unidos– no es difícil mostrar las ocasiones en que diversos sectores nacionales tomaron las armas al amparo del apoyo extranjero, en función de los intereses foráneos y la mayoría de las veces por el estímulo directo de estas fuerzas. Galván no era hombre de armas como tampoco lo era Bobadilla, pero a su lado y por la causa –esta vez la causa de España– con la cual él se identificó, pelearon muchos dominicanos contra los dominicanos. La culpa de estas acciones, o revoluciones como Galván las llama, no es imputable a los dominicanos. En esos momentos era imputable a España y a los dominicanos que se identificaban con ella. La Matrícula de Segovia no es un hecho aislado. También Agustín Franco de Medina, junto a Francia, y Santana y Báez, ocasionalmente a España, recibieron altas distinciones de estas naciones por sus destacados servicios en contra

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del pueblo dominicano. Los ejemplos pueden llenar tantas páginas como las que llevamos escritas. Pero, para ceñirnos a una situación más próxima y oportuna, cabe recordar que en los momentos a que aquí nos consagramos, Demetrio Rodríguez y Desiderio Arias peleaban en la Línea Noroeste en defensa de los intereses alemanes. Esto significa que los intereses que eran opuestos a los de Alemania, también se servían de diversos sectores nacionales para empujar, como se dice paladinamente, la sardina a su sartén. Sumner Welles refiere concretamente que, después de haber rescindido el Tratado de Reciprocidad con 1os Estados Unidos, el gobierno de Horacio Vásquez fue derrocado por el de Woss y Gil supuestamente en base al apoyo extranjero. Por medio de la influencia del Vice-Presidente de la Improvement Company, el Juez Abbot; el General Woss y Gil había sido puesto en libertad por orden del General Vásquez, permitiéndosele volver a su hogar sin ser vigilado. Esta libertad le permitió al General Woss y Gil aprovechar la oportunidad que hacía tiempo buscaba. Quiere decir Sumner Welles que esa oportunidad se la proporcionó la IMPROVEMENT, sin que sea posible presumir que fue en virtud de un sentimiento de particular simpatía del Juez Abbot hacia el General Woss y Gil. Durante esos acontecimientos, el crucero alemán Vinetta desembarcó tropas para proteger el consulado alemán y el británico, y otro tanto hizo el buque de guerra americano Atlanta, para proteger a los suyos. Otras unidades navales presentes entonces en la rada de la Capital, no desembarcaron tropas pero es difícil convencerse de que permanecieron completamente desvinculadas de los acontecimientos… Sumner Welles no es parco al describir de manera muy clara el papel de las potencias extranjeras en estas sucesivas confrontaciones armadas de las que Galván acusó a los dominicanos en su réplica al Ministro Sánchez ya mencionada. El enviado americano para las negociaciones que culminaron con el Protocolo, Powell, comunicaba al Secretario de Estado norteamericano el 14 de septiembre de 1903, que el General Woss y Gil declaró confidencialmente que los Estados Unidos debían ocupar a Samaná y Manzanillo, pero dijo que no tomaría ninguna acción mientras no supiera hasta dónde el Gobierno americano

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estaría dispuesto a apoyarlo.10 Y el informe de Powell agregaba: El Ministro de Relaciones Exteriores, don Manuel de Jesús Galván, se opone a este programa y está ansioso de que más bien se llegue a un acuerdo de esta naturaleza con Alemania.11 Parece que entonces no podía Galván apelar a España. Por su parte Morales Languasco, quien ascendió a la Primera Magistratura después de derrocar a Woss y Gil, persistió según la misma fuente en su empeño de provocar una intervención de los Estados Unidos e hizo saber, en marzo de 1904, que si su Gobierno triunfaba en la revolución y él era elegido Presidente Constitucional de la República, la negociación de una convención con los Estados Unidos sería la política predominante de su Administración…12 Obviamente, esta simple declaración agudizaba la actividad de los diversos alineamientos que participaban en el proceso nacional, sin que podamos saber, por la conocida razón de que los pueblos no escriben su historia, por cuáles senderos inmediatos se canalizaba la acción popular en defensa de sus intereses. Pero no es necesario. La acción de los pueblos no es aquella que una mentalidad ilustre o una visión particularmente dotada encamina en cierta dirección, aunque a veces la encarne Martí y el propio Duarte, por ejemplos. La acción de los pueblos es la resultante de estas múltiples contradicciones. Y el hecho es que, en el conjunto de estas confrontaciones aparentemente incongruentes, se expresaba la lucha del pueblo dominicano por su independencia y su libertad… Al mencionar las declaraciones de Morales Languasco, Sumner Welles afirma que el sentimiento anti-americano se manifestó de una manera violenta en la oposición, llegando a ser tan vehemente entre los Sumner Welles, ob. cit., tomo II, página 61. Idem., página 72. 12 Idem., página 80. Por su parte, Max Henríquez Ureña refiere que en un artículo publicado en The Outlook de New York por Winthrop Packard, se hizo la afirmación siguiente: Los barcos de guerra de los Estados Unidos representan una condición en el nuevo estado de cosas de Santo Domingo. La otra radica en la personalidad del actual presidente Carlos F. Morales. Puede decirse que hasta cierto punto Morales debe su puesto a los citados barcos de guerra; y no es fácil decidir si podría sostenerse en él sin su auxilio. (Max Henríquez, Ureña: Los Estados Unidos y la República Dominicana, La Habana, 1919, página 33. 10 11

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jimenistas por creerse que los Estados Unidos apoyaban en secreto a Morales y al Partido horacista, que en el mes de febrero un grupo de revolucionarios, acampado cerca de la Capital disparó sobre una lancha enviada al puerto por el buque de guerra americano YANKEE… En consecuencia, un destacamento de marinos ocupó a Villa Duarte desalojando a los revolucionarios,13 pero es de notar que por esos mismos días y según la misma fuente, el General Demetrio Rodríguez, le dirigió una carta al Cónsul General de Alemania en Santo Domingo, declarando que don Juan Isidro Jiménez proclamado Presidente por la mayoría de los dominicanos, enviaba por su mediación sus expresiones de respeto y estimación a Su Majestad el Emperador de Alemania… y solemnemente ofrecía llevar a cabo en el futuro, de una manera legal, un tratado con Su Majestad, el Emperador alemán… prefiriendo hacerlo con su Gobierno y no con el de los Estados Unidos, enemigos comerciales de Alemania…14 De manera, pues, que Galván simplificaba las cosas de una manera demasiado chabacana para que podamos admitir que fuese sincero. Nadie puede dudar de su talento. Tampoco se puede dudar en lo más mínimo del profundo conocimiento de la realidad de su tiempo, que él conoció a través de una larga vinculación con las esferas del poder, del que solo estuvo apartado durante los breves períodos en que lo castigó la derrota. Por consiguiente, Galván no era sincero cuando le atribuía las deudas enormes y el incesante acrecentamiento a las revoluciones. Lo justo habría sido que explicara las revoluciones por las deudas enormes y el incesante acrecentamiento a que daban origen las situaciones de fuerza, de las cuales, la más grave, la más perniciosa y la que ha tenido consecuencias más prolongadas, fue la creada por el régimen de Lilís, sin excluir de él a sus funcionarios más calificados, como el propio Galván.

Según la versión de Max Henríquez Ureña, el presidente Morales se encontraba en un barco en las afueras de la Capital, a la que no podía entrar por estar sitiada por sus enemigos, pero el tiroteo de los sitiadores a un buque mercante de la Clyde y el subsiguiente desembarco de marinos, le proporcionó a Morales la oportunidad esperada para desembarcar. (Ob. cit., página 30). 14 Sumner Welles, ob. cit., página 81. 13

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6 Pero es difícil de adoptar la fecha en que el tribunal de arbitraje emitió su Laudo, el 14 de julio de 1904, como el punto en que, de una manera inequívoca, hizo su entrada el imperialismo en nuestro país. La razón más importante que se opone a ese criterio es la de que el Laudo, por su propia naturaleza, debía ser ejecutado por el propio gobierno dominicano. Resulta, pues, incongruente, que una acción imperialista sea llevada a cabo por la propia nación que la sufre, como si una acción imperial, la ocupación de la Bahía de Samaná por ejemplo, fuese ejecutada por los propios dominicanos. Y, en efecto, los hechos pusieron en evidencia muy rápidamente, ya desde la misma protesta del gobierno de Woss y Gil, que el Laudo no era, estrictamente hablando, un instrumento imperialista. El primer enviado norteamericano que vino al país en calidad de ministro residente, Mr. Thomas Cleveland Dawson, vino a caballo desde Puerto Príncipe, donde desembarcó de un destroyer de la base de Guantánamo, Cuba. Por eso se decía de él que había entrado por la Puerta de El Conde, en lugar de hacerlo por el muelle que era la vía usual de los viajeros del exterior, y esta frase pasó al argot popular para aplicarse a cualquier persona que entrara en una situación como si fuera por la puerta trasera de su casa… El primer gesto diplomático del flamante Ministro, una vez que presentó sus credenciales, fue la demanda de que el gobierno dominicano reconociera el Laudo y lo pusiera inmediatamente en ejecución. En este punto, el de la ejecución, el que en nuestra opinión debe tenerse consecuentemente por iniciación de la Era Imperialista, en cuanto hecho objetivo y palpable. Y, partiendo de ese criterio, descalificamos la fecha del Laudo, por más que se trata de un documento ciertamente objetivo, pero que no se materializa en la acción directa de los hombres. La demanda del Ministro fue rechazada por el presidente Morales Languasco a través de una comunicación suscrita por su ministro de Relaciones Exteriores, Juan Francisco Sánchez, en la cual se le negaba validez jurídica al Laudo, en virtud de que los árbitros

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habían excedido su mandato al disponer medidas contrarias a la Constitución de la República. Era, desde luego, difícil mantener esta posición por cuanto era público y notorio que tales Constituciones no emanaban de la voluntad y de la capacidad de lucha del pueblo, sino del capricho de los gobernantes. Así, después de algún forcejeo, Morales se avino, en completo acuerdo con su Gabinete, a acatar el Laudo con una reserva metafísica, la del derecho que le asistía al gobierno dominicano para hacerlo invalidar. O, en otras palabras, que mientras tanto era válido. Partiendo de este frágil reconocimiento, el Juez Abbot, antiguo vice-presidente de la IMPROVEMENT devenido agente financiero de los Estados Unidos, procedió a darle un principio de ejecución al Laudo ocupando la Aduana de Puerto Plata. Pero aún en este punto de ejecución material sobrevive la Regie, el viejo procedimiento de garantías establecido por los contratos con la Westendorp, cuya encarnación era el Juez Abbot, aunque esta vez sancionado con la presencia y la entonación verbal del Ministro Dawson. A nadie, si siquiera al historiador, podía satisfacer un acontecimiento apoyado en fundamentos tan precarios y en convencionalismos tan superficiales. Para que la historia pudiera establecerse sobre sólidos puntales, los acontecimientos debían proporcionar los elementos de juicio. Estos acontecimientos brotaron de manera automática y contribuyeron con uno de los elementos de cambio histórico más importante de este proceso: la liquidación total y final de la influencia económica europea en la historia nacional. El Cav. Orestes Savina, representante diplomático de Italia con asiento en La Habana, se trasladó a Santo Domingo en una unidad naval italiana, el Giovanni Bausán, para hacer valer los términos del llamado protocolo italiano, que protegía los intereses de sus súbditos. Otro tanto hizo el Vinetta, la unidad alemana que rondaba estas aguas con los mismos propósitos. Los franceses acudieron solícitos con el Jurien de la Graviere y el Tage. Los norteamericanos con el Atlanta al que se unirían pronto otras unidades en aquel gran concierto de las naciones. Se suponía inevitable también la presencia de los belgas, que no asistieron, y de los ingleses que no asistirían pues desde los

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tiempos de sus airosas acciones contra los ejércitos de Ferrand en 1808, asumieron siempre una actitud ponderada, serena, discreta y a veces hasta generosa, en relación con los problemas internos de la agraviada República Dominicana. No asistió Inglaterra a pesar de sus propios y airados tenedores de bonos. Pero esto no impidió que la rada de Santo Domingo ofreciera a la población un espectáculo grandioso. Su debilidad y su pobreza constituían un acontecimiento mundial. España, tal vez un poco avergonzada, tampoco asistió. Los diversos representantes europeos, indignados por lo que parecía ser una situación de privilegio otorgada a la IMPROVEMENT, protestaron enérgicamente y amenazaron con apoderarse de las aduanas. Al Vinetta había que respetarlo porque en una situación similar en Venezuela, optó por el lenguaje de los cañones y bombardeó efectivamente a Maracaibo, algunos años atrás. El Secretario de Estado norteamericano, Hay, cablegrafió a su Ministro Dawson de una manera tan encantadora como se supone en una situación diplomática tan estimulante: Sondee al presidente de Santo Domingo, discreta pero seriamente, y con espíritu perfectamente amistoso, considerando la inquietante situación que se está desarrollando a causa de la presión de otros gobiernos que tienen decisiones arbitrales en su favor y quienes consideran en conflicto nuestro Laudo con sus derechos. Ya un gobierno europeo ha indicado que puede recurrir a la ocupación de algunos puertos aduaneros dominicanos para asegurar su pago. Según parece, existe algún acuerdo entre ellos. Averigüe si el gobierno de Santo Domingo está dispuesto a pedirles a los Estados Unidos que tomen a su cargo el cobro de los derechos de aduanas y hagan una equitativa distribución de las cuotas fijadas entre el Gobierno y los diferentes reclamantes. Tenemos motivos para pensar que tal arreglo satisfará a las otras potencias y servirá para garantizar la paz de Santo Domingo contra influencias del exterior o disturbios internos…15

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Troncoso de la Concha, ob. cit., página 31.

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Dawson cumplió su misión correctamente. Le planteó al Presidente que los Estados Unidos no toleraría una violación de la Doctrina de Monroe por parte de ningún Estado europeo y que era necesario evitar por todos los medios que esa situación se produjera. No pocas veces la historia, que se escribe con largas oraciones, se construye con pequeñas palabras. Los cañones y las grandes sumas de dinero deciden, indudablemente. Pero con frecuencia una frase tan simple como esa, por todos los medios, es capaz de hacer cambiar de fisonomía a todo un largo período histórico. Uno de los medios fue una pacífica entrevista del Ministro Dawson con el Ministro de Hacienda y Comercio dominicano, Federico Velázquez, y con el Encargado de Negocios dominicano en los Estados Unidos, Emilio C. Joubert, en una casa situada cerca del antiguo fortín de San José, en el sitio en que se encuentra hoy una fuente ornamental regalada por el Gobierno de los Estados Unidos en 1944, probablemente para rememorar aquel feliz encuentro. Bastaba con ladear un poco la cabeza mientras se sorbía una taza de café, para contemplar el despliegue naval de algunas de las potencias históricas más grandes del mundo. Al colocar la última taza sobre la mesa, aquel despliegue desaparecería para siempre de las coordenadas geográficas del Nuevo Mundo.

La doble convención de 1905 El cablegrama de Hay a su Ministro estaba fechado a 30 de diciembre de 1904 como para ajustarse adecuadamente al fin final. El presidente Morales le comunicó al Ministro Dawson, como consecuencia de la entrevista, que correspondiendo al susodicho cablegrama se hallaba dispuesto a solicitar la ayuda del gobierno de los Estados Unidos. Velázquez y el Ministro de Relaciones Exteriores, Juan Francisco Sánchez, fueron designados para discutir el convenio con Dawson y, entre tanto, salía de Estados Unidos el capitán Albert C. Dillingham, a bordo del cañonero Castine para dar los toques finales y proceder a la firma del convenio. Todo parece indicar que

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el capitán Dillingham tenía muy buena letra cuando, siendo un oficial de la Marina de Guerra de los Estados Unidos, fue elegido para esos delicados menesteres. Y, por si necesitaba alguna ayuda moral o diplomática, zarparon también el crucero Newark, el mismo, que bombardeó a Villa Duarte, y otro crucero, el Tacoma, al mando del contraalmirante Sigsbee. El 20 de enero de 1905 fue firmada la Convención DomínicoAmericana. La población educada de Santo Domingo se había formado en Europa. Una simple mirada revelaba que la mayoría de las mujeres iban vestidas de pursiana que era en realidad prusiana. Se comía mantequilla danesa y ultramarinos de Noruega: grandes toneles de salazón –hociquitos de puerco, rabos, costillas, paticas de puerco– que se pedían separadamente en las pulperías. El baile comenzaba invariable y solemnemente con un vals vienés: la Viuda Alegre, el Danubio Azul. Todo se vino a abajo de un plumazo. Comenzaba una vida nueva. Lo único malo es que el plumazo, no con una pluma de ganso sino con una pluma metálica, lo había dado Dillingham sobre la mesa de su camarote de capitán. Vendrían el fox-trot, las películas de vaqueros, la cabellera a lo boy, la flapper, la pintura de labios y la falda por encima de la rodilla. El automóvil de bigotes, la mecanografista y la transformación total, más deportiva y expectante, más juvenil y prometedora, de la coquetería femenina. Y, naturalmente vino la confrontación hogareña entre lo viejo y lo nuevo. Lo viejo arregló sus bártulos y, según sus preferencias, embarcó en el Giovanni Bausán, el Jurien de la Graviére o el Vinetta. Algunos sollozos probablemente acompañaron la silueta de estos buques de guerra, no tan románticos como la situación los desdibujaba, cuando por fin se disiparon en el horizonte. Con la partida de estos buques concluye una nueva etapa en el desarrollo histórico de la nación dominicana, aquella que se abre en 1874. En los treinta años que van desde 1904, la República se ve envuelta en un rápido proceso que refleja los cambios internos del capitalismo como proceso histórico mundial. De 1874 a 1893, se manifiesta como capitalismo competitivo, obediente a las leyes de la oferta y la demanda. Desgraciadamente, el predominio clásico del

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régimen de las tierras comuneras, que fue la consecuencia final del tremendo golpe recibido por esta Isla durante las grandes devastaciones de 1605-1606, no le permitió recuperarse nunca y, debido a esta inmensa tragedia, las leyes de la oferta y la demanda se convirtieron, tan pronto como se estableció el capitalismo competitivo, en oferta y demanda respecto de los fondos públicos. Lilís, a quien le tocó mayormente presidir esta etapa, inauguró una demanda festinada de capital con cargo al futuro. Durante la primera fase de su Gobierno, esta demanda le otorgó un predominio completo a las fuentes europeas de capital. Su locura financiera le conduce a una operación desgraciada con la Westendorp, a la cual le concede la hipoteca de las aduanas creando una Caisse Generale de la Regie, encargada de recaudar directamente las rentas aduaneras, que no era otra cosa que la entrega de la soberanía nacional, en 1888. La Westendorp holandesa se convirtió en la IMPROVEMENT americana y, con ese cambio, cambia también la naturaleza de su Gobierno. La Banque Nationale de Saint-Domingue se convierte asimismo en el National Bank of Santo Domingo. Y, de esta manera, el capitalismo competitivo se transforma en capitalismo monopolista. La IMPROVEMENT es un complejo de compañías afiliadas: The Santo Domingo Finance Company of New York, The Company of the Central Dominican Railway, The National Bank of Santo Domingo, de New Jersey y la susodicha, la Santo Domingo Improvement Company of New York. Este complejo llegó a monopolizar completamente las finanzas nacionales mientras otra compañía americana, la Clyde Steamship Company, monopolizaba totalmente el transporte marítimo. Pero, a diferencia del capital europeo, estas compañías actuaban en Santo Domingo a título privado sin involucrar a su Gobierno. Sus estrechas vinculaciones con el poder público nacional, que ejercía Lilís con mano férrea y de manera absoluta, hacían superflua la intervención de una autoridad superior. Pero sobrevino la muerte de Lilís y sobre la IMPROVEMENT recayó todo el odio y la responsabilidad del régimen desaparecido. Este acontecimiento habría debido significar el retorno del predominio europeo en las finanzas nacionales, si la historia se hubiera detenido en ese punto.

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Pero la historia siguió su curso. La etapa del capitalismo competitivo había sido superada por la del capitalismo monopolista y no solo era imposible la vuelta hacia atrás sino que estaba forzada a seguir hacia adelante. El próximo paso debió gestarse en los años que siguieron inmediatamente a la muerte de Lilís, quien eligió para abandonar este mundo, la misma lancha de Caronte en que se embarcó el Siglo xix. Con el Siglo xx sobrevino una nueva fase de desarrollo del capitalismo en la esfera mundial y apareció el capitalismo financiero, caracterizado por el predominio de los grandes bancos internacionales y su entrelazamiento con los procesos políticos. Este proceso nuevo se manifiesta ya de manera inequívoca y con todos sus rasgos modernos en la CONVENCIÓN de 1905.

8 Pero este instrumento diplomático presentaba una dificultad. No podía ser denominado tratado (treaty) aunque lo era. Los congresistas norteamericanos, muy sensibles entonces a los sentimientos antiimperialistas del pueblo norteamericano, no habrían aprobado los términos de ese instrumento diplomático y, de todos modos, debía someterse a su ratificación. Para obviar ese inconveniente, había que eludir la denominación de tratado y se eligió el que pareció ser el vocablo adecuado, agreement, que en castellano es más o menos equivalente a acuerdo o convenio. Más altisonante y solemne resultaba CONVENCIÓN y por eso fue la denominación elegida. Sin embargo, no pareció ser suficiente y se acordó añadirle a la Convención del 20 de enero, un nuevo artículo que subordinaba textualmente la validez del documento a la aprobación del Senado norteamericano y, cortésmente, a la del Senado dominicano. Este nuevo documento fue firmado el 7 de febrero de 1905. De modo que en los anales de la historia financiera y diplomática del país, son dos las convenciones de 1905.

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El Modus Vivendi El punto que, en nuestra opinión determina la caracterización de este año como el de la iniciación de la era imperialista en nuestro país es, empero, el de su ejecución material. Y sucede que la Convención no podía ser llevada a ejecución mientras no fuera aprobada por el Senado norteamericano, que clausuró sus sesiones sin haberlo sometido a discusión. Dawson y el gobierno de Morales acordaron entonces ejecutar el tratado mientras se resolvía el problema de la aprobación senatorial, apelando a un artificio jurídico que se conoce como modus vivendi. Y, de esta manera práctica, que parecía cumplir con todas las exigencias históricas, el imperialismo hizo oficialmente su entrada en nuestro país. Este artificio resultó de una larga conversación de Velázquez con el Ministro Dawson, a raíz de la cual, y previa consulta con los representantes de Italia, Bélgica, Francia y España, se dispuso que un ciudadano americano, en función de receptor general de las rentas aduaneras, se haría cargo de estos fondos. Un banco norteamericano sería designado para actuar como depositario. El 55% sería afectado al pago de las deudas y el 45% restante se le entregaría al gobierno dominicano. Para materializar este arreglo, el presidente Morales emitió una resolución ejecutiva el 31 de marzo de 1905 que, según afirma César Herrera, era en esencia lo estipulado en la convención no sancionada. El ciudadano americano designado fue el Coronel George R. Colton, quien tenía experiencia como colector de aduanas en Manila, Filipinas, colonia americana. El Banco elegido fue el National City Bank of New York. La intervención de Dawson en los asuntos dominicanos había triunfado de manera decisiva, comenta Herrera.16 Luego, esa fecha del 31 de marzo de 1905, paradójicamente la de un acto emanado de la soberanía nacional, consagra, si esto fuera posible, el momento exacto de la introducción del imperialismo en la República Dominicana. 16

Ob. cit., página 275.

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Desde luego, no se trata de la voluntad o de la inteligencia y acaso la astucia de los participantes en este proceso. Ellos, con toda seguridad, ignoraban entonces que ese paso era de naturaleza típicamente imperialista. Inclusive si pudiéramos emplazar hoy al Ministro Dawson ante uno de esos tribunales que imaginariamente, o si se quiere metafóricamente, instituye la historia, y se le planteara que él fue el protagonista más destacado de esta acción en nuestro país, sin duda renunciaría a esa distinción histórica. Varios argumentos podría alegar. Uno de ellos sería que él no era un imperialista. El Tribunal se vería obligado a admitir que, si lo era, no respondía a un hecho de conciencia que le fuera imputable. Lo más probable es que el Ministro Dawson no tuviera la más mínima noción de lo que era el imperialismo. Otro argumento habría podido ser el de que el acto del 31 de marzo de 1905, aunque sin duda fue prohijado por él, no era un acto imperialista. Este alegato envolvería al Tribunal en la discusión acerca de lo que se entiende o se debería entender por imperialismo. Si se entiende por tal la subyugación territorial de un país por otro, su argumento sería irrefutable. Precisamente, la Convención de 1905 establecía en su articulado que el gobierno americano se obligaba a respetar la completa integridad territorial de la República Dominicana.17 La aplicación práctica de la Convención, aún con la presencia de Colton, antiguo funcionario colonial, no era una acción imperial por cuanto no involucraba compromisos territoriales. Knight, cuya obra tantas veces citada se declara en el subtítulo como Estudios sobre Imperialismo americano, aborda de frente la cuestión: Se ha polemizado mucho para llegar a definir y describir lo que es el imperialismo moderno. Algunos lo consideran como un proceso económico; otros como la extensión del dominio político. Parece a unos 17

En el segundo párrafo de la Convención de 1905 modificada con fecha 7 de febrero del mismo año. La obra de Troncoso de la Concha La génesis de la convención domínico-americana, reiteradamente citada, reproduce textualmente todos estos documentos en su apéndice de la página 113.

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un benévolo proceso de civilización; a otros la más brutal y desalmada manifestación del espíritu adquisitivo del capitalismo moderno. A quien estas líneas escribe, le parece mejor abandonar por el momento las apreciaciones dogmáticas acerca de esta materia, para hacer un examen de los hechos y llegar así al conocimiento de lo que es en realidad el imperialismo moderno…18

Esos hechos son para Knight, los siguientes: 1. Comerciantes y banqueros reconocen la oportunidad de obtener ganancias pecuniarias en ciertas áreas relativamente atrasadas política y económicamente. 2. Su penetración en estas áreas es seguida por peticiones a los Departamentos de Relaciones Exteriores de sus países respectivos. 3. Estas peticiones conducen inmediatamente a las intervenciones militares y a la administración política de tales áreas.

El Ministro Dawson, emplazado metafóricamente ante el tribunal de la historia, se vería obligado a admitir estos hechos. Pero el tribunal tendría que ser benévolo y reconocer que el acusado era un funcionario del Departamento de Estado y no un representante de los comerciantes y banqueros, que es lo que en definitiva caracteriza todo el proceso como imperialista. Por consiguiente, en la situación dada, no es la designación de Colton, funcionario colonial experimentado, lo que tiñe la acción de 1905 en la práctica, sino esa difuminada y casi imperceptible designación del National City Bank of New York como depositario de los fondos provenientes de las aduanas. Además, ya lo había sostenido Lenin,19 y por su parte lo declara Knight: necesitamos abandonar la simplista hipótesis de que el imperialismo contemporáneo es consciente y manifiestamente diabólico. La diferencia es entre el diablo y el infierno. El diablo no es necesariamente diabólico, pero el infierno es decididamente infernal… 18 19

Knight, ob. cit., página 5. Véase el epígrafe de esta sección, supra 834.

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Santo Domingo pareció un país predestinado en relación con esta doctrina. Desde la primera ocasión en que ella es invocada frente a una potencia europea, hasta el Memorándum Clark que la restituyó a los archivos de la diplomacia americana, una por una sus coyunturas de cambio tuvieron que ver con la República Dominicana. Esta curiosa circunstancia, que se funda en los estudios de los más autorizados tratadistas de esta Doctrina, ha sido discutida ya en otra ocasión por lo que consideramos innecesario volver sobre ella.20 Basta con aclarar que, si una nación de tan airosas ejecutorias, a nivel planetario, debe a una nación tan minúscula e intrascendente, una contribución tan destacada a su historia diplomática, se encuentra explicado en un famoso discurso del Secretario de Estado Philander C. Knox quien, al presentar la que luego se denominaría diplomacia del dólar por oposición a la diplomacia de la cañonera, decía: La proposición prácticamente se le ha dado forma y se ha probado con éxito en el caso experimental de Santo Domingo que, como es sabido, ha comenzado a preocuparnos desde fecha tan lejana como la época de nuestra Guerra Civil.21

Esta preocupación tomó un carácter virulento en 1904 cuando se ponían a prueba las nuevas formas que debía adoptar la Doctrina de Monroe durante la conversación que sostenía Velázquez, Joubert y el Ministro Dawson frente al Placer de los Estudios, en Santo Domingo. En estos días Dawson le agitó la Doctrina de Monroe ante los ojos al presidente Morales Languasco. Pero fue concretamente el presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, quien presentó el sesgo nuevo de la Doctrina de Monroe en su mensaje de mayo de 1904, a propósito de Santo Domingo, que sería denominado Corolario Roosevelt. En esa ocasión el Presidente declaró que: En el Hemisferio occidental la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina de Monroe puede obligar a los Estados Unidos, aunque a disgusto, en los casos Pedro Mir: Las raíces dominicanas de la doctrina de Monroe, Santo Domingo, 1975 (Premio Nacional de Historia). 21 Idem., página 93. 20

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flagrantes de tales errores o impotencia, al ejercicio de una fuerza de policía internacional.22 Cuando se debatía en el Senado la Convención dominicana, el Senador Tillman declaró airadamente: En lugar de nuestras viejas tradiciones, una nueva doctrina de imperialismo, de cesarismo, ha hecho su aparición entre nosotros…23

La Basic History de los Estados Unidos, de los esposos Beard, resume este punto de la siguiente manera: Durante el conflicto sobre Santo Domingo, Teodoro Roosevelt le dio al mundo una nueva interpretación de la Doctrina de Monroe claramente imperialista en la letra y en el espíritu. Inclusive, añade, proclamó una nueva doctrina de su propiedad; si los Gobiernos de la América Latina no pueden mantener el orden y pagar sus deudas, los Estados Unidos, después de prevenir a las otras potencias de que no deben actuar, debe intervenir, detener los desórdenes y asegurar que las deudas sean pagadas. Este pronunciamiento del Presidente de los Estados Unidos fue inmediatamente caracterizado en la América Latina como craso IMPERIALISMO yanqui. A pesar de ello, las acciones presidenciales en el Caribe, sobre la base de esta teoría, se multiplicaron en toda la región…24

Los Beard señalan que esta política reaccionaria de Roosevelt respecto al exterior, era compensada con unas concepciones radicales respecto al interior de su país, al extremo de negarse a enviar tropas en ocasión de una huelga de mineros y aún expresar sus simpatías hacia los huelguistas…25 La opinión más socorrida en nuestro país es que el acto diplomático que permite establecer la entrada del imperialismo en 24 25 22 23

Idem., página 90. Antonio de la Rosa, ob. cit., página 134. Idem., página 332. Idem., página 355.

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Santo Domingo, no es otro que la Convención de 1907. Pero en realidad ésta no hizo otra cosa que refinar unos procedimientos cuyos fundamentos se encontraban ya en la de 1905. La Convención –dice Knight refiriéndose a la de 1907– lo que hizo en realidad fue instalar un Receptor General de Aduanas, un Receptor Ayudante y demás empleados de la Receptoría, nombrados por el Presidente de los Estados Unidos…26 Y por eso las referencias recaían siempre sobre ella. Pero, si no fuera suficiente mostrar que las esencias del imperialismo como fenómeno histórico estaban contenidas ya en la Convención Domínico-Americana de 1905, y que su aplicación práctica se llevó a cabo en la forma del Modus Vivendi, debería bastar con ese hecho decisivo de que ella se expresó, en los términos de la política oficial de los Estados Unidos, y precisamente a propósito de los acontecimientos de Santo Domingo. El testimonio de los propios congresistas norteamericanos caracteriza la Convención de 1905 como el ingreso del imperialismo, no solamente en Santo Domingo, sino en el núcleo de la política exterior del Gobierno norteamericano. Ese giro, que modifica lo que el Senador Tillman evoca como nuestras viejas tradiciones, adoptó un nombre propio: el de Corolario Roosevelt.27 En consecuencia, la primera manifestación histórica del fenómeno que, en el marco de la Doctrina de Monroe, se denominó Corolario Roosevelt, tuvo lugar en Santo Domingo en ocasión del sometimiento de la Convención domínico-americana de 1905 al Senado norteamericano.28 Y resultaría absurdo desconocer ese hecho para desnaturalizar la significación histórica de la fecha. Ob. cit., página 53. Para Peña-Batlle, y de paso para Herrera en su obra citada (página 285), El Modus Vivendi que no tenía un valor contractual absoluto, porque había sido creado por resolución unilateral del gobierno dominicano, daría paso al instrumento más decisivo en la historia financiera y política de la República Dominicana en el Siglo xx, porque creaba, según el análisis jurídico de Peña-Batlle, la ‘servidumbre internacional’ o, según otros, protectorado ‘sui generis’. El hecho histórico evidente es que todo ese cúmulo de contrataciones, con su ápice en la Convención de 1907, culminó más tarde con la intervención armada del país por las fuerzas norteamericanas (Herrera, ob. cit., página 285). 28 Véase Las raíces dominicanas de la doctrina de Monroe, citada ya, para el Corolario Roosevelt. 26 27

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El día 21 de enero de 1905, a la mañana siguiente de firmarse la primera versión de la Convención, el editorialista del Listín Diario daba constancia de la significación histórica de ese instrumento diplomático que inauguraba una época en Santo Domingo y en América, como si tuviera en sus manos la tarea de periodizar nuestra historia: ¡Hemos tocado el fin! Pecado grande cometió Jerusalem; por esto ha sido hecha inestable. ¿Qué más sino sentir la amarga, la profunda pena que puso en boca de Jeremías aquellas bíblicas palabras?…29

El tono era el adecuado. Había que apelar entonces a la grave solemnidad de las Sagradas Escrituras. Era el comienzo de un siglo y el comienzo de una nueva era. Pero en el fondo de estas palabras lapidarias del Listín Diario, que tienen para nosotros ahora la importancia de que evidencian la conciencia nacional de que 1905 marcaba un hito histórico, late siempre el mismo reproche al pueblo. Hay que repetir incesantemente que el gran pecado no fue cometido por el pueblo dominicano. La inestabilidad no fue su culpa, sino su gloria. ¿De qué manera podía materializar su protesta y ejercer legítimamente su defensa propia? La Convención del 20 de enero de 1907 —dice Knight— no fue una libre y espontánea decisión, sino la aceptación de una esclavitud unificada para evitar el desmembramiento de la República… La aceptación sí, pero no por parte del pueblo. Véase por ejemplo el balance que Troncoso de la Concha hace de esta lucha popular que él entiende en los términos de desunión de los dominicanos: Cuando se hallaba vivo aún el recuerdo de Heureaux, cuya trágica caída había sido saludada jubilosamente por todo el país, hubo contra el Gobierno de Jiménez (durante las conversaciones que dieron Citada por Troncoso de la Concha en su obra acerca de las convenciones varias veces mencionada (página 40).

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origen al Protocolo) cuatro movimientos armados, promovidos por varios políticos y hombres de armas que habían sido amigos de aquel gobernante. Apenas transcurridos dos años y unos meses de instalado en la Presidencia, fue derrocado Jiménez. El gobierno de facto, presidido por Horacio Vásquez, que lo había sucedido, fue derrocado, a su vez, al año de haberse establecido (poco después de la firma del Protocolo). El gobierno de facto, primero, y constitucional después, de Woss y Gil, que reemplazó al de Vásquez, no duró por todo sino seis meses (a raíz del Laudo emitido por el tribunal de arbitraje creado por el Protocolo). Le sucedió, al ser derrocado, el gobierno de Morales (en cuyo gobierno se llevaron a cabo las conversaciones que produjeron la Convención de 1905), al que siguió una nueva guerra civil que, sumada a las anteriores, dejó al país desangrado, empobrecido, arruinado y en constante convulsión… (Los paréntesis no pertenecen al texto de Troncoso de la Concha).30

Este balance es revelador, aunque pudo haber agregado que Cáceres, a quien se imputó la Convención de 1907, murió asesinado siendo Presidente y, como sucedió a la muerte de Lilís, su desaparición desencadenó el torrente contenido de las acciones revolucionarias. Naturalmente, la coincidencia no establece una relación de causa a efecto. Si en el momento en que uno, siente un dolor de muelas se desploma un edificio, esto no quiere decir que el dolor de muelas ha desplomado el edificio. De la misma manera, si durante unas conversaciones se produce una revolución, esto no quiere decir que las conversaciones son causa de la revolución que se ha producido. Pero las coincidencias se reiteran, y cada vez que se reanudan las conversaciones se producen tres o cuatro revoluciones, entonces las coincidencias se convierten en ley. Por tanto, si cada vez que el imperialismo da un paso en dirección de la penetración se produce una revolución, sea quien sea que la provoque y sea cual sea la causa invocada, entonces la coincidencia se convierte en ley y será forzoso 30

Idem., página 55.

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admitir que las revoluciones son una respuesta a la penetración imperialista. Entonces los hechos, y no los nombres de las personas, tienen la palabra. Porque alguien, por supuesto, debe dar la cara. Y, si en tal o cual momento, no es posible reconocer al pueblo en esa cara, puesto que los pueblos no tienen cara propia, eso no significa que en estos hechos no se exprese la voluntad del pueblo, sus necesidades históricas, sus sacrificios y sus anhelos… Inclusive los mismos personajes que hemos visto involucrados en estos hechos y que aparentemente prohijaron y apadrinaron la penetración imperialista, los Jiménez, Vásquez, Woss y Gil, Morales Languasco y Mon Cáceres, bajo cuyos gobiernos tuvo lugar la escalinata invisible, asistidos por sus Ministros Federico Velásquez y Emiliano Tejera, entre otros, sin excluir a Galván a quien hemos visto acusar al pueblo dominicano, no dejaron de expresar de una manera o de la otra su resistencia a la penetración imperialista, en la medida en que fuese capaz de sofocar la soberanía nacional. En esos momentos de lucidez o de esclarecimiento, aún cuando sus palabras o sus actitudes respondieran a un esquema demagógico, el pueblo dominicano se expresaba en ellas. Expresaba su resistencia y su voluntad. Y si, a la postre, el balance no pudo ser otro que el encauzamiento de la vida nacional por esos derroteros, fue porque las leyes históricas que entraron en juego no regían solo para la República Dominicana sino para la humanidad entera y la culpa no podía serle imputada al pueblo dominicano. Hizo lo que tenía que hacer. Probablemente, mucho más de lo que podía hacer…

9 La Convención de 1907 fue instrumentada durante el Gobierno de Ramón Cáceres, quien de este modo recogía los frutos del tiranicidio de Heureaux. Al rematarlo en Moca le arrebató, no solo la vida, sino también los fundamentos de su poder. El proceso histórico que llevaba en su seno la IMPROVEMENT, se desencadenó con el pistoletazo que abatió a Lilís y desembocó en la Convención de 1905. Cáceres era

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Vice-Presidente de Morales Languasco en 1905 y le sucedió cuando éste renunció, o fue obligado a renunciar. Ya en el poder le tocó presidir la Convención de 1907, que vendría a ser la formalización definitiva del nuevo ordenamiento histórico de la República Dominicana. De Cáceres dicen consistentemente historiadores y cronistas que era hombre de más limitado que mediano saber. Hombre de acción pero no un estudioso, reconocía sus propias limitaciones, y por esta razón así como por su falta de aplicación, evadía las decisiones de los problemas técnicos de su administración, los cuales, relegaba gustoso a sus consejeros.31 Sin embargo, Cáceres inaugura una nueva filosofía del poder en la República Dominicana y lleva a cabo con extraordinario éxito un estilo nuevo de gobernar que echaba por tierra las concepciones teóricas hasta entonces conocidas. Probablemente, el éxito de Cáceres se debió a su desdén a la teoría y a su flexibilidad para delegar en otros las cuestiones importantes. La filosofía de su gobierno la había traído el capitán Dillingham en el Castine y, para ser debidamente traducidas a la lengua criolla, asumió el cargo de Ministro de Hacienda el verdadero padre nativo de las Convenciones, pues fue el único que participó en todas las conversaciones, las que produjeron las dos de 1905 y las de 1907: Federico Velázquez. Bosch lo explica de la siguiente manera: La posesión de tierras con títulos legales fue una de las preocupaciones de los capitalistas norteamericanos que tenían ingenios de azúcar en el país, y para eso se requería un gobierno dominicano cooperador, debido a que entre las medidas indispensables para dar garantías a esos inversionistas una era acabar con la propiedad colectiva o terrenos comuneros y la otra era entregar tierras del Estado a los ingenios…32 Es indudable que el imperialismo es un fenómeno histórico que trasciende esos limitados objetivos, pero por donde quiera que se le busque un fundamento específicamente dominicano para explicar su papel en nuestro país, se desemboca inevitablemente en el problema de los terrenos comuneros. En la explicación de Bosch es obvia la 31 32

La opinión es de Sumner Welles en su obra mencionada. Composición social dominicana, ob. cit., página 265.

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identidad entre la eliminación de la propiedad comunitaria y su conversión en propiedad privada a favor de los ingenios. Como lo previó Espaillat, las tierras comuneras constituían un estorbo enorme para el desarrollo de la industria. Si recordamos que su breve lapso en el poder fue suficiente para que Espaillat promulgara su Ley de concesión gratuita de los terrenos del Estado, con un olfato capitalista asombroso, y que asimismo Cáceres promulga la Ley de Concesiones Agrícolas de 1911, se ve claramente la coherencia histórica del problema. Pero tanto una ley de concesiones como la otra, no podían ser otra cosa que la expresión de un propósito fundamental: la liquidación del régimen histórico de las tierras comuneras. En Espaillat este propósito permaneció en su cabeza, pero en Cáceres tomó la forma objetiva de la ley con el nombre concreto de LEY SOBRE DIVISIÓN DE TERRENOS COMUNEROS de fecha 17 de abril de 1911. En virtud de esa ley, la propiedad privada se establece en la República Dominicana como filosofía del Estado y aniquila de golpe todo el pasado. Duarte y Santana han debido estremecerse en sus respectivos mausoleos. La Ley sobre División de Terrenos Comuneros de 1911 es la primera que aborda este problema en toda la historia nacional. Fue a ella a la que los campesinos atribuyeron, por cierto injustamente, la maldición de la invención de la agrimensura.33 Desde 1848 la República La información la hemos recibido, con muchas otras que nos sirvieron de material para la novela Cuando amaban las tierras comuneras, de un caballero, don Santiago Severino, que era por la época de la primera intervención americana un joven campesino de la región de Puerto Plata. De su conversación se nutrieron varios personajes como Silvestre, los Villamán padre e hijo, Flor y, sobre todo el personaje central que no puede ser otro que las propias tierras comuneras. Aprovecho para hacerle este reconocimiento aquí, debido a que estaba fuera de lugar en la novela, toda vez que se trataba de una obra de ficción. Por cierto que en algún lugar de aquel relato se describen las diversas operaciones contempladas por Bonifacio Lindero en un momento dramático de su vida, mediante las cuales se coloca una llanta de hierro en la rueda de madera de una carreta. Estas operaciones nos fueron descritas con un asombroso conocimiento del oficio por su esposa Doña Ana, a quien extendemos cariñosamente el reconocimiento, junto con la gratitud por las deliciosas y aromáticas tazas de buen café cibaeño y el balanceo de la mecedora frente a su pequeño jardín… Y, a propósito de Cuando amaban las tierras comuneras, debo hacer provecho de esta ocasión para explicar a quién pueda interesarle; que el origen de aquel

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había legislado en relación con la actividad de los agrimensores, aunque sus disposiciones aparentemente no fueron sancionadas nunca por 1a práctica. Cáceres no tenía que saber nada de esto. Tenía sus consejeros y a su vez los consejeros tenían sus consejeros. Pero la circunstancia de que esta ley fuera dictada por él precisamente, en los marcos de la Convención de 1907, qué implicaba todo un programa de transformaciones históricas y como expresión de todo el proceso de desarrollo capitalista del país, no solo explica su importancia, sino que al mismo tiempo clarifica todo el contenido de este período y por consiguiente, el contenido completo de la historia nacional. No podía ser de otro modo. La tierra es el medio de producción original y fundamental. Si algún sentido último puede detener el capitalismo, no será nunca otro que el de plantear el advenimiento de nuevos medios de producción. Pero nunca podrá significar la abolición de la tierra como el asidero último de la supervivencia del hombre sobre este planeta. Por eso tiene esa continuidad en la historia dominicana. Desde luego, no es la tierra la que hace la historia sino los hombres. Que aquí quede bien claro que de lo que trata esta historia no es del culto religioso de la tierra, sino de los procesos de luchas que ha originado desde los albores del Siglo xvii, y de las relaciones sociales que, en los términos de propiedad comunitaria y propiedad privada, ha determinado el aprovechamiento de los dones de la tierra… Aquí no interesa el contenido de esta Ley que está al alcance de la mano de todo el mundo, sino sus aspectos históricos en la medida trabajo cuya significación estrictamente novelística nunca pude ni medianamente sospechar, se encuentra en la necesidad de abrirle camino al presente estudio, entonces en proceso de elaboración. Esta idea brotó en el ámbito de aquellas conversaciones apasionantes con Don Santiago y Doña Ana, de quienes era de esperarse alguna información acerca de la actitud de los campesinos del Norte acerca de las tierras comuneras a principio de siglo. La locura de Flor y la frase muchachos, devuélvanse que la patria está en peligro, se convirtieron rápidamente en la médula de la narración novelística. Don Santiago camina todas las mañanas por la Avenida George Washington con su carga de recuerdos y no será difícil reconocerle en uno de los primeros capítulos, el que se denomina, Memorabilia. No puede haber deseo más hermoso que el de que siga caminando muchos años más, por la Avenida y por la novela, para satisfacción y contento de sus buenos amigos…

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que permiten fundamentar el esquema de periodización general de nuestra historia que aquí se propone. Y, si el período que denominamos «Era imperialista», no se viera forzosamente insertado en un proceso de la historia de toda la humanidad, como todos los períodos recorridos por nuestra historia, la Convención de 1907 en cuyos marcos se produce esta Ley, debería constituir el punto de entrada material del imperialismo. Este fenómeno posee, no obstante, un rasgo distinto que lo caracteriza: la actividad financiera, cuyo contenido quedó plenamente establecido en la práctica con la Convención, o convenciones, de 1905.

10 El paso dado por Cáceres con esta Ley fue sumamente laborioso y no es una presunción muy absurda la de que le costó la vida. Cáceres cayó asesinado en 1911. Este hecho ha sido explicado en términos psicológicos: las ambiciones políticas de unos, los resentimientos personales de otros. Pero la acción solo funciona de esa manera cuando se separa de su contexto histórico. Si los caballos que impulsaban el coche de Cáceres se encabritaron al sentir los disparos, difícilmente se encuentre una explicación racional que vaya más allá de la conexión sensible de los caballos con los disparos. Pero los hombres son criaturas históricas. En cada uno de los hombres que participaron en la acción funcionaba un interés que trazaba una trayectoria de intereses en los que se encontraba envuelta la nación entera. Al amparo de la Convención de 1907, la administración pública marchó como una maquinita recién aceitada. En verdad, nunca había funcionado de esa manera. Se pagaba regularmente la deuda, los sueldos eran pagados sin interrupción. Se desarrolló una política vial, educativa, burocrática. La paz era tangible. En la Hacienda trabajaba silenciosamente un mago: Federico Velázquez. Pensaba, no sin fundamentos, que se ganaba lenta pero inexorablemente la Presidencia de la República. Y, aunque todo parecía indicarlo, jamás

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pudo alcanzar esta meta. Tan silencioso como su trabajo, marchaba sordamente el resentimiento popular. Velázquez era el hombre de las Convenciones. Cáceres era también un producto de estas Convenciones. Y, mientras la cosa marchara en la dirección del pago de las deudas con el exterior y se viera que en alguna forma el país se libraba de una coyunda secular y salvaba la soberanía en peligro, tanto el uno como el otro podrían esperar el reconocimiento nacional. Pero el problema de la tierra es otro. Nunca se debió olvidar cuál era la naturaleza del sistema de propiedad en nuestro país. El hecho de que cualquier dominicano en cualquier momento pudiera disponer de un pedazo de tierra libremente, siempre que tuviera necesidad de cultivarla y efectivamente la cultivara, debió haberse reconocido como un motor histórico de la nacionalidad. Ese era un punto demasiado sensible para que se tocara festinadamente. Y los hechos eran elocuentes. La Ley de división de los terrenos comuneros fue sometida al Senado para su discusión y fue por fin aprobada el día 17 de abril de 1909. Pasó la mitad de su recorrido. Entonces pasó a la Cámara de Diputados.34 Habiendo sido avalada ya por el Senado se podía presumir que el procedimiento duraría un par de meses, a lo sumo. Pero este par de meses fue consumido en interminables discusiones. Y también el siguiente par de meses. Y el año. Y cuando la cosa llegó al par de años, es presumible que operaran algunas presiones para dar fin a ese estancamiento. Eso resulta del hecho de que la Ley fuera finalmente aprobada, justamente el 17 de abril de 1911. Este 17 de abril parece hecho a la medida. Difícilmente unas discusiones que se extienden a través de los años, terminen en la fecha aniversario sino existió de alguna manera el propósito de que fuera así. Las discusiones no suelen terminar, y menos cuando se debaten intereses de esa naturaleza, con una exactitud tan deliciosa. Los dos años de discusiones que requirió la Ley para ser aprobada en la Cámara de Diputados, a pesar del apremio que se presume existía en que se pusiera cuanto 34

Véase Alburquerque, Títulos de los terrenos comuneros de la República Dominicana, ob. cit., página 52.

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antes en vigor, indica que la situación, histórica tocaba un punto de crisis externa. Moya Pons piensa que Cáceres creía que favorecía al país legislando en favor de las grandes compañías azucareras extranjeras. Y a continuación añade: Pero su ley de exoneración de impuestos, unida a esa ley de partición de los terrenos comuneros, pronto sirvió para que esas corporaciones se apropiaran de las mejores tierras agrícolas del Sur y del Oeste del país, gracias a la complicidad de notarios y agrimensores criollos, que pronto descubrieron la forma de falsificar los títulos de los terrenos comuneros… Esta política económica de Cáceres creó cierto resentimiento entre los propietarios y empresarios dominicanos…35

También lo creó, sin duda, en la gran masa de la población campesina y, elevándose de este fondo social, no debe resultarnos absurdo e ininteligible, que armara, o cuando menos, animara, suponiendo que no sea capaz de explicarlo, el gesto que cercenó la vida de Ramón Cáceres… Viendo las cosas en términos de personajes aislados, serían tres los nombres que encarnan este proceso, Báez a quien se debe el Empréstito Hartmont; Lilís que dicta, la Ley de 1897 y Cáceres, a quien se debe la Ley de Partición de los Terrenos Comuneros, de 1911. Pero el proceso viene de mucho más lejos. Todos los sinsabores que atravesó el país durante su vida republicana, se debieron a la inmensa penuria económica, a la profundidad de su atraso, a la naturaleza anacrónica de sus fundamentos materiales cuya raíz remota se encuentra en las grandes devastaciones de 1605-1606, que a su vez fueron causa de la serie de devastaciones que las siguieron. Sánchez Ramírez, como primer gobernante nativo, fue el primero en cosechar en el poder los frutos de aquella inmensa tragedia. Ni él, a quien faltaba la elevación requerida, ni los gobernantes que le siguieron, estuvieron a la altura de una misión histórica que exigía Ob. cit., página 453.

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facultades excepcionales, acompañadas de un patriotismo intenso y consecuente. No pudieron hacer otra cosa que aceptar el papel de juguetes de su destino. Solo el pueblo, actuando en función de las leyes históricas, pudo mantener aquel comportamiento capaz de asegurar su supervivencia. Y, si al cabo de este largo proceso, se incorporó a la línea histórica seguida por los restantes países del continente y se aseguró un lugar, por modesto que sea, en el concierto de las naciones, es porque las leyes históricas son inexorables y ese destino era inevitable.

11 La Ley de Partición de los Terrenos Comuneros, de 1911 patrocinada por Cáceres, no llegó a cumplir su misión histórica en lo que se refiere a la abolición absoluta del arcaico sistema de la propiedad comunitaria de las tierras. Pero hizo posible, al menos, un transitorio y turbulento concubinato con la propiedad privada, o como se le llama, en derecho, propiedad inmobiliaria. Knight a quien se debe el estudio más profundo y, documentado de este proceso, describe los resultados históricos de esta Ley y por tanto configura netamente este período, en los siguientes términos: Uno de los propósitos por los cuales se trató de simplificar los procedimientos divisorios, fue el impulsar la adquisición de terrenos por grupos extranjeros, especialmente, por los azucareros, para que estos comenzaran a actuar de acuerdo con la Ley de Concesiones Agrícolas de 1911. Se le permitía a un concesionario, conforme a esta Ley, levantar factorías; construir y mantener carreteras, ferrocarriles, puentes y muelles, mejorar puertos y ríos; apropiarse de aguas para irrigación, y hacer las construcciones necesarias incluyendo canales; operar barcos y remolcadores de nacionalidad extranjera; instalar vías telefónicas y telegráficas, estaciones inalámbricas y plantas eléctricas, con la estipulación de que no debían vender corriente sin la autorización del Ejecutivo. Los productos de esas empresas estarían

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exonerados de derechos de exportación durante ocho años, y los impuestos vigentes no podrían ser aumentados dentro de un plazo de veinticinco años. Los impuestos municipales fueron limitados al 2 por ciento, ad valorem. Los buques o las lanchas solo pagaban la mitad de los derechos de puerto en vigencia. Los derechos de aduana sobre las maquinarias para tales empresas quedarían reducidos al 50 por ciento, por medio del descuento de papel sellado para el efecto. Todo lo que tenía que hacer un concesionario era depositar su petición en forma legal y comprar o arrendar durante diez años (en el caso de la industria azucarera), la cantidad mínima de terreno, es decir 247.1 acres o sean 100 hectáreas. Las empresas existentes solo tenían que llenar los requisitos necesarios para estar dentro de la ley. Para retener su concesión o franquicia, el concesionario debía comenzar a trabajar dentro del término de un año, poner bajo cultivo el área mínima en dos años, y no abandonar la concesión durante dos años consecutivos. No se podía importar colonos sino de la raza blanca, pero esta cláusula fue en gran parte anulada por los permisos que fueron concedidos para importar trabajadores de campo procedentes de las islas vecinas y otros países. En verdad esos privilegios era cosa extraordinaria: cuando se hacían necesarios los caminos, ferrocarriles, mejoras de puerto u otras construcciones, el Estado ejercía el derecho de expropiar legalmente las tierras indispensables en beneficio del concesionario extranjero. El informe de la Receptoría correspondiente al año 1910-1911 (p. 23), califica esta ley de progresista e instrumentada conforme a los usos modernos, así como de sabia en cuanto a que daba facilidades al capital extranjero, tan absolutamente necesario al desarrollo del país. ¡Era sin duda, la Carta Magna de la industria azucarera extranjera!…36

Las revoluciones tomaron un impulso incomparable, casi desesperado. Se difundió por todas partes la imagen de un país incivilizado donde no se reconocían las normas del derecho y de la ley. Se decía que los muchachos se amarraban el revólver antes de echarse Ob. cit., página 61.

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los pantalones largos y que los padres certificaban la mayoría de sus hijos, entregándoles el revólver. No pocas madres, por el contrario, anhelaban la paz. Sus hijos eran para ellas lo primordial. Obedientes a un instinto indeclinable, introducían sin saberlo un elemento más a las contradicciones infinitas en que se gestaba el comportamiento histórico del pueblo.37 Pero había una contradicción más espectacular. En medio del caos político y la inseguridad social, las empresas capitalistas prosperaban. El Gobierno, o por mejor decir los sucesivos precarios gobiernos, se debatían entre los apremios de fondos necesarios para sostenerse en medio de las crisis insurreccionales. Pero estos fondos no faltaban nunca a las grandes empresas. Un caballero de las finanzas, Don Santiago Michelena, puertorriqueño de origen y norteamericano de nacionalidad, había resultado encargado de recibir los depósitos de la Receptoría. En 1912 cuando, según refiere Knight, la revolución estaba bien encaminada, una compañía americana, dirigida por dos hombres llamados Jarvis y Niese, abrieron formalmente el Banco Nacional de Santo Domingo. Era un banco de emisiones, y aspiró desde el principio a quitarle a Michelena la cuenta notoriamente lucrativa de la Receptoría. Esta actividad no sufrió la menor paralización cuando un par de meses después, como cuenta el mismo autor, la revolución se extendió.38 Todo lo contrario. El Gobierno del Arzobispo Nouel recibió un empréstito para pagar la deuda flotante creada por la revolución y no uno, sino tres solicitantes se habían disputado el crédito: el Banco Nacional de Jarvis, el Royal Bank of Canada y el National City Bank of New York, que era la representación real de Santiago Michelena. Según la versión de Tulio M. Cestero: Míster Jarvis, un ávido promotor norteamericano, aspirante a la conquista financiera del país dominicano, Presidente del Banco Hazard, citado por Patte (p. 150), cuenta cómo una campesina en un mercado dijo, a la Comisión de senadores americanos de 1870 que vino con ese propósito, que ella favorecía la anexión para que sus hijos volviesen a casa y dejasen de servir en los ejércitos revolucionarios… 38 Idem., página 64. 37

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Nacional de Santo Domingo (un ramal de la Improvement) mostraba en octubre de 1912 en La Habana, al Director de un diario, un telegrama de Washington en el cual se le comunicaba que los Estados Unidos intervendrían en Santo Domingo y que la intervención se apellidaría INTERVENCIÓN JARVIS…39

Quiere decir que la Intervención estaba planteada en el Departamento ya en 1912 y que las cargas que la civilización pone sobre los hombros del hombre blanco no tenían nada que ver con los impulsos levantiscos del incivilizado pueblo dominicano, sino con el curso del desarrollo financiero en esa área determinada. La intervención, que efectivamente se produjo en 1916, no llevó ciertamente el nombre de Jarvis porque no fue realizada en su beneficio, pero todo indica que si tampoco llevó el nombre de beneficiario alguno, bien pudo el National City Bank of New York ponerle el suyo. Sin embargo, los entrelazamientos financieros que tenían lugar en el seno del imperialismo después de la primera década del siglo xx, eran ya tan infinitamente complejos, se movían en un cañamazo de compañías anónimas tan laberíntico, que resulta acaso una simplificación atribuirle a una sola empresa las consecuencias históricas del proceso financiero en su conjunto. Todo parece indicar, siguiendo el curso del estudio de Knight, que en Santo Domingo fue el National City Bank de Nueva York quien dio la cara. Pero este era un banco más. Otros participaron con responsabilidades aparentemente idénticas en todo el proceso. Nombres como el de Kuhn Loeb y C., o el Morton Trust, aparecen vinculados a empréstitos efectuados al Gobierno dominicano, o como depositarios de los fondos de la Receptoría y otros gajes de la vida financiera. Parece pues una simplificación de Knight el cargar exclusivamente en la cuenta del National City Bank los rasgos de este proceso Solo es necesario mencionar, de paso, las varias razones que asisten a los dominicanos para tratar con dureza al National City Bank, Tulio M. Cesteros: Estados Unidos y las Antillas, Madrid, 1931.

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sin que esta actitud alcance a los demás bancos. El Gobierno Militar lo introdujo. Sus conexiones con los azucareros extranjeros no podían hacer esa institución simpática a los dominicanos, de ningún modo…40

Sin embargo, dice el propio Knight que la industria azucarera creció con rapidez tanto antes como después de 1917, fecha en la cual se instaló el National City Bank.41 El problema de la penetración imperialista parece mucho más complejo que el que puede atribuírsele a una determinada institución bancaria. En la primera década del Siglo xx se había completado ya la monopolización de toda la actividad financiera de los Estados Unidos en dos grandes monstruos financieros, a la cabeza de los cuales figuraban el National City Bank of New York y el Chase Manhattan Bank, que eran los centros de un inmenso entrelazamiento de intereses bancarios.42 Los tratadistas norteamericanos de este proceso histórico prefieren encarnar esos dos grandes monstruos financieros en las personas que llevaron a cabo la etapa final del proceso de monopolización, esto es, J. P. Morgan y John D. Rockefeller. La Casa Morgan y la Casa Rockefeller constituían, pues, el núcleo de lo que se llama Ob. cit., página 159. Idem. 42 En torno a estos dos grupos, o lo que en definitiva debe convertirse en un grupo mayor, se congregan todos los grupos menores de capitalistas. Todos ellos son aliados y se entrelazan a través de sus variados intereses mutuos. Por ejemplo, los intereses de la Pennsylvania Railroad de ferrocarriles son por un lado aliados de los Vanderbilt y por el otro lado de los Rockefeller. Los Vanderbilt están estrechamente aliados al grupo Morgan y tanto los intereses de la Pennsylvania y de los Vanderbilt se han convertido recientemente en los factores dominantes del Sistema Reading, un sistema vial originalmente perteneciente a los Morgan y el aspecto más importante del combinado carbón antracita que siempre ha sido dominado por gente de los Morgan… Visto en conjunto, encontramos que la influencia dominante en los TRUSTS o grandes monopolios consiste en una intrincada urdimbre de grandes y pequeños capitalistas, muchos de ellos aliados a otros por lazos de mayor o menor importancia, pero que son apéndices o partes de grupos mayores que a su vez dependen o son aliados de los dos gigantes, el grupo Rockefeller o el grupo Morgan. Estos dos grupos gigantescos unidos… constituyen el corazón de los negocios y de la vida comercial de la nación. (Extracto de John Moody: The truth about trusts –1904– en la Basic History de los Beard, ob. cit., página 294. 40 41

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imperialismo norteamericano y, como se ve, no se trata de personas, sino de un proceso histórico que está completamente por encima de las instancias personales. O dicho de otro modo, no fueron Morgan y Rockefeller los lores de la creación del imperialismo, sino que por el contrario, el imperialismo los creó a ellos. De la misma manera, trajo a Santo Domingo, primero al National City Bank y poco después a los marines. La ocupación militar de 1916 duró hasta 1924 pero no fue otra cosa que el brazo armado de la Convención original de 1905. Al retirarse las tropas, dejaron una dictadura férrea de 30 años que se denominó Era de Trujillo aunque, aplicando el rigor histórico, no inauguraba una era en el curso histórico de la República Dominicana. La llamada Era de Trujillo fue una estilización del poder, cargada de profundos rasgos personales que, por lo demás distaba mucho de ser la primera y de poseer características originales. Antes hubo toda una sucesión de gobernantes que impusieron su propio estilo en el poder. El primero fue Juan Sánchez Ramírez. Tras de él pudieron aspirar a similar distinción Pedro Santana, Buenaventura Báez, Ulises Heureaux, Ramón Cáceres y quizás algún otro, Carlos Morales Languasco, por ejemplo, aunque débilmente. En realidad, solo dos personajes de nuestra fragorosa historia podrían representar el advenimiento de una Era histórica: Juan Sánchez Ramírez, el primer gobernante nativo durante la Era Imperial, y Ramón Cáceres, el primer gobernante, con la Convención de 1907, como instrumento definitivo de la Era Imperialista. Ulises Heureaux, con todos los méritos que pudo acumular, con lo profunda que fue su huella en el proceso, con los fuertes rasgos personales de su gobierno y con los innumerables ingredientes de novedad que introdujo en la vida histórica, fue solo el precursor, el obrero laborioso que echó la zapata. Su régimen fue el de la transición difícil y concluyó en el momento exacto. Cinco años más, y hubiera sido el padre de la nueva Era.

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12 Aquí podría concluir esta tarea de periodización de nuestra historia. Si la Era que actualmente vivimos lleva en sus entrañas los rasgos de la que ha de seguirla, no es labor que corresponde a los historiadores del presente. Pero la secuencia histórica nos revela que en el fondo de todos los procesos que ha vivido esta nación, desde el momento mismo que ella se constituye, hay una constante: el sistema de propiedad de las tierras en cuyo seno se debate una contradicción más duradera que cualquiera otra de las múltiples contradicciones que impulsan la marcha del progreso: la de la propiedad común y la de la propiedad privada. Como ha observado Patte, con esa perspectiva que disfruta el observador extranjero, es necesario dirigir la atención a los terrenos comuneros para conocer la realidad económica y social de la República Dominicana de nuestros días.43 Por eso, y sin aspirar al privilegio de ese conocimiento definitivo, debemos concluir esta tarea con aquel que fue el florón más perdurable (precisamente porque esa perdurabilidad estaba en su esencia), que es la implantación del Sistema Torrens al ordenamiento de la propiedad inmobiliaria en este país Este sistema de registro de los títulos de propiedad de los terrenos constituía una verdadera innovación, no solo en este país, sino en todo el Hemisferio. Había sido ideado por un oscuro funcionario inglés, Robert Richard Torrens quien, de un modesto cargo de colector de rentas aduanales en Australia llegó a ocupar una posición en la Asamblea Legislativa. En 1858 fue aprobado su proyecto de Ley de registro simplificado de los títulos de tierras que lleva su nombre, aunque debió enfrentar una violenta oposición por parte de los abogados en ejercicio. Esta ley eliminaba toda posibilidad contenciosa, una vez que los títulos eran registrados y perimían los plazos para la contestación, y los abogados estimaban que su papel profesional perdía todo sentido. La Ley se impuso y 43

Ob. cit., página 203.

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Torrens, nacido en Irlanda, fue ennoblecido en Inglaterra con el título de Sir. El Sistema Torrens fue puesto en vigor en nuestro país durante la ocupación en 1920. Este hecho conduce a algunas consideraciones. La primera es la de que, no habiendo sido posible hasta entonces implantar un sistema estable de parcelación de las tierras comuneras, el éxito de la Ley de 1920 solo fue posible en virtud de una fuerza material inconmensurable. Es indudable que la opinión pública se dividió porque la resistencia a la Ley no movilizó aparentemente a las fuerzas nacionales sino a los sectores más desesperados. El centro de la resistencia estuvo en las tierras del Este en las cuales, por la naturaleza del desarrollo histórico, las tierras comuneras habían conservado las esencias más puras. El Norte era históricamente partidario de la parcelación de las tierras. El Sur mantuvo siempre una posición vacilante. Y fue precisamente en el Este donde la industria azucarera encontró las condiciones, tanto en el orden topográfico como en el jurídico, más propicias para su desarrollo: tierras llanas en abundancia y débil expresión de la propiedad privada. Los gavilleros, o bandas armadas de campesinos, fue la respuesta. Otra consideración se desprende del hecho de que, a la hora de articular un sistema de propiedad de las tierras, los legisladores de la ocupación militar se vieron obligados a recurrir a un sistema prácticamente desconocido y que se había puesto en vigor con éxito en Australia, un país situado en las antípodas. Es obvio que un sistema original tenía que ser sustituido con otro sistema original. Si en el curso de este trabajo hemos señalado reiteradamente la originalidad, que había sido reconocida por un especialista como Ots Capdequi, del sistema de propiedad imperante en este país, la circunstancia de que para ser abolido haya habido que acudir a unas fuentes tan remotas y tan innovadoras, contribuye a afirmar la originalidad del sistema tradicional e histórico imperante en la República Dominicana, hasta entonces. Sin embargo, sus nobles antecedentes no fueron suficientes para que el sistema venido de Australia funcionara con la misma eficacia en Santo Domingo. La firmeza del sistema tradicional de

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las tierras comuneras, que ya se evidenció en los lejanos días de la Ocupación haitiana, volvió a ponerse de manifiesto un siglo exacto después. Esta ley, según nos explica el Dr. Alburquerque en su estudio mencionado, propició el reconocimiento del derecho sobre el terreno ocupado o poseído en aquellos sitios en que por su fertilidad habían sido cultivados, o que para esos fines estaban ocupados,44 pero las publicaciones que apoderaban al Tribunal de Tierras, creado para el saneamiento de las tierras, no conllevaban la obligación de depositar los pesos de títulos que significaban los títulos sobre Terrenos Comuneros o Sitios Comuneros.45 Y agrega: Esa circunstancia permitió que durante muchos años y hasta que se pusieron en vigor los nuevos procedimientos de las referidas leyes Nos. 833 (de 1945) y 1542 (de 1947), en cuanto al depósito de los pesos de títulos para su depuración, una gran cantidad de ellos permanecieron en las manos de sus propietarios, sin que el Tribunal de Tierras tuviera un control inmediato y positivo sobre esos títulos».46 Y concluye: La Ley de Registro de Tierras del año 1920, aún sin haberse aplicado, fue la que mayor influencia causó en la abstención de los propietarios de hacer valer sus títulos de pesos en los procedimientos catastrales, y la que impidió que muchos títulos no fueran depositados para los fines de su depuración. Esa abstención voluntaria probablemente fue causada por una coacción moral de un infundado temor en la aplicación o alcance de esa Ley…47

Esta actitud resultaba más triste por cuanto el tercer considerando de la Ley establecía sus propios fundamentos en los términos siguientes: Para remediar este estado de cosas, establecer la confianza en los derechos de la propiedad, y devolver la tranquilidad al país es necesaria una medida enérgica que determine los verdaderos 46 47 44 45

Alburquerque, ob. cit., página 76. Idem., página 73. Idem., página 74. Idem., página 75.

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derechos de propiedad de las tierras y obligue a su registro según un método científico…48 Knight considera que había la franca intención de destruir las posesiones colectivas, puesto que uno de los objetivos de esta ley era el de obligar a registrar los títulos de terrenos, incluyendo los títulos de pesos comuneros. De modo que, en términos históricos aunque sí jurídicos y económicos, el Sistema Torrens no obtuvo el resultado ideal aunque, finalmente, dice Knight, la importancia concedida a los títulos individuales, claros y bien determinados, dio a los azucareros precisamente la oportunidad que ellos habían estado esperando durante años…49 Y, de esta manera, cubrieron su periplo histórico las tierras comuneras, sin que pueda asegurarse que han desaparecido del todo. Todavía se producen eventuales conflictos en los que se descubre su activa presencia, aunque encubiertas tras la denominación de terrenos del Estado. Pero, de todos modos, podrían descubrirse en muchas otras zonas que nada tienen que ver con los procesos jurídicos e historiográficos. Y no resulta muy aventurera la afirmación de que súbitamente se le vea cruzar una esquina de las ciudades modernas de hoy en nuestro país, sacudiendo una melena o cimbrando una cintura femenina que se remonta al fuego original al que debe su existencia el pueblo dominicano…

Idem., página 76. Knight, ob. cit., página 113.

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En conclusión La historia hispanoamericana suele convertirse, por desgracia las más de las veces, en árido inventario de presidencias y golpes de palacio, sin que el lector tenga la sensación de que debajo de la superficie vibra un pueblo que es espectador pasivo o partícipe forzado en tales acontecimientos… ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... El milagro de la supervivencia (dominicana) no es una expresión exagerada si se mira la historia de estos cuatro siglos y medio, en que el afán principal ha sido las más de las veces, simplemente no dejar de existir… Ricardo Patte. El caso es ciertamente muy original y resulta incomprensible por sí mismo. La situación de la República Dominicana, después de algunos años iba de mal en peor, hasta el punto de que hace un año la sociedad se encontraba allí amenazada de su disolución completa… Theodore Roosevelt. Mensaje presidencial de 1905 al Senado. 771

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La discusión del presente proyecto de periodización general de la historia dominicana, nos conduce a una conclusión suprema: EL MOTOR QUE, EN ÚLTIMA INSTANCIA, HA IMPULSADO A LA NACIÓN DOMINICANA A TODO LO LARGO Y LO ANCHO DE SU RECORRIDO HISTÓRICO, ES EL SISTEMA ORIGINAL DE APROVECHAMIENTO DE LAS TIERRAS QUE CONOCEMOS COMO EL SISTEMA DE LOS TERRENOS COMUNEROS. Pero, la discusión de este criterio general, exige para su convalidación, numerosas y variadas CONCLUSIONES

A. En cuanto al desarrollo nacional 1. La Historia de los dos pueblos que comparten la soberanía de la isla originalmente denominada LA ESPAÑOLA comienza con la destrucción prácticamente completa del establecimiento inaugural de España en el Nuevo Mundo, por medio de la violencia conocida como las DEVASTACIONES DE 1605 y 1606. La vida aborigen y el Descubrimiento constituyen la Prehistoria y la Protohistoria, respectivamente. 2. La gestación del pueblo dominicano comienza con la cesión de la antigua colonia española a Francia en 1795. 3. La primera manifestación política del pueblo de la parte oriental antes española y entonces francesa, y por tanto su constitución histórica, tiene lugar en 1804, en el seno de los sectores

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predominantemente tabacaleros de las tierras comuneras del Norte del país, al expulsar primero a los franceses y sucumbir después frente a los haitianos en 1805, retornando automáticamente a la jurisdicción francesa. 4. La primera independencia de este pueblo tiene lugar DE HECHO en 1809, en el seno de los sectores predominantemente madereros-ganaderos del Este y los azucareros del Sur, al expulsar primero a los franceses y producirse después una anexión inconsulta a España. 5. La primera independencia DE DERECHO y por tanto su primera constitución como Estado, tiene lugar en 1821, en el seno de los mismos sectores del Este y del Sur, al proclamarse el ESTADO INDEPENDIENTE DEL HAITÍ ESPAÑOL, la llamada Independencia Efímera, posteriormente anexado a la República de Haití en el marco de la independencia general de la Isla, tras una tentativa inconsulta de anexión a la Gran Colombia. 6. La constitución jurídica de la nacionalidad dominicana tiene lugar en 1844, en el seno de la unidad nacional pero bajo la dirección de los sectores del Este y del Sur, que se suceden alternativamente en el poder, al ser restablecida la independencia, separada de la parte antes española de la Isla con el nombre de REPÚBLICA DOMINICANA, posteriormente anexada a España en 1861. 7. La culminación de la lucha nacional en función de las potencias imperiales de Europa, tiene lugar en 1865 bajo la dirección de los sectores predominantemente tabacaleros del Norte, al expulsar definitivamente a España y enfrentar la lucha nacional frente a los americanos. 8. La primera revolución popular, strictu sensu, que pone fin a la prolongada hegemonía de los sectores vinculados a los terrenos comuneros, y al mismo tiempo cierra el período de las acciones coloniales de las potencias imperiales, tiene lugar en 1874 y, al mismo tiempo que liquida el esquema tripartito histórico de la vida económica ancestral, abre las puertas al desarrollo capitalista, al poder burgués y a la plenitud de la independencia nacional.

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9. La nueva Era histórica se inserta en el proceso de transformaciones del capitalismo a nivel mundial e inaugura un nuevo estilo de lucha popular encaminada, no ya a la defensa de la integridad del territorio, sino a la defensa de la soberanía plena de la República. 10. La defensa de la soberanía se objetiva en las luchas populares con la dictadura nativa, derivada de la lucha competitiva de las diversas representaciones del capital europeo, durante un primer ciclo que se extiende de 1874 a 1893. 11. La naturaleza competitiva del capitalismo transforma las contradicciones internas del capital europeo en contradicciones con el capital americano, sin que se modifique el carácter de la lucha popular, durante un segundo ciclo que se extiende de 1893 a 1905. 12. El Siglo xx se inaugura con el advenimiento con la transformación del capitalismo en «imperialismo» a nivel mundial, y en nuestro país con el ingreso de esta formación superior del capitalismo, que se inicia con la llamada CONVENCIÓN DE 1905 y se materializa con la ocupación militar americana de 1916, con la cual queda legalmente abolido el sistema arcaico de los terrenos comuneros.

B. En cuanto al desarrollo económico 1. Las Devastaciones de 1605-1606 inician una serie de devastaciones que deprimen la economía del país y depauperan a las masas secularmente, frenando el desarrollo de una burguesía nacional y, en consecuencia, retardando y mediatizando el advenimiento plenario de la independencia política. 2. La entrega de la colonia en 1795, en virtud del tratado de cesión a Francia, es convertida por el Gobernador español Joaquín García en una devastación gigantesca con fines políticos, que acentúa la despoblación y la miseria: un país pobre de numerario y en estado de emigración (García). 3. La resistencia al paso de las tropas haitianas cuando se dirigen a atacar la plaza de Santo Domingo ocupada por los franceses en

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1805, para preservar los primeros destellos de vida independiente por parte de los sectores del Norte del país, produce nuevas devastaciones y nuevas despoblaciones, demasiado recientes para impedir el hundimiento del país en el más profundo abismo económico: Hay una verdad que no admite duda: donde no hay campo no hay ciudades (Dessalines). 4. La demora artificiosa en tomar la plaza de Santo Domingo, obviamente con fines políticos por parte de Juan Sánchez Ramírez, obliga a mantener a un enorme y superfluo contingente de soldados extranjeros con los últimos recursos madereros y las reservas de la ganadería: reducida en el día a casi su total exterminio (Sánchez Ramírez). 5. La vida republicana emerge en 1844 tarada económicamente por las sucesivas devastaciones del territorio, a las cuales se suma el esfuerzo por preservar la independencia frente a las tentativas reales y supuestas de restituir el país a la bandera haitiana, obligando a consumir unos fondos económicos cada vez mayores procedentes de los prestamistas extranjeros, gestionados con una festinación y una irresponsabilidad equivalentes a las devastaciones. 6. La cadena de empréstitos atraviesa todas las transformaciones históricas y todas las modalidades del capitalismo mundial, y escalando los diversos peldaños de la catástrofe, comenzando por el Empréstito Hartmont, siguiendo por el de la Westendorp, pasando a los de la Improvement, poniendo en práctica todas las formas de la bancarrota, hasta culminar con la Ocupación militar de 1916, que sella la abolición legal del obsoleto aunque simbólico sistema de los terrenos comuneros en 1920. 7. La cancelación de la deuda externa por parte del gobierno de Trujillo en 1947, que resume todo este proceso, podría significar una variante periódica que supone la investigación de los últimos 50 años, consideradas las modalidades nuevas de la dependencia económica y sin que puedan caber en los marcos de la presente periodización general de la historia nacional.

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C. En cuanto al desarrollo social 1. Las Devastaciones de 1605-1606, y las despoblaciones masivas que ocasionaron, a la población superviviente a organizarse en núcleos diversos en todo el territorio, compartiendo en cierto sentido la misma suerte del ganado de los antiguos hatos y los ingenios azucareros, cuyos dueños abandonaron el país. 2. Los fundamentos sociales del Siglo xvi, afectados por la catástrofe económica, desaparecen para echar las bases de una sociedad nueva de acuerdo con la espontaneidad histórica impuesta por las circunstancias y favorecida por el absoluto desprendimiento de la metrópoli. 3. El Siglo xvii constituye una zona oscura, usualmente descrita por medio de la metáfora del sueño o la concepción de la inhistoria (Troncoso Sánchez), y sustituida en la historiografía tradicional por el registro de los diversos tratados originados por los conflictos europeos y en los cuales, sirviéndose de artificios jurídicos y retóricos, se pretendía entonces y todavía hoy, que se encontraba incluida la situación de esta antigua colonia española. 4. Durante este Siglo xvii se van gestando los componentes de lo que más tarde podrá ser reconocido como el pueblo dominicano y en cuyo seno se encuentran las peculiaridades más significativas de su comportamiento histórico. 5. Al desaparecer la industria azucarera basada en la esclavitud, desaparecen las formas coactivas que mantienen al esclavo uncido al régimen de plantaciones que había venido al mundo en este mismo territorio durante el Siglo xvi y queda automáticamente libre como el mismo ganado de las haciendas azucareras. 6. Las diferencias de clase propias del Hato del Siglo xvi se volatilizan y crean una nivelación inevitable en el seno de toda la sociedad sin que de ella escapen los escasos funcionarios de la colonia, sustentada por un precario e irregular envío de los llamados situados de México. 7. El Siglo xviii contempla el desarrollo en la parte occidental de una colonia francesa basada en el esquema capitalista de la

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esclavitud de plantaciones, que ha completado sus lineamientos durante el siglo anterior en Brasil, a donde emigró a raíz de las Devastaciones, y en cuyo seno la situación del negro esclavo contrasta profundamente con la del antiguo esclavo negro de la parte antes española. 8. Los intercambios comerciales de una colonia con otra, introducen elementos nuevos, caracterizados por la influencia de la propiedad privada y alteran en cierto grado la nivelación original creada por las Devastaciones, restaurando una esclavitud dulcificada en los marcos de la esclavitud doméstica o clásica, que no impide el mestizaje como norma universal de la sociedad. 9. La inercia historiográfica, principalmente conservada por un historiador que vivió esa última época (Delmonte y Tejada), generalizó la denominación de hatos de las haciendas del Siglo xvi y siguió siendo aplicada a las posesiones del Siglo xviii, a pesar de las profundas diferencias entre unas y otras, de donde la denominación de sociedad hatera y la confusión de ambas formaciones sociales, las del Siglo xvi y las que se originan en el Siglo xviii como consecuencia de las Devastaciones del siglo anterior. 10. La descendencia directa del pueblo dominicano respecto de la sociedad hatera, que es únicamente la fuente donde deben ser buscados, no tiene nada que ver con los Hatos del Siglo xvi, que resultan incoherentes para explicar el futuro en todos sus aspectos.

D. En cuanto al desarrollo político 1. La constitución económica de tres regiones caracterizadas por sus formas productivas en el país, como consecuencia de la desarticulación histórica producida por las Devastaciones, deberá manifestarse en todo el curso del proceso de desarrollo del pueblo dominicano, en los términos de agudas contradicciones en la lucha por el poder.

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2. Las primeras manifestaciones populares en ese sentido se descubren ya durante el ejercicio del poder haitiano (1822-1844), entre los sectores más estrechamente vinculados al sistema antiguo de los terrenos comuneros y aquellos que, por la naturaleza más avanzada de sus medios de producción, debían inclinarse a la partición de esos terrenos y al fortalecimiento de la propiedad privada de las tierras. 3. Con el advenimiento de la República, aparecen dos sectores antagónicos en la lucha por el poder, identificados en la literatura de la época como la contradicción entre la Capital y Santiago, que no es sino la discordia entre los partidarios de la perpetuación del sistema comunero del Este y del Sur, y los partidarios de la partición de las tierras, en dirección capitalista y burguesa, con su asiento en el Norte. 4. La vida republicana contempló ya en el momento mismo de su inauguración la hegemonía de los sectores del Este y del Sur, partidarios del sistema tradicional, quienes se alternan en el poder ejerciendo una dictadura funesta y sumiendo al pueblo en una lucha tan constante como sangrienta, al mismo tiempo mortal para el desarrollo del progreso en el país. 5. La hegemonía hatera culmina con la eliminación de uno de estos dos sectores, los del Este, durante la guerra en que sumieron al país con la anexión a España de 1861 a 1865, y al otro, los del Sur, durante la guerra civil que siguió, llamada de los Seis Años y que concluye con la gran revolución de noviembre de 1873. 6. El año de 1874 que, de acuerdo con este proceso, debió marcar la entrada de los sectores del Norte, fuertemente impregnados de concepciones burguesas y que habían dirigido tanto la guerra llamada de la Restauración contra los hateros del Este, como la guerra de los seis años contra los azucareros del Sur, coincide con una transformación profunda de la economía nacional a raíz de la fundación de la industria azucarera moderna y, no solo traslada el foco burgués del Norte hacia el Sur, sino que volatiliza el esquema económica tripartito tradicional.

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7. El capitalismo escala las esferas del poder en manos de una burguesía predominantemente extranjera e hipotecando con su poderío económico la independencia de la República, dando por resultado un período de intensas luchas populares que expresan el esfuerzo de la sociedad por organizarse en los términos de la sociedad contemporánea, en el marco de los sacrificios más ingentes y la penuria material y espiritual más desgarradoras.

E. En términos generales. Su propia independencia (la del pueblo dominicano) es, en cierto sentido, un acto sui generis en la historia del separatismo hispanoamericano, pues no coincide con ninguna otra ni se acopla con ninguno de los movimientos, tanto en el continente sur como en las demás Antillas… Ricardo Patte.

1. La Historia de la República Dominicana presenta la paradoja de que, a diferencia de la generalidad de las naciones en las que la lucha del pueblo es encarnada y dirigida por una personalidad excepcional, en la cual se simbolizan históricamente las grandes hazañas del pueblo, los dominicanos han tenido que forjar su independencia en una sorda lucha principalmente enfrentada a sus dirigentes, de donde resulta que sus personalidades más deslumbradoras han sido sus enemigos y que, el gran protagonista de su historia es el pueblo mismo. 2. Los forjadores de la independencia dominicana son invariablemente los conculcadores de la independencia: Sánchez Ramírez que independiza a Santo Domingo de Francia entrega el país

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a España; Núñez de Cáceres proclama la independencia de España y por el mismo acto la anexa a Gran Colombia; Santana es la primera espada que se enfrenta a Haití sin que le tiemble el pulso para entregarlo nuevamente a España; Lilís emancipa al país de la coyunda del empréstito Hartmont y lo entrega a la Improvement… 3. El único dirigente que imprime una orientación firme en el sentido de la independencia y permanece consecuente con ella hasta el fin de sus días es Juan Pablo Duarte, pero sobre él se ceban las fuerzas negativas del país al tiempo que se inhiben las que se suponen positivas, y queda incapacitado para dirigir la lucha al frente de su pueblo. 4. El ideal de Duarte que, sin mayor desarrollo, puede sintetizarse en la consigna de la independencia pura y simple es llevado en peso por la acción espontánea de las masas a todo lo largo del recorrido histórico. 5. Cuatro veces deberá objetivar el pueblo su lucha por la independencia para que ella se afirme inequívocamente: en 1809, en 1821, en 1844 y en 1865, pero en todas ellas se elude la definición plena de la independencia: en 1809 se denomina Reconquista, en 1821 Efímera, en 1844 Separación, aparte de que efectivamente lo era, y en 1865 Restauración, tal vez no muy desacertadamente, pero la independencia real en hecho y en derecho es solo una, la de 1821, por efímera que haya podido parecerlo. 6. La independencia, como expresión de la lucha de la burguesía por el poder, es dirigida en Santo Domingo por los sectores más enconadamente hostiles a la burguesía, lo que constituye una nueva paradoja, explicable por la naturaleza peculiar de la estructura económica del país, fundamentalmente basada en el sistema de los terrenos comuneros que impregnaba a toda la sociedad. 7. El pueblo dominicano consume dos generaciones, calculadas en treinta años cada una, para constituirse objetivamente, desde 1804 durante los acontecimientos de Santiago de los Caballeros hasta 1864 durante la lucha para expulsar a España, librada en

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ambas situaciones exclusivamente con sus propios recursos y con sus propios métodos. 8. El régimen de las tierras comuneras perdura en el país exactamente 300 años, si partimos de 1620 en que presumiblemente se reorganizaron las familias que sobrevivieron a las Devastaciones, hasta 1920 en que fue legalmente abolido y sustituido por el Sistema Torrens. 9. La historia de la República Dominicana es una historia opaca, porque la historia de los pueblos no la escriben los pueblos, pero es también una historia admirable y una hazaña increíble. Como dice Patte: Que un pueblo como el dominicano haya podido llegar a la edad contemporánea sin sucumbir a los embates fulminantes de una adversidad ininterrumpida, es un hecho que atestigua la vitalidad y las energías ocultas que lo animan y lo sostienen… 10. Estas conclusiones como cualesquiera otras, se hacen bajo toda reserva.

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Epílogo La Historia, a diferencia de la narración histórica, carece de epílogo…

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a presente tentativa de periodización general de la historia dominicana, concluye en 1920. Pudo haber concluido en 1905. Ese año marca la iniciación de la Era imperialista, y debió haber sido suficiente con caracterizar el comienzo de ese acontecimiento como el último extremo del esquema general. La prolongación hasta 1920 se justifica, empero, por la significativa implantación del Sistema Torrens el día primero de julio de ese año. Con ese acto se sellaba la defunción del sistema arcaico de los terrenos comuneros que, durante tres siglos exactos, suponiendo que la sociedad surgida a raíz de las Devastaciones se encontrara establecida ya en 1620, constituyó la espina dorsal del proceso histórico de aquella población que un día pudo proclamarse con toda propiedad como pueblo dominicano. En definitiva, el esquema general no podría haber sido otra cosa que el desarrollo del punto de partida… La búsqueda de otras constantes era inevitable. Una de ellas y acaso la más perturbadora, era el espíritu aparentemente levantisco de los dominicanos, pero al llegar a la raíz del problema reaparecían los terrenos comuneros. Lo mismo sucedía al contemplar la debilidad de los grandes próceres y la energía, por lo general acompañada de un éxito inexplicable, de los enemigos del proceso popular. Otro tanto ocurría con esa persistente inclinación a enajenar el patrimonio nacional hasta llegar a ese punto delirante en que, como nos cuenta 783

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Rodríguez Demorizi, las imploraciones se dirigieron hasta el precario Reino de Cerdeña… Otros motores históricos –el clima, la raza– han sido propuestos. Reconozco –alegaba Don Francisco Henríquez y Carvajal en el periódico Novedades de Nueva York, en diciembre de 1916, a raíz de ser expulsado de la presidencia de la República por la ocupación– que el influjo de la raza en el desarrollo de los pueblos es un factor sociológico tan importante como puede serlo, por ejemplo, la situación geográfica; pero ese no es el único, ni actualmente el principal… Sin duda, ambos factores eran importantes en 1916, pero el proceso general del pueblo dominicano debía ser contemplado en función de un solo motor desde su origen más remoto, tres siglos atrás, en 1616. Es claro que ese motor era la lucha de clases y, si se admitía que la raíz de la lucha de clases era, en última instancia, de naturaleza económica, se desembocaba inevitablemente en los terrenos comuneros. La cuestión era entonces la de buscar el origen de los terrenos comuneros hasta dar con 1a lucha de clases en el Siglo xviii y por fin con las manifestaciones objetivas, la lucha armada, que daban constancia de la presencia del pueblo de manera inequívoca en 1804 durante los acontecimientos de Santiago de los Caballeros. A veces debía resultar impresionante cierta constancia cronológica que obligaba a hacer cálculos: 1515 Iniciación de la trata de negros esclavos 1605 Devastaciones 1795 Basilea 1805 Dessalines 1865 Restauración 1905 Convención 1965 Guerra constitucionalista A veces a otras fechas importantes les faltaba un año: 1844 Segunda independencia 1874 Revolución 1924 Desocupación

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La única posibilidad de racionalizar la casualidad tendría que buscarse en alguna constante de las generaciones. A los 30 años el hombre ingresa plenamente en la vida pública y se retira por término medio a los 60. Estos 60 años aparecen con frecuencia en el seno de los cambios. En 1801 entra Toussaint, en 1861 entra España. En 1822 entra Boyer, en 1882 entra Lilís. En 1805, sale Dessalines, en 1865 sale España. En 1804 nace inequívocamente el pueblo con las armas en la mano, en 1864 se constituye inequívocamente la nacionalidad. Todavía faltará una generación más en 1874, para que este proceso culmine en todo su proceso emancipador. Pero las generaciones, en cuyo seno se diluyen las contradicciones de clase, no explican nada. Solo perturban. Así sucede cuando se observa que en 1905 entra el imperialismo y en 1965, exactamente dos generaciones después, se produce una confrontación histórica. Y cabe preguntar ¿es que entonces se abre un nuevo período que obligaría a extender hasta ese punto el esquema general de la periodización de nuestra historia? Si ese fuese el caso, tal cambio debería producirse, como se produjo en 1905, en función de los cambios internos del proceso capitalista mundial. Pero, así como fue difícil percatarse de ello en 1905, y sigue siendo difícil registrar la naturaleza del cambio, de 1905, en 1980, a 75 años de distancia, mucho más difícil deberá serlo con respecto a 1965 cuando solo han transcurrido 15 años. Hay, no obstante, un hecho que estimula el vuelo de la imaginación, 1905 significó, en lo que se refiere al proceso interno del capitalismo en la esfera mundial, la emergencia de los Estados Unidos en nuestro país como la fuerza dominante en términos absolutos y el consiguiente desplazamiento de sus competidores europeos. Este hecho, que se manifestaba entonces en un área muy restringida y, a lo sumo, como una expresión continental, adoptó dimensiones ecuménicas a raíz de la Guerra Mundial II. Los Estados Unidos surgieron de este conflicto convertidos en la potencia capitalista absoluta. El capital financiero de los Estados Unidos sometió de manera total y completa a todas las naciones imperialistas del mundo.

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En octubre de 1904 se encontraban fondeados en la rada de Santo Domingo conocida como el Placer (en puridad PLACEL: de pequeña plaza) de los Estudios, las quince unidades navales, toda una flota, siguientes: VIÑETA, GAZELLE, PANTHER y FALKE, de Alemania; GIOVANNI BAUZAN y LIGURIA, de Italia, comandado nada menos que por su Alteza Real, Luis Amadeo de Saboya pretendiente al trono; TROUDE, TAGE y JURIEN DE LA GRAVIERE, de Francia; DE RUYTER, de Holanda; y ATLANTA, BALTIMORE, NEWPORT, DES MOINES y OLIMPIA, de los Estados Unidos.

En 1905 todas las unidades navales europeas habían abandonado el Placer de los Estudios, sin que permaneciera allí una sola, y en cambio ingresaron el cañonero CASTINE y los cruceros NEWARK y TACOMA de los Estados Unidos. Es obvio que esta exhibición de fuerza no era necesaria para asombrar al pueblo dominicano, que no poseía entonces ni siquiera una cáscara de nuez debidamente artillada, aunque de todas maneras lo asombraron y tal vez le dieron una vaga noción de su notoria importancia mundial… Pero el hecho importante y significativo es que el anuncio de 1905, antes de la Primera Guerra Mundial, había alcanzado ya toda su significación planetaria en 1965, después de la Segunda Guerra Mundial. Y es curioso. La gran carrera mundial de los Estados Unidos se inicia a raíz de la recuperación de su Guerra Civil. Cuando esta guerra se inicia en 1861, tiene lugar en Santo Domingo la primera aplicación de la Doctrina de Monroe a nivel de Cancillería.1 Al concluir el 1865 comienza esta gran carrera, que conmemora su centenario con la acción espectacular de 1965 en Santo Domingo, donde se reúnen 1

Véase del autor, Las raíces dominicanas de la doctrina de Monroe, ob. cit.

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entonces todos los periodistas del mundo. En esos mismos instantes, Santo Domingo conmemora el centenario de la llamada Guerra de la Restauración. De modo que, de 1861 a 1865, tienen lugar unos acontecimientos paralelos en los Estados Unidos y en la República Dominicana en los cuales se produce un profundo cambio histórico. Bien podría pues ocurrir, siguiendo esta pintoresca línea de pensamiento, que los 100 años justos que median de 1865 a 1965 indiquen una nueva ruptura periódica y que, tanto para una nación como la otra, se pueda adoptar el centenario como la inauguración de un nuevo curso en el seno del capitalismo mundial así como en los destinos de esta pequeña República, una vez más convertida en minúsculo espejo de los grandes procesos mundiales. Por tanto, si los cambios que sufre históricamente el capitalismo siguen el desarrollo de su eje monopolístico, no hay duda de que para ese momento el capitalismo ha alcanzado su expresión más delirante y elevada, la de una sola nación que ejerce a nivel planetario el monopolio absoluto del poder financiero. Tal conclusión obviamente excede los recursos tanto objetivos como subjetivos de un trabajo de esta naturaleza y se mantienen dentro de los límites de la curiosidad histórica. Es que la historia dominicana es un verdadero quebradero de cabeza. Recuerda un poco aquella anécdota del turista que vio a un negrito devorando una enorme tajada de melón y le preguntó: ¿Mucho melón? –No, poco negrito, respondió el aludido que bien pudo ser la República Dominicana enfrascada en su gran proceso histórico. 29 de enero de 1981.

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Vol. I Vol. II Vol. III Vol. IV Vol. V Vol. VI Vol. VII Vol. VIII Vol. IX Vol. X Vol. XI

Vol. XII Vol. XIII Vol. XIV

Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1844-1846. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1944. Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. I, C. T., 1944. Samaná, pasado y porvenir. E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1945. Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, C. T., 1945. Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago, 1947. San Cristóbal de antaño. E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago, 1946. Manuel Rodríguez Objío (poeta, restaurador, historiador, mártir). R. Lugo Lovatón, C. T., 1951. Relaciones. Manuel Rodríguez Objío. Introducción, títulos y notas por R. Lugo Lovatón, C. T., 1951. Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1846-1850. Vol. II. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1947. Índice general del «Boletín» del 1938 al 1944, C. T., 1949. Historia de los aventureros, filibusteros y bucaneros de América. Escrita en holandés por Alexander O. Exquemelin, traducida de una famosa edición francesa de La Sirene-París, 1920, por C. A. Rodríguez; introducción y bosquejo biográfico del traductor R. Lugo Lovatón, C. T., 1953. Obras de Trujillo. Introducción de R. Lugo Lovatón, C. T., 1956. Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1957. Cesión de Santo Domingo a Francia. Correspondencia de Godoy, García Roume, Hedouville, Louverture, Rigaud y otros. 1795-1802. Edición de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959. 797

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Vol. XV

Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959. Vol. XVI Escritos dispersos. (Tomo I: 1896-1908). José Ramón López. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XVII Escritos dispersos. (Tomo II: 1909-1916). José Ramón López. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XVIII Escritos dispersos. (Tomo III: 1917-1922). José Ramón López. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XIX Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, 1905-2005. Edición de E. Cordero Michel, Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XX Lilí, el sanguinario machetero dominicano. Juan Vicente Flores, Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXI Escritos selectos. Manuel de Jesús de Peña y Reynoso. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXII Obras escogidas 1. Artículos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXIII Obras escogidas 2. Ensayos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXIV Obras escogidas 3. Epistolario. Alejandro Angulo Guridi. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXV La colonización de la frontera dominicana 1680-1796. Manuel Vicente Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXVI Fabio Fiallo en La Bandera Libre. Compilación de Rafael Darío Herrera, Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXVII Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano (16801795). El Cibao y la bahía de Samaná. Manuel Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXVIII Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño. Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXIX Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXX Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), experiencia fundacional del Nuevo Mundo. Miguel D. Mena, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXI Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501. Fray Vicente Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos sobresalientes en la provincia). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXIII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización de la provincia post Restauración). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.

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Vol. XXXIV Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo xvii. Compilación de Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXV Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXVI Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894). Tomo I. Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894). Tomo II. Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXIX Una carta a Maritain. Andrés Avelino, traducción al castellano e introducción del P. Jesús Hernández, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XL Manual de indización para archivos, en coedición con el Archivo Nacional de la República de Cuba. Marisol Mesa, Elvira Corbelle Sanjurjo, Alba Gilda Dreke de Alfonso, Miriam Ruiz Meriño, Jorge Macle Cruz, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLI Apuntes históricos sobre Santo Domingo. Dr. Alejandro Llenas. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLII Ensayos y apuntes diversos. Dr. Alejandro Llenas. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLIII La educación científica de la mujer. Eugenio María de Hostos, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLIV Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546). Compilación de Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLV Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael Darío Herrera, Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLVI Años imborrables. Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLVII Censos municipales del siglo xix y otras estadísticas de población. Alejandro Paulino Ramos, Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLVIII Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo I. Compilación de José Luis Saez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLIX Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo II, Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. L Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo III. Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LI Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales, Yanquilinarias. Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LII Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos. Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.

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Vol. LIII Vol. LIV Vol. LV Vol. LVI Vol. LVII Vol. LVIII

Vol. LIX

Vol. LX

Vol. LXI

Vol. LXII Vol. LXIII Vol. LXIV Vol. LXV

Vol. LXVI Vol. LXVII Vol. LXVIII Vol. LXIX Vol. LXX Vol. LXXI

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Prosas polémicas 3. Ensayos. Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Autoridad para educar. La historia de la escuela católica dominicana. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008. Relatos de Rodrigo de Bastidas. Antonio Sánchez Hernández, Santo Domingo, D. N., 2008. Textos reunidos 1. Escritos políticos iniciales. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008. Textos reunidos 2. Ensayos. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008. Textos reunidos 3. Artículos y Controversia histórica. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008. Textos reunidos 4. Cartas, Ministerios y misiones diplomáticas. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961). Tomo I. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008. La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961). Tomo II. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008. Legislación archivística dominicana, 1847-2007. Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2008. Libro de bautismos de esclavos (1636-1670). Transcripción de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008. Los gavilleros (1904-1916). María Filomena González Canalda, Santo Domingo, D. N., 2008. El sur dominicano (1680-1795). Cambios sociales y transformaciones económicas. Manuel Vicente Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2008. Cuadros históricos dominicanos. César A. Herrera, Santo Domingo, D. N., 2008. Escritos 1. Cosas, cartas y... otras cosas. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008. Escritos 2. Ensayos. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008. Memorias, informes y noticias dominicanas. H. Thomasset. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008. Manual de procedimientos para el tratamiento documental. Olga Pedierro, et. al., Santo Domingo, D. N., 2008. Escritos desde aquí y desde allá. Juan Vicente Flores. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.

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Vol. LXXII

De la calle a los estrados por justicia y libertad. Ramón Antonio Veras (Negro), Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXXIII Escritos y apuntes históricos. Vetilio Alfau Durán, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXIV Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista. Salvador E. Morales Pérez, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXV Escritos. 1. Cartas insurgentes y otras misivas. Mariano A. Cestero. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXVI Escritos. 2. Artículos y ensayos. Mariano A. Cestero. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXVII Más que un eco de la opinión. 1. Ensayos, y memorias ministeriales. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXVIII Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXIX Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXX Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXXI Capitalismo y descampesinización en el Suroeste dominicano. Angel Moreta, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXXIII Perlas de la pluma de los Garrido. Emigdio Osvaldo Garrido, Víctor Garrido y Edna Garrido de Boggs. Edición de Edgar Valenzuela, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXXIV Gestión de riesgos para la prevención y mitigación de desastres en el patrimonio documental. Sofía Borrego, Maritza Dorta, Ana Pérez, Maritza Mirabal, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXXV Obras, tomo I. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXXVI Obras, tomo II. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXXVII Historia de la Concepción de La Vega. Guido Despradel Batista, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXXIX Una pluma en el exilio. Los artículos publicados por Constancio Bernaldo de Quirós en República Dominicana. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XC Ideas y doctrinas políticas contemporáneas. Juan Isidro Jimenes Grullón, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XCI Metodología de la investigación histórica. Hernán Venegas Delgado, Santo Domingo, D. N., 2009.

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Vol. XCIII

Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo I. Compilación de Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XCIV Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo II. Compilación de Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XCV Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo III. Compilación de Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XCVI Los Panfleteros de Santiago: torturas y desaparición. Ramón Antonio, (Negro) Veras, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XCVII Escritos reunidos. 1. Ensayos, 1887-1907. Rafael Justino Castillo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XCVIII Escritos reunidos. 2. Ensayos, 1908-1932. Rafael Justino Castillo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XCIX Escritos reunidos. 3. Artículos, 1888-1931. Rafael Justino Castillo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. C Escritos históricos. Américo Lugo, edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. CI Vindicaciones y apologías. Bernardo Correa y Cidrón. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. CII Historia, diplomática y archivística. Contribuciones dominicanas. María Ugarte, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. CIII Escritos diversos. Emiliano Tejera, edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CIV Tierra adentro. José María Pichardo, segunda edición, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CV Cuatro aspectos sobre la literatura de Juan Bosch. Diógenes Valdez, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CVI Javier Malagón Barceló, el Derecho Indiano y su exilio en la República Dominicana. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CVII Cristóbal Colón y la construcción de un mundo nuevo. Estudios, 19832008. Consuelo Varela, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CVIII República Dominicana. Identidad y herencias etnoculturales indígenas. J. Jesús María Serna Moreno, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CIX Escritos pedagógicos. Malaquías Gil Arantegui. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CX Cuentos y escritos de Vicenç Riera Llorca en La Nación. Compilación de Natalia González, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXI Jesús de Galíndez. Escritos desde Santo Domingo y artículos contra el régimen de Trujillo en el exterior. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010.

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Vol. CXII

Ensayos y apuntes pedagógicos. Gregorio B. Palacín Iglesias. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXIII El exilio republicano español en la sociedad dominicana (Ponencias del Seminario Internacional, 4 y 5 de marzo de 2010). Reina C. Rosario Fernández (Coord.), edición conjunta de la Academia Dominicana de la Historia, la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y el Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXIV Pedro Henríquez Ureña. Historia cultural, historiografía y crítica literaria. Odalís G. Pérez, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXV Antología. José Gabriel García. Edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXVI Paisaje y acento. Impresiones de un español en la República Dominicana. José Forné Farreres. Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXVII Historia e ideología. Mujeres dominicanas, 1880-1950. Carmen Durán. Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXVIII Historia dominicana: desde los aborígenes hasta la Guerra de Abril. Augusto Sención (Coord.), Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXIX Historia pendiente: Moca 2 de mayo de 1861. Juan José Ayuso, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXX Raíces de una hermandad. Rafael Báez Pérez e Ysabel A. Paulino, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXXI Miches: historia y tradición. Ceferino Moní Reyes, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXXII Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo I. Octavio A. Acevedo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXXIII Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo II. Octavio A. Acevedo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXXIV Apuntes de un normalista. Eugenio María de Hostos. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXXV Recuerdos de la Revolución Moyista (Memoria, apuntes y documentos). Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXXVI Años imborrables (2da ed.) Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, edición conjunta de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y el Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXXVII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura de Trujillo. Tomo I. Compilación de Alejandro Paulino Ramos, edición conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXXVIII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura de Trujillo. Tomo II. Compilación de Alejandro Paulino Ramos,

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edición conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXXIX Memorias del Segundo Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXXX Relaciones cubano-dominicanas, su escenario hemisférico (1944-1948). Jorge Renato Ibarra Guitart, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXXXI Obras selectas. Tomo I, Antonio Zaglul, edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXII Obras selectas. Tomo II. Antonio Zaglul, edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXIII África y el Caribe: Destinos cruzados. Siglos xv-xix, Zakari DramaniIssifou, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXIV Modernidad e ilustración en Santo Domingo. Rafael Morla, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXV La guerra silenciosa: Las luchas sociales en la ruralía dominicana. Pedro L. San Miguel, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXVI AGN: bibliohemerografía archivística. Un aporte (1867-2011). Luis Alfonso Escolano Giménez, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXVII La caña da para todo. Un estudio histórico-cuantitativo del desarrollo azucarero dominicano. (1500-1930). Arturo Martínez Moya, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXVIII El Ecuador en la Historia. Jorge Núñez Sánchez, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXIX La mediación extranjera en las guerras dominicanas de independencia, 1849-1856. Wenceslao Vega B., Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXL Max Henríquez Ureña. Las rutas de una vida intelectual. Odalís G. Pérez, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXLI Yo también acuso. Carmita Landestoy, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXLIII Más escritos dispersos. Tomo I. José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXLIV Más escritos dispersos. Tomo II. José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXLV Más escritos dispersos. Tomo III. José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXLVI Manuel de Jesús de Peña y Reinoso: Dos patrias y un ideal. Jorge Berenguer Cala, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXLVII Rebelión de los capitanes: Viva el rey y muera el mal gobierno. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXLVIII De esclavos a campesinos. Vida rural en Santo Domingo colonial. Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXLIX Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1547-1575). Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2011.

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Vol. CL

Ramón –Van Elder– Espinal. Una vida intelectual comprometida. Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CLI El alzamiento de Neiba: Los acontecimientos y los documentos (febrero de 1863). José Abreu Cardet y Elia Sintes Gómez, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CLII Meditaciones de cultura. Laberintos de la dominicanidad. Carlos Andújar Persinal, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CLIII El Ecuador en la Historia (2da ed.) Jorge Núñez Sánchez, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLIV Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe (1789-1854). José Luciano Franco, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLV El Salvador: historia mínima. Varios autores, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLVI Didáctica de la geografía para profesores de Sociales. Amparo Chantada, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLVII La telaraña cubana de Trujillo. Tomo I. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLVIII Cedulario de la isla de Santo Domingo, 1501-1509. Vol. II, Fray Vicente Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLIX Tesoros ocultos del periódico El Cable. Compilación de Edgar Valenzuela, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLX Cuestiones políticas y sociales. Dr. Santiago Ponce de León, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXI La telaraña cubana de Trujillo. Tomo II. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXII El incidente del trasatlántico Cuba. Una historia del exilio republicano español en la sociedad dominicana, 1938-1944. Juan B. Alfonseca Giner de los Ríos, Santo Domingo, D. N., 2012.0415 Vol. CLXIII Historia de la caricatura dominicana. Tomo I. José Mercader, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXIV Valle Nuevo: El Parque Juan B. Pérez Rancier y su altiplano. Constancio Cassá, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXV Economía, agricultura y producción. José Ramón Abad. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXVI Antología. Eugenio Deschamps. Edición de Roberto Cassá, Betty Almonte y Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXVII Diccionario geográfico-histórico dominicano. Temístocles A. Ravelo. Revisión, anotación y ensayo introductorio Marcos A. Morales, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXVIII Drama de Trujillo. Cronología comentada. Alonso Rodríguez Demorizi. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. CLXIX

La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen 1. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXX Drama de Trujillo. Nueva Canosa. Alonso Rodríguez Demorizi. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012 Vol. CLXXI El Tratado de Ryswick y otros temas. Julio Andrés Montolío. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXII La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen 2. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXIII La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III, volumen 5. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXIV La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III, volumen 6. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXV Cinco ensayos sobre el Caribe hispano en el siglo xix: República Dominicana, Cuba y Puerto Rico 1861-1898. Luis Álvarez-López, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXVI Correspondencia consular inglesa sobre la Anexión de Santo Domingo a España. Roberto Marte, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXVII ¿Por qué lucha el pueblo dominicano? Imperialismo y dictadura en América Latina. Dato Pagán Perdomo, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXVIII Visión de Hostos sobre Duarte. Eugenio María de Hostos. Compilación y edición de Miguel Collado, Santo Domingo, D. N., 2013. Vol. CLXXIX Los campesinos del Cibao: Economía de mercado y transformación agraria en la República Dominicana, 1880-1960. Pedro L. San Miguel, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXX La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II, volumen 3. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXXI La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II, volumen 4. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXXII De súbditos a ciudadanos (siglos xvii-xix): el proceso de formación de las comunidades criollas del 3 hispánico (Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo). Jorge Ibarra Cuesta, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXXIII La dictadura de Trujillo (1930-1961). Augusto Sención Villalona, San Salvador-Santo Domingo, 2012. Vol. CLXXXIV Anexión-Restauración. Parte 1. César A. Herrera, edición conjunta entre el Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXXV Anexión-Restauración. Parte 2. César A. Herrera, edición conjunta entre el Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2013. Vol. CLXXXVI Historia de Cuba. José Abreu Cardet y otros, Santo Domingo, D. N., 2013.

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Vol. CLXXXVII Libertad Igualdad: Protocolos notariales de José Troncoso y Antonio Abad Solano, 1822-1840. María Filomena González Canalda, Santo Domingo, D. N., 2013. Vol. CLXXXVIII Biografías sumarias de los diputados de Santo Domingo en las Cortes españolas. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2013. Vol. CLXXXIX Financial Reform, Monetary Policy and Banking Crisis in Dominican Republic. Ruddy Santana, Santo Domingo, D. N., 2013. Vol. CXC Legislación archivística dominicana (1847-2012). Departamento de Sistema Nacional de Archivos e Inspectoría, Santo Domingo, D. N., 2013. Vol. CXCI La rivalidad internacional por la República Dominicana y el complejo proceso de su anexión a España (1858-1865). Luis Escolano Giménez, Santo Domingo, D. N., 2013. Vol. CXCII Escritos históricos de Carlos Larrazábal Blanco. Tomo I. Santo Domingo, D. N., 2013. Vol. CXCIII Guerra de liberación en el Caribe hispano (1863-1878). José Abreu Cardet y Luis Álvarez-López, Santo Domingo, D. N., 2013. Vol. CXCIV Historia del municipio de Cevicos. Miguel Ángel Díaz Herrera, Santo Domingo, D. N., 2013. Vol. CXCV La noción de período en la historia dominicana. Volumen I, Pedro Mir, Santo Domingo, D. N., 2013. Vol. CXCVI La noción de período en la historia dominicana. Volumen II, Pedro Mir, Santo Domingo, D. N., 2013.

Colección Juvenil Vol. I Vol. II Vol. III Vol. IV Vol. V Vol. VI Vol. VII Vol. VIII

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Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007. Heroínas nacionales. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2007. Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos. Santo Domingo, D. N., 2007. Dictadores dominicanos del siglo xix. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008. Padres de la Patria. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008. Pensadores criollos. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008. Héroes restauradores. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2009. Dominicanos de pensamiento liberal: Espaillat, Bonó, Deschamps (siglo xix). Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2010.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

Colección Cuadernos Populares Vol. 1 La Ideología revolucionaria de Juan Pablo Duarte. Juan Isidro Jimenes Grullón. Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. 2 Mujeres de la Independencia. Vetilio Alfau Durán. Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. 3 Voces de bohío. Vocabulario de la cultura taína. Rafael García Bidó.Santo Domingo, D. N., 2010.

Colección Referencias Vol. 1 Archivo General de la Nación. Guía breve. Ana Féliz Lafontaine y Raymundo González. Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. 2 Guía de los fondos del Archivo General de la Nación. Departamentos de Descripción y Referencias. Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. 3 Directorio básico de archivos dominicanos. Departamento de Sistema Nacional de Archivos. Santo Domingo, D. N., 2012.

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La noción de período en la historia dominicana, volumen III, de Pedro Mir, se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Editora Búho, S. R. L., en octubre de 2013, Santo Domingo, R. D., con una tirada de 1,000 ejemplares.

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