La obesidad es una enfermedad que crece en colombia y que se puede manejar con el cambio de hábitos

La obesidad es una enfermedad que crece en colombia y que se puede manejar con el cambio de hábitos. A veces, y sin darnos cuenta, podemos convertirno

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La obesidad es una enfermedad que crece en colombia y que se puede manejar con el cambio de hábitos. A veces, y sin darnos cuenta, podemos convertirnos en nuestro peor enemigo. Eso de alguna forma me lo recordó en una frase lapidaria cierto profesor de yoga: “El que es gordo es porque quiere y porque le encanta hacerse daño”. En ese momento, hace más de un año, yo tenía 20 kilos muy mal administrados de sobrepeso, y tras escucharlo me provocó decirle hasta de qué se iba a morir. Pensaba en cómo era capaz de lanzar semejante juicio sin conocer la historia de vida de una persona con sobrepeso, y más me ofendió que quien lo decía es ligeramente delgado. Pero con el tiempo, en esos autoexámenes de conciencia que a veces nos regalamos, me di cuenta de que, por lo menos en mi caso, tenía razón. Me había olvidado tanto de mí que me estaba haciendo daño. Yo hacía parte de las cifras del desalentador panorama de sobrepeso y obesidad que según la Encuesta Nacional de la Situación Nutricional en Colombia (ENSIN 2010), señala que uno de cada dos colombianos presenta exceso de peso (¡el 51,2 por ciento!). Y somos las mujeres las que punteamos, pues el 55,2 por ciento lo sufrimos frente a un 45,6 de los hombres. Y peor: somos nosotras quienes más presentamos obesidad mórbida en el país; es decir, hay más de ellas que de ellos que cargan 40 kilos de más en su anatomía. Los números alarman, por eso en el reciente Congreso Colombiano de Obesidad en Bogotá, expertos nacionales, junto a otros de Argentina, Chile y México (el país más obeso del planeta) acordaron una cruzada entre la región para ponerle freno a esta pandemia. Simón Barquera, director de investigación en Políticas y Programas de Nutrición del Instituto Nacional de Salud Pública en México, advirtió: “En México el 70 por ciento de la población adulta sufre exceso de peso, pero aquí podrían en menos de 10 años alcanzar esta cifra pues presentan una velocidad en la tasa de aumento del sobrepeso y la obesidad del 1,2 por ciento anual, parecida a la que vivimos nosotros en la década pasada. Hoy, la tasa mexicana se ha frenado en el 0,02 por ciento anual”. Es cierto. Nos encaminamos a ser un país gordo (si no lo somos ya), y por eso es importante aprender de otros países obesos que están motivando un cambio positivo, y tomar conciencia para prevenir o, en nuestro caso, ya cuando el daño está hecho, para combatir y entender un

problema que “no se reduce a la autoculpa, los malos hábitos nutricionales o la falta de voluntad para hacer cambios en el estilo de vida”, dice Yadira Villalba, de la Asociación Colombiana de Endocrinología, Diabetes y Metabolismo. Malos hábitos con cara de bien intencionados se servían en mi casa porque sin recato se les rendía tributo, hasta hace poco, a las harinas y comidas ricas en calorías. Como buena familia colombiana, tubérculos no faltaban en las raciones diarias, por eso, si es complicado en la batalla contra el sobrepeso reeducarse y aprender a comer saludable, más lo es tratar de ‘lavarles el cerebro’ a mamá y hermanos para que entiendan que estar ‘repuestica’ no es lo mismo que estar saludable. Para mi mamá, me volví la más tacaña por erradicar galguerías y harinas refinadas del mercado mensual. Diversas causas alimentan el asunto, como explica Simón Barquera: “Que niños y jóvenes dediquen más tiempo a ver televisión que a la actividad física, estar más expuestos a la publicidad de comida chatarra, rica en calorías y más barata, y estar sometidos a estilos de vida urbana como alimentarse fuera de la casa, comer cualquier cosa y hacerlo de forma rápida”. El panorama es pesado y más si se tiene en cuenta la falta de políticas públicas y leyes que nos protejan de un ambiente que patrocine la obesidad (otras dos perlas: la cifra de obesidad se duplicó en el mundo desde 1980, según la ONU; y según la Organización Mundial de la Salud –OMS– las patologías asociadas al sobrepeso y la obesidad inciden en el 60 por ciento de las muertes en el mundo). Entonces, ¿qué podemos hacer?, ¿nos resignamos a la gordura o nos ayudamos? Yo decidí hacer lo segundo.

Cambio de chip Comenzar por cambios en el estilo de vida. Ese es el camino. Con disciplina y voluntad férrea se consiguen, y teniendo clara la premisa de que nadie hará por uno lo que uno mismo es incapaz de hacer. Y eso es simple: “seguir una dieta saludable y hacer ejercicio, herramientas que sí están bajo el dominio y control de cada uno”, asegura Villalba. Mi caso: de ser una persona activa, que se ejercitaba con el baile y el spinning, mínimo cinco veces a la semana, y que se preocupaba por sus hábitos de vida saludables, pasé a ser una defensora a ultranza de la ‘locha libre’ y de las ‘pequeñas indulgencias’ envueltas en postres,

helados y bizcochos, que veía como una forma de palear el estrés de las largas jornadas laborales. Así, de tener una figura saludable, talla 4, con un abdomen firme y marcado, que ni de riesgo se acercaba a la peligrosa cifra de los 90 centímetros o más que señalan los médicos como indicador de riesgo cardiovascular en nosotras las mujeres (mayor de 94 en los hombres), salté a tener el six pack derretido y a usar ropa talla 10 bastante apretada. Pero esa mutación no me movió a cambiar, sino los padecimientos de salud de mi madre con hipertensión y diabetes. Su deterioro físico se convirtió en un espejo en el que no me quería reflejar. Con mi asma ya tenía suficiente. Ahora bien, cuando tomé la decisión de comenzar un programa de reducción de peso y comer saludable, lo hice según mis necesidades y con asesoría profesional, porque ni la dieta de la vecina ni el remedio de la amiga funcionan. Y eso es lo que hay que tener en cuenta si se quiere empezar con el pie derecho un nuevo estilo de vida, pues no todos los organismos funcionan igual y el programa de alimentación elaborado por un nutricionista o experto en control de peso no es como el menú de un restaurante que se comparte, ni tampoco la fórmula mágica que se rota entre los amigos, familiares y compañeros de oficina. Lo explica el psiquiatra Freddy Sánchez, quien trabaja con pacientes que buscan bajar de peso: “Cuando se usan productos para suprimir el apetito, bajar de peso o quemar grasa, como las llamadas vacunas antiobesidad o las famosas mallas en la boca que evitan comer en condiciones normales, se toman riesgos para la salud, como el aumento de ciertas formas de cáncer, y lo peor es que ninguna de estas ‘fórmulas milagrosas’ son efectivas a largo plazo”. El siguiente paso es construir una red de apoyo. En el proceso de lucha contra el sobrepeso no se puede solo. La familia, los amigos y los compañeros de trabajo son un potente motor y las charlas con ellos, el mejor coaching. Razón tienen los expertos en psicología cuando dicen que una conversación a corazón abierto equivale a una sesión con el terapeuta. Y cuando esos amigos, leales e incondicionales, se autoproclaman los padrinos vigilantes del cambio de estilo de vida que se busca, el asunto da los mejores resultados. Yo, en cuatro meses y sin afanes, me liberé de 16 kilos de sobrepeso que sobraban en mis 1,53 metros de estatura.

El valor de la asesoría

Suena fácil, pero no lo fue. La decisión se toma pero cristalizar el deseo no es tan simple. A mí me costó más de cinco años y desfiles continuos por consultorios de médicos y nutricionistas. Y sin resultado positivo. Pero por algo dicen que cuando el alumno está listo, el maestro llega. Y, por suerte, la médica que elegí a dedo en una larga lista, impaciente por no ver resultados positivos en esta apática paciente tras varios meses de consulta, me puso literalmente contra las cuerdas: “¿Sabes qué?, mejor no vuelvas. Estás perdiendo plata y me estás haciendo perder el tiempo. Cómo se nota que no te quieres ni poquito. No entiendo por qué si eres comprometida con tu trabajo y familia, no lo eres contigo misma”, me dijo con cara de revólver. Eso me movió el piso y ese remezón me cuestionó mi autoestima. Le vieran su cara de ahora. Me honra ver cómo celebra como una victoria propia cada libra de peso que he perdido. Para apalancar la decisión de retomar el buen camino, la invitación de los expertos es buscar ayuda profesional. Y lo ideal es elegir un equipo interdisciplinario integrado por médico, deportólogo, nutricionista y psicólogo, o psiquiatra, de ser necesario. Ellos dan las pautas según las necesidades, las dietas y las rutinas de ejercicios, que incluso puede hacer en casa. Y, lo mejor, son profesionales que celebran como un triunfo propio cada libra perdida y que también están ahí para jalar las orejas cuando nos saboteamos en el proceso. Además, el endocrinólogo Iván Darío Escobar, presidente de la Fundación Colombiana de Obesidad (Funcobes), recomienda que antes de comenzar cualquier plan de reducción de peso se haga una evaluación médica que incluya exámenes de laboratorio para descartar trastornos metabólicos hormonales. Y ¿psicólogo para qué?, ¿acaso la obesidad es una enfermedad mental? “No. Es una enfermedad crónica en la que tiene que ver mucho el manejo de las emociones, que es distinto”, dice Sánchez. Y la endocrinóloga Yadira Villalba agrega: “Aprender a no dejársela ganar en los momentos de estrés por la ansiedad, la angustia o el miedo que provocan distintas situaciones de la vida diaria, hace parte del tratamiento de una persona que quiere controlar su peso y mantenerse, que es lo más difícil”. Y como el cuerpo es una máquina perfecta, Óscar Rosero, endocrinólogo y experto en metabolismo, insiste en que cuando se aprende a comer saludable, el cuerpo se convierte en una especie de horno quemador de grasa. Y es cierto. No se trata de aguantar hambre o comer solo vegetales. El secreto reside en “seguir una dieta equilibrada en vegetales,

frutas, harinas, carbohidratos y proteínas; en aprender a comer a la hora, cantidad y velocidad adecuadas (es decir, pequeñas porciones y despacio, saboreando cada bocado) para activar el metabolismo”. Y bajarles a amistades de dudosa reputación como el azúcar y las harinas blancas también suma, porque “cuanta más azúcar se le suministre al cuerpo, más adicción se genera”, asegura el endocrinólogo. El otro paso es moverse. No es mucho el tiempo que se debe dedicar a la actividad física en la semana; según la OMS, son suficientes 150 minutos. Y eso incluye caminar o montar en bicicleta, y no necesariamente hacer ejercicio moderado o intenso en un gimnasio o parque, aunque no estaría mal incorporarlo al nuevo estilo de vida, porque así se consigue una pérdida sustancial de calorías y reducción de peso. Lo triste es que a pesar de que no es mucho el tiempo que se recomienda, solo 1 de cada 2 colombianos, entre los 18 y 64 años, cumple con estas pautas de actividad física. Y aquí otra vez las mujeres salimos mal libradas, porque somos las que menos actividad física realizamos por recreación, en especial las de nivel socioeconómico más bajo. Yo, por ejemplo, comencé por mejorar mi relación con la elíptica que por dos años había dejado como perchero en mi cuarto. La usé la primera semana por 5 minutos diarios, hasta que le saqué el gusto y fui capaz de completar una hora, tres veces por semana, sumada a 30 minutos de caminata diaria: 10 en la mañana, 10 a la hora del almuerzo y otros 10 en la noche, camino a casa. En este pulso con el sobrepeso o la obesidad la mejor forma de salir victorioso es aprendiendo por qué ganamos peso y reeducarnos en los hábitos de vida. En esto insisten los expertos como el cirujano bariátrico y endoscopista Germán Piñeres, quien realizan procedimientos como el balón gástrico, la banda o la manga, también efectivos para alcanzar un peso saludable, pero “sin cambio de hábitos, hasta estos procedimientos fracasan”, dice. Y la mejor forma de provocar cambios es llenarse de motivos, hallar la inspiración. La más valiosa de todas es enamorarse… Volver a enamorarse de sí mismo. Esta sí es una sana adicción que, bien administrada, infla la autoestima y elimina kilos.

El club de los exobesos Con planes nutricionales saludables, ejercicio y, en algunos casos,

procedimientos bariátricos, ellos decidieron quitarse un peso de encima para sentirse más felices. Vea aquí nuestra galería de fotos. Carolina Mercado “Ya no me siento invisible” 25 kilos menos “Lo que más me aburría era usar talla 18 en la ropa y que estaba cansada de dietas con las que pasaba hambre, y aunque bajaba de peso, me estancaba. Decidí recurrir al balón gástrico, un procedimiento endoscópico con el que ponen por cierto tiempo (voy a cumplir un año) un dispositivo esférico de silicona que ocupa una parte del estómago y ayuda a sentir saciedad con pequeñas porciones de comida. La idea, como nos dice el doctor Germán Piñeres, es hacer cambios sustanciales en ese tiempo, aprender a comer más saludable y hacer actividad física para que cuando me retiren el balón, el cerebro esté adaptado a mi nuevo estilo de vida”. Elkin Jiménez “Me preocupé cuando me diagnosticaron diabetes” 17 kilos menos “No me sentía incómodo con mi peso; quizá en lo que más se notaba era en la barriga, pero cuando me diagnosticaron diabetes me propuse un cambio radical de estilo de vida. Soy padre de una niña y de un bebé que viene en camino, y por mantenerme saludable decidí alimentarme más saludable. La dieta que me recomendó mi endocrinólogo, el doctor Iván Darío Escobar, al comienzo fue estricta. Pero dio resultado. Eso me dicen mis compañeros en el trabajo y la universidad. Pero a mí me parece que los 17 kilos que perdí no se notan, salvo en la ropa, que me ha tocado cambiar gradualmente. Eso sí es una renta porque por mi trabajo de contador necesito andar de vestido”. Brenda Romero M. “Me siento más sana”. 37 kilos menos “El 5 de enero de este año me sometí a un sleeve gástrico (manga), operación en la que recortan una porción del estómago, y que gracias a Dios culminó con éxito. Mi vida cambió porque pesaba 105 kilos que trataba de ocultar con ropa talla 16 y mis 1,72 metros de estatura. Me había conformado con estar así. Me concentraba en mi trabajo como periodista en El Heraldo; era una mujer recién separada, desilusionada de

los hombres, pero con ganas de volver a ser feliz. Mi mamá, Carmen Martínez, desesperada de ver cómo yo seguía engordando, me propuso hacerlo. Hoy peso 68 kilos, disfruto hacer ejercicio y me cuido mucho con la alimentación, y mi objetivo es mantenerme así”. Andrés Yhama “La pareja influye en tu estilo de vida” 40 kilos menos “Soy un convencido de que la pareja y los amigos con que uno anda influyen en el estilo de vida que se lleve y, claro, en cómo uno se ve. A mí me gustaba ejercitarme y me mantenía bien, en parte porque tuve novias con las que coincidía en el gusto por ir al gimnasio o hacer actividad física. En mi anterior relación pasó todo lo contrario y me descuidé. Hacerlo es fácil y más en mi profesión de disc-jockey por los horarios de trabajo. Comencé a fumar y a comer muy mal y llegué a pesar 108 kilos. Me sometí a tratamiento con Óscar Rosero, endocrinólogo amigo de la familia. Acudí a él porque me sentía agotado y no podía dormir bien. He logrado perder 40 kilos y sé que aún me faltan unos cuantos para estar en mi peso normal”. Bleidy Granados “No hay imposibles” 34 kilos menos “No me gustaba verme al espejo, en ropa era talla 18 o 20 y tenía obesidad grado III, la máxima. Mis problemas hormonales y de artrosis en las rodillas me agobiaban, pero tomé la decisión de bajar de peso cuando en una reunión mis amigos de la universidad no me reconocieron. ‘¡Dios mío, como estás de gorda!’, me dijeron. Y como a los gordos no nos gusta que nos recuerden lo mal que estamos, de ahí salí directo al médico. A partir de ese día no me comí ni una pizza ni gaseosa, cambié mi alimentación radicalmente y cada noche, sin importar la hora a la que llegaba de trabajar, hacía una hora de ejercicio en mi casa. Peso 75 kilos, no estoy delgada, pero me siento saludable. El éxito ha sido no pasar hambre, caminar mucho y tener fe en que todo es posible”.
 Flor Nadyne Millán M.

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