La Reina de los gatos

La Reina de los gatos Joel Franz Rosell Capítulo 1 Odalys estaba sola en el cuarto, jugando con sus muñecas. Justo en el momento en que se encendió e

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La Reina de los gatos Joel Franz Rosell

Capítulo 1 Odalys estaba sola en el cuarto, jugando con sus muñecas. Justo en el momento en que se encendió el alumbrado público, Juan Pirindingo abrió un ojo y luego el otro. Se estiró, lanzó un largo "miau" perezoso y comenzó a acicalarse, lamiéndose minuciosamente y "peinándose" con las patas delanteras. Cuando consideró que estaba presentable, vino a sentarse frente a Odalys y le dijo: -Invítame a café. No era la primera vez que Odalys entendía lo que decía el gato de la casa, pero sí era la primera vez que éste le dirigía la palabra. Sin embargo, lo que de veras la sorprendió fue que a los gatos les gustara el café. -No es cuestión de gusto -explicó él-. Lo que importa es que nos inviten... Pero tiene que ser café de verdad; no como el que le brindabas hace un ratico a tu muñeca. Odalys corrió a la cocina. Aprovechó que su mamá estaba bañando a Viviancita y que la abuela había salido a pedirle un poco de aceite a una vecina y vino corriendo con el termo del café. Echó un poco en la cacharrita del gato y corrió de regreso con el termo a la cocina. Sin embargo, cuando volvió a entrar en el cuarto, notó que Juan Pirindingo no se había acercado al café y que la miraba con aire de profunda decepción. -¿Así es como tú atiendes a las visitas...? Odalys comprendió. Sacó su juego de tacitas plásticas y lo dispuso elegantemente

encima del banquito de Vivian, que había previamente cubierto con un tapete. Echó el café en la cafetera de plástico, azúcar en la azucarera y hasta puso unos bizcochos en la fuentecita. Entonces se sentaron los dos, con la "mesa" de por medio. -Te quedó buenísimo -dijo el gato, imitando la voz del tío de Odalys, que era camionero y pasaba todas las semanas a saludar a la familia. Juan Pirindingo hasta trató de soplar el café como hacía el tío, pero los gatos no saben soplar. Odalys hizo como si no se hubiera dado cuenta y respondió lo habitual en esos casos: -Es que está acabadito de colar. Ninguno de los dos había probado el líquido marrón y amargo, pero jugaban de lo más bien. Juan Pirindingo estaba encantado de verse al fin invitado a tomar el café y Odalys estaba disfrutando de lo lindo hallarse así sentada frente a un gato de verdad, que cogía la taza con una de sus patas delanteras y el platico con la otra, y que le sonreía de manera tan distinguida antes de pedir: -¿Me pones un poquitico más de azúcar? -¡Con mucho gusto! Ahora se parecían a las jubiladas, tan finas, amigas de la abuela. Cuando se cansaron de aquel juego, volvieron a echar el café en la cafetera de plástico y se comieron los bizcochos. Entonces Juan Pirindingo dijo: -Me gustaría convidarte a algo bueno. ¿Qué te parece un paseo por los tejados? Odalys y su familia vivían en una casa moderna, de dos pisos y techo de placa. Pero estaba situada en un barrio antiguo, donde la mayoría de las casas tenían tejados altos e inclinados. Vistos desde la ventana del cuarto, los tejados vecinos se extendían como colinas rojas. -¿Crees que puedo? -dudó Odalys. -¿Te da miedo? Los verdes ojos de Odalys echaron chispas. -¡Yo no le tengo miedo a nada!... Pero… las tejas se pueden romper bajo mi peso.... -Serás leve como una pluma -afirmó Juan Pirindingo y dio un sorpresivo salto por encima de Odalys. La niña se dio cuenta de que algo extraordinario ocurría. El salto del gato había sido poderoso, pero extrañamente lento. Al pasar sobre su cabeza, la cola del animal le había rozado la nuca y un delicioso escalofrío la había recorrido hasta las plantas de los pies. Al instante se sintió ligera, tan ligera, que le costaba mantenerse apoyada en el suelo. Juan Pirindingo había terminado su salto en el alféizar de la ventana y desde allí

rebotó hasta el tejado vecino. Odalys saltó ella también. Atravesó la elegantemente la ventana y se posó en las viejas tejas con la suavidad de una gata de algodón. -¡Miaaau! -dijo admirada. -Miau -aprobó Juan Pirindingo-. Bienvenida al reino de los gatos. Odalys sintió de repente que sus brazos eran tan largos como sus piernas y que arrastraba una cola larga y sedosa. Cuando miró hacia atrás no vio nada sobresalir de su viejo pitusa, pero de todas maneras "sentía" que tenía cola y también bigotes. Cuando Juan Pirindingo echó a andar por el borde del tejado, Odalys lo siguió, usando ella también sus cuatro "patas". Al llegar a la esquina, bajaron al callejón y lo cruzaron rápidamente. Con una habilidad que nunca hubiera creído poseer, la niña escaló tras su gato una tapia altísima y, agarrándose con las uñas al tronco de un cocotero, lo siguió hasta el tejado medio hundido del antiguo convento. Allí, a la sombra del campanario, Juan Pirindingo se sentó a acicalarse. Odalys estuvo a punto de hacer como él, pero con la lengua no podía meterse nuevamente la blusa bajo el cinto, y quitarse con la lengua la suciedad adherida al pitusa le daba asco. Así que se sacudió con las manos, como hacía siempre, y preguntó: -¿Y ahora qué hacemos? -Esperar a los otros. Esta noche voy a presentarte a los personajes más importantes de la comunidad gatuna -explicó Juan Pirindingo-. Tienes que prestar mucha atención y no confundirte, porque los gatos son muy susceptibles... Juan Pirindingo había dicho "son", como si él no fuera gato, o como si no fuera también susceptible. Odalys contuvo las ganas de reírse y declaró: -Soy toda oídos. -El jefe de la comunidad es el Viejo Eliot. En realidad no es el gato más viejo, pero sí el más sabio. Es un gato barcino, de barbas blancas… Odalys estuvo a punto de decir "En esta oscuridad, todos los gatos son pardos", pero comprendió instintivamente que aquellas expresiones humanas a propósito de los gatos resultaban inconvenientes en las actuales circunstancias. Por otra parte, se percató de repente que distinguía cada una de las tejas que le quedaban al ruinoso convento, los ventanucos más altos del campanario y las hojitas de verdolaga que invadían el patio, allá abajo. Forzando un poco la vista, consiguió reparar en unas telas de araña de las que pendían gotas de rocío y una que otra mosca tan bien empaquetada en el hilo finísimo como el pollo y el picadillo que su abuela guardaba, en bolsas de nailon, en el congelador. -El gato más viejo es Matusalén –seguía diciendo Juan Pirindingo-, pero está tan chocho que raramente viene a nuestras reuniones. Por si acaso, ten en cuenta que a él no lo puedes saludar como a los demás con un "miau" de mucha 'eme' y muy

poca 'u', sino con un "miau" de 'i' bien sonada; está un poco sordo. Odalys movió afirmativamente la cabeza. -La tercera persona en importancia es Madame Micifuz, la gata de Angora. La reconocerás enseguida porque es la gata más bella y más elegante que se pueda imaginar. Odalys sintió un extraño fogaje. Bien que le habría gustado oír a su gato hablar de ella con la misma admiración. Pero no dijo nada y se dispuso a fijarse atentamente en tan notable animal.

-Madame Micifuz fue la señora del Viejo Eliot, pero lo dejó por Sahib Semíramis de Siam, otro gato noble. Es el único gato siamés que hay en el pueblo, así que no hay confusión posible. Odalys solo había visto gatos siameses y de angora en los libros o en la televisión. Sentía tanta curiosa que Juan Pirindingo se dio cuenta y aclaró: -Tendrás que ser paciente porque ellos llegarán los últimos. Las personas importantes siempre se hacen esperar. -¡Las personas que se creen importantes! -rectificó una voz a sus espaldas. Odalys y Juan Pirindingo se volvieron y descubrieron en la punta del canalón a un gato negro y flaco que tenía un ojo verde y el otro amarillo. -¡Miau! -dijeron la niña y su gato.

-¡Miaom! -rezongó el recién llegado. -Te presento a Bakunin -dijo Juan Pirindingo-, el gato anarquista. -Yo no soy anarquista -bufó Bakunin-. No pertenezco a ningún grupo, no tengo ni dios ni amo, no creo en nada ni en nadie: soy un librepensador... -Y, por supuesto, es un gato callejero -añadió Juan Pirindingo sin hacer mucho caso a las bravatas del otro-. Es el único entre nosotros que nunca vivió con humanos, y no porque nadie lo quisiera, sino por decisión propia. -¡Bueno, bueno! -cortó Bakunin-. ¿A qué viene tanto hablar de mí? ¿Qué pretenden, convertirme en un héroe? ¡Tampoco van a conseguir amaestrarme por esa vía!... Te has acostumbrado demasiado a los seres humanos, Juan Pi: das mucha cháchara. -¡Pero si eres tú quien no deja hablar a nadie! -se burló un nuevo recién llegado. Más que gato parecía uno de esos animales con que aparecen en los retratos de reyes: tenía el pelo plateado y las pupilas color piscina. De un salto se pegó a Odalys y se frotó elegantemente contra ella, mientras la miraba intensamente a los ojos. -Don Casanova -presentó Juan Pirindingo con cierta aspereza-: el gato seductor. -Seductora es nuestra princesa -comentó Don Casanova, con voz melosa. -¡Oigan eso! -masculló Bakunin-. No les basta con tener un jefe y quieren también una reina. -Es la tradición -declaró una gata preñada que avanzaba prudentemente por una rama del jagüey que dominaba el patio del convento. -Lo de reina es apenas un título -opinó otra gata, jovencita, que trepaba ágilmente por el canalón. -¡Pero requiere de la aprobación de todos y por lo tanto es algo muy serio! -gruñó alguien. -Antes habrá que examinar a la candidata -recordó un nuevo gato. - Para eso nos han convocado ¿no? -dijo un tercero. Gatos y gatas, de diversos tamaños, razas y colores, aparecían por todas partes lanzando "miaus" de saludo. Odalys acabó rodeada por un centenar de gatos. Nunca había visto tantos juntos y los múltiples ojos fosforescentes, fijados en ella, la impresionaban bastante. Sin embargo, lo que más la preocupaba era aquello de la reina y la elección... Así que, olvidándose de los gatos que seguían llegando y saludando, le cuchicheó a Juan Pirindingo: -¿Estás seguro de que has escogido un buen momento para traerme? Si tienen que elegir a alguien tan importante, ¿mi presencia no será inoportuna? Juan Pirindingo movió con impaciencia la cola.

-No se puede negar que, pese a todas tus cualidades, eres un ser humano suspiró-. ¡Siempre tiene uno que estarles diciendo las cosas más evidentes! Odalys tragó en seco. -¿Quieres decir que... que yo...? -¡Pero si está más claro que el agua! -se exasperó Juan Pirindingo-. ¡Queremos que tú seas nuestra nueva reina: la Reina de los Gatos!

(París, 1998) Inédito Ilustraciones: Renier Quer (Réquer)

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