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ARO
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N U M . 191
La semana Hoy el correo me ha traído v a r i a s cartas; una de ellas del extratijero, de Paría... Esta es líi que más poderosamente llamó mi ateucidn; París, como los g r a n d e s remolinos, atrae desde muy lejos: rompí el sobre y leí entre otros púrratos: «Pansulac secaba con Mauricia Otier»... [La Otierl Una... [Parece imposible!... A continuación mi amigo relataba las circunslancios que precedieron á este matrimonio; enlace extraordinario que, por lo inverosímil y novelesco, parece el esqneleto de un drama. El violinista Julio l^ansulac, ae enamoró, hace cinco ó seis años, dn Mauricia [la Folie), qae brillaba como estrella de segunda magnitud en el nublado cielo de los í-aféa-concerta de París. [Y vean ustedes por dónde la Otier, que había sido sensible íL la pasión de tantos aventureros, juró ante el altar de sn capricho no pertenecer nituca A Pansulac: y eso que el violinista gozaba de mediana posición y no era renco de espíritu, ni borracho, ni absolutamente feo!... Julio, que comprendía las cualidades y virtudes que luchaban en BU abono, se desesperaba anto aquella negativa injustificable. —^,No me querrás nunca?—repetía. —Nunca; ya lo sabes... ¡Nunca] —Pero... ¿por qué?... —Porque... ¡no sé!...— exclamaba Mauricia; — ¡tu estdégoidant!... PtTO Pansulac no se dio por vencido y con una perseverancia que, de aplicarla al estudio de la alquimia, le hubiese hecho descubrir la piedra filosofal, se dedicó á querer á ^[anricía desde lejos, platónicamente, como Abelardo y Eloísa se amaban en sus últimos tiempos. Todas las noches iba al tf!atrito donde ella trabajase y, terminada la función, la acompañaba á su casa desde lejos: conocía las señas de su modista, el nombre de sus amantes. Nada entibiaba su amor. La Otier, no sabiendo con qué nuevos desprecios abrumarle, se encogía de hombros. D J cuando en cuando, el desdeñado violinista, murmuraba al oído de Mauricia: —'l'ú te can.sarás de reir; til serás mía alguna vez. Ella, no teniendo ya fuerzas para enfadarse, concluyó por echar el lance á brom — ¡No sé!— exclamaba; — nadie está libre de tener en su vida, por lo menos, un mal cuarto de hora. ¡Y ese cuarto de hora llegó! A fines del pasado inviern o , la Otier entabló r e l a ciones con un caballero alemán horriblemente celoso. En el barrio le
llamaban eí Turco. Al principio Mauricia le aceptó por inlerés, luego por amor; en los últimos tiempos le soportaba por miedo. El Turco había jurado matarla en cuanto vislumbrase el menor indicio de infidelidad, y era hombre muy capax de hacerlo según i)rometia. Mauricia, aterrada, no sabía qué partido tomar; sus amigos, recelando la jJOBibilidad de recibir un balazo^ iban alejándose poco á poco, y la bailarina concluyo por quedarse enteramente sola. Únicamente Pansulac, el insoportable y déí/Oílíaíií Pansulac, purecía velar sobre ella desde lejos. Mauricia Otier, cansada al fin de la esclavitud á que el furibundo alemán la tenía condenada, huyó de au casa y en la de una amiga s u y a permam ció oculta cerca de dos meses; dejó de trabiijar, su nombre se eclipsaba, a q u e l l o era su ruina... —Prefiero el vitriolo, Mauricia por la noche fué al café donde sus admiradores más devotos solían reunirse: todos la aplaudieron; la Otier parecía una resucitada. La joven expuso brevemente el objeto de su visita: necesitaba volver á sn casa y temía que el Turco la matase. —¿Quién de ustedes quiere acompañarme'? Eutonces cada cual procuro aludir tan fiero compromiso como mejor supo: éste tenia que buscar á su señora á la salida dtl teatro; otro estaba enfermo; un tercero tenía que hacer... —Está bitm—murmuró Mauricia despechada;— iré yo sola. Al salir del café encontró á Pansulac. —Lo se todo—dijo;—¿quieres que te acompafie? Ella, que iba irritadíaima, tuvo un desbordamiento de mal humor. —¡Vete!—gritó:—¡vete... teodio... me das ascol... Salió á la calle y detuvo á un coche de alquiler qne pasaba dando al auriga las señas de su domicilio. La Otier estaba segura de que el alemán, si no estaba esperándola, iría á verla al día siguiente. —No importa—murmuró;—prefiero concluir de una vez. líl coche atravesó París de extrerno á extremo, desde la rite Condorcetá la rué Brezin. La carrera duró tres cuartos de hora... Al detenerse el veluculo, Mauricia sintió que alguien desde fuera, abría laportc/.uela. l*!ra Julio Pansulac; estaba cubierto de sudor, ahogado de fatiga. —Sabía que tu vida peligraba—dijo;— como no pude hallar coche, be venido á pie. ¿l-llcemal, Mauricia? Ella, vencida, se echó á reír; aquello era, á la vez ridículo y sublime, —¡Vaya!—ex-. clamó;—es inú-. til luchar contigo. Sube... L.deHOl^TEUAS
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Pues señop. .,. Ello fué que un viejo nvnro que había en un piieblecLllo de ValoDcia t'i lie Andalucía ( p u t s no pQ'lo precisar aquel que me lo eonló el luííar donde el hecho suceilió) traa de sor uu usurero que -eolocaba» el dinero «ou el módico interés de ' ü u cuarenta y cinco» al mes ó ' a a CLQcuonla- .. sulire iicro, procuraba pnr mil mndoB y con sobra di> nialicÍE), apropiarse l o d e u d u s eludieLdo á lajiisticia, Por e-s por mi parle toufieso con la lualtad mássiLcera,,
qae n u n c a a s e g u r a r í a de qué mueren las mujeres hoy on día iQie ai quien s! y el a v a r o de mi cueuio fcintió I al remordimiento por la muerte de la Inós, que, cuando se hubo comido el conejo, arrepentido fnó Aconfesarao después. y hecha y a la confesión, con evanRüIica unción ol sacerdote la dijo: —Tu pecado es do etoa, hij^j, qu-» no merecen perdón; pues t i en e! íicifi fatal del g r a n J u i c i o F i n a l , por fin a u t e D¡03 te ves, tienes que quedar muy m a l á lo.-i ojos de la luós. — E . o según, — ¡Q ló lierejia! —El quo al llof^ar oso día c u a n d o por fm nos veamos, Sfofún le, enda s a g r a d a de que allí resucitamos, si olla me g r i t a i n d i g n a d a , como el conejo, os begaro que ¿ e s e divino conjnro resnci'o como lodo, yo conteS'arln polio: —No g r i t e usté de eíe modo... iporque a q u í lo lieno uaié! FKLIX D i n u J O DE M. MICUFL
L'.MEXDOÜX
AMANECER.—Baja al jardín cuando las primeras luces del alba se inician allá en las lejanías del horizonte; en ac[uel momento no puede nadie sorprenderla; por eso salta del ]ceho, descuidada y tranquila, eavolviBndoae en la sábana finísima que ciñe su cuerpo. i?ua pies desnudos húndenKC en la arena sutil del parque, y amparada en la impunidad de .la hora corre hasta su rosal favorito y corta para ella los primeros capullos que se abren cuajados'de rocío. Con ellos, en caprichoso bouquet, corre do nuevo hacia su •Icoba-, y las ¡j;otas purísimas de rocío que saltan de las flores ruedan también por su carne de rosa. jDelicioso amanecer el de la virgen j ' e l de las libres!... i..
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D U n / i ü T l ! EL THAVUCTO
CflNñliEJAS EN BRt^CEÜOflA Los viajes He todos los liombres políticos son aecicieiitados en proó en contra nianciolíi^nen un alcanee y uua leüdencia en pu^íiia con la normalidad; por eso Canalüjas, corriundo las provineias de Levante Y , exaltando el espíritu de los espnñoíes al grilo simpático de/V¿?;aiaííeínocrac¿o.', adquirió un relieve trriindisiino al Ue^^ará líarcelona, donde su propaL'anda había'de tener más resonancia que en parte alguna. Alg:uien, no sabemos quien, no queremos saberlo tampoco, estorbó el acto grandioso que iiubiera rematado dignamente u n a campaña noble. [-[abíanae aliado los elementos deraocrálicos de todos los matices para hacer u n recibimienlo entusiasta, pero respetuoso á la par, al ilustre hombre público que sacrificando
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DKMOCBACIAI IXBAJO
comodidades ¿intereses, liabíiise empeñado en una aventura política de transceuilencia para E-;pjifüi, puerto que guiábale un afá.n nobilísimo: el df. pulsar la opinión y enardecerla para la lucha entablada entre los rancios convencionalismos y los ideales del porvenir. Canalejas en Harcelona, conducido desde la estación deFrancia hasta
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HEACCIÓNI
la casa de Alsina por la guardia civil, como lo lia sorprendido el lápiz de Medina Vera, es un signo elocuente de lo que hemos dicho. Al viaje han seguido incidentes variadísimos que pudieron haber tenido consecuencias más tristes de no haber presidido á todo la prudencia del ex ministro liberal, abandonando Barcelona cuando los ánimos hallábanse más enardecidos.
LAS PILDORAS MARAVILLOSAS La farmacia e pasaba la vida haciendo equilibi'ios sobre la cuei'da ilL>Ía del Código penal, sin otra ayuda que la del balancín i'ormadu por au cieucia que un CLM corta y por su marrullería que si era grande. Lo L-itíi'to es que el farmacijpola jamás estuvo en tratos conlajusticia y nunca se vid mezclado en proceso cuya vista se ei'ectuase á puerta cerrada. Y es taiiibién cierlo que moaalbetes paliducbos y ojerosos, y ancianos docrépitosy madresdesoladaspor imprudencias y prdcocidí:des de sus pimpollos, entraron, en el santuario del doctor líuibarbo, con agobios de tristeza y salieron con plétora de alegn'a. emanada de la saüsfaeeión por la cura conseguida ó por la l'o inquebrantable en el milagro pronto á realizarse. El cronista de la ciudad, leguleyo zumbón, lleno de malicias y de socarroneríap, afirmaba, en lenguaje extraño, que don Procopio poseía secretos de tal importancia y recelas de virtud tan rara, que le permitían: recomponer y baeer pasar por nuevo un vaso de cristal hecho añicofl; dar patentes de eternñ juventud á senilidades caducas; inventar ramos de a/.abar purísimo donde la Naturaleza hizo fructificar naraiijns, y otras mil cosas estupendas, tales como las de opurar transformaciones de orden inverso á las que operaba el sabio Salomón cuando trocaba a las verdes.doncelleces en maternidades maduras... La Perla era iudispntablemente la mejor fonda de Valdeilores, y aun hubiera sido mayor su crédito fi. no sabei'se, como se sabía, que las diarias reyertas entre el fondista y su esposa soban ••olian perturbar el sueño de los huéspedes, alborotar el barrio, trastornar á la servidumbre y, á las vecus. originar dilk'icnL'ías que se traducían en mengua y desdoro de la afamada cocina del butcl. üj-pués de una brouca conyugal, era indefectible que la mayonesa resultase sosa, los llanes quemados ó el asado medio crudo-, pero todo podín dispensarse á cambio del gustazo do tener por hostelera al primer premio en el concurso de belleza de Monaco. Porque Margot, nombre que generalmente sedaba á doña Mai'giirita, era un troío de carne soberbiamente modelado; un hermoso anitnal que invitaba al quebrantiirníento del noveno precepto del Decálogo y que poseía el privilegio de tener á dim lyacundo Pérez, dueño 'le La Perla y coQHirte de la fondista, en constante teusióo. nerviosa determinada por unos celos africano-!, dignos del mísmÍBimo Ótelo. Di>u Kiícundo, por obra do misterios orgánicos, era, e n ' s u s funcionís digestivas, míis obstruccionista que un diputado de minoría no gubernamental. Y su obstruccionismo, no limitado á los sólidos, sitio extendido á I05 gases, traía como secuela una prohibición realmente raortíficadora para un hombro que á los cuarenta añoa de edad se veía privado de ajereitar KUS derecho.s de propietario en terreno propio y envidiado de muchos. Acaso, acaso, el retraimiento parlamentario dol obstruccionista i'aera parte á motivar los altercados que á diario desvelaban 11 los huéspedes de La Perla. Los repetidos anuncios con qne'ePdoctorJíuibarbo llenaba la cuarta plana de La Voz de Váldeflorts, llamaron la atención de don Facundo que,'tras sensatas reJlexíones, decidió consultar su dolencia y solicitar remedio del milagrero don l*rocopio.
Y, tíonio lo pensó, lolüv.o, Mediante cinco duretes en buena moneda, el farmacéutico pTometió al fondista unas pildoras de éxito ÍDruliblc: «Pildoras maravIllosuB^ fói-iiuila número 1.» Las tales píldorns, al decir de BU iuvcntor. eran du se^rjiro resulbado ci.iii.ra el ubstrLiccionismo y poseían además el privilegio de escitar—como la veratrina uscita el estornudo—al^'o que en cierto modo, v anuque más bajamente, es estornudo, o cosa muy análoga. Don Tacando crevó volverse loco de alegría imaginando que con la tal panacea iba á verse Ubre del veto que le s-sparaba de'la iiillmidud de suMurjíOt. Cniíndü el dueño de ^a Perla salia del despacho del doctor Ruibarbo, topóse con elt.;nor Gifini, huésped suyo y artista mimado del público. VA ctuiLuntc de ópera luibia obtenido, de la que por su uelie/a fué premiada en Monaco, una ciía eucaniinada á consolarla del incjni])rensible alejamiento de don Iracundo. Mas como ol tenorcete no estaba muy seguro de su?; fucuKades, ncudía al gran curandero en
torrente de juventud y de savia juvenil, no menor que el que Metistól'tíles proporcionó al momificado doctor Fansto. * La media noche era por filo cuando el célebre cantante entraba con suma cautela en el houdoir de Margot. (Ulini acababa de tragarse, de golpe, media doceija de pildoras miaravilloaa-i y es.-:.~Sl^-
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taba inquietísimo al notar los extrafios efectos de la medicina. Antes de poder saludar á la fondista un ruido breve, seco, se dejó oir. El tenor no se atrevió á dar un paso. Segundos después, otro estampido más sonoro.retumbó en la estancia, líl infeliz no se explicaba lo que le ocurría. •—Perdón, señora,..—balbuceó, y una sinfonía exótica atronó los oídos de MiiTgot, que, con la púdica gravedad de nna verdadera doña Margarita, acvidid con el pañuelo eu sücorro de sus narices y arrojó, colérica, de la.estancia al escandaloso y nada delicado artista, prodigándole ('])itetos entre los que predominaba el genérico did comimñcrode San Antón. Gilini, convertido eu cañóu de tiro rápido, refugióse en su aposento, que retembló durante largo rato, merced á los... estornudos del atribuladi> artista. t.iasi á la mÍ8;na hora, el fondi>íta, después de cebarse almoletn las pildoras preseri|)tai por el doctor Ruibarbo, sintióse rerao/ado, con lal remozuinieuto y con tales hervores de sangre juvenil, que ardió en a n sias dfi comuTiicar á su cara mitad lo portentoso de la ocurrencta. Don Facundo tuvo la oportunidad de encontrar a Margot eu ese estado, mezcla de irritabilidad y de laxitud, que se experímcufa tras el depeo no satisfecho. Las pacos se sellaron pronto y deilnitivamente entre los cónyuges. Y tnientras el torpón mancebo de la bolifa dormía á pierna, suelta, biiín ajeno de In ber confundido y cambiado el destino de las «Pildoras maravillosas», dando la fórmula cHorniifaria al tenor y la tónicoestimulante al fondista, en La Perla se oía rumor de besos en la alcoba matriraonial y se oía también la voz ronca de la batería emplazada en el cuarto de (jilini, que, sin tregua ni descanso, saludaba el entronizamiento del amor legítimo. -
ILUBTRAC'CNES DE MEO NA VERA
M,
K.
BLAKCO-BKLMOJSTE
LA EXPLOSIÓN DE UN POLVORÍN A nn-jores tiempos, mii^oreR CÜIÍI-
LA CnUZ HOJA EN PDNCIONES
^;-.-.. >»H.í;1fe:;^ rr.r
midadep; mieiitrns máa la liumanidad progreFJi, mñs abocada hállase á las rrrandes catástrofes de que no hay á quien culpar, como ha oc'irrido en lii Martinica c o n l a tTupeión d e l volcán de Moate-Pelado y en Carabanchcl con la explosión de un polvorín pequeño. Lo;? el'ecEL OJIISI'O D l í S n i N EN CARAHANCIIIÍL tos de la voladura lian sido tales, que el ánimo liorrorí/ase de pensar en lo que p u diera haber aido una explosión mayoi" aún. Madrid íiubiera qnedadoen ruínus sef^uramente, Riendo incontable el número de vieliraasy habiéndose reducido á escombros la poblaciión. Ai'ortunadámente no ha ocurrido tan terrible desgracia. L.a catástrofe, aun liaLiiendo tenido reducidas consecueneiaa, en lo tocante á desgraüias personales, ha impresionado hondamente el ánimo de todo el mundo, Apenas ocurrida la exploiidn, Madrid entero acudió \ • al iLitjar de la ua' • ' . ', lastróle con la ansiedarl y el terror en el ánimo, al propio t i e m p o q u e {j^uiado d e l noble afán de ser i'iLil y prestarlos auxilios que fueran necesarios. El Rey fué de los primeros eu acudir, visitando todos los sitios que quedaron • ' 1 en ruinas y t i lugar mismo donde estab a emplazado e l polvorín cuya volaHKSTOS DE ['ItOVECTTLK-S SIN VXPr.OTAR dura había producido aquella alarma, incluso en Palacio, donde los efectos fueron uolfidos por la caída de varios espejos y la violencia con que se abrieron infinidad de puertas. Prueba fiibacienta de lo horrible que hubiera sido si llega á estullai' el polvorín gr.inde. '.,a circunstancia de haber ocurrido el hecho á las seis menos cuarto de la mañana, sorprendiendo el sueño de la población, hiv.o que el púnico de loa ]jri:nerüS momentos fuese mayor ai'in por la sorpresa, t e miéndúBo que fuera innumerable el número de víctimas. Afortiinadaraetite no ha sido así, pero sirva de aviso elocuente á quien corresponda, para adoptar las precauciones que garanticen la vida y la seguridad do una población de quÍDientas mil almas.
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LAS CASAS DE PRESTAMOS Rpcomiendo á los que deseen invertir sus ahorros en na negocio seguro y sin pérdidas, qne se decidan il establecer, sin más vacilaciones, 6 una tabdriia 6 una casa de préstamos. Lo mismo en Ja pi-imern que en la segnnda industria, todas sus más risueñas esperanzas se verán cumplidas, j al año no jtiás, las cuatro ó seis mil pesetas do base con que contó en los primeros momentoSj habrán sido «modestamente» triplicadas... Parroquia, quo, para todo nuevo industrial, es lo esencial, no falta, y no se ha dado jamás el caso, en nuestros días, de que cierre un tabernero las puertas de su despactio por no tener clientela, ni tampoco que se vea precisado á tirar el vino j sus horribles aleaciones—má,3 ésto que lo otro—por l'aLta de jí?íítío.'í de buena voluntad y mejor estomago que se lo beban... Y las casas de prestamos no quiebran nutica. Son, pues, estos,.dos negocios ideales y excesivamenie tentadores. Le aventajan, sin embargo, otros dos: el tener una mujer guapa y buenos amigos que paguen, y el ya tan usado, del mismo género, trata de blancas... Ea Madrid hay u n gran número de casas de préstamos, tantas, \y ya es haberl como templos de Haco, y como la competencia abarata la mercancía eu provecho del necesitado, de ahí que... en vez de vino se beba agua con gotas de vinagre, y que existan casasi de préstamos donde se puedan empeñar: dentaduras postizas, zapatillas viejas, calcetines aunque estén usados, camisas de señora con ó sin encaje, CIICUO-Í, relojes sin marca ni máquina, prendas de uso diverso... todo, en fln, lo que cuando nuevo costó ULI par de reales... Lo que si bien se mira es una ventaja; porque el individuo más escaso de interfsís puede en momento oportuno, en uno de los aprietos de la vida, pignorar todas las ropas que lleva sobre su cuerpo y encontrarse con unas cuantas pesetas á la vez que con la obligación de vivir entre sábanas de papeletas. Kl Monte de Piedad existe y funciona, l^s una creacEóa maravillosa, ¡quién lo duda! pero ni toma prendas de bajo precio ni suben gran cosa en la tasa. Kl pobre, el estudiante, el joven militar, el empleado, no os fácil que dispongan ae numerosas alhajas ni que éstas sean de gran valor. Por esto recurren, con lamentable frecuencia, á las casas de préstamos, donde, con un interés del GO por 100 anual ayudan... é. vivir. La alhaja queda en depósito y unas veces se saca y otras, las más, no. .< ' •. jV ¿quiénes serán los únicos'que no hayan empeñado en su vida? El libro de Itagistros de una casa de préstamos es un documento euriosisimo y digno de estudio; y eso entendido que la mitad de los nombres son supuestas; lo ocultan personas conocidas; las que todavía K!.g?^
VISTA E M E K I O a DE L \ CASA D13 l'[iK:?rAU0S DE DON F E t . I P E BANZ
tienen ciertos Toparos en ciar el suyo verdadero para estos contrastes.,. Pdro auu así y todo re ven p.rman. —¿A. que noiii' brtj'^ — dice el prestamista, diaponiñiidoso á extender la papeleta. —Fulano de Tal (el de un insigne literato, el de un actor notable, el de un Tunrqués ó el de un ex m i n i s t r o ; lo que u s t e d e s quieran.) í como ,al o i r e l nombre tan conocido, levante el duofiodelestablecí uiiouto, c o n marcada sorpresa, layista de su libro, c o n t é s t a l e el
COMPUA DB ALUAJAS '
iiiteresitdo lo q u e y o m i s m o oí el otro día:—Síj señor... vo soy... un hombre da ver^ü'Jaza.quano lieno dos pesetas.., ¿Se ha enterado'^ • • \ j . El otro día, con Compañy, recorrí por obligación alfjunas de las casas de prestamos más populares de la Corto. Empezamos por las de loa barrios bajos y concluímos por las más importantes dt;! centro de la polilaCLÓn. Puó la última la que tiene establecída'en la callo de la Montera don l'^elipa tíau-/,. ; y como no, h^iy Qspacio en estas págiuas para ir señalando todas las impresiones de desgracia, de miseria, del vicio que empte/.a y de) ya arrai^'udo, escenas Jus más pintorescas, curiosaSiperosiempre Trías y tristes, diré que en una sola cusa de la calle de Toledo vi e n t r a r más mujeres que en misa... El establecimiento,que está c o l o c a d o , q\ii7.á coa idea, inmediato á la Plaza de la Collada, renueva la c l i e n t e l a cada segundo.., Las mujeres entran y salen como cosa curritíiile, sin inmutarse... Y allí dejan faldas, sábanas, colcbon es, zapatos, toallas y otras prendas de uso; reciben unas perras que, por la hora, es posible asegU' XA pioNOBAciús EN Ki. üABiNBTE BE^EiivAuo „ rar IcB reprcBon-
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UNA CASA DB I'IIÉSTAMOS Dlü LA CALLE DE TOLEDO
Fots. Cimpa^;
tan á estas pobres la comida del día... Hombrea también vi entrar en la casa de la calle de Toledo oero éstos 3'a maá tristes; '^ —Voy á un entierro y hay que ir majo—decía uno con amargura mientras se alhajaba con uuas tiras de taja, que en la casa le guardaban por veinte céntimos. Hay otra casa de préstamos en este mismo barrio, en la e.tUe de la Rnda. verdaderamente notable El Licid üs amplio, un salón inmenso y un renombrado almi'céa donde lo toman todo... En él depositada se halla Hiena parte do la nqnexa del barrio más típico de Madrid, de los personajes de Ldpex Silva En la ce la calle de la Montera, ya en el centro, la que el vulgo señala con el nombre de: la de laa letras vana la decoración AHi se hace nn conveniente espurg^ de los objetos á aceptar v la parroquia es hasia SI se quiere muy elrg-ante. bolamente en alhajas j a vencidas y puestas á la venta dispone la cjisa de nn cuantioso Capital. Las vitrinas se ven repletas de objetos varios de oro, plata y piedras preciosas —¿Od quienes son todos estos mantones de Manila, y estas elegantes pulseras, juegos de plata v ri ricas sorteas?—pregunte yo al entrar en ( stas habitaciones á uno de loa hijos de don Felipe. —De u n a notable artista que usted debió conocer y que ahora mismo acaba de marcharse Y efectivamente, al fijarme aquellos objetos r e c o n o c í á la dueña.., Lo que yo en aquellos moraentus veía allí ya empeñaHUEBU do representaba m u c h o s capricbos de mujer DE I dtígasto, obtenidos con el producto de nn trabajo arduo, regalosdeperdonas a m a d a s , obsequios da amigos y admiradores... Una historia ghlaute, en íiii, de una mujer hermosa y una veintena de años de leUcidades que se eutierran y mueren... BUPBSO DBBQK&CIADO
Ucmuel Carretero
EUPESO FBLIZ
i&it. IBO»
MOMENTO SOLEMNE .