La tabernera del puerto

La tabernera del puerto Romance marinero en tres actos Texto original de FEDERICO ROMERO y GUILLERMO FERNÁNDEZ SHAW Música de PABLO SOROZÁBAL PERSONA
Author:  Paula Morales Vega

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Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia 67 (1), enero-junio 2015, p081 ISSN-L:0210-4466 http://dx.doi.org/10.3989/asclepio.2015.0

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La tabernera del puerto Romance marinero en tres actos Texto original de FEDERICO ROMERO y GUILLERMO FERNÁNDEZ SHAW Música de PABLO SOROZÁBAL

PERSONAJES Y REPARTO

MAROLA .................................. CONCHITA PANADÉS ABEL ........................................... ESTRELLA RIVERA ANTIGUA ...................................... MARÍA ZALDIVAR MENGA ...................................... TRINIDAD IGLESIAS TINA ............................................. PEPITA FONTFRÍA JUAN DE EGUÍA .......................... MARCOS REDONDO LEANDRO .................................. FAUSTINO ARREGUI SIMPSON .............................................. ANÍBAL VELA CHINCHORRO .................................. JOAQUÍN VALLE RIPALDA ................................... ANTONIO PALACIOS VERDIER ....................................... ANTONIO RIPOLL FULGEN ........................................ MANUEL MURCIA SENÉN ..................................... MANUEL LOPETEGUI VALERIANO ................................... FRANCISCO SANZ .

Estrenada el 6 de mayo de 1936 en el Teatro Tívoli de Barcelona.

ACTO PRIMERO La acción se desarrolla en Cantabreda, ciudad imaginaria del Norte de España, en época del estreno. La escena presenta un suburbio de pescadores en donde está instalada la taberna del Marola y Juan de Eguía, haciendo frente a un café llamado «Café del Vapor». Al fondo se divisa la ría con sus pequeños vaporcitos pesqueros. En la otra ribera, la Cofradía de los Mareantes y la iglesia, de traza gótica, unidas con el pueblo por un viejo puente romano. Se oye el canto de unos marineros, que se supone en una embarcación de la ría. Aparece Verdier, que le pide a Ripalda, dueño del «Café del Vapor», un café caliente. Verdier ha atracado la noche anterior con su velero y hace seis años que falta de Cantabreda, por lo que no conoce la novedad de que hay una nueva taberna en el puerto, a la que, llevados por la belleza de Marola, la tabernera, acuden siempre todos los marineros. Aparece Abel, un chico de catorce años, descalzo, pobre, pero limpiamente http://lazarzuela.webcindario.com/

vestido o a medio vestir. Abel está enamorado de Marola y recita y canta una canción en honor de ésta. Algunas mujeres regañan a Abel por cantar así a Marola, ya que todas ellas están, hasta cierto punto, celosas. Se oye después la salve de los marineros que se mezcla con la canción popular de los de la barca. Verdier se asombra de oír aquella salve, ya que, según manifiesta, él no cree en Dios o, lo que es lo mismo, no cree en la Justicia Divina.

MARINEROS

VERDIER RIPALDA VERDIER RIPALDA VERDIER

RIPALDA VERDIER RIPALDA

VERDIER ABEL

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«Eres blanca y hermosa como tu madre; morena salada como tu madre.» Buenos días, cafetero. ¿Estoy despierto o dormido? Soy Verdier. ¿Cuándo ha venido? Anoche atracó el velero. Sírveme un café caliente, que está la mañana fresca. Menos mal que algo se pesca y aún queda un hombre decente. ¿No hay nadie dentro? Un borracho que ha dormido aquí la mona. Es que hay una lagartona... ¡El café! ¡Pronto, muchacho!... En la taberna del puerto, –¡qué joven la tabernera!,– se bebe el mejor vinillo que viene de extrañas tierras. En la taberna del puerto, –¡qué hermosa la tabernera!,– se viven alegres horas, bebiendo las horas muertas. En la taberna del puerto, –¡Dios salve a la tabernera!,– los hombres parecen tigres que buscan sabrosa presa. ¡Ay, que me muero por unos ojos! ¡Ay, que me muero de amores locos! ¡Ay, que me mire aunque me muera! http://lazarzuela.webcindario.com/

RIPALDA ABEL MENGA ABEL VERDIER RIPALDA TINA ABEL TINA MENGA ABEL RIPALDA HOMBRES Y MUJERES

VERDIER ABEL

VERDIER ABEL VERDIER

RIPALDA MUJERES

¡Ay, que me mire la tabernera! ¡Vete al diablo, sinvergüenza! Deme una perra, señor. Tú eres un enredador. ¡Trovador! ¡Como en Provenza! Toma, chico. Soy de allá. Marsellés, aunque me pese. ¿Le da usted limosna a ese? ¡Pronto se la beberá! ¿Yo me emborracho? Tú y todos estáis borrachos por ella. ¡Y si fuese una doncella!... Borrachos, dice. ¡Beodos! ¡Salve, Señora, reina y madre de misericordia! ¡Vida y dulzura y esperanza nuestra! ¿Qué canto es ese? Ese canto es la salve marinera. Cuando pasa una trainera por frente del camposanto, como vive en su capilla la Virgen del Carmen, cantan. ¿Y así las olas espantan? Sí, señor. ¿Le maravilla? Está medio mundo loco. Cóbrate de ese dinero. ¿Tú crees en Dios, cafetero? Sí, señor... ...¡pero muy poco! ¡Madre! Dios te escuche, Dios te salve, reina y madre. ¡Salve, Señora, reina y madre de misericordia!

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HOMBRES

«Eres blanca y hermosa, como tu madre.»

Por la relación que Abel hace a Verdier nos enteramos de que Marola llegó a Cantabreda apenas hace dos meses en compañía de Juan de Eguía, su marido. Verdier manifiesta conocer muy bien a Juan de Eguía y le dice a Abel que le llame. Mientras tanto, aparecen Chinchorro, un patrón maduro, casi viejo, con Fulgen y Senén, dos marineros jóvenes. Todos llegan en busca de Leandro, un marinero robusto y simpático que se entretiene más de lo debido en la taberna de Marola. Por culpa de Leandro, aquel día no sale la barca de la que Chinchorro es patrono y todos le afean a Leandro el estar enamorado de Marola y descuidar su trabajo. Luego Chinchorro y sus dos marineros jóvenes entran en la taberna, mientras Leandro se marcha. Aparece después Simpson, marinero de origen inglés, pero internacional a fuerza de rodar por todos los puertos. Simpson es un viejo alcohólico, antiguo aventurero y hoy vagabundo, que vive y bebe de la caridad de los pescadores. Simpson y Verdier se reconocen inmediatamente, como también Juan de Eguía cuando sale de la taberna y se encuentra con ellos. Por Simpson nos enteramos de que los tres son, en realidad, gente de mal vivir. Los tres amigos recuerdan sus días de juventud, sus viajes y aventuras.

JUAN VERDIER JUAN SIMPSON VERDIER JUAN

SIMPSON JUAN SIMPSON JUAN

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Hace días te esperaba. El asunto se dio mal. ¡Hola, Simpson! ¡Mala peste con vosotros! ¡Vaya un par! Ese está con la ginebra y a comprometernos va. No le temas; ¡es un infeliz! Le domino como a un bergantín. Obsérvale bien, y ahora verás: ¡Ohé! ¡A sus órdenes, mi capitán! ¡Qué días aquellos de la juventud! ¡La luna, tan blanca y el mar, tan azul! Bajo otros soles, por otros mares, ¡con qué bravura bogó mi nave! http://lazarzuela.webcindario.com/

JUAN Y SIMPSON

SIMPSON LOS TRES

JUAN

Son otros tiempos que ya no vuelven, y el recordarlos rejuvenece. ¡Aquellas noches de borrachera, durmiendo en bazos de torpes hembras! ¡Y aquellas horas de corto idilio, que eran amores para el olvido! ¡Y aquellas negras!... ¡Y aquellos vinos!... ¡Cuántos caminos tiene la mar! ¡Cuántos escollos ocultos hay! Juega el velero con el azar, y nunca sabe ni cuando llega, ni adonde va. Tan sólo obediente navega en la mar, ¡sumiso al mandato de su capitán! ¡¡Ohé!!

Para hablar con mayor seguridad de sus asuntos, los tres amigos se introducen en el «Café del Vapor», y mientras tanto el dueño, Ripalda, sale al exterior y encuentra a Antigua, la mujer de Chinchorro. Para vengarse de Marola, que le quita todos sus clientes, debido a su belleza, Ripalda le dice a Antigua que su marido, Chinchorro, no ha salido de pesca y se encuentra en la taberna. Como es natural, Antigua, que ha sido previamente emborrachada por Ripalda, se irrita y entra en la taberna, de la que saca a Chinchorro cogido de una oreja.

ANTIGUA CHINCHORRO ANTIGUA CHINCHORRO

¡Ven aquí, camastrón! ¡Que me arrancas la oreja! ¡Si no fueras pendón!... ¡Qué demonio de vieja!

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ANTIGUA CHINCHORRO ANTIGUA

CHINCHORRO

ANTIGUA

CHINCHORRO

ANTIGUA CHINCHORRO ANTIGUA CHINCHORRO

ANTIGUA

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¡A esa guarra también voy a darle garrote! No te expongas, mi bien, que te arranca el bigote. Ven acá, tití: ¿qué le vistes a esa sinsorga, que no me vieras a mí, para siempre estar ahí? Vengo aquí a beber, y a olvidarme de que en mi casa duermo con una mujer, que parece un brigadier. ¡Ay, Señor! ¡Qué sufrir! No me deja ni vivir. ¡Ay, Señor! ¡Por San Blas! ¡Cuándo te la llevarás! ¡Ven aquí, bacalao! ¡Que me rompes la falda! ¿Dónde la has agarrao? ¡Es que me han convidao! ¡Ay, pobre de mí! Mi vieja está borracha. ¡Ay, pobre de mí! Que yo lo estoy también. Una vieja gorda y pelleja, y un abuelete como pareja, se van del bracete por la calleja, cae una teja ¡y hay un belén! ¡Ay, pobre de mí! Mi viejo está borracho. ¡Ay, pobre de mí! ¡Que yo también lo estoy! Este viejo, necio y pendejo, se ha sacudido más de un pellejo, http://lazarzuela.webcindario.com/

CHINCHORRO

ANTIGUA

CHINCHORRO

ANTIGUA

LOS DOS

y a mí me ha ocurrido lo mismo que al viejo. No sé cómo ha sido, ni sé ya quién soy. Ven acá, mujer, que te lleve pronto a la cama, porque te vas a caer... ¡y te voy a sostener! ¡Eso sí que no! Tú no puedes con lo que llevas. ¡Mira qué bien ando yo! ¡Más salada que Charlot! ¡Santo Dios! ¡Qué mujer! De narices va a caer. Eso, tú; que ya estás que no ves por donde vas. ¡Trumla, trumla, trumla, la, la!...

Cogidos del brazo y olvidándose de la banasta y de las sardinas, se dirige el viejo matrimonio hacia la ría bailando alegre. Detrás salen los dos marineros mozos y queda en la taberna solamente Marola. Juan de Eguía vuelve del café y aprovecha la ocasión de hablarla sin testigos. Y aunque Juan no le da cuenta de los negocios en los que anda metido, la utiliza para la realización de sus planes. Esta vez lo que necesita es la colaboración de alguien que no despierte sospechas. Como Marola, por imposición del propio Juan, coquetea con los pescadores, debe buscar uno fuerte y bravío que se decida a salir a la mar a «dar un paseo». Ese mozo, según Juan, no puede ser otro más que Leandro, que está enamorado de Marola. A ella, que también siente algo más que simpatía por el joven, le parece abominable la proposición, pero la indicación de Juan no deja lugar a dudas; no es un ruego, es una orden. Verdier y Simpson, que salen del café, no están conformes con que Juan haya mezclado a Marola en el asunto. Y Simpson, que tiene en gran estima a Leandro, tampoco aprueba que se intente obligar al pescador a realizar algo con feos procedimientos. La llegada de Leandro, que viene ansioso de hablar con Marola, hace que los tres amigos le dejen solo intencionadamente. Leandro se sienta, llama a Marola y, sin poderse contener, le dice que la ama. Marola lucha consigo misma, pues no sabe si aceptar o rechazar el amor de Leandro, que tan peligroso puede ser para él.

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LEANDRO

MAROLA LEANDRO

MAROLA LEANDRO

MAROLA LEANDRO MAROLA LEANDRO MAROLA LEANDRO

MAROLA LEANDRO MAROLA

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¡Todos lo saben! Es imposible disimular. No hay más caminos: ella en mis brazos, o renunciar. ¡Renunciar no puede ser! ¡Es mi vida esa mujer! ¿Qué quieres? ¿Qué te sirvo? Marola, yo deseo... Marola, yo quisiera... una bebida tan rara, tan dulce y tan buena, que alumbre los sueños y aplaque las penas. No sueñes, marinero. Si no existieran tus ojos, radiantes y bellos, no habría en mi alma ni penas ni sueños. Tengo los ojos radiantes porque los miras al sol. Verlos quisiera de noche, que es el portal del amor. Esa aventura es difícil. Amo la dificultad. Una mujer no es arena que echa a la playa la mar. Marola... No comprendes... ¡Te quiero con toda el alma! Y he de luchar por lograrte, –¡por verte en mis brazos!–, con todos los vientos que quieran en vano tu amor apartar de mí. No delires, soñador. Sé piadosa con mi amor. Marinero, vete a la mar; que la tierra es mundo traidor, y las rosas de mi jardín envenenan, ¡ay de mí!, con el olor.

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LEANDRO

MAROLA LOS DOS

Marinero soy de la mar, y en el puerto está lo mejor: son los ojos de una mujer que me hicieron, ¡ay de mí!, soñar de amor. Vete a la mar, marinero. Ya no lo debes dudar. Marinero vete a la mar. (MAR.) soy de la mar. (LEA.)

Se marcha Leandro ilusionado y queda Marola ensimismada. Aparece entonces Abel, que ha observado el brillo alegre de los ojos de Leandro y tiene una bella escena con Marola en la cual, sin pensarlo, le declara su amor. A Marola le hace gracia la declaración del chico, que naturalmente no puede tomar en serio. Más en serio tiene que tomar al grupo de mujeres que aparece, capitaneadas por Antigua y en son de motín. Vienen contra Marola y le reprochan que atrae a sus maridos y éstos están más pendientes de ella que de sus esposas. Marola asegura que su única falta es ser limpia y amable. La reyerta entre mujeres la interrumpe Juan, apareciendo repentinamente. Pregunta qué pasa allí, y las mujeres, indignadas, critican que emborracha y enreda a todos los hombres. Aunque Marola niega furiosamente, Juan, violento, considera que en aquel momento lo mejor es atacar a Marola y, cogiéndola de un brazo, la arroja al suelo con violencia. Esto satisface a las mujeres, que abandonan el local contentas y alegres. Abel, que está presente, protesta con rabia, pero Juan rompe en una burlona carcajada, extrae la pipa del bolsillo, la carga tranquilamente y la enciende. Mientras tanto, a lo lejos suena la voz de Leandro.

MUJERES MAROLA MUJERES MAROLA MUJERES MAROLA MUJERES MAROLA

MUJERES

¡Aquí está la culpable! ¿De qué tengo la culpa? De jugar con los hombres y volverlos tarumba. Yo no juego ni gano, yo no salgo ni entro. Pero los emborrachas y los tienes revueltos. ¿Yo revuelvo a los hombres? Bien revueltos los tienes. Si ellos vienen a casa, ¡ya sabrán a qué vienen! Si vosotras supierais alegrarles la vida... ¡A que acaben borrachos le llamáis alegría! http://lazarzuela.webcindario.com/

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ANTIGUA

MAROLA

ANTIGUA

MUJERES

MAROLA MUJERES MAROLA

MUJERES MAROLA MUJERES MAROLA MUJERES

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A Chinchorro, mi marido, que en mi casa no lo prueba, lo mismito que una cuba le saqué de la taberna. Pero tú, que no te vimos asomarte por mi casa, has pescado una merluza que parece un tiburón. Cállate, perdición; que te doy un coscorrón. Porque tú, para hablar, tienes mucho que callar. Pues entonces hablaré. ¡Tienes mucho que callar! Si vienen los hombres aquí, vosotras la culpa tenéis; que vais desgreñadas, oléis a sardinas, y estáis achicadas en cuanto los veis. Ninguno se puede alabar de haber conseguido de mí más que una sonrisa y un aire atrayente, que es el aliciente que encuentran aquí. Y no se devanen los sesos pensando que soy Lucifer. Ser limpia y amable es indispensable en una mujer. ¡Y encima se burla! ¡No hay quien lo tolere! A mí no me hiere ni asusta una voz. ¡Los tiene atontados! ¡Los ha embrutecido! Veréis cómo ha sido. Tomad la lección. Y encima tendremos que oír sus lecciones. http://lazarzuela.webcindario.com/

ANTIGUA MAROLA

MUJERES

MAROLA

MUJERES

MAROLA MUJERES

MAROLA MUJERES MAROLA MUJERES JUAN ANTIGUA MAROLA ANTIGUA MAROLA

Tendrá sus razones. Más claras que el sol. Si a tu marido tú le quieres agradar, en vez de hacerle ¡fú! déjate acariciar. Y si de paso hueles a flores, esos olores le cautivarán. Con una esposa como una rosa, el hombre contento está. A lo que hueles tú yo nunca puedo oler, que esos perfumes son armas de Lucifer. No son del diablo, como presumes; que mis perfumes bien cristianos son: agua de río y un estropajo... ¡y un cacho de jabón! ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Mira que eso no lo aguanto yo! Yo nada tengo que callarme. ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate, ladrona! ¡Cállate, cochina! Lo que queréis es asustarme. ¡Cállate! ¡Cállate! ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Que te vamos a zurrar! Marola, ¿qué pasa aquí? Que les sorbe los sentidos y nos roba los maridos. No es verdad. ¡Juro que sí! ¡Mentira! http://lazarzuela.webcindario.com/

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ANTIGUA

JUAN ABEL MAROLA JUAN ABEL JUAN ANTIGUA JUAN ANTIGUA JUAN ABEL JUAN LEANDRO

Tú sí que mientes; que eres de mala ralea. Y no está mal que lo sea, sino que tú lo consientes. ¡Marola! ¡Siempre serás la misma! ¿Qué? ¡Por favor!... ¡Calla y vete! ¿Queréis más? ¡Dame tu poder, Señor! Los maridos complacientes no son hombres de mi casta. A las hembras imprudentes, con un trato así las basta. Ya podéis marcharos presto. Ya nos vamos satisfechas. Tú, ¿qué miras? Yo, ¡protesto! Tú, galán, ¡a tus endechas! Marinero soy de la mar y en el puerto está lo mejor; son los ojos de una mujer, que me hicieron, ¡ay de mí!, soñar de amor.

ACTO SEGUNDO Interior de la taberna. A través de una ventana se ve la arboladura de las embarcaciones fondeadas en la ría, y al otro lado, el caserío y la iglesia. En la taberna hay animación; Chinchorro, con Fulgen, Senén y otros juegan al dominó. En una de las mesas del fondo hay cuatro marineros negros de la escuadra americana. En las demás mesas y en el mostrador beben otros marineros, que pululan también de grupo en grupo. En una mesa, solitario, Simpson. Algunos hombres cantan. Simpson propone a Marola que cante también. Entra entonces Juan, y dispuesto a demostrar que en la taberna hay alegría, pide a Marola que cante y él la acompañará a la guitarra. La tabernera canta y todos escuchan. A continuación será el propio Eguía quien cante.

HOMBRES

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Eres blanca y hermosa como tu madre, morena salada como tu madre; http://lazarzuela.webcindario.com/

SIMPSON

JUAN SIMPSON JUAN SIMPSON

JUAN MAROLA JUAN MAROLA JUAN MAROLA JUAN

MAROLA SIMPSON

eres como la rama que al tronco sale, morena salada que al tronco sale. Toda la noche estoy, niña, pensando en ti. ¡Cuánto sufro de amores desde que te vi, morena salada desde que te vi! ¿Quieres tú cantar una canción? Tabernera graciosa, canta, ¡canta! ¿Quieres alegrar mi corazón? Tabernera graciosa, canta, ¡canta! Canta una canción para achicar a todo este orfeón. Buenas tardes, señores. Juan de Eguía, salud. Muy alegres estamos. Porque no estabas tú. Ya se acabó la alegría. Callad, callad, porque el patrón es un sauce llorón. ¡Marola! ¿Qué quieres? Que cantes conmigo. ¿Que cante? Pues claro. ¿Qué voy a cantar? Tú sabes, Marola, canciones muy lindas, que yo, en la guitarra, sabré acompañar. Siempre será lo que tú digas. La tabernera va a cantar. _____

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MAROLA

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En un país de fábula vivía un viejo artista, que en una flauta mágica tenía su caudal. Tan pobre era, y tan rústico, que el mísero flautista dormía en copas de árboles por falta de un hogar. Y los pájaros de la selva le venían a despertar; y el viejo flautista tocaba a su vez, diciendo a los aires con gran altivez: «Yo también soy un pájaro viejo que lleno de trinos el aire vernal. Yo también he volado en la vida sin rumbo y sin nido donde emparejar. Vosotros cantáis endechas de amor. Yo canto amarguras de mi corazón.» Pero una noche trágica durmióse el triste abuelo sobre el pomposo vértice de un árbol secular; y, entre un fragor horrísono, cayó una luz del cielo y el miserable músico durmió en la eternidad. Ni los pájaros de la selva consiguiéronle despertar. Las aves cantaron y el viento lloró: el viento y las aves copiaban su voz.

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Juan de Eguía, que se siente alegre, también canta.

JUAN

La mujer de los quince a los veinte es más dulce que el pirulí; de los veinte a los treinta emborracha porque huele como el jazmín; de los treinta a los treinta y cinco es sabroso licor de anís. Las mujeres de quince y de veinte, de treinta y cuarenta me gustan a mí. ¡Chíbiri, chíbiri, chíbiri, chíbiri!... La, la, la, la, la, la, la, la,... Es la rubia cabello de ángel, aunque el ángel sea Luzbel; la morena rosquilla caliente con almíbar de vino y miel; la trigueña es jalea pura, la castaña marrón glasé; y no siendo rubita o trigueña, morena o castaña, me chiflan también. ¡Chíbiri, chíbiri, chíbiri, chíbiri!... La, la, la, la, la, la, la, la,... Siempre el amor, siempre el amor anda por el mundo bogando a nuestro alrededor, y es la mujer cebo que nos brinda tan peligroso pescador. De sobra sé que la red tendida está y que el amor me pescará. Dulce es caer en sus finas redes, si el rico cebo es la mujer. La mujer de los quince a los veinte es más dulce que el pirulí; de los veinte a los treinta emborracha porque huele como el jazmín; de los treinta a los treinta y cinco es sabroso licor de anís.

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Las mujeres de quince y de veinte, de treinta y cuarenta me gustan a mí. ¡Chíbiri, chíbiri, chíbiri, chíbiri!... La, la, la, la, la, la, la, la,...

Sigue el bullicio en la taberna. Lo interrumpe un momento Valeriano, el sargento de carabineros que vigila siempre. Simpson se alarma un poco temiendo que haya podido saber algo de los planes de Juan, pero éste le tranquiliza y le ordena guardar silencio. Una vez que se ha ido el patrón entra Abel, que informa a los presentes de cómo Juan ha maltratado a la tabernera delante de las mujeres, lo que conlleva una gran indignación de los marineros, y salen en busca de Leandro para pedir explicaciones a Juan de Eguía a pesar de las protestas de Marola. La taberna queda semivacía. Sólo están en ella el grupo de marineros negros medio dormidos, para los que Simpson entona una canción.

SIMPSON

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Despierta, negro, que viene el blanco. Desde el navío te está mirando. Son dos cucuyos sus ojos claros; no son luceros que van de paso. El blanco tiene la nave al pairo y está despierto como un alano. La luna es blanca, muy blanca. La noche es negra, muy negra. El negro, drumi que drumi, y el blanco, vela que vela. Noche: que sale la luna. Negro: despierta, ¡despierta! Ya sabes, negro, cómo es el blanco: se finge ecobio, te sube el santo, http://lazarzuela.webcindario.com/

collares cambia por nenes guapos, y al otro día te lleva al barco, te soba el cuero, te quita el mando, te da la pega, ¡y engorda el amo! La luna es blanca, muy blanca. La noche es negra, muy negra. El negro, drumi que drumi, y el blanco, vela que vela. Noche: que sale la luna. Negro: despierta, ¡despierta!

Los marineros han ido despertando poco a poco fijando una expresiva mirada en Simpson, pero al final han quedado nuevamente adormilados. Aparece en una ventana un oficial del crucero. Toca un pito y los marineros se ponen en pie, como movidos por un resorte, y se marchan marcando el paso militar. Cuando está Simpson solo aparece Leandro, y Simpson, que le quiere bien, le pone en antecedentes de todo lo que contra él se proyecta. «¿Te habló Marola de un bulto –le dice– que en un peñón de la costa, en una cueva, a diez millas, está escondido entre rocas?» Nada sabe Leandro, pero Simpson le asegura que se trata de cocaína. Se precisa una persona que no despierte sospechas, que sea diestra y que tenga algún motivo para callarse. El cebo es una mujer hermosa: Marola. Leandro lo niega. No puede pensar que el amor de Marola no sea cierto. Simpson se marcha y queda Leandro solo con sus pensamientos.

LEANDRO

¡No puede ser! Esa mujer es buena. ¡No puede ser una mujer malvada! En su mirar, como una luz singular, he visto que esa mujer es una desventurada. No puede ser una vulgar sirena que envenenó las horas de mi vida. http://lazarzuela.webcindario.com/

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¡No puede ser! Porque la vi rezar, ¡porque la vi querer, ¡porque la vi llorar! Los ojos que lloran no saben mentir. Las malas mujeres no miran así. Temblando en sus ojos dos lágrimas vi, ¡y a mí me ilusiona que tiemblen por mi! ¡Viva luz de mi ilusión! ¡Sé piadosa con mi amor! Porque no sé fingir, porque no sé callar, ¡porque no sé vivir! Sale Marola y se encuentra a Leandro, que le pregunta enseguida si no tiene algo que contarle. Ella dice que no. Él insiste, pero ella nada dice porque no quiere ser cómplice de Juan, y menos exponer a un peligro a Leandro, que vuelve a declararle su amor y la abraza. En esto asoma Antigua, agradándole la actitud del muchacho hacia la tabernera, pues así las librará de que sus maridos anden tras de ella. Por la mujer de Chinchorro se entera Leandro de la paliza que le propinó Juan de Eguía a Marola. La mala intención de la sardinera da sus resultados, porque ello encoleriza al marinero, que quiere saber cómo cayó en manos de Juan. Marola, a solas con Leandro, le cuenta su verdadera historia.

MAROLA

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Yo soy de un puerto lejano donde el amor es un torvo contubernio de mujeres, que ponen precio al tesoro de sus caricias, y de hombres que las buscan, al retorno de sus cruceros tan largos, que el olvido es fruto propio. Y allí nací de mi madre y de un marino bisoño. Crecí tirada en el muelle, como un pájaro gallofo de esos que apenas consiguen lo que les sobra a los otros; pero que cantan, no sé si de alegres o de tontos. http://lazarzuela.webcindario.com/

De tarde en tarde, venía al puerto un velero corso y el capitán me buscaba y, en hallando mi acomodo, ponía un beso en mi mano, me daba unos luises de oro y a navegar, días, meses, ¡años tal vez! ¡Siempre hosco, siempre callado, hasta un día que volvió... ¡tan cariñoso! Había muerto mi madre... en un hospital... El logro de aquella vida tan triste era un fin tan desastroso. Y el marino me llevó con él a un puerto y a otro hasta varar en el tuyo, y aquí estamos... y eso es todo. Marola relata a Leandro que Juan de Eguía no es su marido, como todo el mundo cree, sino su padre. La felicidad de Leandro no tiene límites. Ahora es él quien por su gusto irá a recoger el fardo de cocaína para arrojarlo a la mar; es un testigo engorroso y hay que deshacerse de él. Marola le ruega que la lleve con él. Los dos jóvenes demuestran entonces que se aman y quedan citados. Cuando se marcha Leandro entran Abel y Ripalda, el cual quiere que Abel confeccione un anuncio de reclamo para el «Café del Vapor» y Abel se niega porque la inspiración solamente es posible merced a la belleza de Marola.

ABEL

RIPALDA

MAROLA

Marola resuena en el oído como una caracola que tiene dentro el mar. Marola por fin me ha convencido. Me explico su aureola brillante y popular. Marola jamás les dio motivos para esos adjetivos que escucha por doquier. Si tiene su casa nombre y fama, será que sirve el ama de beber. http://lazarzuela.webcindario.com/

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RIPALDA ABEL MAROLA ABEL RIPALDA

ABEL

RIPALDA ABEL RIPALDA ABEL RIPALDA ABEL RIPALDA ABEL RIPALDA MAROLA

ABEL Y RIPALDA

MAROLA

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En la mía sirve el amo y no van ni con reclamo. En la tuya lo que ocurre es que el público se aburre. Pues cualquiera pensaría que hay conciertos en la mía. No hay orquesta ni gramola porque basta con Marola. Si fuera soltera, podría Marola ser la cafetera del vapor. Si fuera soltera, sería Marola dulce carcelera de mi amor. Macaco. Bellaco. Pobrete. Zoquete. ¡Mocoso! ¡Baboso! ¡Cretino! ¡Pingüino! ¡Vamos a jugarla a cara o cruz! Marola no es una lotería que sale en una bola premiada o sin premiar. Marola su gusto escogería si fuese libre y sola y hubiera de opinar. Marola: si un día te decides, te pido que no olvides que estamos a tus pies. Si un día de hacerlo no me asusto, tendrá que ser a gusto de los tres.

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RIPALDA ABEL RIPALDA ABEL MAROLA RIPALDA ABEL RIPALDA ABEL MAROLA RIPALDA ABEL RIPALDA ABEL RIPALDA ABEL RIPALDA ABEL MAROLA ABEL Y RIPALDA

MAROLA

LOS TRES

¡Bonita! ¡Salada! ¡Rosita! ¡Monada! ¡Eso es derrochar el buen humor! ¡Gitana! ¡Graciosa! ¡Barbiana! ¡Preciosa! ¡Van a enrojecerme de rubor! Macaco. Bellaco. Pobrete. Zoquete. ¡Mocoso! ¡Abel! ¡Cretino! ¡Pingüino! ¡Sálganse a la calle, por favor! Marola merece la aureola que tiene en Cantabreda su hechizo singular. Marola no sabe a qué obedece que cada día crece su fama popular. Marola jamás les dio motivos para esos adjetivos que escucha por doquier. Si tiene su casa nombre y fama, será que sirve el ama de beber.

Vuelve Juan a la taberna y llama a Marola. Ésta le pregunta si encontró a los marineros, pues sabe que le buscan para desafiarle. Juan la tranquiliza y le pregunta si ya dio el encargo a Leandro. Marola no se atreve a decirle lo que ha fraguado con Leandro y se

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disculpa diciendo que no debe de exponer a ese muchacho. Su padre insiste explicándole los motivos por los que desea obtener aquel contrabando.

MAROLA JUAN

MAROLA JUAN

MAROLA

JUAN MAROLA JUAN MAROLA

¡Padre, yo no te comprendo! ¿Qué es lo que pretendes, padre? En mi vida aventurera he perdido mil caudales. ¡Ayúdame tú a ganar el último! Un caudal así ganado, ¿para qué lo quieres, padre? Para vivir a la orilla de tu cariño inefable y envejecer a la sombra de tus caricias filiales; para morirme tranquilo de que mañana, por hambre, ¡no te consiga un pirata como logré yo a tu madre! Yo tantas veces sumisa, no puedo hablar a Leandro de una aventura arriesgada cuyo ideal no es honrado; porque no quiero perderle, porque le pierdo y no vivo, ¡porque me quiere y le quiero como jamás he querido! Si ya lo sabía. ¿Por eso quisiste que yo le buscara? Por eso, Marola. ¡Qué infamia!

Llegan los marineros en busca de Juan, trayendo a Leandro para que éste sea el que hable en nombre de todos. Están indignados con él por haber maltratado a Marola. Entonces Leandro pide explicaciones al tabernero, y le advierte que si vuelve a ponerle la mano encima a Marola se las tendrá que ver con él; pero en cuanto éste dice que no le parece de valientes que haya tantos contra uno, pide el muchacho a sus compañeros que le dejen solo con Juan. Ya a solas, sabiendo Leandro que el otro es el padre y no el marido de Marola, y ofreciendo Juan al marinero la mano de su hija si va a buscar el fardo al sitio determinado, llegan los dos a un acuerdo.

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MARINEROS

LEANDRO MARINEROS LEANDRO MARINEROS LEANDRO MARINEROS LEANDRO

MARINEROS

LEANDRO ABEL

LEANDRO

SIMPSON

No se puede consentir. ¡Ese es un pirata! Tú lo debes comprender. ¡No me deis la lata! Sin piedad la maltrató. Puede ser un cuento. Por el suelo la tiró. ¡Eso es un invento! No es una impostura; lo ha contado Abel. Esa criatura cumple su papel. Es un romancero de imaginación. Esta vez infiero que tiene razón. ¡Aquí está! ¡Míralo! ¡Ven aquí! ¡Cuéntalo! Cuéntalo... Las mujeres llegaron y a Marola acusaron de encender en vuestros ojos llamaradas de pasión. Lo escuchó Juan de Eguía y, en presencia de todos, con modales descompuestos a Marola maltrató. La tiró por el suelo, la pegó sin clemencia, y Marola, llorando, le pedía perdón. ¡Basta! De él me encargo yo. Pero, ¡a ver si os sentáis y con él me dejáis! Siempre llego en buena hora ¡y aquí estoy yo, a ver qué pasa! ¿Quién convida, caballeros? ¿No hay quien sirva en esta casa?

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JUAN

LEANDRO JUAN LEANDRO JUAN SIMPSON JUAN LEANDRO JUAN LEANDRO JUAN

LEANDRO JUAN LEANDRO MARINEROS SIMPSON LEANDRO JUAN LEANDRO JUAN

LEANDRO JUAN LEANDRO

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¡Marola! ¡Marola! Esta dama remolona va a tenerme que escuchar. Cuidadito, Juan de Eguía, ¡no la vayas a pegar! ¿Qué te importa a ti, muchacho, si la pego o no la pego? ¡Quien la pegue o la maltrate, se verá conmigo luego! No me vengas con desplantes. ¡Humos de la mocedad! Me dan ganas de zurrarla para ver si eso es verdad. ¿Cuál es tu derecho para maltratarla? ¿Cuál es, pues, el tuyo para dar la cara? ¡La quiero! ¡Sí! ¡La quiero! Estamos en mi casa dos hombres frente a frente. No creo que esos vengan contigo a defenderte. ¡Marchaos y dejadme! El hombre es un valiente. ¡Fuera! ¡Vamos! ¡Calla! ¡Vete! Yo no soy un cobarde. Ya lo sé, Juan de Eguía. Pero estoy esta tarde que ni yo me comprendo. Yo, en cuestión de mujeres, soy un poco corsario, y la logras, si quieres, porque yo te la vendo. (Si supieras, Juan de Eguía, que yo sé que no es tu amante.) (Eso no lo esperaría este joven mareante.) Si el precio me conviene ¡yo compro a esa mujer! http://lazarzuela.webcindario.com/

JUAN

LEANDRO JUAN LEANDRO JUAN LEANDRO JUAN MAROLA JUAN HOMBRES

SIMPSON

ABEL

MAROLA JUAN ABEL SIMPSON ABEL JUAN

El precio de la venta lo vas a conocer. Si sale tu barca de noche la mar, y en ella, tú solo, me vas a buscar un fardo en un punto que yo te diré, ¡delante de todos te la entregaré! ¿Delante de todos? ¡Palabra de honor! Pues, esta es mi mano. Muchacho: valor. ¡Marola! ¿Qué quieres? Que cumpla con su obligación. ¿Me llamas? Patrona: dos copas de ron. ¡Quién había de pensar que se entenderían! Algo debe aquí pasar cuando se confían. Este granuja le conquistó; pero no sabe que aquí estoy yo. ¿De esa manera la has defendido de los ataques de ese bandido? ¡Muchacho! Calla; déjale hablar. ¡Granuja! ¡Chico! ¡Te va a matar! ¡Bravo! ¡Que venga! ¡Le desafío! ¿Sabes que tiene coraje el crío? http://lazarzuela.webcindario.com/

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ABEL

SIMPSON MAROLA ABEL SIMPSON JUAN ABEL

¡Ríete, infame; pero contesta! Y tú, gallina, ¿qué farsa es esta? ¡Diablo de chico! ¡Cállate, loco! ¡Suéltame, conchis! ¡No bregas poco! Es un valiente. ¿Quieres un vaso? Soy un muñeco. ¡No me hacen caso!

ACTO TERCERO CUADRO PRIMERO.– En el mar navega una barca de vela que gobierna Leandro. Le acompaña Marola. Es de noche. Estalla una fuerte tormenta y la embarcación parece hundirse azotada por las olas.

MAROLA LEANDRO MAROLA LEANDRO MAROLA LEANDRO MAROLA LEANDRO MAROLA LEANDRO MAROLA LEANDRO

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¿No escuchas un grito que suena lejano? Son rachas de viento que vienen volando. ¿No ves que no brillan luceros ni estrellas? Será que murieron de envidia y de pena. De vagos temores el alma se llena. Si estás a mi lado no sufras ni temas. ¿Qué miedo me puede asaltar si estoy a tu lado y a ti me confío? No temas al viento y al mar, porque hace ya tiempo que son mis amigos. Me das confianza. La vida te diera. ¡Ay, mi marinero! ¡Ay, mi tabernera!

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LOS DOS

MAROLA LEANDRO MAROLA LEANDRO MAROLA LEANDRO MAROLA LEANDRO

Por el ancho mar, en la noche, suena mi canción. En mi corazón canta la juventud; y en mi juventud canta el amor. ¡Dios mío! ¡Leandro! ¡Maldito sea el huracán! ¡Un rayo! Brotó del fondo de la mar. ¿No ves que vamos a volcar? ¡Oh, santo Dios! ¡Virgen mía! ¡La he de salvar! ¡Es mi vida! ¡Leandro, ven! Calma, mujer.

CUADRO SEGUNDO.– Estamos en el mismo lugar del acto primero. La taberna aparece con la puerta cerrada y la ventana abierta. En el muelle, los grupos de marineros dan una impresión de aburrimiento y nostalgia: las manos en los bolsillos; las espaldas apoyadas en las paredes o en el pretil de la ría. Abel, sentado a la puerta del café, toca tristemente su acordeón y canta. Los hombres, a boca cerrada, corean o armonizan su romance.

ABEL

En la taberna del puerto, desde que no hay tabernera, los marineros asoman y no hay cuidado que beban. En la taberna del puerto, los vinos saben a ausencia, las horas huelen a envidia, los hombres... si los hubiera, maldecirían la noche de un sábado de galerna que un marinero corsario se llevó a la tabernera. ¡Ay, que me muero por unos ojos! ¡Ay, que me muero de amores locos! ¡Ay, que me mire aunque me muera! http://lazarzuela.webcindario.com/

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¡Ay, que me mire la tabernera! Llegan Fulgen, Senén y Chinchorro y todos comentan con Abel el hecho extraordinario de que Marola saliera con Leandro en la barca, imaginando ellos que así intentaban burlar a Juan de Eguía. Temen que ambos perecieran en el mar, cuando la galerna. El único contento ahora es Ripalda, porque cerrada la taberna, espera que su café sea por fin negocio. Pero, ¿y el tabernero? Sólo se sabe que, medio loco, anda errante por el pueblo. Llega después Juan de Eguía, decaído, pálido, con la mirada perdida. Le siguen mujeres y hombres, que le miran intrigados y no se atreven a acercarse a él con supersticioso temor. Juan se dirige en silencio a la puerta de la taberna y la abre... Antes de entrar retrocede, como si viera un fantasma. Entonces Juan de Eguía dice a todos que él era el padre, y no el marido de Marola, y que fue el culpable, como hombre infame y padre corrompido, de todo lo que ha pasado.

JUAN

HOMBRES Y MUJERES JUAN

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No. ¡No! ¡No! No te acerques; no me persigas. ¡Apártate! ¡Perdona! No me acuses. ¡No me maldigas! Perdóname, Marola. Mujeres: miradme, huidme, ¡matadme! O, al menos prestadme los ojos para llorar. Mis ojos de hiena no lloran la pena con tanta ternura, ni tienen vuestro mirar. ¡Era Marola hija mía! ¡Su hija! ¡Quién lo pudo pensar! Los ojos de Juan de Eguía ya saben lo que es llorar. Vosotros, marineros, ¿sabéis en dónde está? No me guardéis rencor. Mis culpas perdonad. Yo he sido un hombre infame, un padre envilecido. Y hoy sé cuánto la quiero después que la he perdido. ¿Tú sabes, marinero, en dónde acaso está? http://lazarzuela.webcindario.com/

¡Marola! ¡Marola! ¡Marola! ¡Piedad! ¡¡Piedad!! ¡¡Piedad!! El pueblo comenta horrorizado la información de que Marola es hija de Juan de Eguía. Pero la voz de Simpson se oye desde lejos gritando: «¡Juan de Eguía!». Todos se vuelven y entonces es cuando Simpson dice: «¡Viven Leandro y Marola!». Simpson relata a todo el mundo el motivo de que Leandro y Marola se hubieran marchado juntos a retirar la canasta de contrabando, que era el esfuerzo exigido por Juan de Eguía para entregarle a su hija. El grito de «Juan de Eguía es culpable» surge de todas las gargantas. Poco después, entre el silencio de la gente, interrumpido por algunos comentarios sueltos, van apareciendo primero un grupo de hombres y mujeres que se unen a los de escena. Luego, un marinero de la ayudantía del puerto. Detrás, Marola y Leandro, y por último, los carabineros. Todos está horrorizados porque consideran que Juan de Eguía ha buscado la perdición a los dos jóvenes; pero Juan de Eguía, sin poderse contener más, abraza frenéticamente a Marola, pidiéndole perdón, al mismo tiempo que ante los carabineros se declara solo y exclusivo culpable y solicita que le traten sin piedad.

HOMBRES Y MUJERES

SIMPSON

LEANDRO JUAN MAROLA JUAN

¡Son ellos! Era verdad. ¡Salvados! Aquí están. ¡Muchacho! La perdición ese hombre te buscó. Nada se pierde en la vida cuando se encuentra un amor. ¡No! ¡No! ¡Perdóname, Marola! ¡Padre mío! Yo solo fui culpable. ¡Tratadme sin piedad! No me guardéis rencor. ¡Mis culpas perdonad! Yo he sido un hombre infame, un padre envilecido. Y hoy sé cuánto te quiero... ¡después que te he perdido!

Los carabineros le apartan de los jóvenes y parten con Juan de Eguía. Marola quiere seguirle, pero Leandro la retiene en sus brazos. La gente, curiosa, ve marchar al detenido y algunos le siguen. Ripalda aparece por el fondo cruzándose con Juan. Simpson se dirige al cafetero. http://lazarzuela.webcindario.com/

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SIMPSON RIPALDA SIMPSON RIPALDA SIMPSON

¡Guísame una purrusalda! ¿Para quién? Para los dos. Pues, ¿qué sucede? Ripalda: ¡ya voy creyendo que hay Dios!

Leandro conduce a Marola a la taberna, en la que entran ambos. Abel, sentado en el pretil del muelle, les ve pasar con desilusión. Toma el acordeón en las manos, lo besa y lo arroja a la ría. Simpson se sienta a la mesa de la puerta del café y, entretanto, va lentamente cayendo el telón.

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