"La Voz, Entre El Decir Y La Palabra"

"La Voz, Entre El Decir Y La Palabra" (*) Reunión Lacanoamericana De Psicoanálisis. Buenos Aires. 2013.- Daniel Zimmerman Este texto condensa los ej

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"La Voz, Entre El Decir Y La Palabra" (*) Reunión Lacanoamericana De Psicoanálisis. Buenos Aires. 2013.-

Daniel Zimmerman

Este texto condensa los ejes centrales del seminario que dedico este año a la investigación de la voz. Son cuatro breves desarrollos que voy a presentarles intercalando entre ellos otras tantas citas muy breves extraídas de los cuentos del escritor uruguayo Felisberto Hernández. En el seminario sobre La angustia, Lacan define el objeto a como aquél que materializa la causa del deseo enlazando a ella la división propia del sujeto. Y, junto al pecho, las heces y la mirada, nos propone reconocerlo también en una voz desprendida de su soporte. Equivalente a las otras especies en su función de resto, Lacan interrogará la apertura que ofrece en la relación con el deseo, la angustia y el goce. Desprendida del órgano de la palabra, la voz se constituye como testigo del lugar del Otro más allá de su lugar de espejismo. Yo fui a hablar y no encontraba la voz; tardé como si hubiera tenido que buscar el sonido en algún bolsillo. Para introducir de una forma accesible este nuevo objeto que cumple función de a en el universo sonoro, Lacan se vale de un instrumento musical con prestigio ganado previamente dentro del campo del psicoanálisis: el shofar. Aclaremos de todas formas, y tal como el propio Lacan lo señala, que su valor ejemplar se extiende a otros instrumentos como la tuba y la trompeta; y, sin necesidad de que sean instrumentos de viento, al bullroarer (una especie de trompo de origen australiano, que suena parecido al bramido del buey como su nombre lo indica) y hasta el tambor, tal como es usado en el teatro Nó en Japón. A propósito de todos ellos, Lacan pone de relieve el tema de la resonancia, para destacar que son los aparatos mismos los que resuenan; incluso nuestra oreja, acota, funciona como una especie de resonador. Efectivamente, aunque la voz proviene del Otro la oímos en el interior. El interés de estos objetos reside en presentarnos el lugar de la voz bajo una forma separada. Y ese carácter separable será trasladado por Lacan al mapa de la relación con el Otro.

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Desde nuestra perspectiva, entonces, la voz se distingue, no por sus resonancias en algún vacío espacial, sino en tanto resuena en el vacío del Otro. Si el deseo se funda en el deseo del Otro, este deseo se revela como tal a nivel de la voz. La voz resulta, así, el instrumento que pone de manifiesto el deseo del Otro. El paso siguiente al que Lacan nos invita es reconocer sus diversas encarnaciones en el campo de la psicosis, en la estructura perversa así como en la formación del superyó. En su carácter imperativo, el Superyó es, ante todo, una voz. Es estrictamente imposible concebir la función del superyó – señala Lacan - si no se comprende lo que se refiere a la función del objeto a realizado por la voz, en tanto que soporte de la articulación significante. Voz obscena y feroz que no responde a la castración sino al goce, ejerce su mandato incuestionable dejando al sujeto fuera de juego. La finalidad de la perversión, recordemos, consiste en obturar la falla en el Otro. A nivel de la pulsión invocante, la voz misma queda reducida a un mero suplemento para el goce del Otro. Esta reposición en el Otro de la función de la voz se encarna en el sadismo y el masoquismo. El masoquista se consagra, incluso por contrato, a ser la mascota obediente de la voz del Otro. El sádico, por su parte intenta completar al Otro despojando a su víctima de la palabra para imponerle la voz. Hay efectivamente alguien que lleva su causa, por ejemplo la voz, en el bolsillo. Así lo plantea Lacan en su Breve discurso a los psiquiatras: El loco tiene el objeto a minúscula a su disposición; en otras palabras, no se sostiene en el lugar del Otro por el objeto a. Y en la conferencia La Tercera, comenta: Poner la voz en la rúbrica de los objetos a minúscula implica vaciarla de la sustancia que podría haber en el ruido que hace poniéndola en la cuenta de la operación significante. Subrayemos la cuestión del “ruido que hace”. El ruido deja oír todo; en otras palabras, aproxima lo real. La voz, dijimos al comienzo, se constituye como tal en tanto objeto caído del Otro. Así, entonces, se desprende del ruido para caer en la retroacción de un significante sobre otro. En cambio, la voz psicótica, si bien lleva la marca del significante, permanece ajena al sujeto sin esperar nada de la palabra. Cuando salimos a la calle el sol hacía brillar mis zapatos de charol y a mí me daba pena tropezar con todas las piedras del camino; mi madre me llevaba de la mano y casi corriendo. Pero yo estaba contento y, cuando ella no contestaba a mis preguntas, me contestaba yo. De pronto ella me dijo: -Cállate la boca; pareces el loco de siete cuernos. Y enseguida pasamos por lo del loco. Era una casa sin revocar y muy vieja. En la reja de una ventana había latas atadas con alambres y detrás gritaba continuamente el loco llamando a la gente que pasaba. Él era grande, gordo y tenía una camisa a cuadros. A veces venía la mujer, que era chiquita y flaca, para hacerlo callar; pero enseguida él seguía gritando y de pronto los gritos eran roncos.

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En la clase del 17 de marzo de 1965 del seminario Problemas cruciales para el psicoanálisis, Lacan sorprende a su auditorio repartiendo reproducciones del cuadro “El grito” de Edvard Munch. En esa obra, Lacan establece una singular correlación entre ese grito y el silencio que lo rodea. No forman un conjunto ni tampoco establecen una sucesión entre uno y otro. El silencio no es el fondo del grito: el grito provoca el silencio. “El grito hace el abismo donde el silencio se precipita” – subraya Lacan – “Esta imagen muestra cómo la voz se distingue de toda cosa modulante”; es, subrayamos nosotros, “la traducción del aparato puesto en causa”. El silencio constituye un nudo cerrado que puede resonar cuando lo atraviesa y hasta lo agujerea el grito. Y, a continuación, Lacan destaca que esta percepción del carácter primordial del agujero del grito podemos encontrarla en Freud en su referencia al Nebenmensch (semejante). En ese agujero infranqueable – acota- marcado en el interior de nosotros mismos y al cual apenas nos podemos aproximar. Lacan vuelve a tomar como referencia el cuadro de Munch cuatro años más tarde, en el transcurso del seminario De un Otro al otro. Antes de revisar lo que allí destaca, les propongo contextuarlo con algunas consideraciones previas de ese mismo seminario. Lacan apela nuevamente a su apólogo del pote, el apólogo de la vasija vacía, para recordar que adquiere todo su valor precisamente por estar vacío. El vacío de una vasija – subrayatambién es un tubo; y, por lo tanto, también puede resonar. Se corresponde, así, con la función del shofar y del tambor en lo que se refiere a su capacidad sonora. Las vasijas, además, están siempre marcadas en su superficie por un significante al que ofrecen por esa vía un soporte fabricado. El pote está hecho para enmascarar lo que son sus verdaderos efectos de estructura. No es sino un aparato para enmascarar las consecuencias principales del discurso; a saber: la exclusión del goce. Hay una zona central interdicta, el campo del goce, a ser definida como aquello que proviene de la distribución del placer en el cuerpo. Esta interdicción central constituye, en suma, lo que nos es más próximo siendo, sin embargo, exterior. Para designar de qué se trata, Lacan propone la palabra "éxtimo". Retoma la referencia freudiana sobre la función del Nebenmensch para plantear la cuestión del lugar donde situar ese hombre más próximo y que Freud caracteriza mediante el grito. ¿Dónde existe, fuera de ese centro de mí mismo, algo que me resulte más próximo? Ese “algo” se identifica en el grito, a través del cual lo que nos resulta más íntimo es lo que estamos forzados a reconocer afuera. "El grito" de Munch, pone de relieve de manera ejemplar una boca de la que sale solamente el silencio absoluto. Del silencio mismo que centra ese grito surge la presencia del ser más cercano, subraya Lacan, el ser esperado tanto más cuanto que él está ahí desde siempre: el prójimo. Grito en el vacío, entonces; grito mudo, que agujerea el goce ante lo intolerable de su - Página 3 de 5 Copyright 2013 - EFBA - Todos los derechos reservados

proximidad. Cuando retiramos las sillas que estaban junto a la gran mesa, el ruido hizo un eco que parecía un rugido. Aquel comedor, oscuro por sus muebles y su poca luz, tenía un silencio propio. Daba pena que aquella mujer lo violara cuando me decía: -En mi familia, todos han respetado la música. Y yo quiero que en esta casa, dos veces por semana, se toque la música. Vamos al último tramo de nuestro recorrido. Un muy breve fragmento clínico que seguramente la mayoría conoce y que rápidamente van a reconocer. Un joven científico de poco más de treinta años, retomó un segundo análisis aquejado por su dificultad para publicar sus extensas investigaciones. Frente a su convicción de servirse siempre de ideas ajenas, el analista coteja la obra del paciente con la del colega supuestamente plagiado. Se trata del artículo de Ernst Kris “Psicología del Yo e interpretación en la terapia psicoanalítica” publicado en el Psychoanalytic Quarterly en 1951. Habiendo verificado lo erróneo de su apreciación, le señala: sólo las ideas de los otros son verdaderamente interesantes, son las únicas que vale la pena tomar; sólo es cuestión de implementar la forma de hacerlo. En este punto de mi interpretación – comenta Kris – yo esperaba la reacción del paciente. El permaneció en silencio y la duración misma de ese silencio tenía una significación especial. Entonces, como dominado por un súbito insight, dijo: “Cada mediodía cuando me voy de acá, antes de almorzar y de regreso a mi oficina, doy un paseo por la calle tal (calle bien conocida por sus pequeños pero atractivos restaurantes) y miro los menús en las vidrieras. En uno de ellos encuentro a menudo mi plato favorito: sesos frescos”. Kris advierte la importancia de ese silencio y puede reconocer que el modo en que el paciente se sumerge en ese silencio y lo sostiene hasta finalmente interrumpirlo, no es ajeno a su intervención. Ese silencio no es una conducta negativa; pone de relieve algo “especial” ¿Qué valor darle entonces? Podemos, para comenzar, apelar a Freud para recordar su advertencia: cuando el paciente interrumpe su discurso, seguramente lo ocupa un pensamiento que se refiere al propio analista. Un paso más: el silencio, en la transferencia, se presenta como una manifestación aguda de la resistencia. Cabe destacar, en este punto, que si ese silencio señala efectivamente un momento privilegiado de la resistencia, ésta es la resistencia del propio analista. Afirmamos, entonces: Kris se resiste a su acto; vale decir, no opera instaurando el corte que permitiría el advenimiento del objeto a. Y el comentario del paciente a continuación, en relación a los “sesos frescos”, más que confirmar lo acertado de su intervención indica que el analista erró el blanco. Desconsiderado con la causa del deseo, no ha provocado sino un acting out como llamado a la interpretación. - Página 4 de 5 Copyright 2013 - EFBA - Todos los derechos reservados

Encontré dos lugares en los que Lacan, como al pasar, hace alusión a ese silencio: En la Dirección de la cura: “en el momento en que Kris cree poder preguntar al paciente, éste, soñando por un instante, le responde que desde hace algún tiempo, al salir de sesión ronda por una calle y busca en los menús… Lacan nos recuerda que no soñamos solamente al dormir sino que pasamos el tiempo soñando. Y soñamos justamente en nombre del objeto a; ese objeto que en la hendidura entre el cuerpo y su goce, nos divide como sujetos. En el seminario Lógica del fantasma: Luego de un momento de silencio, para que Kris acuse el golpe, el sujeto le anuncia que hace un tiempo… El objeto oral está ahí, acota Lacan, llevado en bandeja por el paciente en relación con esta intervención. Está en juego, efectivamente, el objeto de la demanda al Otro; pero, agregamos, involucrando a la vez el deseo del Otro. El paciente de Kris permanece en silencio, en esa suerte de ensoñación diurna para que, justamente del inconsciente, su cuerpo adquiera voz. El teatro donde yo daba los conciertos también tenía poca gente y lo había invadido el silencio: yo lo veía agrandarse en la gran tapa negra del piano. Al silencio le gustaba escuchar la música; oía hasta la última resonancia y después se quedaba pensando en lo que había escuchado. Sus opiniones tardaban. Pero cuando el silencio ya era de confianza, intervenía en la música: pasaba entre los sonidos como un gato con su gran cola negra y los dejaba llenos de intenciones. Integramos a nuestro texto, para concluir, el silencio denotado en su función musical; ese silencio que, como el músico bien sabe, introduce la dimensión del tiempo. Entonces, hago silencio; “lleno de intenciones” de escuchar sus preguntas y comentarios. Muchas gracias.

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