Las sillas están donde la gente va

Misha Glouberman Sheila Heti Las sillas están donde la gente va Cómo vivir, trabajar y jugar en la ciudad Traducción de Ricardo García Pérez ALPHA D

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Misha Glouberman Sheila Heti

Las sillas están donde la gente va Cómo vivir, trabajar y jugar en la ciudad Traducción de Ricardo García Pérez

ALPHA DECAY

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C on t e n i do

Prólogo

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1. Las burbujas protectoras están bien 2. Hacer amigos en una ciudad nueva 3. El juego de Uniqlo 4. Ir al gimnasio 5. Cómo triunfar con las charadas 6. No te creas que no hay líder 7. Las sillas están para sentarse 8. Cómo enseñar a jugar a las charadas 9. Los malentendidos son buenos 10. El juego del galimatías 11. La asociación de vecinos 12. Cosas a las que no jugaría con mis amigos 13. Música social 14. Modales 15. Cómo se improvisa y cómo no se improvisa 16. Las facetas irracionales 17. Cobrar por las clases 18. Qué es un juego 19. El correo basura 20. Margaux 21. Los deberes del juego de las charadas 22. Harvard y las clases sociales 23. El juego de las piedras

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24. Un vídeo de Internet

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25. Las personas que asisten a mis clases 101 26. Calla y escucha 102 27. ¿Es una trampa la monogamia? 103 28. El juego de dirigir 106 29. Sentarse en el mismo lado de la mesa 110 30. La primera vez que vi borrachos a mis amigos 114 31. Las decisiones se crean 118 32. Todos los juegos sirven para resolver

problemas, pero los problemas son desagradables 33. Enfermedades caseras 34. Alejar a la gente que acabaría decepcionada 35. El curso de felicidad 36. El juego de la convergencia / divergencia 37. Ir a fiestas 38. Kensington Market 39. Hacer callar 40. Sentirse un fraude 41. Negociación 42. Juegos de lucha 43. Para qué sirve la música experimental 44. Los proyectos que no dan dinero 45. Visita a tus padres una vez a la semana 46. Hacer una buena pregunta 47. La mente no es tan difícil de medir 48. Hacer algo no significa estar en contra de todo lo demás 49. Más alto o corta 50. Por qué Robert McKee se equivoca con Casablanca 51. Los congresos deberían ser estimulantes

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52. Conducta improvisada 53. Contar historias no es lo mismo

que conversar

5 4. La presentación de la gente de la clase 55. Que la ciudad sea más divertida para ti y tus

privilegiados amigos no es un objetivo político muy noble 56. Ver a John Zorn interpretar Cobra 57. El síndrome del impostor 58. «Nimbys» 59. Dirigir desde el centro de un corro 60. ¿Por qué música ruidosa? 61. ¿Para qué sirven estas clases? 62. ¿Por qué un ordenador dura sólo tres años? 63. El fracaso y los juegos 64. El absentismo 65. ¿Quiénes son tus amigos? 66. Los barrios cambian 67. Ateísmo y rito 68. Capital social 69. El papel de sentarse y escuchar 70. Todos preferimos y detestamos cosas distintas 71. Encontrar una forma de acabar 72. Llevar traje es un buen método para dejar de fumar Agradecimientos

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Prólogo

Misha Glouberman es muy buen amigo mío. Hace años coordinamos un ciclo de conferencias titulado Trampoline Hall. Él era el presentador y yo seleccionaba a los conferenciantes y les ayudaba a escoger los temas que iban a tratar. Me interesaba buscar personas con cierta reticencia a hablar en público. Me parecía que ver a personas que subían al estrado a desgana sería una experiencia más rica que ver a gente teatral que anduviera a la caza y captura de una oportunidad para intervenir o lucirse. Al cabo de varios años en el proyecto, lo dejé; pero Misha siguió. Pasado un tiempo echaba de menos trabajar con Misha, de modo que decidí escribir un libro sobre él. Se iba a titular The Moral Development of Misha [«El desarrollo moral de Misha»]. Llené unas sesenta páginas con la historia de un hombre que deambulaba por la ciudad, preocupado por su carrera profesional y por su vida, pero que esgrimía argumentos poderosos en cualquier situación. Sin embargo, el trabajo se estancó porque no conseguía imaginar cómo sacarlo adelante desde el punto de vista moral. Lo peor era que el proyecto nunca me pareció tan interesante como hablar con mi amigo Misha. Siempre me ha gustado la forma de hablar y de pensar de Misha, pero escribir las cosas que podría llegar a decir y pensar nunca era tan placentero como escuchar lo que de verdad decía y pensaba. Si quería retratar a Misha con todas sus peculiaridades, ¿por qué me dedicaba a crear un Misha de 13

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ficción? Si quería trabajar con Misha, ¿por qué no salía de mi cuarto y bajaba a la calle? Un día le dije que me parecía que en el mundo debía haber un libro que contuviera todo lo que él sabe. Aceptó colaborar conmigo en el proyecto, pero sólo si le prometía «no abandonarlo a medias, como haces con todo». Dedicamos unos cuantos días a hacer una lista de los asuntos sobre los que suele reflexionar, y dichos temas acabaron convirtiéndose en los capítulos de este libro. En los meses siguientes nos reunimos en mi apartamento varias veces por semana, normalmente, en torno a las diez de la mañana. Tomábamos café e íbamos desgranando los temas de la lista. Misha se sentaba al otro lado de mi escritorio. Mientras él hablaba, yo tecleaba. Me sorprendió descubrir que Misha habla construyendo párrafos completamente estructurados, de manera que las palabras de este libro se parecen mucho a las que él dijo. Raras veces le formulé una pregunta mientras estuviera hablando. Seleccioné los capítulos que consideré oportuno incluir y de algún modo los puse en orden. A medida que se avanza en la lectura del libro, tal vez dé la impresión de que Misha es un tanto obstinado; pero en la vida real sucede más bien lo contrario. No es una de esas personas que van por ahí dando su opinión sobre las cosas. En las fiestas es fácil encontrarlo explicándole a alguien lo que un tercero pretende decir. En Trampolin Hall, Misha modera una sección de preguntas y respuestas después de cada conferencia, y tiene mucha capacidad para hacer aflorar la esencia de lo que cada miembro del público trata de transmitir. Suele mostrarse reservado y prudente a la hora de dar su opinión, pues siempre intenta ponerse en el lugar del otro.

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A veces, cuando estamos un tiempo juntos, emerge el lado más testarudo de Misha. Mientras preparábamos el libro muchas veces decía algo y, acto seguido, me indicaba: «No pongas eso». A continuación, yo replicaba: «Pero si es la mejor parte», y lo anotaba. Lo pasamos estupendamente bien. Sheila Heti, Toronto

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1 L a s bur buja s pro t e c t or a s e stá n bi e n En esta ciudad oigo a la gente quejarse, por ejemplo, de que nadie se saluda por la calle ni mira a los demás en el metro. Y hay quien trata de remediar el problema mediante proyectos de arte público concebidos para despertarlas de su letargo burgués. Pero ¡es ridículo! Es absolutamente comprensible que las personas no quieran ver una performance de danza mientras regresan a casa después del trabajo. La gente está en el metro porque va de un lugar a otro y, como sabemos, salen de un trabajo que supone relacionarse con montones de gente para regresar a casa, donde les aguarda una familia y donde también van a relacionarse con mucha gente. Y el metro es el único lugar en que pueden disfrutar de un rato de tranquilidad, leer un poco, no tener que sonreír o no tener que mirar a nadie a los ojos. Eso es una ciudad. Una ciudad es un lugar donde se puede estar solo en un lugar público. . . y donde se tiene derecho a estarlo. Es necesario borrar a las personas. En un vagón de metro abarrotado sería abrumador tener que percibir a cada uno de los viajeros en toda la plenitud de su dimensión humana. Nos paralizaría por completo. No podríamos actuar. Así pues, no tratemos de reparar la situación. No hay ningún problema.

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2 H ac e r a m igos e n u na c i uda d n u e va Cuando estás terminando la universidad (quizá tienes poco más de veinte años, o quizá vas a mudarte a otra ciudad) tienes que hacer amigos. Lo más importante que hay que saber es que no es sencillo. De pequeños nos resulta verdaderamente fácil hacer amigos, y en el instituto y la universidad también. Creo que mucha gente sufre una decepción profunda al descubrir que en la edad adulta hacer amigos no es algo automático. En la universidad coincides con un par de miles de personas que tienen más o menos tu misma edad, comparten contigo un montón de cosas y, sobre todo, están buscando amigos nuevos en ese preciso momento. En semejante situación requeriría un gran esfuerzo consciente no hacer amigos, pero la vida adulta es distinta. Por ejemplo, te mudas a una ciudad desconocida, quizá para desempeñar un trabajo que no te pone en contacto inmediatamente con mucha gente con la que tienes cosas en común. Así pues, lo que eso significa es que se trata de un trabajo y, acaso por primera vez en la vida, es preciso tomarse la tarea de hacer amigos como un verdadero proyecto. He conocido a muchas personas en esa etapa de la vida que, de repente, descubren que están aislados y no logran entender por qué, y que jamás habían supuesto que la amistad fuera algo a lo que hubiera que dedicar un esfuerzo deliberado. Si te tomas la tarea de hacer amigos como un proyecto comprendes que comportará esfuerzo, costes y riesgos. Tendrás que asistir a actos a los que no te apetece asis18

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tir, arriesgarte y hacer gestos que tal vez te resulten bochornosos o te hagan sentir vulnerable. Tendrás que pasar mucho tiempo con personas que en un principio parecen interesantes, pero que luego resulta que no lo son. Sin embargo, todo eso merece la pena si se considera que son los costes intrínsecos de un proyecto. Es útil saber lo que nos gusta hacer, porque los amigos son aquellas personas con quienes se pueden realizar esas actividades. De manera que, si lo que te gusta es cocinar, podrías ir a clases de cocina y conocer a gente aficionada a cocinar. O, si lo que te gusta es salir a tomar copas, debes buscar gente que quiera salir a tomar una copa contigo. Si te gusta ver la televisión y te diviertes criticando, busca gente que quiera hacer lo mismo. Recuerda que la amistad requiere una actividad asociada. Si eres una persona ambiciosa, puedes tratar de construirte tu propio mundo a tu alrededor y dar fiestas en tu casa cada quince días. Creo que a Andy Warhol su abuela le dio un consejo parecido. Con esto conseguirás algo más que amigos: puedes llegar a crear toda una comunidad. En todo caso, para ponerlo en práctica se requiere ser un determinado tipo de persona. Pero si puedes hacerlo, si eres capaz de situarte en el centro de algo, funciona a las mil maravillas. Cuando llegué a Toronto me gustaba lo siguiente: me gustaba tomar copas y me gustaba navegar por Internet. En aquella época navegar por Internet no era una práctica tan extendida, pero tomar copas sí, de manera que fundé una asociación, hice correr la voz e invité a participar a posibles interesados. Entonces yo era el único miembro de mi asociación verdaderamente interesado en reflexionar acerca de Internet. Eran tiempos en que casi todas las organizaciones contrataban a alguien para que 19

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les gestionara la web. De modo que allí estábamos todos aquellos expertos en webs dispersos por la ciudad, solitarios y aislados. . . y convocamos un encuentro quincenal en un bar. Yo acababa de llegar a la ciudad, pero el mero hecho de poner en marcha una iniciativa semejante te sitúa de lleno en el centro de infinidad de cosas. Hacer de anfitrión es un servicio muy valioso que poca gente está dispuesta a prestar, pero para quien es capaz de ello, es un modo fantástico de conocer gente.

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3 El ju e go de U n iqlo

Hay un juego en la red que me encanta. Nació, curiosamente, en una empresa textil llamada Uniqlo. El juego tiene un toque de cultura pop vivaracha y acelerada. En la pantalla aparece un entramado de logotipos de Uniqlo que se pueden manipular de diferentes formas. Se pueden agrandar, reducir, trocear o fundir entre sí. Se pueden hacer desaparecer. Es un juego para varios jugadores, pero lo único que se indica sobre los demás es el nombre de usuario con que se han registrado y de qué país son, de manera que puedes estar manipulando un mismo conjunto de bloques de logotipos con alguien que está en Francia, otro que está en Corea y otro que está en Estados Unidos, todos de edad y sexo desconocidos. A mi juicio, la genialidad del juego reside en que no hay espacio para chatear. No hay manera de enviar ningún mensaje a los demás jugadores. Sólo te puedes comunicar con los demás arrastrando los logotipos por la pantalla. En este contexto, resulta interesante plantearse algunas preguntas: ¿puedo tratar de caerle bien a este jugador de Corea? ¿Es posible seducir al que juega desde Francia a fuerza de repetir los movimientos que ejecuta en la rejilla? ¿Puedo hacer algo absolutamente malicioso de modo que no se perciba como una hostilidad? ¿Se puede ejecutar un movimiento hostil que se perciba como tal? Me gusta mucho jugar al Uniqlo.

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4 Ir a l gi m na sio

Cuando iba a la universidad surgía de forma recurrente el asunto de que algunas ideas u opiniones son constructos sociales. Así, por ejemplo, si lograbas argumentar que los diferentes ideales de belleza femenina habían sido establecidos por la sociedad, demostrabas también que esos ideales no eran un sentimiento natural de las personas, sino que más bien se trataba de una herramienta creada por la sociedad para lavar los cerebros; en este caso, para perpetuar la hegemonía patriarcal. Veamos otro ejemplo: hace algún tiempo leí un libro donde se subrayaba que tal vez no deberíamos preocuparnos tanto por la posición social y el prestigio pues, al fin y al cabo, los rasgos vinculados a la posición social en nuestra sociedad no lo están en otras sociedades, ni lo han estado históricamente en sociedades anteriores, por lo que son arbitrarios. Hoy día, estar delgado y tener mucha capacidad de análisis son rasgos bien valorados, mientras que en otra sociedad quizá se apreciaba más la capacidad de correr muy deprisa, o en una tercera la obesidad demostraba un estatus alto. El autor parecía concluir: «¿Por qué preocuparse?». ¡Todo eso son tonterías! El hecho de que algo sea un constructo social no quiere decir que no sea real. Es decir, podemos demostrar que cada sociedad tiene un conjunto de criterios diferentes sobre la belleza femenina, y que cada sociedad tiene normas distintas para indicar prestigio, pero llama igualmente la atención que todas las sociedades tengan criterios sobre la belleza femenina 22

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y normas sobre el prestigio. Somos seres humanos. Vivimos en sociedades. Creamos culturas. Y cada cultura es diferente de las demás, tiene creencias diferentes, pero esas creencias son lo que somos. Si eliminamos la cultura y lo que conlleva, no conseguiremos encontrar nada más «real» acerca de nosotros mismos. Un ser humano que no vive en el seno de una cultura no es más auténtico. De hecho, creo que un ser humano que no viviera en el seno de una cultura no sería lo que es un ser humano. Existo en la cultura en la que vivo y puedo comprender que otras culturas entiendan el prestigio y la posición social de diferente forma, pero me influirán las ideas sobre la posición social vigentes en la cultura en la que vivo. Aunque sepa que en otras culturas los criterios sobre la belleza femenina son diferentes, puedo sentirme atraído por los criterios de belleza femenina de mi sociedad. El detalle no me parece más sorprendente que el hecho de que me parezca hermoso un fragmento de literatura escrita en mi lengua, y no un fragmento literario escrito en una que desconozco. No creo que mi impresión sobre la belleza del fragmento escrito en mi lengua quede hecha trizas si alguien apunta que la correlación entre las palabras y los objetos que se describen no es exactamente real, que otras sociedades emplean palabras distintas para las mismas cosas y que la utilización de un símbolo para representar determinado objeto o sonido es un fundamento un tanto arbitrario. No le veo inconveniente. Durante una temporada estuve acudiendo a un gimnasio con regularidad, pese a que siempre me había parecido una ridiculez. Un gimnasio es como el lugar donde se reúnen todas las cosas emblemáticas de nuestro tiempo. Se parece a un centro comercial y a una fábrica, y es el espacio donde el deseo descabellado de esforzarnos 23

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al máximo y sudar se da cita con el deseo descabellado de ser jóvenes eternamente, junto a la descabellada confusión sobre nuestros apetitos y nuestra imaginaria idea de que podemos someterlo todo a procesos racionales y ultramecanicistas. Si dentro de cincuenta años tuviéramos que escoger una imagen que sintetizara cómo era el mundo allá en los albores del siglo xxi , mostraríamos la de un gimnasio. Durante algún tiempo me avergonzaba formar parte de lo que parece una descomunal moda pasajera de nuestros días, pero luego pensé: a la mierda. Yo soy de nuestros días. No tengo por qué analizarlo todo. Y aunque analice un poco las cosas sigo formando parte de la realidad en que vivo.

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