Story Transcript
Lerdo (sin correcciones finales) Alejandro León Meléndez
Este libro va dedicado a Antonio y Guadalupe, mis padres, que siguen esperando un nieto y yo les doy este sucedáneo, por ahora. También a Eduardo Osorio, a quien todavía le debo una botella del whisky más barato. A mis jefes y amigos Roberto y Margarita que ¡ah, cómo joden! A Tania, que llegó en el momento justo, y lo siento por ella.
Van mis agradecimientos a Alberto Chimal, por tomarse el tiempo y dedicar una sonrisa y un par de bromas para darle algo de forma al libro. Conste que no es culpable si esto no funciona, él hizo lo mejor. Y otro agradecimiento a la más reciente administración del CTE, cumplió su parte del trato, y más, y eso que el agua no estaba para camotes. A Édgar, mi hermano, que se apuntó para ilustrar la portada.
Mujer camina hasta la esquina, observa automóviles que van en un solo sentido y sabe que no importa qué tan temprano salió el día de hoy, se hará tarde si no toma un taxi. Levanta la mano tan pronto como observa el primero y tiene suerte. El vehículo compacto, blanco y cuadros verdes en el exterior, se detiene. Abre la puerta y, sin preguntar tarifa, pide al conductor que lo lleve al otro lado de la calle; al otro extremo. Hombre rechoncho mueve su bigote en señal de aprobación y no comenta al respecto del tráfico pesado. La calle es Sebastián Lerdo de Tejada. Una estación de tren que vio épocas mejores, una curva previa y construcciones algo derruidas marcan el inicio de esta calle. A lo largo de ella hay de todo, una zona industrial, otra comercial, una más política y hasta cultural. Tan pronto como mujer cierra la puerta del auto, voltea a mirarlo y pregunta a bocajarro: ¿Está usted consciente de que somos personajes ficticios? Hombre responde que no lo sabía, pero tampoco le extraña. Eso resuelve algunas incógnitas, dice Mujer mira su reloj y observa: las tres de la tarde. Dice en voz alta son las tres de la tarde. El taxista sonríe y señala una esquina a unos metros de ahí, en su portón un letrero de hierro con letras recortadas dice 3PM. Sin decirse palabra alguna, ambos personajes saben de qué va la historia:
Tres pe eme Le gusta asomarse por la ventana a la misma hora de la tarde. La luz del sol desciende apenas oblicua y el calor de afuera ya tomó todos los espacios de la casa. La habitación ha sobrepasado la temperatura correcta y, aunque el sopor llega desde afuera, le parece lo mejor sacar el rostro por la ventana que ha estado abierta desde media mañana. Considera un error decir que esta ciudad es fría. Desde hace algunos años los veranos tienen cuerpo de verano y los famosos inviernos no son tan largos, ni tan extremos como se ha creído desde hace tiempo. Le gusta asomarse por la ventana y ver el calor del asfalto en esa calle tan bulliciosa. El calor que también se produce por la fricción constante de llantas de automóviles; tantas pisadas que van de un lado a otro; tanta gente apretada en el interior de los vehículos y tantos hombres y mujeres que forzan su andar por las banquetas. Calor de rayos oblicuos y calor del hule versus asfalto y calor del roce humano. Le gusta asomarse por la ventana a la misma hora de la tarde e imaginar el ruido. El viento que a ráfagas refresca y a ráfagas llega caliente le hace suponer que los sonidos callejeros son así, agresivos y ahogados, intercalados. Con ayuda de los primeros recuerdos ubica aquella patrulla, torreta encendida, como un sonido lascerante y repetitivo. De la misma forma asume que los conductores que agitan las brazos fuera de las ventanillas están gritando improperios que son como hielos que recorren los brazos. Y sabe, por los recuerdos, que aquellos niños corretean alrededor de su madre o de su nana, insertando claveles en los oídos. Claveles que se pierden en todo el caos de la calle. Le gusta porque a la misma hora, todos los días, observa al hombre aquel que anda con la cara gacha, no apesadumbrado, no con tristeza, no decepcionado sino enfocando su energía cerebral en algo importante. Desde la sordera y desde
la enfermedad, todos los días a la misma hora, ella sabe que se trata de un hombre atrapado en el trabajo de diario, encerrado en una oficina -a decir del traje brillante por las muchas lavadas- que no ha perdido las ganas de ser alguien para él mismo. Se asoma a la ventana porque le gusta verlo. Sabe, desde el encierro del dolor articular, desde la condena a vivir poco tiempo y enferma, que ese hombre es quien vendrá a salvarla, todos los dias a la misma hora, cuando pasa frente a la casa de las tres pe eme, a las tres pe eme, rumbo al jardín botánico adornado con vitrales del cosmos, para ingerir su almuerzo del día mientras piensa en el negocio que lo hará crecer, que proverá de empleos y que le permitirá salir del círculo dañino del empleo, el salario, el horario. Por la ventana a la misma hora observa al hombre, hermoso, cansado pero con energía suficiente para recorrer el mismo trecho, avanzando de izquiera a derecha (desde la izquierda y hasta la derecha de ella) diciéndose en silencio que el trabajo es necesario, que puede lograr sus objetivos; e intuyendo, como se intuyen las cosas sin que se formen palabras para describirlo, que su amor está cerca. Que ella enferma y sorda y solitaria y encerrada y con el rostro asomado por la ventana es su amor y su futuro y ella será gatillo que detone los proyectos, futura vida, catapulta al éxito de ser alguien ante él mismo. Le gusta asomarse a la misma hora, las tre pe eme, porque observa la mano de él e imagina, todos los días, que en ese paquete lleva las frutas y verduras, el bocado correcto para alimentar el cuerpo y sabe, como sabe todo lo otro que ocurre en esta calle y en esta ciudad y en este país y planeta y universo, que se sentará en la misma banca, adelante del rododendro, debajo del búho hecho de pedazos de cristal, para alimentarse, con una grabadora mental donde, mientras mastica, graba los pasos que lo llevarán a conseguir el objetivo de un laboratorio médico. El laboratorio médico que la salvará a ella sólo del dolor. De la sordera no la salvará porque ella no desea escuchar de nuevo, desea seguir imaginando los
sonidos desde el recuerdo. Gracias a que recuerda -y mezcla con los recuerdos la imaginación- sabe que la voz de él es rugosa como corteza -y los árboles también son un recuerdo- y flexible como tallo de tulipán -que no son recuerdo, porque ella cuida en el pasillo los suyos. Le gusta asomarse a la ventana todos los días a la misma hora porque, de plano, las tres pe eme es el momento que olvida las palabras que designan su enfermedad y sus síntomas. Lo ve caminar con seguridad y prisa y, con todo, resignación, y sabe que pronto ni los nudillos ni los tobillos ni las rodillas ni los codos le volverán a doler como si sangrara internamente, como si le enterraran agujas de fibra de vidrio y se quebraran dentro, como si la metamofosis a plastilina iniciara allí, en esos puntos. Asomada a la ventana, lo que tanto le gusta a las tres pe eme, con el viento sucio de partículas contra la cara, con el arder del gris en el suelo de allá afuera, allá abajo, con el hombre vegetal que camina habitado por las arañas del entusiasmo secreto, porque a nadie dice que tiene planes, porque en el mundo del reloj checador eso es prohibitivo, con el dolor que se olvida y la sordera que se disfruta, desvanecida la silla de ruedas que la transporta hasta ese lugar, ella sabe que seguirá viva no un día más, no otra semana ni los tres meses del augurio médico, sino eternamente, en un mismo instante que son las tres pe eme, la hora del sol oblicuo y el calor arrellanado en cada rincón del mundo, mientras observa que el hombre al que ama con todo la fuerza que le queda avanza y avanza y parece que seguirá en ese momento ralentizado por el poder que le da el conocimiento de todo. Le gusta asomarse por la ventana todos los días a la misma hora para ver que el mundo sucede aún sin ella porque ella sí está presente, es el testigo pero es algo más, es la creadora del instante, la poderosa que tiene todo decidido, el futuro de ella, el calor dentro de una ciudad fría, la consecusión del logro de quien ama, de los búhos de cristal que en algún momento cobrarán vida, y no sólo
porque así deba ser y esté escrito en un cuento, sino porque ella ha decidido que el curso debe ser como debe ser. Le gusta asomarse por la ventana mientras dura el instante largo y hermoso que da sentido a todo, las tre pe eme, para ver al hombre andar con rumbo fijo, dejándose querer sin saberlo de manera consciente. Le gusta asomarse a la ventana porque el minutero avanzará hacia adelante, y ya no habrá más tres pe eme, y ella volverá a ser lo mismo, un ser humano en la orilla. El hombre vegetal se habrá ido, desaparecerá allá adelante, por la misma acera, en un punto ciego para ella que no podrá levantarse de la silla de ruedas materializada de nuevo, que no podrá estirarse por el dolor de la enfermedad, que sentirá con desagrado que el calor sigue friccionándolo todo, que perderá el poder de conocerlo y decidirlo todo. Y eso, por sobre todas las cosas está bien. Mañana se asomará de nuevo, a la misma hora.
Mujer dice quiero distraerme del calor, de la tardanza que se avecina, y le pido que prenda la radio. Pasan a lado de una construcción llamativa, un templo religioso de construcción reciente:
La ligera iglesia Capítulo 23: “Onán el dotado” ENTRA CORTINILLA
CAMPANAS Y BULLICIO CALLEJERO. VOCES DE HOMBRES, MUJERES Y NIÑOS. AUTOS QUE PASAN. ES GENTE AFUERA DE UN TEMPLO. LUEGO DE CINCO
SEGUNDOS
BAJAN
A
SEGUNDO
PLANO.
LAS
CAMPANAS
DESAPARECEN Y QUEDA EL RESTO DE LOS SONIDOS.
PECADOR: (POR SOBRE EL BULLICIO) ¡Padre! ¡Padre! PADRE:
(ECO) Es este hombre otra vez, santo sacramento del conciliábulo romano. ¿Es que nunca me dejará en paz? ¿Ahora qué pecado se trae entre manos el muy...?
EL BULLICIO BAJA HASTA QUEDAR EN TERCER PLANO. NO ESTORBA AL DIÁLOGO DE LOS PERSONAJES.
PECADOR: ¡Padre! Gracias a Dios que lo hallo. Me dije antes, ójala que lo halle fuerita de la iglesia. Iba de prisa, padrecito. ¿Lo encamino a su fiesta? PADRE:
¡Ni Dios lo mande, hijo mío, pecador! ¿Y cómo se te ocurre pensar que iba a una fiesta, hijito? ¿Qué horribles cosas traes en tu cabeza?
PECADOR: Pos por los zapatos de hoy, padre, los traé más boleados que otras veces. Además hoy se echó cuatro tragos de la sangre de cristo, en lugar de los dos acostumbrados. Picarón. PADRE:
No me hables en ese tenor, hijo non sancto. Reza diez padres nuestros para purificarte.
PECADOR: ¿Ya ve padrecito? Se las traé conmigo. Yo que vine a declarale mis pecados. PADRE:
(LEVANTA LA VOZ) ¡Hijo, pecador! Yo no me las traigo con nadie. ¿Qué es eso? Además, les he dicho miles de veces que no se dice traé, sino tráe. TRÁE. Sin acento en la e. (BAJA EL TONO DE SU VOZ). Mira, mejor guarda silencio que aquí viene esta mujer, ella es una beata, deberías aprender de ella. ¡Beata!
BEATA:
Buenos días padrecito, ¿le está molestando este trompero de tacos al pastor? Por cierto, ¡hermosa ceremonia la de hoy!
PECADOR: Huy sí, huy sí. Ahora vender tacos al pastor es malo, pero bien que se los embute todas las noches. PADRE:
Silencio, hijo mío. Respeta, por favor. ¿Qué decías, hija mía?
BEATA:
Que tenga cuidado con el taquero, señor padrecito, a éste le da por embaucar con esa lengua ágil que tiene.
PECADOR: ¡Lengua! ¿Pero qué no es eso lo que me pedía el otro día? BEATA:
¿Lo ve padrecito? Éste muchacho es un irredento.
PECADOR: ¿Irre... qué? PADRE:
¡Basta ustedes dos, basta! Tengo algo de prisa. Por favor dígame qué es lo que quiere para despedirnos, jovencito.
BEATA:
No le quite más su tiempo, ¿qué no ve que el padrecito va a una comida con asociación de la Virgen Arrodillada del Tolotzin, la cual me digno en presidir?
PECADOR: ¿Lo ve? Le dije que iba a una party. Uuuuuui. Con hartas viejas necesitadas... PADRE:
¡Cállate! Otros diez padres nuestros por eso que acabas de inferir, hijo.
PECADOR: Yo no he hecho eso que usted dice, padrecito. Lo peor es que todavía no le declaro mis pecados y ya me está dando sus castigos.
Además, yo decía que estaban necesitadas de recibir el amor de Diosito, padre. Cosa en lo que usted les puede ayudar. BEATA:
Ay, padrecito ¿Va a dejar que este candidato al infierno lo trate así?
PADRE:
Silencio, hija, yo sé lo que debo permitirle a los feligreses y lo que no. Récese cinco aves marías para que no lo olvide.
BEATA:
Así lo haré, padrecito.
PECADOR: Lero lero. PADRE:
¡Cállese usted también! ¡Dígame qué quiere! No tengo tiempo para sus juegos.
PECADOR: Ya le dije que quiero declararle mis pecados, padre. He pecado y necesito perdón. PADRE:
Vaya, hasta que dices algo sensato, hijo mío. Pero no se dice declarar, sino confesar. ¿Entendiste? Ahora, sin embargo, no puedo atenderte. Ya ves que tengo un compromiso, como tan bien lo hecho notar nuestra amiga aquí presente.
PECADOR: Pero padre, esto es urgente. BEATA:
Seguro que los suyos son urgentes, padrecito. Ha de estar lleno de malas obras. Le va a quitar mucho tiempo y las muchachas lo están esperando, hemos preparado tortas de chile macho, como las de los Portales que tanto le gustan.
PADRE:
Hágame el favor de guardar silencio de una vez. Tengo la impresión de que si no lo atiendo ahora, esto se alargará por sus súplicas, hasta que lo atienda. Será mejor que lo haga. Ande, pecador, cuénteme lo que lo aqueja.
PECADOR: Pero que ella se vaya, padrecito. BEATA:
No padre, no lo deje. ¿Qué puede decir que mis oídos no hubieran ecuchado ya? con eso de la Internet, padre.
PADRE:
¡Hija! No quiero que me cuente que cosas ha visto en ese lugar del demonio, hija. Rece otras cinco aves marías por navegar en la red.
BEATA:
¡Pero padre..!
PADRE:
¡Nada de pero padre! Además, este no puede ser una confesión en toda la regla porque esas tortas se ven a enfriar, así que lo haremos aquí mismo. Y como ya estamos dándonos licencias, la quiero a usted aquí como testigo. No vaya ser que el demonio me posea y quiera ahorcar al pecador aquí presente.
BEATA:
¡Jum!
PECADOR: Como usted diga padre. Pero que conste. PADRE:
¿Qué conste? Cinco credos por eso, jovencito. Ande dígame.
PECADOR: Pos es que yo le doy el jalón al gallo, padre. PADRE:
¿Ah?
BEATA:
¡Santa madre milagrosa!
PADRE:
Exijo que te expliques.
PECADOR: Pues sí, padre, que yo le he dado matarili al ganso. BEATA:
¡En el nombre del padre, del hijo...!
PADRE:
¡Guarde silencio, mujer! Que hables en cristiano, hijo.
PECADOR: Pues verá, padre, que yo me masturbo. BEATA:
¡Madre santísima del sacramento!
PADRE:
Le he dicho que se calle, señora. Diez aves marías por desobedecerme, y otros veinte por saber de qué hablaba esta oveja descarriada.
DESAPARECE
EL
BARULLO.
ENTRA
CORTINILLA
5
SEGUNDOS
Y
DESPARECE. ENTRA MÚSICA DE BACH 3 SEGUNDOS Y BAJA HASTA QUEDAR DE FONDO.
PADRE:
¡Onán de los cielos! No puedo creerlo, hijo.
PECADOR: ¿Monán? BEATA:
¡Onán, taquero pecador! ¡Onán! Está en la Biblia, ignorante. Se casó con su cuñada cuando su hermano murió. Pero no quiso consumar el matrimonio.
PECADOR: ¿Y si no quiso consumarlo, para qué se casó? SEMINARISTA: Disculpe, padre, no he podido evitar escuchar de lo que se habla. Me gustaría aclararle algo a este pecador: Onán se casó porque era su obligación. Las leyes de la época así lo exigían, pero al negarse a consumar el matrimonio con su cuñada, honró a su hermano y, lo más importante, a Dios. PECADOR:
¿Y de que quiere sus tacos el señor?
BEATA:
Ignorante una y mil veces. Este mozo tan, ejem, propio, es el seminarista que ahora ayuda a nuestra iglesia. ¿qué no viene a las misas de las cinco de la mañana?
PADRE:
Hija, hija, por Dios. No todos quieren asistir a esas misas. Es hora impropia. Pero en fin, hay que cumplir con ustedes los que sí quieren y dejan limosna. Mira, hijo, el seminarista de los ojos, ejem, claros, me va a acompañar a la comida, por eso se reunió con nosotros. No más interrupciones, por favor.
PECADOR:
A ver si entendí. ¿Monán se casó pero nada de nada con su vieja,
así que tuvo que buscar otras formas de consuelo? ¿Es eso? BEATA:
¡Pedestre!
PADRE:
Hija, hija. Por favor. Pues sí, hijo. Eso es básicamente lo que sucedió. Mira, para tus pecados, debes rezar...
PECADOR: ¡Un momento padre! Déjeme ver si lo entendí. ¿Este hombre está en la Biblia y es un santo? PADRE:
Un santo no, pero... Sí, está en la Biblia.
PECADOR:
Pero si está en la Biblia y hacía esas cosas. ¡Entonces yo no he
pecado! Soy casi un santo. BEATA:
¡Hijo de sata..!
PADRE:
¡Diez rosarios completos por eso que ibas a decir!
PECADOR: Lero lero. BEATA:
Me callo, padrecito, no tiene que decírmelo.
PADRE:
Otros diez padres nuestros por adelantarse a mis órdenes.
PECADOR: Me han quitado un peso de encima, padre. Muchas gracias. SEMINARISTA: No tan pronto. El padre todavía tiene que explicarte por qué sí es un pecado, ¿verdad padre? PADRE:
Nada de explicaciones, hijo, no hay tiempo, las tortas...
SEMINARISTA: En el seminario nos han dicho una y otra vez que no podemos dejar a las ovejas de Dios a la deriva, es nuestro deber guiarlos por el buen camino. Es obvio que este hombre anda perdido. PADRE:
Bueno, puedo... sí, decirle...
DESAPARECE BACH. SILENCIO 5 SEGUNDOS HASTA QUE REANUDA EL DIÁLOGO.
MONAGUILLO: Padre, padre, ¿escuché bien? ¿Va a explicar el pasaje de Onán en la Biblia? ¡Qué bien! ¿Puedo escucharlo? PADRE:
¡Santos enemas! No, no, claro que no. Es tarde.
SEMINARISTA: Unos minutos no nos quitarán mucho. PADRE:
Pues sí, hijos, ese es un pecado casi tan doloso como el de la fornicación. Y lo que su...
PECADOR: ¡Fornicación! La verdad, padre, yo preferiría que me explicara ese pecado. Lo otro ya lo entendí. PADRE:
Pero hijo...
SEMINARISTA: Pero padre... MONAGUILLO: Por favor... PECADOR: ¡Cállese escuincla... no interrumpa al seminarsita, ejem, bonachón, que es importante. BEATA:
No es escuincla, pecador insulso. Es un niño. El que ande vestido de vieja no significa que...
PADRE:
¡Hija!
BEATA:
Lo siento padrecito. Un error. Dígame mi penitencia para que pueda contarnos todo, con lujo de detalles, eso de la fornicación.
PADRE:
Diez credos y quince porciento de sus ingresos como diezmo, en lugar del diez, hija.
BEATA:
¡Padrecito! Yo le doy siempre. ¿Por qué una penitencia económica? ¿Y mi alma?
PADRE:
Hay muchas formas de redimirse, hija.
BEATA:
Esta bien, padrecito. Por favor cuéntenos.
PADRE:
Pues bien, hijos. El onanismo es el acto de...
SEMINARISTA, PECADOR, BEATA, MONAGUILLO: (GRITANDO) ¡Fornicación! PADRE:
¡Abluciones con agua bendita para todos!
ENTRA "ES UNA EXPERIENCIA RELIGIOSA" DE ENRIQUE IGLESIAS. 5 SEGUNDOS Y LUEGO BAJA HASTA DESAPARECER.
PADRE:
Fornicar es lleva a cabo el acto de la lujuria. Es... tener... ¡sexo!
BEATA
(GRITO EXAGERADO) ¡Nooooooooooooo!
MONAGUILLO: (GRITO CACHONDO) ¡Noooou! PECADOR: (GRITO DE DECEPCIÓN) ¡Nooooo man... che! SEMINARISTA: (GRITO DE ENOJO) ¡No!
PADRE:
¿Cómo que no?
BEATA:
Es horrible eso que dice.
MONAGUILLO: Es... extraord... extraño eso que dice. PECADOR: Es... estúpido eso que dice. SEMINARISTA: Es.. tá en lo cierto el pecador. No puedo creer que lo diga. Además no es tan simple como eso. PADRE:
Sí, bueno. Si eso creee, seminarista de las, ejem, ideas claras, entonces díganos usted qué es la fornicación.
SEMINARISTA: Ah... ¿yo?... PADRE:
Adelante, por favor.
SEMINARISTA: Bueno, en realidad, sí, claro... Yo ... Creo que que mi labor consiste en ser humilde, y aprender de gente como usted, que lo sabe todo... PADRE:
Pues entonces, como penitencia, debe usar el cilicio que le regalé el otro día.
SEMINARISTA: ¿Ahora mismo padre? PADRE:
Mmmm, Por mucho que se me antoje verlo... digo, por mucho que así lo crea pertinente, debe esperar hasta que regresemos de la fiesta.
PECADOR: ¡Le dije que era fiesta! PADRE:
¡No! No es fiesta. Bueno, y ¿por qué quiere usted saber qué es la fornicación? ¿No le ha quedado claro?
BEATA:
Sí, que lo explique.
PADRE:
Cinco padres nuestros por curiosa.
BEATA:
Sí, padrecito.
PADRE:
Escucho, pecador.
PECADOR: Pos la verdad es que éngaño a mi mujer. PADRE:
Engaño.
PECADOR: ¿A mí?
PADRE:
Engaño, no éngaño. Tres Yo pecador, por irrespetuoso.
BEATA:
¿Y por qué a mi de cinco en cinco, y hasta dinero?
PADRE:
Por entremetida, hija. Otros cinco más de lo que le pedí la última vez
SEMINARISTA: Entrometida. BEATA:
¿Usted tambiénn?
SEMINARISTA: No, quiero decir que no se dice entremetida, sino entrometida. Entremetida es un uso local de la palabra, como el caé y el traé que dicen por acá. PECADOR: ¿Lo ve padrecito? Decir traé o caé está bien, Lo dice el seminarista de los trajes, ejem, oscuros. PADRE:
¡Guarden silencio todos!
OTRA VEZ EL BARULLO DE LA CIUDAD. CINCO SEGUNDOS, LUEGO BAJA HASTA QUEDAR EN TERCER PLANO. ENTRA LA EXPERIENCIA RELIGIOSA DEL SEÑOR IGLESIAS Y LUEGO BAJA HASTA DESAPARECER. AL FINAL, INGRESA BACH, QUE BAJA HASTA QUEDAR EN SEGUNDO PLANO, JUNTO CON EL BARULLO.
MONAGUILLO: ¿Y la fornicación? PADRE:
Calla, chamaca. Esta es plática de adultos.
SEMINARISTA, PECADOR, BEATA, MONAGUILLO: ¡Chamaco! PADRE:
¡Irrespetuosos!
BEATA:
No, padre, lo que decimos es que ha cometido usted un error. Ha dicho chamaca refiriéndose a este chamaco.
PADRE:
¿Qué? Ah, sí, si, a veces lo olvido. Con esa faldita.
PECADOR: ¡Padre! PADRE:
Ah, sí. Lo siento. Pensaba ya en esa tortas de chile macho.
SEMINARISTA: Por favor, padre. Iba usted a responderle a este pecador que engaña a su mujer. BEATA:
A mi se me hace que no engaña a su mujer. Sino que nos engaña a nosotros. Nunca le he conocido novia alguna.
MONAGUILLO: Ni novio. PADRE:
¡Silencio otra vez, niño! Cinco credos, cinco aves y cinco padres para ti. Por la de hace rato y por la de ahora. Siete Aves Marías para la beata, por corregirme.
MONAGUILLO: Sí padrecito. BEATA:
Sí, padrecito.
PECADOR: Pues yo digo que esta vieja... PADRE:
...Hijo...
PECADOR: ...esta mujer... se equivoca con todo respeto. SEMINARISTA: No se puede equivocar con todo respeto. Más bien anuncias tu respeto para mencionar su error. Con todo respeto, se dice, creo que usted está equivocada. PECADOR: No, yo digo que se equivoca con respeto, porque no creo que lo haga de mala fe. Pero la verdad es que sí tengo novia. Y una que amo mucho, de verdad. PADRE:
A ver cuéntenos.
PECADOR: Pues mire, la conocí en la funeraria que está allá adelante... PADRE:
No, hijo, cuéntenos lo del engaño.
PECADOR: Pues es con una mujer que va todas las noches a la taquería. Pide de pastor y yo se los hago como le gustan. Y también le preparo de lengua, porque es fanática.
LOS RUIDOS DE FONDO DESAPARECEN. SILENCIO TRES SEGUNDOS Y LUEGO, EN VOLUMEN ALTO, LA FRASE "ES UNA EXPERIENCIA RELIGIOSA" DE LA CANCIÓN DEL MISMO NOMBRE. LUEGO SILENCIO OTRA VEZ.
BEATA:
A mi ni me miren. ¿Cómo podrían pensar que yo...?
PECADOR: Ni Dios lo mande. No me importa cuántas veces me lo insinúe, jamás cederé mis carnitas con esta mujer. BEATA:
¿Habrase visto tanta inso...?
PADRE:
¡Alto! ¡Alto! Veinte padres nuestros...
BEATA, PECADOR: ¿Para quién? PADRE:
¡Para los dos!
PECADOR: (VOZ BAJA): Diez tú y diez yo, ¿sale? Al fin que no especificó. BEATA:
(VOZ BAJA): ¡Juega!
PADRE:
¡Hijos! Dejen de murmurar, hijos. (SILENCIO MELODRAMÁTICO. SE ESCUCHA UN GRUPO DE TAMBORES) Tu caso me recuerda mucho a Salomón.
PECADOR: ¿Salomón? A poco tiene dos viejas el muy cab... SEMINARISTA: No, no. Creo que el padre se refiere al Rey Salomón. Estaba casado con varias mujeres a la vez. Queda muy claro en el Cantar de los Cantares. PECADOR: ¿O sea que puedo tener más de una mujer, según la Biblia? PADRE:
No sólo mujeres, hijo....
SEMINARISTA: (GRITO) ¡Padre! PADRE:
Qui... quiero decir que no. Claro que no. Digo que eso está mal. Según los mandamientos no debes fornicar. Y eso significa fornicar: no respetar a tu mujer.
PECADOR: Pero sí la respeto, padre. Y ella ni se ha enterado. MONAGUILLO: ¿O sea que por eso usted no fornica, padre?
PADRE:
Ahhh. No te entiendo hijito.
SEMINARISTA: Ah... yo tampoco. MONAGUILLO: Quiero decir que como usted no tiene mujer, por eso no le ha faltado al respeto, ¿verdad? PADRE:
Ah... Más o menos.
SEMINARISTA: El padre ha hecho un voto de castidad, que significa que no puede tener conocimiento de ninguna mujer. BEATA:
¡Pero si usted me conoce padre! Lo he invitado con las señoras de la asociación a comer tortas de chile macho. ¿No se acuerda? También las conoce a ellas.
PADRE:
Demasiado, diría yo.
SEMINARISTA: No no, mujer. Conocer en el sentido bíblico. O sea, no tener sexo con mujeres. ¿Has entendido, niña? PECADOR, PADRE, BEATA, MONAGUILLO: ¡Niño! SEMINARISTA: Sí, sí, lo siento. ¿Entendiste, niño? MONAGUILLO: Mmmm, creo que sí. SEMINARISTA: Además, Salomón no fue el único hombre en tener más de una mujer. El propio Moisés, quien nos diera los diez mandamientos, estaba enamorado de una negra egipcia. Hermosa. La fornicación más bien se refiere al ejercicio inadecuado de las necesidades carnales. MONAGUILLO: Ahora sí ya no entendí. Pero me gusta como se oye eso. Se oye bien, ¿verdad padre? PADRE:
¿Qué?
SEMINARISTA: ¿Qué? PADRE:
Nada nada hijo. Continúa. Creo que vas por buen camino al explicar a estas cosas. Serás un gran sacerdorte.
SEMINARISTA: Gracias padre. PECADOR: Sí, gracias, padre.
BEATA:
Yo sumo mi agradecimiento.
MONAGUILLO: Y yo. Sobretodo yo. PADRE:
¿Te queda todo claro, pecador?
PECADOR: Sí, ahora ya sé que no he cometido abuso alguno de mi alma o de mi cuerpo, estoy sano y limpio de pecados. PADRE:
No, hijo, sí eres un pecador...
PECADOR: Pero si usted me lo ha dicho todo perfectamente, y el seminarista de los, ejem, pensamientos ligeros también. BEATA:
Y yo lo que agradezco es que ahora me puedo llevar al padre a comer tortas, que muero de hambre.
PADRE:
Sí, hija. Sí. Vamos, vamos. Esta gente nunca entenderá nada.
SEMINARISTA: Una cosa más, padre, no le hemos preguntado al monaguillo por qué agradeció. ¿Es que has entendido mejor, niño? MONAGUILLO: No, todavía no entiendo. Pero ahora sé que ya puedo decirle que sí al padrecito cuando me hace esas propociciones de ir a jugar en el curato. Ya sé que eso no es pecado. SEMINARISTA, BEATA, PECADOR, MONAGUILLO. (GRITO) ¡50 rosarios completos! ENTRA CORTINILLA.
Avanzan lentamente, apenas dos esquinas y la mujer imagina que han sido veinte, treinta, cuarenta luces rojas. Pide al conductor que apague la radio. El silencio incómodo dura apenas unos segundos. Ojalá esto no fuera un libro de cuentos, piensa la mujer, ojalá fueran textos de otra índole. Pero el autor no le presta atención. Ojalá no fuéramos sólo una excusa, piensa el conductor. El autor sonríe. Es ella quien nota que pasan frente a los baños públicos más famosos de esa calle. No sabe si iniciar la conversación o no, al final pregunta al hombre si ha entrado en esos baños. El taxista asiente. En más de una ocasión y por más de una razón, le confiesa. Mujer sonríe; conoce una historia sobre esos baños. No la quisiera contar, pero está obligada a ello:
Esperando secretamente a su amante Dicen, señor, que era una mañana como esta. Así soleada y ventosa. Estos inviernos extraños. No sé, me lo contaron así. Ya sabe, nada en los periódicos. Pero algo me dice que sí, ahí sucedió. ¿Ve esos baños? Sí, los Elba. Antes, me sonroja confesarlo, pero ya sabrá que soy adulta y no puedo negar que tengo que ver con mis novios, incluso yo usaba ese baño para encontrarme con mis parejas. ¿Me entiende? Lo siento. Esta ciudad es un poco, digamos, discreta en estos menesteres. Lo lamento. Pero bueno, ¿para qué nos hacemos? Esos y otros baños se usan para ciertas cositas. Más barato que el hotel, o que el motel. También más limpio. Bueno, esas paredes no tan limpias: sí limpias pero rayadas. Le decía que debió ser una tarde fresca, seguramente lloviznaba un poco. Sí, estos inviernos tan extraños. Supongo que, como ahora, no se veía el Nevado. Bueno, la cuestión es que María, sí, se llamaba María, tenía cita con el novio. Es que este tipo, me dijeron, en realidad estaba casado. Pero yo creo que no se puede, o que yo no puedo, juzgar a esta chica. Las mujeres solemos ser blanco más fácil que los hombres; no digo que los hombres no caigan... bueno, me entiende. María estaba enamorada y, por lo que sé, ni siquiera se hacía ilusiones con el tipo este. Pero de cuando en cuando se veían furtivamente... sí, furtivamente es una palabra de televisión, sabrá que tengo que ver mucha televisión, por eso... usted me entiende. Y esa casi noche, helada, grandes ventarrones, llegó medio a escondidas. Caminó por esta calle, sí, Isidro Fabela, y giró aquí mismo. No había tanto tránsito como ahora. Se metió al edificio. Iba sonriendo. Incluso imaginaba que su novio le traería el tulipán blanco acostumbrado de cada cita. Pero en lugar de eso, señor, la esperaba el dependiente. Bueno, lo que pasa es que el dependiente suele ser un tipo que pasa desapercibido. Es parte de su trabajo. Tanto el que de verdad entra a bañarse
como el que entra a hacer las cosas de las que ya hablamos es recibido sin muchos miramientos, y le entregan su cubículo según las necesidades adivinadas por el dependiente. Sí, este dependiente era un tipo obeso, grasoso, que daba asco, tosía y se hurgaba la nariz, pero que por su silencio se había ganado la confianza de... María, creo se llamaba. Ella esperó un rato cerca de los ventanales, sabiendo que con la tormenta y la profunda oscuridad de afuera no sería reconocida por algún familiar o amigo, pero luego de un rato se animó a preguntarle al dependiente si no había visto a su esposo. Ella dijo esposo, pero el dependiente ni le creyó ni le importó. Porque, evidentemente, el dependiente estaba metido hasta el culo en lo que sucedió después. Perdone que use esta palabra tan fea, culo, pero es que me da coraje nomás de acordarme. Bueno, la cuestión es que el dependiente dijo que no lo había visto pero que, como había poca clientela esa madrugada, le ofrecería la mejor regadera, con baño turco individual. Le dicen individual, pero en realidad es para dos personas, o tres. Bueno, cabrían hasta tres personas. Ella llevaba una minifalda. Sí, es extraño porque afuera parecería que iba a nevar de tanto frío. Pero estaba ansiosa. No es de juzgarse, señor, lo que sucede es que pues María era una mujer joven, con necesidades. Tomó la llave del baño turco y asegurándose de que el dependiente le diría a su marido dónde estaba, se dirigió allá. En el camino, jugó con los tirantes de su brassiere. Sí, así, mire... sentía cosquillitas. María entró al cubículo, señor, y decidió no encender la luz. Pero no crea que esto fue una decisión equivocada. No la encendió porque se conocía de memoria esos lugares. Además, se detuvo un instante para sentirse sexual en esos momentos. Se sentía con el derecho a sentirse una mujer sexual. Siempre atendiendo a su madre enferma, a diario yendo a trabajar en esa oficina de gobierno, sí, la que está más allá adelante, sobre esta misma calle, con ese jefe
rabo verde y asqueroso que la perseguía. Ahí, a oscuras, esperando secretamente a su amante, se sintió sexual y divertida. Le digo que no fue un error el no encender la luz, porque ni la luz encendida ni nada le hubieran preparado para lo que sucedió luego. Alcanzó a sentarse en el taburete que está en la entrada e incluso comenzó a fantasear con que ella misma era una de esas chicas alocadas que escriben su nombre (suponía que falso) y su teléfono celular con marcador indeleble en las paredes de los baños, cuando una mano, pesada y tosca, le cubrió la boca. Alguien la esperaba. ¿Para qué le cuento detalles? Lo que siguió fue obvio. La tiraron al piso y luego le dieron una patada en la boca. Para que no vayas a hablar, le dijo una voz aguda. No era una voz masculina, pero definitivamente pertenecía a un hombre. Lo que sigue, putita, lo vas a disfrutar. María sintió cómo le salía la sangre de la boca y la nariz. Pero guardó silencio. Su corazón latía a madres. Me va a violar, pensó, qué bueno que no encendí la luz, así no podré verle la cara. Aguanta vara, cabroncita, aguanta vara. María decidió no hacer nada, pensando que tal vez su novio llegaría pronto, que tal vez el dependiente escucharía algo, que el cazador la salvaría. Luego recordó que no era caperucita y no había ido a ver a la abuela. La luz se encendió. En estos baños no se usan los mejores focos. No señor. Son de 25 wats, para ahorrar energía, dicen. Pero la verdad es que las principales clientas así los prefieren, bajitos, tenues, para no ver los rostros de los hombres con los que van a ahí a coger. María soltó un suspiro ahogado cuando, desde el suelo, pudo ver los pies de tres hombres. Estaban encuerados, y ella, con su minifalda, a gatas, mostraba los calzones de tanga que se había comprado para esa cita. Sabía que el ano se
asomaba, y que, cuando la voltearan, la transparencia roja dejaría ver el sexo recién rasurado. Tres hombres, pensó. Y los revisó uno a uno. Un instante, menos de un segundo, vio a los tres. Al primero, la barriga le colgaba más lejos que el pene erecto. Sus manazas le hicieron saber que fue él quien le tapo la boca al entrar. El segundo, delgado, chaparro, mostraba un miembro escondido. Aún no conseguía la erección. Ese estaba más cerca del apagador. El tercero, sentado con las piernas abiertas, masturbando un miembro torcido, era el dueño de la voz aguda. Te vamos a coger por todos lados, putita. Y más te vale que no me hagas caso en eso de no gritar. Porque, en realidad, necesitamos que lo hagas para poder venirnos en ti. María cerró los ojos. O no los cerró. Nada dijo. ¿Qué quería usted que dijera? Y pasó. No le doy los detalles, señor. Pinche madrugada estaba por terminar y la temperatura había bajado un chingo. Uno de ellos le metió el miembro por la boca, a güevo, como dicen, y ella no podía gritar. El otro la levantó y haciendo el calzón a un lado se la metió por la vagina. El otro, acomodándose de manera rara, por el culo. Pinche ano, sangrando. Pinche boca, contenía el vómito. Pinche vagina, ardiendo. Zac zac zac. Se movían, y ella tiesa al principio. Un inmenso dolor cuando sintió cómo el ano se rompía. Puta madre. Movimientos y movimientos en desorden, encabronados, arrítmicos. Pum pum. Pum. María observaba los detalles del vello masculino frente a sus ojos: una cicatriz alargada, de güevos a ombligo. Lo peor era ver las ladillas en el pelambre del tipo. Quería voltear, observar los mocos pegados y secos debajo del taburete, quería observar las losetas que, rotas y enverdecidas, lastimaban sus rodillas y espalda.
Pero no se le hizo. Ni una sola vez. Hasta que entró la mujer. Sí, una pinche vieja jariosa o cabrona o todas las cosas. Una perra, emputecida, que llevaba una navaja en la mano. Es curioso, pero justo en ese momento María se percató de que estaba vestida. De que los tipos, encuerados, no se detuvieron a quitarle la ropa o a rasgarla. Y lo supo antes de que sucediera. ¿Cómo puede ser? Quién sabe, pero así pasan las cosas. Ella supo que esa pinche vieja llegó allí, con esa navaja, para encuerarla a fierrazos. Y sabrá dios qué más. La vieja tenía como cuarenta años. Había salido del área del turco, estaba escondida. La tetas así, grandotas y caídas casi hasta la panocha. Venosas. La panza como la de una perra recién descargada. Las patas blancas y flacas, los pies deformados por ojos de pescado. Lo que más impactó a María es que se masturbaba. Pinche perra traía un dedo metido en la vagina y gemía mientras lo sacaba y lo metía. En la otra mano, como dije, llevaba la navaja. El tipo de la voz de pito se detuvo un instante para hablarle otra vez. Ahí supo María que él se la estaba metiendo por detrás. Te está gustando, a que sí putita, le dijo, y luego siguió dando y dando. Pum. Pum. Pum pum. La pinche vieja usó la navaja, primero le cortó la minifalda, que se hubiera podido quitar con sólo un botón. Y luego rasgó la blusa, de abajo a arriba. Scraaacht. Así, de un jalón. Pinche navaja bien filosa. El calzón a un lado y el sostén, diminuto, con orificios en los pezones. Los tres hombres se detuvieron. Ahhhh, dijeron al unísono. Era la primera vez que María escuchaba las voces de los tres. La vieja hizo una seña y los tres sacaron las vergas. María vomitó un poco de flemas, y del ano terminó de escurrir la sangre fresca que le helaba entre las nalgas. No le cuento los detalles, señor, pero María estaba quieta, como en otro mundo, y vio como la pinche vieja se hincó frente a ella, mostrando siempre el fierro afilado y sin sacar el dedo de su propia panocha y, desde el culo, comenzó a
lamerla. María escuchó cómo sorbía la sangre y los restos fecales, sintió cómo le metía la lengua en la vagina y luego, salivando, recorrío el vientre, el sostén de malla transparente; se detuvo un instante en las bolitas negras descubiertas, y continuó, lentamente, hasta su boca. Le introdujo esa lengua sucia hasta las amígdalas. María escuchó un jadeo profundo, profundo. Y supo, sin lugar a dudas, que ella lo había soltado. Que su abdomen se había contraído, expandido sus pulmones, y su boca, abierta, había exhalado ruidosamente. La mujer, que en ese momento, y con la cara así, cerca de María, dejaba ver bigotes, sonrío un poco y jadeó con ella. Estás bien cabrona, zorrita, le dijo la pinche vieja. No le doy más detalles, señor. Imagínese, los tres hombres continuaron dándole por los tres hoyos. La pinche vieja siguió masturbándose mientras manoseaba entre las nalgas de María. En una de esas, junto con la verga de uno de los güeyes, le metió el dedo, y todavía, la muy cabrona, que le dice, ¿no quieres miarte un tantito, aquí, en mi mano? Y María, por respuesta, volvió a gemir. Pronto, y sin que María lo notara al principio, la mujer volvió a utilizar la navaja. Primero le terminó de romper la ropa interior. María, ya encuerada, y volteada en algún momento contra el cielo, cerró los ojos. Por eso no notó cuando la mujer comenzó a rasgarle los senos. Sí, sí, comenzó desde el exterior, por debajo, hasta el centro, el área del escote. Luego se siguió derecho con la otra chichi. ¡Puta mierda! La sangre comenzó a manar con fuerza, y los cabrones, como si fueran uno solo, comenzaron a ponerle más duro, rápido, y la pinche vieja, cabrona, perra, comenzó a meterse el pinche dedo con más fuerza, y pum pum pum pum. Se vinieron todos juntos, como uno sólo. También María.
No mame, señor, no es que hubiera querido contarle los detalles. Estuvo bien rudo. Los cinco, escúchelo bien, los cinco, se vinieron al mismo tiempo. Con lo difícil que es siquiera que tu marido te espere unos minutitos. ¿Qué les cuesta a los hombres? ¿No lo cree usted? Qué lo va a creer usted si a leguas se ve que es bien macho. No, no se preocupe. Qué bueno que ya nos alejamos de los baños. Tanto tránsito. Recuerdos. Puros recuerdos. ¿Quiere saber cómo terminó todo? Pues la verdad no estoy muy segura, le digo que esto lo sé de oídas. Pero me dicen que esa mañana, que estaba algo cálida porque ya ve que los inviernos de ahora están locos, llegó el novio, y el dependiente le dijo dónde estaba su chica. Y que el tipo llegó y vio el reguero de sangre, y a María, la verdad no recuerdo si se llamaba María, pero creo que sí, en un charco de sangre, los senos desprendidos, el rostro deforme por las patadas y hasta una costilla salida. Dicen, pero no me haga mucho caso, que todavía respiraba cuando llegó el novio. Que le dio harto coraje o vaya usted a saber, porque ¿cómo saber tantas cosas de cosas que uno ni ha vivido?, y que terminó rematándola allí, clavándole el cuchillo que ahí mismo estaba, tirado a un ladito. Algunos dicen que se la clavó en la vagina porque en su interior le echó la culpa a ella porque siempre vestía sexualmente en sus citas. Otros dicen que no, que al quererle quitar el cuchillo que ya tenía clavada en el abdomen, se terminó de desangrar. Vaya usted a saber. No sé tantos detalles. Lo que sí se sabe con certeza es que el novio salió, y como era medio día, la calle de Lerdo estaba a reventar de autos, y que muchos lo vieron salir de ahí, como un energúmeno, manchado de sangre. Y que detrás de él, el dependiente, un hombrecito bajo y pulcro, salió a perseguirlo para que le pagara lo del baño turco. ¿Usted cree? Qué bueno que ya nos alejamos de ésos baños que tan mala fama tienen.
Otra vez silencio incómodo entre conductor y pasajera. Ella se apena pero ya no puede remediarlo, hace mucho que no cuenta historias por mero gusto de contarlas y, cuando tiene oportunidad, su boca se descose como medias de abuela. La incomodidad de ambos es un subterfugio, y lo saben. Deben sentirse así por mucho que ella piense que es necesario contar esas historias y no sentirse mal por ello. El taxista, por su lado, sabe que de esas historias hay muchas en esta ciudad, y quisiera que todos las supieran; además, de ser una persona real, el taxista ya hubiera escuchado ese léxico una y mil veces en otras mujeres. Pero es necesario que se sientan mal, y son obligados a ello por las palabras. De la misma forma, por las palabras, son obligados a voltear a su izquierda para descubrir que están cerca de una de las torterías más famosas de la ciudad, la que hace esquina con Sor Juana. Ambos se dan cuenta que si esto fuera un viaje real, el orden de las historias sería otro. Resignados, siguen su rutina. Conductor aprovecha un alto para ofrecer a mujer una revista. Es universitaria y tiene en la portada una colmena con abejas. Es la única lectura que traigo, dice hombre. Ella accede y pasa las hojas una tras otra hasta que encuentra un texto que parece interesarle:
Las funerarias en la calle de Lerdo de Tejada, Toluca. Resignificación del urbanismo y la muerte en la sociedad mexiquense. Alejandro León Meléndez Resumen En la calle de Lerdo de Tejada se ubican, desde inicio del siglo XX, la mayoría de las funerarias de la ciudad de Toluca. La ocupación de una de las principales avenidas con estos espacios proponen la visión única del habitante toluqueño (demostrando su complejidad) sobre la muerte y el encuentro con lo cotidiano. Lejos de esconderse, se ostentan como una negación de la visión tradicional del habitante del Valle. Este tratado abundará sobre las condiciones particulares de este fenómeno.
I La historia de la ciudad, como en muchos otros casos, y en eso debemos asimilar que la ciudad de Toluca no es distinta, se ve atada a la historia de una sola calle. Y, aunque en donde reside el dios Tolo existen otras calles con historia, como la ahora llamada Silviano García, otrora Calle de las Víctimas porque por ahí pasaron aquellos indígenas que fueran a ser fusilados en la -por eso- llamada Plaza de los Mártires, no es de esta calle de la que quiero hablar. Por supuesto, la calle que nos ocupa es la de Sebastián Lerdo de Tejada, que si se observa en un mapa parece cortar en dos la capital mexiquense, el lado derecho y el lado izquierdo, el lado antiguo y el lado moderno, el lado agresivo y el lado amable. Pero tampoco de la historia de esta calle es de lo que trata este texto. Aquí se explicará, según acentuó Osorio Ostoa (1976), cómo esta serpiente urbana no sólo es delimitante de las dos ciudades que son Toluca, no sólo que su historia está atada a la propia historia de la ciudad (Fernández Garcíareyes 1996), sino que esta calle es símil, por su personalidad, de la propia personalidad toluqueña. Cambiante y estática, ligera y pesada, desgastante y alentadora. Espantosamente fea y con sorpresas arquitectónicas rayanas en la belleza discreta (Leon Meléndez 2009). Apestosa y proveedora de sabores que se multiplican. El toluqueño, al igual
que esta calle, puede ser una serpiente que atemoriza, pero que guarda en sus escamas el secreto del colorido.
II Una nota casi al calce, puesto que no es intención de este autor hacer de este pequeño tratado un aburrido texto con datos fríos y duros, sino que convide a su lectura, es una invitación a probar las famosas tortas ubicadas en la esquina de Sor Juana, en donde se podrá descubrir en persona lo que he dicho arriba de los sabores. Tortas de mole verde, chile macho, bombas, pavo, salchicha y muchas cosas más. Lo que sí es intención del presente texto es desentrañar la importancia de la coexistencia de las muchas funerarias en una de las calles más cosmopolitas y conflictivas de esta ciudad. Y, a pesar de que estas líneas surgen por petición universitaria y deben ser por demás serias, el que tengamos que reconocer que las funerarias de la calle de Lerdo, al mismo tiempo que centros de reunión para sobrellevar los momentos de pesadumbre por la pérdida de seres queridos, son, también, las mejores sanwicherías de la ciudad, es de importancia capital. Así es, las funerarias de Toluca han sido mudos testigos de las despedidas más soslayables lo mismo que de las despedidas de los hombres que han hecho de este estado lo que es. Pero negar que los sandwiches que ahí se hacen son los mejores de la entidad sería algo imperdonable. Retomemos a las funerarias de esta calle como vórtice de la historia toluqueña y como motivo de la recreación del ciudadano de raíces matlatzincas, otomíes y tlahuicas. Se dice que desde la año del Caldo (Sánchez Chávezmaya 1969) las funerarias ubicadas en la calle que nos ocupa son proveedoras de personalidad y de reconocimiento mundial, por los servicios extraordinarios que en muchas ocasiones han llegado al extremo de la discreción. El fallecimiento de
importantes personalidades se ha visto beneficiado cuando, por medio del uso de la fuerza en muchos casos, la noticia se acalló para el bienestar de los deudos.
III Esta enorme discreción, lograda en gran medida por que esta calle fúnebre se conecta directamente con los Palacios municipal y estatal, no puede compararse con la famosa indiscreción de las, también famosas, taquerías toluqueñas. Muchas de las cuales, hay que decirlo, están en, por supuesto, la calle de Sebastián Lerdo de Tejada. Y también hay que aclarar que estas taquerías son las de mayor raigambre cultural en toda la ciudad. Si bien es cierto que en los últimos lustros la calle de Venustiano Carranza se ha hecho famosa por que allí se ubican taquerías para la clase media alta, en la calle de Lerdo de Tejada las taquerías tienen una dimensión monumental, no sólo por sus húmedos sabores, sino porque allí han sucedido las más inverosímiles historias de amor, de desamor, y me atrevo a decir que ahí, frente a un taco de buche, nenepil, carnitas, pastor, se han tomado las decisiones más importantes para el curso histórico del país. Se sabe que, luego del funeral de la esposa del anterior gobernador del estado (el funeral se llevó a cabo en Lerdo, por supuesto), el presidente de la república, quien había venido a dar sus condolencias, pasó a consumir unos tacos de guisado (justo a un lado de la funeraria) donde decidió sobre la reforma educativa del país. La calle de Sebastián Lerdo de Tejada, que atraviesa de este a oeste como si atravesara el alma de una cultura ancestral en dos, suma a su importancia la aportación económica para el crecimiento estatal y de la ciudad. La funerarias en este sentido son ejemplo de negocios de crecimiento desproporcionado incluso en épocas de crisis (Olvera Núñez 2005). En un inicio se les puede comprender como procuradoras de empleo. Según el informe de Expansión Universitaria (http://expansiónuniversitariaconhambre.com) el negocio de las funerarias en la
ciudad ha crecido en un 5% anualmente desde hace una década, pero que las funerarias ubicadas en calle de Lerdo han crecido en promedio un 7% anual. Esto es "debido a un incremento en los fallecimientos de los habitantes de Toluca, sobretodo los correspondientes a la violencia urbana, siendo los asesinatos de mujeres los que más han prodigado crecimiento a este sector de la industria" (Íbid). A este informe le falta proporcionar un dato importante: una parte esencial de estos asesinatos suceden dentro del primer cuadro de la ciudad. Lo que significa que, una vez recogido el cuerpo, es muy sencillo llevarlo a una de las funerarias cercanas: las de Lerdo. Sobretodo porque la diversidad de servicios ofrecidos por estas empresas abarca todos los niveles socioeconómicos, todas las necesidades religiosas (gracias a Dios) y todos los gustos, desde lo más mundano hasta lo más kitch.
IV Este crecimiento económico que repercute en la posición de la ciudad y del estado, también favorece a las industrias satélite. Una de ellas, y que creo no ha sido mencionado aquí, es la industria alimenticia de paso. Por un lado las ya mencionadas torterías que ofrecen servicios culinarios a los deudos cuando éstos tienen un fallecido diurno. Otra es la ya también mentada industria taquera, que ofrece sus servicios no sólo a deudos, también a alcoholizados hasta cerca de la una de la mañana, hora en que tienen permiso de funcionar. Otra de las beneficiadas es la industria sandwichera (también comentada) que salva del hambre a los dolientes durante casi toda la noche, casi todas las noches. Al final están las cantinas, también beneficiadas de la derrama económica mortuoria, que lo mismo se ubican en esta extraordinaria calle. Lerdo, a pesar de su silencio nocturno, es una avispero de actividad económica discreta, sobretodo en cuanto a prostitución travestida se refiere. Pero no es asunto de este ensayo hablar de las
actividades sociales del toluqueño que habita cerca o en la calle de Lerdo, sólo de la importancia de sus funerarias con respecto a la personalidad del habitante. Pero basta de funerarias. Hablemos de otras cosas para comprender el fenómeno de la invención toluqueña. Así es, Toluca ha sido un hervidero de invenciones importantísimas para el desarrollo del ser humano. Tomemos como ejemplo las funerarias, que fueron invención toluqueña, según consta en el Anuario Deportivo y Social del diario la Luna de Toluca (1915). Este dato no es muy claro, pero se supone que en esta ciudad, al ver que existían los muertos, y había una necesidad por velarlos, inventaron el servicio de velación católica, judía y mahometana (aunque este último no funcionó del todo, puesto que la historia de la ciudad nunca se ha registrado gran actividad mahometana). Este es un dato que trataré de desentrañar a continuación, según la información recabada durante la investigación para este tratado: Las taquerías toluqueñas nacen de otra actividad social y económica importante históricamente, las pulquerías. Aunque hay quien dice que por pura lógica las pulquerías devinieron en cantinas, a mi no se me ocurre ninguna razón para pensar en esta tontería. Y la verdad, como yo se habrá notado, no quiero ni hablar de las cantinas y mucho menos de las funerarias, sólo de las torterías/taquerías/sandwicherías no porque crea que son importantes para la recomprensión e invensión del habitante promedio de la ciudad. Sino porque sólo de éso tengo ganas de escribir. No importa que la universidad me propusiera un ensayo sobre personalidad y funerarias en la calle de Lerdo.
V ¿De qué estaba hablando? Ah, sí, de funerarias. Las funerarias de la calle de Lerdo de Tejada evolucionaron gracias a las taquerías de la zona. Según el informe presentado por no recuerdo quién (19-y-tantos) los que pusieron la primera funeraria en Lerdo lo hicieron allí porque vieron que había un chingo de
taquerías en la zona. Se dice que dijeron: "ira, aquí hay hartos tacos, si ponemos el negocio en esta calle, seguro que podemos salir a comer todos los días tacos de distintos sabores" (Hernández Guzmán 1999) (no, creo que Ariceaga Arreola 2010). Esto sólo tiene un significado natural. Los procesos de comprensión del desarrollo económico y social de las funerarias, digo de las cantinas, digo de las torterías y taquerías y sandwicherías ubicadas a todo lo largo de la calle Sebastián Lerdo de Tejada promoverán una de las nuevas invenciones manufacturadas en Toluca. Así es, tal y como proponen los investigadores del futurismo mexiquense, Moreno Villada (1980) y Suárez Chimal (1979), la evolución de las funerarias en esta calle terminará en un híbrido socioeconómicocultural: las funetortetaquerías. Donde podrán comerse varios itacates de un bocado. El muerto al hoyo y el hambriento a la mesa. Evitándose con esto el molesto papeleo que significa recoger al muerto por navajazo en la cantina, al muerto por indigestión en la taquería; lo mismo que se podrá saciar el antojo tortero durante el velorio. Ya no lo dicen los investigadores arriba mentados, pero podemos imaginar la escena: al centro, el féretro, alrededor, en lugar de sillones, mesas. En el caso de funerales pobretones, éstas pueden ser de lámina cartablanca. En el caso de otros clasemedieros, las mesas y sillas serán de madera y manteles coloridos (morado y negro, por aquello del luto). Al fondo, la sartén chisporroteando grasas. A un costado del féretro, la rezandera. En el ínter, meseras con pluma en mano y delantal manchado. En voz alta el rosario. En voz baja, la radio con cumbias. Todo esto continuaría reproduciendo, en microcosmos, lo complejo y variado que es el macrocosmos de la calle en cuestión.
Pasajera cierra revista y la devuelve a conductor. Gracias, le dice, pero no está de ánimos de leer más. Y en eso, el autor no tiene mucho que ver. Piensa que debe llegar al otro extremo de la avenida y entregar su trabajo y el día parece avanzar a grandes zancadas, mientras que el vehículo no avanza a pesar de los esfuerzos del hombre por introducir su pequeño automóvil entre enormes camiones. Mira a la derecha y una casa llama su atención por el perfecto colorido. Un hombre vestido de negro, botas militares, morral al hombro abre la puerta de madera y se introduce en la casa con rápidos movimientos. De esa casa yo conozco un rumor, añade hombre, y valiéndose de su cualidad de personaje ficticio, habla en formato de guión, esperando que el lector disculpe semejante atrevimiento, pero apela a que comprenda que no es su culpa sino, una vez más, de un autor irreverente:
El descarriado Cómic Vigilante Lerdo No. 4 Título: Preparativos Guión: Alejandro León Meléndez Personajes: En este número sólo aparecerá Víctor. Acotaciones: Víctor estará solo en todo el número. El texto de cada cuadro es el diálogo interior del personaje. En algunos casos serán diálogos largos, con separaciones de párrafos, por lo que se propone al artista colocarlos a un lado del cuadro, y no arriba como se acostumbra. En otras ocasiones se propondrá un sólo texto para toda la página.
PÁGINA 1 Cuadro 1 ESCENA: La casa de Víctor Vigilante desde el exterior. A pesar de que atardece sobre la calle de Lerdo de Tejada, observamos perfectamente la combinación de colores ocres de la fachada iluminada con la tenue luz solar. En la fachada, el número #910. TEXTO: Ojalá esta vez fuera tan sencillo como parece. Lo deseo. Todo está preparado y sólo deberé esperar unos minutos más antes de salir de casa. Sólo deberé confirmar que todo sigue su curso y que enfrentaré al descarriado tal y como lo planeé, fuera del restaurante. Sólo deberé tener afilados los sentidos. Y podré matarlo.
Cuadro 2 ESCENA:
Desde la ventana superior de la fachada asomamos al interior. La habitación de Víctor. La penumbra se rompe con el haz de la última luz diurna que se introduce hasta el piso. La habitación como ya la conocemos: vacía salvo por la computadora al centro, que está encendida. Al fondo, en la puerta, y sólo su sombra, Víctor. TEXTO: Asesinarlo. Es tan sencillo elegir a quién matar en estos días. Ojalá no lo fuera. Que la primera parte de mi trabajo fuera difícil, que me quitara las ganas de hacerlo. Pero no. Es tan sencillo.
PÁGINA 2 Cuadro 3 ESCENA: El ojo de Víctor. En el iris se refleja la computadora.
Cuadro 4 ESCENA: La mano de Víctor. Entre sus dedos una nota periodística doblada. TEXTO: Es tan sencillo.
Cuadro 5 ESCENA: Ambas manos sostienen el papel. No se distinguen las palabras ni siquiera del encabezado. Pero es evidente que se trata de la nota roja: una foto maltrecha con el cuerpo de una mujer desnuda sobre piso de azulejo. TEXTO:
El problema es la espera. Sin nada qué hacer comienzan los recuerdos. Los buenos y los malos. En mi caso son la misma cosa.
PÁGINA 3 TEXTO PARA TODA LA PÁGINA: Asesinar es malo. Tampoco lo disfruto. Tengo que hacerlo. Me gustan muchas cosas. Las tardes anaranjadas de Toluca. Las campanas de la catedral al anochecer. La ceremonia de izado de bandera por las mañanas en la Plaza de los Mártires. Los apodos para esta ciudad. Los cuerpos de mujeres que traen en la sangre genes indígenas. La ciruela pasa. Uno o dos cigarros al día. No me gustan muy pocas cosas. La mierda. Algunas personas que son malas. La comezón en el empeine cuando llevas zapatos ajustados. No me gusta matar. Tampoco los recuerdos de un asesinato.
Cuadro 6 ESCENA: Víctor se sienta frente a la computadora.
Cuadro 7 ESCENA: Del bolsillo de la chamarra, saca su portacigarrera de metal.
Cuadro 8 ESCENA: En la mano izquierda, un cigarro sin filtro.
Cuadro 9
ESCENA: El cigarro en la boca y el encendedor. La flama retorcida se acerca al cigarro.
PÁGINA 4 Cuadro 10 ESCENA: Recuerdos de Víctor. Una taquería sobre Lerdo. La entrada es iluminada por el cono de luz de la farola exterior. Un tipo sentado en la banqueta y recargado contra la pared. TEXTO: Por ejemplo, aquella noche que asesiné en una taquería de esta misma calle. Me arriesgué mucho, pero lo hice bien. El descarriado comía ahí todos los jueves por la madrugada. Usé un disfraz discreto.
Cuadro 11 ESCENA: Recuerdos de Víctor. Interior de la taquería. Una mesa metálica, dos platos con tacos y los brazos de dos personas sentados uno frente al otro. Cervezas. Cajetillas. TEXTO: Esa vez también fue muy sencillo. Me acerqué a ellos. Eran dos, pero sólo uno era mi objetivo. Hablaban a gritos y decían que en esta ciudad eran los únicos chingones.
Cuadro 12 ESCENA: Recuerdos de Víctor. La mesa y los dos hombres. Atrás, la espalda de Víctor, que aparentemente consume sus tacos contra la barra de madera.
TEXTO: Sus gritos eran una demostración de todo aquello que carecían: valentía, decencia, sentido común. Incluso capacidad de pelea.
Cuadro 13 ESCENA: Recuerdos de Víctor. Uno de los hombre se levanta. TEXTO: Fue tan sencillo como esperar a que se levantara uno de ellos. Fingí que yo también me levantaba.
Cuadro 14 ESCENA: Recuerdos de Víctor. El hombre que daba la espalda, Víctor, se topa de frente contra el hombre que se ha levantado. TEXTO: Perdón señor, le dije. Pero el hombre no estaba dispuesto a disculpar mi supuesto error.
Cuadro 15 ESCENA: Recuerdos de Víctor. El hombre de la mesa lanza un puñetazo contra el rostro de Víctor, quien lo elude. TEXTO: Intentó atacarme, el muy imbécil.
Cuadro 16 ESCENA:
Recuerdos de Víctor. Una navaja en la mano de Víctor
Cuadro 17 ESCENA: Recuerdos de Víctor. La navaja se clava en la yugular del oponente.
PÁGINA 5 Cuadro 18 ESCENA: La flama alcanza la punta del cigarro, encendiéndolo. TEXTO: Todos en el lugar se levantaron generando un alboroto. Yo me escabullí sin problemas. Caminé una cuadra y entré a esta mi casa. Esta calle de Lerdo tan inverosímil.
Cuadro 19 ESCENA: Víctor sentado frente a la computadora. El cigarro entre sus dedos de la mano izquierda. Los de la otra mano sobre el teclado. TEXTO: Ahora debo esperar. Es el momento de revisar el calendario de este descarriado. ¿Quién lo diría?
Cuadro 20 ESCENA: La nuca de Víctor y la pantalla del ordenador. Un calendario se despliega. TEXTO:
Unas palabras coquetas con la secretaria de mi próximo asesinado, y soltó la plática. Unas cuantas veces de charlar, una promesa de salir a cenar, y en sus palabras pude deducir las claves de su correo electrónico, que me dio acceso a la agenda.
Cuadro 21 ESCENA: El humo del cigarro difumina los ojos de Víctor. TEXTO: ¡Mierda!
PÁGINA 6 Cuadro 22 ESCENA: Víctor se ha levantado y deja tirada la silla detrás de sí. TEXTO: El maldito ha cambiado su agenda. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Acaso sospecha algo?
Cuadro 23 ESCENA: Víctor inhala el cigarro. El rojo ardiente del tabaco impide ver del todo su rostro. TEXTO: Tranquilízate, Víctor. Si revisas el correo electrónico, puede que sepas qué sucede.
Cuadro 24 ESCENA:
La parte trasera del monitor. Detrás, una vez más Víctor atiende. Hay humo de cigarro. TEXTO: Está bien, está bien. Le ha escrito a su secretaria para que cambie sus planes. Aún se verá con su amante, pero más tarde. El problema es que no sabe ni él ni a qué hora ni dónde será la cita.
Cuadro 25 ESCENA: En la mano de Víctor, el cigarro se ha consumido casi a la mitad. TEXTO: Resulta que el muy cabrón tiene jefes. Y le han pedido se reúna con el secretario de cultura de manera urgente.
Cuadro 26 ESCENA: La ceniza del cigarro cae junto a la bota izquierda de Víctor. TEXTO: No sabía que los funcionarios de cultura tuvieran cosas urgentes en sus manos.
PÁGINA 7 Cuadro 27 ESCENA: El lado izquierdo de Víctor. Reflexiona. Está sentado y tiene la espalda enconchada. Al fondo, por la ventana, podemos observar las luces exteriores. El cigarro. TEXTO: Por lo que entiendo, no canceló la cita con su amante. Sólo la ha aplazado.
Esto es una mierda, pero puede que me resulte mejor. No tengo ganas de cancelar el plan sólo porque las cosas han cambiado. No podría dormir esta noche, ni mañana, hasta que pueda llevar a cabo el asesinato. Pero mi plan consistía en enfrentarlo a la puerta del restaurante Biárritz, cuando saliera. Ahora mismo hay maquinarias destrozando las viejas banquetas para construir otras nuevas, lo que facilitaría mi escapada. Si resulta que, debido a la llamada de su jefe, decide saltarse la cena romántica e ir directamente a la cama de su noviecita, entonces tengo otras oportunidades. Incluso de llevar a cabo el asesinato sin tanto posible testigo. Pero no es suficiente. El descarriado podría no dejar en claro la dirección de su novia. Podría escribir el correo a su secretaria mi amiga y decirle: Comunícate con ella y dile que la veo en su casa a tal hora. Y yo me quedo sin la información que necesito. No tan fácil como pensé al principio. Tal vez este es el trabajo que me haga difíciles las cosas.
PÁGINA 8 Cuadro 28 ESCENA: La sonrisa, desde el lado izquierdo. El humo. TEXTO: Aunque no lo creo.
Cuadro 29 ESCENA: Recuerdo de Víctor. Un automóvil de lujo estacionado frente a un portón de madera. Adelante del vehículo, el chofer. TEXTO:
Ya antes he debido improvisar. Como la vez que el descarriado no se movió de posición dos horas después de lo planeado.
Cuadro 30 ESCENA: Recuerdo de Víctor. Del portón sale un hombre elegantemente vestido. TEXTO: Cuando por fin dio visos de cambiar su posición, ya todo se había modificado. La gente y los horarios, el sol, el tránsito.
Cuadro 31 ESCENA: Recuerdo de Víctor. El hombre elegantemente vestido sube al automóvil. TEXTO: Debí considerar que aquel hombre no era dueño de su propio tiempo. No lo hice. La cagué.
Cuadro 32 ESCENA: Recuerdo de Víctor. Está recargado en una esquina disfrazado de mendigo. Al fondo, el hombre elegantemente vestido señala algo con el dedo a su chofer. Como diciendo, "vámonos de aquí". TEXTO: La espera extra me había agotado, sobretodo mentalmente. Debí actuar con rapidez.
Cuadro 33 ESCENA:
Recuerdo. Víctor mendigo cruza la calle, el auto avanza hacia él.
Cuadro 34 ESCENA: Recuerdo. El auto arrolla a Víctor mendigo
PÁGINA 9 Cuadro 35 ESCENA: La mano de Víctor apaga el cigarro en la suela de su bota. TEXTO: El dueño del vehículo, asustado, exigió a su chofer que saliera a ver qué había sucedido.
Cuadro 36. ESCENA: La colilla sin filtro entre la yema del pulgar y la uña de dedo medio. Está a punto de ser lanzada. TEXTO: Por supuesto, el descarriado al que iba a asesinar era el chofer. Lo esperaba con un picahielo.
Cuadro 37 ESCENA: Desde el exterior de la casa (ya ha anochecido), la colilla vuela a través de la ventana. TEXTO: Murió sin tanto alboroto. Huí sin tanta bronca.
Cuadro 38 ESCENA: La pantalla del monitor. Una lista de correos electrónicos. TEXTO: La maldita espera me mata. Tengo todo listo. Nada más se trata de saber dónde podré asesinarlo.
Cuadro 39 ESCENA: La mano derecha de Víctor. Juguetea los dedos junto al teclado. TEXTO: Afuera, la vida pasa. Y yo espero.
Cuadro 40. ESCENA: Víctor se ha levantado, ahora sólo empujó la silla para atrás. TEXTO: Si no pudiera asesinar hoy, no dormiría varias noches. El insomnio no me hace bien.
Cuadro 41 ESCENA: Víctor avanza hacia la ventana. TEXTO: Podría
comenzar
a
matar
a
Ja, no soy bueno para hacer chistes.
todos
aquellos
que
me
caen
mal.
PÁGINA 10 Cuadro 42 ESCENA: Recuerdo de Víctor. Un hombre frente a su lap top, en un restaurante. Una taza de café. Un mundo alborotado a su alrededor. TEXTO: ¿Por qué viene ahora a mi cabeza aquella historia del empresarucho que embosqué por Internet?
Cuadro 43 ESCENA: Recuerdo de Víctor. El rostro del empresario iluminado por la computadora. Ojos muy abiertos y la comisura del labio ligeramente curveada, en una sonrisa que se asoma a fuerzas. TEXTO: Fueron semanas, sí, semanas de charlar con él en un foro sexual de Toluca. Lo convencí de que era una chica, ni tan guapa ni tan fea.
Cuadro 44 ESCENA: Recuerdo de Víctor. El ojo del hombre frente a su lap top. Atrás, en el mismo restaurante, con otra computadora, Víctor vestido de traje. TEXTO: Pero sí bastante caliente. Le dije, mi esposo viaja mucho. No tengo amigos. Necesito a alguien.
Cuadro 45 ESCENA:
Recuerdo de Vítor. El hombre cierra su lap top. Víctor hace lo propio. TEXTO: Hasta que lo cité en un motel en Tollocan, en la salida de la ciudad.
Cuadro 46 ESCENA: Recuerdo de Víctor. El hombre sale del restaurante, frente al cual hay un vehículo. TEXTO: Todos los diálogos que sostuve con él por Internet, fingiéndome mujer, delataban su perversidad. Era un ser humano horrendo.
Cuadro 47 ESCENA: Recuerdo de Víctor. Está en su auto y las luces de la calle lo iluminan. Va concentrado. TEXTO: Lo seguí todo el camino. ¿Por qué? No lo sé. Pero el desgraciado hizo una parada en un edificio.
PÁGINA 11 Cuadro 48 ESCENA: Recuerdo de Víctor. Sus ojos son iluminados por el reflejo de luces que le llega por el espejo retrovisor. TEXTO: Sabía que no fallaría a la cita conmigo. Pero me dio curiosidad, ¿para que´se detenía? No tardó mucho en bajar.
Bajó acompañado de dos niñas. Sus hijas.
Cuadro 49 ESCENA: Víctor asoma por la ventana de su casa. Observa la ciudad como si mirara un punto fijo en la nada. TEXTO: La niñas lo abrazaban, lo besaban. Todavía lo seguí. Dos cuadras más adelante dejó a sus niñas en otra casa. Era el padre amoroso modelo.
Cuadro 50 ESCENA: Apoyada contra el marco de la ventana, está la mano de Víctor. La derecha. El reloj es notorio, aunque no alcancemos a distinguir la hora. TEXTO: Recuerdo que miré mi reloj y supe que tenía tiempo suficiente para llegar a la cita en el motel de Tollocan. Ya no lo seguí. No pude hacerlo.
Cuadro 51 ESCENA: Víctor da la espalda a la ventana y recarga ahora su cadera contra ella. Adivinamos que sus brazos están cruzados, en actitutd pensativa. TEXTO: Lo bueno es que asesino sin contrato y no le debo nada a nadie. Me olvidé del asunto.
PÁGINA 12 Cuadro 52
ESCENA: El perfil del rostro de Víctor. Los ojos cerrados y la cabeza un poco gacha, recarga la barbilla contra su pecho. TEXTO: Ahora no sucederá lo mismo.
Cuadro 53 ESCENA: La misma escena anterior salvo por dos detalles: los ojos empiezan a abrirse, la cabeza comienza a levantarse. TEXTO: Ni dejaré de matarlo. Ni me olvidaré del asunto.
Cuadro 54 ESCENA Lo mismo: los ojos un poco más abiertos, el rostro un poco más alzado. Sólo un poco. TEXTO: Lo que hizo este hombre no puede perdonarse.
Cuadro 55 ESCENA: Un poco más abiertos, un poco más levantado. TEXTO: Me hierve la sangre.
Cuadro 56 ESCENA:
Los ojos completamente abiertos. El rostro completamente levantado. Por primera vez observamos los detalles de su rostro. Las cicatrices, la falta de cabello en un lado del rostro, el color miel en los ojos. Todo lo que ya sabemos de él. TEXTO: ¡Vaya! Creo que ya llegó el correo esperado.
PÁGINA 13 Cuadro 57 ESCENA: Desde arriba. Inclinado sobre la computadora, Víctor lee. La silla a un lado. TEXTO: Mierda. Otra vez será muy sencillo. La reunión terminó sin contratiempos. Dile a mi chica que me vea en el museo. Dile a los guardias que se tomen media noche libre. No vengas a trabajar mañana. Lo dicho, será muy sencillo.
Cuadro 58 ESCENA: Es de noche afuera. La puerta semiabierta de la casa. El número #910. La bota de Víctor asoma a la calle. TEXTO: Hay muchas cosas que me gustan. Una de ella es tener la suerte de mi lado. Y, con suerte, llegaré antes que la amante al museo. Lo asesinaré sin contratiempos.
En el siguiente alto quedan a merced de una procesión que entra por la esquina de Pino Suárez para dirigirse más adelante, a la funeraria. Conductor y pasajera deciden no presionarse por el tiempo que les robarán el féretro y los dolientes. En cambio, deciden preguntarse qué sucederá, cómo habrá muerto y quién habrá muerto. Saben una cosa al respecto de esa posible historia: tendría que ser un acto escénico, y se les cumple:
Los personajes se dirigen al lector Escena 1 Tres o cuatro sillones en la habitación. Fueron mullidos y, aunque la imitación de piel ha sido teñida para verse mejor, es obvio que han tenido mejores tiempos. Un ataud, un Jesús crucificado de mediano tamaño y lámparas de pie que hacen las veces de veladoras. Una cassetera. Luz tenue. Una puerta de cristal, con letras grandes que evidencía Funerarias Lerdo, velatorio 4, permitirá la entrada y salida de los personajes. Antes de la tercera llamada se escucha, quedamente, música. Rolas del rupestre mexicano. Vestida de luto, se asoma Camila, mujer en sus cincuenta, por la puerta hacia afuera. Trae una bolsa muy grande. Está ultimando la despedida de alguien; agradece nuevamente las bendiciones recibidas y por fin, luego de observar cómo se aleja, entra al velatorio. Mira la sala vacía. Ha llorado largo rato e intenta hacerlo de nuevo pero le resulta imposible. Tiene los ojos secos. Se decide a caminar pero no tiene a donde ir: primero va al ataud, besa a quien está dentro y luego cierra la tapa; la vuelve a abrir. Anda hacia la cassetera y apaga la música, la enciende, la apaga al fin. Va hacia un sillón y se sienta. De su bolso saca una revista de modas o espectáculos. Se siente incómoda y cambia de lugar una, dos, tres veces. Por fin se pone a leer y, segundos luego, comienza a llorar. Del fondo del pasillo se escuchan voces masculinas. Camila interrumpe el llanto y, más porque las lágrimas le estorban que por mantener una compostura, se limpia. Se acerca a la puerta pero pegada al ataúd. Ésta última acción sí tiene la intención de disimular su interés por lo que se escucha afuera.
Juan (off): La neta está bien cabrón carnal. ¿Se lo dices tú? Yo no puedo.
Rodrigo (off): Ya te dije que no le pienso decir ni madres. ¿Ya la viste? Está destrozada hermano, no la hagas. ¿Cómo le digo yo? Se murió el viejo y cómo va a tener cabeza para otra cosa. Juan (off): Pues mira, yo no tengo ninguna necesidad de decirle nadita. Tú eres el mayor, así que te toca. No pienso hacerlo. Ni madres. Rodrigo (off): ¡Shhh! ¿Ya oiste? Juan (off): ¿Qué? Rodrigo (off) ¡Shhh!, te digo. Cállate. Juan (off): Yo no oigo ni madres. Rodrigo (off): Por eso Juan, puro silencio. No hay nadie adentro. Juan: ¿Cómo?
Camila avanza hacia la puerta y se asoma.
Camila: (luego de un silencio corto) ¿Rodri? ¿Juanito?, Ya decía yo que escuché algo afuera. ¿Ya terminaron? ¿Van a entrar a quedarse otro rato con papá? Rodrigo (off): Yo no hermanita. Se me acabaron los cigarros. Orita regreso. Camila: ¿No fueron a eso? Juan: (entrando) No carnalita, fuimos nomás a dejar a la prole. Camila: Pero dijeron que luego de dejar a mis sobrinos iban poir cigarros. Juan: Pus sí, pero es que... (al ver el interior del velatorio) ¿Y la gente? Camila: ¿La gente? La gente ya se fue. Vieron que ustedes no estaban y dijeron para qué me quedo. Si ni los hijos están. Y yo, como no valgo como presencia... Juan: Ya bájale Camilita, bájale. No manches. ¿Y los Sigüenza? Camila: Se fueron. Que mañana es día de trabajo. Juan: ¿Y don Severo? Ese güey ya no trabaja.
Camila: Dijo que mañana era día de visitar a su mujer, que nos encuentra en el panteón. Ya vez que papá y él compraron los predios uno junto al otro. Juan: Sí, y ora su mujer y papá van a quedar de vecinos (sonriendo), con eso de que don Severo siempre fue tan celoso. Camila: Sí, y hasta le siguió haciendo reclamos incluso años después de muerta doña Emelia. Que si una vez le echaste el ojo a mi vieja, que si ella te sonrió aquella vez en la tienda. Juan: Pero, ¡qué cabrón don Severo! Mira que dejarte sola así, ¿qué no nos pudo esperar un ratito nomás? Camila: ¡Un ratito! ¡Si se tardaron tres horas! Pues qué, ¿fueron hasta Tenancingo o qué? Además, fui yo quien le dijo al anciano que se fuera a dormir. Se estaba quedando dormido en aquel sillón. Juan: Si claro, pero todavía hace un mes se las amanecía con el viejo en la casa, echando chelas... Camila: Mi casa. Juan: ¿Qué? Camila: Mi casa. Quiero que desde ahora todos ustedes digan que es mi casa, o digan que es la casa de papá, pero no quiero que digan que es casa de ustedes. Juan: ¿Qué mosca te picó carnala? Yo nomás dije en la casa... Camila: Sí, lo dijiste así, en la casa. Como generalizando que es la casa de todos, y no es así. Es la casa de papá, y él quería que yo me quedara con ella. Juan: Pero ahí vivimos un chingo de tiempo. ¿Cómo quieres que no le tenga aprecio al terruño? Si digo la casa, así, generalizando, es porque así la siento. Pero no te la vamos a quitar, Camila, tranquila.
Camila: No, si ya sé que no me la van a quitar. No van a poder hacerlo. (Silencio). Nomás quiero que me tengan ese mínimo de respeto. Yo la cuidé tantos años como atendí a papá; yo trapeé sus pisos, sacudí los ricones y saqué la mugre de debajo de la estufa todos esos años. Yo la pinté por adentro una y otra vez... Juan: ¡Nosotros te ayudamos a pintarla! Camila: ¡Un par de domingos! Además, ese no es el punto. Juan: ¿Y cuál es el punto? Camila: El punto es que ustedes tienen planes, y no me han dicho nada de nada. Juan: ¿Planes de qué? Camila: ¿Y yo que carajos voy a saber? ¿A poco crees que no los escuché hablando allá afuera? Algo que no quieres decirme, que le dijiste a Rodrigo que me dijera porque era el mayor. Juan: Yo no sé... Camila: ¡Yo soy la mayor! Juan: ¿Qué? Camila: Yo nací antes que todos ustedes, carajo. Es a lo que me refiero. Por una vez... Juan: Camila, ese no es el punto, tienes que hablar con... Camila: ¡No!
Entra Rodrigo sin ser visto, se queda parado junto a la puerta de entrada.
Juan: Es que... Camila: ¡Es que ni madres! Soy tu hermana mayor; y soy quien dejó de hacer su vida para que tu hermano y tú tuvieran una; y soy quien no estudió el secretariado que quería mamá que hiciera; y soy quien cuidó al viejo de su pinche asma, y su pinche artritis, y su pinche hernia, y su
pinche cáncer; y soy quien los atendió los domingos que se acordaban que papá existía, quien te preparó tus tortas de papa y compré las cervezas de Rodrigo, y quien aguantó el futbol en la televisión que ustedes y mis sobrinos querían ver en lugar de charlar con el viejo, como le dices; y soy yo quien quiere que le digas ahorita mismo qué chingaos están planeando, y que te da tanta tirria decirme. Juan: No es tirria, es... Camila: ¡Lo que sea! Juan: No te encabrones, carnalita. Camila: ¡Camila! Juan: No te enojes, Camila, es que, es que... Rodrigo: Es bien fácil, Camila, nos vamos al otro lado. ¿No te lo imaginabas siquiera? Camila: Nada más quería escucharlo de ustedes. De alguno de ustedes.
Telón
Escena 2 El mismo escenario. Juan duerme a pierna suelta en uno de los sillones. Rodrigo fuma mientras observa el interior del ataud. Camila está sentada lejos de Juan y Rodrigo. Su rostro es otra vez el de alguien que ha llorado.
Rodirigo: Pinche viejo tan cabrón. Te fuiste y ya. Camila: ¿Qué le reclamas a papá? Rodrigo: No le reclamo nada. Sólo me dio por decir algo obvio. Camila: ¿Algo obvio? La gente me dijo una y otra vez que apenas lo vieron hace un mes reirse, que es increíble que ahora este muerto.
Rodrigo: Sí, yo le conté un chiste hace un par de semanas... Camila: ¡Estamos hablando de lo obvio! ¡Tú pusiste el tema! Rodrigo: Si, es que... Camila: Es que es algo obvio que antes lo vieran vivo y luego lo vieron muerto. La gente se muere y para eso hay que estar vivo, ¿entiendes? Yo platiqué con él y, obvio, estaba vivo, luego dejó de hacerme caso: estaba muerto. ¿Entiendes? Primero vivo, luego muerto. Rodrigo: ¿Qué te pasó, Camila? Camila: ¿A qué te refieres? Rodrigo: A las groserías, al sarcasmo. A la forma en que trataste a Juan hace rato. Camila: (Silencio) ¿Qué voy a saberlo, Juan? Tengo miedo. Eso hace el miedo. Juan: (Viendo al ataud) Ojalá pudieramos enterrarte en Zitácuaro, con la vieja. (De regeso con Camila) ¿Miedo? ¿A qué? ¿A que papá regrese y charle contigo todas las noches? (Ríe de su intento de broma, luego se calla) ¿A la falta de dinero? Si nosotros te vamos a echar la mano. Para eso nos vamos. Camila: Se van a la mierda, Rodrigo. Rodrigo: No, no, te equivocas. Tenemos asegurada la chamba. Es una constructora, como con Vicente, ya ves que cada año regresa con... Camila: ¿Y tu hijo, Rodrigo? Rodrigo: Pues se viene conmigo. Ya está en edad de trabajar, necesitamos manos y, pues, ya sabes que no tiene cabeza para el estudio. Camila: ¿Y las niñas de Juan? Rodrigo: No, pus eso debes preguntárselo a él. Dice que se van a quedar, y ultimadamente, eso es lo mejor... Camila: ¿Y tu mujer? ¿Y la mujer de Juan? Rodrigo: Ésas se quedan. Para estar contigo y echarse la mano entre ustedes. Camila: Y un carajo. Rodrigo.
Rodrigo: ¿Por qué de pronto te dio por decir tantas groserías, hermana? No lo entiendo. Camila: No entiendes nada. Eso también es obvio. Rodrigo: Pues no, la verdad que no. Ya va a amanecer. Camila: ¿Y eso qué? Rodrigo: Digo que ya va a ser hora de llevarlo al panteón. ¿A qué hora está planeada la carro...? Camila: No está planeada ninguna carroza, Rodrigo. Te digo que no entiendes nada. Juan: (despertando intempestivamente): ¿Ya nos vamos?... (silencio y, ante el azoro de los hermanos, reacciona) Ah, ya, el viejo está muerto, carajo... Camila: ¿Ya te quieres ir? Juan: No, no, es que estaba soñando que... Rodrigo: ¿Cómo que no está planeada la carroza, Camila? Camila: No, Rodrigo. No alcanzó para nada más que para el velorio. Y ya ves... Juan: ¡Cuánto gasto! Ni siquiera hay gente aquí. Rodrigo: ¡Guarda silencio Juanito! Por una vez, guarda silencio. Camila: No, que hable, que hable. Yo no quiero decir nada. Soy como ustedes. Soy su hermana mayor, y hago lo que nos enseñaron a hacer: quedarme callada. O mejor, decir estupideces. Eso nos sale bien a todos. Rodrigo: ¿De qué estás hablando, Camila? Camila: Hablo de que mis cuñadas y yo jamás nos hemos llevado bien. Ellas no me quieren y, para ser franca, ellas tampoco me generan mucho amor. Juan: ¿Hablas de mi Silvia?
Camila: Y de Mariana. Las he recibido en mi casa una y otra vez por el bien de papá y de ustedes. No he dicho nunca nada para no generar malestares. Supongo que ellas han hecho lo mismo. Rodrigo: ¿Y eso qué? Camila: Eso significa que cuando ustedes se vayan no verán por mí, y la verdad ni siquiera las buscaré. A mis sobrinas... eso es distinto... Juan: Es solo que... Camila: Aunque sabemos que no será tan sencillo que las dejen convivir conmigo, ahora que no estarán ustedes. Rodrigo: Eso lo sabemos, hermana, pero... Camila: ¡Pero! Juan:¡Pero! Rodrigo: ¡Pero ahora que estarán solas, las tres viejas, tal vez superen sus diferencias! Camila: ¡Diferencias! ¡Rodrigo! No están aquí. Juan: Las llevamos a casa. A eso nos fuimos. Camila: Por una vez pueden encargar los hijos con sus padres o sus hermanos, ¿no? Se les murió su papá y sus mujeres no están aquí. Rodrigo: Camila... Camila: Rodrigo, Tu hijo ya es bastante mayorcito para irse a trabajar al otro lado, ¿no? ¿Por qué no se va a su casa y se cuida solo por una noche? Es más, ¿por qué no está aquí? Juan: Camila... Camila: A nadie le importa nuestro padre. Rodrigo: Eso no es cierto, hermanita Camila: ¡A nadie! Ni a ustedes. Juan: Estamos aquí, ¿qué no?
Camila: Eso es pura pose para quedar bien con, con... No sé con quién. Si nadie está aquí. Rodrigo: Bueno, a tí te importa, ¿no? Camila: ¡A nadie, dije! A nadie. Si hay alguien a quien no le importa, por sobre todas las personas, es a mí. ¡Carajo! Telón
Escena 3 En el centro, sólo el ataúd, ahora cerrado, y la cruz. La iluminación los destaca. A partir de este momento, los personajes se dirigen al lector.
Rodrigo: Esta es la historia más común. Juan: Vivimos en una capital. Rodrigo: Vivimos en una capital, y con todo, no hay chamba, no hay apoyos, no hay recursos. Juan: Vivimos en una capital. Rodrigo: Nomás esperábamos a que el viejo se muriera, y ya. Para largarnos Juan: Vivimos en una capital Rodrigo: Conocemos hartas gentes que se van de contratistas, y regresan al medio año, y descansan el medio año, y los reyes a sus hijos les traen motonetas y barcos a control remoto. Juan: Vivimos en una capital. Camila: Y no se puede andar por aquí, así nomás, siendo mujer, y esperar que todo esté tranquilo, en esta capital. Rodrigo: Bueno, cuando dije un chingo exageré. Nomás conocemos a un señor, que de paso se lleva a toda la familia, y regresa para descansar seis meses, y luego se van otra vez, y dejan a sus mujeres bien abastecidas.
Juan: Vivimos en una capital. Camila: Vivimos en la capital, y mi padre me hizo que lo cuidara hasta el final de sus días, y me dijo diario que le rezara a la señora del Carmen, que era la patrona de por estos lares, y nomás lo veía irse de cuando en cuando de putas, y regresaba ebrio y lloraba diciéndome cuánto extrañaba a mamá. Juan: Vivir en una capital no es tan chido. Digo, es que no es La Capital, así, con mayúsuculas. Es apenas otra capital. Más chiquita. Y muy pegada a la otra, la grande. Aquí las cosas no suceden. Suceden allá. Camila: Vivimos en una capital, y habitamos su calle medular. Y mi padre fue pidiedo prestado, y mi padre fue empeñando esta cosita, apenas aquí y allá. Y luego le dio diarrea crónica, y luego le dio diabetes, y luego le dio cáncer. Y yo, y yo... Rodrigo: Vivimos en la capital del desempleo, de la desidia, del frío duro. Por eso nos vamos, el Juanito y yo, y mi hijo, nomás para ver cómo es que se puede estar mejor allá. Camila: Y por supuesto, ya avanzado este siglo de computadoras y videojuegos, yo todavía me quedé a vestir santos, en esta ciudad. Y ora nomás me queda quedarme quedito, apesadumbrada, por la muerte que no me duele. Y que me duela la ausencia de dolor, sola. En una casa que, ya ni eso, será mía. Juan: Pos no sé qué decir. En verdad esta historia es la más común y corriente. Rodrigo: Pues aquí no paso nada. Y Camila lo sabe. Camila: Lo que yo sé es que me voy de putas, como mi padre, o al revés. Juan: Nos vamos de esta capital, fría, desempleada, anquilosada por la fe. Camila: La casa me la quitan en unos días. Rodrigo: La verdad es que no quiero saber nada. Juan: La verdad es que ni me importa.
Camila: Allá afuera, pasando ese umbral rentado, los autos pasan a toda velocidad. Es por la hora. A las tres pe eme los autos se atestan. A las tres a eme, los autos no tienen freno. Pero, abrumada o solitaria, la calle sigue. Rodrigo: La vida sigue. Juan: Las ganas siguen. Camila, Juan, Rodrigo: Pero ya no aquí.
Por fin la procesión se desvanece dejando espacio para que los automóviles avancen, sin embargo autobuses y alguna camioneta de redilas se roban los carriles disponibles y el caos regresa de inmediato Hombre cambia de tema. Una coladera expuesta, un estorbo más en su lento camino, y una cantina a su izquierda lo hacen recordar algo. Me contaron una historia que contaba la gente sobre alguien más, un señor. ¿Se la cuento, señorita?, pregunta. Ella voltea a mirarlo con ojos de ¿tengo otra opción?, y asiente. La sonrisa en su rostro se ve natural, pero es forzada. De manera arbitraria, las nubes se arremolinan en el cielo, oscurecen todo y dejan paso a una de esas tormentas características del Valle, poderosas pero que duran solo diez minutos, tiempo suficiente para enmarcar esta historia:
Tampoco tengo mucho que perder I La vida se ha tornado una constante, una linea recta. Desde el fallecimiento de mi esposa e hijo en aquel alud camino a Coatepec, no tengo grandes razones para continuar la vida. Me refiero a que no tengo ya obligaciones más allá de la renta a finales de mes. Claro que la tristeza me invadió cuando la noticia, y por algunos meses anduve la vida cabizbajo, ensombrecido, como imagino lo hacen la mayoría de los que han perdido a alguien. Pero mi vida siempre ha sido solitaria: no tengo noticia de mis padres y crecí en una casa hogar donde no puedo decir que eché raíces; así que, a los pocos meses del derrumbe que matara la familia que había creado, me levanté y dije: a trabajar. Y así sigo hasta hoy. No tengo sueños de grandeza en tanto que ya no soy un jovencito. Tampoco albergo una necesidad especial por morir, en tanto que no soy tan viejo. No necesito una nueva pareja, porque ya tuve una y con una basta. No necesito dejar memoria genética de mi existencia porque ya lo hice una vez, y no funcionó. Esto lo cuento no por el afán de buscar simpatía entre ustedes, sino para dejar constancia de quién soy. Tal vez lo único que pido es que no se me tome por loco porque, aunque no se crea lo que estoy por relatar, mis acciones sí pueden ser consideradas las de un hombre sin sentido común. Pero debe entenderse una cosa y solo una: mi razón de existir está en la existencia misma. Vivo porque se me concedió vida. Y el tedio de las tardes y las noches, y la perspectiva de hacer lo mismo día a día me llevó a involucrarme en esta historia. Y esta historia me obliga a dejar constancia de que existo, de que tuve esposa e hijo. Y aunque ya dije que no albergo especial deseo de morir, si eso llega a suceder en las próximas horas espero, al menos, no morir del todo. Hace una semana conocí a este hombre. Plena época de lluvia. Y debo decir que la de este año ha sido particularmente larga y problemática porque
empezó antes de tiempo y el día de hoy, cuando están a punto de quitar los adornos nacionales, continúa. Las zonas costeras han anunciado inundaciones y las tormentas siguen arribando una tras otra. Y esta ciudad tan alta, insólita, que no está preparada para las contingencias, se ha anegado una y otra y otra vez. Los encharcamientos han sucedido principalemente en la calle de Lerdo de Tejada, donde se encuentra la cantina en la que a diario entro a tomar mis una o dos o tres cubas al finalizar la tarde. Lugar donde todo inició. Esa noche llovía de verdad, pero no era la primera vez. Contra la puerta metálica del local el agua golpeaba y desde dentro parecía un pleito callejero. Llevaba una cuba extra a la acostumbrada porque además del frío, tenía pantalones y calcetines mojados. Era tarde entre semana, y la mayoría de los habituales se habían ido a casa a enfrentar sus propias existencias. Sólo quedábamos el cantinero y yo, y manteníamos el silencio cómodo de los que se conocen y de nada sirve hablar para seguirse conociendo. Fue cuando el hombre entró. Era alto, llevaba gabardina y sombrero de fieltro que puso sobre el perchero de la entrada. Giró a la barra e hizo un leve movimiento de cabeza a modo de saludo. El cantinero y yo correspondimos de igual modo. Ni decir que jamás imaginé que esta entrada tan común y corriente entre los que entran a una cantina, es decir sin bombo ni platillo, fuera a modificar mi día a día. ¿Quién pensaría, pues, que de pronto, tras un rato el hombre volteara a mí y me dijera a bocajarro que necesitaba alguien como yo? No sabía a qué podía referise con aquello de "alguien como usted"; no me conocía. Y por lo que entendí el cantinero, quien pudo haber dado referencias mías, tampoco lo había visto en su vida. En el rato que el hombre llevaba en la cantina había pedido algo y ni siquiera alcancé a escuchar qué porque estábamos sentados a tres lugares de distancia, porque la radio vieja transmitía música desdentadamente, porque yo estaba al tanto solo de mis asuntos.
Le sonreí. Imaginé que debería vérmelas con un borracho de ésos que irespetan el silencio de los demás. "¿Cómo soy yo?", le pregunté para no ser descortés. "De su edad", me respondió, "de su complexión, alguien que no se vea afectado por el frío o el agua, sobretodo el agua". Sonreí otra vez, pero esta vez fue una sonrisa natural. "Usted qué sabe", le respondí, "estoy pidiendo otra y otra porque no quiero salir al viento frío, al chaparrón de allá afuera". Porque no quiero llegar a mi casa solo, pensé, pero eso no se lo dije. No había reparado en el hombre hasta el momento en que giré mi silla para preguntarle cómo era yo. Debí contenerme para impedir que se notara mi sorpresa en el gesto. Nada extraordinario tampoco ver un rostro modificado por una media parálisis, pero en aquel momento no lo esparaba. Hebras de cabello blanco escurrían agua hasta mojar su chaqueta gris, tan raída como mi ropa, como la ropa de todos los que se asoman a esos lugares. La mitad de su cara estirada por la parálisis. La otra, arrugada. No pude adivinar su edad. Él también sonrió, pero su cara se tornó desagradable. Esta vez no pude contener mi expresión y el hombre lo notó porque agachó el rostro, giró hacia la barra, apuró su vaso y, luego de un silencio, volvió a hablar, esta vez viendo hacia la colección de botellas frente a él. "Tengo dinero. No es mucho, algunos ahorros y parte de mi jubilación. Tampoco es que espero hacerme rico con esto. Pero verá que no tengo mucho por perder". Después, con un gesto llamó al cantinero y pidió otro vaso de lo que bebía. Volví a sonreír, pero fue más un acto reflejo y personal. "Tengo trabajo", le aseguré. Él sujeto hizo un chasquido con la lengua. "Esto sería nocturno", reviró. "Y se trata de demostrar algo. Quien sabe, tal vez le interese". No me importó dejarlo hablar. Quién sabe, igual y lo que tenía que decirme me interesaba. "Si me deja pagar las siguientes, le explico de qué se trata todo. Si no le gusta, si me cree un loco, si no le interesa se larga y me deja con mis cosas", me
dijo. Yo intenté negar con la cabeza, iba a argüir que era tarde entre semana, que la cantina estaba por cerrar, pero el cantinero se adelantó levantando los hombros: "No tengo prisa por cerrar". Supongo que también necesitaba que le contaran una historia diferente. Y yo tampoco tengo mucho qué perder. "¿Ha oído de los muertos?", me preguntó. Yo asentí y negué con la cabeza. En ese momento algo me dijo que debía pagar la cuenta y salir de prisa. Una de esas sensaciones que nacen en la boca del estómago y no debieran ignorarse. Pero no pude hacer caso a mi instinto, la curiosidad y las ganas de divertirme un rato fueron más fuertes. Hoy todavía no sé qué tipo de decisión fue aquella. El hombre se detuvo un rato, como si reconstruyera la frase ambigüa que acababa de decir. "Me refiero a los muertos de Lerdo", me dijo. Entonces, de su cintura sacó un periódico doblado por lo largo y lo puso frente a mi, junto a mi vaso, con gesto triunfal. No vi el periódico. Fue el cantinero quien lo tomó. Alcancé a ver que se trataba de una publicación de nota roja. De ésos que en la portada traen la foto del atropellado, la mujer con tres balazos en el hígado, el detalle de una navaja incrustada en la nuca y charcos de sangre. "Me niego a continuar escuchando, y me niego aún más a aceptar la invitación de alguien que desconozco", le dije mientras estiraba la mano. Solté mi nombre. El sujeto tardó un momento en comprender, tomó mi mano y soltó el suyo. Ninguno de los dos vale la pena repetir aquí: el mío por intrascendente, el de él porque estoy seguro es inventado. Muertos en la banqueta de enfrente, un periódico arrugado, fotos explícitas y un hombre con intención de pagar las cubas, me atrapó sin mucho esfuerzo. "No", le dije. "No he escuchado hablar de los muertos de Lerdo". "Yo sí", terció el cantinero mientras señalaba una nota del periódico. "Los ahogados, van tres esta semana".
El sujeto asintió con la cabeza. "Tres esta semana y muchos los años anteriores. Cada año, cuando la lluvia, el río cobra vida".
II Salí de la cantina diez minutos después que aquel hombre. La lluvia había cesado por fin, pero el frío no y parecía que mi ropa y cabellos iban a congelarse. De algún lugar entre los edificios surgía una luz que, azulada, anunciaba el amanecer. No importaba, había decidido no ir al trabajo; me declararía enfermo. Llevaba en la bolsa de mi saco un sobre con algunos billetes. Como me anticipara el sujeto, no eran muchos, pero había prometido otros tantos una vez concluido el trabajo. Creo que estaba muy borracho cuando estreché su mano por segunda vez para cerrar un trato de locos. Durante el corto trayecto al departamento no pensé en nada. Me asoló la idea de entrar, tomar un baño y tirarme a dormir. Sin embargo, una vez que hube concluido el ritual y me encontré cobijado hasta la cabeza, no logré conciliar el sueño. Tenía al sujeto prendado de mis pensamientos. Común y corriente, salvo por la parálisis, era otro solitario a punto de perder su conexión con la realidad. Esta ciudad no se escapa a la existencia de mendigos y predicadores callejeros, y creí que mi nuevo amigo estaba a caballo entre ambas categorías. Si seguía dándome dinero, quedaría en la calle. Si seguía hablando como hablaba, terminaría frente a la catedral con discursos sobre viejos demonios desatados por la desidia y soberbia humanas. Quedé dormido cerca del medio día. El sueño que me asaltó revivía algunas de las imágenes en la cantina. El hombre entra, un saludo somero y un ofrecimiento de trabajo. Luego las historias del río Verdiguel y de la Señora del Agua, antigüo mito matlatzinca, revueltas en una sola. La mujer era agua y ayudaba a los habitantes de la región. Llegó la
conquista y, de un balazo español, creyeron dar muerte a la mujer. Pero no fue así. Y ya iniciado el siglo veinte la ciudad decidió entubar el río contaminado que la atravesaba. Con esto, había dicho el hombre, terminaron por confinar a la dama de agua. Pusieron arriba una calle que nombraron Lerdo de Tejada, calle que serpentea como río, que divide en dos la ciudad. Por eso furiosa, cada año, con la fuerza de las lluvias, la Señora de Agua hace boquetes en paredes de concreto, se come a pedazos alguna casa, engulle un automóvil y, cuando tiene mas coraje, empuja cualquier coladera y sorbe al peatón que anda desprevenido. Mi imaginación aportó otras imágenes al sueño. Tenía frente a mi una noche oscura, como si ni las estrellas, ni las farolas, ni las luces de los automóviles existieran. Llovía y sólo podía ver a unos centímetros de la cara rayones blancos que laceraban el aire, no había horizonte. El ruido ensordecía, era como cubetas y cristales y láminas y látigos y gritos y aullidos y... Me desperté sobresaltado, una película de sudor cubría mi frente y manos, pero otra vez hacía frío. Las cortinas traslúcidas me permitieron descubrir que anochecía. El hambre me llevó a la cocina solo para confirmar que el refrigerador estaba vacío y el montón de trastes sucios despedía un olor desagradable. Por la ventana confirmé que aún no llovía, pero las nubes negras ya se vislumbraban. Con chamarra extra y botas de trabajo salí a buscar algo qué comer. Tenía dinero extra en mi bolsillo y podía darme un lujo. Pensé en alguna taquería elegante. Además tenía tiempo de sobra antes de mi cita con el hombre. Apenas llevaba unos pasos cuando decidí regresar al departamento por la vieja cámara de mi hijo. Pensé que tal vez no tendría tiempo de volver después por ella, pero eso no era cierto, la verdad es que una vez más me invadió un presentimiento. Tuve el deseo de no salir de casa al menos hasta que la temporada de lluvias acabara. No le había dicho al sujeto dónde vivía, el cantinero tampoco estaba al tanto. Podría hacerlo. Sin embargo, me dije que en realidad el viejo estaba chiflado, y si quería una foto, una foto le daría. Como dije antes, ya
había cerrado el trato y no pensaba retractarme. También me dije que cualquier instinto en contra era pura imaginación mía. Los sueños de la tarde fueron producto del alcohol, me tranquilicé. Tuve que abrir varias cajas, revolviendo sus contenidos, antes de encontrar el aparato. No es la mejor cámara del mundo, todavía funciona con película, pero mi hijo la había ganado en un concurso escolar y era su orgullo. Tan pronto como volví a salir comenzó a llover. Primero fue un ligero golpeteo de gotas que en segundos se convirtieron en el chaparrón acostumbrado de las tardes. Alcancé a tomar un taxi que sorteó charcos y gente y me llevó prácticamente seco hasta mi primer destino. Quería comer con calma, pensar en lo que estaba por suceder.
III Lo primero que hice fue pensar en la noche anterior. Tenía el estómago lleno y me había trasladado con algunos esfuerzos hasta una cafetería cercana. No me gustaba el lugar, las sillas eran incómodas, había demasiado rojo en la decoración y la música era repetitiva. Corazones, conejos y mariposas eran una constante, los había en forma de servilleteros, de cucharas, y los había colgados por todas partes o pegados contra los cristales del cancel. La chica que me atendió estaba más entusiasmada en hablar por celular y voltear a ver el reloj. Hablaba con su novio, a quien le contaba una y otra vez el cuento de la amiga que no era su amiga. Yo era el único cliente y, por como se veía la calle, no entraría nadie más hasta que escampara o hasta el día siguiente, que era decir lo mismo. Para mala suerte de la chica había pedido el café más barato de la carta pues no me interesaban mezclas de leches o chocolates o espumas y no quería galletas ni pasteles. El charco y las huellas que dejé al entrar tampoco fueron de su agrado. Lo único que me gustaba del lugar era que no se podía fumar. El ambiente limpio, el aroma del café y el agua a través del cristal, e incluso la perorata de la jovencita
y la música melosa me tranquilizaron un poco. Lo primero que hice, entonces, fue pensar en la noche anterior. "La he visto", me había dicho el hombre. Y yo hice mueca de que no le creía porque así era. Hacía rato que el cantinero había sacado una botella de ron y la había puesto frente a nosotros, asegurándonos que podía cobrarla al día siguiente. También nos había dicho que le gustaban las historias de accidentes, suicidios o asesinatos, pero no las de demonios, porque le daban miedo. Así que se había metido a la trastienda donde al parecer tenía el camastro en que dormía. "Le juro que la he visto, por esta", reiteró el sujeto, "y no una, ni dos, sino tres veces". Yo le dije que sin pruebas la gente podía creerle a medias. "La gente podrá creer que usted cree que la ha visto. Dirán: 'ese viejo borracho cree haber visto un demonio del agua, está loco'. Es más fácil que le crean que ha visto un fantasma o un duende o un ovni, porque todo el mundo ha visto al menos una vez alguno de ellos. Además, ésos aparecen en la televisión, pero no los monstruos prehispánicos", le dije de corrido. El hombre sonrió con esa mueca a la que ya me estaba costumbrando. "Para eso lo quiero a usted", insistió, "para que tome la foto de la Señora de Agua". Me quedé pensando un rato. Era evidente que creía en sus propias palabras. A ésas alturas ya estaba involucrado con el hombre, le había pedido que contara su historia sólo para divertirme un rato, así que creía estar en deuda con él. "¿Y cómo le haríamos?", pregunté. Su respuesta fue: "Usted confíe". Entonces estreché su mano y le dije que teníamos un trato. Me dio el sobre, y quedamos para el día siguiente, a cierta hora de la noche, durante la lluvia. Mientras pensaba en esto y me bebía la taza de café en aquel lugar no pude sino darme un regaño en silencio. El hombre estaba loco, y yo más por hacerle caso y por tener presentimientos extraños. Pero la aventura nocturna que estaba por correr parecía más bien divertida, y podría darme tema de conversación con el cantinero.Y en una de esas, me dije, a lo mejor el hombre de
verdad está loco y ya no lo dejaron salir del manicomio. Creo que me reí en voz alta, porque la chica detuvo su charla con el novio y volteó a verme. Apresuré a pagar. Salí ya sin preocuparme por el agua. De todas formas, esa noche pensaba empaparme.
IV "Me alegra que usted me crea", me dijo el hombre. Para mi sorpresa sí acudió a la cita. Llevaba un impermeable negro, de plástico corriente. Era más bien ligero y no creo que le cubriera gran cosa. Imaginé que debajo llevaba el mismo traje raído de la noche anterior. En lugar del sombrero de fieltro una capucha de lona cubría su cabeza. Nos quedamos de ver afuera de la misma cantina. Yo llegué poco antes para beber mi acostumbrada cuba y lo encontré dentro. Bebía en silencio, en el mismo sitio de la barra de la noche anterior. Nos saludamos con un frío apretón de manos, bebimos un vaso cada uno y, ante una seña de él, salimos a la calle. El cantinero nos observó largo rato, por sobre las cabezas de la clientela, mientras salíamos. Desconozco si la noche anterior alcanzó a escuchar de qué trataba el negocio. Caminábamos por la calle de Lerdo de Tejada en la misma dirección del flujo de automóviles, que no había desaparecido por completo, cuando me dijo aquello de que yo le creía. Fueron sus primeras palabras de esa noche. Respiré hondo y dije las mías: "No sé si le creo". El hombre no sonrió. Yo tampoco. Hasta el momento he tratado de mantener en este relato un tono objetivo. Claro que conté los dos momentos en que creí sentirme invadido por un mal presentimiento, pero me parecieron importantes porque fueron emociones reales, aunque mi naturaleza incrédula me hizo dudar de ellas. Recalco esto porque lo que estoy por contar debe ser comprendido de la misma manera. Hablaré de lo que vi, lo que viví, lo que sentí. Ignoro si todo eso fue producto del alcohol, de la necesidad de creer en algo, de la influencia que este hombre ejercía en mí o fue una malinterpretación de mi cerebro. Tampoco me importa.
La lluvia había atenuado y durante algunos minutos incluso parecía querer descansar. Mi amigo se movía decididamente. Caminamos Lerdo arriba hasta llegar al teatro. Se detuvo y señaló un poste que estaba ladeado. "La primera vez que la vi", me dijo, "yo estaba parado junto a ese poste. Tenía problemas para encender el cigarro que me ayudaría a soportar el frío. Mucho viento y agua. Acababa de pasar el primer automóvil del día: una patrulla con las ruedas lo suficientemente elevadas para sobrepasar el encharcamiento". El hombre guardó silencio para tomar aire. "De esto que le estoy contando tiene ya unos diez años. Yo todavía era suficientemente joven para reaccionar con entereza..." Creo que no alcancé a escuchar el resto del relato. En ese momento la precipitación arreció y me moví en dirección de la pared más cercana. El hombre me siguió distraídamente, mientras seguía hablando de un muchacho, una bicicleta, un torrente poderoso y súbito. Al parecer, la corriente formada por el agua había tirado al ciclista y lo había arrastrado. "Eso suena a accidente", le confesé. "¿Qué le hace pensar que fue una mujer de agua?" El hombre sacó una cajetilla de cigarros y me ofreció uno, encorvándose para evitar que el agua la mojara. Yo negué con la cabeza. "Qué bueno que no fuma. Yo he intentado dejarlo, pero ya para qué". En aquel momento no puse atención a sus palabras y más bien lo observé en sus repetidos intentos por encender el cigarro. Al final el tabaco quedó irremediablemente mojado y desistió lanzándolo al arrollo que se había formado en la orilla de la calle. Yo insistí con mi comentario: "¿qué le hace pensar que no fue un accidente?" "Muy poco en realidad", me respondió mientras iniciaba de nuevo la andanza, "yo también me imaginé que había sido un accidente en ese momento, y esperé paciente a que el muchacho se levantara, pero no lo hizo". Y calló unos segundos. Ahora caminábamos en dirección contraria. "Observé al muchacho y a
la bicicleta alejarse cada vez más, y más y, de pronto, en aquella esquina que ve usted, un par de brazos se formaron con el agua, lo abrazaron y engulleron". No quise indagar más. Mi impresión fue muy clara. El hombre no había hecho nada por ayudar al ciclista, y su cabeza solitaria convirtió la historia en un hecho paranormal, exculpándose. No sabía qué esperar aquella noche. Estaba impacientándome. La caminata Lerdo abajo se había extendido demasiado. El frío era apenas soportable por el movimiento continuo. Los automóviles eran cada vez más escazos y peatones hacía rato que no veíamos. Nos alejamos del centro de la ciudad para acercarnos en cambio a la zona industrial. Era evidente que la lluvia no cedería en un buen rato, pero tampoco se vislumbraba una tormenta tan poderosa como para lo que necesitaba mi amigo. Poco antes de llegar al inicio de la avenida, donde esta se curva para convertirse en otra calle, donde la vieja estación de trenes se oscurece, el hombre se detuvo. Iba a contarme algo pero una ataque de tos se lo impidió. Traté de ayudarlo dándole golpecitos en la espalda, como había hecho otras veces con mi hijo, pero él se negó. "El cigarro", aclaró. Poco después, ya tranquilo, sostuvo: "Y aquí, señor, la vi por segunda vez".
V Habían pasado cinco años desde el incidente con el ciclista, que casi había olvidado por completo. Esa casa que está ahí es una reconstrucción porque la Señora del Agua, cuerpo de serpiente y todo, salió de aquella coladera para destrozarla a golpes. Yo la vi. Era de madrugada. Iba borracho, es cierto, pero ver aquello me quitó el entumecimiento del cerebro. Con la cola golpeaba los viejos cimientos, y el adobe de la pared principal cedió al poco rato. El terror que aquella imagen me inspiraba me quitó todo el aliento y con ello la posibilidad de gritar y delatar mi presencia como testigo. El rostro de la tlanchana era el de un monstruo
deformado por la ira, el coraje, la desesperación. A ratos transparente, a ratos turbio, a ratos de lama, todo su cuerpo era una corriente incesante de agua con basura, hierbas, animales muertos que expulsaba por la boca en un vómito continuo que se deslizaba sobre sus senos de mujer y sobre su cola de serpiente y volvía a formar parte de su cuerpo. Luego, una vez concluida su labor, cuando ya los restos de la casa rodaban con la corriente, la mujer se tranquilizó y observó satisfecha su labor. Fue cuando mi entumecimiento desapareció y llegaron a mi todos los olores desagradables, los ruidos del destrozo, y lancé un pequeño gemido de dolor. Creí que la vida se me iba. Aquel demonio notó mi presencia y giró su cabeza hacia mi. Ahora tenía un rostro hermoso, casi angélico, y el agua que lo formaba era transparente, no así el resto del cuerpo que se mantenía opaco por la mugre del río. El corazón se detuvo algunos instantes y creí que moriría de un infarto antes de ver cómo era destrozado por el demonio. No tuve esa suerte. Continué con vida y ni siquiera me desmayé. La Señora de Agua se mostró sorprendida primero por mi presencia, luego su rostro volvió a convertirse en el de un demonio y se lanzó con la fiera intención de atacarme, pero algo la hizo recapacitar. Se detuvo a unos centímetros de mi cara, me observó con deleite y sonrió. No sé si me perdonó la vida porque estaba satisfecha con el destrozo reciente, o porque disfrutó más el terror que me embargaba. Desde entonces mi rostro está paralizado.
VI Guardé silencio largo rato. El relato, aunque corto, había resultado de una intensidad sobrecogedora. Su rostro paralizado se había construido y deconstruido mientras me narraba aquello. Los brazos se abrían y cerraban para representar las acciones de lo que había sido testigo. De pronto me dio miedo estar en aquel lugar mal iluminado, solitario, en el abandono.
Recordaba la noticia en los periódicos de la casa echa añicos por la fuerte lluvia. De hecho, guardaba un ejemplar de ese día en mi casa. Esa noticia y la muerte de mi familia se disputaron el encabezado. Las lluvias allá mataron a mi gente, recuerdo que pensé, las de aca destrozaron casas y ni una víctima. Mi cerebro me decía que aquel hombre estaba loco, que había sido testigo de una pequeña catástrofe y una vez más su conciencia lo había transformado en un hecho paranormal. Pero mi corazón, que latía desordenadamente, me convencía de lo contrario. Comenzó a faltarme el aire y sentí que mis piernas se doblaban. El frío se estaba volviendo insoportable por el rato que nos quedamos parados. "Vámonos de aquí", le pedí al hombre. Pero me puso una mano sobre la espalda y me dijo al oído: "Ya casi está por terminar, aguante un poco, por favor, aguante". Mientras me lo decía, la lluvia que parecía estancada en su intensidad desde hacía rato volvió a incrementar su poder. Un rayo fue a caer en un transformador que explotó al instante, lanzando fuertes chisparrajos. El ruido del trueno y del estallido me dejaron sordo por unos segundos, y pude observar cómo la calle Lerdo de Tejada, desde su inicio, se fue quedando sin suministro de luz, era una serpiente de oscuridad que avanzaba a su madriguera. Y una vez, más, al oído, me dijo: "¿quiere que le cuente de la tercera vez que la vi?". Yo apoyaba mis manos contra las rodillas en un intento por recuperar el aire que me faltaba. Negué con la cabeza. No quería saberlo. No me interesaba. Pero al hombre pareció no importarle: "Fue anoche, poco antes de entrar a la cantina en que lo encontré". Le pedí que se callara pero siguió ignorándome: "No le pienso contar los detalles, son intrascendentes. Sólo le voy a contar que, cuando la mujer me reconoció, se acercó a mi y así, como estoy ahora hablando con usted, me dijo algo al oído. Tenía una voz preciosa". Me recuperé un poco y me levanté para encararlo. Otro presentimiento cruzó mi pecho, uno que me daba cierto valor y coraje. Lo tomé del cuello y le pedí
que me dijera cuáles habían sido las palabras de la Señora de Agua. Negó con la cabeza mientras se deshacía de mi agarre: "no hablo el idioma de los antiguos matlatzincas". Acto seguido, sacó un sobre de alguna parte de entre su impermeable y me lo entregó. "Como acordamos", me dijo, y lo tomé sin comprender cabalmente lo que estaba haciendo. La cabeza todavía me daba vueltas y no sabía si atender los razonamientos de mi mente o el instinto de mi corazón. El hombre caminó hacia la calle alejándose de mi, lentamente. Al principio me daba la espalda, pero recorridos algunos pasos giró sobre su eje y me hizo una señal con la mano a la altura de su ojo bueno; era un click imaginario. Retomó sus pasos y se alejó aún más. Le pedí que regresara, que nos fuéramos de ahí. Hizo caso omiso. Había pasado muy poco tiempo, el que ocurre entre un trueno y otro en una tormenta eléctrica, entre un animal muerto y otro arrastrado por la corriente de agua que cada vez era más poderosa. El arrollo se transformó en río, una ráfaga de viento empujó algunas señales de tránsito y ladeó otros postes, queriendo arrancar mi ropa, arrebatando la capucha de mi amigo y así, de pronto, apareció. La corriente sobre el asfalto se levantó en un remolino que tenía mi estatura. Caminó como si fuera humana, o bestia, y se acercó al hombre que seguía dándome la espalda. No pude gritarle, no tenía mente ni cuerpo para actuar. Me quedé ahí, paralizado, sin saber qué hacer. Y nada hice. La calle se iluminaba a intervalos por las ráfagas eléctricas de la tormenta, deslumbrándome, enceguéciendome una vez, y otra. Todo concluyó tan rápido como había comenzado. El remolino alcanzó al hombre, lo envolvió y, por un instante, iluminada por un rayo, observé a la mujer de agua, la tlanchana, prodigándole su abrazo. Cuando regresó la oscuridad ya no había nada. La mujer, o el remolino, y mi amigo habían desaparecido.
Al mismo tiempo la tormenta amainó, los truenos cesaron y el viento se convirtió en una ligera estela. Me quedé ahí, de pie, aterido de frío y de miedo. Me quedé ahí, estupefacto, quién sabe cuántas horas, observando fijamente el punto preciso donde había visto al hombre por última vez. Nunca regresó. Cuando retomé los pasos reparé en el sobre que aún tenía entre mis manos. Sin abrirlo lo guarde en la bolsa de la chamarra y encontré la cámara de mi hijo.
VII Ha pasado una semana desde aquello. Las noticias dicen que las fuertes lluvias seguirán algunos días más. Los gobiernos han anunciado programas de protección a los ciudadanos. He tomado la decisión de buscar la fotografía que nunca tomé, porque ya me la pagaron. Porque no sé si hacerle caso a mi cerebro, que insistentemente me dice que estos recuerdos son producto del trauma, una interpretación de los hechos, que fui influenciado por la historia y sólo vi lo que quería ver. No sé si hacerle caso al instinto que me dice que todo fue cierto, que una mujer de agua, un ente prehispánico, vive entre nosotros y está molesta.
Por fin han logrado recorrer media avenida. A pocos metros se observa ya el jardín botánico que intenta dar personalidad a esta ciudad. Ella recuerda el trabajo por entregar, un guión para un programa piloto de televisión. No sabe si lo aceptarán, pero de ello depende buena parte de su vida. En los últimos años se ha visto obligada a escribir ficción por dinero, y las historias por las que le pagan distan mucho de gustarle. Novelitas rosa o aventuras lúdicas y pedagógicas, ella quisiera utilizar el teclado para matar a muchas personas, incluido el autor de su vida. Piensa en el guión que le hubiera gustado entregar:
El vitral de las aves SEGUNDO SEGMENTO. MINUTO 13 A 23. FADE IN
INTERIOR. COSMOVITRAL. ATARDECER El vitral de los hombres alados en el Cosmovitral de Toluca. Silenciosos, inmóviles en su movimiento perpetuo. La luz solar los atraviesa.
INTERIOR. ATHOS TAXI. ATARDECER. Las nucas de Mario, conductor, y de Ernesta, usuaria, permiten observar la calle de Lerdo de Tejada, Toluca. El tránsito es pesado y por momentos obliga a Mario a detenerse, lo que agita las cabezas de las tres tortugas que están pegadas abajo del parabrisas, y de la piñata con los colores patrios que pende del espejo retrovisor. Al fondo a la derecha, justo a un costado del Cosmovitral, un pequeño equipo televisivo hace algunas grabaciones: conductor, camarógrafo y técnico o productor. El ruido de los vehículos atorados ensordece un poco, y Ernesta opta por subir la ventanilla. Mario ¿Prefiere que ponga el aire, señorita? Ernesta Por favor, con este tráfico no voy a llegar a tiempo, estoy un poco tensa. Mario Tránsito. Ernesta ¿Perdón? Mario Disculpe, señorita...
Ernesta Erni Mario ¿Perdón? Ernesta Dígame Erni. Así me llaman todos. Mi exmarido, el baboso de Rogelio, mis padres, hermanos, primos. Llevamos tanto tiempo atorados aquí, charlando de tantas cosas, que necesito que alguien me llame así, Erni. Mario Muy bien, Erni. A cambio, usted dígame Mario. Así me llaman todos. Hasta los cabrones de mis hijos. Ernesta Muy bien Mario, ¿qué me iba a decir? Mario (piensa un poco) Ah, sí. Dísculpe usted, Erni... Ernesta (interrumpe lo que iba a decir Mario) Es que odio que me llamen Neta. Es el diminutivo normal de Ernesta. ¿Usted se imagina, que a alguien lo llamen Ernesta? Tal vez no fui una beba bonita, pero, ¿Ernesta? ¿Se imagina? Mario No, no lo imagino. Ernesta No se preocupe, Mario, tengo ganas de despotricar, es el tráfico pesado y la hora límite. Salí con suficiente tiempo, y mire usted... ¿Qué me iba a decir? Mario
Que no se dice tráfico, se dice tránsito. El tránsito está muy pesado. Dispense usted. Ernesta (sonríe) (en off) Vaya pues, me vine a encontrar al único taxista letrado de Toluca. Mario No se ofenda, es que llevamos tanto tiempo platicando, como usted dijo, de tantas cosas, que sé que es una mujer educada, y me tomé la licencia de corregirla. Ernesta No se preocupe. Tránsito es la palabra correcta. Mario Sí, tránsito.
NTERIOR. COSMOVITRAL. ATARDECER Los vitrales siguientes: más hombres y una mujer que vuelan. La luz del sol ha avanzado un poco, la iluminación ha cambiado. Comienza a oscurecerse. Silencio, inmovilidad.
EXTERIOR. LERDO DE TEJADA, PUERTA LATERAL DEL COSMOVITRAL. ATARDECER Osvaldo, Jovan y "Alatriste", equipo de reporteros, cambian de lugar tripié y cámara de televisión a sólo unos pasos de donde estaban al principio. Intentan enfocar mejor uno de los vitrales laterales. Llevan en sus chalecos el logotipo de Televisión Mexiquense. Los peatones pasan ignorando la cámara. Lauro pasa junto a ellos con su diablo y mercancía en una caja y empuja a "Alatriste", que es quien maneja la cámara. Lauro
¡Dejen trabjar! "Alatriste" (lo ve alejarse) ¡Lo mismo digo! Jovan ¡Endejos!
Lauro se aleja con prisa inusitada, no ve nada ni a nadie, sólo empuja su diablo y grita de cuando en cuando. Osvaldo saca de su chaleco un frasco de gel antibacterial, se echa un poco en la mano, guarda el frasco y frota ambas palmas para distribuir el líquido.
Osvaldo Ora, ya. Grabemos el pinche pie y a la chingada. Tengo que ver a mi vieja. Jovan Pus toma el puto micrófono, y no la cagues esta vez, solo es una oración, chingá, ni que no pudieras. "Alatriste" A mi me late que no puede. Osvaldo Ora, pinche "Alatriste", no jodas, que con ese apodo no puedes andar diciendo nada. "Alatriste" Es que antes usaba un sombrero que... Osvaldo Ni madres. El apodo te lo puso la ruca esa de maquillaje con la que anduvistess, dice que siempre andabass de ala caída. "Alatriste"
¡Puto Osvaldo!
"Alatriste" se lanza contra Osvaldo, jala un cable que tira del tripié. Jovan intenta detenerlos pero ve cómo se tambalea el aparato peligrosamente. En un instante resuelve salvar la cámara. Mientras, "Alatriste" da empujones con ambas manos a Osvaldo, quien responde con un golpe que yerra. "Alatriste" lanza un jab con mejor suerte contra la mándíbula. Jovan ha salvado la cámara y los separa. Osvaldo y "Alatriste" (ofensas ad líbitum) Jovan ¡No jodan!
INTERIOR. COSMOVITRAL. ATARDECER El vitral de las aves diurnas. Los vitrales laterales del edificio: la mañana, la tarde y la noche representados con cristales emplomados. Algunos detalles y hasta el Prometeo. Silencio. Inmovilidad.
EXTERIOR. LERDO DE TEJADA, A UN COSTADO DEL COSMOVITRAL. ATARDECER El tránsito avanza muy lento. El oficial hace malabares acústicos con su silbato que de nada sirven. El equipo de reporteros televisivos graba con el costado del Cosmovitral como fondo. Un camión de pasajeros que avanza en el carril de enmedio se introduce, a afuerzas, en el carril de la derecha para subir un pasaje. No logra hacerlo del todo y el pasajero baja de la acera, anda entre automóviles y sube a media calle. Cláxones y mentadas de madre; también del equipo de televisión. El athos de Mario se pierde en la multitud. Ernesta (off)
Ojalá pasara algo. Mario (off) ¿Cómo qué señorita? ¿Una bomba que destruya a los camioneros que van adelante y nos dejen el paso libre? Dios no lo quiera, señorita. Ya ve lo que pasó en Michoacán. Ernesta (off) No, algo, otra cosa. Algo que despierte a toda esta gente. A nosotros. Mario (off) Dispense usted, no la entiendo. Ernesta (off) Sí... es que... ¿Ve por las cosas que nos peleamos? Le damos importancia al camionero y al taxista y a la camioneta de guarros y mentamos madres y gritamos y hacemos más bola de todo y todos nos atoramos y eso.. eso... pus que no tiene tanta importancia, pues... Mario (off) Sí, la entiendo, ojalá pasara algo.
INTERIOR. COSMOVITRAL. ATARDECER El vitral del Prometeo. La luz del sol no lo ilumina. Sin embargo, su reflejo colorido, proyectándose frente a él, contra el piso, comienza a nacer y crece lentamente. Silencio.
EXTERIOR.
LERDO
DE
TEJADA,
ESQUINA
CON
BENITO
JUÁREZ.
ATARDECER Rubén, policía de tránsito, pita y hace señas. Con la mano izquierda sostiene el silbato; en la derecha lleva su carpeta de multas y la agita para hacer la seña de avance-avance. Recibe una mentada de madre que ignora. A su espalda, el costado del Cosmovitral, un equipo de reporteros televisivos y, entre la carga automovilística, perdido, un taxi athos. Rubén (off) Treinta minutos, sólo treinta. Voz 1 (grito) ¡Haz tu trabajo, imbécil Rubén (grito) ¡Qué tenga buena tarde ciudadano! (off) Treinta minutos, sólo treinta, y me largo de aquí. Me duele todo. Todo me duele. Yujujú, treinta minutos, sólo treinta, yujujú, ¿qué me duele? Voz 2 (grito) ¿Qué tanto baila, oficial? ¡¿No ve el desmadre?! Rubén (grito) Le deseo lo mejor, señor ciudadano. Voz 2 (grito) ¡Señor ciudadano ni que las polainas de mi abuela, retrasado!
Rubén (off) ¿Qué me duele? Ah, sí, Vamos por partes, a lo mejor así se pasan los treinta minutos, sólo treinta, yujujú, de mejor manera. Veamos: La cabeza, ¿qué me duele de la cabeza? Mmm..... Todo, de la cabeza, todo me duele, me duele toda la cabeza. Sí, todo, del cuello... Voz 3 (grito) ¡¿Qué no ve, tarado?! ¡Se me está metiendo...!
Detrás de Rubén, un vocho golpea a una camioneta pequeña. Ambos conductores salen de sus vehículos para confrontarse. Uno de ellos es un hombre bigotudo y panzón. El otro, un hombre largo y delgado. El policía de tránsito deja de hacer su trabajo. Cierra los ojos, agacha la cabeza y, dejando el silbato en su boca, utiliza la palma izquierda para fortarse la frente. Respira hondo. Toma de nuevo el silbato y lo lleva hasta su bolsillo. Mira el reloj de la misma mano izquierda. Conductores (ofensas ad líbitum) Rubén (off) Veintisiete minutos, sólo veintisiete minutos... Rubén gira sobre su eje, lanza la carpeta al suelo y utiliza la derecha para desenfundar su arma. Rubén (grito) ¡Ora sí perros pendejos! ¡Ya se los cargó la chingada! El policía de tránsito apunta con su arma. El flujo de la calle se detiene. El ruido ambiental desaparece. Todos, vehículos, transeúntes, equipo de televisión,
vendedores ambulantes, están al pendiente. Conductores levantan sus brazos, asustados. Conductor 1 Fue su culpa. Conductor 2 No, fue de él.
INTERIOR. COSMOVITRAL. ANOCHECER Prometeo y su reflejo contra el suelo. Inmovilidad durante unos segundos. Luego, poco a poco, las flamas de la proyección contra el suelo cobran vida.
INTERIOR. COSMOVITRAL. ANOCHECER El búho. Inmovilidad durante algunos instantes. Luego, el ala de cristal comienza a moverse, lentamente al principio, después logra desprenderse del emplomado que lo contiene. Un ligero crujido anuncia su libertad.
EXTERIOR. CALLE LERDO DE TEJADA, PLAZA DE LOS MÁRTIRES. ANOCHECER Lauro el diablero avanza por la calle, del lado del Cosmovitral, que ha quedado un poco atrás. En su lugar vemos la explanada de concreto, la Plaza de los Mártires. Sus ojos miran al frente, ignora por completo al resto de la calle que observa la trifulca del policía de tránsito y los dos conductores. Se detiene, observa un espacio vacío atentamente, saca una lona y la extiende en el piso. Está tan atento a su trabajo que soslaya el hecho de que los demás transeúntes no le estorban. Lauro medio baila al ritmo de sus silbidos, pero no deja de desmepacar. Lauro (silba)
A lo lejos, la pared frontal del Cosmovitral, que da a la Plaza de los Mártires. Los vitrales de los hombres voladores se mueven apenas perceptiblemente. De pronto, se escucha el encontronazo de los automóviles.
EXTERIOR.
CALLE
LERDO
DE
TEJADA,
PUERTA
LATERAL
DEL
COSMOVITRAL. ANOCHECER. "Alatriste" saca una cajetilla de cigarros, saca uno que lleva a su boca y ofrece el último a Osvaldo a modo de tregua. La expresión de sus ojos parece decir: "anda, tómalo y asunto olvidado". Osvaldo mira la cajetilla y lo piensa unos instantes, pero antes de tomar la decisión, Jovan se interpone y saca el cigarro, se lo lleva a la boca y lo enciende de inmediato. Jovan Par de putos.
Jovan está a punto de agregar algo más, pero el sonido del choque, el posterior grito del policía de tránsito los hace voltear al unísono. Jovan ¡Ora, imbéciles. agarren la cámara y muévanse!
Detrás de ellos, los vitrales de hombres, mujeres y aves se mueven apenas perceptiblemente.
INTERIOR. ATHOS TAXI. ANOCHECER Mario al volante y Ernesta en el lugar del copiloto, continúan charlando. A través de las ventanas vemos cómo la calle Lerdo de Tejada se ha oscurecido y ellos no han avanzado gran cosa. Ernesta dobla una revista a lo largo que guarda en su morral. Al mismo tiempo, Mario dobla un periódico de nota roja y lo guarda junto al
asiento. Luego los dos se voltean a ver, ríen y ambos sacan la revista y el periódico y se los intercambian. Mario Dispense usted, Erni. Yo soy el taxista; se supone que debo leer los periódicos en formato tabloide. Ernesta No, no, dispense usted, Mario. Yo soy la escritora que debería leer revistas universitarias.
Luego de un silencio incómodo, cada uno voltea al frente justo a tiempo para observar cómo el equipo televisivo atraviesa la calle, cargando tripié y cámara, rumbo al incidente del policía que ha perdido los estribos. Mario observa atento y desaprueba la actitud con un movimiento de cabeza. Mario Tiene usted razón, señorita. Algo debería pasar.
Al terminar de decir la frase, un estallido. Los vitrales junto a ellos han explotado.
EXTERIOR.
CALLE
LERDO
DE
TEJADA,
A
UN
COSTADO
DEL
COSMOVITRAL. NOCHE En cámara lenta. Los cristales multicolores vuelan, la luz de la explosión atraviesa los fragmentos para colorear la noche, las esquirlas descienden. Automóviles y peatones, también ralentizados, están a punto de recibir una lluvia letal.
EXTERIOR. CALLE LERDO DE TEJADA, PLAZA DE LOS MÁRTIRES. NOCHE Cámara normal. Lauro sonríe, contento. Silba. Al fondo, el Cosmovitral. De pronto, el estallido. Una esquirla vuela directamente y atraviesa el cuello de diablero, que no tiene tiempo de reaccionar.
EXTERIOR.CALLE LERDO DE TEJADA ESQUINA CON BENITO JUÁREZ. NOCHE Rubén amenaza a ambos conductores. La gente paralizada. Por la calle, corre el equipo de televisión. Explotan los vitrales.
EXTERIOR. CALLE LERDO DE TEJADA. NOCHE Cámara Lenta. El cielo de la ciudad de Toluca es un caleidoscopio multicolor.
EXTERIOR.CALLE LERDO DE TEJADA. NOCHE Cámara lenta. Automóviles y peatones expectantes de la explosión. Los cristales multicolores siguen volando. Cuando la primera ola de cristales golpea a gente y autos, la velocidad se recupera. Explosiones, gritos, peatones lacerados. Autobuses, taxis, camionetas son cercenados por cristales de pequeño, mediano y gran tamaño. Caos.
INTERIOR. COSMOVITRAL. NOCHE Hombres, mujeres, aves diurnas y nocturnas representadas en los vitrales han quedado libres de sus sobrantes cristalinos. Buho sacude sus alas azules y termina de lanzar pedazos de cristal inservible. Luego emprende un pequeño vuelo hacia el piso interior del Cosmovitral. Al aterrizar, destroza plantas y árboles, rompe una fuente. Se detiene. Poco a poco los demás seres bajan para reunirse con el buho, a su paso, terminan de destrozar el jardín botánico. Frente a ellos, el Protohombre, con sus llamas en acción perpetua, se desprende ruidosamente del círculo que lo contiene.
EXTERIOR. CALLE LERDO DE TEJADA. NOCHE
Hombres, mujeres, niños corren aterrados. Algunos vehículos arden en llamas y parece que los cristales nunca terminarán de caer. Cuerpos yacen por aquí, por allá. Caos.
INTERIOR. COSMOVITRAL. NOCHE Animales y hombres representados en el Cosmovitral se hincan ante Protohombre. Por los huecos vacíos de las ventanas se asoma la luz del fuego en el exterior, también se escuchan los gritos de la calle. Protohombre Nosotros. Seres (ad líbitum, gruñidos, voces, gritos de guerra). Protohombre Nosotros. Robots de otro tiempo, otra dimensión. Seres (juntos) Hemos llegado. Protohombre Para nombrar este espacio, esta era. Seres (juntos, grito) Como nuestra.
EXTERIOR. CALLE LERDO DE TEJADA. NOCHE Muerte y desolación. Algunas alarmas suenan. Ha pasado el caos. Por las ventanas del Cosmovitral salen los hombres y mujeres, las aves de cristal. A su paso, terminan de romper los muros del antiguo edificio.
INTERIOR. ATHOS TAXI. NOCHE Mario y Ernesta observan la destrucción a su alrededor. Están aterrados y se han tomado de la mano. Ambos tiemblan. Mario (susurro) ¿Ha pasado algo? Ernesta (susurro) Ha pasado.
Ambos voltean al tiempo hacia un lado. Son testigos de la salida abrupta de los robots de cristal, que vuelan con algun destino incierto para ellos. Mario (susurro) ¿Invasión? Ernesta (susurro) Invasión.
Los seres han dejado de salir por la ventana. Mario voltea a mirar a Ernesta. Ernesta (susurro) ¿Sobrevivimos? Mario (susurro) So... solo nosotros.
EXTERIOR. CALLE LERDO DE TEJADA. NOCHE
Entre los automóviles y camiones destrozados, el athos taxi de Mario. Las puertas del vehículo se abren lentamente. Mario sale el primero casi escurriéndose al exterior. Luego Ernesta. Ambos se reunen frente al coche y se toman de las manos entrelazando los dedos.
INTERIOR. COSMOVITRAL. NOCHE Protohombre observa la pequeña destrucción en el interior del recinto. Asiente. Gira su rostro sin facciones hacia la pared que da a Lerdo de Tejada. Avanza sin vacilación, atraviesa la pared generando un gran estruendo.
EXTERIOR. CALLE LERDO DE TEJADA. NOCHE Mario y Ernesta escuchan el estruendo. Cierran los ojos, se abrazan.
EXTERIOR. CALLE LERDO DE TEJADA. NOCHE Protohombre observa la calle.
EXTERIOR. CALLE LERDO DE TEJADA. NOCHE Mario y Ernesta aferrados el uno al otro. Mario deja escapar un sollozo.
EXTERIOR. CALLE LERDO DE TEJADA. NOCHE Protohombre gira la cabeza. Avanza. A su paso rompe autos como si los quemara, los derritierra con su fuego de cristal. Se acerca a Mario y Ernesta.
EXTERIOR. CALLE LERDO DE TEJADA. NOCHE Mario y Ernesta descubren que el último de los vitrales avanza hacia ellos. Ernesta (susurro) ¿Co...?
Mario asiente nerviosamente. Comienzan a correr entre los vehículos.
EXTERIOR. CALLE LERDO DE TEJADA. NOCHE Rostro sin facciones de Protohombre. Levanta sus brazos, apunta con ambos a Mario y Ernesta, los sigue mientras ellos se mueven entre los automóviles. De los brazos surge una flama que deslumbra y enceguece.
FADE OUT CORTE A COMERCIALES
Ambos, conductor y pasajera, saben que más allá del gran teatro Morelos la calle Sebastián Lerdo de Tejada se aligera un poco. Ella agradece y sabe que todavía llegará a tiempo, entregará el guion solicitado y podrá viajar de vuelta hasta su casa. Junto al teatro, conductor y pasajera observan una pareja que pelea. La jovencita da la espalda a un hombretón de piel clara y cuerpo musculoso. Si quieres contentarte con tu chica, piensa la pasajera, deberías escribirle una carta:
La culpa es de esta sed
Toluca de Lerdo, a tantos de tantos de dos mil tantos Querida Clementina:
Hoy será la última vez que me habrás visto. Te he observado dar la vuelta y alejarte, dejándome a la entrada de este enorme teatro con el nombre y la efigie de uno de los héroes del pasado de este tu país. Yo no tengo país, ni pasado, o acaso tengo demasiado pasado, y sé perfectamente que este momento será el último para nosotros porque lo he vivido en otras ciudades y en otras épocas. Que, como ahora lo sabrás, nunca fuimos nada y mucho menos fuimos pareja (esa palabra, tan de moda en el aquí, tan inútil y falsa: pareja) como tantas veces intentaste que lo dijera. No somos y no fuimos pareja porque el amor que te profesé y el que me retribuiste nunca fue suficiente para que los dos fuéramos iguales, que por muchas ganas de arrebatarte la vida y pedirte en matrimonio jamás hubiéramos llegado a la ancianidad juntos, aún cuando hubiera asistido a tus primeras y últimas arrugas, aún cuando hubiéramos resistido las diferencias (que lo dudo) y aguantado hasta el último de tus días juntos. Te alejaste enojada porque me negué a visitar la casa de tus padres para conocerlos. Cosa más simple, me dijiste, "tú que tienes este don de gente, que logras que todos volteen a verte y te quieran de inmediato, que has alegado una y otra vez tu nulo temor a las relaciones sociales". Si supieras que ese don de gente, como lo llamas, es más un acto de supervivencia animal que un acto humano. Es verdad que no ibas a presentarme como tu prometido, porque además no era cierto, jamás te pediría en matrimonio, no porque no crea en él, sino todo lo contrario, porque creo demasiado en él, y porque vengo de un tiempo en que el
matrimonio lo era todo, meta de vida y razón de existencia, la misma época que la comunicación era por carta, como he decidido comunicarme contigo en lugar de enviarte un correo electrónico o pedirte que, ya que vivimos en el siglo XXI, vivas conmigo sin ataduras religiosas o firmas contractuales. Hubiera dado mi vida, entiéndelo, por pedirte en matrimonio. Hubiera dado mi vida, escúchalo, por acompañarte mañana por la tarde a casa de tus padres, y coquetear con tu madre y alabar los negocios de tu padre y jugar un rato a los autos con tu hermano el más pequeño. Pero no tengo vida que ofrendarte, y este futuro mío es todo menos un futuro digno, nada que merezcas compartir. Ya sé que es lugar común decir que no es tu culpa, es la mía. A final de cuentas, lo que hago ahora es romper de una vez y para siempre una relación que apenas comenzaba y que daba visos de ser la más mágica de las relaciones en el mundo entero. Te lo digo yo que he recorrido ciudades pequeñas, porque me gustan pequeñas, y conocido miles de historias de amor, de ojos que se encuentran y saben que están hechos el uno para el otro, te lo digo yo que he escuchado los ronroneos de los amorosos en tantos idiomas distintos, con tantas entonaciones, que he asistido a cientos de composiciones musicales basadas en el amor correspondido, que he visto como la gente en verdad baja luna y estrellas para sus amores. Pero con todo, no es tu culpa, es la mía. Y no es la culpa del ahora, en este momento, porque no estoy poniendo de excusa mi incapacidad para el compromiso, no estoy siendo un adolescente inmaduro que huye de lo único bueno que tienen en su vida porque no sabe qué hacer. Tampoco es la explicación sobrada del extranjero y la cultura distinta. Es otra culpa, la culpa de una decisión del pasado, una ofrenda que no debí dar, pero que dí deslumbrado por el poder y la gloria. Y sin embargo, esa decisión del pasado me permitió llegar hasta aquí, hasta este tiempo y ciudad, y conocerte y saber que si tuviera un corazón estaría roto, y alegrarme porque aún tengo algo de humano en el cuerpo, sentirme satisfecho con la vida que no vivo porque pude conocerte, mujer
hermosa y merecedora de ser amada por un poeta de esos que todavía conocieron a las musas inspiradoras. La culpa es de esta sed. Porque debes saber que no puedo saciarla nunca. Que así me hicieron y vivo en la permanente lucha por satisfacer esta sucia necesidad. Porque la carne no me sabe ni me alimenta, porque las mandarinas o los mangos no me refrescan y que ya ni recuerdo su sabor, porque el alcohol no tiene efecto en mí y sólo puedo sentirme bien cuando satisfago esta sed que no debes conocer. Que no te confesé cuando caminamos por esta misma calle, la que da apellido a tu ciudad pequeña, bajo la luz de la luna, la que no te hubiera podido confesar nunca y que, de seguir tú y yo juntos, algún día descubrirías por una mancha en mi ropa, por el olor a otra persona que se me impregnaría, por el color de mis ojos que saben traicionada tu confianza, porque me habrías visto salir furtivamente por la ventana abierta en una noche fría y húmeda. ¿Cómo podría decirte que sí, que te amo, que quiero estar contigo y hacer que tus amigos sean los míos, que me interese por tu carrera universitaria o te acompañe a otros teatros, más grandes o más pequeños que este donde ahora redacto, que te haga el amor todas las noches no por el mero deseo carnal sino por la comunión de cuerpos, si de todas formas al final del día sólo quiero satisfacerme? ¿Cómo pedirte que entiendas que si no me satisfago la muerte no llega, sólo la locura, y entonces tú y los tuyos y todos los que estuvieran en nuestro círculo vital se hallarían en peligro? ¿Cómo pedirte que entiendas que no tendremos hijos nunca, porque mi semen está muerto y si estuviera vivo yo mismo mataría desde tus entrañas cualquier producto que tuviera mi sangre? ¿Cómo entenderías tú, habitante hermosa, mujer del siglo XXI, que soy un asesino porque todos aquellos de los que me alimento no pueden seguir mis horrendos pasos? No escribiré en esta carta la palabra que me describe. Desde hace siglos he insistido en no escribirla o decirla en voz alta, esperando que su ausencia haga que desaparezca esta condición. Pero no es así. Tampoco espero que me creas,
no quiero que supongas falsas las historias que nunca te conté sobre mi pasado; por ejemplo aquella en la que asistí a la toma de la Bastilla, o aquella en que fui agredido junto con otros jóvenes en la plaza de Tiananmen cuando tú todavía no nacías, o aquella otra que involucra al héroe que da nombre a este teatro, a quien conocí en persona y con quien luché en pos de los más encesitados. Una cosa puedo decirte, esta animalidad que me inunda me ha hecho aferrarme a las causas humanas. Ha sido por puro egoísmo, porque me niego a saberme monstruo y quiero ser persona. No lo soy. Te has enojado conmigo por algo tan banal. Otro amante esperaría el mensaje de texto en el teléfono celular, esperaría el correo electrónico o incluso hablaría en este mismo momento, arrepentido, para decirte que sí, mi amor, sí voy con tus padres y disculpa mi rudeza, pero para mí es la mejor excusa de alejarme, de poner espacio entre tú y yo, porque ya he vivido demasiadas décadas en este país, demasiado tiempo en esta pequeña ciudad, de irme a vivir a Shangai o a Ciudad del Cabo y esperar a que pase el tiempo y, en ochenta o noventa años, sentirme liberado porque imaginaré que ya estás muerta, que lograste vivir una vida como te la mereces, con un hombre bueno a tu lado, con hijos y nietos que llevan sangre limpia, la tuya. Y no correrán peligro de que me los encuentre en la calle y me alimente de ellos y los decapite porque habrán continentes de por medio. Por mi parte, puedo decirte que he encontrado una nueva causa humanitaria para redimirme. Durante muchos años me he alejado de los míos porque siento asco de mis orígenes. Y mi participación en luchas políticas humanas no sirve ni ha servido de gran cosa. El hecho de haberte encontrado, hermosa mujer, de haberte amado en una bella ciudad pequeña, me hace sentir más angustiado por los tuyos y los de tu especie, la misma a la que alguna vez, hace mucho, pertenecí. Ahora puedo decirte que he decidido armarme de valor y destrozar a todos los que son como yo y que pululan por toda la Tierra, como
enormes sanguijuelas. Iré por una de ellas y me desharé como los humanos se deshacen del insecto indeseable. Luego iré por otro, y por otro. Al final pueden pasar dos cosas: logro mi objetivo y sólo quedaré yo en el fin del mundo, dispuesto a suicidarme; o alguien en el camino será más poderoso que yo y me matará sin que culmine mi trabajo. No importa, en ambos casos habré sido el monstruo más humano que exista. Y, de todas formas, no podría continuar mi existencia sabiendo que tú, o tus hijos, perviven, acaso sin saberlo, en el peligro de ser atacados por alguien como yo, que busca saciar su propia sed. Y que tengas una hermosa vida. Con amor
Dejan atrás el jardín botánico y adelante se puede ver un Museo esquinado. Harta, la mujer saca el periódico que ocultaba en su bolso. Sin darse cuenta, comienza a leer en voz alta. El conductor no reclama ni interrumpe:
El misterio del asesinato en el Museo Hallan cuerpo cercenado en interior de museo "No fue acto vandálico": ASE Alejandro León Meléndez
En el patio central del Museo Jose María Velasco, ubicado en la calle Sebastián Lerdo de Tejada en Toluca, fue hallado esta madrugada el cuerpo de un hombre por responsables de la seguridad del recinto. "De alrededor de cincuenta años, con la ropa hecha jirones y muestras de tortura, este hombre fue encontrado en medio de un charco de sangre", dijo vocero de la Agencia de Seguridad Estatal, quien también aclaró que ellos tomaban el caso porque los hechos sucedieron en un recinto dependiente del gobierno estatal. Al parecer, el móvil del crimen no fue el robo, pues las obras del museo no fueron tocadas, y aunque en algunas paredes se hallaron trazos de sangre salpicada, ninguna de las piezas de pintores famosos fueron dañadas en modo alguno. "La principal línea de investigación supone que se trata de un crímen de venganza", añadió el vocero, "pues aparentemente fue salvajemente atacado con una navaja en algunos orificios del cuerpo, como el ano". Uno de los custodios del recinto dijo que un día antes del crímen el director del museo dio la instrucción de que todos se tomaran la noche libre. "Entré al dia siguiente, a las cinco de la mañana, mi hora de entrada, y lo primero que vi fue el cuerpo, la sangre; no me acerqué para ver de quién se trataba; llamé a la policía y me quedé afuera, esperándolos", dijo el testigo de los hechos.
También se informó que el director del museo no ha sido encontrado aún, pero la secretaria del mismo ha declarado que según un oficio recibido el día del asesinato, él se quedaría a trabajar hasta tarde. La misma secretaria confirmó lo dicho por su compañero de trabajo: "teníamos la instrucción de no quedarnos en el museo". Ante el cuestionamiento de si fue el vengador de feminicidios, la ASE negó cualquier conocimiento de los hechos. "No tenemos registro de ningún vengador de feminicidios, como ustedes lo llaman, y tampoco tenemos evidencia de que este asesinato esté ligado a ese hombre", dijo durante la conferencia de prensa. Agregó que la Agencia de Seguridad Estatal hará trabajo en conjunto con la policía municipal para esclarecer el asesinato, "ya sea que se trate de un personaje de cómic, o lo que sea", concluyó. Mientras tanto, el museo ha cerrado las puertas al público, hasta nuevo aviso.
Develan identidad de cuerpo hallado en museo de Toluca "Detendremos al asesino": ASE Alejandro León Meléndez
Apenas un día después del macabro hallazgo de un cuerpo asesinado en el patio central de la antigua casa que es ahora Museo José María Velazco, ubicado en la capital mexiquense, la Agencia de Seguridad Estatal, la ASE, dio a conocer que el agredido era el mismo director del recinto museístico. "No fue difícil descubrir su identidad", dijo el vocero de la institución, "desde ayer la secretaria, el guardia de seguridad y otros dos empleados identificaron el cuerpo, pero se les pidió no confirmar nada ante los medios de comunicación".
El vocero explicó que necesitaban saber si dar a conocer el nombre a los medios de comunicación afectaría o no el curso de la investigación, además de que requerían consentimiento expreso de la familia para dar esta noticia. "La ASE realiza su trabajo, busca al o a los asesinos, que pueden ser hombres o mujeres", dijo el vocero, "por el momento no tenemos nuevas pistas o no podemos darlas a concer", concluyó. Por su parte esposa y hermanos del director del museo, en conferencia de prensa, dieron a conocer su tristeza e indignación ante lo recién sucedido. "Deja dos hijos, a su madre y a mi desprotegidas", dijo la ahora viuda; a lo que uno de los hermanos del fallecido reconoció que no era del todo cierto, porque ellos verían por su madre, sus sobrinos huérfanos y hasta por la cuñada. "A nuestro parecer no existen y nunca han existido enemigos en contra de esta familia", expresó otro de los hermanos del asesinado, "nuestro hermano era quien había logrado el mejor puesto dentro de gobierno, ni más ni menos que director de museo, pero ¿para qué le sirvió?", continuó diciendo el familiar. Antes de despedirse, la familia rectificó que todos sus miembros eran gente buena y que confiaban en que la justicia mexicana haría su trabajo de manera efectiva. "Nosotros queremos sólo mantenernos recogidos para guardar el luto que procede en estos casos, no queremos salir en los noticieros o en los periódicos, les pedimos respeten el dolor de nuetros corazones", dijo la desconsolada madre.
Cerca de dos millones de pesos cuestan las pinturas del museo "No hubo ataques directos a los cuadros, pero si hay daño colateral": especialista Alejandro León Meléndez
Un millón ochocientos catorce mil cuatrocientos veinticinco pesos es el monto de la valuación más reciente de las piezas de arte que expone a los visitantes el Museo José María Velazco, recinto donde apenas hace unas noches ocurrió el salvaje asesinato de su director. "No sé las condiciones en que asesinaron a mi exjefe, que en paz descance", dijo el especialista en arte contemporáneo que labora para el mismo museo, "sólo sé que las pinturas han sido salpicadas por sangre, además de que fueron expuestas a cientos de flashazos durante el día que los peritos de la policía hicieron su trabajo aquí". Agregó que uno de los policías llegó con buenas intenciones y, al darse cuenta de que las invaluables piezas eran expuestas a la luz de las fotografías, pidió a los subalternos que las descolgaran y las llevaran a una de las salas del museo. "Según me dijeron, el cuerpo de mi jefe fue encontrado en el patio central, donde no se exponen cuadros, pero alguien decidió que las fotografías se tomarían en una de las salas de exposiciones temporales, donde sí había piezas", agregó. Del mismo modo expresó que el que las piezas fueran movidas a otra habitación, por mucha buena intención que se halla tenido, no fue lo más apto. "Los cuadros ya habían sido expuestos a las repetidas luces de los flashazos", dijo, "y mover estos cuadros requiere de un especial cuidado, no son como los cuadros que ponemos en la sala de nuestra casa". Explicó que tanto descolgarlas como almacenarlas es trabajo de especialistas, y que de todas formas, él ya ha encontrado una pieza con rastros de sangre. "No sé cómo llegó la sangre ahí, pero ese cuadro pertenecía a una exposición temporal, y por lo tanto era un préstamo de un coleccionista privado, a quien ahora tendremos que responder por el valor de la pieza".
Concluyó que el cuadro en cuestión ya está en manos de la policía, y que en los próximos días él y otros trabajadores del recinto museístico, junto con la empresa aseguradora, harán un recuento de los posibles daños a otros cuadros. Estos trabajos, además de las investigaciones policiales, harán que el museo siga cerrado hasta nuevo aviso.
Nuevos descubrimientos en el caso del director de museo asesinado "No me quieren dar la pensión": esposa Alejandro León Meléndez
Este martes la Agencia de Seguridad Estatal, la ASE, confirmó que se tienen un par de pistas en igual número de líneas de investigación con respecto al asesinato, sucedido hace una semana, del director del Museo José María Velazco de la ciudad de Toluca. "Ambas líneas de investigación", informó el vocero, "nos llevan a sendas pistas que solo requieren ser confirmadas o descartadas; obviamente una de ellas es falsa, pero no descartaremos nada hasta no estar seguros", aseveró. En conferencia de prensa se dieron a conocer ambas líneas de investigación: "Ahora sabemos de cierto que el director del museo era un hombre con varios rostros, tenía más de una mujer y creemos que estaba involucrado en un negocio ilícito de trata de mujeres", explicó el vocero. Según la ASE, a partir de estos pocos datos se siguen las dos líneas; una involucra a otra mujer, quien desde hacía varios años declaraba ser la esposa legal del hoy fenecido; la otra hace suponer a los investigadores que se trataba de un ajuste de cuentas por algún negocio no llevado a buen fin. "En ambos casos hacemos lo conducente", concluyó el vocero de la ASE, "buscamos a una mujer que hasta el día de hoy está desparecida, y tratamos de
desvelar una red de prostitución que tendría, al menos, un nodo en el Estado de México. Al intentar abordar a la esposa del director asesinado para preguntarle sobre estas declaraciones, la mujer estalló en llanto: "No sé ni me importa lo que quieran decir de ese hombre, sólo quiero hacer público que se me niegan los documentos que me acreditarían como su esposa para cobrar mi pensión; es justo, tengo dos niños que alimentar y educar". Ni la institución policíaca ni la familia del asesinado han querido hacer declaraciones sobre la existencia de un posible vengador de feminicidios en la entidad.
Giro en la investigación sobre el asesinato del director del museo. "Era un hombre enfermo": segunda esposa Alejandro León Meléndez
Luego de las declaraciones ofrecidas por la esposa del director del museo José María Velazco, asesinado hace ya casi quince días en el patio del museo que él presidía, a una cadena de televisión nacional, la Agencia de Seguridad Estatal, la ASE, asevera que muy poco de lo que esa mujer dice es cierto, o casi nada. "Esta señora no sólo ha roto el convenio que le impelía a guardar silencio en torno a los avances de las investigaciones, lo que ya de por si obstaculiza nuestro trabajo, sino que ha malinterpretado todo", dijo el vocero de la ASE al ser entrevistado por este medio. En la misma entrevista declaró que la segunda esposa del director ha sido encontrada, que se halla en buen estado de salud y que actualmente está protegida y resguardada en una de las casas de seguridad de la institución. "En sus primeras declaraciones, esta mujer ha dicho que el asesinado era un hombre enfermo de sus facultades mentales, pues tenía obsesión por ciertos
juegos sexuales que salían a los convencionales, que gustaba de realizar videos, de golpear a sus mujeres y hasta de efectuar cortes en la piel de sus amantes, además era adicto a la cocaína y la mariguana", explicó. También declaró que ahora la investigación se centra en hallar algunos de estos supuestos videos supuestamente grabados por el asesinado. "Si encontramos esta evidencia, será claro que su asesinato se debió a alguna venganza" continuó explicando, "es probable que las cosas se le hayan salido de las manos y tal vez una amante ofendida mandó hacer el trabajito". Al respecto de las declaraciones de la esposa en cadena nacional, el vocero de la ASE negó que exista un grupo de demandas por violación contra este señor: "hasta ahora no me han dicho nada al respecto, sabemos que tenía gustos extravagantes, pero nada nos hace sospechar que fuera un violador o un asesino de mujeres", dijo.
Separado del cargo el vocero de la Agencia de Seguridad Estatal "Me voy a buscar nuevos horizontes en un despacho privado": ex vocero Alejandro León Meléndez
Luego de la entrevista sostenida con este medio el día de ayer, en su oficina de las instalaciones de la Agencia de Seguridad Estatal acerca del asesinato del director del museo José María Velazco y los avances en su investigación, se repartió un comunicado informando que este funcionario público había decidido separarse voluntariamente del cargo para ocupar un puesto en un buffete privado. "Agradecemos mucho el trabajo que ha dedicado al servicio público", dice el comunicado de prensa, "sabemos que el pueblo mexiquense agradece su labor inmaculada de comunicación, pero la ASE respeta su decisión de trabajar en el ámbito de lo comercial".
Entrevistado en las afueras de su anterior oficina, mientras se despedía de excompañeros de trabajo con una sonrisa y siendo objeto de muchos elogios y cariños, el exvocero confirmó lo dicho en el comunicado: "Me han ofrecido un trabajo en uno de los buffetes más prestiguados del Estado, no puedo negarme en tanto se trata de un amigo de la familia quien me lo ofrece, y sé que desde allá seguiré sirviendo al Estado de México", dijo antes de subir a un automóvil gris con placas de Sinaloa. Cabe señalar que ni la ASE ni el exvocero respondieron a preguntas concretas sobre las investigaciones del caso del director del museo asesinado. Del mismo modo, el Museo José María Velazco, ubicado en la ciudad de Toluca que, a pesar de continuar sus labores cotidianas no ha ofrecido servicio al público desde hace por lo menos tres semanas, mantuvo sus oficinas cerradas y a oscuras y al parecer ni los trabajadores del recinto, ni los empleados de la aseguradora que valoraban posibles daños a las piezas acudieron a trabajar.
Presentan a asesino de director del Museo José María Velazco "Es un adicto": ASE Alejandro León Meléndez
Adicto a estupefacientes de diversa índole, entró a visitar el museo y al parecer se quedó dormido en uno de los rincones donde no fue descubierto ni por los miembros de seguridad ni por los administrativos, el hombre de 19 años de edad fue presentado como posible culpable del asesinato del director del Museo José María Velazco, ubicado en la capital del Estado de México. "Como puede apreciarse en este video, el hombre de pelo negro, chino, enmarañado y barba rala se declara culpable del asesinato por cuestiones de sentirse atrapado en una caserona antigua y llena de fantasmas", explicó la vocera de la Agencia de Seguridad Estatal.
"No reconocí dónde estaba [cuando desperté en el baño de hombres]", dijo el presunto homicida con la voz pastosa propia de los drogadictos y alcohólicos, "me dio mucho miedo porque creí que estaba en una casa embrujada". El hombre explicó que sus amigos lo habían dejado la noche anterior ahí, porque no podían cargarlo o convencerlo de que saliera y ya se acercaba la hora de cerrar: "Me dijeron que me fuera a la chingada y me dejaron en el baño, yo me desperté hasta quién sabe qué hora después". Durante la reconstrucción de los hechos, se dejó claro que cuando el director del museo ofreció a todos sus empleados la tarde libre fue por un asunto de caballerosidad: "Era un buen jefe", explicó su secretaria. "Por mera mala suerte el director estaba solo cuando se encontró con este hombre, drogadicto y con visiones de fantasmas", dijo la vocera. "Llevaba cristal adentro", explicó el homicida, "y la verdad cuando vi al señor director, creí que se trataba de un demonio, y me lancé sobre él, lo golpeé, saqué mi navaja y lo ataqué salvajemente, una dos, tres, cuatro, cinco, diez veces..." explicó con sangre fría el inculpado. Al finalizar su presentación el presunto homicida fue sacado de la sala, esposado, quejándose con cada paso que daba mientras cojeaba lastimeramente: "Se resistió al arresto", explicó la vocera. Luego de esclarecidos los hechos, el Museo Felipe Santiago Gutiérrez anunció que reabrirá sus puertas el próximo lunes, y la nueva administración aseveró que las adecuaciones que le han hecho al recinto serán del agrado de todos los visitantes, asi como la nueva exposición temporal.
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