Locos y dementes en la literatura cervantina: a propósito de las fuentes médicas de Cervantes en materia neuropsiquiátrica

HISTORIA Y HUMANIDADES Locos y dementes en la literatura cervantina: a propósito de las fuentes médicas de Cervantes en materia neuropsiquiátrica F.

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HISTORIA Y HUMANIDADES

Locos y dementes en la literatura cervantina: a propósito de las fuentes médicas de Cervantes en materia neuropsiquiátrica F. López-Muñoz, C. Álamo, P. García-García LOCOS Y DEMENTES EN LA LITERATURA CERVANTINA: A PROPÓSITO DE LAS FUENTES MÉDICAS DE CERVANTES EN MATERIA NEUROPSIQUIÁTRICA Resumen. Introducción. En la obra de Cervantes, la figura del orate o del loco (incluyendo en este marco ciertas patologías neurológicas, como la epilepsia) aparece como una constante, a modo de estrategia literaria, mediante la cual el autor efectúa un particular ejercicio de crítica social. Desarrollo. Esta caracterización literaria de la insania mental está dotada de unas connotaciones clínicas que hacen pensar que Cervantes poseía unos conocimientos de medicina nada desdeñables, que posiblemente procedían de su entorno familiar y de amistades, así como de su interés particular por los sujetos alienados (existe constancia de sus visitas al Hospital de Inocentes de Sevilla). Del mismo modo, parece evidente que Cervantes manejó diversos tratados médicos relacionados con las disciplinas neurocientíficas, muy en boga durante la España tardorrenacentista. De hecho, en su biblioteca particular se localizaron dos obras que, además de inspirar en algún punto al autor alcalaíno, son citadas casi literalmente en algunas de sus novelas; se trata del Examen de ingenios para las ciencias, de 1575, obra de Juan Huarte de San Juan, y el Dioscórides (Acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos), de 1555, comentado por Andrés Laguna. Del mismo modo, la descripción clínica del protagonista de la novela ejemplar El licenciado Vidriera parece obtenida del opúsculo médico Dignotio et cura affectuum melancholicorum (1569), de Alfonso de Santa Cruz. Finalmente, se ha postulado la influencia de los planteamientos humanistas defendidos por Erasmo de Rotterdam en Elogio de la locura (1509) en la construcción literaria cervantina. Conclusión. Estas cuatro obras pudieron servir como fuente médica para que Cervantes caracterizara a algunos de sus personajes y para sus acertados comentarios respecto a la materia terapéutica. [REV NEUROL 2008; 46: 489-501] Palabras clave. Alfonso de Santa Cruz. Andrés Laguna. Dioscórides. Elogio de la locura. Erasmo de Rotterdam. Examen de ingenios para las ciencias. Historia de la Medicina. Juan Huarte de San Juan. Miguel de Cervantes.

INTRODUCCIÓN Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616) es reconocido, hoy en día, como una de las grandes figuras de la historia de la literatura universal. Sin embargo, al contrario que otros autores de su época, Cervantes no gozó, en vida, de éxito o prestigio social o profesional. De hecho, su producción literaria es más bien escasa y muy tardía, y sólo alcanzó el reconocimiento público en la última década de su vida, debido, en gran medida, a una sola de sus obras, El Quijote (El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, 1605) [1]. Aunque sobradamente conocida, una breve aproximación a su biografía es indispensable para poder profundizar en la conexión entre sus creaciones literarias y las persistentes referencias a las patologías neuropsiquiátricas de algunos de sus personajes. Descendiente de una familia de médicos y sanitarios, Cervantes se trasladó en su juventud a Italia, huyendo de la Justicia, para entrar al servicio, como camarero, del cardenal Julio Acquaviva (1546-1574). Posteriormente fue soldado en los Tercios del rey Felipe II, partícipe en la célebre batalla de Lepanto (1571), donde perdió la funcionalidad de su mano izquierda, estuvo prisionero durante cinco años en las duras cárceles berberiscas de Argel y, finalmente, fue funcionario de la administración de Hacienda y de otras administraciones reales [2-4]. El éxito tampoco le acompañó en sus actividades profesionales (ni afectivas), y

© 2008, REVISTA DE NEUROLOGÍA

fue encarcelado en varias ocasiones debido a irregularidades en su labor recaudatoria. Por lo tanto, Cervantes fue un hombre viajero e inquieto, que vivió en una época de grandes incertidumbres, un período histórico de transición en el que las humanistas formas renacentistas de entender el mundo fueron paulatinamente agonizando, dejando paso en España, desde la vertiente política, a un incipiente período de decadencia imperial. En este marco, las obras literarias de Cervantes constituyen un magnífico espejo en el que observar todos los entramados sociales, usos y costumbres de la España tardorrenacentista, y también han permitido ampliar nuestros conocimientos sobre la forma de entender, durante ese período, numerosas enfermedades (y sus remedios), incluyendo, por supuesto, los trastornos mentales y neurológicos [5-21]. No obstante, la medicina constituye una de las disciplinas más polémicas a la hora de estudiar los textos cervantinos, en parte debido a la dificultad para determinar realmente la auténtica formación técnica de Miguel de Cervantes en este ámbito científico [5]. Pero de lo que no cabe duda es de que estos conocimientos no eran superficiales [9], hecho que se pone de manifiesto especialmente en las detalladas y acertadas descripciones, a modo de ‘casos clínicos’, de numerosas patologías, no sólo de naturaleza somática (traumatismos y enfermedades reumatológicas, sorderas, catarros, enfermedades infecciosas, etc.), sino también de la esfera neuropsiquiátrica (véase, a título de ejemplo, los trastornos mentales de Don Quijote o del licenciado Vidriera). Pero es más, dado el carácter nosográfico de algunas de sus descripciones clínicas, algunos autores han llegado a postular que Cervantes tal vez podría haber estudiado específicamente algunas materias médicas [19], e incluso un autor francés llegó a postular en una tesis doctoral, a finales del siglo XIX, que el autor de El Quijote hubiese sido realmente médico [22].

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Aceptado tras revisión externa: 26.03.08. Departamento de Farmacología. Facultad de Medicina. Universidad de Alcalá. Madrid, España. Correspondencia: Dr. Francisco López Muñoz. Departamento de Farmacología. Universidad de Alcalá. Juan Ignacio Luca de Tena, 8. E-28027 Madrid. Fax: +34 917 248 205. E-mail: [email protected]

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Pero al margen de estas teorías, cuando menos aventuradas, la estrecha relación entre Cervantes y la medicina ha sido motivo de algunos estudios específicos. En este sentido, existen dos aspectos que podrían explicar la excelente caracterización médica de los protagonistas de las obras de Cervantes: en primer lugar, su vinculación familiar con el mundo de la medicina, hecho extrapolable a su círculo de amistades, y en segundo lugar, la disponibilidad, no habitual en aquella época entre los cultivadores de la literatura, de una serie de obras técnicas privadas que Cervantes pudo haber consultado de forma reiterada para dotar de mayor realismo y consistencia a sus obras. De forma adicional, y circunscribiéndonos al ámbito estrictamente neuropsiquiátrico, la actividad profesional de Cervantes, como inspector y recaudador de impuestos, le permitió conocer de primera mano numerosos casos de pacientes alienados y dementes en sus continuos viajes y desplazamientos [9], especialmente durante su estancia en Sevilla, período en el que mantuvo un estrecho contacto con el hospital psiquiátrico de esta ciudad.

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Figura 1. Los locos en los cuentos de El Quijote. a) Cuento del loco sevillano que hinchaba perros con un canuto, según un dibujo de Isidro Carnicero, grabado por Fernando Selma para la edición de 1780 de El Quijote costeada por la Real Academia Española (El ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha, Joaquín Ibarra, Madrid); b) Cuento del loco cordobés que dejaba caer trozos de losa de mármol o piedras, dibujado por Luis Paret y Alcázar y grabado por Manuel Moreno Tejada para la edición de Gabriel de Sancha de El ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha (Madrid, 1797-1798).

EL ENTORNO MÉDICO DE CERVANTES La familia y el círculo de amistades Es bien conocido que Cervantes procedía de una familia relacionada con el ámbito de la medicina, lo que pudo motivar su interés por esta disciplina: su bisabuelo Juan Díaz de Torreblanca (¿-1512) era bachiller médico y cirujano con ejercicio en Córdoba; su padre Rodrigo de Cervantes (1509-1585) era cirujano-sangrador, y su hermana Andrea de Cervantes (1545?1609) era enfermera. En este marco familiar, es muy posible que Cervantes fuese partícipe de ciertos conocimientos del arte de la medicina, que pudo transfundir a sus creaciones literarias. A título de ejemplo, cuando el joven Don Lorenzo de Miranda pregunta a Don Quijote si ‘ha cursado las escuelas’ y ‘¿qué ciencias ha oído?’, el hidalgo responde que la caballería andante es ‘una ciencia que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo’, insistiendo en que el caballero ‘ha de ser médico, y principalmente herbolario, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen la virtud de sanar las heridas’ (II-XVIII) [1]. Pero además de la familia, los médicos también se encuentran entre las amistades de Cervantes. Baste mencionar, a título de ejemplo, a Francisco Díaz (1527-1590), para cuyo tratado de urología escribió un soneto preliminar, o a los vallisoletanos Alonso López ‘el Pinciano’ (1547-1627), reconocido poeta y también crítico literario, como propone Carballo [23], y Antonio Ponce de Santa Cruz (1561-1632), ‘clérigo, médico, erasmista y catedrático de la Universidad de Valladolid’, según defiende Rojo Vega [24], este último un gran experto de su época en las afecciones mentales y neurológicas, en especial de la epilepsia [25]. Las vivencias personales de un personaje errante Como han resaltado algunos autores, el continuo recurso de Cervantes a la locura y la insania mental posiblemente constituya una estrategia literaria implementada por el escritor para ejercer su particular y cruda crítica a una incipiente sociedad en de-

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cadencia que casi nunca le favoreció. Sin embargo, con objeto de dotar a sus personajes de una cierta credibilidad patológica, además de documentarse científicamente, al menos de una forma mínima, como luego se comentará, Cervantes pudo haber utilizado algunos biotipos de pacientes que posiblemente conociera durante sus habituales desplazamientos por motivos laborales. De hecho, parece existir constancia de su contacto directo con los enfermos internados en el Hospital de Inocentes de Sevilla durante su residencia en esta ciudad [26]. En relación con este particular, comenta Cervantes en El Quijote que ‘en la casa de los Locos de Sevilla, estaba un hombre a quien sus parientes habían puesto allí por falta de juicio’, e incluso describe las herramientas de contención utilizadas en la época para este tipo de pacientes agitados: ‘... llegando el Licenciado a una jaula donde estaba un loco furioso, aunque entonces sosegado y quieto’ (I-II) [1]. En el prólogo de la segunda parte de esta misma obra, también relata dos breves cuentos de locos, el del Loco de Sevilla y el del Loco de Córdoba, que reflejan fehacientemente, como apunta Bailón [27], los modelos psiquiátricos de la época, a modo de elementos sociales objeto de bufo y abuso, y que responderían a un posible diagnóstico de cuadros psicóticos residuales; los llamados ‘locos inocentes’ (Fig. 1). La neurociencia en la España tardorrenacentista: el auge de la medicina de la mente Finalmente, hay que resaltar que Cervantes vivió durante un período en el que la medicina española experimentó un gran avance [28-30], situándose incluso a la cabeza del saber médico europeo [31], y destacando, en este sentido, los autores que se ocuparon durante los siglos XVI y XVII de la medicina de la mente. Entre estos últimos cabe mencionar a Juan Huarte de San Juan (1529-1588), del que después nos ocuparemos específicamente; Francisco Vallés de Covarruvias (1524-1592); Antonio

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FUENTES MÉDICAS DE CERVANTES

Gómez Pereira (1500-1558), gran estudioso de la psique humana (Antoniana Margarita, 1554); Miguel de Sabuco y Álvarez (1525-1588), quien desbrozó el papel de las emociones (la inquietud, el temor, la tristeza, la ira, el pánico) en la etiopatogenia de diferentes trastornos patológicos en su obra Nueva Filosofía de la Naturaleza del Hombre (1587), atribuida durante más de tres siglos a su hija Oliva Sabuco de Nantes Barrera (1562-?), o Juan Luis Vives (1492-1540), defensor de los enfermos mentales y postulante de la teoría de los ‘apetitos corporales’, según la cual las emociones podrían afectar a la estabilidad del juicio (De Anima et Vita, 1538) [32]. En este punto hay que incidir en el hecho de que la utilización de la locura y la demencia por parte de Cervantes no es una herramienta exclusiva en la caracterización de la figura de Alonso Quijano, del que se han escrito, en este sentido, ríos de tinta, por lo que no vamos a insistir en este punto (véase LópezMuñoz et al [20]), sino que se trata de un recurso reiteradamente utilizado por el literato en otras de sus obras (baste mencionar las novelas ejemplares El licenciado Vidriera o El celoso extremeño). Es más, en la obra cumbre cervantina, la locura tampoco constituye un atributo propio del hidalgo manchego, sino que permanece como una constante en toda la obra, donde se narran cuentos de locos y surgen nuevos personajes que han perdido la cordura, como Cardenio, Basilio o Anselmo. Cardenio, el Roto, personaje que vive como un animal salvaje en plena Sierra Morena, ha sido clásicamente diagnosticado de zooantropía, aunque para Reverte Coma [7], los accesos de locura y agresividad de Cardenio están motivados por crisis epilépticas tipo minor, con evidentes fenómenos de ausencia. La descripción de uno de esos ataques por parte de Cervantes puede resultar esclarecedora, en este sentido: ‘... estando en lo mejor de su plática, paró y enmudeciese, clavó los ojos en el suelo por un buen espacio ... sin mover pestaña ..., y otras veces cerrarlos apretando los labios y enarcando las cejas, ... fácilmente conocimos que algún accidente de locura le había sobrevenido ... Se levantó con gran furia del suelo ... y arremetió con el primero que halló junto a sí; con tal denuedo y rabia que, si no le quitáramos, le matara a puñadas y a bocados. Luego se apartó y huyó ...’ (I-XX) [1]. Sin embargo, en opinión de Bailón [27], el Roto Cardenio, debido a la pérdida de su amada Luscinda, presentaría ‘una depresión endorreactiva con un gran componente angustioso, que incide en una personalidad inmadura, a lo que se añade una fuerte psicogenia, que da lugar a estados crepusculares puramente psicógenos, y que por la clínica podremos diagnosticar de verdadera histeria o neurosis de conversión’. Por su parte, Basilio sufre un claro episodio depresivo reactivo como consecuencia de un rechazo amoroso: ‘Desde el punto que supo que la hermosa Quiteria se casaba con Camacho el rico, nunca más le han visto reír ni hablar razón concertada, y siempre anda pensativo, triste, hablando de sí mismo, con que da claras y ciertas señales de que se le ha vuelto el juicio. Come poco y duerme poco ...’ (II-XVII) [1]. Finalmente, Anselmo el Rico, protagonista de la novela corta El curioso impertinente, intercalada en la primera parte de El Quijote, podría responder a un modelo psiquiátrico de depresión neurótica [33]. Del mismo modo, los trastornos estrictamente neurológicos, aunque menos estudiados, también están presentes en los personajes cervantinos. Como apunta Ezpeleta [34] en su ‘lectura neurológica’ de El Quijote, es posible encontrar una familia cuyos miembros padecen perlesía (parálisis), los apodados ‘Perlerines’ (II-XLVII), un trastorno de la conducta del sueño REM de

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Don Quijote en el episodio de los cueros de vino (I-XXXV), una historia clínica de epilepsia, bajo la catalogación de ‘endemoniamiento’ (II-XLVII), una descripción de pica (alotriofagia) (I-XXXIII), de mioclonías del despertar (I-XLIII), etc. A PROPÓSITO DE LA BIBLIOTECA CERVANTINA A pesar de las penurias económicas en algunos momentos de su vida, Cervantes llegó a poseer una amplia biblioteca propia, como puso de manifiesto el investigador Daniel Eisenberg [35]. Este autor cifra los libros propios de que dispuso Cervantes en 214 volúmenes [36], entre los que se encuentran varios ejemplares de tratados médicos muy conocidos en su época, como son el Libro de las quatro enfermedades cortesanas (1544), de Luis Lobera de Ávila (1480?-1551), la Práctica y theórica de cirugía en romance y latín (1584), de Dionisio Daza Chacón (1513-1596), la Practica in Arte Chirurgica Copiosa, de Giovanni de Vigo (1450-1525) y traducción de Miguel Juan Pascual (1537), el Dioscórides (1555), comentado e ilustrado por Andrés Laguna (1499-1560), el Tratado nuevamente impreso de todas las enfermedades de los riñones, vexiga, y carnosidades de la verga (1586) de Francisco Díaz, y el Examen de ingenios para las ciencias (1575) de Juan Huarte de San Juan. Los cuatro primeros procederían, según Eisenberg [36], de la herencia de su padre Rodrigo (según un inventario de 1552), quien era bastante aficionado a los libros [16] y falleció en 1585, y el quinto procedía de la donación directa del autor, en agradecimiento al soneto introductorio. Asimismo, en su biblioteca se encuentran ejemplares de las obras sobre crítica literaria del médico renacentista López Pinciano, quien ejerció de revisor de El Quijote, y cuyos planteamientos literarios eran conocidos por el autor alcalaíno. La afición por los libros del autor de El Quijote es un hecho manifiesto. Pero Cervantes, ávido lector, no se limitaba a acumular libros, a modo de coleccionista, sino que los leía y en sus propias obras gustaba de citar, comentar y discutir –algunas veces muy críticamente– los libros que había leído [35]. Prueba de ello, en relación con estos tratados médicos, es el elogio que efectúa de los trabajos de Francisco Díaz y Dionisio Daza en su obra Canto de Calíope. Siguiendo este planteamiento, todas estas obras bien pudieron servir como fuente médica para que Cervantes caracterizara a algunos de sus personajes y sus acertados comentarios relativos a la materia terapéutica, existiendo, al menos, pruebas bastante consistentes del uso, con esta intencionalidad, del Examen de ingenios para las ciencias y del Dioscórides. Del mismo modo, dadas las claras influencias que luego comentaremos, también es posible que utilizase –y no tanto que adquiriese– con este propósito otros libros que pudo leer a lo largo de su vida, como el Elogio de la locura (1509), de Erasmo de Rotterdam (1446-1536), o el opúsculo Dignotio et cura affectuum melancholicorum (1569) de Alfonso de Santa Cruz (¿-1577). Asimismo, Ezpeleta [34] propone la posible influencia de la obra L’hospidale de pazzi incurabili (El Hospital de los locos incurables, 1586) de Tomaso Garzoni (1549-1589) en el dibujo de la personalidad colérica de Alonso Quijano. JUAN HUARTE DE SAN JUAN Y EL EXAMEN DE INGENIOS PARA LAS CIENCIAS Juan Huarte y Navarro (San Juan de Pie del Puerto, 1529-Linares, 1588), más conocido como Juan Huarte de San Juan (Fig. 2a)

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por su localidad de nacimiento, Saint Jean-Pied-de-Port, villa en la actualidad francesa, pero perteneciente a la Baja Navarra en el momento de su nacimiento, es uno de los autores científicos españoles más reconocidos a nivel internacional, desde la perspectiva histórica. De familia hidalga, cursó estudios de filosofía en Huesca y se licenció en medicina en la Universidad de Alcalá de Henares, en 1559. Su naturaleza errante, al igual que la de Cervantes, le hizo residir en diversas ciudades, como la propia Huesca, de la que podría haber sido regidor, Granda, Baeza –villa de la que fue nombrado médico vitalicio por el rey Felipe II, en 1566, y cuyo Concejo le encargó el control de la epidemia de peste de 1571–, y finalmente Linares, donde falleció en 1588 [37-39]. La aportación científica de Huarte, una de las grandes joyas del humanismo europeo, hace de él un espléndido precursor de los movimientos racionalistas del siguiente siglo y un pilar fundamental de la psicología moderna. Examen de ingenios para las ciencias En el marco del gran auge que experimentó la medicina española durante el siglo XVI, sobre todo en lo relativo al estudio de las funciones cerebrales, así como a la conceptualización de la enfermedad mental y a su interpretación [28-30], destaca, como hemos comentado previamente, la figura de Juan Huarte de San Juan, cuyos planteamientos se ponen de manifiesto en su única obra, Examen de ingenios para las ciencias (Fig. 2b) [40]. Esta obra, impresa en Baeza, en 1575, por Juan Bautista de Montoya, tuvo que ser sufragada por un tercero (Conde Garcés) debido a la escasez de fondos de su autor, pero llegó a ser uno de los tratados científicos de mayor proyección en la Europa y América de la época [37]. Del gran éxito de esta obra da fe el hecho de las cuatro reimpresiones españolas realizadas antes de que finalizase el siglo XVI, así como su traducción al francés (Lyon, 1580), italiano (Venecia, 1582) e inglés (Londres, 1594). En toda Europa se pueden contabilizar más de 50 ediciones de este texto. Pero a pesar de este éxito, el Examen de ingenios tuvo serios problemas con el Santo Oficio, debido a las discusiones sobre la naturaleza de la relación entre el alma y el cuerpo, por lo que en España se incluyó en el Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum de la Sagrada Congregación de la Inquisición desde 1583, hasta su reedición de Baeza de 1594, expurgada y con correcciones. No obstante, continuaron circulando, incluso en castellano, ediciones clandestinas, procedentes en su mayoría de los Países Bajos [37,38]. Este tratado científico aborda la hipótesis del ingenio como disposición individual para el ejercicio de determinadas actividades y oficios. Con este texto, Huarte pretendía trazar las lí-neas de una sociedad donde sus individuos, mediante una adecuada educación, ocupasen los puestos laborales más idóneos, acorde con sus aptitudes físicas e intelectuales. Por este motivo, muchos han sido los autores que resaltan esta obra como la verdadera precursora de la actual neuropsicología, básicamente en los campos de la psicología diferencial, de la orientación profesional e incluso de la eugenesia, y han querido ver su influencia en las hipótesis frenológicas de Francis Joseph Gall (1758-1828), en las teorías naturalistas de Pierre-Jean-George Cabanis (1757-1908) o en los planteamientos filosóficos de Arthur Schopenhauer (1788-1860) y Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900) [30]. En el Examen de ingenios se incluye también un pequeño tratado que recurre a la clásica teoría galénica de los humores (Fig. 3), según la cual los cuatro contrarios que forman el mundo –es decir, caliente, seco, frío y húmedo– se combinan en el

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Figura 2. Juan Huarte de San Juan (a) y portada de la edición de 1594 de su Examen de Ingenios para las Ciencias, impresa en Baeza por Juan Bautista de Montoya (b). Ésta es una de las obras de naturaleza médica que más pudo influir en la actividad literaria de Cervantes.

cuerpo del hombre para producir los diferentes humores, de tal manera que la mezcla de caliente y húmedo origina sangre; caliente y seco, bilis; frío y húmedo, flema, y frío y seco, melancolía. Siguiendo esta teoría, la proporción en la que se combinan los humores en el organismo determinaría los diferentes temperamentos: sanguíneo, colérico, melancólico y flemático [30,42,43]. Además, el predominio de un determinado humor ocasionaría las diferencias de ‘ingenio’, y según esta hipótesis, la propia locura se consideraría como un modo especial de ‘ingenio’. Así, los diferentes trastornos neuropsiquiátricos asumidos en su época, como la manía, la melancolía o el frenesí, se deberían a un cambio del temperamento del cerebro del paciente, temperamento que se invertiría cuando el paciente obtiene la curación. El Examen de ingenios para las ciencias en la obra cervantina La influencia del Examen de ingenios en diferentes novelas cervantinas, fundamentalmente en El Quijote (aunque también en la novela El licenciado Vidriera), se ha puesto de manifiesto desde principios del siglo XX gracias a la obra del criminólogo Rafael Salillas y Panzano (1854-1923) titulada Un gran inspirador de Cervantes: El doctor Juan Huarte y su Examen de Ingenios (1905) [44]. De hecho, según este autor, Cervantes utilizó literalmente en El Quijote varios fragmentos del Examen de ingenios, hecho recientemente confirmado por Martín-Araguz y Bustamante-Martínez [30]. Esta hipótesis también fue defendida por Miguel de Unamuno (1864-1936) [45] y, posteriormente, por Mauricio de Iriarte, en un atractivo ensayo sobre este tema subtitulado ‘¿Qué debe Cervantes al doctor Huarte de San Juan?’ [46]. Como hemos comentado, según la tipología humoral defendida por Huarte, existirían cuatro tipos de temperamentos, cuyas características compiló muy acertadamente Martín-Araguz y Bustamante-Martínez [30]: el temperamento flemático, considerado como el más pernicioso de todos, sería más propio de personas obesas, sujetas a un estado de hipersomnia y con tendencia al letargo, que les hace ser mucho más lentas en lo relativo al aprendizaje; el temperamento sanguíneo, correspondiente, morfológicamente, a personas de rostro pálido, irascibles, con una desmedida propensión a dormir, y a soñar con motivos

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FUENTES MÉDICAS DE CERVANTES

Figura 3. Esquema referente a la clásica teoría galénica de los cuatro elementos, con sus correspondientes asociaciones; cuatro cualidades, cuatro humores, cuatro órganos y cuatro estaciones. Modificado de Finger [41].

placenteros; el temperamento melancólico, propio de personas menos sociables y más dotadas para el estudio y la meditación, poco dadas al diálogo y afectadas de insomnio y de frecuentes pesadillas; finalmente, el temperamento colérico se asociaría a un sujeto ‘alto y delgado, que vive en medio de permanentes arrebatos y de sueños resplandecientes’ plagados de continuos peligros. Bajo este prisma, la figura del hidalgo manchego correspondería a una persona dotada de este último temperamento, caracterizado, según los postulados de Huarte, por una gran capacidad de inventiva y una tendencia a la extravagancia. Prueba de ello es el comentario de su ama y sobrina, quienes ‘no quisieron las dos replicarle más, porque vieron que se le encendía la cólera’ (I-VII) [1], al no encontrar sus libros (escondidos) al regreso de su primera salida, y culpar de ello al sabio Frestón. Sin embargo, también podría considerarse que Alonso Quijano estaba dotado de un importante temperamento melancólico. Precisamente, durante el Renacimiento, era opinión generalizada entre los filósofos de la mente, como Marsilio Ficino (14331499), que la ‘melancolía’ era un estado mental que proporcionaba una especial disposición para todas las actividades creativas. A través de este prisma también pudo mirar Cervantes, pues dota a su personaje de algunas características propias de este temperamento, descrito minuciosamente por Huarte: padece de insomnio, tiene una tendencia compulsiva hacia la lectura y se somete a continuos regímenes dietéticos, por ejemplo. Siguiendo esta línea argumental, Garzoni ofrece, en el capítulo XVIII de su obra El Hospital de los locos incurables, una descripción de los ‘locos de amor’ que coincide con la teoría de los temperamentos de Huarte y que se correlaciona estrechamente con el padecimiento de Alonso Quijano, lo que ha hecho pensar a algunos autores [34] que Cervantes pudo también haber leído este texto: ‘... Con locos pensamientos tiende a construir castillos en el aire, ... que le tornan inquieto, afligido, triste y apasionado a todas horas. Piensa, pues, en tesoros, en riquezas, en estados, en dominios, en potencias y en imperios ... Imagina en-

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Figura 4. Famoso dibujo de Gustave Doré (grabado por Henri Pisan), titulado Don Quijote leyendo libros de caballerías, destinado a ilustrar el Prólogo de la edición francesa de El Quijote de 1863 (L’ingénieux hidalgo Don Quichotte de la Manche, Hachette, París).

cantamientos, estrategias, ofuscamientos y toda suerte de hechizos mágicos ... Y así, dilatándose en mil pensamientos... va perdiendo poco a poco el cerebro y consumiendo el juicio y el entendimiento en estas fantasías’ [47]. Del mismo modo, a título de ejemplo, se puede hacer alusión al origen de la locura del hidalgo Alonso Quijano, que Cervantes relata en el mismo inicio de la novela, atribuyéndola a una compulsiva lectura de libros de caballerías (Fig. 4), género literario aún popular al iniciarse el siglo XVII. En la biblioteca de su hacienda, narra Cervantes, el hidalgo ‘se dio a leer libros de caballería a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros para leer ...; se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio’ (I-I) [1]. Aunque este factor etiológico es, desde la mentalidad científica actual, tremendamente espurio, no hay que olvidar los conceptos de ‘humedad’ y ‘sequedad’ en la materia médica renacentista, heredados de la teoría galénica de los cuatro humores. De esta forma, la ausencia de humedad, según los postulados humoralistas renacentistas, produciría una inestabilidad de los humores que desembocaría en el trastorno mental de Don Quijote, debido a que los libros de caballerías le tenían tan conjurado, que gastaba todos los minutos del día, incluso de la noche, en las lecturas caballerescas. En este sentido, incluso el propio Huarte llega a comentar que ‘la mucha lectura acarrea destemplanza del cerebro y produce locura’ [40]. Asimismo, Huarte postula que el ambiente cultural ejerce una gran influencia sobre el espíritu, de forma que la incidencia de enfermedades mentales sería mayor en aquellos grupos sociales de nivel cultural más elevado (como el hidalgo manchego). A modo de conclusión, no deja de llamar la atención, pues, la gran concordancia de planteamientos entre las obras de ambos autores, y no sólo en el calificativo de ‘ingenioso’ (hay que tener presente que Huarte asimila el ‘ingenio’ a las facultades

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superiores del espíritu humano) con el que el literato califica a su protagonista o en la hipótesis sobre la relación entre el exceso de lectura y la locura, sino en más de un aspecto sobre la semblanza de la condición física y mental de Don Quijote, coincidente con los postulados expuestos en el Examen de ingenios [30]. Esta teoría del uso de los planteamientos científico-filosóficos de Huarte por parte de Cervantes es defendida por algunos autores a pesar de que el literato alcalaíno no alude directamente en sus escritos a Huarte, al contrario que otros literatos del Siglo de Oro español, como Félix Lope de Vega (1562-1635), Tirso de Molina (1579-1648), Juan Ruiz de Alarcón (1581-1639) o Francisco de Quevedo (1580-1645) [17,44]. En este sentido, el motivo por el cual Cervantes posiblemente no menciona la obra de Huarte en sus novelas podría deberse a que conocía los problemas de este autor con el Tribunal del Santo Oficio, máxime teniendo en cuenta la controvertida ascendencia judía del propio Cervantes [3,48], que según diversos autores es evidente por ambas ramas familiares, aunque más recientemente por la parte materna [49]. En cualquier caso, el hecho de no ser cristiano viejo suponía, en el momento que le tocó vivir, un lastre de gran importancia a la hora de expresar y difundir su talento cultural. Finalmente, hay que mencionar que la influencia de Huarte en los grandes maestros de la literatura no se circunscribe a la figura de Cervantes, sino que también se puede apreciar en la obra del dramaturgo isabelino inglés Benjamin Jonson (15721637), coetáneo del propio Cervantes, o en la conocida obra filosófica de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) Emile, en la que se perciben abiertamente también muchas de las ideas del médico navarro en relación con la educación infantil.

Andrés Fernández de Laguna (Segovia, 1499-Guadalajara, 1560) (Fig. 5a) puede ser considerado como un prototipo de científico humanista del Renacimiento, y aun siendo hijo de médico judeoconverso, alcanzaría la fama en vida como una de las más brillantes figuras de la cultura europea de la época. Laguna cursó estudios de artes y de lenguas clásicas en diferentes universidades españolas, y posteriormente medicina en París, entre 1530 y 1536, y fue discípulo directo de Jean de la Ruelle (14741537), uno de los primeros traductores de Dioscórides. Tras su regreso a España, en 1536, ejerció de profesor en la Universidad de Alcalá, aunque pronto inició sus habituales periplos viajeros, primero por Inglaterra y posteriormente, acompañando al emperador Carlos V, del que fue médico personal, por los Países Bajos y Alemania, para finalmente instalarse como médico en la ciudad de Metz, en Lorena, entre 1540 y 1545. Su inquieta vida continuó en Italia, donde permaneció hasta 1554; fue nombrado doctor por la Universidad de Bolonia y alcanzó el puesto de médico personal del papa Julio III. Tras sendas estancias en Venecia, junto al embajador español y gran humanista Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575), y en los Países Bajos, regresó a España en 1557, donde también fue médico del rey Felipe II. Precisamente de este monarca consiguió una de sus grandes aspiraciones, la fundación de un Real Jardín Botánico en la ciudad de Aranjuez, algo que ya solicitaba en la carta nuncupatoria de su Dioscórides [53-58]. Aunque escribió más de 30 obras de diversas materias, incluyendo las de orden filosófico, histórico, político y literario, además de las estrictamente médicas, la obra más conocida de Laguna es la traducción comentada de la Materia Médica de Dioscórides (Fig. 5b) [59].

ANDRÉS LAGUNA Y SU DIOSCÓRIDES (ACERCA DE LA MATERIA MEDICINAL Y DE LOS VENENOS MORTÍFEROS) Con respecto a la materia terapéutica, el galenismo imperante desde la Antigüedad clásica continuó marcando la forma de proceder durante el Renacimiento [50]. De esta forma, con objeto de contrarrestar la producción de materia infirmitatis, los enfermos mentales, como sucedía con la mayor parte de enfermos somáticos, eran tratados con diversos fármacos, fundamentalmente de origen herbal [51], como el eléboro (Helleborus niger o Veratrum album), empleado como agente evacuante, para desviar o eliminar la bilis sobrante y los humores ácidos. Las propiedades eméticas de este remedio herbal eran entendidas, en el contexto histórico que nos ocupa, como herramientas de catarsis, purificación o purgación. De esta forma, el vómito permitiría la recuperación de la eukrasía, es decir, la correcta mezcla de humores en que se fundamenta la salud [52]. Otras sustancias de origen vegetal que formaron parte del arsenal terapéutico para las enfermedades del sistema nervioso y la insania mental eran el beleño (Hyoscyamus albus o niger), la belladona (Atropa belladonna), la mandrágora (Mandragora officinarum), el estramonio (Datura estramonio) y la valeriana (Valeriana officinalis), agentes que durante la Edad Media se venían empleando como alucinógenos y venenos en el ámbito de las prácticas de brujería (ungüentos de brujas, filtros de amor, pócimas venenosas, etc.) [53], tradición que perduraría durante el período renacentista, como se pone de manifiesto en algunas obras cervantinas [54], gracias a las numerosas reediciones del clásico de Dioscórides, de las que en nuestro medio destacan las del médico segoviano Andrés Laguna.

El Dioscórides (Acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos) El Dioscórides es la denominación popular y vulgarizada del tratado Sobre la Materia Médica, principal obra científica del médico griego Pedacio Dioscórides Anazarbeo (Anazarba, c. 40c. 90), quien trabajó gran parte de su vida como cirujano militar al servicio del ejército romano de Nerón, Calígula y Claudio. El Dioscórides constituye una compilación no sólo de los saberes terapéuticos previos, sino también de todas las observaciones, fundamentalmente de naturaleza herbal, que Dioscórides fue reuniendo durante sus continuos viajes cuando acompañaba al ejército de Roma. Este tratado consta de cinco partes o ‘libros’: el primero de ellos se dedica a las plantas aromáticas, aceites, ungüentos, árboles y los jugos, gomas, resinas y frutos que de ellos se obtienen; el segundo, a los animales, miel, leche, grasas, legumbres, hortalizas y las plantas ‘al gusto agudas’, como los ajos, las cebollas y la mostaza; el tercero, a las raíces, zumos, hierbas y semillas; el cuarto, a otras plantas y raíces, y el quinto, a las vides, uvas, vinos, aguas minerales y metales. En total, el texto describe las propiedades medicinales de unas 600 plantas, unos 90 minerales y alrededor de 30 sustancias de origen animal. La enorme importancia de esta obra se puede extrapolar de su gran pervivencia histórica, que alcanzó hasta el siglo XVIII, y fue el más importante de los tratados sobre medicamentos durante la Edad Media y el Renacimiento, gracias al elevado número de copias, traducciones y ediciones comentadas que se publicaron durante este período de 18 siglos [60]. Los ejemplares más antiguos que se conservan de esta obra son el Codex Vindobonensis, versión bizantina elaborada a principios del siglo VI y depositado en la Biblioteca Nacional de Viena, y el Dioscorides Neapolitano, cien años más moderno y

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conservado en la Biblioteca Nacional de Nápoles. Posteriormente, durante la Edad Media, se tradujo al árabe, tanto en las escuelas de traductores de Bagdad como en las de Córdoba. Durante el Renacimiento despertó el interés por las obras clásicas, y desde el siglo XV se sucedieron sus traducciones [61], entre las que destacan las de Pietro d’Abano (1250-1315), de 1478, y las de Ermolao Barbaro (1454-1493) y del canónigo de París, Jean de la Ruelle, ambas de 1516. Sin embargo, la más relevante versión comentada del Dioscórides fue la del médico de Siena Pietro Mattioli (1500-1577), inicialmente publicada en italiano en 1544. Esta obra, continuamente ampliada, tanto en comentarios como en ilustraciones, continuó imprimiéndose hasta el siglo XVIII y llegó a alcanzar las 17 ediciones. La primera edición castellana fue la de Andrés Laguna, en 1555, texto que tuvo un éxito similar al de Mattioli, ya que, hasta el siglo XVIII, fue reimpreso en 22 ocasiones [60]. Inicialmente publicada en Lyon, en 1554, con el título Annotaciones in Dioscoridem Anazarbeum, su reimpresión en Amberes en 1555 (Pedacio Dioscorides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal, y de los venenos mortíferos) constituye la versión primigenia fundamental de esta obra, primera realizada en lengua castellana. Prueba de la gran aportación original de Laguna a este compendio clásico es que sus comentarios duplican en extensión el texto completo de Dioscórides, comentarios en los que se incorporan observaciones y opiniones fruto de su amplia experiencia como botánico y farmacólogo, y de sus continuos viajes por Europa, donde siempre se ocupó de recoger y estudiar cuantas hierbas y plantas pudo. Del mismo modo, incorporó un sexto libro a este tratado, en el que se describían los diferentes agentes tóxicos y venenosos, junto a sus antídotos y a la forma de tratar los envenenamientos [56,62]. Además, Laguna también incluyó anotaciones sobre plantas procedentes del Nuevo Mundo, como las propiedades antisifilíticas del guayaco, aunque en este caso sus comentarios no fueron de primera mano. El Dioscórides en la producción literaria cervantina Desde el punto de vista terapéutico, varios autores afirman que las obras de Cervantes reflejan fehacientemente los procedimientos terapéuticos de su época y pueden servir como herramienta de estudio para profundizar en el conocimiento de la disciplina médica en la época tardorrenacentista [63,64]. En un trabajo previo [65], nosotros hemos encontrado en los textos cervantinos 10 plantas mencionadas por sus hipotéticas propiedades terapéuticas, psicotrópicas o nocivas para la salud: la achicoria (Cichorium intybus), la adelfa (Nerium oleander), el beleño (Hyoscyamus albus/niger), el opio (Papaver somniferum), el romero (Rosmarinus officinalis), el ruibarbo (raíz de Rheum officinale, ruibarbo chino, o Rumex alpinus, ruibarbo de los monjes), el tabaco (Nicotiana tabacum), el tamarisco (Tamarix gallica), el tártago (Euphorbia lathyris) y la verbena (Verbena officinalis). Pero además de las propias plantas medicinales, Cervantes parece conocer los diferentes preparados de botica elaborados con ellas. La farmacopea de la época cervantina se basaba fundamentalmente en la aplicación de aceites, ungüentos, bálsamos, raíces, cortezas y jarabes [14]. Muchos de estos preparados, algunos de carácter ficticio y otros de uso real, quedan reflejados en las obras del literato alcalaíno. A título de ejemplo, baste mencionar el famoso bálsamo de Fierabrás, los polvos de ruibarbo, uno de los agentes terapéuticos purgantes más empleados en la época renacentista, el ungüento blanco o el aceite de Aparicio.

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Posiblemente, el amplio conocimiento de las plantas, algunas con propiedades curativas, que exhibe Cervantes [20] proceda de la lectura y de la consulta de obras técnicas, como la famosa edición del Dioscórides editada por Andrés Laguna. Ateniéndonos a la reconstrucción de la biblioteca de Cervantes, la edición reseñada por Eisenberg (2002) fue Pedacio Dioscórides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal, y de los venenos mortíferos, Traduzido de la lengua Griega, en la vulgar Castellana, & illustrado con claras y substanciales annotaciones, y con las figuras de innumeras plantas exquisitas y raras, por el Doctor Andrés de Laguna, Médico de Iulio III. Pont. Maxi. Libro editado en Salamanca. Si este libro corresponde, como indica el investigador, al legado paterno, debía corresponder a la edición salmantina de 1563 [59] (Fig. 5b), o una de sus reimpresiones de 1566 o 1570, ya que Rodrigo de Cervantes falleció en 1585. Como resalta Eisenberg [36], Cervantes era muy aficionado a mencionar, comentar e incluso criticar en sus obras literarias muchos de los libros y manuscritos de los que disponía en su biblioteca particular, y siguiendo esta línea argumentaria, el Dioscórides es la única obra de carácter científico-médico que cita el novelista en toda su producción literaria, en concreto en El Quijote: ‘Con todo eso –respondió Don Quijote– tomara yo ahora más aina un quartal de pan o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por el Doctor Laguna’ (I-XVIII) [1]. En este sentido, hay que tener presente que el Dioscórides de Laguna fue una obra que tuvo muchos menos problemas con la actividad censora de la Inquisición que el resto de textos científicos en que pudo basarse Cervantes en el campo que nos ocupa, como los textos de Huarte o de Erasmo. De hecho, el principal expurgo realizado al Dioscórides fue el correspondiente al Índice de 1632, ya fallecido el autor alcalaíno [66]. Al igual que Cervantes, otros reconocidos autores del Siglo de Oro también citaron a Laguna en sus creaciones literarias, como el propio Lope de Vega, en El acero de Madrid [67]. Por otro lado, hay que tener presente, según postulan algunos autores [66], que Laguna redactó sus comentarios al Dioscórides mediante un discurso universal en lengua castellana, de forma que pudiesen ser utilizados y entendidos, además de por los profesionales de la medicina de la época, por personas legas en materia terapéutica, ya que evitó recurrir a la tecnificación del lenguaje vulgar [31]. Para ello, Laguna recurría habitualmente a anécdotas, a comentarios de experiencias propias, a relatos y leyendas de países lejanos, etc., con el objetivo de hacer la lectura más asequible y amena a los no especialistas. Como resalta Baranda [66], ‘la duplicidad de estrategias discursivas de Laguna pone en evidencia su esfuerzo por ampliar el ámbito de la recepción de su libro; con ello pretendió popularizar la medicina académica y en este aspecto tuvo un éxito innegable’. Prueba de ello es la existencia de ejemplares de esta obra en las bibliotecas de conocidos personajes históricos, como el pintor Diego de Silva y Velázquez (1599-1660) [67]. De esta forma, y teniendo en mente todos los parámetros comentados, la consulta del Dioscórides por parte de personas como Cervantes resultaría mucho más asequible. De hecho, la relevancia de los conocimientos botánicos contenidos en el Dioscórides también difunde en otros pasajes de El Quijote distintos a los de su cita expresa y en otras novelas cervantinas. Así, Don Quijote afirma que ‘el caballero andante ... ha de ser médico, y principalmente herbolario, para conocer ... las yerbas que tienen la virtud de sanar ...’ (II-XVIII) [1]. También en Los trabajos de Persiles y Si-

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a

b

Figura 5. Retrato de Andrés Laguna (a), según un grabado de la edición salmantina de su Dioscórides (Acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos) de 1563 y frontispicio de esta versión comentada, realizada en la imprenta de Mathias Gast (b). Esta obra, única de carácter médico citada por Cervantes en sus textos, pudo haber servido de base en las aproximaciones terapéuticas narradas por él en sus novelas.

gismunda se comenta que los encantadores tenían que conocer ‘las virtudes de las yerbas’ [1], algo similar a lo narrado, con respecto a las hechiceras y brujas, en El coloquio de los perros. En contra de la opinión de algunos autores [68], que defienden que Cervantes, a pesar de citar el Dioscórides de Laguna, nunca lo leyó, nosotros hemos planteado que algunos de estos conocimientos, amplios en ciertos aspectos, podrían proceder de la lectura del Dioscórides anotado por Laguna, que pudo servir de fuente documental para sus pasajes de carácter terapéutico [69]. Prueba de ello son las descripciones del efecto de algunas plantas, que coinciden con las aportadas por Laguna, como el caso de los efectos alucinógenos de los ungüentos de brujas y el carácter galénico de ‘frialdad’ de éstos (El coloquio de los perros) y de las propiedades terapéuticas del romero en el tratamiento de heridas y traumatismos (El Quijote). También describe Cervantes los efectos narcóticos del opio (El celoso extremeño), y, sin citar su composición, los efectos psicodislépticos de algunos preparados (El licenciado Vidriera) [54], así como de ciertos venenos (La española inglesa), elaborados todos a base de hierbas, que coinciden estrechamente con las descripciones relatadas en algunos capítulos de la obra de Laguna referentes a las solanáceas (datura o solano ‘que saca de tino’, beleño, mandrágora). Sin embargo, la prueba más evidente de este planteamiento es el uso de una frase literal del médico segoviano, referida al ruibarbo, para narrar la necesidad de Don Quijote de ‘purgar su exceso de cólera’ [70]. La Tabla muestra la concordancia, casi literal en algunos puntos, entre las notas del Dioscórides de Laguna y algunos párrafos de las novelas de Cervantes. ERASMO DE ROTTERDAM Y EL ELOGIO DE LA LOCURA También se ha postulado, desde hace algunos años, la influencia del teólogo y filósofo holandés Erasmo de Rotterdam, califica-

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Figura 6. Detalle de La Nef des fous (La nave de los locos, 1503-1504), óleo sobre tabla del pintor flamenco El Bosco (Museo del Louvre, París).

do por muchos de sus coetáneos como el ‘príncipe de los humanistas’, en el universo literario cervantino. Desiderius Erasmus Rotterdamus (Rotterdam, 1469-Basilea, 1536), más conocido como Erasmo de Rotterdam, fue otra de las grandes figuras del humanismo y la filosofía del Renacimiento. Hijo ilegítimo de un eclesiástico y su ama de llaves (hija de un médico), Erasmo quedó huérfano a la edad de 14 años, tras una epidemia de peste, e ingresó, sin mucha convicción, en el convento de la Orden de San Agustín en Stein. Tras ordenarse sacerdote, Erasmo estudió en la Universidad de París, y posteriormente trabajó como secretario del obispo de Cambrai. Este empleo le permitió realizar numerosos viajes a Francia, Bélgica, Italia e Inglaterra, y relacionarse con la mayoría de los centros humanistas de Europa. En su estancia en Inglaterra, entre 1499 y 1500, entabló una gran amistad con Thomas Morus (14781535), futuro canciller del rey Enrique VIII, y ejerció como profesor de teología en la Universidad de Cambridge. Su carácter viajero y errante le hicieron declinar un puesto vitalicio en dicha universidad, y se trasladó a Italia, donde se doctoró en teología por la Universidad de Turín, en 1500, y entre 1506 y 1509 trabajó en la conocida imprenta veneciana de Aldus Manutius (14491515). Posteriormente se instaló en Basilea, ciudad en la que había surgido un importante grupo de humanistas reformadores. Sin embargo, con el triunfo de la Reforma luterana en esta ciudad, Erasmo cambió su residencia a la católica Friburgo, aunque finalmente volvió a Basilea, más próximo a los postulados luteranos, donde moriría de disentería en 1536 [71-73]. La vida de Erasmo se caracterizó por una continua defensa de la libertad ideológica, en la que fue patente una intensa lucha interior entre su educación católica y las nuevas ideas reformistas. De hecho, sus polémicas con la Iglesia católica fueron constantes, aunque también lo fueron los ataques permanentes de los teólogos reformistas [74]. Lo cierto es que esta ambigua postura no le benefició en absoluto, a pesar de la gran popularidad de

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Tabla. Comparación y concordancia entre diferentes pasajes de los textos literarios de Cervantes y párrafos extraídos de las anotaciones previas de Laguna a su Dioscórides (adaptada de López-Muñoz, et al [65]). Planta o preparado

Cita de Cervantes

Obra

Cita de Laguna

Capítulo del Dioscórides

Ruibarbo

‘tiene necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya’

El Quijote (Parte I, capítulo VI)

‘por donde cuando decimos que el reobárbaro purga la cólera’,

II (Libro III)

Romero

‘Y tomando algunas hojas de romero ..., las mascó y las mezcló con un poco de sal, y aplicándoselas a la oreja, se la vendó muy bien, asegurándole que no había menester otra medicina’

El Quijote, (Parte I, capítulo XI)

‘majadas las hojas [de romero] y aplicadas en forma de emplasto ... mitigan las inflamaciones’

LXXXIII (Libro III)

Ungüentos de brujas a

‘jugos de yerbas en todo extremo fríos’

El coloquio de los perros

‘compuesto de yerbas en último grado frías’

LXXV (Libro IV)

‘nos privan de todos los sentidos’

‘priva del entendimiento y sentido’

‘en la fantasía pasamos todo aquello que nos parece pasar verdaderamente’

‘creen haber hecho despiertas todo cuanto soñaron durmiendo’

‘gozamos de los deleites que te dejo de decir’

‘estaba rodeada de todos los placeres y deleites del mundo’

‘llegaron a hincarle alfileres ... ni por eso recordaba la dormilona’

‘fue difícil despertarla, aun utilizando diversos medios’

Unturas alopiadas b

‘tenía tal virtud que, fuera de quitar la vida, ponía a un hombre como muerto’

El celoso extremeño

‘le hará dormir in aeternum ... adormece de un tan profundo sueño que no despierta jamás’

LXVI (Libro IV) XVII (Libro VI)

Tósigos c

‘se le comenzó a hinchar la lengua y la garganta, y a ponérsele denegridos los labios, y a enronquecérsele la voz, turbársele los ojos y apretársele el pecho’

La española inglesa

‘apostémaseles la lengua, hínchaseles la boca, inflámaseles y paréceles turbios los ojos, estréchaseles el aliento ... y una comezón de las encías, y en todo el cuerpo’

XV (Libro VI)

a

Solanáceas (solano/beleño); b Papaveráceas (opio); c Solanáceas (beleño o Hyoscyamo).

su obra, lo que motivó la inclusión de ésta en el Índice de libros prohibidos del Santo Oficio. Sin embargo, sus ideas se difundieron ampliamente por toda Europa, dando lugar a una corriente denominada ‘erasmismo’. El Elogio de la locura En 1509, durante su estancia en Inglaterra, Erasmo redactó la que sería una de sus obras más populares, Moriae encomium (Elogio de la locura) [75]. Este ensayo, dedicado a su amigo Thomas Morus (santo Tomás Moro) (cuyo apellido procede curiosamente del término latino moria, que viene a significar precisamente ‘locura’), fue escrito en la residencia de este último, en Bucklersbury, en algo más de una semana, y bajo una intencionalidad burlona y divertida, en el cual abundan los comentarios con doble o múltiple significado. Elogio de la locura, una obra considerada como de las más influyentes de la literatura renacentista e inspiradora de varios principios de la reforma luterana, se imprimió por primera vez en 1511. Este ensayo se enmarca en el habitual estilo de los humanistas renacentistas, que recurren de forma continuada a mitificaciones de la cultura clásica. De hecho, se presenta a la locura como una diosa (hija de la ignorancia y de la ebriedad), que se acompaña de otras entidades divinas, como Tryphe (la irreflexión), Komos (la intemperancia), Misoponia (la pereza), Hedone (el placer), etc. Con estas herramientas, Erasmo ejerce una mordaz crítica social, fundamentalmente a la Iglesia católica y a sus anticuadas estructuras de gobierno. Así, este ensayo comienza con una exaltación de la ‘locura virtuosa’, continúa con una serie de discursos solemnes, en los que, veladamente,

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se efectúa un examen satírico de numerosas prácticas corruptas de la Iglesia católica de la época, y finaliza con una sincera y sencilla exposición de los verdaderos ideales cristianos, que inspiraron el cristianismo primitivo [75]. El éxito de este ensayo, en el que son evidentes las influencias de la obra satírica alemana Das narrenschiff (La nave de los necios, 1494) de Sebastian Brant (1457-1521) (Fig. 6), fue enorme, ya desde sus primeras ediciones de 1511, como la ilustrada con grabados en madera por Hans Holbein (1497-1543). De hecho, antes de la muerte del propio Erasmo, ya había se había traducido al francés y al alemán, y poco después al inglés. Del mismo modo, Elogio de la locura, que sirvió de base a la conocida obra de Tomás Moro Utopía (1516), se consideró un ejemplo de composición en las clases de retórica durante el siglo XVI e inspiró, durante el siglo XIX, el arte de la adoxografía, esto es, el ‘elogio de una materia trivial o básica’. Erasmo en las obras cervantinas La introducción en España del erasmismo, como corriente de pensamiento genuinamente humanística, precedió en varios decenios el nacimiento del autor de El Quijote. De hecho, desde 1524 ya existía un núcleo erasmista consolidado entre el profesorado de la Universidad de Alcalá de Henares, que intentó activar una especie de revolución religiosa en nuestro país [76]. Incluso en el ámbito de la medicina, esta influencia erasmista fue muy manifiesta en dicha localidad universitaria, como se evidencia en la figura de Francisco Hernández (1514-1587), médico de la Corte de Felipe II, y que llegó a ser Protomédico de la Nueva España [67]. Por lo tanto, no es extraño que Cervantes,

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nacido y criado en la ciudad complutense, conociera de primera mano las ideas de Erasmo, conocimiento que pudo acrecentar durante sus viajes de juventud, sobre todo por Italia. Es evidente que el planteamiento general de Erasmo en el Elogio de la locura puede ser extrapolado a la caracterización que Cervantes insufló en varios de sus textos, pues tanto en la obra del teólogo holandés como en las del literato español se recurre al artilugio de la locura para efectuar una ingeniosa, satírica, sagaz y acertada crítica de la sociedad del siglo XVI. Aunque más evidente en el caso de la estructura eclesiástica, el ensayo de Erasmo, al igual que los textos cervantinos, critica todos los estamentos sociales, desde la nobleza y las autoridades hasta los campesinos y el pueblo llano; ninguno está libre de la influencia de la locura, entendida como estupidez (stultitia). Dice Erasmo: ‘Vuelvo a San Pablo: Acoged con buena voluntad a los locos’, dijo hablando de sí mismo. Y en otro lugar: ‘Aceptadme como a un loco’. Y: ‘No hablo según Dios, sino como si fuera un loco’. Y aun: ‘Somos locos, dijo, por gracia de Jesucristo’. Ya veis cuántos elogios de la locura y en qué autor. Y todavía va más lejos: ‘Aquel que entre vosotros se crea sabio, que se vuelva loco para ser sabio’ [75]. Numerosos autores han puesto sobre el tapete esta influencia del erasmismo en las novelas de Cervantes, y su defensa de la existencia de una locura positiva, benéfica y divina [76-78]. Más recientemente, también Alonso-Fernández [26] comenta que Cervantes, en el caso de la ‘locura lúcida’ de Don Quijote, se debió basar, sin duda, en el Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam. Si nos atenemos a estos planteamientos erasmistas, es de destacar que Cervantes, por ejemplo, jamás internó a Don Quijote en un asilo de alienados o lo sometió a vejatorias técnicas de contención, como hace quien firma con el pseudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda con su falso Quijote, que acabó con sus huesos, mediante engaños, en la Casa del Nuncio, nombre con el que se conocía al manicomio de Toledo. Ésta podría ser una prueba de que Cervantes no se planteó su personaje como un trastornado mental al uso, sino como un sujeto con ciertas alteraciones temporales y episódicas de la percepción de la realidad, que mantiene, intercrisis, una cordura extremadamente razonante, dando pruebas de una lógica capacidad para entender el mundo, y abrumando a diferentes personajes de la obra con sus planteamientos filosóficos y su visión sin cadenas de la realidad (hechos extrapolables a otros personajes cervantinos, como el licenciado Vidriera). Sin embargo, los planteamientos humanistas de índole erasmista hubieron de ser hábilmente camuflados en sus obras por el autor alcalaíno, incluso en mayor medida que con respecto a los planteamientos de Huarte, en tanto que las obras de Erasmo (editadas en romance) se incluyeron en los índices inquisitoriales españoles desde 1559. Al contrario que en el caso de Cervantes, las influencias erasmistas fueron mucho más evidentes en el caso de Laguna, defensor de las ideas de tolerancia y paz universal y a quien el propio Erasmo rindió tributo en 1548 por sus estudios humanísticos. De hecho, algunos autores, como el célebre hispanista francés Marcel Bataillon (1895-1977), adjudican a Laguna la autoría de Viaje de Turquía (1557), una de las más prestigiosas obras literarias renacentistas de carácter erasmista [79]. En este sentido, no deja de ser casual que el principal personaje de Viaje de Turquía sea un médico llamado Pedro de Urdemalas, quien, pese a su carácter popular durante el siglo XVI, constituye, a su vez, el personaje central de una comedia homónima de Cervantes publicada 58 años después.

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ALFONSO DE SANTA CRUZ Y SU OPUSCULUM DE MELANCHOLIA El nexo erasmista de Cervantes, independientemente de que pudiera haber leído las obras del filósofo holandés durante sus viajes europeos de juventud, podría ser cerrado en relación con la familia Santa Cruz. Según postula Rojo Vega [24], Cervantes pudo trabar amistad, durante su residencia en Valladolid, con el doctor Antonio Ponce de Santa Cruz, catedrático de la universidad de dicha ciudad y conocido erasmista. Ponce de Santa Cruz fue un gran experto de la época en materia neuropsiquiátrica, y alcanzó el rango de médico de la Corte de los Austrias (al igual que Laguna) y Protomédico general del reino. Tal vez Antonio diera a conocer a Cervantes la obra de su padre, Alfonso de Santa Cruz, Dignotio et cura affectuum melancholicorum (1569) [80], que podría haber servido de inspiración para la redacción de El licenciado Vidriera. Los datos biográficos sobre la figura de Alfonso de Santa Cruz son realmente escasos, a pesar de pertenecer a una de las más prestigiosas familias de médicos españoles del siglo XVI. Hijo de Pablos, médico de Carlos V y caballero de la Orden de Santiago, hermano del licenciado Duarte de Santa Cruz (¿-1569), Protomédico y médico de Su Majestad Felipe II (que incluso se ocupó del tratamiento de la oscura enfermedad mental del príncipe Carlos), y padre de Antonio, médico de la Corte de Felipe III y Felipe IV, y abad del monasterio de Covarrubias, Alfonso pudo haber estudiado medicina –aunque no existen registros documentales– en la Universidad de París, pero ejerció su actividad profesional en la ciudad de Valladolid [81,82]. En cualquier caso, Alfonso de Santa Cruz podría ser considerado como un prestigioso especialista de su época en el tratamiento de los enfermos mentales. En este sentido, el mismo autor comenta en su obra Dignotio et cura affectuum melancholicorum que, con respecto a la curación de los locos, ‘yo tengo cierta y larga experiencia como es notorio y dello da fe la mucha gente que por mi industria y mano está remediada’ [80]. Dignotio et cura affectuum melancholicorum Santa Cruz escribió, en 1569, un pequeño tratado médico de contenido psiquiátrico titulado Dignotio et cura affectuum melancholicorum (Diagnóstico y tratamiento de las afecciones de los melancólicos), que Peset Llorca [83] considera como el primer texto específico de casuística psiquiátrica escrito en nuestro país, y posiblemente también el primero dedicado al estudio de la melancolía. Sin embargo, esta obra no llegó a verla publicada su autor en vida y apareció, póstumamente, en 1622, como un apéndice a la obra de su hijo Antonio Ponce de Santa Cruz In Avicennae, y dos años después, en 1624, como adenda también a la obra Opuscula medica et philosophica, editadas ambas en Madrid por Tomás Iunta [82]. El Opusculum de melancholia de Santa Cruz está diseñado, siguiendo un modelo que cobró gran popularidad durante el Renacimiento, como un fluido diálogo entre dos médicos amigos (Aristipo, el maestro, y Sofronio, el alumno), que abordan el tema de la melancolía a modo de actuales casos clínicos, obtenidos de sus experiencias facultativas, lecturas y reflexiones. Según la mentalidad de la época, este formato permitía una manera ‘agradable y provechosa’ de divulgar el conocimiento científico [84]. Desde la perspectiva médica, esta obra se enmarca dentro del más puro galenismo, con las matizaciones propias del tamiz árabe preponderante durante los siglos previos, al considerar

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que el humor melancólico sería un producto de la bilis que ataca el cerebro, de forma que cuando este humor afecta especialmente a la memoria, produce tristeza, miedo y ansiedad, mientras que si ataca a los hipocondrios y se acompaña de obstrucciones, engendra la hipocondría [85]. Tomando como base, pues, la galénica teoría humoral, Santa Cruz define la melancolía como un delirio sin fiebre debido al exceso de humor melancólico, que ocupa la sede de la mente. En cualquier caso, el objetivo último del autor es colaborar en el conocimiento y abordaje de una patología psiquiátrica muy en boga durante el siglo XVI, como es la melancolía, prototipo de insania mental, que acaba extinguiendo la principal facultad del ser humano, la capacidad de entendimiento y raciocinio [82]. De hecho, diferentes trastornos psiquiátricos y neurológicos son considerados por Santa Cruz como variantes de la melancolía; tal sería el caso de la ‘enfermedad sagrada’ o epilepsia, el ‘amor hereos’ o furor uterino, la licantropía, etc. El texto de Santa Cruz en la obra cervantina Como hemos comentado previamente, durante su residencia en Valladolid, Cervantes se relacionó íntimamente con algunos de los más prestigiosos médicos locales, no tanto debido a su ascendencia sanitaria, sino más bien debido al interés literario de algunos de ellos, como Pedro de Soria o Sanz de Soria, Francisco Martínez Polo y el propio Antonio Ponce de Santa Cruz, quienes cultivaban el arte de la poesía y mantenían un cierto vínculo humanista de carácter manifiestamente erasmista. De hecho, las ideas erasmistas, veladamente puestas sobre el tapete por razones evidentes de carácter religioso, máxime en una persona como Cervantes, cuya sangre de cristiano viejo podía ser cuestionada, podrían proceder, además de por su conocimiento directo en sus viajes fuera de España, de su amistad con el médico Antonio Ponce de Santa Cruz, conocedor de las tesis de Erasmo. Rojo Vega [24] postula la existencia de estrechos lazos entre ambos autores en materia psicológica, como la defensa del libre albedrío o el papel del amor en la génesis de la locura. Ponce de Santa Cruz no sólo publicó el tratado de su padre, Dignotio et cura affectuum melancholicorum, sino también el primer tratado en español sobre el abordaje terapéutico de la alferecía o epilepsia, Praelectiones Valliosoletanae (1631) [25]. En ambas obras se pueden entrever las descripciones que Cervantes hace del ‘homo vitreus’ en su novela ejemplar El licenciado Vidriera. Por este motivo, algunos autores cervantistas creen que Alfonso de Santa Cruz pudo muy bien haber sido el inspirador de esta novela [81,86], que también pudo haberse diseñado, o incluso escrito, en la ciudad de Valladolid. Un pasaje anecdótico de la obra de Santa Cruz da pie a pensar que pudiera inspirar la creación del personaje cervantino. Este pasaje comienza de la siguiente forma: ‘... en la Academia Parisina, cierto preceptor mío, hombre insigne en esta arte nuestra, tenía a su cuidado a un melancólico muy ilustre. Este hombre pensaba que era un vaso de vidrio: cuando se acercaba alguien para hablarle, al punto, con la mayor diligencia y rapidez, se apartaba, pensando o más bien temiendo, que con la aproximación o contacto de alguno se quebraría ... Por fin, un día, este médico prudente se le acercó y le dijo: Ilustrísimo Príncipe ... es necesario que día y noche permanezcáis echado en un lecho construido con solas pajas; allí estaréis más seguro y sin lesión, pues así los mercaderes de estos vasos de vidrio los trasladan en sus viajes para que no choquen y se rompan’ [80]. Precisamente, el más famoso de los locos cervantinos, tras Alonso Quijano, es,

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sin lugar a dudas, el estudiante Tomás Rodaja, quien, tras ser envenenado en un membrillo, y después de una convalecencia de seis meses, quedó ‘loco de la más extraña locura que entre las locuras hasta entonces se había visto. Imaginose el desdichado que era todo hecho de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se llegaba a él, daba terribles voces pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercasen, porque le quebrarían; que real y verdaderamente él no era como los otros hombres: que todo era de vidrio de pies a cabeza’ [1]. De esta manera se transformó en el licenciado Vidriera. La coincidencia de ambos textos es verdaderamente llamativa. Pero éste no es el único párrafo de la obra de Santa Cruz que se puede observar en los textos cervantinos. En otros casos clínicos comentados por el médico vallisoletano en su opúsculo se describen casos de alternancia entre períodos de locura y cordura, de lucidez y de delirio, e incluso se defiende una clásica teoría pseudoaristotélica, comentada previamente, según la cual los sujetos de temperamento melancólico serían más propensos a desarrollar el ingenio. Tal es el caso de un ‘monje de treinta y cuatro años, hirsuto, moreno, delgado ... Cayó en un delirio repentino, y declaraba que ya había muerto y por fin resucitado, y que ya era inmortal. Y, lo que admiraba a todos, discernía con juicio recto y hablaba de tal forma que nadie podía percibir que deliraba ...’ [80]. Estos planteamientos no sólo pueden apreciarse en las circunstancias vitales del personaje principal de la mencionada novela ejemplar, sino también en la universal figura de El Quijote. Es más, en otro caso clínico propuesto por Santa Cruz se describe a un religioso ‘bilioso y melancólico, con una complexión del cuerpo delgada y débil’, sometido a ayunos constantes, que desarrolló una ‘fiebre diaria tranquila que, como se detuvo mucho tiempo en este cuerpo demasiado débil, lo secó y a la vez volvió el cerebro flaco. De aquí las vigilias y las otras cosas que les suelen ocurrir a los melancólicos, principalmente muchas imaginaciones falsas y horrendas’ [80]. Esta descripción se asimila de una forma asombrosa a la presentación que Cervantes nos hace de Alonso Quijano en el primer capítulo de El Quijote. Por otro lado, la gran similitud existente entre los síntomas de Alonso Quijano y Tomás Rodaja ha hecho pensar a algunos autores que Vidriera pudiera haber sido una especie de esbozo literario en el proceso de creación de Don Quijote [49,86,87]. Tomás Rodaja, igual que Alonso Quijano, presenta una alteración de la percepción y de los sentidos, una exaltación del ingenio (‘grandísima agudeza de ingenio’ en palabras de Cervantes) y la imaginación, con evidentes rasgos conductuales anormales, marcados por un comportamiento social desinhibido, aunque manteniendo un juicio en extremo razonante (otro ejemplo más de ‘loco lúcido’, al hilo de los postulados erasmistas). Bajo este perfil de impunidad que ofrece la cobertura de un pobre orate, Vidriera ejecuta (en la voz de su autor) una directísima e implacable crítica a numerosos actores sociales de su época, recurriendo de forma continuada a ingeniosos aforismos que hacen las delicias de la audiencia. Incluso del mismo modo que sucede con el caballero andante, Vidriera recupera finalmente la cordura, tras dos años de trastorno mental y la intervención de un ‘terapeuta’ religioso de la Orden de San Jerónimo, transformándose en el licenciado Rueda [1]. Finalmente, merece la pena comentar que la novela ejemplar El licenciado Vidriera constituye el ejemplo paradigmático del uso enciclopedista de fuentes técnicas por parte de Cervantes, en contra de lo que defienden ciertos detractores de esta hi-

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pótesis. El erudito alarde de aforismos, sentencias, apotegmas, citas latinas, etc. de que hace gala el autor en esta novela conlleva, irremediablemente, la consulta sistemática de una gran cantidad obras, de las más variadas materias, entre las que, sin duda, deberían estar las médicas y terapéuticas. Como muy bien apunta Avalle-Arce en sus anotaciones y comentarios a su edición de las Novelas Ejemplares cervantinas, ‘cuando redactó El licenciado Vidriera, Cervantes tenía sobre su mesa de trabajo un manual enciclopédico’ [88]. CONCLUSIONES Miguel de Cervantes demuestra en sus obras tener amplios conocimientos de medicina, posiblemente procedentes de su entorno familiar y de amistades, así como de la lectura y manejo de diversos tratados de esta materia, algunos de los cuales parece que integraban su biblioteca particular. En relación con los aspectos relativos a los trastornos mentales y nerviosos, estos libros podrían haber servido al autor de El Quijote para caracterizar, desde la perspectiva médica, a algunos de sus personajes, hecho que ha sido ampliamente discutido, y posiblemente demostrado, en el caso del Examen de ingenios para las ciencias de Juan Huarte de San Juan, Moriae encomium de Erasmo y Dig-

notio et cura affectuum melancholicorum de Alfonso de Santa Cruz. Con respecto a la materia terapéutica, el único libro existente en la biblioteca particular de Cervantes era un ejemplar del Dioscórides de Andrés Laguna, único libro de carácter médico que también, curiosamente, cita Cervantes en toda su producción literaria (El Quijote). Nuestro grupo ha postulado, recientemente, que Cervantes también empleó esta obra en la redacción de algunas de sus creaciones literarias. En este sentido, el hecho de que Cervantes consultara textos técnicos del ámbito médico para vigorizar, desde la perspectiva científica, sus personajes y sus tramas, puede ser considerado como un ejemplo más de genialidad y de ‘ingenio’ por parte de este literato universal. No obstante, hay que tener siempre en mente que el objetivo de Cervantes al componer sus obras, al igual que el de la mayor parte de los creadores literarios, no era el de disertar sobre aspectos clínicos o terapéuticos, sino el del mero entretenimiento propio de una construcción artística, donde las pinceladas técnicas constituyen un adorno más y un recurso para demostrar cierto carácter ilustrado. Si ignoramos este punto, podemos caer en el fatal error de abordar los textos cervantinos como si de tratados científicos se trataran, lo que supone una absurda forma de trivializar la ciencia (y, por supuesto, también la literatura).

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THE MAD AND THE DEMENTED IN THE LITERARY WORKS OF CERVANTES: ON CERVANTES’ SOURCES OF MEDICAL INFORMATION ABOUT NEUROPSYCHIATRY Summary. Introduction. Throughout the writings of Cervantes, the lunatic or the madman (which allows for certain neurological pathologies, such as epilepsy) is a figure that appears over and over again, as a literary strategy that the author uses to express his own particular social criticism. Development. This literary characterisation of insanity is endowed with a number of clinical connotations that suggest that Cervantes was quite familiar with certain elements of medicine; although such knowledge may well have come from relatives and friends, he also showed a personal interest in the mentally ill (there is evidence that he visited the Hospital de Inocentes –a mental asylum– in Seville). Likewise, it seems obvious that Cervantes was also familiar with several medical treatises concerning the neurosciences, which were very much in vogue in Spain in the late Renaissance period. In fact, his personal library included two works that, in addition to serving to inspire the Alcalá-born author on some points, are cited almost literally in some of his novels. These references are The Examination of Men’s Wits, written by Juan Huarte de San Juan in 1575, and the annotated Spanish version of Dioscorides (On medical matters and mortal poisons) by Andrés Laguna, from 1555. Similarly, the clinical description of the main character in the novela ejemplar Vidriera, the Lawyer seems to have been taken from the medical tract Dignotio et cura affectuum melancholicorum (1569) by Alfonso de Santa Cruz. Lastly, it has also been suggested that, in the construction of his literature, Cervantes drew on the humanistic approaches advocated by Erasmus of Rotterdam in his In Praise of Folly (1509). Conclusions. These four works may have served as a source of medical information that allowed Cervantes to develop some of his characters and to write his accurate comments on therapeutic matters. [REV NEUROL 2008; 46: 489-501] Key words. Alfonso de Santa Cruz. Andrés Laguna. Dioscorides. Erasmus of Rotterdam. History of Medicine. In Praise of Folly. Juan Huarte de San Juan. Miguel de Cervantes. The Examination of Men’s Wits.

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