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Los autorretratos de Pedro Meyer
Curaduría de: Vesta Mónica Herrerías Cuevas
Los autorretratos de Pedro Meyer
Curaduría de: Vesta Mónica Herrerías Cuevas
Cada
vez que un fotógrafo aprieta el botón obturador de su cámara registra un instante de su propia existencia. Un instante mirando al mundo, capturándolo, o capturándose en él. A lo largo de su vida Pedro Meyer ha registrado de manera obsesiva su paso por el planeta; ha capturado objetos, paisajes, ha retratado amigos y familiares y ha inventado espacios imaginarios. Pero también, y sin concebirlo como tal, ha creado una álbum autobiográfico habitado por imágenes misteriosas y enigmáticas de sí mismo. Los caminos de Meyer El autorretrato es tan antiguo como el retrato fotográfico.Todo indica que el primer fotógrafo que posó frente a su propia cámara fue Hippolyte Bayard, en su famoso “Autorretrato como ahogado”, realizado en octubre de 1840. Se trata de una imagen fundacional no sólo por el hecho de que el autor dirige la lente hacia su propio cuerpo, sino porque se representa a sí mismo en una situación imaginaria, sin vida, y explora la teatralidad y la capacidad de la fotografía para crear ficciones. Mientras que Bayard optó por construir y preparar cada detalle de la mise en scéne de su autorretrato, por las mismas fechas Félix Nadar prefirió retratarse en espacios y ambientes reales, de las catacumbas de París a la intimidad de su propio estudio, donde consiguió el primer autorretrato con luz artificial. A partir de entonces los fotógrafos han seguido uno de ambos caminos: hay quienes prefieren apropiarse de los espacios reales que los rodean y hay quienes inventan espacios ficticios. Durante sus más de cincuenta años de labor profesional Pedro Meyer ha explorado ambas vías: por un lado se retrata siempre que encuentra a su paso un espejo o una superficie que proyecte su imagen, y por otro, construye digitalmente nuevos escenarios en los que se reinventa como personaje, sin dejar de ser él mismo. La verosimilitud nunca ha sido una condición obligatoria del autorretrato. Pero aún el autorretrato más abstracto tiene relación con la verdad. El retrato, explica Jacques Aumont, es un género expresivo, que tiene relación con la verdad; no es que diga forzosamente la verdad del
© Pedro Meyer 1994
sujeto retratado, pero dice que existe una verdad: “el hecho mismo de intentar un retrato quiere decir que uno cree en la posibilidad de encontrar una verdad”. Los autorretratos de Pedro Meyer son ante todo un viaje que permite explorar la apariencia del rostro a lo largo del tiempo. Una ficción verosímil que propone coronar, más que la verdad sobre la identidad, la verdad de la imagen.
Los autorretratos de Pedro Meyer
Curaduría de: Vesta Mónica Herrerías Cuevas
Una búsqueda a través del retrato Para Pedro Meyer, el autorretrato es una manera de expresar la complicada relación de sí mismo con el inevitable transcurrir de los años. Fotografiar la apariencia del rostro es una manera de congelar el tiempo. Retratar el rostro para recordarlo, para recordar cómo me veía, pese a que el rostro en ningún momento es una verdad definitiva, sino que se transforma a diario y se multiplica en máscaras de expresiones muy diferentes. La curiosidad por la manera como cambian los rostros, los gestos y las expresiones particulares encuentran un desahogo en el acto de retratarlos. Desde 1839 los fotógrafos han aprovechado la fotografía no sólo para inmortalizar a la persona ausente, sino como un medio para explorar la noción de identidad y las obsesiones personales. Para Pedro Meyer el autorretrato es el ejercicio que le permite escapar de sus propias máscaras y de sí mismo. Sin embargo, aunque su búsqueda de la identidad ha sido constante a lo largo de su carrera como fotógrafo, las preguntas de origen persisten: ¿quién soy yo? ¿Este, que retrató muy bien, o aquel, que no salió tan bien representado en las fotos? Pero, como alguna vez escribió Graham Clarke, si no me reconozco, si ese de la foto no soy yo, ¿entonces quién es? Pedro Meyer y las formas del autorretrato I. Autorretrato como sombra Pocos fotógrafos han escapado a la tentación de retratar a su propia sombra, ese doble que nos acompaña perpetuamente. Los motivos que llevan a un fotógrafo a querer capturar a su sombra, y a representarse a sí mismo como una sombra son muy diversos. Hay quien lo hace como una manera muy elemental y simbólica de reafirmar que el Otro dista por mucho de ser igual a mí, hasta aquellos que buscan reconocerse como mortales de carne y hueso a través de la experiencia fotográfica. La fotografía sería así una suerte de artificio para reafirmar que en vida se es una forma luminosa y no una sombra. O quizá se trata de un irónico saludo a su propia muerte, a su Origen. Quizá por esta razón, Pedro Meyer tuvo el impulso de retratar su propia sombra proyectada sobre la tumba de sus padres. En todo caso, la experiencia de retratar la propia sombra remite a los orígenes del retrato. Es un guiño directo a la famosa “silhouette”, es decir, a la sombra generada por la proyección luminosa de la silueta del perfil de una persona. Desde finales del siglo XVIII, apoyados por los pantógrafos que permitían reproducir esta sombra, quien así lo deseara podría llevar consigo la imagen del perfil del ser querido en una delicada y fina sortija. © Pedro Meyer 1984
Los autorretratos de Pedro Meyer
Curaduría de: Vesta Mónica Herrerías Cuevas La sombra de Meyer proyectada sobre la tierra, el pavimento o el mármol retoma la tradición de retratar la sombra, sólo que en este caso se trata de la silueta del mismo fotógrafo: no se disimula la cámara ni el acto de fotografiarse; el fotógrafo y su equipo están ahí, sin mostrarse por completo. Al retratarse como sombra Pedro Meyer elabora una fina metáfora sobre la condición humana y sugiere que todo retrato es algo inacabado y fugitivo, un estado tan provisional como el de un negativo: su misterio y su contenido están aún por revelarse. II. El hombre-cámara Para Pedro Meyer, el autorretrato es una forma de expresar su relación con la fotografía y su entrega al oficio, al grado que en sus múltiples autorretratos con frecuencia la cámara sustituye al rostro para expresar que su pensamiento y su mirada son fotográficos, que la cámara es una prolongación de su mirada. Sin embargo, al desaparecer su rostro también se construye la imagen de un hombre-máquina, de un hombre-robot, mitad hombre-mitad cámara.Y cuando retrata al Otro y a sí mismo a través del espejo, no realiza otra cosa que no sea reivindicarse como creador: un gesto similar al de Velásquez cuando se autorretrata y aparece en sus obras.
© Pedro Meyer 1983
III. Yo mismo El autorretrato es un acto de introspección. Un acto por lo general solitario en el que el autor se enfrenta a su propia lente, como quien se mira al espejo. Voy a ver cómo soy, cómo es la imagen de mí que me devuelve el dispositivo fotográfico. Durante cinco décadas Pedro Meyer se ha retratado el rostro de manera periódica, siempre mirando la lente de frente, sin dar la espalda ni presentar el perfil. En esos casos, sus retratos son sinónimos de rostro y mirada. Sólo cuando Meyer retrata su rostro doliente nos permite ver atisbos del entorno que lo rodea: el interior de una ambulancia, el cuarto de un hospital. Pero casi sin excepción, cuando Meyer encarna a Pedro Meyer sin que la cámara fotográfica se encuentre a la vista, el fotógrafo prefiere desaparecer de la superficie los indicios que recuerdan que el retrato es una representación, una mise en scène. Recorta el contexto con el encuadre y se concentra en su propio rostro.
Los autorretratos de Pedro Meyer
Curaduría de: Vesta Mónica Herrerías Cuevas Cuando se fotografía mediante una cámara digital con pantalla integrada examina la composición de ese metaretrato que le permite examinar en tiempo real el posible resultado de su autorretrato, una imagen provisional que le muestra cómo se ve a sí mismo en el acto de fotografiarse. El resultado: un retrato para recordar como me veía mirando mi pre-retrato. Un ejercicio que le devuelve al acto fotográfico un pequeña dosis de verosimilitud.
© Pedro Meyer 2002
IV. El Otro que vive en el espejo Superficies reflejantes hay muchas, sin buscarlas aparecen en el camino. Sin embargo, aún cuando tenemos el hábito de convivir con nuestra imagen todos los días, de vez en cuando nos asalta la pregunta ¿ese reflejo soy yo? Y otras, ¿qué significa existir? La imagen de nosotros mismos en el espejo nos ofrece la ilusión más fugaz y perfecta de nosotros mismos. El rito de retratarse u autorretratarse, así como el de mirarse constantemente en el espejo son actos que permiten la reconciliación necesaria con uno mismo, con mi propia imagen. El retrato permite al fotógrafo ubicarse en determinado momento de su propia historia, registrar la apariencia de su rostro y su expresión para regresar a ella en el futuro. Mirar mi reflejo me permite hacer un balance de qué tan lejos o cerca estoy de mi imagen ideal. En cuanto a sus autorretratos se refiere, Pedro Meyer prefiere los reflejos realistas. Más que una representación abstracta y distorsionada, prefiere la nitidez y la pureza de la imagen que ofrecería un espejo impecable, sin zonas que provoquen distorsión. En todos los autorretratos que lo muestran frente a un espejo Meyer cuidó que su cámara no ocultase su rostro, sino que estuviera a un lado suyo y a la vez que registrara el espectáculo se convirtiese en personaje y testigo de la representación. Frente al espejo Meyer quiere representarse a sí mismo, de manera que quienes observen la imagen lo reconozcan. Pero en cuanto a la búsqueda de la verdad se refiere, para Pedro Meyer el acto de autorretratarse es un paliativo, pues en lugar de ofrecer respuestas sus retratos lanzan preguntas. El rostro no se agota en su representación, el acto de retratarlo lo convierte en un enigma permanente.
Los autorretratos de Pedro Meyer
Curaduría de: Vesta Mónica Herrerías Cuevas V. El yo fragmentado Al tratar de definir el retrato Baudelaire limitó las fronteras de este género al circunscribirlo al rostro humano. Para él un buen retrato debía expresar algo de la interioridad del modelo, de su carácter, a través de la mirada; debía ser “una biografía dramatizada, o más bien el drama natal inherente al hombre”. Es decir, que para retratar al hombre se pudiera prescindir del cuerpo. En cambio John Coplans pone el énfasis en el otro extremo de la cuestión. Los autorretratos de Coplans consisten en cuerpos sin cabeza. Se registra el cuerpo buscando dotarlo de la expresividad de un rostro. Por su parte, Pedro Meyer examina su cuerpo y le confiere la importancia que se otorga al rostro sólo cuando su cuerpo padece una enfermedad. Los autorretratos decapitados de Meyer cuentan el estado físico y anímico de un cuerpo doliente y fragmentado, un cuerpo herido y paralizado, atrapado por el yeso, rodeado de cables, perforado por las puntadas de los médicos, e incluso penetrado por los Rayos X. El acto fotográfico es una transferencia de su propio sufrimiento. Los arrebatados y expresivos encuadres de Meyer mutilan tanto como el dolor y se construye un tipo particular de autorretrato que convierte en memoria lo sufrido, un acto que registra y congela las heridas.
© Pedro Meyer
Los autorretratos de Pedro Meyer
Curaduría de: Vesta Mónica Herrerías Cuevas VI. El Yo imaginario El retrato es una de las maneras más eficaces para reinventarse. El retrato ha servido para convertirse en otro, para existir y para desaparecer, para desahogar el dolor, para dialogar con la muerte, para desdoblarse y convertirse en un espectro de apariciones múltiples, incluso para convertirse en un ser omnipresente. La mise en scène es una manera de afirmar la identidad ideal, como sostienen Jean-Francois Chevrier y Jean Sagne. Y sin embargo, con esta construcción idealizada el autorretrato no nos revela ningún secreto de su autor, ninguna verdad interior, pues el sentido se encuentra en el nivel de la superficie, “aparece en lo que se construye para una ocasión particular, más que en la autenticidad de las personas”, como escribió Alain Trachtenberg. Realidad, ficción, inquisición, sombra, fragmento, reflejo, misterio, mitad cámara-mitad ser humano, el Yo imaginario de Pedro Meyer se ha manifestado a través de tantos cuerpos y rostros como aspectos tiene la búsqueda personal de este creador. Quien examine estas fotos podrá concluir que el personaje imaginario que construyen las fotos de Meyer existe y se encuentra diluido en el espacio concreto y a la vez intangible que van sumando sus diversos trabajos, un espacio vasto y particular en el que se confunden parentescos y distintas generaciones cohabitan en un tiempo ideal. Si tuviera que elegir, diría que ese Yo imaginario habita en la imagen que ofrece Los Meyer, una pregunta irónica sobre los límites del acto fotográfico, de la identidad y del tiempo, de toda existencia. AUMONT, Jacques: Du visage au cinéma, Paris, Cahiers du cinéma/Editions de l ́Étoile, 1992, p. 23 BAUDELAIRE, Charles: “Salon de 1859” en Oeuvres Complètes, éd. Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, Paris, 1976, t. II, p. 655. CHEVRIER, Jean-Francois y Jean SAGNE: “Essai sur l ́identité, l ́exotisme et les excès photographiques” en revista Photographies, No. 4, abril 1984, p. 53. Social Research, vol. 67, n.1, verano 2000, p. 2.
Vesta Mónica Herrerías Cuevas Estudió Ciencias de la Comunicación y Fotografía en la ciudad de México. Realizó una maestría en Literatura en la Universidad de Paris III. Sus fotografías y artículos han sido publicados en el suplemento Hoja por hoja del diario Reforma y en las revistas Líneas de Fuga, Milenio, Replicante, Revuelta, Nouvelles du Mexique, Brèves (Francia) y Bomb (USA), así como en el sitio de internet www.zonezero.com. En 2006 publicó un libro de fotografías: Ensayos con vista a la luna (editorial Gatsby). Curadora de la exposición “Milagros y revelaciones, fotografías de Nacho López” en el marco del Mois de la Photo 2006 en París. Desde el año 2000 vive en Paris. Actualmente colabora para la revista La Tempestad, prepara una colección de ensayos sobre fotografía para la editorial Almadía y escribe su tesis doctoral sobre el retrato fotográfico bajo la tutela de Philippe Dubois en la Universidad de la Sorbonne Nouvelle.