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Por la Mixteca de Pedro Meyer
Curaduría de: Deborah Dorotinsky Alperstein
Por la Mixteca de Pedro Meyer
Curaduría de: Deborah Dorotinsky Alperstein
Viajar
y fotografiar son dos acciones que van unidas y no deberían ya de sorprender a nadie. Desde el siglo XIX, los fotógrafos lo hicieron con equipos pesados y cuartos oscuros portátiles para dar cuenta de las maravillas naturales y humanas que se encontraban desperdigadas por el mundo; Egipto, China, Japón, los complejos arquitectónicos prehispánicos en América y los diversos pueblos que poblaban el planeta. La fotografía era desde entonces una forma de acometer contra el mundo y preservarlo en el embate: el fotógrafo salía con su cámara como el cazador con su rifle y dispara contra su entorno para llevarse a casa las imágenes como merecidos trofeos. La medida en la que este acto del disparo es o no discriminado, contemplado y elegido con un afán estético marca un parte aguas entre las fotografías comunes de cualquier cuita turística y las que las miradas que escudriñan y desmenuzan su entorno depositan sobre lo que acontece a su alrededor. Este es el caso de las fotografías que Pedro Meyer realizó en la Mixteca. En 1991, Pedro Meyer aceptó una comisión de la revista National Geographic para realizar un viaje por la región Mixteca del Estado de Oaxaca y elaborar un foto-reportaje. Pedro viajó en la compañía de un equipo por varios meses. Sin embargo esta historia no tuvo el esperado final feliz debido a un fuerte desencuentro con el editor y Pedro decidió retirar su trabajo y renunciar al proyecto. Las más de catorce mil diapositivas en color se guardaron y fueron luego revividas, en una mínima parte, para el proyecto digital de Verdades y Ficciones, así que las imágenes que apreciamos aquí no se han publicado con anterioridad. La Mixteca es una región geográfica en la que residen no solamente el grupo étnico Mixteco, uno de los más numerosos de México, sino otros grupos que conviven con ellos en un laboratorio interétnico. La región de aproximadamente 40,000 kilómetros cuadrados se divide en tres diferentes zonas de acuerdo a su altura respecto al nivel del mar por lo que tenemos mixteca alta, baja y de la costa. El nombre indígena de este grupo, Ñuu Savi, que significa en español “Pueblo de la lluvia” encierra © Pedro Meyer 1991 paradójicamente el sentido que para Pedro Meyer tiene la vida de la Mixteca; el agua y la erosión. Uno de los contrastes más notorios que se aprecian en la selección de esta muestra es que al lado de estos terrosos y a veces yermos parajes, hay una vida que se mueve bulliciosa y llena de energía, que corre a torrentes como no lo hace seguido la lluvia. Por ello podemos ver en las imágenes de Meyer a los pobladores de la región quienes son partícipes de la lucha entre la tierra erosionada y sedienta y un celaje que aunque cargado de nubes es egoísta con su líquido cargamento.
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Curaduría de: Deborah Dorotinsky Alperstein La Mixteca ha sido motivo de otros acercamientos fotográficos como los de Mariana Yampolsky, Graciela Iturbide y foto-documentalistas, como el de Eniac Martínez en los años ochenta. En ambos trabajos, el de Meyer y el de Martínez, notamos un asombro y profunda curiosidad frente a la religiosidad de la gente de la zona. En lo que coinciden ambos es en develar un sentido de comunidad y de fe, que se aleja del registro sentimentalista y folklórico, y en rastrear los nexos entre estos miembros de la colectividad y sus parientes residentes en los Estados Unidos de Norte América. Mientras Martínez fotografió en blanco y negro y llevó su proyecto hacia el otro lado de la frontera, Meyer plasmó el intenso colorido y el movimiento de la Mixteca mexicana con las relaciones simbólicas que se mantienen con los parientes en Estados Unidos. Para ambos sin duda el problema migratorio es de suma importancia, como lo sigue siendo a la fecha ya que la región se vacía de jóvenes que migran “al otro lado” en busca del “Sueño Americano”.
© Pedro Meyer 1991
En el abordaje de Pedro, percibimos este sentimiento de fervor religioso en las imágenes en las que ha captado pequeños gestos de la participación de la gente en las fiestas y las procesiones. Tomadas desde puntos de vista muy diversos, en general metido entre la procesión, y buscando que la multitud asalte de frente a su cámara, Meyer se va al encuentro de la gente o nos deja observar como se aleja en un colorido recorrido hacia un punto perdido en la distancia; caminando sobre un suelo compacto y seco. Otras veces, ha tomado el cuidado de esperar un gesto personal y privado de devoción que nos conmueve porque anticipamos la culminación del movimiento delicado de la mano de un hombre que está por tocar el manto de la Virgen, o el barullo en la oscura silueta rítmica de la multitud recortada como un hilo de movimiento contra un cielo azul eléctrico. También hay fotografías que se llenan del murmullo de las oraciones pronunciadas en voz baja, susurradas mientras la luz se filtra sobre la Virgen cargada en andas o baña a Cristo en la Cruz. La luz también es la protagonista de la paradójica imagen en la que vemos desde la parte de afuera de una casa iluminada por un azul nocturno un rectángulo recortado en naranja desde el que apreciamos un altar casero para el Sagrado Corazón, que a nuestro ojo se antoja como una instalación contemporánea.
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Curaduría de: Deborah Dorotinsky Alperstein Nos sorprenden los retratos, individuales y de grupo que permiten apreciar una diversidad inmensa y un patrón de gustos personales impredecibles. El acercamiento de Meyer a este género no es tradicional pues no se concentra en el rostro. La personalidad y el oficio se muestran empalmados en composiciones logradísimas por su iluminación, solidez y armonía, como es el caso del retrato de los herreros que forman una compacta pareja de brazos tensados y cabezas coronadas por blancos sombreros; o el movimiento capturado en el acto de acontecer como en la fotografía de la pareja de mediana edad que baila feliz y orgullosa en una semi-fuga de cuerpos que giran y se mueven a su costado, cambiando el ritmo de las imágenes con los registros de los cuerpos fantasmagóricos que han cambiado de lugar durante la toma fotográfica. Meyer ha dado un sentido tan amplio a la idea de retratar los rostros y quehaceres de los mixtecos que es casi imposible hacer generalizaciones.
Músico con mosca en homenaje a Mozart © Pedro Meyer 1991
Nos confunde con las fisonomías que emergen de un disparejo fragmento de espejo que brilla lleno de color pendiendo de una pared de adobe. La pareja que se ha hecho cómplice del fotógrafo se ríe con nosotros del artificio. Meyer gusta del desconcierto, por eso nos enfrenta a la imagen de los músicos sentados tocando detrás de una cortina de cadáveres de chivo que cuelgan de una cuerda a modo de telón involuntario. Todo parece real, hasta que Pedro relata la historia de “La mosca en el sombrero”. Aquí el lector tendrá que mirar con detenimiento la fotografía del músico de pulóver color lila. Se trataría de un retrato cualquiera que adquiere sin embargo un significado anecdótico que revela cuanto ha cambiado la fotografía contemporánea, incluso la testimonial. Pedro refiere que había una mosca en la habitación que volaba y se atravesaba en el encuadre, pero no atinaba a posarse en ninguna parte que resultara interesante para la toma. Acto seguido, nos cuenta el fotógrafo que terminó insertando a la mosca digitalmente en la imagen para hacer de este retrato una fotografía más interesante. Es además un acto de resignificación del propio trabajo, introduciendo en él la experiencia de la habitación y la mosca molesta zumbando, sintetizando ambas vivencias —músico e insecto— en una sola fotografía. Otras personas nos miran, sumergidos en el universo visual de sus altares familiares, enmarcados y protegidos entre el sagrado corazón y la Virgen de Guadalupe, o frente a la iconostasis completada por un pequeño televisor mostrando ufanos sus trofeos del viaje a Washington a ver a los parientes, o del souvenir para recordar los años de mojado; otros sujetos miran a Pedro desde el interior de una habitación decorada con tiras colgantes en azul y blanco e iluminada por la luz
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Curaduría de: Deborah Dorotinsky Alperstein que se filtra desde una ventana. A pesar de la calma de la imagen, de lo curioso que resulta ver al hombre parado sobre una sillita azul para poder posar más alto junto al altar a la Virgen, no podemos sustraernos de la escena que ocurre fuera del cuarto, del otro lado de la ventana, entre la multitud de cabezas y la lona de plástico azul que actúa como fondo y que nos punza en el recuerdo de tantas lonas de plástico. No solamente en la selección que aquí mostramos, sino en el conjunto del reportaje, Pedro da cuenta del cambio de iluminación de un día soleado a un día lluvioso y como las tonalidades de los colores que componen la vida cotidiana van mudando, se oscurecen, brillan o apagan, saltan desde las lonas, cubetas y costales de plástico, los rebozos, chamarras y zapatos, los mantos y maderas, las manos y los paisajes. Entre las cosas que Pedro Meyer recuerda con mayor intensidad de ese viaje a la Mixteca se cuenta la fuerte presencia de la cultura norteamericana en la región; aparece en la forma de elementos de la cultura visual reciclados y mexicanizados y en el uso del inglés en algunos letreros en zonas que no forman parte de los circuitos turísticos transitados, por lo que se hacen más notorias y parecen fuera de lugar. Algunas de estas imágenes son simbólicas de esta relación de permeabilidad de la cultura en la Mixteca, el caso más ejemplar es la fotografía de la mujer con rebozo azul y suéter rojo parada frente al dibujo de Mickey Mouse en la pared blanca, pintado justo encima del letrero que adivinamos advierte “No Anunciar”. Más allá del impacto visual que provoca la combinación de colores primarios— rojo, azul, amarillo— la tensión en la imagen se genera con el contraste entre la figura adaptada del personaje de Walt Disney y la mujer de carne y hueso que mira seria al fotógrafo. Lo que nos tensa es la combinación de las dos imágenes con el campo semántico de prohibición que hace justamente lo opuesto a través del contrasentido visto.
La fuerza de la cultura norteamericana nos golpea como un mazo. Está en todas partes, incluso en los personajes de las procesiones como el Batman con cara de Pitufo, o el campesino de rostro desconocido con la vieja sudadera con la bandera norteamericana y un águila de agresiva mirada. El restaurante familiar “Mary” es otro buen ejemplo de la mezcla de culturas; un paisaje y una edificación con techumbre de palma que reconocemos como vernácula contrastan con los campos semánticos que en castellano e inglés anuncian la disponibilidad de antojitos y hamburgers al amparo de las banderas ondeantes de México y Estados Unidos. Resulta entonces que Meyer ha realizado un registro que va lejos del antiguo paradigma del paraíso perdido de los indígenas auténticos e impolutos.
© Pedro Meyer 1991
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Curaduría de: Deborah Dorotinsky Alperstein Como con una muestra tan breve no es posible hacer justicia a todas las imágenes de este amplio testimonio, considero prudente enfatizar la cantidad de fotografías de vida cotidiana que contiene este acervo, de las cuales aquí se han elegido unas pocas en las que se puede descubrir un ojo hábil en la composición y sensible frente a la importancia y a veces el humor de las pequeñas cosas del día a día. Conmueve y nos hace sonreír la fotografía de los niños de primaria que hacen un baile en el patio de la escuela, pues notamos a una de las pequeñas de calcetas blancas y falda azul que baila sin pareja completamente entregada. En ese mismo orden de la vida en la escuela, Pedro nos muestra un pequeño detalle de una exposición de trabajos escolares, se trata de una mezcolanza de servilletas bordadas con filos de encaje que sirven de base para la instalación de los dibujos del aparato digestivo y unos perritos hechos de jabón o cera. Hay que mirar con cuidado para distinguir que esta imagen se trata no de un altar religioso sino secular, como tantos otros que marcan con tantísima fuerza el imaginario de la educación en nuestro país, a todo lo largo y ancho de la República. También a los burros de las antiguas imágenes bucólicas y folklóricas reemplazados por un bochito (volkswagen) cubierto por una colcha para protegerlo del calor. De las pocas impresiones que hacen eco de las fotografías más pintorescas, tenemos las que forman una serie sobre la matanza de los chivos y la curtimbre de sus pieles. Estas, para no caer en la redundancia del pintoresquismo, están tomadas en un ángulo que provoca vértigo y marea. En la fotografía en la que se está desollando al animal, dos niñas de vestido participan en lo que parece ser un trabajo familiar. La cámara de Pedro penetra incluso hasta el silencioso recinto de la Oficialía del Registro Civil en la que una mujer se ha detenido a realizar un trámite portando aún su cesto cargado a la espalda, como un mecapal.
© Pedro Meyer 1991
Por la Mixteca de Pedro Meyer
Curaduría de: Deborah Dorotinsky Alperstein El sentido de lo cotidiano, lo religioso, la importancia del agua, la tierra yerma, la pobreza que impulsa a la migración de adolescentes y adultos jóvenes y el paisaje amplio y pelado de la Mixteca alta son los contextos en los que ocurre una realidad donde los cambios y la interculturalidad de la Mixteca están gestando un nuevo paisaje social del que ojalá nos den cuenta otras generaciones de documentalistas. Su trabajo se sumará así al legado que Pedro Meyer nos ha dejado en este acervo del que hoy les mostramos apenas la punta del iceberg.
Deborah Dorotinsky Alperstein Es licenciada en Antropología Cultural por la Universidad de California, Berkeley. Maestra y Doctora en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha sido docente en el Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana, en la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco y actualmente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Desde 2004 es investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Trabaja temas relacionados a la historia de la antropología, la fotografía del XIX y de la primera mitad del siglo XX y la cultura popular. Ha publicado varios artículos en las revistas especializadas, Luna Córnea y Alquimia, sobre la fotografía decimonónica y la imagen del indio en los siglos XIX y XX.