Los Estudios en la Orden Dominicana

 mi si ones y predicación  celebraciones y oración  diálogo y comunidad  estudios y reflexión 5 Los Estudios en la Orden Dominicana por Carlos J

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La República Dominicana
Viernes 12 de febrero de 2016, No.26045 “Trabajemos por y para la patria, que es trabajar para nuestros hijos y para nosotros mismos”. Juan Pablo Dua

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 mi si ones y predicación  celebraciones y oración  diálogo y comunidad  estudios y reflexión

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Los Estudios en la Orden Dominicana por Carlos Josaphat OP Frei Carlos Josaphat Pinto de Oliveira es hijo de la Provincia Frei Bartolomeu de Las Casas de Brasil. Es Maestro en Sagrada Teología, enseñó durante muchos años en la Universidad de Friburgo, Suiza, y en la Escola Dominicana de Teologia de Brasil. (Traducción de Julián Riquelme)

“In dulcedine societatis quaerere veritatem”. En un texto de carácter polémico, Alberto Magno definió con estas palabras su ideal de vida dominicana, que podríamos parafrasear así: En la suave armonía de una comunidad fraterna, buscar la verdad con un estudio constante (1). El gran Doctor expresaba, en pleno siglo XIII, una experiencia que Santo Domingo inauguró, unos cincuenta años antes, y que su Orden debía prolongar en el transcurso de los siglos. El carácter más original de esa vida religiosa fue la inserción

del estudio como parte integrante de una institución esencialmente volcada hacia apostolado (2). En este trabajo, pretendemos destacar esta primera intención creadora, que está en la base de la Orden Dominicana, y después hacer un seguimiento de las vicisitudes de la vida intelectual en las diferentes etapas de la historia de los Predicadores y de la Iglesia. Desearíamos concluir subrayando algunas constantes de este proceso histórico.

Orientación inicial La necesidad del estudio, no como una obligación de simple derecho positivo, sino como una exigencia vital, es absolutamente esencial a la Orden de Predicadores. Ella es afirmada desde la primera hora por el Fundador, y es recordada constantemente por todos los textos constitucionales y por todas las autoridades a través de los siglos (3). Aceptada esta ley vital y esta inspiración primera (que sería innecesario exponer y documentar), pasamos a describir las principales realizaciones y las modalidades típicas, en las cuales ella se concretiza a través de la historia intelectual de la Orden. Desde el inicio, bajo el impulso de Santo Domingo, continuado por sus sucesores y por los Capítulos Generales, el estudio dominicano adquiere un aspecto técnico y un carácter sistemático. Una primera expresión de esta índole sistemática es el hecho de que los primeros dominicos participaron en la escuela de un maestro en Sagrada Escritura, con el fin de capacitarse para la predicación del Evangelio (4). A continuación, el mismo Santo Domingo realiza las primeras fundaciones de su Orden en ciudades universitarias. Cinco frailes son

enviados a Paris para establecer el famoso convento de Saint-Jacques, en 1217, por tanto, sólo un año después de la aprobación de la Orden por Honorio III. Además, la finalidad de esta fundación es explicada así por uno de los participantes del equipo, fray Juan de España, cuando declara más tarde en el proceso de canonización de Santo Domingo: Él envió a sus frailes a París “para estudiar, predicar y fundar una comunidad” (5). En el 1220 y en el 1221, el Papa Honorio III se refiere a los dominicos de París como religiosos dedicados al estudio de la “Sacra Página”, de la Sagrada Teología (6). Igualmente, en Bolonia, vemos a los primeros dominicos entregados al estudio, pues fueron enviados a esta ciudad universitaria con la misma finalidad (7). Estos frailes, entonces enviados a las Universidades, no son simples estudiantes, sino predicadores activos. El hecho es realmente significativo de una concepción del estudio como parte integrante de la vida de los religiosos ya formados, y de una visión del estudio en contacto, diríamos hoy en diálogo, con la gran institución universitaria. No se trata sólo de una lectura edificante de la Biblia, ni tampoco

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de la meditación de tipo monástico, para alimentar la piedad personal o comunitaria. Es la investigación y la reflexión allí donde los problemas doctrinales de la época se presentan en toda su crudeza; el predicador estudia en el ambiente en que se da el encuentro de las disciplinas religiosas y profanas. No se resguarda, detrás de las paredes del claustro, sino que se prepara para las luchas del espíritu en el mismo medio, abierto y agitado, donde confluyen las diferentes tendencias y corrientes culturales. Sin duda, formados en las universidades y desde temprano teniendo en ellas sus profesores, los primeros dominicos pudieron hacer de los propios conventos otras tantas escuelas, en que los frailes

se consagraran al estudio de manera constante y ordenada (8). Jamás la Orden renunció a esta idea original de que el convento debe tener al responsable suyo para los estudios (lector) y debe tener su ritmo de cursos para el perfeccionamiento intelectual de los religiosos, sea cual fueren las modalidades de realización de este curriculum escolar y sea cuales fueren las vicisitudes históricas de este programa (9). La orientación inicial del estudio dominicano aparece con estas características esenciales: es un estudio organizado, metódico, institucional, en contacto con el medio universitario y abierto a la problemática de la actualidad.

Los primeros pasos Desde el primer momento, la Orden de Santo Domingo tiene consciencia de su especial misión doctrinal y de que el estudio es el medio insustituible para su realización. El gran teólogo y Maestro de la Orden, Cayetano, expresará una convicción enraizada profundamente en los hechos históricos, al declarar en el Capítulo General de 1513: “Que otros se alegren de sus prerrogativas; en cuanto a nosotros, si no nos distinguimos por la Sagrada Doctrina, nuestra Orden ya no tiene más razón de ser” (10). Sin embargo, este ideal bien preciso, de estar al servicio del Evangelio y de la Iglesia, mediante un trabajo intelectual incansable, se realiza con gran flexibilidad y no excluye penosas oscilaciones en momentos de crises culturales. Las primeras décadas de la historia dominicana ya suministran algunos ejemplos bastante significativos. Así Santo Domingo exhorta a sus frailes “a estudiar constantemente el Nuevo y el Antiguo Testamento” y a “estar siempre ocupados en la lectura, en la predicación y en la oración” (11). La Sagrada Escritura es el primer objeto, diríamos el manual o la cartilla de base, para estos predicadores en constante actividad de reflexión sobre la Palabra de Dios. Por lo demás, el primer trabajo, al que se entregan colegialmente los dominicos, es la corrección del texto bíblico. Esta actividad de revisión de la Vulgata Latina, prescrita por el Capítulo General de 1236, se prolongará durante veinte años. El Maestro y después Cardenal Hugo de San Caro irá más lejos: emprenderá la revisión de la Vulgata de San Jerónimo, confrontándola con los textos hebreo y griego. La iniciativa del mismo Hugo de San Caro y la colaboración de muchos frailes permitirán la creación de las “concordancias bíblicas”, labor paciente a la que se consagraron los dominicos de Saint-Jacques a

través de los siglos XIII y XIV, para gran utilidad de profesores y estudiantes (12). En una perspectiva que hoy llamaríamos “positiva” y “pastoral”, trabajó con dedicación San Raimundo de Peñafort (elegido Maestro de la Orden en 1238). Por mandato del Papa Gregorio IX, compiló las Decretales, y compuso, para ayuda de los confesores, una Suma casuística o De Penitentia (13). En la primera infancia de la Orden Dominicana, esta orientación bíblica y positiva se alía con cierta desconfianza hacia las novedades filosóficas. Las Constituciones primitivas prohíben el estudio de las obras paganas y de los filósofos: “In libris gentilium et philosophorum non studeant etsi ad horam inspiciant” (14). Nótese que en la misma época el Papa Gregorio IX establecía para la Universidad de París, normas muy rigorosas en el sentido de una estricta fidelidad a la Tradición teológica, prohibiéndole el estudio y la enseñanza de Aristóteles, como también el recurrir a un vocabulario teológico, diferente del lenguaje bíblico (15). Estamos en 1228-1229. Sin embargo, doce años después, San Alberto inicia el trabajo sistemático, que Santo Tomás llevará a cabo: interpretar, adaptar y rectificar al “Filósofo”, haciendo de su Metafísica y de su Ética el instrumento conceptual para la elaboración teológica de los datos de la Fe. La misma fidelidad a la ortodoxia, que inspiró la desconfianza y la prohibición de Aristóteles, conducirá a su utilización cada vez más firme y consciente. No obstante, antes de alcanzar esta madurez, la joven escuela dominicana da otro ejemplo de profunda adhesión a la fe y de perfecta docilidad, pero también de una búsqueda todavía vacilante en el nivel de la ciencia teológica. En 1241, la Universidad de París condena una serie de errores, comenzando por la negación de la visión

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beatífica (16). Los Capítulos de la Orden Dominicana, en 1243 y 1244 prescriben a los frailes que borren de sus “cuadernos” tales doctrinas “perniciosas” y se abstengan de novedades (17). Todo indica que algunos maestros dominicos habían enseñado la imposibilidad de la visión inmediata de Dios, dejándose llevar por el deseo poco seguro de integrar en su construcción teológica algunos datos de la tradición oriental introducidos recientemente en Occidente. Entre estos maestros se encontraban Hugo de San Caro y Guerric de St. Quentin. Este último se retractó humildemente de su primera enseñanza,

dejándonos dos “cuodlibetos”, uno anterior y otro posterior a la condenación de 1241, siendo precisamente el segundo la refutación del primero. Nos inclinamos a pensar que el mal paso de la incipiente escuela de Saint Jacques impresionó al joven Tomás de Aquino, que hacía su noviciado y sus primeros estudios en el momento en que las autoridades de la Orden exigían las retractaciones de los Maestros y las correcciones de los cuadernos escolares. La insistencia de Santo Tomás en la posibilidad de la visión beatífica, en el deseo “natural” de ver a Dios, encuentra en este contexto histórico y cultural su primera explicación (18).

Genios y carismas En las tres primeras décadas de su existencia, la Orden Dominicana irradia la agradable impresión de una infatigable labor intelectual, inspirada y sustentada por un amor muy fuerte. Se observa una extraordinaria variedad de iniciativas. Se cultivan los talentos. Se crea un ambiente de estudio. Se forman equipos y encuentran instrumentos de trabajo. Esta red de conventos, donde se ora, se estudia y se predica, está preparada para recibir los dos regalos supremos: los genios y los carismas. Los dos grandes doctores, San Alberto y Santo Tomás, podrán dedicarse, in dulcedine societatis, a la tarea para la cual fueron destinados por el bien de la Iglesia: quaerere veritatem (19). No entra en la perspectiva de este artículo ni cabe dentro de sus límites analizar la elaboración de la Teología, iniciada por San Alberto y realizada por Santo Tomás. En esta reflexión sobre las instituciones y su vitalidad, intentaremos destacar el papel de la comunidad religiosa en la preparación de esta síntesis y en su difusión. Como por instinto, estos dos santos buscaron la Orden Dominicana, que no les llamaba la atención por el prestigio ni tampoco por poseer antiguos monasterios. Les fascinaba la audacia evangélica y el gusto por el estudio. Y esto se lo ofrecía la Familia de Santo Domingo. También ella pronto los reconoció, anticipándoles un voto de confianza, que les permitiese una relectura más audaz de la Tradición y una utilización plena de todo aquel material filosófico que las Constituciones de 1228 habían prohibido como “libri gentilium et philosophorum” (20).

Conocemos mejor las etapas de la vida de Santo Tomás. Ellas pueden servirnos de punto de referencia. Tomás viene a la Orden como “joven universitario”, atraído por fray Juan de San Julián, profesor en Nápoles hacia 1240. La existencia y la calidad del equipo dominicano de Nápoles son decisivas para la vocación de Santo Tomás. En este ambiente de vida y predicación evangélica y de apertura al Aristotelismo, el joven universitario experimenta por anticipado lo que será su nueva existencia. Y desde que heroicamente consigue ser novicio dominicano, vivir para él será tan sólo “quaerere veritatem”: en un clima de profunda oración, estudiar y enseñar. Él será sencillamente un alumno y un maestro, que se traslada según las exigencias de los programas escolares. Estudia en París y en Colonia de 1245 a 1252. Siendo Bachiller en Teología, por recomendación de su Maestro San Alberto, pasa a enseñar en París de 1252 a 1255. Precozmente Maestro en Teología, se dedica a comentar la Sagrada Escritura, las “autoridades” tradicionales y a Aristóteles, al mismo tiempo en que inaugura los caminos de la Teología con sus “Disputationes”, de 1259 a 1268. De nuevo en París: 1269-1272. Regresa a Nápoles, donde iniciar a su vida universitaria y dominicana; y allí terminará su carrera: 1272-1274. Guillermo de Tocco informa sobre el impacto causado por la originalidad serena y audaz del joven Maestro Tomás de Aquino. Con mucho gusto el biógrafo se complace en la repetición de

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las palabras “nuevo”, “nueva”, “novedad”: “Con su enseñanza suscitaba nuevos problemas y encontraba un método nuevo y claro para resolverlos, aduciendo argumentos nuevos y sus soluciones. Escuchándolo enseñar así cosas nuevas y con nuevas razones resolver las dudas, nadie podría dudar que Dios lo hubiese iluminado con los esplendores de una nueva luz. Porque desde temprano poseía un juicio tan seguro que no dudaba en enseñar y en escribir las nuevas doctrinas, que Dios se dignara inspirarle de manera tan nueva” (21).

El fenómeno se repetirá siempre en la historia intelectual de la Orden y de la Iglesia: la fidelidad a la Tradición en un Vitoria, un Lagrange, un Chenu, dará la misma impresión de una tranquila renovación revolucionaria. Santo Tomás no sólo defenderá, contra los “impugnantes” y los “retrahentes”, el ideal dominicano de consagración al estudio y a la enseñanza de la Verdad divina, sino aun como teólogo, exaltará este tipo de vida como la más perfecta expresión del Evangelio (22).

Organización de los estudios Si la Orden Dominicana manifiesta una extraordinaria fecundidad de Maestros y centros de estudios, si los talentos en ella florecen y los genios pueden germinar e irradiar la Ciencia Sagrada a través de los siglos, se debe a que, desde el primer momento, la organización de los estudios constituyó una preocupación dominante para Santo Domingo, para sus sucesores y para las autoridades de los diferentes niveles de gobierno. Desde 1220 y 1221, bajo el impulso del proprio Fundador, se bosqueja una legislación sobre los estudios absolutamente original. Ella formará parte de las Constituciones de 1228. Y en adelante, cada Capítulo General se esfuerza en legislar sobre los estudios, que se desarrollan con una rapidez sorprendente, acompañando la aparición de los conventos. En el Capítulo de Valenciennes en 1259, tenemos un conjunto de prescripciones: las famosas “Ordenaciones de los cinco Maestros”. Entre estos se encontraban Santo Tomás de Aquino, San Alberto Magno y el Bienaventurado Pedro de Tarantasia, que es el futuro Papa Inocencio V (23). La presencia de los grandes pioneros de la Teología en estas asambleas deliberativas tiene una gran importancia para hacer progresar las instituciones, beneficiando con las luces de sus genios a todo el conjunto de la comunidad. Es notable el carácter de realismo que predomina en esas determinaciones de los cinco “Maestros”. Se reconoce allí la marca de la experiencia y de la reflexión de varones buscadores de la verdad y conocedores de las fallas y flaquezas eventuales, de un sistema educativo. Retengamos, por ejemplo, las determinaciones siguientes: Es indispensable primero que nada proporcionar a los profesores y a los alumnos tiempo y ambiente favorable para los estudios. Manda entonces el Capítulo: “que los lectores (= profesores) no sean ocupados en funciones o trabajos que les impidan dar sus cursos” (N° 39). “Que en la hora de los cursos los frailes no sean ocupados en la celebración de Misas o cosas de este género, ni tengan que ir

a la ciudad, salvo gran necesidad” (N° 48). No olvidar que en ese tiempo los conventos tenían muchas obligaciones de Misas de sufragio o de otras intenciones, lo cual producía cierta tensión entre los oficios de la Iglesia y los deberes del estudio constante y del ministerio de la Palabra. “Los priores, visitadores y Maestros de estudiantes han de velar para que ellos se apliquen constante e diligentemente a los trabajos escolares” (N° 52-54) (24). Además del esfuerzo por promover efectivamente un clima de estudios para los jóvenes en formación y para todos los religiosos, merece especial atención el cuidado constante por adaptar el contenido de los estudios a las necesidades de la Iglesia y a las exigencias de la misión apostólica de la Orden en cada época histórica (25). Ya hemos podido constatar que las Constituciones primitivas y los primeros Capítulos Generales orientaban los estudios de los Predicadores hacia la Sagrada Escritura, hacia las disciplinas eclesiásticas, como el Derecho Canónico y la administración de los sacramentos, principalmente de la Penitencia. Antes de San Alberto y de Santo Tomás, la discreción, e incluso la desconfianza, frente a la Filosofía y las novedades doctrinales, es bastante acentuada (26). A partir de estos dos grandes doctores, que merecen la total confianza de la Iglesia y de la Orden, ésta se ve dotada de una síntesis teológica, que no es impuesta en los tres primeros siglos, sino que es abrazada espontáneamente, por la mayor parte de los Frailes Predicadores (27). Al final del siglo XIII, particularmente con ocasión de las condenaciones de algunas tesis tomistas por el obispo de París y por el arzobispo de Cantuaria (28), la Orden se ve en la necesidad de defender los escritos “del Venerable Padre Fray Tomás de Aquino” (Capítulo de Milán, en 1278) (29). Varios Capítulos Generales piden que se siga la doctrina de Santo Tomás. Toda una pléyade de Maestros domínicos se empeña en seguir y profundizar, con más o menos éxito, las grandes líneas de la síntesis de S. Tomás, a fines del siglo XIII y en la primera mitad

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del siglo XIV. Son bien conocidos los nombres de los primeros “tomistas”: Juan Quidort, Hervé Nedélec, Hanibaldo de Hanibaldis, Tomás de Sutton. La canonización de Santo Tomás, en 1323, destacó, aún más, su autoridad, intensificando el movimiento de unificación doctrinal de la Orden en torno a la Teología de este Maestro. Sin embargo, no se establece una uniformidad absoluta. Corrientes neoplatónicas encuentran seguidores entre los domínicos del siglo XIV. Entre ellos, cabe mencionar al Maestro Eckhart, cuya mística tuvo gran repercusión en Alemania. El nominalismo hizo también sus infiltraciones en la Orden de Predicadores, a tal punto que se puede constatar, al final del siglo XIV, que el tomismo experimentó más bien una regresión que un progreso en el mundo del pensamiento de entonces (30). En el siglo XV, el tomis-

mo consigue imponerse, gracias a los grandes Maestros como Capreolo, en un clima polémico de antinominalismo, anti-neoplatonismo y anti-escotismo. Tratando de sintetizar las grandes líneas de esta evolución doctrinal, diríamos que Santo Tomás conquista a su Orden y a los medios universitarios de los siglos XIII al XV, en virtud del valor de su síntesis doctrinal, y después de un debate con las diferentes corrientes que disputaban las preferencias de los Maestros y de los Centros de Estudios. Las autoridades de Orden e incluso de Iglesia no permanecían indiferentes ante la influencia creciente de quien, ya en el siglo XIV, se lo reconocía como el “Doctor Común” (31). Ellas incentivaban este progreso del tomismo con aprobaciones y exhortaciones y aún con intervenciones más eficaces, cuando era necesario.

Sistema escolar Recordemos algunos datos para poder bosquejar una imagen concreta del sistema de formación dominicana desde el siglo XIII y su evolución en los siglos siguientes. Después de las dudas del comienzo, se constata al final del siglo XIII que los estudios de las “artes liberales” se generalizan. El joven novicio debe aprender, si aún no la ha estudiado, “la gramática”: lo que equivale a nuestros estudios clásicos; e iniciar durante tres años, en un Studium Artium o Logicale. Al comienzo del siglo XIV, esos Studia se multiplican, sostenidos por un cierto grupo de conventos: en la Provincia de Tolosa, por ejemplo, tres conventos sustentaban el Studium. Después de esta formación en las “artes liberales”, donde predominaba la Lógica, el estudiante domínico se consagraba, del mismo modo, a la Filosofía, en un Studium Naturalium. Ahí el futuro Predicador asimila la Filosofía Natural, aprendiendo los Tratados Cosmológicos, Psicológicos y Metafísicos de Aristóteles. Ha llegado entonces el momento de los estudios teológicos. Estos pueden efectuarse durante tres años en la escuela del propio convento. La Orden dispone, en el siglo XIV de los Studia Bibliae et Sententiarum, junto con los Studia Moralis Philosophiae para las ciencias morales y políticas, según las grandes líneas de la Ética Aristotélica. Para la formación de los Lectores, se constituyen los Studia solemnia, que corresponden a lo que hoy son los Studia Provincialia. Por encima de

éstos están los Studia Generalia o Supremos, abiertos a los estudiantes de toda la Orden. El número era de cinco en 1248: París, Bolonia, Oxford, Montpellier y Colonia. Al comienzo del siglo XIV, se tomó la decisión de multiplicar esos Studia Generalia, en la proporción de 15 para 18 provincias. Desde los inicios, surge el principio de la especialización por lo menos en lo que concierne a las lenguas (hebreo, árabe y griego). En este contexto, es conocido el Studium Arabicum en Barcelona (a partir por lo menos de 1259). Los Studia Linguarum se multiplican en el siglo XIV. Ellos pretenden proporcionar una preparación adecuada para los estudios bíblicos, junto con el apostolado entre árabes y judíos. Con estos últimos, es verdad, se trata casi siempre de controversias y disputas bastante vehementes. Este sistema escolar se amplía notablemente en el siglo XVI, bajo la inspiración de las controversias y mediante la integración de la civilización humanística. Entonces, el sistema escolar dominicano es enriquecido con la enseñanza sistemática de la “Controversia”, de la “Teología positiva”, de la “Historia Eclesiástica”; sin embargo, su estructura básica continúa siendo, después del Curriculum Philosophicum, el Cursus Theologicus, constituido, en general, por un Comentario Magistral de la Suma Teológica, y un Cursus Biblicus, que consiste en una lectura más o menos técnica de la Sagrada Escritura (32).

Los Teólogos y el Nuevo Mundo El siglo XVI resplandece como una época de renovación universitaria. Después de las crisis que sacudieron las instituciones eclesiásticas, golpeando al proprio papado y extendiéndose a los organismos

religiosos como la Orden Dominicana, la Reforma católica se anuncia con la aparición o el resurgimiento de centros importantes de estudios, de piedad y de expansión misionera. Desde el punto de vista

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que aquí nos preocupa, verificamos tal florecimiento de los estudios teológicos, particularmente en la Orden Dominicana, que se puede hablar con razón de una “Segunda Escolástica” (33). El convento de Saint-Jacques en París se convierte en el centro de una renovación, que se irradia más allá del territorio francés (34). Lo mismo sucede en Italia donde brillan los grandes comentadores Cayetano y Silvestre de Ferrara. La Península Ibérica sobresale por el número y por el vigor de sus pensadores en medio de este renacimiento filosófico y teológico. Los Maestros de la Escuela Dominicana parecen caracterizarse por dos grandes tendencias. La primera es una estricta fidelidad a Santo Tomás, la cual se convierte en casi una ortodoxia sistematizada; se forma una “escuela tomista” que cristaliza sus posiciones polemizando con otras Escuelas de Teología Católica. A veces el apegarse materialmente a Santo Tomás, impide la percepción de ciertos hechos dogmáticos importantes, como el progreso del sensus fidei y la apertura creciente del magisterio de la Iglesia en relación a la Inmaculada Concepción. Por otra parte, los debates teológicos en torno a los problemas de la gracia y de la libertad, limitan los horizontes de la reflexión teológica. Comentarios predominantemente defensivos de la síntesis tomista, construidos en la perspectiva anti-nominalista o antiescotista, compendios elaborados en el clima de polémicas restringidas, conservaban sin duda una preciosa herencia doctrinal; pero también marcaban la cristalización de posiciones y una incapacidad de apertura a los problemas nuevos, que surgían en la relación entre evangelización y culturas. En realidad, se descubría entonces el Nuevo Mundo. Y la antigua Europa podía ver intelectualmente un mundo nuevo. El mérito de los pensadores españoles precisamente fue de abrirse a estos amplios y nuevos problemas, dando así una segunda característica al tomismo del siglo XVI. Además de la fidelidad a la Summa Theologica, que ellos comentan e ilustran, saben imitar al santo Doctor en aquella audacia que Guillermo de Tocco exaltaba: abordar las “cuestiones nuevas”, con “nuevos argumentos” y bajo una “nueva luz”. La Teología camina con el pueblo de Dios en marcha.

Como símbolo de esta actitud, citemos un nombre entre todos simpático: Francisco de Vitoria. El Maestro Vitoria es un hombre-síntesis. Él es un discípulo de Saint-Jacques, a donde viene a estudiar y a enseñar en el momento de la segunda renovación de este centro universitario (de 1510 a 1523). Superando las polémicas puramente escolares, y formado bajo la influencia de las corrientes doctrinales más vastas de la Europa de entonces, Vitoria llevó a Salamanca el gusto por el estudio riguroso, la sensibilidad de un humanismo comprensivo y la interrogación audaz de las cuestiones aún inéditas. Él será como el Sócrates para una escuela tomista, desde donde saldrá una pléyade de teólogos de primer valor. Domingo de Soto, Melchor Cano, Martín de Ledesma, Domingo Báñez, Tomás de Lemos, para citar sólo los mayores entre los grandes. Centenas de alumnos, probablemente mil, acudían a las clases de Vitoria. Según el testimonio de Melchor Cano, nadie lo igualaba en la capacidad y en el gusto por enseñar. Adopta la Suma Teológica de Santo Tomás como texto para comentar. Dicta su clase, dando a esa multitud de estudiantes el tiempo para copiarle los cursos casi con las mismas palabras. Sin embargo, el Regente de Estudios de Salamanca nos interesa particularmente bajo un aspecto: aún hoy, la Teología y la Filosofía Social no consiguen explorar de manera exhaustiva y prolongar con la audacia conveniente las grandes intuiciones de Vitoria en el terreno del Derecho Internacional. La doctrina de Vitoria, particularmente su manera franca y valiente de encarar la teología misionera, que un Bartolomé de Las Casas llevará a ejecución con energía y heroísmo, parecen simbolizar para nosotros la característica primera de la actitud dominicana: fidelidad inquebrantable, que sabe basarse en los datos de la Tradición, para estudiar los problemas de la Iglesia y del mundo de hoy. Con la gracia que le es propia, Juan de Santo Tomás merecería que fuera destacado de modo especial. Desgraciadamente la “Segunda Escolástica” no se prolongará de forma homogénea y duradera. La crisis revolucionaria golpeará a las instituciones eclesiásticas al final del siglo XVIII y al comienzo del siglo XIX. Las Órdenes religiosas y las instituciones de enseñanza, como las Universidades católicas, serán desmanteladas por la Revolución Francesa y

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otros conflictos que la seguirán. Antes de esta tempestad, discípulos de Santo Tomás, de los cuales Billuart es el prototipo, habrán encapsulado el tomismo en síntesis, que los manuales divulgarán de forma tan clara como insípida. En el momento de la

restauración de la Escolástica, particularmente del Tomismo, bajo el impulso de León XIII, la vuelta a los comentadores, el recurso a los compiladores y la utilización de los manuales aparecieron como la actitud más espontánea, casi como la solución más fácil.

Restauración y Renovación La restauración de la Orden Dominicana en Francia, gracias a la iniciativa de Lacordaire, significó no un simple restablecimiento de lo que existía antes de la revolución, sino una vuelta a las fuentes. Es visible el empeño por revivir la intención primera de la obra de Santo Domingo, dentro de un fervor a veces romántico y de una sensibilidad a menudo ingenua para las aspiraciones y a los gustos de nuestro tiempo. Según los restauradores del siglo XIX, esta vuelta a las fuentes era tanto más delicada cuanto la Tradición dominicana era compleja, extendiéndose por varios siglos y comprendiendo prácticas y comportamientos a veces heterogéneos. Sin embargo la gran inspiración era reencontrar una Orden apostólica, animada por el espíritu de oración y consagrada al estudio. Este ideal se reveló fecundo, a pesar de los equívocos accidentales, los dolorosos desentendimientos, las discusiones sin fin sobre observancias o instituciones (35). La generación actual debe adaptar, ajustar o reajustar muchas cosas para que esta inspiración primera se exprese de forma adecuada en nuestros días. En lo tocante al capítulo de los estudios y de la vida intelectual destaquemos algunos hechos más significativos en este movimiento restaurador de Lacordaire. Éste nos dejó dos documentos que testimonian su actitud respecto a los estudios y a la misión intelectual de la Orden. El primero es su carta al Maestro dela Orden, en el momento en que el pequeño equipo de los futuros restauradores concluye su noviciado. Lacordaire pide entonces al Maestro de la Orden el permiso para ir a Roma y allí consagrarse a la profundización doctrinal, y a la seria formación teológica, a fin de ser domínico “no sólo de corazón, sino también de inteligencia”. Este texto merece ser leído, pues expresa bien lo que “el Abate Lacordaire” espera recibir para ser un auténtico fraile predicador. Después de exponer al Maestro de la Orden “el resultado de sus reflexiones durante el noviciado”, esto es, el reconocimiento de la solidez de la vocación dominicana del pequeño grupo, y después de recordar la urgencia de las tareas apostólicas y “el gran número de eclesiásticos y de laicos que solicitan su admisión a nuestra vocación”, Lacordaire aborda el tema central de su carta: “Pero estas consideraciones deberían ceder en nuestro espíritu a la necesidad

de ser nosotros mismos, completamente dominicos antes de empeñarnos en propagar y perpetuar la familia por un nuevo nacimiento. Ahora bien, no nos basta, para ser completamente dominicos, conocer y practicar la disciplina de la Orden. Es necesario además que seamos iniciados en la ciencia de la cual ella es depositaria y que ella recibió del Doctor más perfectamente realizado, que Dios dio a su Iglesia. La doctrina de Santo Tomás de Aquino es la savia que corre por las venas de la Orden y le conserva la poderosa originalidad. Quien no ha estudiado a fondo puede ser un dominico de corazón; pero no lo será nunca por la inteligencia” (36). El segundo documento es la relación presentada por Lacordaire al término de su cargo de prior provincial. Ahí manifiesta la visión, que tenía la joven Provincia de Francia, sobre la importancia y la misión de Santo Tomás: “Nuestros estudios, aunque aún no han alcanzado todo su desarrollo, ya vencieron las primeras dificultades de un centro que resurge. Santo Tomás es el astro que los ilumina, como siempre aconteció, enseñado con convicción, pero sin esa idolatría supersticiosa que no permite injertar nada fuera de él, y que haría de su letra un límite, mientras que ella es un fuego vivificante” (37). Historiadores, como Walz, tienen razón al señalar que la “sabiduría tomista” se transmitió sin solución de continuidad, a través de algunas Provincias, que han mantenido sus organizaciones y sus actividades intelectuales durante los siglos XVIII y XIX. Se puede citar, por ejemplo, algunos nombres entre los que influyeron en la renovación de la escolástica, esbozada bajo el pontificado de Pío IX y manifestada plenamente bajo el impulso de León XIII (38). Sin embargo, la Filosofía y la Teología, después de las sistematizaciones de Gaudin y de Billuart, no encuentran una expresión original, durante el siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX. La restauración aparece así como una “vuelta al tomismo”, en el sentido de una lectura del texto de la Suma Teológica y de un reencuentro con las síntesis de los siglos XVII y XVIII. Al final del siglo XIX y comienzo del siglo XX, se intensifica este retorno a Santo Tomás, pero con una ampliación de perspectivas y una mejor información positiva. Se lee a Santo Tomás, situándolo en su contexto histórico doctrinal; a través de la comparación de sus obras, se acompaña

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la elaboración de su pensamiento y se destacan sus etapas más importantes. Al mismo tiempo, se realiza un contacto con los comentadores más autorizados, Cayetano y Silvestre de Ferrara. Los Comentarios de

los dos Maestros del siglo XVI serán insertados en la Edición Leonina de la Suma Teológica y de la Suma contra Gentiles. Juan de Santo Tomás goza de una estima muy particular entre los tomistas del siglo XX.

Conclusiones Al terminar esta reflexión, intentamos sintetizar las grandes líneas y lo que nos parece ser la orientación de la vida intelectual dominicana a través de la historia. El gran principio animador y orientador de la vida dominicana es sin duda la vida en común, diríamos una vida de comunión, en la oración y el estudio, en vistas al apostolado. Hoy, si consideramos la evolución de la Iglesia, desde el siglo XIII hasta nuestros días, se puede decir que el ideal del estudio en vista del apostolado se generalizó, penetró en la estructura de los Institutos religiosos y en las costumbres del clero diocesano. La característica de la Orden aquí será sobre todo, una cuestión de intensidad, de calidad y de sistematización orgánica de los estudios. La primera nota de esta organización es la continuidad de los estudios en la vida de cada predicador y en la estructura de cada convento. En toda la historia de la Orden, se percibe esta insistencia: todo convento es una escuela, y el domínico formado ha de estudiar y enseñar siempre. No se trata sólo de una reflexión lúcida, sino contextualizada, sobre los problemas apostólicos; de algunas “quaestiones disputatae” en torno a uno u otro aspecto más complicado de la Pastoral. Sean cuales fueren las vicisitudes históricas, el convento dominicano deberá encontrar su estilo comunitario de reflexión y de investigación, dotado de cierta calidad técnica y capaz de servir a la Iglesia en el breve y en el largo plazo. Habrá y debe haber, en la Orden, conventos especializados para la formación de novicios y de estudiantes. Pero, la distinción entre conventos de estudio y conventos de ministerio es excesivamente un equívoco verbal. Toda casa dominicana, consagrada al ministerio, ha de estar inexorablemente consagrada al estudio. Una segunda conclusión del análisis, incluso sumario, de la historia de la vida intelectual dominicana es la búsqueda de una fidelidad profunda a la Iglesia y de un empeño por ser útil a corto y a largo plazo. De ahí la magnitud universal de los estudios, la tentativa constante de los pioneros en las diferentes disciplinas positivas, sobre todo bíblicas, al lado de una reflexión filosófica y teológica, que busca prolongar los principios y la doctrina de S. Tomás. En los días de hoy, no faltan ejemplos de grandes centros de investigación y refle-

xión. Teniendo a la vista particularmente la realidad latino-americana y la etapa pos-conciliar, nos inclinamos a pensar que un gran esfuerzo debe ser hecho en el sentido de la creación de instituciones e instrumentos del quehacer teológico, siguiendo el humilde y audaz deseo de imitar a los pioneros de las épocas de renovación, la joven escuela dominicana de Saint-Jacques en los siglos XIII y XVI, Vitoria y el equipo de Salamanca, Lagrange y la Escuela Bíblica de Jerusalén, Gardeil, Chenu y el Saulchoir, para citar sólo algunos ejemplos (39). Destaquemos todavía una tercera característica emparentada con la precedente. Desde el inicio, Santo Domingo encamina a sus hijos a las Universidades; y en todas las etapas de la presencia actuante de la Orden en la Iglesia y en el Mundo, ella desarrolló su organización de estudios en comunión con el cultivo superior de las ciencias en los medios universitarios. Observamos que desde temprano, el estudio dominicano se diferencia del estudio monástico, no mirando sólo a la edificación espiritual, sino tratando de ser útil al prójimo e insertarse en el diálogo con el esquema de vida del pueblo. La relación con las Universidades, bajo variadas formas, sugeridas por las circunstancias de tiempo y lugar: este es el ideal estimulante para una teología viva. Esta no puede tener la pretensión de preservarse de las corrientes actuales del pensamiento y de las manifestaciones modernas de la civilización; o querer estructurarse fuera de esas corrientes, para después volver al contacto con ellas e iniciar el diálogo. Una cosmología, una antropología, una filosofía del arte o de la técnica, elaboradas dentro de la mentalidad pre-científica, a partir del sentido común y de la experiencia vulgar, constituirán un instrumento inadecuado para una teología realmente presente y actuante en la era tecnológica. En perfecta consonancia con el Evangelio y con las mejores aspiraciones de nuestro tiempo, la Iglesia manifiesta hoy mayor confianza en la Inteligencia humana, exalta y practica el diálogo, desea y promueve el contacto con las culturas o esquemas de vida de los pueblos, estimula la investigación y la reflexión teológica, con gran amplitud de visión y notable apertura de espíritu. La Orden Dominicana, que sirvió a la Iglesia en

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tiempos más difíciles y en condiciones menos favorables, ha de sentirse plenamente a gusto en esta etapa de renovación y de libertad, para consagrarse a su misión: In dulcedine societatis quaerere

veritatem. “En la suave armonía de una comunidad fraterna”, juntos deberíamos “buscar la verdad” con un estudio constante al servicio del Evangelio, de la Iglesia y de la humanidad.

Notas Para indicar las fuentes, se utilizan las siguientes abreviaturas: Charlutarium… = DENIFLE=CHATELAIN, Charlutariam Universitatis Parisiensis, 4 vol., Paris, 1889-1897. DOUAIS = C. DOUAIS, Essai sur l´organisation des études dans l´Ordre des Frères Prêcheus au treizième et quatorzième siècles (1216-1342), Paris – Toulouse, 1884. FERET = H. M. FERET, OP, Vie intellectuelle et scolaire dans l´Ordre des Frères Prêcheurs, en Archives d´Histoire Dominicaine, Ed. du Cerf, Paris, 1946, pp. 5-37. MOPH = Monumenta Ordinis Fratrum Praedicatorum Historica, Roma, 1896 ss. WALZ – A. WALZ, Compendium historiae Ordinis Praedicatorum, Roma, 1948.

1220; ver en M.-H. VICAIRE, Saint Dominique de Caleruega, d'après les documents du XIIIe siècle, París, 1955, p. 115 y 175. 10 Citado en la Ratio Studiorum Fr. Ord. Praed., Roma 1965, p. 13. 11 Testimonios de Fr. Juan de España y de Fr. Rodolfo en el Proc. De canonización, n. 29 y 32; MOPH, t. XVI, pp. 147 ss. 174 ss. 12 Condensación histórica de estos hechos, en WALZ, pp. 226 ss. Ver también: C. SPICQ, op. Esquisse d'une histoire de l'exégese latine au Moyen Age, Bibliot. Thomiste, 26, París, 1944, pp. 167 ss.; 174 ss. 13 WALZ, p. 227. 14 Const. Prim., Dist. II, c. 28, §1; según el P. Vicaire estas prescripciones concernientes al P. Maestro de Estudiantes datarían de 1220; cfr. Op. Cit. en la nota 9, p. 177. 15 GREGÓRIO IX, Carta “Ab Aegyptiis” a los Teólogos Parisienses, el 17 de Julio de 1228; Chartularium, I, n. 59, pp. 114116. Parcialmente reproducido en Denzinger-Rahner, Ench. Symbolorum, n°. 442-443. 16 Texto en Chartularium, I. n. 128, pp. 170 ss. 17 “Errores condemnatos per Magistros Parisienses fratres omnes abradant de quaternis”. Cap. Gen. 1243, Chartularium, n. 130, p. 173; cfr. Cap. Gen. 1244, ibidem, nota. 18 Una serie de estudios se han consagrado al tema. Destacamos los siguientes, en los cuales se pueden encontrar las referencias bibliográficas deseables: H.-F. DONDAINE, op.: Hugues de S. Cher et la condamnation de 1241, RSPT, XXXIII (1949), pp. 170-174; H.-F. DONDAINE, op. B. G. GUYOT, op.: Guerric de Saint-Quentin et la condamnation de 1241, RSPT, XLIV (1960), pp. 225-242; P. M. de CONTENSON, op.: La théologie de la vision de Dieu au début du XIIIe siècle, RSPT, XLVI (1962), pp. 409-444. 19 Cfr. nota 1. 20 Sobre el contexto histórico y el clima espiritual de estos acontecimentos, particularmente de la entrada de S. Tomás en la Orden de Predicadores, ver P. MANDONNET, op. E.T., XXIX (1924), pp. 370 ss.; 375 ss. (“Qui a attiré Thomas dans l'Ordre des Prêcheurs?” “Pourquoi Saint Thomas est-il entré chez les Prêcheurs?”). 21 G. de TOCCO, Vida de Santo Tomás, cap. 15. (Traducimos el texto según la edición de PRÜMMER). 22 Ver, por ejemplo: S. Theol., q. 84. 4-6. 23 Texto en MOPH, t. III, pp. 99-101; ver igualmente Chartularium, n. 365, pp. 385 ss. y notas. 24 Ver comentario de estos textos en FERET, pp. 18 ss. 25 Según M.H. VICAIRE, op. “Las dispensas” concedidas a los “Estudiantes” en el c. XIX, de la dist. II de las Constituciones primitivas datarían de 1220; cfr. Saint Dominique... (citado nota 9), p. 178. 26 Ver MOPH, t. III, p. 174. 27 En MOPH, t. IV, pp. 12-24; t. VIII, pp. 119-120. Las cartas de los Maestros de la Orden Sixto FABRO en 1587 (MOPH, t. X, pp. 265-267) y Antonio CLOCHE en 1687 (Arch. Ord.

1 S. ALBERTI MAGNI, Comment. In VIII lib. Polit. Aristotelis, Op. Omnia, Ed. A. BORGNET, vol. 8, pp. 802-804. Se trata de una Nota final explicativa, en que San Alberto expresa su indignación frente a los detractores. Semejantes desahogos no son una excepción en la tristeza de San Alberto. Su iniciativa de “hacer comprensibles las doctrinas aristotélicas a los latinos” no era bien vista incluso al interior de la Orden. “Quidam qui nesciunt, omnibus modis volunt impugnare usum philosophiae et máxime in Praedicatoribus, ubi nullus eis resistit - tamquam bruta animalia blasfemantes in iis quae ignorant...” In Epist. Dyon, Ed. Borgnet, t. 14, p. 910. 2 El tema es bastante común em los historiadores de la Orden Dominicana; así P. MANDONNET, La crise scolaire au debut du XIIIe siecle et la fondation de l'Ordre des Fréres-Prêcheures, en Rev. d'Hist. Eccl. XV (1914), pp. 34-49; retomado en Saint-Dominique, Desclée, Paris 1937, t. II, pp. 83-100. Buena síntesis del carácter “universitario” de la Orden Dominicana en: V. D. CARRO, op., Santo Domingo de Guzmán, Fundador de la primera Orden Universitaria, Apostólica y Misionera, en La Ciencia Tomista, LXXI (1946), pp. 5-81; 282-329. 3 Se puede encontrar este conjunto de orientaciones y su aplicación en la historia primitiva de la Orden, en DOUAIS, pp. 151. De A. DUVAL, op., tenemos un trabajo excepcional: “L'étude dans la législation religieuse de S. Dominique” en Mélanges Chenu, Ed. du Cerf, 1966. El Padre Duval orientó en parte mi investigación. 4 El episodio es narrado por Thierry d'Apolda, Libellus de vita et obitu et miraculis S. Dominici et de Ordine quem instituit, n. 64, y comentado por FERRET, p. 8. 5 Acta canonizationis S. Dominici, n. 26; en MOPH, t. XVI, pp. 143-144. 6 Chartularium, I, 101. 7 Según Jacques de Vitry, citado por FERRET, p. 10, nota 4. Sobre el testimonio de J. de Vitry, ver P. MANDONNET, op. cit., en la nota 2, t. I, pp. 231-247. 8 Cfr. DOUAIS, pp. 38 ss. 9 Las Constitutiones Fr. S. Ord. Praedicatorum de 1968 ordenaban en su número 275: “Nullus conventus constituatur seu inauguretur sine Priore, Lectore et Syndico própriis.” Era un vestigio de las Constituciones primitivas que mandaban “Conventus... sine Priore et Lectore non adittatur”. Este texto (Dist. II c. 23) se remonta sin duda al año

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Praed. V. 2) retoman y comentan las orientaciones de los Caps. que rigieron la vida intelectual de la Orden en los primeros siglos de su existencia. La Ordinatio Studiorum de A. CLOCHE tendrá una importancia decisiva; cfr. nota 42. 28 Cfr. Chartularium, I, 486; WALZ, p. 23. 29 MOPH, t. III, p. 109. 30 Sobre la doctrina del Maestro Eckhart y su comparación con el tomismo, ver el estudio profundo y matizado de V. LOSSKY, Theologie negative et Connaissance de Dieu chez Maitre Eckhart, Vrin, París, 1960. Sobre el nominalismo que predomina en las Universidades em los siglos XIV y XV, consultar los diferentes estudios de Paul VIGNAUX: artículo Nominalisme em el D.T.C., t. XI, col. 733 y ss.; Nominalisme au XIVe. siècle, París, 1948. Al comienzo del siglo XVI, el tomismo triunfa gracias a los grandes Maestros que hacen de la Suma Teológica el texto de base en sus clases. Ver infra nota 33. 31 Sobre el título “Doctor Común”, universalmente conferido a Santo Tomás en el siglo XIV, ver J. J. BERTHIER, S. Tomás Aquinas “Doctor Communis” Ecclesiae, Roma, 1914. 32 Para esta visión de conjunto de los estudios dominicanos, nos inspiramos principalmente en una Nota aún inédita de M. H. VICAIRE, op. 33 Cfr. C. GIACON, La Seconda Scolástica, Milán, 1950. P. CROKAERT, C. KOELLIN, A. BECCARI, CAYETANO y

VITORIA introducen casi simultáneamente la Suma Teológica em las Universidades de París, Colonia, Padua y Salamanca. El Capítulo General de Milán de 1505 apoya esta implantación tomista, obra de los grandes profesores dominicanos. Cfr. Texto en MOPH, t. IX, p. 39. 34 El Padre M.-D. CHENU, op. cit., estudia la doble renovación intelectual de la cual el Convento de St.-Jacques es el centro, en: Le Couvent de Saint-Jacques et les deux Renaissances du XIIIe. et du XVIe. siècles, Cahiers Saint-Jacques, N° 26. Parcialmente publicado en L'humanisme et la réforme du Collège de Saint-Jacques à Paris Arch. d'Hist. Dominicaine, Cerf, París, 1946, pp. 130-154. 35 Para una visión de conjunto de este tema delicado, ver WALZ, § 92, pp. 530 y ss. 36 Esta carta de Lacordaire al Maestro de la Orden se encuentra en la Correspondance du R.P. Lacordaire et de Madame Swetchine, 9. Éd., Didier et Cie, París, 1880, pp. 215-217. Ella está fechada el 4 de febrero de 1840. 37 El texto de esta relación está publicado íntegralmente por primera vez por A. DUVAL, op. En Archivum Fratrum Praedicatorum, XXXI (1961) pp. 326-344; citación en la página 335. 38 Cfr. WALZ, § 112, pp. 613 y ss. 39 Véase la interesante recolección de datos históricos realizada por A. GARDEIL, op., Soixante-Dix Ans d'Études et d'Exodes, en L'Année Dominicaine, 1910, pp. 58-85. Citamos la página 64 (nota).

Este ensayo, en una versión abreviada, fue publicado en la revista TESTIMONIO , de la Conferencia de Religiosos y Religiosas de Chile, en un número de homenaje a la Orden de Predicadores por el VIII Centenario de su aprobación pontificia en 1216. TESTIMONIO se puede adquirir en las oficinas de CONFERRE: Erasmo Escala 2180, Santiago

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