LOS POETAS DE LA GENERACIÓN DEL 27 CANTAN LA NAVIDAD. Fernando Carratalá Teruel

LOS POETAS DE LA GENERACIÓN DEL 27 CANTAN LA NAVIDAD Fernando Carratalá Teruel La Navidad como tema poético. La Navidad es un hecho religioso y cult

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LOS POETAS DE LA GENERACIÓN DEL 27 CANTAN LA NAVIDAD Fernando Carratalá Teruel

La Navidad como tema poético. La Navidad es un hecho religioso y cultural de primera magnitud. Desde el primitivo Auto de los Reyes Magos -en los albores de nuestra literatura- hasta los poetas más actuales, la Navidad se ha convertido en tema poético recurrente. Y especialmente significativo es el acercamiento de varios poetas de la Generación del 27 al Niño nacido en Belén, desde ópticas y estilos literarios bien diferentes, pero siempre con maestría técnica y emoción contenida. A continuación se presentan poemas -acompañados, en la mayoría de los casos, de breves comentarios interpretativos- de algunos escritores de esta extraordinaria generación poética; precisamente los siguientes: • • •

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“Navidad”, de Rafael Alberti. “San Gabriel” y “Nacimiento de Cristo”, de Federico García Lorca. “Letrilla de la Virgen María esperando la Navidad”, “Villancico del Rifador”, “Canción al Niño Jesús” y “¿Quién ha entrado en el portal, / en el portal de Belén? [...], de Gerardo Diego. “Navidad, “Epifanía” y “Belén”, de Jorge Guillén. “La Navidad preferida (Belén malagueño)”, de Vicente Aleixandre. “En todo nacimiento repican campanas de Navidad...”, de Dámaso Alonso. “Nochebuena cincuenta y una”, de Luis Cernuda.

RAFAEL ALBERTI Y LAS FIGURITAS DEL NACIMIENTO Los temas y las formas populares están presentes en los primeros libros de Alberti: Marinero en tierra, La amante y El alba del alhelí. Posee Alberti una extraordinaria capacidad para abordar la lírica popular, utilizando como cauce expresivo la graciosa métrica aprendida en los Cancioneros medievales y en Gil Vicente. Estas tres obras anticipan algunos rasgos comunes a toda la futura poesía de Alberti: una gran destreza verbal, un sorprendente dominio de la forma -que le permite los más audaces virtuosismos técnicos con la mayor espontaneidad-; y una poderosa capacidad plástica y sensual que entronca con su pasión por la pintura. No es, por tanto, la poesía de estos tres libros fácil de construir técnicamente; porque bajo su aparente sencillez, late una depurada técnica literaria que logra hacerla cercana al lector, permitiéndole disfrutar de un fresco y tierno lirismo. El ciclo navideño de “El alba del alhelí”. A El alba del alhelí pertenecen los catorce poemas reunidos bajo el título “Navidad”. Las figuritas del Nacimiento que le levantaba a sus sobrinillos le inspiraron estos ingenuos poemas. [Cuando Alberti volvió por segunda vez a Rute, en 1925, “se acercaba la Navidad -afirma el poeta-. Para alegrar a mis sobrinillos escribí una serie de canciones inspiradas en las figuritas del Nacimiento que les levanté”]. Por su indiscutible calidad literaria, reproducimos seguidamente los catorce poemas de “Navidad”. Citamos por la edición de El alba del alhelí preparada por Robert Marrast para la editorial Castalia (Madrid, 1990, 6.ª edición. Colección Clásicos Castalia, núm. 48).

EL BLANCO ALHELÍ NAVIDAD 1 ¡Muchachas, las panderetas! De abajo yo, por las cuestas, cantando, hacia el barrio alto. La Virgen María llorando, arrecida, hacia el barrio bajo. ¡Las panderetas, muchachas! 2 -Un portal. -No lo tenemos. -Por una noche... -¿Quién eres? -La Virgen. -¿La Virgen tú, tan cubiertita de nieve? -Sí. 3 La mejor casa, Señora, la mejor, si sois la Madre de Dios. Que tenga la mejor cama, Señora, la mejor, si sois la Madre de Dios. ¡Abran los portales, abran! Pronto, por favor, que está la Madre de Dios!

4 ¡Sin dinero, Buen Amor! ¡Y tu padre carpintero! ¿Cómo vivir sin dinero? -¡Vendedor, que se muere mi alba en flor! ¡Sin pañales mi lucero! ¡Y sin manta abrigadora, temblando tú, Buen Amor! -¡ Vendedora, que se muere mi alba en flor! 5 AL Y DEL En un carrito, tirado por una mula, al mercado, San José. -¡ Arre, mula, eh! En un carrito, sembrado de verduras, del mercado, San José. -¡Vuela, mula, eh!

6 EL ÁNGEL CONFITERO De la gloria, volandero, baja el ángel confitero. -¡Para ti, Virgen María, y para ti, Carpintero, toda la confitería! -¿Y para mí? -Para ti, granitos de ajonjolí. A la gloria, volandero, sube el ángel confitero. 7 LA HORTELANA DEL MAR Descalza, desnuda y muerta, vengo yo de tanto andar. ¡Soy la hortelana del mar! Dejé, mi Niño, mi huerta, para venirte a cantar: ¡Soy la hortelana del mar... y, mírame, vengo muerta!

8 EL CAZADOR Y EL LEÑADOR -Y di, ¿qué me traes a mí? -Un ansar del río te traigo yo a ti. -¿Y qué eres tú, di? -Cazador. -Gracias, cazador. -Y tú, ¿qué me traes a mí? -Fuego para el frío te traigo yo a ti. -¿Y qué eres tú, di? -Leñador. -Gracias, leñador. 9 EL PLATERO -A la Virgen, un collar, y al Niño Dios un anillo. -Platerillo, no te los podré pagar. -¡Si yo no quiero dinero! -¿Y entonces qué?, di. -Besar al Niño es lo que yo quiero. -Besa, sí.

10 EL PESCADOR Toda la noche pescando y todo el día remando, para encontrarte llorando. No llores tú, Niño mío, que estos luceros de río, verdes, te irán consolando. 11 EL ZAPATERO Zapatitos de esmeralda, con hebillas de platino. -¡Deja esa cuna de avena y esa almohada de trigo! Zapatitos de esmeralda, con lazadas de oro fino. -¡Déjala, Amor, y, calzados tus pies, al cielo conmigo! Zapatitos de esmeralda, con hebillas de platino. 12 EL SOMBRERERO -Para las nieves de enero... -¿Qué para las nieves, di? -Un sombrero. -¿Y quién me lo ofrece a mí? -¡Quién va a ser! ¡El sombrerero!

13 LOS TRES NOES PRIMER NO -Pastor que vas con tus cabras cantando por los caminos, ¿quieres darme una cabrita para que juegue mi niño? -Muy contento se la diera, si el dueño de mi ganado, Señora, lo permitiera. SEGUNDO NO -Aceitunero que estás vareando los olivos, ¿me das tres aceitunitas para que juegue mi niño? -Muy contento se las diera, si el dueño del olivar, Señora, lo permitiera. TERCER NO -Ventero amigo que estás sentado en tu ventorrillo, ¿quieres darme una cunita para que duerma mi niño? -Muy contento se la diera, si hubiese sitio y el ama, Señora, lo permitiera.

14 VÍSPERA DE LA HUIDA A EGIPTO -La albarda mejor de todas las tuyas, albardonero. -Carpintero, ¿para qué? -Mañana te lo diré. Voy muy lejos... -La mejor mula de todas las tuyas, mi buen mulero. -Carpintero, ¿para qué? -Mañana te lo diré. Voy muy lejos...

FEDERICO GARCÍA LORCA: POEMAS “SAN GABRIEL” Y “NACIMIENTO DE CRISTO” “San Gabriel”. En el Romancero gitano “irrumpen de pronto” las tres grandes ciudades andaluzas, representadas por tres arcángeles: Granada/San Miguel, Córdoba/San Rafael, y Sevilla/San Gabriel [1]; y así surgen tres poemas herméticos -por la dificultad de su complejo lenguaje metafórico-, aunque de tono irónico y guasón. En el tercero de estos romances -el número 10, de los 18 que componen la obra lorquiana-, la Anunciación es vista desde una óptica gitana, y todos los elementos que conforman el poema están sometidos a una profunda agitanización. A Anunciación de los Reyes la visita San Gabriel para anunciarle la Encarnación cristiana del Verbo: “Dios te salve, Anunciación. / Morena de maravilla. / Tendrás un niño más bello / que los tallos de la brisa.” (versos 43-46). Y ese niño será, como buen gitano, no solo caballista, sino fundador de dinastía: “Dios te salve, Anunciación, / Madre de cien dinastías. / Áridos lucen tus ojos / paisajes de caballista.” (versos 59-62). San Gabriel (Sevilla) A D. Agustín Viñuales Un bello niño de junco, anchos hombros, fino talle, piel de nocturna manzana, boca triste y ojos grandes, nervio de plata caliente, ronda la desierta calle. Sus zapatos de charol rompen las dalias del aire con los dos ritmos que cantan breves lutos celestiales. En la ribera del mar no hay palma que se le iguale, ni emperador coronado ni lucero caminante. Cuando la cabeza inclina sobre su pecho de jaspe, la noche busca llanuras porque quiere arrodillarse. Las guitarras suenan solas para San Gabriel Arcángel, domador de palomillas y enemigo de los sauces.

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-San Gabriel: el niño llora en el vientre de su madre. No olvides que los gitanos te regalaron el traje.

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*** Anunciación de los Reyes, bien lunada y mal vestida, abre la puerta al lucero que por la calle venía. El Arcángel San Gabriel, entre azucena y sonrisa, biznieto de la Giralda, se acercaba de visita. En su chaleco bordado grillos ocultos palpitan. Las estrellas de la noche se volvieron campanillas. -San Gabriel: aquí me tienes con tres clavos de alegría. Tu fulgor abre jazmines sobre mi cara encendida. -Dios te salve, Anunciación. Morena de maravilla. Tendrás un niño más bello que los tallos de la brisa. -¡Ay San Gabriel de mis ojos! ¡Gabrielillo de mi vida! Para sentarte yo sueño un sillón de clavelinas. -Dios te salve, Anunciación, bien lunada y mal vestida. Tu niño tendrá en el pecho un lunar y tres heridas. -¡Ay San Gabriel que reluces! ¡Gabrielillo de mi vida! En el fondo de mis pechos ya nace la leche tibia. -Dios te salve, Anunciación, Madre de cien dinastías. Áridos lucen tus ojos paisajes de caballista. ***

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El niño canta en el seno de Anunciación sorprendida. Tres balas de almendra verde tiemblan en su vocecita. Ya San Gabriel en el aire por una escala subía. Las estrellas de la noche se volvieron siemprevivas.

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Breve interpretación del texto. El romance arranca con la descripción del arcángel sevillano, transmutado en un joven gitano; una descripción que, en los seis primeros versos, subraya su galanura: de cintura delgada -“niño de junco” (verso 1), “fino de talle” (verso 2)-; con ese color cetrino tan característico de los gitanos -“piel de nocturna manzana” (verso 3)-; dotado de fuerza y vigor masculinos -“nervio de plata caliente” (verso 5); sevillano galán donjuanesco -“ronda la calle desierta” (verso 6)-. La descripción del arcángel continua en los cuatro siguientes versos (7-10), y ahora se centra en sus andares lentos; pero su taconeo es lúgubre, porque presiente la futura Pasión que, en alguna forma, contiene el mensaje que trae a la Virgen: de ahí el contraste entre los “zapatos de charol” -con su color negro, de muerte- y “las dalias” -que aportan connotaciones vitales-. En los ocho versos siguientes (11 a 18) prosigue la descripción del arcángel por medio de un proceso de mitificación que le rodea de extraordinarias cualidades; y así, el poeta nos lo presenta como un personaje único e irrepetible, que no admite comparación con nadie (versos 11-14, que contienen una comparación por negación altamente expresiva); y ante cuya belleza -“pecho de jaspe”- la naturaleza toda se inclina (versos 15 a 18, que encierran una original hipérbole que contribuye a acrecentar el aludido proceso de mitificación). Suenan las guitarras en honor de San Gabriel (versos 19-20), al que el poeta, en intrincadas metáforas, llama “domador de palomillas / y enemigo de los sauces” (verso 21): la palomilla es la Virgen -por su inocencia y dulzura-, que es domada, al aceptar de buen grado (“Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices.” [2]) el anuncio del nacimiento de Jesús que el ángel le transmite; ángel de figura esbelta -esbeltez ya aludida metafóricamente en el verso 1: “niño de junco”, es decir, alto y delgado-, y no curvada, como la del sauce. La primera parte del romance se cierra con los presentimientos de la muerte de Jesús, que reaparecen de nuevo -“El niño llora / en el vientre de su madre” (versos 23-24)-, y la petición del poeta a la imagen de San Gabriel [3] de que proteja al niño y muestre, así, su gratitud a los gitanos, que le regalaron las ropas que viste (versos 25-26). [4] La segunda parte del romance se inicia aludiendo a la Virgen con un gracioso nombre: Anunciación de los Reyes (verso 27); nombre que auna la tradición cristiana -Anunciación- con la gitana -ya que el apellido Reyes es frecuente entre gitanos y, por otra parte, el niño que va a nacer será, precisamente, Rey de Reyes-; y “bien lunada y mal vestida”, verso -28- que encierra una clara bisemia: con lunares, y también, ya

fértil -en el primer ciclo lunar de la gestación-; y en el que se alude también a la condición humilde de la Virgen gitana, acorde con la pobreza evangélica: mal vestida. La Virgen acoge, pues, al Arcángel San Gabriel que la visita (versos 29-30 [5], 34); símbolo de la pureza que encarna la azucena -“entre azucena y sonrisa” (verso 32)-; de ascendencia marcadamente sevillana -“biznieto de la Giralda” (verso 33), engalanada con azucenas-; y que se presenta vestido con un chaleco de lentejuelas cuyo fulgor es comparable a la estridencia del canto de los grillos -“en su chaleco bordado / grillos oscuros palpitan” (versos 35-36)-; mientras las estrellas, convertidas en gratas campanillas, pierden sus habituales connotaciones dañinas (versos 37-38). A partir del verso 39, y hasta el 62, tiene lugar un rápido diálogo entre la Virgen y el Arcángel San Gabriel, conformado por tres intervenciones alternativas de cuatro versos cada una, introducidas sin verba dicendi. En la primera, la Virgen alude ya a los clavos de la Pasión -“aquí me tienes / con tres clavos de alegría” (versos 39-40); así como al resplandor que despide el Arcángel, ante el que palidece su cara de color rojo subido -“Tu fulgor abre jazmines / sobre mi cara encendida” (versos 41-42)-. San Gabriel le anuncia a continuación la Encarnación cristiana del Verbo: dará a luz “un niño más bello / que los tallos de la brisa” (versos 45-46) -repárese en el aliento poético de la comparación, de altísima eficacia estética-. En su nuevo parlamento, la Virgen trata al Arcángel con gran familiaridad (versos 47-50). Este es, no obstante, portador también del anuncio de la futura crucifixión: “Tu niño tendrá en el pecho / un lunar y tres heridas” (versos 53-54) -el lunar y las tres heridas corresponden a la llaga en el costado y a los clavos de las manos y pies-. La Virgen acepta la maternidad -“En el fondo de mis pechos / ya nace la leche tibia” (versos 57-58); y el Arcángel se despide de ella augurándole que el niño que nazca traerá al mundo el Cristianismo -“Dios te salve, Anunciación, / madre de cien dinastías” (versos 59-60); pero anticipándole también el sacrificio del Monte Calvario, aludido en los áridos paisajes que lucen en sus ojos (versos 61-62). Los ocho versos finales -tercera parte del romance- nos presentan al niño cantando en el seno materno con voz llorosa, porque va a venir al mundo para morir clavado en una cruz -“Tres balas de almendra verde [los clavos] / tiemblan en su vocecita” (versos 65-66); y al Arcángel San Gabriel que, cumplida su misión anunciadora, asciende a los cielos por la escala de Jacob [6] (versos 67-68); mientras las estrellas -antes campanillas- retoman sus connotaciones dañinas, convertidas ahora en siemprevivas (versos 69-70).

NOTAS. [1] Dice García Lorca: “San Miguel rey del aire, que vuela sobre Granada, ciudad de torrentes y montañas. San Rafael, arcángel peregrino que vive en la Biblia y en el Korán, quizá más amigo de musulmanes que de cristianos, que pesca en el río de Córdoba. San Gabriel Arcángel, anunciador, padre de la propaganda, que planta sus azucenas en la torre de Sevilla. Son las tres andalucías...” (Obras completas, volumen I. Madrid, decimoctava edición, 1973; pág. 1088). Tomamos el poema “San Gabriel” de la edición de Miguel García Posada: Primer romancero gitano. Madrid, editorial Castalia, 1990, 2.ª edición. Colección Clásicos Castalia., núm. 171). [2] En el Evangelio según San Lucas se relata el episodio de la Anunciación (Cfr.: La biblia didáctica. PPC-Ediciones SM; pág. 456).

(Lc 1, 26-38).

[3] Las imágenes de San Gabriel, San Miguel y San Rafael se encuentran en la ermita de San Miguel el Alto, en el Sacro Monte granadino. [4] Entre las costumbres religiosas de tipo popular se encuentra la de regalar trajes a las figuras sagradas. [5] Muchos de los recursos aprendidos por García Lorca en nuestro Romancero Viejo están presentes en este poema: uso del imperfecto solo con valor durativo y de coexistencia con el presente (“Anunciación de los Reyes, / bien lunada y mal vestida, / abre la puerta al lucero / que por la calle venía.”); introducción directa de las palabras de los personajes sin verba dicendi -como puede comprobarse en el diálogo de la Virgen con el Arcángel San Miguel; sintagmas aposicionales que ejercen una función similar a la del epíteto épico (“Dios te salve, Anunciación. Madre de cien dinastías.”); versos octosílabos con rima asonantada en los pares (I: a-e; II y III: i-a); etc., etc. [6] Cfr.: Génesis, XVIII, 12: “Entonces Jacob de Berseba tuvo un sueño: veía una escalinata que, apoyándose en tierra, tocaba con su vértice el cielo. Por ella subían y bajaban los ángeles del Señor”; op. cit., pág. 63.

“Nacimiento de Cristo”. De Poeta en Nueva York (Madrid, ediciones Cátedra, 1989, 3.ª edición, preparada por María Clementa Millán. Colección Letras Hispánicas, núm. 260) hemos elegido esta sorprendente composición en la que, entre complejas metáforas de corte surrealista, se adivina el Cristo de la Redención. Nacimiento de Cristo Un pastor pide teta por la nieve que ondula blancos perros tendidos entre linternas sordas. El Cristito de barro se ha partido los dedos en los tilos eternos de la madera rota. ¡Ya vienen las hormigas y los pies ateridos! Dos hilillos de sangre quiebran el cielo duro. Los vientres del demonio resuenan por los valles golpes y resonancias de carne de molusco. Lobos y sapos cantan en las hogueras verdes coronadas por vivos hormigueros del alba. La luna tiene un sueño de grandes abanicos y el toro sueña un toro de agujeros y de agua. El niño llora y mira con un tres en la frente, San José ve en el heno tres espinas de bronce. Los pañales exhalan un rumor de desierto con cítaras sin cuerdas y degolladas voces. La nieve de Manhattan empuja los anuncios y lleva gracia pura por las falsas ojivas. Sacerdotes idiotas y querubes de pluma van detrás de Lutero por las altas esquinas.

GERARDO DIEGO: “LETRILLA DE LA VIRGEN MARÍA ESPERANDO LA NAVIDAD”,”VILLANCICO DEL RIFADOR”, “ CANCIÓN DEL NIÑO JESÚS” Y “¿QUIÉN HA ENTRADO EN EL PORTAL...?” Gerardo Diego es un poeta que ha dejado muestras de su profunda religiosidad en libros de tan extraordinaria inspiración como Versos humanos (1925), Alondra de Verdad (1941), o Versos divinos. De esta obra, cuando todavía estaba inédita, el poeta selecciona el poema “Letrilla de la Virgen María esparando la Navidad” -compuesta en 1940- para incorporar a la Primera antología de sus versos (1918-1841) -publicada por Espasa-Calpe, en la Colección Austral, núm. 219-; y el poema “Villancico del Rifador”, que incluye en la Segunda antología de sus versos (1941-1967) -publicada, igualmente, por la editorial Espasa-Calpe, en la Colección Austral, núm. 1394-. Ambas composiciones, a las que añadimos la “Canción al Niño Jesús” y el poema que comienza con los versos “¿Quién ha entrado en el portal, en el portal de Belén?”, testimonian la capacidad de Diego para la composición de poesías conforme a las más rigurosas formas tradicionales, su sentido del ritmo y, asimismo, la sorprendente riqueza metafórica de su palabra poética. Letrilla de la Virgen María esperando la Navidad Cuando venga, ay, yo no sé con qué le envolveré yo, con qué. Ay, dímelo tú, la luna, cuando en tus brazos de hechizo tomas al roble macizo y le acunas en tu cuna. Dímelo, que no lo sé, con qué le tocaré yo, con qué. Ay, dímelo tú, la brisa que con tus besos tan leves la hoja más alta remueves, peinas la pluma más lisa. Dímelo y no lo diré, con qué le besaré yo, con qué.

Y ahora que me acordaba, Ángel del Señor, de ti, dímelo, pues recibí tu mensaje: "he aquí la esclava". Sí, dímelo, por tu fe, con qué le abrazaré yo, con qué. O dímelo tú, si no, si es que lo sabes, José, y yo te obedeceré, que soy una niña yo, con qué manos le tendré, que no se me rompa, no con qué. El poema es, en efecto, una letrilla -según se expresa en el título-, variante del villancico, con la que en este caso se aborda un tema de la Natividad, y no de carácter satírico-burlesco. Y como toda letrilla o villancico, el poema se divide en dos partes: el estribillo, formado por tres versos, los tres agudos: el primero y el segundo octosílabos, y el tercero y más corto tetrasílabo -pie quebrado-, de los que el primero y el tercero riman entre sí, mientras que el segundo queda libre (según el esquema a'-b'-a'); y el pie, estrofa de siete versos, de los que los últimos riman con el estribillo (sé-yo-qué): sé-yo-qué [I], diré-yo-qué [II], fe-yo-qué [III], tendré-no-qué [IV]. El pie, en cada una de las cuatro estrofas de que consta la composición, es diferente, y al final del mismo reaparecen distintas variantes del estribillo: “Dímelo que no lo sé, / con qué le tocaré yo, / con qué.” [I]; "Dímelo y no lo diré / con qué lo besaré yo, / con qué.” [II]; “Sí, dímelo, por tu fe, / con qué le abrazaré yo, / con qué.” [III]; “con qué manos le tendré, / que no se me rompa, no, / con qué.” [IV]. Este esquema métrico le sirve a Diego para presentar a la virgen niña -“que soy una niña yo” (verso 28) preocupada por el inminente nacimiento de su hijo -el arcángel San Gabriel le anunció que el Verbo Divino tomaría carne humana en su seno; y ella respondió "Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices." (Evangelio se San Lucas, 1, 38)-; y esta preocupación la expresa la Virgen interpelando a la luna (I), a la brisa (II), al Ángel de la Anunciación (III), e incluso a su propio esposo José (IV), para que le expliquen cómo tiene que comportarse: “con qué le envolveré yo” (estribillo inicial), “con qué le tocaré yo” [I], “con qué le besaré yo” [II], “con qué le abrazaré yo" [III], y, sobre todo, “con qué manos le tendré, / que no se me rompa, no” [IV]. Y especialmente afortunados nos parecen los pies I y II, en particular este último, en el que las aliteraciones de la s y de la l comunican a los movimientos descritos una grata suavidad que contribuye a crear un clima de sosiego altamente poético: “... la brisa / que con tus besos tan leves / la hoja más alta remueves, / peinas la pluma más lisa.” (versos 11-14).

Villancico del rifador ¿Cuánto me dan por la estrella y la luna? ¿Cuánto me dan por el Niño y la cuna? Este es un Niño sin padre ni abuelo, este es un Niño nevado del cielo. ¿Cuánto me dan, que lo vendo barato cuánto me dan, que lo doy sin contrato? Este es el Niño que mamaba ahora. Ríe despierto y en durmiendo llora. Casi de balde la flor del mercado. ¿Cuánto me dan, que lo doy regalado? Este es el Niño verano en invierno. Este es el Niño que aniña lo eterno. ¿Cuánto me dan, que lo doy sin subasta. ¿Cuánto me dan por la fruta en canasta? Este es el Niño que viene a dar guerra, Viene a dar paz por amor de la tierra. ¿Cuánto me dan? Por moneda no quede. Una lágrima sola que tiemble y que ruede. Este es el Niño de la rifa loca que todos le juegan y a todos les toca. ¿Cuánto me dan por la buena fortuna? ¿Cuánto me dan por el Niño y la luna? En el Villancico del rifador no es lo que más nos sorprende la originalidad del contenido, que por momentos resulta de gran hondura lírica, como puede comprobarse, por ejemplo, en estas dos estrofas: “Este es un Niño sin padre ni abuelo, / este es un Niño nevado del cielo.” (versos 3-4); “Este es el Niño que viene a dar guerra, / viene a dar paz por amor de la tierra.” (versos 15-16); sino la estructura métrica y el esquema rítmico elegido. Gerardo Diego recurre a la más sencilla de las estrofas: el pareado; y al ritmo dactílico. Integran la composición, en efecto, once pareados, compuestos cada uno por dos versos que riman entre sí -en consonante-, según el siguiente esquema: una (I), elo (II), ato (III), ora (IV), ado (V), erno (VI),

asta (VII), erra (VIII), ede (IX), oca (X), una (XI). Pero no siempre los dos versos que forman el pareado son iguales o presentan el mismo esquema rítmico. Pareados a base de endecasílabos de gaita gallega -con acentuación en primera, cuarta, séptima y décima sílabas- son las estrofas I, II, III, V, VI, VII, VIII y XI; y cuya andadura rítmica es, pues, la siguiente: óoo óoo óoo óo ¿Cuánto me dan por la estrella y la luna? ¿Cuánto me dan por el Niño y la cuna? (Pareado I). El pareado IV lo componen dos endecasílabos de tipo sáfico, con acentos en cuarta, octava y décima sílabas -además de en la primera-: óoo ó o oo óo óo Este es el Niño que mamaba ahora. Ríe despierto y en durmiendo llora. De nuevo el ritmo dactílico vuelve al pareado IX, formado por un endecasílabo de gaita gallega -con acentos en primera, cuarta, séptima y dédima sílabas- y por un tridecasílabo dactílico, con acentos en tercera, sexta, novena y duodécima sílabas: ¿Cuánto me dan? Por moneda no quede. [óoo óoo óoo óo] Una lágrima sola que tiemble y que ruede. [oo óoo óoo óoo óo] Finalmente, el pareado X lo conforman un endecasílabo sáfico -con acentos en cuarta, octava y décima sílabas, además de en la primera- y un dodecasílabo dactílico -suma de dos hexasílabos dactílicos-, con acentos en segunda y quinta sílaba de cada hemistiquio: Este es el Niño de la rifa loca [óoo ó o oo óo óo] que todos le juegan y a todos les toca. [o óoo óo : o óoo óo] Así pues, este ritmo dactílico sostenido le confiere al texto una extraordinaria musicalidad, acrecentada por la sonoridad de las rimas consonantes. Lo cual puede comprobarse leyéndolo en alta voz.

Canción al Niño Jesús Si la palmera pudiera volverse tan niña, niña, como cuando era una niña con cintura de pulsera, para que el Niño la viera... Si la palmera tuviera las patas de borriquillo, las alas de Gabrielillo, para cuando el Niño quisiera correr, volar a su vera... Si la palmera supiera que sus palmas, algún día... Si la palmera supiera por qué la Virgen María la mira... Si ella supiera... Si la palmera pudiera... ... la palmera... En Versos divinos, Gerardo Diego quiere darle a la temática religiosa un cariz completamente distinto al que tenía en nuestra literatura tradicional, para lo cual se aleja de los tópicos y de la palabrería hueca -llena de expresiones grandilocuentesque apartaban a algunos lectores de aquellas producciones; y lo hace con serenidad, alegría y elegancia, y desde ese fervor del creyente convencido, aunque con una visión moderna extraordinariamente original. Entre los poemas religiosos de Diego destacan los dedicados a temas navideños, que aborda muchas veces como canciones de tipo tradicional -en la línea del mejor Lope de Vega-, dotándolos de agilidad, frescura y delicada ternura. Una de sus mejores composiciones navideñas es, sin duda, esta “Canción al Niño Jesús”, a la que incluso podría ponérsele música, ya que ofrece un ritmo melódico muy marcado, producido por la presencia, en todas las estrofas, de la rima -era (pudiera -verso 1-, pulsera -verso 4-, viera -verso 5-; tuviera -verso 6-, quisiera -verso 9-, vera -verso 10-; supiera -versos 11, 13, 15-; pudiera -verso 16-, palmera -verso 17-); poema que concluye con un verso de pie quebrado -“... la palmera...”- que, como en los antiguos romances, parece invitar al lector a “cerrar” una composición en cierto modo “abierta”, zambulléndose en una “recreación” personal de insospechadas resonancias líricas.

Y este ritmo melódico sostenido se ve reforzado por otro elemento básico en la concepción del poema: la inmensa ternura que derrochan todos sus versos; ternura que alcanza a los personajes (el Niño Jesús, el borriquillo, el ángel Gabriel, la Virgen María), a las sugerentes palabras elegidas para la construcción de unos versos que prolongan su significado emocional -más allá de los límites de la pausa versalmerced al uso magistral de los puntos suspensivos y, especialmente, a esos diminutivos con los que Diego dibuja a las dos criaturas más propiamente infantiles de la composición: el borrico que siempre figura en la estampa navideña del nacimiento de Jesús; y el angelote que tampoco puede faltar en el portal; borriquillo y angelote -Gabrielillo- que la magia de la palabra poética convierte en cómplices ideales para los juegos del Niño Jesús. Pero el elemento poético central del poema es la palmera, de la que Diego sabe extraer todo su potencial figurativo y metafórico, y sobre la que descansa el poder conmovedor de esta “Canción al Niño Jesús”. Y lo que puede parecer más audaz es el hecho de que, en una composición literaria de carácter religioso -y, además, navideño-, el contenido conceptual se concentre en torno a un elemento “tan poco divino” -por muy literario que resulte- y tan mundano como una simple palmera. Sin embargo, y de acuerdo con la intención última del poeta, ese protagonismo de la palmera, lejos de ser circunstancial, se convierte en necesario, ya que se erige en el hilo conductor del poema que nos va a permitir acompañar al Niño Jesús en todo su itinerario vital hacia su trágico destino. En efecto, la palmera, que está junto al portal cuando nace el Niño, que le acompaña durante su infancia en sus juegos, reaparecerá cuando Jesús se acerca al final de sus días: “Al día siguiente, cuando la gran multitud de peregrinos que habían llegado a la ciudad para la fiesta, se enteraron de que Jesús se acercaba a Jerusalén, cortaron ramos de palmera y salieron a su encuentro, gritando: -¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el rey de Israel!” (Juan 12-13). [Y también el borriquillo figura en distintos momentos clave de la vida de Jesús: junto al portal, durante la huida a Egipto, y la misma entrada en la ciudad de David: “Jesús encontró a mano un asno y montó sobre él. Así lo había predicho la Escritura: No temas, hija de Sión; / mira, tu rey viene a ti / montado sobre un asno.” (Juan 14-15)]. Y, todo ello, Gerardo Diego lo recoge al final del poema de modo sutil (versos 11-12): Si la palmera supiera que sus palmas, algún día... Y para concluir este comentario, quisiéramos reparar en la belleza de la forma y en la calidad poética del lenguaje empleado por Diego para recrearnos el momento histórico en que nace el Niño llamado a transformar a la Humanidad. Baste con fijarnos en la primera estrofa, con esa bellísima metáfora que alude a la finura y esbeltez del tallo de la palmera:

Si la palmera pudiera volverse tan niña, niña, como cuando era una niña con cintura de pulsera. Para que el Niño la viera... Una palmera omnipresente a lo largo del poema (hasta siete veces se repite el vocablo), y que lo impregna de suavidad y ternura; una ternura aderezada por la calidez que aportan el Niño, el borriquillo, el ángel Gabriel y la Virgen María, capaces de crear por sí mismos, y junto a la palmera, un cuadro tan bello como conmovedor. ¿Quién ha entrado en el portal de Belén? ¿Quién ha entrado en el portal, en el portal de Belén? ¿Quién ha entrado por la puerta? ¿quién ha entrado, quién? La noche, el frío, la escarcha y la espada de una estrella. Un varón -vara floriday una doncella. ¿Quién ha entrado en el portal por el techo abierto y roto? ¿Quién ha entrado que así suena celeste alboroto? Una escala de oro y música, sostenidos y bemoles y ángeles con panderetas dorremifasoles. ¿Quién ha entrado en el portal, en el portal de Belén, no por la puerta y el techo ni el aire del aire, quién? Flor sobre impacto capullo, rocío sobre la flor. Nadie sabe cómo vino mi Niño, mi amor.

Con una de las variantes de la seguidilla, Diego agrupa cinco estrofas de cuatro versos -en los que riman en consonante el segundo y el cuarto: -en [I], -ella [II], -oto [III], -oles [IV], -or [V]; mientras que el primero y el tercero no tienen rima-; versos octosílabos los tres primeros de cada estrofa, y hexasílabo el cuarto, a excepción del de la cuarta estrofa, que es también octosílabo. La sonoridad que así se obtiene hace más perceptible el ritmo ágil del poema, al que coadyuva, igualmente, la insistencia de unas interrogaciones (“¿Quién ha entrado en el portal, / en el portal de Belén?”) que hallan respuesta conforme el poema avanza: en el portal de Belén, señalado por una estrella, se encuentran San José y la Virgen María (“Un varón -vara florida- / y una doncella.”), los ángeles interpretando música celestial (“Una escala de oro y música, / sostenidos y bemoles / y ángeles con panderetas / dorremifasoles”), y el Niño Dios que encarna la manifestación del amor (“Flor sobre impacto capullo, / rocío sobre la flor. / Nadie sabe cómo vino / mi Niño, mi amor”).

JORGE GUILLÉN: “NAVIDAD”, “EPIFANÍA” Y “BELÉN” La producción poética de Jorge Guillén está distribuida en cinco series -Cántico, Clamor, Homenaje, Y otros poemas, Final-, y lleva el título genérico de Aire Nuestro. Los poemas que más adelante reproducimos pertenecen a Cántico -“Navidad”-, a Clamor -“Epifanía”- y a Y otros poemas -“Belén”-, respectivamente. Y si Cántico -en su versión definitiva, de 1950, con 334 composiciones- es una entusiasta exaltación de la perfección del Universo -“el mundo está bien hecho”, dice Guillén-, una exclamación gozosa ante el maravilloso espectáculo de la realidad terrestre, los poemas de Clamor, en cambio, son un grito de protesta ante las dolorosas realidades de nuestro tiempo: guerras, dictaduras, injusticias, negocio, tiranía, muerte, explotación, etc. -“el mundo del hombre está mal hecho”, dice ahora Guillén-. Con todo, en Clamor hay algunos poemas -como es el caso de “Epifanía”- que demuestran que el poeta no sucumbe ante las circunstancias que le rodean y amargan la vida, y con los que va recuperando ese tono festivo de que hace gala en Cántico. Las “'discordancias” del mundo de los últimos años no hacen abdicar al poeta de su inicial postura de fe en el hombre y en la vida, como se observa en los libros que va publicando Guillén: Homenaje -Reunión de vidas- (Milán, 1967), Y otros poemas (Buenos Aires, 1973; Barcelona, 1979) -obra de la que extraemos el poema “Belén”, reproducido más adelante-, y Final (Barcelona, 1981), título que completa la obra de Guillén. En los tres poemas seleccionados están presentes todos los rasgos que caracterizan su lengua poética y que convierten la condensación expresiva es la razón última del estilo. En efecto, atento sólo a lo esencial, Guillén elimina, por innecesarios, elementos decorativos y hace gala de una extremada economía expresiva, de forma que su poesía -queda convertida en pura emoción lírica. “Navidad”. Quisiéramos reparar, a la hora de leer este poema, en la perfección de su concepción arquitectónica -que hace más expresiva la progresión temática-, así como en la originalidad del esquema métrico, con abundantes rimas vocálicas que crean una suave musicalidad.

Navidad Alegría de nieve por los caminos. ¡Alegría! Todo espera la gracia del Bien Nacido. Miserables los hombres, dura la tierra. Cuanto más nieve cae más cielo cerca. ¡Tú nos salvas, criatura soberana! Aquí está luciendo más rosa que blanca. Los hoyuelos ríen con risas calladas. Frescor y primor lucen para siempre como en una rosa que fuera celeste. Y sin más callar, grosezuelas risas tienden hacia todos una rosa viva. ¡Tú nos salvas, criatura soberana! ¡Qué encarnada la carne recién nacida, con qué apresuramiento de simpatía!

Alegría de nieve por los caminos. ¡Alegría! Todo espera la gracia del Bien Nacido. “Belén” y “Epifanía”. Ambos poemas son una buena muestra de la lengua de Guillén, caracterizada por su extremada concisión, por una extraordinaria economía expresiva que le lleva a prescindir de elementos decorativos, y a la que no es ajeno un poderoso aliento poético. Epifanía Llegan al portal los Mayores, Melchor, Gaspar y Baltasar. Se inclinan con sus esplendores Y al Niño adoran sin cantar. Dios no es rey ni parece rey, Dios no es suntuoso ni rico. Dios lleva en sí la humana grey Y todo su inmenso acerico. [1] El cielo estrellado gravita Sobre Belén, y ese portal A todos los hombres da cita Por invitación fraternal. Dios está de nueva manera, y viene a la familia de obrero, Sindicato de la madera. El humilde es el verdadero. Junto al borrico, junto al buey, La criatura desvalida Dice en silencio: No soy rey, Soy camino, verdad y vida.

Guillén se sirve -en el poema “Epifanía”- de la adoración de los Magos (estrofa 1) para presentar el portal de Belén como lugar que convoca a la fraternidad universal (estrofa 3), y en el que ha nacido el Dios que es todo humildad -en el seno de una familia obrera- (estrofa 4), y que carga con todas las lacerantes imperfecciones del género humano (estrofa 2), enseñándole a este el verdadero camino de la salvación (estrofa 5). El mensaje de Guillén no puede ser más claro: Dios se acerca al hombre para redimirlo -¡qué profunda emotividad encierra el sentido metafórico de estos versos (7-8), que resumen el sacrificio de la redención: “Dios lleva en sí la humana grey / y todo su inmenso acerico”!-; para hacerle saber, desde su encarnación como Hombre, que no es un Dios distante -ni rey, ni rico, ni suntuoso (versos 5, 6, 19)-, sino comprometido con los más humildes -“El humilde es el verdadero” (verso 16)-; y para señalarle, en definitiva, que Él es el Camino, la Verdad y la Vida (verso 20). El poema está escrito en versos eneasílabos, agrupados en cinco serventesios, con la siguiente distribución de rimas consonánticas -versos primero con tercero y segundo con cuarto-: -ores/-ar [I], -ey/-ico [II], -ita/-al [III], -era/-ero [IV] y -ey/-ida [V]. La musicalidad de las rimas agudas de los versos 2-4 [I], 5-7 [II], 10-12 [III] y 17-19 [V], así como lo infrecuente de ciertas palabras en final de verso agudo -rey (versos 5 y 19), grey (verso 7), buey (verso 17)- manifiestan la maestría técnica del escritor, ligada al mensaje que quiere transmitirnos, y condensado, precisamente, en las estrofas II y V: en la humildad del portal de Belén encuentran los hombres al Dios-Redentor. Belén I Se oye un rumor de manantial. Dice: ven. Acude un pastor a un portal. Es Belén. II Melchor Primero, Baltasar Primero, Gaspar Primero son los reyes únicos, Más reales que todo otro monarca. En su guía convierten a una estrella, Se postran ante lo desconocido, Ya con fe en la gran Equis del futuro, Varones de esperanza. Vamos, vamos.

III Aquellos reyes de paz ¿Qué dieron a tu niñez? ¿Qué pesaba en tu balanza? -La esperanza. En este otro poema, Guillén vuelve a convertir el portal de Belén en un lugar de esperanza al que acuden, con fe, humildes -pastores- y poderosos -Melchor, Baltasar y Gaspar, “los tres reyes únicos, / más reales que todo monarca”, que se postran ante lo desconocido: “la gran Equis del futuro”-; unos “reyes de paz” que llevaron a la niñez del poeta esa misma esperanza que ahora evoca, ya octogenario, desde su madurez. Componen el poema tres conjuntos estróficos arbitrarios de cuatro [I], ocho [II] y cuatro [III] versos. En la primera estrofa se combinan, alternativamente, versos eneasílabos y tetrasílabos, con rimas cruzadas agudas (-al/-en). Los versos pares, a modo de pie quebrado, intensifican el mensaje del texto: una invitación a acudir a Belén [2]. Conforman la segunda estrofa ocho versos sin rima, endecasílabos del primero al sexto, heptasílabo el séptimo y tetrasílabo el octavo; un nuevo pie quebrado este verso que remata la estrofa y que insiste -con un plural mayestático de indiscutible eficacia expresiva- en lo apremiante de la necesidad de acudir, -de que acudamos- como los tres reyes, como los pastores, al "portal de la esperanza" que es garantía de nuestro futuro: “Vamos, vamos” (verso 12). Y cierra el poema una tercera estrofa de cuatro versos: tres octosílabos y el cuarto pentasílabo; los dos primeros, agudos y sin rima; y los dos últimos, llanos y con rima consonante (-anza). Y precisamente la palabra que cierra el poema ocupando el último verso -La esperanzaes el epifonema [3] que recoge al actitud del poeta, en el último tramo de su vida, ante el portal de Belén, y que conecta con los días de su niñez; esa esperanza que han traído a su ánimo Melchor, Baltasar y Gaspar -“varones de esperanza” (verso 11); “aquellos reyes de paz” (verso 13). NOTAS. [1] Acerico. En el contexto significa "almohadilla que sirve para clavar en ella alfileres o agujas". El vocablo está usado en sentido metafórico y ensancha emocionalmente el contenido de un verso que nos presenta al Dios-Redentor del género humano. [2] No es casual el empleo por Guillén de la palabra manantial en el primer verso del poema (“Se oye un rumor de manantial”), ya que esta voz significa “origen y principio de donde proviene algo”. [3] Epifonema. Exclamación referida a lo que anteriormente se ha dicho, con la cual se cierra o concluye el pensamiento a la que pertenece.

VICENTE ALEIXANDRE: “LA NAVIDAD PREFERIDA (BELÉN MALAGUEÑO)” En las Obras completas de Aleixandre se recogen algunos poemas, de temática varia, que no fueron incorporados a ningún libro en concreto, entre los que se encuentra “La Navidad preferida”; 12 agrupaciones de tres versos hexasílabos, con rimas asonantadas caprichosamente distribuidas que generan una grata musicalidad, y en los que el poeta sevillano evoca recuerdos de su infancia; una infancia que transcurre en Málaga -ciudad en la que el poeta reside desde los dos hasta los once años (1900-1909)- [1]. El poeta sabe muy bien qué Navidad ama: la de su niñez, en Málaga; la que transcurría junto al Mediterráneo andaluz, con sol, conchas, espumas y arena; la del belén en que “la verdad vivía”, montado a base de corcho -montañas-, papel de plata -estrellas-, vidrio -agua-, algodón en rama -nubes-...; y con el “Nacimiento”, construido frenéticamente con la ilusión del niño que derrocha fe. La lectura de estos versos de Aleixandre ratifican su concepción de la poesía -más que belleza, comunicación-: “En todas las etapas de su existir -escribe-, el poeta se ha hallado convicto de que la poesía no es cuestión de fealdad o hermosura, sino de mudez o comunicación. A través de la poesía pasa prístino el latido vital que la ha hecho posible, y en este poder de transmisión quizá esté el único secreto de la poesía, que cada vez lo he ido sintiendo más firmemente: no consiste tanto en ofrecer belleza, cuanto en alcanzar propagación, comunicación profunda del alma de los hombres”. No es extraño, por tanto, que Aleixandre haya llegado a formular esta definición del poeta: “una conciencia puesta en pie, hasta el fin”. La Navidad preferida (Belén malagueño) Alguien te pregunta -lo estoy escuchando-: ¿Qué Navidad amas? Aves grandes vuelan con picos oscuros, con alas nevadas. Navidad querida junto a la ribera de mi mar de Málaga. [2] Niño, sol y conchas. Y un girar de espumas en la arena plácida.

La verdad vivía. Nadie diga nunca: La verdad se engaña. La niñez sabía con sabiduría de cabeza blanca. Oh, montañas puras de corcho y oh, estrellas de papel de plata. La mano del niño sapiente, un instante del vidrio hacía agua. Y mágicamente descorría nubes de algodón en rama. Mano gigantesca que en el “Nacimiento” sin temblar tocaba, transformaba, hacía, construía; un día fuerte derribaba. El niño salía después a la mar. Desnudo, rodaba. NOTAS. [1] y [2] Muchos de los poemas de Sombra del paraíso -libro cumbre de la poesía surrealista española, publicado en 1944- tienen como marco geográfico los paisajes del Mediterráneo andaluz. “Sombra del paraíso -afirma Aleixandre- es el libro mío que, más especialmente que ninguno, yo debo a Málaga. Sin esa ciudad, sin esa ribera andaluza donde transcurrió toda mi niñez y cuya luz había de quedarse en mis pupilas indeleble, ese libro, que por tantas razones bien puede llamarse mediterráneo, no hubiera existido, o no hubiera por lo menos accedido hasta el natural cuerpo que hoy ostenta”. El apasionado poema titulado “Ciudad del paraíso” -que el poeta dedica “A mi ciudad de Málaga”confirman hasta qué punto los recuerdos autobiográficos de Aleixandre están ligados a la ciudad de Málaga, escenario de una infancia dichosa.

DÁMASO ALONSO: “EN TODO NACIMIENTO REPICAN LAS CAMPANAS DE NAVIDAD...” Fue la de Dámaso Alonso una fecunda vida dedicada a la docencia -profesor y conferenciante en las principales universidades de Europa y América-, a la investigación y crítica -autor de rigurosos estudios de Lingüística y de trabajos de análisis estilístico de nuestra lírica medieval y contemporánea-, así como a la creación poética, que cultiva “a rachas”, según su propia expresión. Sólo la producción inicial de Dámaso Alonso -Poemas puros. Poemillas de la ciudad, 1921queda adscrita a la Generación del 27, con cuyos miembros le une una fraternal amistad. La madurez poética de Dámaso Alonso se produce tras la Guerra Civil, con Oscura noticia (1944) y con Hijos de la ira (1944); libros a los que seguirán Hombre y Dios (1955), Gozos de la vista (1981) y Duda y amor sobre el Ser Supremo (Madrid, ediciones Cátedra, 1985, 2.ª edición; Letras Hispánicas, núm. 228. Junto a esta obra se publica una selección poética titulada Antología de nuestro monstruoso mundo). Hijos de la ira (Diario íntimo) es la obra más trascendental de la poesía de posguerra, y representa una decidida ruptura con la poesía esteticista y ajena a la realidad histórica que venía imperando en España. La obra es un claro exponente de la angustia que domina al hombre de nuestro tiempo, que no se siente a gusto en un mundo en el que reinan la crueldad, el odio y la injusticia. El lenguaje desgarrado y deliberadamente prosaico -que no excluye palabras “antipoéticas”-, los majestuosos versículos -que recuerdan el ritmo de los salmos bíblicos-, las imágenes con influjos surrealistas y esa preocupación constante por el corazón del hombre sitúan a la poesía de Dámaso Alonso -a la que él mismo califica de “desarraigada”- en una línea “existencial” que nada tiene que ver con el anacrónico bucolismo renacentista en el que se habían instalado algunos poetas imitadores de Garcilaso de la Vega. El libro de Alonso ejercerá una un fuerte influjo en la poesía española de posguerra y abrirá el camino a una poesía más dramáticamente humana; y de su tono de protesta ante la injusta realidad circundante derivará posteriormente la poesía social de Blas de Otero y de Gabriel Celaya.

“En todo nacimiento repican campanas de Navidad...”. La gran espiritualidad que caracteriza a algunas de las composiciones de Dámaso Alonso queda evidenciada en este poema: el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, tiene cuando niño un corazón puro, y en el late “la gran lumbrarada creadora”. Los continuos encabalgamientos aceleran el ritmo poético que alcanza su clímax en las interrogaciones retóricas que alcanzan a toda la segunda estrofa, tras dos versos exclamativos que subrayan la cercanía del mundo del niño con su creador eterno.

En todo nacimiento repican campanas de Navidad... En todo nacimiento repican campanas de Navidad. Y muchos padres descubren, en las palpitaciones del corazón de su hijo, enamorados latidos del Corazón de Dios… ¡Cuán cerca todavía de las manos de Dios! ¿Sentís su aliento rugir entre los cedros del Levante? ¿Hay en vuestras pupilas rabos de oro, vedijitas, aún incandescentes, de la gran lumbrarada creadora?

LUIS CERNUDA: “NOCHEBUENA CINCUENTA Y UNA” Cernuda tiene un concepto muy riguroso de la poesía, que para él es un oficio, una vocación que no admite que se le dé “devoción secundaria ni compartida”. “El instinto poético -escribe en otra ocasión- se despertó en mí gracias a la percepción más aguda de la realidad, experimentando, con un eco más hondo, la hermosura y la atracción del mundo circundante.” Y, de nuevo, es el propio testimonio del poeta el que nos sirve para “catalogar” su obra: “...la esencia del problema poético, a mi entender, la constituye el conflicto entre realidad y deseo, entre apariencia y verdad, permitiéndonos alcanzar algún vislumbre de la imagen completa del mundo que ignoramos.” La realidad y el deseo, pues, está atravesada por un conflicto nuclear: la oposición entre las aspiraciones del escritor y el entorno -vital, social, etc.circundante. En cuanto a su estilo, el lenguaje poético de Cernuda se caracteriza por su suma elegancia, unida a una conciencia muy nítida de los límites, alcance y construcción del poema: “No habrá escritor en España, de la clase que sea, si es realmente escritor, manejador de palabras -escribió Federico García Lorca-, que no quede admirado del encanto y refinamiento con que Luis Cernuda une los vocablos para crear su mundo poético propio.” Profundo admirador de Garcilaso y de Bécquer, Cernuda aprendió de ellos la claridad de la expresión, la justeza en el poema, evitando tanto “lo pedantesco” como “lo ingenioso” y “la bonitura y lo superfluo” -son sus palabras-, todo en beneficio de la “la línea del poema, [del] dibujo de la composición”. “Noche buena cincuenta y una”. Del libro Con las horas contadas (1950-1956) hemos extraído esta especie de villancico profano, en el que el poeta expresa su desesperanza ante el mensaje divino de la reconciliación, incapaz de prender en un mundo hipócrita en el que se ha instalado la perfidia. La sencillez de la versificación -cinco estrofas de cuatro versos hexasílabos, con asonancia e-e en los pares, mientras que los impares quedan libres- hace más patético el mensaje del poema, tras un lúgubre verso inicial -“Amor, dios oscuro”- que sume en el desamparo al ser humano: tras una contundente interrogación retórica que se inicia en la tercera estrofa y alcanza a toda la cuarta, el poema se cierra con la constatación de un mundo encanallado por el odio, que no puede ser redimido por el mensaje de Belén. Así lo siente el poeta, y nosotros hemos querido traer a esta breve antología de “poesía de la esperanza con motivo de la Navidad” una voz discordante, para que todos los poetas del 27 tengan su sitio, sin exclusiones.

Nochebuena cincuenta y una Amor, dios oscuro, que a nosotros viene otra vez, probando su esperanza siempre. Ha nacido. El frío, la sombra, la muerte, todo desamparo humano es su suerte. Desamparo humano que el amor no puede ayudar. ¿Podría Él, cuando tan débil contra nuestro engaño su fuerza se vuelve, siendo solo aliento de bestia inocente? Velad pues, pastores; adorad pues, reyes, su sueño amoroso que el mundo escarnece.

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