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Riviera di Rimini Travel Notes
Provincia di Rimini Assessorato al Turismo
El Templo Malatestiano y las iglesias del territorio riminés
Riviera di Rimini Travel Notes Colección editorial turística realizada por la Provincia de Rímini Concejalía de Turismo Directivo Symon Buda
Textos Pier Giorgio Pasini Redacción Marino Campana
Proyecto gráfico Relè - Tassinari/Vetta (Leonardo Sonnoli, Igor Bevilacqua) coordinado por Michela Fabbri
Oficina de prensa y comunicación Cora Balestrieri
Foto de portada Detalle de la fachada del Templo Malatestiano de Rímini fotografia de Paritani
Fotografías obtenidas del Archivo fotográfico de la Provincia de Rímini
Traducción Professional Language Services, Rímini
Se agradece a los fotógrafos L. Bottaro, P. Bove, S. Di Bartolo, L. Fabbrini, R. Gallini, D. Gasperoni, L. Liuzzi, M. Lorenzi, Martinini, R. Masi, G. Mazzanti, M. Migliorini, T. Mosconi, PH Paritani, D. Piras, V. Raggi, E. Salvatori, R. Urbinati
Estampación Graph, Pietracuta di San Leo - RN
Empaginación Litoincisa87, Rímini (Licia Romani)
Un agradecimiento especial al Maestro Tonino Guerra por haber autorizado el empleo de los dibujos inspiradores -el pececito y la manzana cortada por la mitad- de los símbolos de la Riviera de Rímini y Malatesta & Montefeltro, aplicados en las imágenes coordinadas del material de comunicación de la Consejería de Turismo de la Provincia de Rímini Reservados todos los derechos. Provincia de Rímini, Consejería de Turismo
Primera edición 2011 El Templo Malatestiano es una publicación turístico-cultural de difusión gratuita Con la colaboración de
El Templo Malatestiano y las iglesias del territorio riminés 5
Una difusión capilar
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En Rímini y en San Leo: dos (más bien, tres) catedrales para dos diócesis
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El Templo Malatestiano, basílica y catedral de la diócesis de Rímini
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Antiguas Parroquias
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Monasterios y Conventos
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Tras las huellas de San Francisco de Asís
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Las Iglesias de la Virgen
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Pequeñas catedrales
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Santos locales
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Arte y memoria
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Para saber más
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Planimetría del Templo Malatestiano de Rímini
Antes de partir, ven a visitarnos www.riviera.rimini.it
El Templo MalateS tiano y las iglesias del territorio riminés
Una difusión capilar El interior del territorio riminés debe a la presencia de un conjunto de relieves colinares y de dos rios (el Marecchia y el Conca) su conformación tan variada. Se trata de un territorio frecuentado por el hombre desde la Prehistoria, especialmente en la parte donde las pendientes son más frecuentes y más movidas; por ello, es una zona rica de pequeños y grandes asentamientos, recorrida por una densa red de vías que la comunican con las regiones cercanas y con el mar. Por su posición -entre los Apeninos y el Adriático y a la vista de la llanura emiliana- siempre ha constituido una zona de paso, de encuentro entre diversas culturas, pero también de luchas y enfrentamientos. El paisaje se caracteriza vistosamente por las huellas de esta condición inquietante, constituidas sobre todo por los restos de un Medievo guerrero y resplandeciente que todavía se asoma desde los montes de Montefeltro y de San Marino, que aún corona de fortalezas y de ruinas las colinas, ciñe de murallas las aldeas, indica con restos de torres los pasos estratégicos. Pero el aspecto de tales huellas, tan ruinoso como pintoresco, demuestra que son fruto de acontecimientos definitivamente finalizados y lejanos en el tiempo. Menos vistosos y quizás menos pintorescos, pero más frecuentes, son los testimonios de naturaleza diversa: los que atañen a una religiosidad difundida, que a veces tiene raíces profundas en la antigüedad (como a menudo demuestra una cierta estratificación de los elementos) pero que todavía hoy está viva y latente, mezclada y estrechamente conectada con las señales de una pacífica, secular laboriosidad. En las colinas, entre los campos cultivados y a lo largo de las vías campesinas, es fácil descubrir pequeñas celdas votivas que la devoción continuamente renueva; mientras en los límites de las aldeas se encuentran a menudo oratorios que un tiempo flanqueaban pequeños hospitales para los peregrinos, en las aldeas y pueblos, encontramos iglesias parroquiales de variadas formas y dimensiones o santuarios dedicados a la Virgen. La última guerra mundial dañó durante tiempo la zona, en los límites de la “línea gótica”, provocando numerosas víctimas y gravísimos daños en todos los asentamientos; y, naturalmente, también en las construcciones de carácter religioso, que frecuentemente custodiaban importantes testimonios, y ellas mismas eran preciados testigos de historia y de tradiciones, de fe y de arte. También la despoblación de los campos, que tuvo su punto máximo en los inicios de los años sesenta, ha incidido en la conservación de las construcciones de carácter religioso del territorio. Aún así, todavía hoy, los campanarios son elementos muy frecuentes, y en cierto sentido los más característicos del paisaje, remarcando la presencia de edificios de culto
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San Leo. Interior de la catedral (siglos XII-XIII).
más o menos modestos, y más o menos bien restaurados y conservados. Quien quiera recorrer este territorio encontrará interesantes y agradables testimonios de arte sacro, y ocasionalmente, auténticas obras de arte, cuyo significado y belleza son exaltados por el hecho de ser conservadas en sus lugares originales y de asumir su uso original. En Rímini y en San Leo: dos (más bien, tres) catedrales para dos diócesis El territorio riminés, por la confluencia de vías consulares romanas de gran tráfico y sobre todo por la presencia de un puerto eficiente que unía África con Oriente, recibió precozmente el Cristianismo y Rímini pronto fue considerada uno de los centros importantes de la nueva religión. De ahí que en el 395 fuera elegida por el emperador Constanzo como sede de un concilio que debería alinear a los obispos de Occidente con las posiciones arrianas mantenidas por el mismo emperador y por buena parte de los obispos de las iglesias orientales. Desafortunadamente los restos monumentales, o simplemente materiales, de este concilio (definido a continuación “conciliábulo” y no reconocido como válido por la Iglesia), como todos los del inicio del cristianismo, resultan perdidos en nuestra zona. Aún así, es cierto que la organización religiosa del territorio pudo contar desde los primeros siglos con estructuras diocesanas con sede en Rímini para la parte septentrional y marítima, y en San Leo para la parte meridional y colinar. Ambas diócesis presumen de dos grandes y bellas catedrales. La más antigua es la diócesis de San Marino-Montefeltro, cuyo territorio, limitado por el valle del rio Marecchia, desde el 2009 forma parte de la provincia de Rímini. Se trata de la catedral de San Leone, situada en la ciudad-fortaleza de San Leo. Quizás consagrada en el 1173 pero seguramente terminada más tarde, es un gran edificio de formas románicas con tres naves, construido enteramente con piedra arenisca, con un presbiterio alzado sobre una gran cripta. Ampliamente restaurada, conserva todavía hoy las características originales y un solemne interior dividido en tres naves con pilares y columnas y con arcos ligeramente ojivales. En la construcción se usó también material romano de expolio, sobre todo para los capiteles, las
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En alto San Leo. La catedral (siglo XII).
Debajo Pennabilli. Vista panorámica de la catedral.
columnas y las bases de las mismas. En la cripta se conserva la tapa de doble declive del sarcófago en el que se depositaron los restos de San Leone, fechada aproximadamente entre los siglos V-VIII. Este santo, según la tradición, fue amigo y compañero de San Marino y fue ordenado sacerdote por el obispo riminés San Gaudenzo a finales del siglo III o inicios del IV. A él se dedicó la catedral y de él procede el nombre de la ciudad. Su cuerpo, según la leyenda local sin confirmación histórica, fue sustraído por el emperador Enrique II en el 1014 y actualmente se encontraría en Voghenza (Ferrara). La catedral está perfectamente “orientada”, es decir, con los ábsides hacia oriente, como todos los antiguos edificios cristianos sagrados; por esta razón, la entrada se localiza en el lado meridional. Al visitante que llega desde la plaza del pueblo, muestra sus bellos ábsides redondos coronados por pequeños arcos y con los macizos muros salpicados de lesenas (n.t: lesena: también llamada “faja lombrada”, banda o faja vertical decorativa en relieve). En el lado opuesto a la entrada, se levantaban las construcciones de la sede del obispado y junto a ellas, la alta torre del campanario; ésta, ahora aislada, mientras exteriormente tiene la forma de un alto prisma cuadrangular (con 32 m. de altura), internamente es redondeada. También ella es del siglo XII. Durante la restauración de la catedral en 1973, se recuperaron amplias partes de un ciborio y de un plúteo de finales del siglo VIII (n.t: plúteo: balaustra formada por placas rectangulares macizas, de metal, madera o piedra, que divide en dos partes un edificio), evidentemente pertenecientes a un edificio sacro precedente al actual: tales esculturas, interesantísimas, se exponen en el local Museo de Arte Sacra. Poco después de la mitad del Quinientos, Guidobaldo II della Rovere, independientemente de la importancia para todo el estado de Urbino de la fortaleza de San Leo, pidió al obispo de Montefeltro de transferir la función de catedral a la colegiata de Pennabilli, hecho que ocurrió efectivamente en 1572. Desde entonces, Montefeltro tiene una catedral con dos sedes diversas. La “nueva” catedral, fundada en Pennabilli en el 1577, fue ultimada a finales del mismo siglo y está dedicada a San Pio V; modificada varias veces, gracias a las “restauraciones” llevadas a cabo entre el Ochocientos y el Novecientos ha adquirido un carácter decididamente ecléctico y académico; en los numerosos altares se conservan grandes retablos del Seicientos y del Setecientos, en gran parte derivados de pinturas de Federico Barocci.
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Rímini. León Baptista Alberti, fachada y lateral del Templo Malatestiano
El Templo Malatestiano, basílica y catedral de la diócesis de Rímini La catedral más célebre e importante de la provincia, aunque no la más antigua, es la catedral de Rímini, que desde 1809 se “aloja” en el Templo Malatestiano: una iglesia de orígenes benedictinos y posteriormente franciscana (ver planta del edificio al final de esta publicación), convertida en catedral por voluntad de Napoleón. Tiene el título de “Santa Colomba”, como la antigua catedral original, demolida a inicios del siglo XIX, pero sus títulos más antiguos son los de Santa Maria in Trivio y San Francesco. Reconstruida por los Franciscanos a lo largo del Doscientos, se levantaba en los límites de la ciudad, junto al gran cementerio con las tumbas de los personajes ciudadanos más importantes y, naturalmente de los señores de la ciudad, los Malatesta, que eran devotos de San Francisco y favorables a la actividad pacificadora de los Franciscanos. A finales del mil doscientos o inicios del siglo sucesivo, parece que Giotto pintó al fresco el ábside bajo comisión de los Malatesta: lamentablemente del trabajo del gran pintor toscano hoy sólo se conserva una gran Crucifijo pintado sobre tabla, mutilado en los ápices. En el 1447 Sigismondo Malatesta mandó construir dos capillas gentilicias y funerarias, para él mismo y para su amante (y posteriormente esposa), Isotta degli Atti. Seguidamente su intención fue renovarlas totalmente y poco después del 1450 comenzó los trabajos en el exterior bajo el proyecto de León Baptista Alberti, siguiendo el estilo gótico tradicional de las dos primeras nuevas capillas del interior, confiado a Matteo de’ Pasti y a Agostino di Duccio. El edificio, que según el proyecto de Alberti tenía que tener una cubierta de bóveda y ser rematado con una grande cúpula redonda, no se llevó a cabo debido a la excomunión (1460), derrota (1463) y posterior muerte de Sigismondo (1468). El proyecto y el modelo predispuestos por el arquitecto y aprobados por el señor (y naturalmente por los Franciscanos, que continuaban a ser los legítimos propietarios de la iglesia), no han sido conservados y sólo una medalla modelada y fundida por Matteo de’ Pasti nos da una idea de cómo tenía que ser completado el edificio. A pesar de no ser finalizado, el Templo Malatestiano es uno de los monumentos más conocidos e importantes del primer Renacimiento, sea por su arquitectura exterior, inspirada a la Antigüedad, sea por el rico interior decorado con delicadas esculturas de Agostino di Duccio. “Qui-
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En alto Rímini. Interior del Templo Malatestiano.
Debajo, a la izquierda Rímini, colección privada. Medalla moldeada y fundida por Matteo de’ Pasti con
la representación del Templo Malatestiano según el proyecto de León Baptista Alberti.
Debajo, a la derecha Rímini, Templo Malatestiano. Giotto, Crucifijo.
zás no exista monumento, o apenas la cúpula de Santa Maria del Fiore, que tenga, como el Templo Malatestiano, la posibilidad y casi el derecho de presentarse como emblema mismo del Renacmiento”, escribió en 1956 Cesare Brandi. Incluso los contemporáneos comprendieron los valores de novedad que aportaba. Se puede decir que ya durante su construcción fue considerado un símbolo del Renacimiento y sus contradicciones; como tal, de hecho, fue ensalzado y denigrado, atentamente considerado e ignorado. Su nombre es significado de una concepción nueva de la vida, del arte y de la religión, con referencias al templo clásico y a la familia que lo hizo construir, y no al santo al cual está dedicado. Como los antiguos monumentos romanos, está revestido de cándidas piedras. La fachada, formada por tres arcos encuadrados por semicolumnas, es solemne y demuestra una atenta observación del riminés Arco de Augusto. Los laterales, extraordinariamente severos y armoniosos en su semplicidad, están formados por una serie de pilares y arcos bajo los cuales tenían que ser situadas las arcas de las personalidades más ilustres de la corte malatestiana (aunque sólo se llevó a cabo parcialmente en el lado derecho). En los laterales, entre los pilares del Cuatrocientos y la pared interna, es bien visible una crujía y una falta de correspondencia entre las aberturas, buscadas ciertamente por el arquitecto, indiferente a la arquitectura gótica del interior e interesado a crear una arquitectura de “lógica” armonía, fundada sobre la “fe en la religión” y sobre el ejemplo de la arquitectura clásica. Todo el edificio se levanta sobre un podio coronado por una franja en la cual están presentes numerosos elementos heráldicos malatestianos, que encontramos de nuevo en el interior: desde el auténtico escudo de la familia (con las bandas a cuadros) al escudo con la firma personal de Sigismondo (S e I), alternados con otros elementos, como la rosa de cuatro pétalos y el elefante. Al interior la figura del elefante se utiliza también para mantener pilares y sarcófagos, para coronar escudos tradicionales, para formar el sitial de la estatua de San Sigismondo: animal simbólico de múltiples significados, el elefante fue uno de los preferidos de Sigismondo y de su hermano Malatesta Novello, que lo acompañó al lema: “el elefante indiano no teme los mosquitos”. La inscripción latina que corre a lo largo de la fachada y dos inscripciones griegas a los lados, declaran que Sigismondo Malatesta construyó el edificio en el Año Santo 1450 (obviamente se trata de una fecha sim-
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Rímini, Templo Malatestiano. Capilla de la Virgen del Agua.
bólica, o mejor dicho, convencional) por un voto hecho durante las “guerras itálicas”, dedicado a Dios y a la ciudad. Cierto es que inicialmente las intenciones del señor riminés eran más modestas y suponían sólo la construcción de dos capillas gentilicias en el lado derecho de la vieja iglesia franciscana. Posteriormente razones de carácter religioso (el voto), propagandístico (un gran mausoleo dinástico) y quizás también estático (los trabajos de las dos primeras capillas podían haber puesto en peligro la estabilidad de la construcción) convencieron al señor a intervenir sobre todo el edificio y a solicitar un proyecto a Alberti, arquitecto humanista querido en la corte papal y en la corte estense. En el interior los trabajos fueron realizados según el estilo adoptado en las dos primeras capillas de la derecha, cuya parte mural estaba ya construida: en el actual edificio, el exterior clásico se contraponía a un interior gótico que bien reflejaba la tradicional decoración del gusto de la corte, apenas retocada por “correcciones” probablemente aconsejadas por el mismo Alberti. El único elemento unificador de las dos partes es un propósito celebrativo: al exterior, el hombre nuevo, que domina la historia y que es consciente de su nobleza intelectual; en el interior, el principe que se complace de su riqueza, de su corte de eruditos, de su séquito de capitanes, para los cuales ha predispuesto solemnes arcas funerarias en los laterales del edificio. Como se ha indicado, es muy probable que León Baptista Alberti haya dado competentes consejos incluso para la disposición interna del edificio, de la cual han sido excluidos completamente ciclos de frescos para privilegiar bajorrelieves y revestimientos de mármol. De hecho, al menos en parte, se corresponde con su concepción decorativa explicada en el célebre tratado de arquitectura (De re aedificatoria) que estaba escribiendo justamente en aquellos años y que conserva un marcado gusto gótico. Sólo las primeras seis capillas son del Cuatrocientos; se caracterizan por balaustradas de mármol altas y salientes, arcos, bóvedas y ventanas góticas, revestimientos marmóreos, bajorrelieves y estatuas. Todas las esculturas del Templo se atribuyen al florentino Agostino di Duccio, que con sus “obreros” trabajó durante un decenio, al menos hasta el 1456; la disposición arquitectónica-decorativa en cambio se debe al veronés Matteo de’ Pasti, medallista, realizador de miniaturas, arquitecto y superintendente de todas las construcciones queridas por Sigismondo. Estos dos artistas incluso firmaron su trabajo con inscripciones, posteriormente eliminadas.
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Rímini, Templo Malatestiano. Capilla de los Ángeles con el sepulcro de Isotta.
Respecto a la temática de las figuraciones que decoran las capillas, ésta fue sugerida por eruditos de la corte (con la contribución del mismo Sigismondo y de Alberti) y se basaba en estudios de humanistas del cálibre de Guarino da Verona, Basinio da Parma, Roberto Valturio, Poggio Bracciolini. La primera capilla de la derecha se fundó en primer lugar y fue solemnemente consagrada a San Sigismondo en 1452; pero en el 1449 estaba ya terminada, y era a la espera de ser decorada con frescos según la tradición. Quizás por sugerencia de León Baptista Alberti en cambio fue revestida de mármoles: aún así, el pintor propuesto para la decoración, Piero della Francesca, realizó el fresco de San Sigismondo venerado por Sigismondo, firmado y fechado en 1451, en el modesto vano contiguo, llamado Celda de las Reliquias. Sobre el altar se situaba la estatua de San Sigismondo, rey de Borgoña, sentado sobre un trono formado por dos elefantes; parejas de elefantes mantienen los pilares, que recogen la representación de las Virtudes teológicas y cardinales (fe, esperanza y caridad; prudencia, temple, fuerza: falta la justicia). Junto a esta capilla, que originalmente fue pensada como capilla gentilicia y funeraria, en la pared interna de la fachada está el sepulcro marmóreo de Sigismondo, muerto con poco más de cincuenta años en el 1468 (la inscripción especifica: con 51 años, 3 meses y 20 dias). Entre la primera y la segunda capilla se encuentra la Celda de las Reliquias, originalmente destinada a sacristía y al tesoro: aquí se situaban preciados paramentos e insignes reliquias donadas por Sigismondo y, posteriormente, por otros. Actualmente este espacio recoge elementos marmóreos procedentes del Templo y de la antigua catedral, Santa Colomba, con algunos restos procedentes de la tumba de Sigismondo y sobre todo de la llamada “sinopía” de Piero della Francesca (en realidad se trata del “boceto” con pocos trazos preparatorios para el fresco que, por suerte separado de la pared durante la última guerra, hoy se expone en la cuarta capilla de la derecha). La segunda capilla acoge en el tabernáculo central la estatua de mármol de San Michele Arcangelo; delicadísimas formas de ángeles que tocan instrumentos y cantan, decoran los pilares, graciosos ángeles niños (los “putti” malatestianos) decoran la balaustra. Al centro de la pared de la izquierda encontramos la tumba de Isotta degli Atti, amante y posteriormente tercera esposa de Sigismondo, sujetada por elefantes y coronada por un escudo malatestiano que tiene en la cumbre una doble cabeza de
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Rímini, Templo Malatestiano. Agostino di Duccio: forma con ángeles
niños que juegan en el agua, Capilla de los Ángeles custodios.
elefante con el lema bíblico Tempus loquendi, tempus tacendi. Las recientes restauraciones han puesto en evidencia la bella decoración con falsas telas que hacen de telón a la tumba, cuya placa dorada muestra el año 1450, y que hace referencia al Año Santo y no a la muerte de Isotta (que falleció en el 1474). En esta capilla se localiza también un sepulcro de obispos rimineses. La tercera capilla, toda revestida de mármol rojo de Verona, tenía que dedicarse a San Jerónimo; se conoce con el nombre de “la capilla de los planetas”, por las representaciones de los planetas y de los relativos signos del zodíaco, considerada como una de las obras maestras absolutas de Agostino di Duccio y de la escultura italiana del Cuatrocientos. Su disposición sobre los pilares ilustra fielmente la idea del firmamento que se tenía en el Medievo, evocando la perfección y la armonía del cielo. Una perfección, una armonía a la cual sobre la tierra tienen que tender los hombres con sus actividades: de hecho, especular a esta de los planetas, tenemos en el lado opuesto de la nave, la capilla llamada “de las artes liberales” (hoy dedicada a San José, con una estatua de bronce de Enrico Manfrini, del 1999). Las delicadas figuraciones de los pilares, que tienen como sujeto a las Musas y las Artes, se encuentran entre las últimas esculpidas en Rímini por Agostino di Duccio (1456). Por su refinamiento fueron consideradas durante largo tiempo obra de antiguos escultores griegos, tomadas por Sigismondo en Morea (o Peloponeso, península griega) durante su última campaña contro los Turcos (1464-66). Siguiendo este lado de la capilla llamada “de los juegos infantiles”, en origen dedicada al arcángel Rafael, decorada con bajorrelieves que representan pequeños ángeles y amorcillos que juegan, en perfecta simetría de formas y de significados con la capilla que está en frente suyo, la del arcángel Miguel. En el nicho del Cuatrocientos hoy vemos el relicario de plata de San Gaudenzo, obispo y mártir, patrón de la ciudad, obra del platero alemán Franz Rupert Lang (1735), donado por Pío IX a la catedral en 1857. Sobre la pared de la derecha se encuentra una tabla del pintor riminés Bartolomeo Coda, que representa el Pentecostés (1510), procedente de la antigua catedral de Santa Colomba. La capilla sucesiva (precedida de la capilla de los Caídos, simétrica a la de las Reliquias, en el lado opuesto), es la última hacia la fachada. Dedicada a los mártires o mejor al “martirio de Cristo”, hoy está dedicada a la Virgen del Agua, invocada como protectora contro las calamidades
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Rímini, Templo Malatestiano. Piero della Francesca, detalle del fresco
que representa “Sigismondo rezando ante San Sigismondo” (1451).
naturales. La imagen de alabastro situada en el nicho central y que representa la Virgen con Jesús muerto sobre las rodillas (la Piedad) es una obra alemana de la primera mitad del Cuatrocientos. Sobre los pilares -apoyados en elefantes como los de la capilla de enfrente- están esculpidas las figuras de las Sibilas y los Profetas que han previsto la reencarnación y la muerte de Cristo; en los dados inferiores, dos retratos de Sigismondo. El sarcófago de los antepasados y descendientes de Sigismondo, situado en un suntuoso drapeado de gusto gótico sobre la pared de la izquierda, presenta dos bajorrelieves que simbolizan los méritos de Sigismondo y su familia en las empresas culturales (el triunfo de Minerva) y la gloria obtenida con las victorias militares (el triunfo de Escipión). La capilla fue redecorada en el 1862 con un diseño del arquitecto Luigi Poletti: a esta redecoración se debe el brillo de los dorados y el esplendor de los azules actuales. Pero seguramente todo el Templo en origen fue pensado con un suntuoso interno polícromo, azul y oro, además de rojo, verde y blanco (los colores malatestianos), rico de decoraciones pintadas y brillantes dorados. La huella malatestiana es evidente en todas las partes realizadas en el Cuatrocientos del edificio, marcado por elementos heráldicos, inscripciones y símbolos malatestianos. A esta huella y al despliegue de formas clásicas, con citaciones eruditas, el edificio debe su fama de “templo pagano”, recibida y ampliada por Pío II, entre las muchas -auténticas o presuntas- fechorías de Sigismondo, incluidas las de esta construcción. En realidad se trata de una primera, inédita tentativa de dar formas clásicas a un edificio cristiano y a representaciones plásticas de significado tradicionalmente cristiano: de hecho también las imágenes aparentemente más profanas, como las que representan la belleza y la perfección del firmamento (los planetas y los signos del zodíaco) y el trabajo del hombre (las artes liberales), están bien presentes en las iglesias ya desde época altomedieval, pero ciertamente no habían sido representadas con formas tan fantasiosas y al mismo tiempo tan alusivas a la antigüedad. Después de la caída de Sigismondo Pandolfo Malatesta, los Franciscanos tuvieron que completar como mejor pudieron el edificio, construyendo el campanario y el ábside. Éste último, construido varias veces, desde el 1548 al 1809, tuvo al centro un gran cuadro de Giorgio Vasari que representaba San Francisco que recibe los estigmas, expuesto hoy en la capilla de la izquierda. Actualmente al centro del ábside se conserva la única
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Santarcangelo di Romagna. Exterior e interior de la parroquia de San Michele (siglo VI).
reliquia de la antigua iglesia del Trescientos: un grande y bellísimo Crucifijo pintado sobre tabla por Giotto alrededor del año 1300. Durante la segunda guerra mundial, el edificio fue dañado varias veces por numerosas bombas que destruyeron el ábside, las capillas del Setecientos, las sacristías y los antiguos objetos lutúrgicos, balaustras y altares, bajorrelieves y parametros externos. También el convento franciscano adyacente al Templo, por entonces sede del Museo Cívico, fue destruido. La reconstrucción y la restauración de la iglesia, realizadas gracias a una importante contribución del “Comité americano para la restauración de los monumentos” , finalizaron con la consagración en 1950. Con ocasión del último Año Jubileo -que coincidió con el 450° aniversario de la fundación oficial del edificio y con el 50° de su reconstrucción postbélica- una nueva restauración general, llevada a cabo con la participación del Estado y de la Fundación Cassa di Risparmio di Rimini, ha devuelto al Templo su antiguo decoro y ha permitido la parcial recuperación de la policromía original. Finalizada la restauración, la zona de celebración fue acondicionada para uso litúrgico siguiendo las normas canónicas, y el viejo altar mayor del Setecientos (procedente de la desaparecida iglesia de los Teatini) fue colocado en la última capilla de la derecha, que ya acogía un bonito monumento neoclásico (obra de Giacomo de Maria, 1828). En el 2002 a la catedral de Rímini se le concedió el título de Basílica. Antiguas Parroquias La difusión del Cristianismo en el territorio de Rímini y de Montefeltro está rodeada de historias fabulosas, de leyendas en las cuales es difícil separar lo real de lo fantástico. Probablemente fue bastante precoz, considerando el papel no secundario de la ciudad y de su puerto en los intercambios con África y con Oriente en época tardo romana. Considerando después las estrechas relaciones de la ciudad con el territorio del que dependía, podemos suponer una difusión bastante rápida del Cristianismo, incluso en las zonas del interior. Efectivamente los documentos medievales hablan de una red suficientemente densa de parroquias (al menos dieciséis en el territorio riminés anteriores al siglo X y dieciocho en el territorio de Montefeltro anteriores al siglo XII) a la cabeza de los lugares más
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San Leo. Interior de la parroquia románica (siglo XI).
habitados e importantes, dispuestas en gran parte sobre las vías que unían la ciudad con los mayores centros de la península: las importantes y bien conocidas vías consulares Emilia y Flaminia, la vía Aretina (hoy Marecchiese), la Flaminia Minor, o la Via Regalis (hacia Las Marcas). Pero los testimonios monumentales fueron en gran parte destruidos hace siglos y de algunas parroquias se ha perdido también la memoria de la localización topográfica, mientras que de otras quedan sólo reconstrucciones relativamente modernas. Lo mismo sucedió al interno de la ciudad de Rímini, en la cual todos los edificios sagrados más antiguos desaparecieron completamente, incluso la primitiva catedral dedicada a Santa Colomba, desacralizada y demolida en época napoleónica. De los edificios sagrados del territorio que han sobrevivido, el más antiguo y fascinante lo constituye la parroquia de Santarcangelo di Romagna, dedicada al arcángel Miguel. Se levanta a un kilómetro del pueblo, hacia el rio, en una zona de llanura, y se presenta como un edificio con una única nave de proporciones muy calculadas y con un interior luminoso, con características típicas del arte bizantino de la Rávena del siglo VI: ábside exterior poligonal, muros de finos ladrillos, armoniosa serie de ventanas cimbradas. Algo que no debería sorprendernos porque todo el territorio riminés formaba parte de la pentápoli bizantina y fue defendido durante mucho tiempo contra los bárbaros, ya que la Iglesia de Rávena tuvo durante siglos varias posesiones entre Romaña y Las Marcas. Una de las pocas huellas que han sobrevivido bajo estas condiciones es la presencia de dedicatorias de numerosas iglesias a santos bizantinos y longobardos (también San Miguel Arcángel es una de ellas). Nuestra parroquia hoy se presenta priva de decoraciones pero las excavaciones arqueológicas han permitido recuperar fragmentos de mosaicos para suelos e incrustaciones marmóreas, documentando así una notable riqueza decorativa. Su continuidad en el tiempo se testifica en el campanario construido delante de la fachada en los siglos XII-XIII, y el hito sobre el que se apoya todavía hoy la mesa del único altar: una escultura altomedieval con sarmientos de hojas y un ave rapaz que con sus garras levanta un pequeño cuadrúpedo, representado con trazos superficiales y un duro corte de gusto barbárico. Para encontrar enteros, aunque no intactos, monumentos de antigua arquitectura sagrada se debe subir el valle del rio Marecchia. Apenas se pasa Villa Verucchio, se puede admirar la parroquia de San Martino, de rústica arquitectura románico-gótica, en un declive sombreado por olivos, a los pies del
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En alto Pennabilli. La parroquia de San Pietro en Ponte Messa (siglo XII).
Debajo Pennabilli. Detalle del portal de la parroquia de San Pietro en Ponte Messa.
espolón sobre el que se levanta Verucchio. Pero sólo adentrándose en el valle, en el territorio del Montefeltro, encontramos las parroquias románicas más características. La primera, en San Leo, donde existe una importante parroquia dedicada a Santa Maria Assunta, del siglo XI pero levantada sobre un edificio más antiguo, de al menos dos siglos anterior, como demuestra en su interior un bonito cimborrio. Se asoma a la plaza del pueblo con tres ábsides de gusto lombardo coronados por pequeños arcos; se accede por los laterales porque, siendo una catedral perfectamente “orientada”, su fachada se construyó sobre un despeñadero. El interior se divide en tres naves por pilares y columnas desnudas, con capiteles romanos reutilizados, y está constantemente envuelto en la penumbra, apenas alumbrado por la luz que entra por las puertas laterales y por las pequeñas ventanas con una sola abertura de los ábsides y de la fachada. Sobre el prebisterio elevado se ha reconstruido el cimborrio del duque Orso, en cal blanca, mantenido por cuatro columnas con bellos capiteles contemporáneos y decorado simplemente con una larga escritura que recorre todo el perímetro, especificando el nombre del mandante (el duque Orso) y el templo en el cual fue construido (el del Papa Giovanni y del emperador Carlo III, con la indicción XV, es decir, entre el 881 y el 882). (n.t: la indicción es un período de 15 años establecido por el emperador Constantino en el 312). Subiendo el curso del rio Marecchia encontramos la parroquia de Ponte Messa (en la aldea de Pennabilli), que representa un buen ejemplo de arquitectura románica de finales del siglo XII. Dedicada a San Pedro y construida sobre un edificio de culto de al menos dos siglos anterior, conservó su función de parroquia con la pila bautismal por lo menos hasta la mitad de Quinientos. Posteriormente empezó a decaer: sus naves laterales fueron destinadas a uso agrícola, se perdió el ábside, el techo, el campanario, la pared alta de la fachada, reutilizándose los materiales en otros monumentos. La restauración de la postguerra ha recuperado en parte la forma; ahora se presenta con un vano esbelto, dividido en tres naves por pilares con arcos y un alto presbiterio con la cripta subterránea; la mesa del único altar, situada en el presbiterio, se apoya sobre un hito romano. La parte más interesante del edificio es la fachada, caracterizada por cordones arquitectónicos horizontales y pilastras que forman una retícula cuadrangular con un bonito pórtico avanzado. En éste, como en algunos capiteles del interior, abundan las esculturas de gusto “barbárico”, con animales fantásticos y monstruos.
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En alto Rímini, Iglesia de San Giuliano. Bittino da Faenza, políptico con la historia de San Giuliano (1409).
Debajo Rímini, Iglesia de San Giuliano. Pablo Veronés, retablo con el “Martirio de San Giuliano” (1588).
Monasterios y Conventos En los documentos del altomedievo encontramos frecuentemente citas de monasterios, pero en general se trataba de pequeñas iglesias así llamadas porque se confiaban a un sólo sacerdote o, si se localizaban en los campos, de pequeñas ermitas. En el territorio riminés, las primeras auténticas comunidades de monjes que practicaban una vida “regulada” fueron los benedictinos. Rímini presume de tres importantes iglesias y abadías benedictinas, situadas a las afueras de la ciudad, junto a las entradas principales a la misma: la de San Pietro, en el centro del Borgo San Giuliano, al principio de la via Emilia; la de San Gaudenzo, en los márgenes del Borgo San Giovanni, al final de la via Flaminia; y la de Santa Maria in Trivio, cerca del antiguo puerto. Ésta última, pasada en el siglo XIII a los Franciscanos, reedificada por los mismos y posteriormente transformada por Sigismondo Malatesta en el Templo Malatestiano, es hoy la Catedral de la ciudad. De la segunda -levantada junto a una antigua necrópolis pagana y cristiana- no quedan restos después de las supresiones seguidas a las guerras napoleónicas. De la primera, sobrevive la iglesia, hoy parroquia con el título de San Giuliano: de gusto decididamente véneto, se caracteriza también por una gran bóveda de cañón que otorga al espacio una notable solemnidad. Fue reconstruida enteramente en el siglo XVI por los monjes de San Giorgio in Alga, a los cuales se debe el bonito retablo de Pablo Veronés que representa el Martirio del santo (1587), conservado en el ábside, al centro de un imponente marco arquitectónico de madera dorada. En la tercera capilla de la izquierda se expone un espléndido políptico de Bittino da Faenza (1409), que cuenta la leyenda de San Giuliano y el milagroso traslado, llevado a cabo por los ángeles, de su cuerpo desde Istria hasta la costa riminesa en una grande arca romana (todavía hoy conservada detrás del altar). En las otras capillas existen preciadas pinturas del Setecientos, entre las que destacan los retablos de Andrea Sirani (La Anunciación, de alrededor del 1650) y de Pietro Ricchi (La entrega de las llaves a San Pedro, 1649). Bastante más reciente es una cuarta abadía benedictina, de la “rama” de los Olivetani (los “monjes blancos”), que se levanta sobre la colina de Covignano, en los alrededores de Rímini, llamada de Santa
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Rímini, Iglesia de San Fortunato. Giorgio Vasari, retablo con la “Adoración de los Reyes Magos” (1547).
Maria di Scolca; ha sobrevivido la iglesia, hoy conocida con el título parroquial de San Fortunato. Fue fundada a inicios del siglo XV por Carlo Malatesta y gracias a la protección de los Malatesta, en breve tiempo extendió sus posesiones y derechos sobre muchos lugares del territorio, adquiriéndo también el antiguo monasterio de San Gregorio in Conca (cerca de Morciano) con todas sus pertenencias. La iglesia ha sufrido durante siglos transformaciones importantes pero conserva todavía la estructura y la fachada del Cuatrocientos, un bonito techo renacentista y una capilla con excelentes frescos del 1512, atribuidos a los pintores Bartolomeo Coda y Girolamo Marchesi da Cotignola. En el mismo 1512, en el monasterio adyacente a la iglesia, se alojó el pontífice Julio II. Pero también tenemos que recordar a otro húesped célebre: el pintor Giorgio Vasari se alojó aquí en el 1547. Mientras un monje “literario” le transcribía y corregía el manuscrito de Las vidas de los más célebres arquitectos, pintores y escultores italianos (posteriormente impreso en Florencia en 1550), él, en compañía de numerosos alumnos, realizaba pinturas para la iglesia de la abadía, que todavía hoy conserva en su ábside del Setecientos una espléndida Adoración de los Reyes Magos, quizás la obra maestra del artista y una de las obras más bellas del Manierismo italiano. El origen benedictino de la iglesia es todavía hoy evidente gracias a la presencia de cuatro imponentes estatuas de santos olivetanos que animan la luminosa nave principal y de dos grandes retablos de altar pintados alrededor de la mitad del Seiscientos por el padre Cesare Pronti, y que representan santos monjes benedictinos con cándidas vestiduras junto al mismo San Benito. En el territorio, sólo el valle del Conca conserva todavía alguna huella de las antiguas y numerosas abadías benedictinas que surgieron en el Medievo y a las cuales se debe un primer saneamiento y una primera organización de la parte baja del valle. Desde la más antigua, dedicada a San Gregorio y fundada por San Pier Damiani hacia el 1060, quedan consistentes y nobles ruinas, hoy casi “ahogadas” por modernas construcciones en la periferia de Morciano. Este pueblo probablemente debe su origen precisamente a la protección de la abadía, como lugar de mercado. Todavía hoy se lleva a cabo una grande feria durante la semana de San Gregorio (12 de marzo). Los acontecimientos napoleónicos llevaron a la supresión, hacia finales del siglo XVIII, de todas las comunidades religiosas de la
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En alto Rímini. Interior de la Iglesia de Sant’ Agostino (siglos XVII-XVIII).
Debajo, a la izquierda Rímini. Detalle de un fresco del Trescientos en la Iglesia de Sant’Agostino.
Debajo, a la derecha Rímini. Detalle del Juicio Universal (siglo XIV), entonces en la Iglesia de
Sant’Agostino y actualmente en el Museo della Città.
Romaña y del Montefeltro: ninguno de los numerosos monasterios benedictinos del territorio fue reconstruido en época de restauración, ya que los edificios fueron demolidos rápidamente o transformados de manera radical, y sus restos vendidos o perdidos. También muchas otras órdenes del territorio riminés se perdieron, entre ellas la de los Agustinos, que poseían numerosos y florecientes conventos. El más importante fue seguramente el de Rímini, fundado en el siglo XIII en el centro de la ciudad. Su iglesia, convertida en parroquia, estaba dedicada a San Giovanni Evangelista, pero es más conocida como Sant’Agostino. Es una de las más grandes de la ciudad y conserva en el ábside y en la capilla del campanario los mayores y mejores testimonios de la “escuela” pictórica riminesa, que constituye uno de los movimientos artísticos más importantes del siglo XIV de la Italia septentrional y que tuvo como iniciadores al miniaturista Neri y a los pintores Giuliano y Giovanni da Rimini. Se trata de frescos dedicados a la Vida de la Virgen y a la Vida de San Juan Evangelista; en la pared de fondo del ábside, encontramos representaciones de Cristo, de la Virgen en maestá y la escena del Noli me tangere. A los mismos pintores se debe un Crucifijo pintado sobre tabla, en la pared a la derecha de la nave principal, y una grandiosa escena con el Juicio Universal, en el arco triunfal, que se encuentra actualmente en el Museo della Città. La iglesia sufrió importantes transformaciones entre el Seicientos y el Setecientos y su aspecto actual es claramente barroco. Además de los numerosos retablos de altar del Setecientos, notamos la presencia de estatuas de estuco de Carlo Sarti (1750) y un bonito techo de Ferdinando Bibiena con pinturas de Vittorio Bigari (1722), y sobre todo, en el primer altar de la derecha, una bella estatua de madera del Doscientos con el Descendimiento de la cruz (que originalmente tenía que formar parte de un Calvario) procedente de la antigua catedral de Santa Colomba. De los Agustinos en el territorio riminés se han salvado el monasterio y la iglesia de Verucchio, construidos sobre una estupenda posición panorámica, al límite del espolón sobre el que se levanta el pueblo. El convento, hoy propiedad del ayuntamiento, se caracteriza por una pulcra y simple arquitectura, recientemente restaurada para alojar el importante museo de la civilización villanoviana verucchiese. La iglesia contigua es apreciable por sus estucos barrocos y por sus fantasiosos retablos dorados que enmarcan bellas pinturas del Seicientos y del Setecientos.
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Rímini, Museo della Città. Ghirlandaio, retablo con los “Santos Vincenzo Ferrer, Sebastiano, Rocco y
los componentes de la familia de Pandolfo IV Malatesta” (1494), entonces en la Iglesia de los Dominicos.
En Montefeltro recordamos también el destruido convento agustino de Poggiolo, en Talamello, de cuya iglesia procede una obra maestra de la escuela riminesa del Trescientos: un Crucifijo durante tiempo atribuido a Giotto, pero perteneciente a Giovanni da Rimini y conservado en el iglesia de San Lorenzo de Talamello (hoy parroquial pero de fundación agustina); y la iglesia de San Cristoforo (llamada de Sant’Agostino) de Pennabilli, reconstruida depués del 1521 y modificada en el Ochocientos, y que conserva una milagrosa imagen mariana del siglo XV junto a un grande órgano de Paolo Cipri del 1587. Pero la iglesia agustina más antigua de Montefeltro es quizás la de Miratoio, fechada en 1127 (aunque muy transformada) y que conserva las reliquias del beato Rigo da Miratoio, ermitaño agustino fallecido en 1347. También los Dominicos, ya en el Doscientos, constituyeron una presencia importante: tenían en Rímini un gran convento con una iglesia dedicada a San Cataldo, completamente demolida. De una de sus capillas procede el bonito retablo malatestiano del Ghirlandaio, hoy conservado en el Museo della Città, que representa a los Santos Vincenzo Ferreri, Sebastiano y Rocco venerados por Pandolfo IV Malatesta con su familia (1494). Las ruinas de un imponente convento dominico se pueden ver en el valle del Marecchia sobre una planicie cerca de Pietracuta. Fue construido a inicios del siglo XVII gracias a las donaciones del riminés Giovanni Sinibaldi y fue terminado en 1664. Suprimido en 1812, posteriormente fue en parte demolido y en parte abandonado a ruinas. Aún así, hoy podemos admirar la imponente fachada, parte del claustro y la iglesia del 1640, de la cual procede un bonito Crucifijo pintado sobre tabla en el tardo Trescientos, hoy conservado en el Museo d’arte sacra de San Leo. Por útlimo recordamos la congregación de los Jerónimos, que poseía iglesias y conventos en todos los centros importantes. Aquí se pueden indicar dos iglesias conservadas, ambas dedicadas a San Girolamo (San Jerónimo): una en Saludecio y una en Sant’Agata Feltria. La segunda conserva importantes obras de arte y principalmente un grande y preciado retablo de la escuela de Pietro da Cortona (representa la Virgen con el niño y los Santos Jerónimo, Cristina, Francisco y Antonio de Padúa, 1640), quizás la única pintura verdaderamente “barroca” de todo el territorio, debido a la munificencia de los marqueses Fregoso, señores de Sant’Agata desde el 1506: se conserva en el altar mayor, enmarcado por un espléndido retablo de madera dorada y pintada.
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En alto San Leo. Claustro del convento franciscano de Sant’Igne (siglo XIV).
Debajo Verucchio. Claustro del convento franciscano de Villa Verucchio, con el secular “ciprés de San Francisco”.
Tras la huellas de San Francisco de Asís Más arraigada en la sociedad local y más acorde con la mentalidad y devoción popular, la Orden Franciscana ha logrado conservar, o mejor dicho, readquirir, muchos de los conventos que poseía antes de las supresiones napoleónicas y aquellas, no menos rapaces, posteriores a la Unificación de Italia. Del resto, el mensaje franciscano tiene profundas raíces que se remontan a la presencia de San Francisco: según la tradición, el santo recorrió estos lugares en mayo del 1213, bajando el valle del Marecchia después de haber recibido en San Leo por parte del messer Orlando de’ Cattanei da Chiusi, la donación del Monte La Verna. En San Leo, en el palacio Nardini, sobre la plaza principal, todavía hoy se indica la zona donde se produjo tal donación. Siempre según la tradición, antes de llegar a San Leo, el santo supuestamente se alojó en los alrededores del pueblo, en un lugar a él indicado por un misterioso fuego. Ahí surgió en el 1244 el convento de Sant’Igne, todavía hoy existente, con un sugestivo claustro dominado por un bello campanario a vela y su pequeña iglesia dedicada a la Virgen. Continuando su viaje hacia Rímini, el santo paró en una selva a los pies de la colina de Verucchio, donde se levantaba un pequeño eremitorio dedicado a la Santa Cruz, y aquí sucedieron varios milagros: ordenó a los pájaros no molestar con su canto durante el recogimiento, hizo surgir un manantial de agua pura, plantó y hizo revivir un seco ciprés. Enseguida el eremitorio se tranformó en convento, contiguo a una iglesia dedicada a la Santa Cruz, todavía hoy existente en Villa Verucchio (se trata de la más antigua fundación de la Provincia Franciscana de Bolonia). El lugar en el que se levanta, por su aislamiento y por la presencia de olivos y cipreses, es muy sugestivo. Cerca del mismo nacen aguas curativas que recuerdan el milagro del manantial, mientras que en el claustro del convento se puede admirar el ciprés plantado por San Francisco: un colosal, rarísimo monumento vegetal que los botánicos, reforzando la leyenda seráfica, consideran antiguo al menos setecientos años. Además del ciprés (su altura natural, después del derrumbe de la cima ocurrido el 6 de diciembre de 1980, es de alrededor 25 m., con una circunferencia máxima del tronco de 7,37 m.), en la zona del convento se señala el lugar en el cual, según la tradición, se
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En alto Santarcangelo di Romagna, Museo Storico Archeologico. Jacobello di Bonomo,
políptico con la Virgen y santos, entonces en la Iglesia de San Francisco (1385).
Debajo Rímini, Santuario de Santa Maria delle Grazie. Ottaviano Nelli, “La Anunciación” (siglo XV).
levantó la cabaña de San Francisco. Pero no podemos olvidar contemplar también la iglesia, con su bello portal del Trescientos: de vasto interior neoclásico, con un refinado coro renacentista entallado, sobre la pared de la izquierda, entre los arcos del Ochocientos, un fresco de colores claros, con numerosas figuras, representa la Crucifixión, pintado hacia la primera mitad del Trescientos por un excelente artista de la “escuela riminesa”. En el territorio riminés, entre Verucchio, Rímini, Santarcangelo, Montefiore y Cattolica, están todavía hoy presentes los Franciscanos de las tres Órdenes (Conventuales, Menores y Capuchinos). Naturalmente cada convento se acompaña de iglesias interesantes por su arquitectura y ruinas. Entre las iglesias franciscanas destruidas recordamos una del Doscientos de los Franciscanos Conventuales de Santarcangelo, una gran mole con numerosas obras de arte. De ella procede un suntuoso políptico, hoy en el Museo de Santarcangelo, una obra importante y justamente famosa del veneciano Jacobello di Bonomo (1385): su marco gótico de fínisimo tallado recoge dieciséis tablas en las cuales se representa, sobre fondo dorado, la Crucifixión y La Virgen con el Niño entre numerosas figuras de santos. Entre los testimonios de Rímini, muchos hablan de San Antonio de Padua, que supuestamente obró el milagro de los peces y el de la mula para confundir y convertir a los heréticos Patarinos. En recuerdo de éste último milagro, en el siglo XVI se construyó un templete dedicado a San Antonio en la plaza mayor de la ciudad, hoy llamada Piazza Tre Martiri. Pero sin lugar a dudas, la iglesia franciscana más importante de Rímini es el célebre Templo Malatestiano, el cual, como ya mencionado, se convirtió en 1809 en la Catedral de la ciudad; junto a él se levantaba un imponente convento completamente destruido en la guerra. En el territorio que forma parte de la diócesis del Montefeltro, entre los conventos e iglesias franciscanas que han sobrevivido, recordamos al menos aquellas del Quinientos de Maciano (en la localidad de Pennabilli) y de Montemaggio (en San Leo). Esta iglesia se caracteriza por un rico interior barroco, un techo formado de recuadros (1707) y altares con bellos retablos de madera tallada dorada además de fantasiosos frontales del Setecientos en escayola polícroma.
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Rímini. Interior de la Iglesia della Colonnella (1510).
Las iglesias de la Virgen Muchas iglesias franciscanas están dedicadas a la Virgen, como franciscano es el santuario mariano más antiguo de la provincia riminesa. Se trata de la iglesia de la Virgen delle Grazie, que se levanta cerca de Rímini, sobre la colina de Covignano. Sus orígenes están rodeados, como en muchos otros casos, de hechos milagrosos y legendarios. En el 1286, un pastorcillo que vigilaba sobre esa colina su rebaño, esculpió en el tronco de un árbol una Virgen, imagen posteriormente finalizada por los ángeles. El boceto fue terminado de manera prodigiosa y tomó la via del mar para desembarcar en Venecia, donde todavía hoy es venerado como la “Virgen de Rímini” en la iglesia de San Marziale. Sobre la colina de Covignano, en el lugar del milagro, se construyó una capilla y posteriormente una iglesia (1391) con el título de Virgen delle Grazie, ampliada (y aumentada con el añadido de una nueva nave) en el siglo XVI. Sobre el altar mayor, se sitúa una bella Anunciación, realizada por el pintor umbro Ottaviano Nelli a inicios del Cuatrocientos (hasta época reciente, fue atribuída a Giotto). Tanto el Santuario como el Convento delle Grazie fueron gravemente dañados durante la última guerra, pero el pequeño claustro, aunque reconstruido, conserva su blancura y su color en la sencilla arquitectura franciscana. La nave izquierda de la iglesia -cubierta con un bello techo carinado de gusto véneto, del Cuatrocientos- refleja una sosegada belleza con notables obras de arte y una interesante serie de retablos votivos. De la construcción primitiva, una importante reliquia la representa la fachada, bajo un pórtico del Seiscientos, con un portal gótico junto a fragmentos de frescos que representan La Anunciación, probable obra de Ottaviano Nelli. El primero de los grandes santuarios marianos rimineses del Quinientos es el de la Virgen della Colonnella, construido por el ayuntamiento hacia el 1510 en honor a una imagen de la Virgen con el Niño pintada en el 1483 en una pequeña celda de la via Flaminia, hecha famosa en el 1506 por haber salvado de la horca a un peregrino injustamente acusado de homicidio. El edificio sufrió graves daños durante la guerra pero fue muy bien restaurado. Se trata de una auténtica obra de arte del Renacimiento por la armonía de su estructura arquitectónica y a la contenida riqueza de las decoraciones, constituidas por lesenas y cornisas en materiales cocidos, deli-
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Montegridolfo, Oratorio de San Rocco. Guido Cagnacci, retablo “Virgen con el Niño y Santos” (alrededor de 1625).
cadamente decoradas con motivos grutescos (n.t: decoración caprichosa a base de bichos, sabandijas, quimeras y follajes). Éstos son obra de Bernardino Gueritti, de Rávena, que fue quien construyó el edificio, singularmente en sintonía con diversas e importantes arquitecturas de la zona de Forlí, proyectadas o directamente inspiradas por Marco Palmezzano, cuyo armonioso arte puede ser reconducido a la creación arquitectónica del conjunto. En Rímini también dentro del centro histórico existe un importante santuario mariano dedicado a la Virgen de la Misericordia. Es uno de los más recientes y surgió después del prodigioso movimiento de los ojos de una imagen de la Virgen, notado por primera vez el 11 de mayo de 1850. La iglesia, conocida como Santa Chiara (porque originariamente perteneció a las monjas clarisas), es de gusto ecléctico y se atribuye al arquitecto riminés Giovanni Benedettini: al centro del ábside se sitúa dicha imagen milagrosa, copia de una imagen igualmente milagrosa del pintor Giuseppe Soleri Brancaleoni, gracias a un idéntico prodigio manifestado medio siglo antes, y todavía conservada por la Cofradía de San Jerónimo en el oratorio de San Giovannino. A los Franciscanos se cedió durante más de dos siglos el santuario de la Virgen de Montefiore, el más célebre del valle del Conca. Sus orígenes se remontan a los primeros años del Cuatrocientos, cuando el ermitaño Bonora Ondidei hizo decorar con frescos una pared de la celda que se había construido entre los bosques, con imágenes de la Virgen amamantando al Niño Jesús. En el 1409 el ermitaño dejó a los Franciscanos su pequeña construcción, de la cual sólo sobrevive el muro con la imagen sagrada, todavía hoy llamada Virgen de Bonora. El santuario creció lentamente alrededor de esta imagen, solemnemente encoronada en el 1926, pero fue restaurado y radicalmente transformado en los primeros decenios del siglo XX. En el valle del Conca, donde pasaba una via frecuentada por peregrinos que se dirigían a Loreto, son numerosas las iglesias dedicadas a la Virgen. A menudo se trata de construcciones modestas, pero en cualquier caso revelan la gran difusión del culto mariano en la zona. En la misma Montefiore, por ejemplo, también la iglesia del hospital, surgida alrededor del Cuatrocientos en la periferia de la zona habitada, está dedicada a la Virgen de la Misericordia: el modesto ambiente conserva amplios fragmentos de los frescos que representan el Juicio Universal, la Resurrección de los muertos, el
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En alto Montegridolfo, Santuario de la Virgen. Pompeo Morganti, retablo con la “Aparición de la
Virgen” (1549). Debajo, a la izquierda Pennabilli, Iglesia de San Cristoforo (Sant’Agostino). La Virgen delle Grazie,
fresco (1432) sobre un templete de mármol del 1528. Debajo, a la derecha Montefiore Conca, Oratorio de la Virgen
della Misericordia. Detalle del fresco que representa el Paraíso (alrededor de 1485).
Infierno y el Paraíso y los cuatro Evangelistas: fueron realizados hacia el 14751480 por un buen pintor de cultura urbinate (de Urbino). Desde el ábside, un retablo del 1485 que representaba la Virgen de la Misericordia con los santos protectores del pueblo, dominaba el pequeño ambiente y fue probablemente pintado por el mismo artista que realizó los frescos citados anteriormente. El retablo fue atribuido a Giovanni Santi, después a Bartolomeo di Gentile y más recientemente a Bernardino Dolci. Desde la postguerra se sitúa en el altar mayor de la iglesia parroquial (San Paolo) que de su originaria estructura gótica conserva principalmente un bellísimo portal de piedra y de las ornamentaciones antiguas, un gran Crucifijo pintado sobre tabla perfilada, obra de un desconocido pintor riminés del siglo XIV. Sobre las colinas de la parte meridional del territorio riminés, en la orilla derecha del rio Conca y a la vista del Foglia, al confín con Las Marcas, Montegridolfo ofrece más de un motivo de interés por lo que respecta al culto mariano. También aquí, en la periferia del pueblo, se localiza una iglesia que por su posición y dedicatoria (a San Rocco), debió surgir junto a un hospital para peregrinos. En la segunda mitad del Cuatrocientos un pintor de Las Marcas decoró con frescos el ábside de esta iglesia, representando una Virgen con el Niño entre los Santos Rocco y Sebastián. Un siglo después, los fieles quisieron renovar completamente la imagen, por lo que fue realizada encima de la anterior, siempre con la técnica del fresco y sin mutar su iconografía, pero más grande y con formas más acordes con el clasicismo del Quinientos, llevada a cabo por un pintor romañolo. La operación se repitió por tercera vez un siglo después y la imagen adquirió formas adecuadas a la devoción del Seiscientos por obra de Guido Cagnacci, que la pintó sobre tela añadiendo otro santo (San Jacinto) a los ya presentes, modificando sensiblemente la relación entre las figuras. Con una delicada operación de despegue, los frescos han sido recientemente recuperados y restaurados: actualmente las tres obras se exponen en la iglesia y además de mostrarse con toda su armoniosa belleza, ofrecen inspiración sobre la persistencia del culto, sobre la función de las imágenes, sobre las finas variaciones de la iconografía en relación a la devoción y sobre el cambio del gusto y de los estilos. Siempre en Montegridolfo, en la localidad de Trebbio, se levanta un santuario mariano dedicado a la Beata Virgen delle Grazie. Sus
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Talamello, Celda del cementerio. Interior con frescos de Antonio Alberti (1437).
orígenes se relacionan con la aparición de la Virgen a dos campesinos: a Lucantonio di Filippo el 25 de junio de 1548 y a Antonia Ondidei el 17 de julio del mismo año. Pocos meses después, una bula de Paolo III autorizaba la construcción de una capilla, que fue posteriormente reconstruida y ampliada gracias a la contribución de numerosos fieles. De la primitiva construcción se conservan pocos restos, pero sobre el altar mayor existe todavía una pintura realizada por el pintor Pompeo Morganti, de Fano, en el 1549, que se basó en el relato directo de los dos videntes: representa la Aparición de la Virgen a la sexagenaria Antonia. En el bonito fondo (en el cual aparece un fiel retrato de Montegridolfo y del paisaje rural de la zona) se representa también el milagroso encuentro de Lucantonio con la que él mismo definió como “la mujer más bella que jamás he visto, de gran estatura”. También en el valle del Marecchia y en el Montefeltro abundan las iglesias dedicadas a la Virgen. Relacionado con dos apariciones de la Virgen, en 1517 y en 1522, en defensa del pueblo asaltado por los ejércitos toscanos, es el santuario de la Virgen delle Grazie, de Pennabilli, en la iglesia de San Cristoforo, ya agustina. En el edificio, reconstruido en el 1526, se venera una imagen de la Virgen, del Cuatrocientos, convertida en milagrosa por primera vez el tercer viernes del marzo de 1489, cuando derramó lágrimas. En origen constituía la imagen de una modesta capilla, cuyo altar fue consagrado en el 1432. Después de dos milagrosas apariciones (1517 y 1522), se incorporó con la ampliación del edificio a una bellísima tribuna de piedra de gusto renacentista, dorada y pintada, mantenida por un capocielo del Quinientos en madera entallada dorada (n.t: el capocielo es una baldaquino simple de madera o tejido, suspendido sobre el altar mayor). En la zona de Pennabilli, precisamente en Maciano, en 1523 se produjo otra aparición de la Virgen a una cierta Giovanna de San Leo, a la cual siguió la construcción de una iglesia de bellas formas renacentistas, dedicada a la Virgen dell’Oliva (actualmente en restauración), confiada en 1552 a los Franciscanos Observantes, los cuales la añadieron a un convento que poseían, a pesar de las supresiones, hasta la mitad del Novecientos. Entre las numerosas iglesias marianas del Montefeltro, vale la pena recordar la Celda del cementerio de Talamello, del 1437, con frescos del pintor ferrarese Antonio Alberti. Se trata probablemente de una celda votiva, deseada por Giovanni Seclani, un franciscano que fue obispo de
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En alto Pennabilli, Iglesia de San Cristoforo (Sant’Agostino). Interior.
Debajo Maiolo, Iglesia de la Virgen di Antico. Interior con ábside del 1520 con al centro una
“Virgen con el Niño” de cerámica de Andrea o Luca della Robbia.
Montefeltro y que se hizo retratar (aunque hoy su imagen ha desaparecido) en la pared del fondo, arrodillado junto a la Virgen con el Niño, sobre la cual está pintada la escena de la Anunciación, con una versión muy parecida a la de la Virgen delle Grazie de Pennabilli. En los lunetos laterales se representan (sobre una teoría de santos y santas) las escenas de la Adoración de los Reyes Magos y de la Presentación en el Templo, fascinantes por la vivacidad y riqueza de las figuras de pintorescos trajes “modernos”. En la bóveda de crucería están pintados los Evangelistas y los Doctores de la Iglesia. La pequeña capilla es un raro y espléndido ejemplo de estilo tardogótico que ha conservado milagrosamente su decoración original. En cambio, la ha perdido en parte la iglesia de Santa Maria di Antico, fundada al límite del Marecchiese, en la zona de Maiolo, por los condes Oliva di Piagnano hacia la mitad del Cuatrocientos. Aún así, conserva todavía hoy un bonito portal original del Cuatrocientos y un presbiterio de piedra (1520). Aquí encontramos una encantadora Virgen con el Niño en terracota, revestida con vidrio al estilo de Andrea della Robbia, o quizás de su hijo, Luca, fechable a finales del siglo XV o inicios del XVI. Pequeñas catedrales El período barroco dejó muchos rastros en la arquitectura y en el arte religiosos. Mientras en el Seiscientos, por una sincera exigencia devocional y de adhesión a los dictados de la Contrarreforma se renovaron casi todos los retablos de altar, en el Setecientos fueron transformados o retocados muchos edificios de culto, a menudo con formas grandiosas y siempre con una notable atención hacia el decoro y la elegancia. La pintura sacra de los siglos XVII-XVIII pasa de los fuertes acentos naturalisticos de Cagnacci y Centino, activos en la primera mitad del Seiscientos tanto en la ciudad como en el territorio riminés, a las clásicas y devotas composiciones de Guercino y de otros pintores boloñeses, a las arcaicas academias barrocas de Giovan Battista Costa (un pintor riminés en activo hasta 1767), sin olvidar las importantes obras maestras de Roma, Venecia o Urbino. En cuanto a la arquitectura, se evitan los excesos del barroco más fantasioso y fastuoso y se avanza hacia una línea romano-boloñesa con trazos racionalistas en la segunda mitad del Setecientos.
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Rímini, Iglesia dei Servi. Interior, arquitectura de Gaetano Stegani y estucos de Antonio Trentanove (1766-1779).
Fue precisamente en el Setecientos cuando se renovaron las mayores iglesias del territorio y de la ciudad. En Rímini se levanta la iglesia de los Jesuitas (llamada “del Suffragio”), siendo reconstruidas y profundamente modificadas, además de dotadas de nuevos retablos y de estucos, sobretodo las iglesias de los Agustinos (San Giovanni Evangelista), de los Carmelitanos (San Giovanni Battista) y de los Siervos (Santa Maria dei Servi). Esta última, reconstruida según el diseño del arquitecto boloñés Gaetano Stegani, entre 1774 y 1779 fue enriquecida con estupendos estucos rococós de Antonio Trentanove, convertidos en dorados en 1887; conserva pinturas de Francesco Albani (1621), Lucio Massari (1620), Gaetano Gandolfi (1784) e Giovan Battista Costa (1740). Recorriendo el territorio se pueden encontrar oratorios de modestas formas pero refinados, parroquias rurales externamente pobres pero ricas en el interior de estucos y pinturas. El oratorio llamado “della scuola”, en San Giovanni in Marignano, la iglesia parroquial de Mondaino y la de San Vito, la iglesia de las Monjas de Santarcangelo y la del Suffragio de Verucchio, por ejemplo, son edificios delicados y monumentos de gran interés artístico por su arquitectura y por las obras de arte que conservan. Pero la lista a realizar sería larga y, en definitiva, inútil. Señalamos la tentativa, realizada en el Setecientos en los centros mayores de la diócesis, de valorizar y racionalizar de algún modo el ejercicio del culto y la vida del clero uniendo y reduciendo el número de edificios sacros con la creación de las iglesias “colegiatas”. En Savignano la colegiata fue construida en 1732, en Santarcangelo en 1744, en Verucchio en 1796 (pero por una serie de retrasos y de indecisiones, fue construida sólo entre el 1865 y el 1874), en Sant’Agata Feltria en 1709. Estas iglesias se concibieron casi como catedrales, no tanto por la constante presencia del coro para los canónicos cuanto por las dimensiones notables y las formas aulicas. La colegiata de Santarcangelo es un de los edificios del Setecientos más grandes e importantes de todo el territorio riminés. Construida entre el 1744 y el 1758 por Giovan Francesco Buonamici, arquitecto cameral y autor de la catedral de Rávena, tiene un interior grandioso, que recuerda con sobriedad formas romanas y boloñesas. En la amplia cuenca del ábside se conserva un bonito retablo que representa los Santos protectores del pueblo, obra de Giovan Gioseffo dal Sole. En la discreta sombra
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En alto Santarcangelo di Romagna, Colegiata. Guido Cagnacci, retablo con “Jesús
con San José y San Eloy” (1635), detalle. Debajo, a la izquierda Verucchio, Colegiata. Interior, arquitectura
de Antonio Tondini (1865-1874). Debajo, a la derecha Verucchio, Colegiata. Giovan Francesco
Nagli, llamado el Centino, retablo con “San Martín y el pobre” (alrededor de 1650).
de las capillas laterales, sobre los altares de varias cofradías con frontales del Setecientos de escayola polícroma, se conservan retablos de notable belleza (nótese especialmente el del segundo altar de la izquierda, realizado por la cofradía de los carpinteros y herreros de Guido Cagnacci en 1635: representa a Jesús con San José y San Eloy). En cambio, en la grande capilla de la derecha, se conserva un delicado Crucifijo pintado sobre tabla por un pintor riminés (quizás Pietro da Rimini) en el segundo cuarto del Trescientos, procedente de la Parroquia pero probablemente pintado para la desaparecida iglesia de los Franciscanos. Más rebuscada y melindrosa pero siempre imponente y solemne, es la colegiata de Verucchio, construida tardísimo por una serie de circunstancias adversas (entre ellas, la ocupación napoleónica y las consecuencias de los relativos rencores y dificultades en la recuperación de los bienes patrimoniales indispensables para la construcción). El proyecto de esta iglesia es del verucchiese Antonio Tondini, erudito y notable artista de gustos eclécticos, arquitecto semi-diletante (su proyecto, de hecho, fue firmado en 1863 por el riminés Giovanni Morolli, ya que Tondini estaba “privado de autorización”). La estructura interna retoma motivos barrocos y renacentistas; en origen, la decoración era en azul y blanco, con tonos dorados, algo que la hacia demasiada neoclásica, de “estilo imperio”. Los modernos repintes han terminado por alterar el espacio, que anteriormente se exaltaba con frios reflejos de luz sobre los estucos colorados y sobre las molduras salientes. En la colegiata se exponen varios retablos para altar y adornos procedentes de otras iglesias de Verucchio, entre los cuales destaca el retablo para el altar mayor con San Martín dando su capa a un pobre, de Giovan Francesco Nagli, llamado el Centino (alrededor de 1650). Pero las auténticas obras maestras de esta iglesia son dos Crucifijos pintados sobre tabla perfilada: el primero, en el presbiterio, es de un desconocido artista riminés de la primera mitad del Trescientos (llamado “el Maestro de Verucchio”); el segundo es una obra veneciana de Catarino (por su carpentería en madera) y de Nicolò di Pietro (por la pintura). La firma de Catarino y Nicolò, con fecha de 1404, aparece en la base de la cruz. La Colegiata de Verucchio parece ser que fue concebida un poco como “catedral” del medio Valmarecchia. También el Valconca tiene una iglesia que puede considerarse
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En alto Saludeccio, Iglesia de San Biagio. Interior, arquitectura de Giuseppe Achilli (1794-1802).
Debajo Saludecio, Museo del Beato Amato y de Saludecio en la Iglesia de San Biagio. Guido Cagnacci,
“Procesión del Santísimo Sacramento”, detalle (1628),
la “catedral” del valle: se trata de la parroquia de Saludecio, dedicada a San Blas. Se realizó entre el 1794 y 1802 (años realmente difíciles, de una grave crisis económica y política) gracias al coraje y constancia de un ilustre párroco local, padre Antonio Ronconi, venerado desde el siglo XIV como protector del pueblo. Esta iglesia, proclamada “santuario” en 1930, tiene formas elegantes y armoniosas, fruto de una inteligente reelaboración y racionalización de esquemas centralizados de gusto barroco. Su autor es Giuseppe Achilli, de Cesena, que aquí realizó su obra maestra y quizás la obra maestra de toda la arquitectura del tardo Setecientos del territorio riminés. Los estucos de la iglesia, dispuestos con sobriedad para enriquecer la estructura arquitectónica, son del artista riminés Antonio Trentanove, mientras que las pinturas pertenecen a buenos artistas romañolos y de Las Marcas, del Seiscientos y del Setecientos. Entre las obras destacan dos espléndidos retablos de juventud de Guido Cagnacci, que representan al Papa Sixto y La Procesión del Santísimo Sacramento (1628). En algunas salas contiguas a la sacristía se ha acondicionado el “Museo de Saludecio y del Beato Amato”, donde se exponen pinturas, paramentos, adornos, ex votos sobretodo del Seiscientos y del Setecientos procedentes de iglesias y oratorios de la zona eliminados a finales del Setecientos, junto a varios testimonios referentes al Beato Amato. Por último recordamos la colegiata de Sant’Agata Feltria, reconstruida en 1776 con proyecto del riminés Giuliano Cupioli, de formas barrocas de notable armonía. Con una única nave, capillas laterales enriquecidas con preciosos retablos de madera entallados y dorados del Seiscientos y Setecientos, con otras obras de arte de valor, como un dramático Crucifijo de madera, de escuela alemana del siglo XV y un retablo con la Virgen con el Niño y San Antonio de Padua, de Giovan Francesco Nagli, llamado el Centino (1650). Santos locales Actualmente está abierto el proceso de santificación del Beato Amato (de Saludecio) pero no es el único beato del territorio, al contrario: cada pueblo tiene uno, más o menos antiguo y venerado, y más o menos oficialmente reconocido por la Iglesia. Podemos recordar, entre otros, a los beatos Giovanni Gueruli, Gregorio Celli y Bionda da Verucchio (de Verucchio),
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Novafeltria. Iglesia de Santa Marina (siglos XIII-XVIII).
Alessio Monaldi (de Riccione), Simone Balacchi (de Santarcangelo), Cipriano Mosconi (de Saludecio), Enrico Ungaro (de Passano di Coriano), el agustino Rigo da Miratoio y el franciscano Matteo da Bascio, fundador de la Órden de los Capuchinos. En las pequeñas o grandes capillas o simples altares en las iglesias parroquiales de los respectivos pueblos, se custodian las reliquias y se recuerdan la vida y milagros de los santos. A menudo su culto, demasiado limitado en cuanto a extensión territorial, se apoya en leyendas ingenuas, en narraciones populares ricas de milagros en los cuales se mezclan fe, poesía y fantasía. Lo mismo podemos afirmar de los antiguos santos de las ciudades y de ambas diócesis, come Arduino y Chiara da Rimini, y de los más antiguos patrones, los santos Innocenza, Gaudenzo, Giuliano e Leone. También la edad moderna ha dado hombres de vida ejemplar, cuyos testimonios de santidad son bien conocidos y están bien documentados: entre ellos podemos recordar al fraile Pio Campidelli, sor Elisabetta Renzi, sor Bruna Pellesi o Alberto Marvelli. Actualmente está en curso la beatificación de la venerable Carla Ronci, laica, y de las siervas de Dios sor Angela Molari, sor Faustina Zavagli y Sandra Sabbatini. Arte y memoria Esta breve crónica pretende ser una simple invitación para descubrir el territorio de la provincia de Rímini siguiendo las huellas de una religiosidad que ha dejado testimonios notables. Las corrientes elegidas para los recorridos delineados no son pretextos externos u ocasionales. De hecho permiten componer coherentemente historia, arte, cultura y devoción. Claramente dentro de estas corrientes se pueden hacer distinciones y enumerar preferencias, sobretodo con respecto a las temáticas artísticas. En cualquier caso, para poder unir un discurso histórico con elementos ya de por sí fragmentados, tendremos que realizar integraciones recurriendo a los testimonios recogidos en Rímini en el “Museo della Città”, en Saludecio en el “Museo di Saludecio e del Beato Amato”, en San Leo en el “Museo d’Arte sacra”, en Pennabilli en el “Museo Diocesano”, que se forman con obras casi enteramente procedentes del propio territorio y casi completamente de tema religioso. Para concluir, podemos sugerir apenas dos o tres temas o ideas de cierto interés artístico que merecería la pena profundizar. El pri-
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Rímini, Templo Malatestiano. Agostino di Duccio, “Ángeles que tocan” (alrededor de 1455) Capilla de San Michele.
mero sin lugar a dudas es el del arte medieval, con la arquitectura románica del Montefeltro y con la pintura riminesa del Trescientos. Las obras arquitectónicas más antiguas se encuentran en el valle del Marecchia, sobretodo en San Leo y en Pennabilli, mientras que pinturas significativas de la escuela riminesa del Trescientos se encuentran, además de en Rímini, en Santarcangelo, Villa Verucchio, Verucchio y Talamello, en el Valle del Marecchia, y en Montefiore y Misano en el Valle del Conca. Otro tema de gran atractivo podría ser el de la pintura riminesa del Seiscientos, que tuvo su originalidad y una notable importancia en el ambiente del naturalismo italiano gracias a la actividad de Guido Cagnacci y de Giovan Francesco Nagli, llamado el Centino. Sus obras se encuentran en Saludecio y en Montegridolfo, Montefiore, Santarcangelo, San Vito, Verucchio, Pennabilli, Sant’Agata Feltria y, naturalmente, en Rímini. Pero podremos también dedicarnos a la búsqueda de los reflejos del Renacimiento desarollado en los centros mayores, desde Venecia a Florencia, desde Urbino a Roma, o bien a buscar las importaciones e influencias de las capitales del arte barroco, como Roma y Bolonia. De todos modos, téngase en cuenta que tanto en la ciudad como en todo su territorio, tanto en la parte al abrigo del mar como en la parte más interna y apenínica, las iglesias “son cúmulos gigantescos de trabajo y historia del trabajo, coágulos de piedad individual y colectiva, señales de la devoción pero también de elevadísima norma estética”, tal y como ha escrito Andrea Emiliani, remarcando “la altísima dignidad cultural y artística” que distingue los edificios de culto, tan frecuentes y densos de memoria, “incorporados y encarnados en ese espesor vitalísimo que los técnicos llaman territorio, y que nosotros tendremos que denominar más bien ciudad y campo, diarquía tan exquisitamente italiana, oposición de poderes y funciones...” Justamente teniendo en cuenta tal “densidad” de memorias y de su valor para la conservación y valorización de las específicas identidades culturales, se añaden al potenciamento de las realidades actuales las Superintendencias competentes y las Diócesis. La Provincia de Rímini en el Año Santo 2000 financió una serie de restauraciones de obras de arte presentes en las iglesias del territorio, curando especialmente los pequeños centros.
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Para saber más A. Emiliani, Chiesa città campagna, Rapporto della Soprintendenza per i Beni Artistici e Storici, n. 27, Alfa ed., Bologna 1981 C. Curradi, Pievi del territorio riminese fino al Mille, Luisè ed., Rimini 1984 Arte e santuari in Emilia Romagna, Silvana ed., Milano 1987 P. G. Pasini, Guida per Rimini, Maggioli ed., Rimini 1989 Storia illustrata di Rimini, I-IV, Nuova Editoriale Aiep, Milano 1990 Il Santuario delle Grazie di Pennabilli, atti del convegno, Pennabilli 1991 P. G. Pasini, La pittura del Seicento nella Romagna meridionale e nel Montefeltro, in La pittura in Emilia e in Romagna. Il Seicento, Nuova Alfa ed., Bologna 1992 Il Montefeltro, 1, Ambiente, storia, arte nelle alte valli del Foglia e del Conca, a c. di G. Allegretti e F.V. Lombardi, Comunità Montana del Montefeltro, Pesaro 1995 P. G. Pasini, Arte in Valconca, I-II, Silvana ed., Milano 1996-1997 Medioevo fantastico e cortese. Arte a Rimini fra Comune e Signoria, a c. di P. G. Pasini, Musei Comunali, Rimini 1998
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Il Montefeltro, 2, Ambiente, storia, arte nell’alta Valmarecchia, a c. di G. Allegretti e F. V. Lombardi, Comunità Montana dell’Alta Val Marecchia, Pesaro 1999 P. G. Pasini, Arte e storia della Chiesa riminese, Skira ed., Milano 1999 E. Brigliadori, A. Pasquini, Religiosità in Valconca, Silvana ed., Milano 2000 P. G. Pasini, Il Tempio malatestiano. Splendore cortese e classicismo umanistico, Skira ed., Milano 2000 Arte ritrovata. Un anno di restauri in territorio riminese, a c. di P. G. Pasini, Silvana ed., Milano 2001 B. Cleri, Antonio Alberti da Ferrara: gli affreschi di Talamello, San Leo 2001 Seicento inquieto. Arte e cultura a Rimini, cat. a c. di A. Mazza e P. G. Pasini, Motta ed., Milano 2004 Arte per mare. Dalmazia, Titano e Montefeltro, cat. a c. di G. Gentili e A. Marchi, Silvana ed., Milano 2007 L. Giorgini, La bellezza e la fede. Itinerari storico-artistici nella diocesi di San Marino-Montefeltro, Castel Bolognese 2009
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El Templo Malatestiano de Rímini
E
D
F
C
G
B
H
I A
Iglesia del siglo XI “Santa Maria in Trivio” iglesia benedictina (Pomposiana)
A Capilla de los Mártires, llamada de la Virgen del Agua B Capilla de los Caídos
Iglesia del siglo XIII Construida por los franciscanos y dedicada a San Francisco
D Capilla de San José, llamada de las Musas
Iglesia del siglo XV Transformación y ampliamento malatestianos
E Capilla del Santísimo Sacramento
Iglesia del siglo XVI Nueva disposición del ábside Iglesia del siglo XVIII Nueva y definitiva disposición del ábside
C Capilla de San Gaudenzo, llamada de los juegos infantiles
y de las Artes Liberales
F Capilla de los Planetas G Capilla de San Miguel Arcángel, llamada de Isotta H Celda de las Reliquias I
Capilla de San Sigismondo
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Modena Bologna Ravenna
Forlì Cesena Rimini San Marino
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Madrid, 1.856 km
Bolonia, 121 km
Berlín, 1.535 km
Múnich, 680 km
Florencia, 178 km
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París, 1.226 km
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Budapest, 1.065 km
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Nápoles, 586 km
Copenhague, 1.770 km
Estocolmo, 2.303 km
Rome, 343 km
Fránkfort, 1.043 km
Viena, 887 km
Turín, 493 km
Londres, 1.684 km
Zúrich, 645 km
Venecia, 235 km