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A la Madre y a cada madre
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Maracaibo Homenaje a Rafael Rincón González

Cada año, como las estaciones y los ciclos de la naturaleza se nos convoca a profesar y reiterar la liturgia del terruño, ese lugar sagrado de la memoria que se diluye en sus orígenes lacustres e indígenas, pero también en la herencia africana y europea, con esa vocación ecuménica de raza cósmica de nuestro mestizaje que, para fortuna nuestra, continúa y nos enriquece en sentido antropológico, cultural y societario. Maracaibo profesa el culto masculino al sol y a pesar de su nombre ella, la ciudad, está marcada por lo femenino, su “linaje de agua”, como dice el escritor Alexis Fernández. El culto a nuestra “chinita” es de origen lacustre y más allá de cualquier otra significación o símbolo, es nuestra “madre” por antonomasia y todo lo que ello significa en una sociedad profundamente matriarcal. La mujer y la madre son nuestras principales heroínas, en ellas descansa el orden familiar y social, así como nuestra memoria y tradiciones. El lago marca nuestro origen y nuestra cotidianidad. No hay experiencia espiritual y emocional más profunda que la vista del lago y de manera paradójica éste es la gran presencia urbana y, por qué no, también el gran ausente, especialmente a partir del momento en que la ciudad le diera la espalda.

Maracaibo es un origen y una historia de siglos casi olvidado por la mayoría de sus habitantes. Apenas la memoria colectiva identifica parte del siglo XIX y XX y en términos físicos y simbólicos la ciudad se desmemorió de manera innecesaria con la destrucción del Saladillo, por gobiernos sin sensibilidad urbana y sin conciencia histórica. El abandono del lago y la destrucción y desatención de la ciudad es una deuda y una responsabilidad que hemos asumido ciudadanos y gobiernos. La ciudad nos sigue interpelando y exige

2 respuestas de civilidad y solidaridad individual y colectiva que no terminamos de dar. El pasado también tiende a ser femenino porque la mujer en nuestra sociedad y cultura es la guardadora de nuestras costumbres. El problema del pasado es que solo existe en nuestra memoria y emociones, y la tarea de los seres humanos es siempre ir hacia adelante y de eso se trata, no tanto la ciudad que fuimos y somos sino la que queremos que sea, y de allí un concepto útil en boga como el de la ciudad creativa, que no es otra cosa que nuestra capacidad para articular políticas públicas adecuadas con participación de todos: ciudadanos, sociedad civil, instituciones y gobiernos; más allá de los intereses particulares y muy lejos de la estéril diatriba política e ideológica. Se trata de soñar juntos y construir juntos un espacio urbano compartido de bienestar y progreso colectivo. Esto es posible y muchas ciudades en el mundo y en América Latina lo han logrado y lo están logrando. Casi todas nuestras problemáticas tienen solución práctica y viable: seguridad, servicios, transporte, ornato y hábitat, en general, tienen soluciones técnicas y financieras accesibles, lo que necesitamos es voluntad política, participación ciudadana y continuidad administrativa, más gerencia y menos populismo. Las políticas públicas son por definición de largo plazo, aunque su implementación y resultados pueden apreciarse en el corto y mediano plazo.

Maracaibo es una identidad múltiple, es un lenguaje y una gestualidad y una mentalidad en movimiento y transformación aunque a nivel simbólico prevalece el mito poético-literario y artístico y en ese aspecto la ciudad es inmensamente rica. Nuestra herencia espiritual está llena de artistas y escritores y personas de diversos oficios y profesiones que han padecido y soñado la ciudad y han logrado para ella logros y reconocimientos, como capital científica de Venezuela o la extraordinaria escuela de pintores zulianos, así como su importante literatura. Nuestras universidades hoy por hoy se han convertido en pilares fundamentales de nuestro

3 desarrollo, así como en general otras muchas instituciones que constituyen el mejor ejemplo de esta sociedad. La ciudad se va haciendo, es un esfuerzo colectivo y gubernamental, es una identidad en proceso; es un lugar único, y quien pertenece a él, no importa donde termine viviendo, siempre pertenecerá a ese lugar de la memoria y las emociones más duraderas. El lugar de los ancestros, de la familia, de la descendencia. Lo que pudiéramos llamar proyecto ciudad es un compromiso activo de todos, de cada uno de nosotros, habitantes de la urbe, para asumir nuestra responsabilidad particular y así tener autoridad moral para exigirle a los demás y particularmente a los gobiernos. Lo fundamental en el individuo adulto, mujer u hombre, es su ciudadanía que comienza por su conducta cívica cotidiana: urbanidad, respeto, buena educación y cumplimiento de las normas y leyes. En segundo lugar, somos constructores de familia, como nos los recordara oportunamente Chiara Lubich; así como estamos llamados a atender a los más humildes, que son el verdadero rostro de Dios, y para ello hay que asumir los deberes correspondientes. Ningún padre ni madre, bajo ninguna excusa o circunstancia, debe abandonar a sus hijos ni afectiva ni efectivamente; de tal manera que es nuestro deber educar y formar a nuestros hijos, principalmente con el ejemplo, en libertad, responsabilidad y ciudadanía; si fallamos en esto fallamos en lo fundamental de la vida de una sociedad. La mayor parte de nuestros desórdenes y desarreglos colectivos tienen que ver con la índole moral de nuestra gente. Confucio decía que quien no puede gobernarse a sí mismo, no tiene derecho a gobernar la vida de los demás. En tercer lugar, hay que ocuparse prioritariamente de los más humildes, necesitados y desamparados que no necesariamente tiene que ver solo con la pobreza. Una prioridad son nuestros niños y ancianos, y en general toda persona en desamparo, de allí que lo que hagamos en salud, educación, vivienda y empleo útil, siempre será poco. Evidentemente que

4 el manejo y solución de estas problemáticas tienen que hacerse de manera articulada entre todos los poderes nacionales y regionales, y sectores, en donde la participación y el protagonismo ciudadano es fundamental y no otra cosa es la sociedad civil. En Maracaibo, hemos vivido de abandono en abandono. No solo tendemos a abandonar a nuestra gente más necesitada y a nuestro patrimonio histórico – cultural, sino que hasta los muertos terminaron abandonados en nuestros cementerios llenos de vergüenza y desamparo, recientemente denunciado mediáticamente. La ciudad es una construcción racional y por consiguiente se tiende a la idealización y a la utopía, por lo menos en la tradición occidental, iniciada en Grecia por Hipodamos de Mileto en el siglo V a.C, y que permitió asumir la ciudad como un orden necesario frente al caos y los peligros del mundo exterior, aunque hoy las principales amenazas provienen de ella misma. La ciudad se ha transformado en megalópolis, muchas ciudades aglomeradas, con pérdida de identidad y sentido de pertenencia, de allí que el escritor Ítalo Calvino pudiera decir al respecto, en un libro emblemático llamado “Las ciudades invisibles”, que todas son iguales, en donde lo único que cambia es el nombre del aeropuerto. Maracaibo, para fortuna nuestra, todavía no entra en esta categoría de megalópolis, su identidad sigue siendo fuerte y centrada aunque escindida entre la modernidad y una ruralidad presente en muchos de nuestros barrios, de allí que pudiéramos hablar de las múltiples ciudades que habitamos y nos habitan, y en este sentido nuestro hilo de ariadna es la literatura, comenzando por nuestro poeta Hesnor Rivera que nos descubre a Maracaibo con sus “Ciudades Nativas” o César Chirinos que nos recrea en su libro “Mezclaje” o bien Norberto Olivar empeñado con su narrativa en dotar de misterio a una ciudad sin secretos y sin misterios. Dice el poeta: “La ciudad no existía. No tenía/como ahora su plazuela y su faro /su catedral anclada entre sus barcos... Plaza del sol. Ciudad joven del fuego/ sobre el agua... Casa del

5 lago con la puerta hacia el ámbito/ del constante retorno y el demonio/ familiar al fondo sembrado y apagado/ Un alto prado de relámpagos... Ciudad vieja del agua/ sobre el fuego...”. Esta ciudad es nuestro mezclaje, origen y destino, con su ritmo, movimiento, olores, sabores y colores y su lenguaje de palabras irreverentes y sentimentales, e igualmente es una calle, un bar, un mercado, un pueblo, una ciudad, una región, un país. Somos caribes, con una fuerte impronta indígena y africana, y en su hora petrolera fuimos crisol étnico y social del país y del mundo. Maracaibo es pasado pero se conjuga en futuro, de hecho es una ciudad por hacer, donde el caos urbano, el desorden y el descuido tienden a prevalecer. Se ha extendido hacia el horizonte y a veces luce ingobernable, de allí que para recuperar el rumbo la política debe volver a su significado y propósito original que no es otro que crear un orden civilizatorio, que permita la convivencia y el progreso, y ese es el reto para los próximos años: crear un proyecto ciudad, con participación de todos, personas e instituciones, sector privado y sector público que nos permita seguir avanzando. Maracaibo no puede ser entendida sin su relación con Caracas. La capital es el epicentro del poder y de la política y en ella cada tanto tiempo alguien se rebela y los hombres en el poder se intercambian, así fue en 1899, en 1945, en 1958 y en 1998. Usualmente Maracaibo no participa de manera directa y protagónica, como no participó en 1810 ni 1811, y es que aquí siempre se ha desconfiado de la capital. Mientras esto sucede Maracaibo pretende hacerse a sí misma y de allí la idea de que en Maracaibo no tenemos vocación de poder nacional. Cierta o no, esta tesis es una hipótesis a discutir, pero lo cierto es que los tiempos políticos de Maracaibo tienden a ser diferentes tal como se ha evidenciado en los últimos años. Las letras de muchas de nuestras gaitas han expresado muy bien este sentimiento regionalista y anticentralista, aunque a veces de manera reaccionaria y quejumbrosa, sin sentido de la

6 realidad. Desde otro punto de vista Maracaibo se ufana de ser progresista y precursora del desarrollo nacional y esto en parte es verdad, especialmente a finales del siglo XIX y comienzo del XX, pero por otro lado hemos vivido de abandono en abandono. El teatro Baralt es emblemático al respecto: tres veces abandonado y tres veces reabierto; de allí que la memoria colectiva de la ciudad se nutre básicamente de olvidos y abandonos. Podemos preguntarnos qué mantenemos y recordamos del siglo XVI, del XVII y del XVIII, tres siglos olvidados en la conciencia colectiva, y por otro lado hemos inventado una memoria míticopoética cuyas manifestaciones más visibles tienen que ver con el destruido Saladillo y el casi destruido y abandonado Empedrado y con 3 cultos religiosos de fuerte raigambre popular: la “Chinita”, Santa Lucía y San Benito. Maracaibo, entre otras muchas características, además de la desconfianza hacia Caracas y el abandono tiende a ser una ciudad con vocación de futuro, su gente y sus elites han tenido usualmente una fuerte vocación de modernidad. Ojalá que este nuevo aniversario nos comprometa de manera firme a todos, y particularmente a los poderes públicos, a iniciar una política de rescate y conservación patrimonial de la ciudad y su lago, así como sostener y recuperar proyectos estratégicos que ya existen, y a formular otros. Este es un año particularmente importante para el destino de nuestra ciudad y del país en un contexto político difícil, amenazante y promisorio al mismo tiempo. Se trata de recuperar a plenitud el proyecto democrático nacional y su desarrollo de cara al futuro, sin remembranzas y nostalgias innecesarias y que tiene mucho que ver con nuestro estado y nuestra ciudad. Maracaibo y el Zulia tienen que reconciliar su tiempo y su destino y armonizarlo con el resto del país en un proyecto democrático, inclusivo nacional, de unidad y reconciliación sin menoscabo de las políticas de descentralización y de nuestra marcada identidad regional. Maracaibo está obligada a seguir cultivando su vocación de futuro como expresión de un

7 pueblo laborioso y bendecido, y hoy es un día apropiado para reafirmarlo. Ángel Lombardi 20 de enero de 2012

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