más seguro estar en compañía cuando cae la noche. Han hecho una fogata y están alrededor de ella pero nadie habla. Nadie tiene nada que decir

PENSAMIENTOS Camino por la Gran Avenida sin levantar mi pesada mirada del suelo, acostumbrado a contar mis pasos, uno, dos, tres……A veces pierdo el hi

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PENSAMIENTOS Camino por la Gran Avenida sin levantar mi pesada mirada del suelo, acostumbrado a contar mis pasos, uno, dos, tres……A veces pierdo el hilo y vuelvo a empezar. Esto me ocurre a menudo. Es la forma de no pensar en nada, de liberar mi mente de todos los sentimientos, pero aún siento. Siento dolor. Dolor en el alma y en el cuerpo. La paliza que me propinaron esos jóvenes por el simple hecho de cruzarme en su camino, me ha dejado magullado todo el cuerpo, y el frio de estas noches a la intemperie no me ha ayudado mucho. Suelo pasar las noches en algún albergue, pero no puedo quedarme más de dos noches “son normas internas” y en esta época del año suelen estar saturados. Me detengo ante un escaparate de ropa de ejecutivo y no me gusta lo que veo. Es mi propio reflejo y ni siquiera me reconozco. Algún día yo lleve ese tipo de ropa, cuando tenía una familia, un hogar, un trabajo….una vida. Pero todo se desvaneció poco a poco. Primero mi trabajo, luego mi hogar y el alcohol hizo el resto. Lo perdí todo. Cuando pienso en lo feliz que era…a veces creo que todo puede volver a ser como antes, que puedo salir de este pozo sin fondo, que solo necesito valor. Valor para presentarme ante la puerta de mis hijos y darles una explicación, pero ¿cómo explicarles porque les abandone?, ¿cómo decirles que no luche por ellos y que fui un cobarde que no pude afrontar mi situación? No, no puedo hacerlo, seguramente no lo entenderían y si lo hacen solamente sería una carga para ellos. Estoy absorto en estos pensamientos cuando alguien me tira del brazo. Es Ousmane que aparece como de la nada y me apremia para que nos vayamos porque no debemos permanecer allí. La dependienta de la tienda nos está mirando a través del cristal y coge el teléfono. Puedo ver en sus ojos el miedo, el asco la rabia…todo lo que algún día se vio en los míos al cruzarme con alguien como yo. Y siempre los mismos comentarios: “¿Por qué no trabajan como los demás?”,” Son unos holgazanes”, “Ten cuidado con el bolso, ese tipo no tiene buena pinta”. Palabras que también salían de mi boca, pero eran otros tiempos. Yo era feliz, feliz en mi ignorancia, sin ver más allá de las ropas harapientas, la cara sucia y el insoportable hedor de sus cuerpos. Ahora es de mí de quien se aleja la gente. Es a mí a quien tratan de ofender con sus palabras, pero aún son peores sus gestos y sus miradas. Sigo caminando junto a Ousmane. Es un buen amigo, tan bueno que no le importo cubrirme con sus cartones cuando la otra noche me golpearon. Es un inmigrante sin papeles senegalés y está feliz porque logro llegar hasta aquí. Cuando

le pregunto si no tuvo miedo a morir en el trayecto me contesta. “¿morir?, yo ya estaba muerto”. Lleva siete meses en el país y aun no se defiende del todo con el idioma, pero nos entendemos porque apenas necesitamos las palabras para comunicarnos. Él aún se puede salvar, porque no ha perdido la esperanza. Cree que todo mejorará cuando encuentre un empleo. Su ilusión por la vida se refleja en sus ojos y en su amplia sonrisa, y comenta una y otra vez que la felicidad hay que buscarla día a día que no tardará en llegar y que no hay que perder el tiempo autocompadeciendose. Pero él aún lleva poco tiempo en la calle y se que poco a poco su mirada se apagará y su sonrisa desaparecerá de su rostro, como nos acaba ocurriendo a todos. Solo Anselmo sigue sonriendo después de años, pero eso es porque en su delirio es feliz creyendo ser un gran capitán de barco, que ha navegado por todos los continentes. Anselmo vive en su mundo y rara vez vuelve a la realidad. Esa realidad que le dejó en la calle con 54 años por culpa de su esquizofrenia. Su familia hizo lo que pudo por él, pero no parece que fue suficiente y cuando un juez dicto una orden para internarlo en una institución psiquiátrica, él se escapó una y otra vez hasta que le dejaron por imposible. Ahora duerme en la Plaza Mayor, bajo a los soportales y entretiene a los viandantes con sus locuras. Caminamos a paso apresurado hacia la calle del mercado, y llegamos justo a tiempo para rebuscar entre la basura. Con un poco de suerte tendremos algo que llevarnos a la boca antes del mediodía. Allí se encuentra Alice recogiendo objetos que han desechado los ambulantes para cambiarlos o venderlos por un poco de coca, un paquete de cigarrillos, o alguna píldora de felicidad. Así es como llama ella al diazepán. Quizás hoy pueda venderlos y no necesite vender su propio cuerpo como ocurre en la mayoría de las ocasiones. Alice es politoxicómana y perdió a sus hijos cuando un día los dejo olvidados durante dos días en su pequeño piso de la Calle Adane. Había salido a recoger su dosis diaria y tras tomarla se olvido por completo de todo. Cuando horas más tarde tuvo un momento de lucidez decidió volver a su casa, pero ya era demasiado tarde. Una vecina, alarmada por los llantos de los niños había avisado a la policía y se habían llevado a sus hijos. Ahora solía visitarlos en casa de su madre, cuando su cuerpo y su aspecto se lo permitían. Se aseaba a conciencia en algún baño público o en el Aeropuerto alegando que la limpieza no estaba reñida con la pobreza y que no dejaría que sus hijos la vieran en ese estado tan lamentable. Tras coger una par de manzanas del contenedor y un chusco de pan

nos

dirigimos hacia el parque para sentarnos en un banco y poder degustar nuestro pequeño botín. Es mediodía y unos tímidos rayos de sol calientan nuestro cuerpo. El parque está lleno de madres con sus hijos. Los niños juegan y ríen ajenos a la

realidad que les rodea. Cuando un pequeño se acerca a nosotros Ousmane le sonríe y le alborota el pelo con su mano, pero enseguida llega su madre lo coge en brazos y se los lleva, no sin antes echarnos una de esas miradas de inseguridad. Me pregunto si quizás alguno de esos niños pudiera ser mi nieto. Sé que tengo un nieto pero no lo conozco, podría ser cualquiera de ellos. Me gustaría que las cosas fueran distintas, poder jugar con él, enseñarle a montar en bici como en su día hice con mis hijos y mostrarle mi colección de monedas, pero eso no es posible, algún día lo será pero no hoy, aún no. Dormimos la siesta en los bancos del parque para así matar el tiempo, un tiempo que pasa muy, muy despacio hasta que unos hombres uniformados nos despiertan. Nos dicen que no podemos estar allí y nos dan la dirección de un albergue de la zona. Ousmane y yo nos encaminamos hacia allí pero cuando llegamos nos encontramos con una marabunta de gente esperando para entrar. De nuevo esta noche la pasaremos a la intemperie, aunque no nos importa demasiado. En la cola se encuentra Bruno, un gallego de Ferrol al que la vida no le ha querido dar otra oportunidad. Paso un tiempo en la cárcel por un pequeño robo y allí conoció el mundo de las drogas. Tras una sobredosis que a punto estuvo de acabar con él, decidió tratar su adicción y aprender un oficio mientras estaba apresado y aunque el entorno no le era del todo favorable lo consiguió, o al menos por un tiempo. Salió de la cárcel, preparado para enfrentarse al mundo, pero el mundo no estaba preparado para él. Se encontró con que nadie quería emplearle, ni alquilarle una vivienda. Había pagado su deuda con la sociedad pero la sociedad no le había perdonado. Ahora se dedicaba al trapicheo porque fue la única salida que encontró y se pasa la vida entrando y saliendo de la cárcel. Dice que al menos en la cárcel tiene techo y comida. Le saludamos con un pequeño movimiento de cabeza y nos alejamos. Aún no ha oscurecido, así que decidimos seguir caminando sin rumbo. En nuestro deambular nos cruzamos con gente que no nos ve. Ajenos a todo esto porque “esto no va con ellos” no ven que también es su problema. Ponen distancia con nosotros y piensan que ellos no llegaran nunca a esto, pero no saben las circunstancias que nos han llevado a acabar así. No saben de nuestra incapacidad para combatir y salir de esto sin ayuda. Esto es irreversible. Lo es sin apoyo y sin motivación, pero ¿acaso no vivimos en un mundo sin alma? ¿qué podemos esperar?. Cuando en cierta ocasión uno de mis hijos me pregunto por los pobres yo le dije: “hijo, aquí no hay pobres, ellos solo viven en África” ¡Qué ciego pude llegar a ser!

Empiezan a dolerme los pies de caminar, pero aún debemos acercarnos a la zona de los hipermercados para recoger los alimentos de los contenedores antes de que pase el camión de la basura. Los centros comerciales están abarrotados de gente y en ese momento me viene una frase de Gandhi a la cabeza:”La Naturaleza ofrece bienes para satisfacer las necesidades de todos, pero no la codicia de unos pocos”. Esperamos que cierren sus puertas y cuando sacan la basura nos abalanzamos sobre ella antes de que toque el fondo del contenedor. Junto a nosotros rebuscando entre las sobras se encuentran unos cuantos ancianos, ancianos cuya pensión no es suficiente para llegar a fin de mes, ni siquiera sus propios hijos saben cómo subsisten, quizás tampoco les interese saberlo. Cuando hemos cogido lo suficiente nos alejamos y dejamos que otros hagan lo mismo. Empieza a hacer frio así que antes de encaminarnos hacia los túneles de la autovía donde pasaremos la noche, nos acercamos hasta un local donde nos suelen dar un café caliente o un chocolate para llevarnos al cuerpo y así combatir mejor el frio de la noche. Cuando entramos Marta nos saluda con la mano y nos ofrece un paquete de galletas y un café. Ousmane la dedica una de sus sonrisas a modo de agradecimiento y nos sentamos en una de las mesas. Marta es una de esas personas que merecen la pena. Lleva muchos años ocupándose del local no con demasiada ayuda y siempre se la ve con fuerzas. Nos pregunta cómo nos ha ido y nos habla de todo un poco. Ese es el único momento del día en que me vuelvo a sentir una persona. Ella me hace sentir bien. Sin miradas despectivas, ni desprecios, ni miedos. Nos trata de igual a igual, y por un momento olvido en que me he convertido, olvido lo que soy y vuelvo a sentirme una persona. Decidió hacerse voluntaria cuando perdió a su hijo que tenía 16 años cuando se metió en el mundo de las drogas. Ella no pudo controlarle. El muchacho acabó escapándose de casa, no sin antes terminar con el matrimonio de sus padres y robarles todo lo que tenían. Cuando lo encontró ya no pudo hacer nada por él. Había pasado en la calle demasiado tiempo, estaba enfermo y solo duro un par de meses más. Lo encontró en plena calle tirado y nadie había movido un sólo dedo para ayudarle. A raíz de eso Marta había decidido dedicar su vida a los demás. En su mente no cabían los reproches, solo la buena voluntad. Cuando terminamos nuestro café, nos despedimos de Marta y salimos a la calle. A estas horas esta casi vacía y el frio nos entra hasta los huesos. Cogemos unos cuantos cartones de un contenedor cercano y nos encaminamos hacia los túneles. Cuando llegamos allí buscamos un buen lugar donde podamos acomodarnos. Vemos un grupo que se encuentra ya en el lugar y decidimos acercarnos a ellos. Es

más seguro estar en compañía cuando cae la noche. Han hecho una fogata y están alrededor de ella pero nadie habla. Nadie tiene nada que decir. Entre las sombras me parece reconocer a Nicoleta, una rumana de 22 años a la que vendieron sus padres cuando solo tenía 15 por un puñado de monedas, con el fin de que la sacaran del país y la ofrecieran una vida mejor en otro país. Mihai, su chulo, les prometió que lo haría y se la trajo consigo. En cuanto llego, se la ofreció a un proxeneta a cambio de un lucrativo negocio y Nicoleta termino en un burdel de mala muerte, obligada a prostituirse y recibiendo una paliza tras otra. Cuando en una de esas palizas la dejaron coja se deshicieron de ella. Acabó siendo un juguete roto y terminó en la calle malviviendo gracias a la prostitución. Ousmane se acerca a ella y la ofrece un par de galletas que ha guardado. Ella le sonríe y se las lleva a la boca. Las come con avidez y se recuesta sobre su camastro. Los demás hacemos lo mismo. Es el momento de dormir. Es el momento de olvidar. Es el momento de no pensar ¿pero como no hacerlo? No puedo contar mis pasos, no estoy andando. ¿Cómo puedo no pensar? Pensar en salir de aquí. Reunir el valor que necesito para hacerlo. Pero ¿y si lo consigo y vuelvo a caer? Tengo miedo de volver a caer pero debo intentarlo. Quizás con ayuda…..Sí, eso es, necesito ayuda. Pero hoy no, estoy demasiado cansado. Mañana estaré preparado. Mañana lo lograré. Me encontraré con fuerzas y lo conseguiré…… FIN Fdo.: EMMA

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