Mexico-To-U.S. Migrant Characteristics from Mexican Data Sources. Jorge A. Bustamante, Guillermina Jasso, J. Edward Taylor & Paz Trigueros Legarreta

CHARACTERISTICS OF MIGRANTS Mexico-To-U.S. Migrant Characteristics from Mexican Data Sources Jorge A. Bustamante, Guillermina Jasso, J. Edward Taylor

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CHARACTERISTICS OF MIGRANTS

Mexico-To-U.S. Migrant Characteristics from Mexican Data Sources Jorge A. Bustamante, Guillermina Jasso, J. Edward Taylor & Paz Trigueros Legarreta Revisión de la bibliografía escrita por autores mexicanos antes de la aprobación de IRCA; sobre las características demográficas, sociales y económicas de los migrantes mexicanos a Estados Unidos Características metodológicas

L

os materiales revisados son de dos tipos: los que estudian el fenómeno migratorio desde una perspectiva macrosocial, tratando de conocer las características generales de los migrantes mexicanos, y aquéllas que prefieren analizar la problemática a partir de estudios de caso, ya sea en alguna o algunas comunidades expulsoras o en una región. Desde una perspectiva histórica, los primeros trabajos sobre el tema son los de Manuel Gamio (1930 y 1969), Alfonso Fabila (1932) y Enrique Santibáñez (1930), fueron excepciones en esos tiempos. 779

Es probable que el interés de estos autores por el tema esté vinculado a la ola antimexicana que se desató en el vecino país del norte debido a la crisis económica de 1929. El más importante de ellos, es el de Manuel Gamio (1930 y 1969), ya que hizo un concienzudo estudio sobre el fenómeno migratorio, de 1926 a 1929, utilizando una gran variedad de fuentes como son los censos de Estados Unidos y de México, la información de la Secretaría de Gobernación respecto a las entradas y salidas de mexicanos, y la del gobierno norteamericano sobre las “money orders” destinadas a México, entrevistas en profundidad, etc. Los trabajos de los otros dos autores, aunque de menor valor científico, aportan importante información para una época en la que poco se investigó al respecto. Fabila, etnólogo mexicano, escribió sobre sus observaciones en Estados Unidos con la finalidad de prevenir a los mexicanos que se interesaban en ir a trabajar a ese país, motivo por el cual sus textos describen las pésimas condiciones de vida de sus connacionales residentes en Estados Unidos y los malos tratos a los que estaban sujetos. Santibáñez, periodista y funcionario consular, publicó una serie de artículos en el diario Excélsior, que fueron reunidos posteriormente en un libro. Utilizó como técnicas: observaciones personales, encuestas efectuadas por él y sus colaboradores “con una gran cantidad de inmigrantes mexicanos”, noticias periodísticas, estadísticas, disposiciones oficiales y datos históricos. En los años siguientes, sobre todo en la década de los 1950s se publicaron varios libros, de carácter más bien descriptivo, enfocados, principalmente, al importante fenómeno del bracerismo, que atrajo a tantos mexicanos, a partir del convenio firmado por los gobiernos de México y Estados Unidos en 1942. Moisés González Navarro (1954) lo estudia desde una perspectiva histórica y otros como Luis Fernández del Campo (1942), Miguel Calderón (1952), Ignacio García Téllez (1955), José Lázaro Salinas (1955) y Jesús Topete (1961),1 enfocan de manera un tanto descriptiva distintos aspectos de la problemática económica y social de los braceros mexicanos. A fines de los1960s, a raíz de la terminación del Programa Barcero en 1964, que dio lugar al auge de la migración indocumentada, se inicia otra etapa en la que participa como figura principal Jorge Bustamante. Desde sus primeros estudios con Julián Samora y Cárdenas, comienza a plantear la necesidad de estudiar el problema de una manera más científica. En el libro Los Mojados (The Wetback Story (1971)), los autores mencionados, refieren los resultados de su investigación, realizada en tres centros de detención norteamericanos en 1968-1970, donde aplicaron cuestionarios a 493 hombres de aproximadamente mil que había en esos momentos; y realizaron varias entrevistas en profundidad (Samora, 1971: 67-68; Bustamante, 1976 y Bustamante 1979). En una siguiente etapa, Bustamante, con un importante equipo de investigadores entre los que estaban Manuel García y Griego, Rodolfo Corona y Carlos y César

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Zazueta, emprenden una investigación en el el Centro Nacional de Información y Estadísticas del Trabajo de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (CENIET); que culmina con la Encuesta Nacional de Emigración a la Frontera Norte del País y a los Estados Unidos (ENEFNEU), aplicada entre diciembre de 1978 y enero de 1979. Uno de sus principales méritos fue el de tratar de conocer la dimensión y las principales características de los migrantes, de manera directa, a nivel nacional, a partir de una muestra seleccionada probabilísticamente, que abarcaba a todo el país (CENIET, 1982: 57). Abarcó 62,500 viviendas en 115 localidades, seleccionadas probabilísticamente, lo que permitió captar información de aproximadamente 300,000 individuos. La encuesta proporcionó una amplia información que permitió tener un mayor conocimiento de las características socio-económicas del fenómeno, estimar su dimensión y determinar las principales áreas de expulsión. Sin embargo, la necesidad de abarcar un universo tan amplio, restringía la posibilidad de profundizar sobre aspectos importantes de la migración. Uno de ellos, que además estaba adquiriendo auge entre los investigadores sociales, era el de la unidad doméstica de donde procedía el migrante y su papel en este fenómeno. Así surgieron una serie de investigaciones en comunidades expulsoras de migrantes internacionales, con un enfoque de tipo antropológico, e inspiradas en el análisis estructural. Podemos señalar entre ellas, la del equipo de la UAM Azcapotzalco, coordinado por James Cockcroft, la de López Castro, la de Alarcón y la de Fonseca y Moreno. Los estudios se realizaron en el estado de Michoacán, tanto en cabeceras municipales, como poblados y ejidos; en zonas de agricultura tradicional y modernizada, donde se aplicaron, encuestas, complementadas con historias de vida. En todas se habla de la poca actividad económica no agrícola en la comunidad o el pueblo, muchas veces debido a la centralización que ha tenido lugar en ciudades como: Zamora, Morelia y Guadalajara. Entre las investigaciones en otras entidades federativas están la de Diez Canedo (1984), quien utilizó la información que recabó trabajando con Wayne Cornelius, en la región de Los Altos de Jalisco; y las de Ortiz (1980), Ornelas (s/f) y Rionda (1983) en Oaxaca. Se trata, en todos los casos, de estudios llevados a cabo a fines de los 1970s o principios de los 1980s. En general, todos ellos tratan de entender la migración internacional como un proceso histórico, en el que influyen elementos de diversa índole, que propician comportamientos específicos en cada etapa y en cada grupo social, así como transformaciones a través del tiempo (Trigueros; 1994). Fonseca y Moreno estudiaron el fenómeno migratorio en Jaripo, Michoacán, entre febrero y junio de 1981. Su principal fuente fueron entrevistas abiertas a informantes clave (Barjau; 1982; Fonseca; 1986, y Fonseca y Moreno; 1988).

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Alarcón (1988), se basó en una encuesta levantada en la cabecera municipal de Chavinda, Michoacán, que abarcó 200 viviendas e incluyó a todos los individuos varones mayores de 18 años.2 López Castro (1986), por su parte estudió la migración desde un poblado llamado Gómez Farías en Tangancícuaro, Michoacán. Su investigación se basó, para el período de 1900 a 1919 en historias orales recogidas en junio y julio de 1983 en Gómez Farías, Francisco J. Múgica y Tierras Blancas, así como en información documental. Para la historia más reciente, utilizó, además, dos encuestas que aplicó entre marzo y octubre de 1983. La primera, a 110 familias con base en un muestreo aleatorio, encabezadas por: 88 de jornaleros, 11 de poseedores, 2 de comerciantes, 9 dedicados a otras actividades.3 La segunda, a 48 productores seleccionados con una muestra estratificada y que tenía como finalidad obtener datos sobre su unidad productiva, la historia migratoria del productor y su familia y su relación con la introducción a la tecnología. Cockcroft, et al. (1981) y Trigueros y Rodríguez (1988) con todo el equipo de la UAM, estudiaron una comunidad de ejidatarios cercana a Morelia, llamada La Purísima. Utilizaron censos levantados en las décadas de los 1930s y 1940s; una encuesta aplicada por el grupo en 1981, que abarcó a gran parte de las familias de la comunidad, e historias de vida y entrevistas en profundidad, recogidas también en 1981. Por otro lado, en 1984 se emprendió un nuevo esfuerzo para estudiar la forma como había evolucionado el fenómeno migratorio a nivel nacional. El Consejo Nacional de Población realizó la Encuesta en la Frontera Norte a Trabajadores Indocumentados devueltos por las autoridades de los Estados Unidos de América (ETIDEU), que se basó en 9,631 entrevistas a migrantes deportados. Incluye a las personas de nacionalidad mexicana de 15 años o más que fueron devueltas entre el 5 y el 16 de diciembre de 1984 en distintos puestos fronterizos. A diferencia de la ENEFNEU, el carácter casual o fortuito, no probabilístico de esta encuesta impide inferir valores cuantitativos de la población objetivo (CONAPO;1986). A diferencia de las investigaciones anteriores, la de Verduzco (1992), se enfocó al estudio de la migración internacional de origen urbano, en la ciudad de Zamora, donde encuestó a una muestra de 801 trabajadores.

Periodización de la migración internacional mexicana Primera etapa Santibáñez (1930: 77) señala que fue a partir de los 1850so cuando tuvieron lugar los primeros desplazamientos de mexicanos a Estados Unidos, y concretamente a Texas, ya incorporada a la Unión Americana. Lentamente surgían y se desarrollaban 782

poblaciones a lo largo de la margen del Río Bravo o cercanas a él. Pasaban el río sin ninguna dificultad y se instalaban, superando con mucho el número de los pobladores de raza sajona. Más adelante, la construcción de los ferrocarriles facilitó la movilización de los mexicanos del centro del país; aunque, según el autor, no llegaban a introducirse más allá de San Antonio. Entre los fenómenos que propiciaron la gran movilización de mexicanos a Estados Unidos están la Revolución de 1910 y la 1a. Guerra Mundial. La expansión de la industria de guerra y la salida de ciudadanos norteamamericanos (incluyendo mexico-americanos) creó una escasez de fuerza de trabajo. En una amplia gama de actividades los trabajadores en Estados Unidos fueron remplazados por mexicanos. Cuando en 1924 la “National Origins Act” disminuyó considerablemente la immigración de Europa y de otras partes del mundo, México, otra vez fue el gran proveedor de trabajo. (Samora;1971:18). En muchas de las comunidades analizadas se hace mención a estos primeros desplazamientos. Ochoa (1986) señala que ya en 1872 había michoacanos en Estados Unidos. Desde la fiebre del oro californiano, algunos arrieros de Cotija lograron llegar hasta allá. Sin embargo, parece ser que los primeros migrantes del Bajío Zamorano salieron hasta principios de este siglo (Alarcón y de la Peña, 1989). Algo semejante ocurrió en Jaripo (Mich.), cuyos vecinos comenzaron a ir a Estados Unidos en la década de los 1920s, aunque hubo quienes fueron desde fines del siglo pasado. Fonseca atribuye el arraigo de esta práctica al éxito que tuvieron los primeros que se aventuraron. En Chavinda, la migración internacional se inició a principios de siglo, al igual que en Gómez Farías (antes Puentecillas). Aunque no se trataba de una movilización masiva, los hacendados se quejaban de la falta de mano de obra disponible. Aumentó en 1918 debido a la sequía y a las bandas de asaltantes que proliferaron con la Revolución de 1910. López Castro señala que en otros poblados del distrito de Zamora aumentaba esta práctica año tras año: Purépero, Tlazazalca, Chilchota y Tangancícuaro (López Castro, 1986: 36-38; también hace referencia a esta situación Alarcón, 1988). En la ciudad de Zamora, también hubo quienes migraron durante los primeros años de este siglo, al igual que en los casos señalados, se trataba de un fenómeno marginal, que se extendió durante el período revolucionario y los años que le siguieron, como respuesta a la violencia militar y a la desarticulación económica (Verduzco, 1992). En Los Altos de Jalisco la situación es semejante. De acuerdo a Alarcón y de la Peña (1989) su historia social en el presente siglo “no puede comprenderse sin hacer referencia a la migración a Estados Unidos.” Recuerda que en varias novelas sobre la vida de esa zona a principios de siglo participan “norteños”, quienes “juegan un papel de ruptura social y prefiguran la revolución mexicana por su desprecio a las

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tradiciones, su rechazo a los trabajos mal remunerados y su altivez ante los patrones y ricos”. Diez Canedo (1984), encontró en las comunidades donde hizo su estudio, que la migración tuvo su origen en la época del conflicto cristero (1925-1928). Resultaba muy caro ir hasta Estados Unidos por las deficientes comunicaciones y porque los ingresos de la mayoría eran muy bajos. Es por eso que algunos autores señalan que entonces viajaban los que pertenecían a familias más acomodadas (Trigueros, 1994). Sin embargo, en el caso de Jaripo, parece ser que los que contaban con más recursos prestaban dinero a otros compañeros para realizar el viaje en grupo. Por último, López Castro (1986:75-76) habla de la repatriación debida a la crisis de 1929 y señala que, debido a ella y a los temores de los posibles migrantes, la población de Puentecillas tuvo una tasa de crecimiento de 4.8% de 1920 a 1930. El Programa Bracero, 1942-1965 Todos los autores que estudiaron comunidades del occidente, encontraron que es precisamente en esta época cuando la migración se convierte en una práctica generalizada. Las facilidades dadas por los dos gobiernos posibilitaron que participaran miembros de los distintos grupos sociales. En algunas investigaciones se señala que eran principalmente los ejidatarios recién dotados, los que se integraban en mayor proporción, puesto que lo reducido de la estancia (entre 45 días y 6 meses) permitía que trabajaran por temporadas en Estados Unidos y regresaran para realizar los trabajos necesarios en su parcela. También se hace referencia a que esta estrategia era favorecida por la incapacidad de satisfacer sus necesidades únicamente con la parcela, debido tanto a su reducida dimensión, como a la falta de apoyo técnico y crediticio (Trigueros, 1994). Lo mismo sucedió en Zamora, donde la corriente migratoria aumentó impulsada por la carencia de dinero para hacer producir la tierra entre los campesinos. Sin embargo, en este caso, el flujo se redujo a partir de la segunda mitad de los 1950s debido al auge económico en la zona, cuyo eje fue la agricultura beneficiada con riego y la introducción de cultivos más rentables. Este boom generó empleos, no sólo en el sector primario, sino también en el comercio y los servicios (Verduzco, 1992). La migración indocumentada (1965-1986) También hay coincidencia en las investigaciones analizadas, en el hecho que, a pesar de la terminación del Programa Bracero, la práctica migratoria continuó, aunque surgieron distintas modalidades en los desplazamientos. En algunas comunidades varios habían legalizado su situación laboral en Estados Unidos, por

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lo que podían viajar cuando y a donde quisieran; así como ir legalizando el status de los demás miembros de sus familias. Pero en la mayoría de los casos se vieron obligados a migrar como indocumentados, lo que se facilitaba por la experiencia adquirida en la práctica y por la existencia de redes más o menos establecidas en distintas regiones de la Unión Americana, principalmente, en California. Como ejemplos de las formas que adoptó la migración en este período, podemos mencionar el caso de Gómez Farías, donde prevalecieron los desplazamientos temporales, por objetivos. En los primeros meses del año partían a California, para regresar en los meses finales. A principios de los 1980s comenzaba a extenderse la tendencia a “invernar” en Estados Unidos, ya que los costos económicos de los viajes eran muy altos (López Castro;1986:76-77). Antes de 1982 muchos “gomeños” llevaban a sus familias con ellos, pero, debido al enorme aumento de los precios del transporte, la vigilancia del SIN y los mayores riesgos que implicaba el paso como indocumentado, esa tendencia se redujo. Sólo quienes tenían visa continuaban llevando a la familia (López Castro; 1986: 85-87). En Los Altos de Jalisco, también fue creciendo la práctica migratoria, sobre todo en los municipios del centro de la región. En algunas zonas, el desarrollo económico, debido en gran medida al auge lechero, fue capaz de retener a muchos migrantes potenciales gracias a la oferta de atractivos empleos y a la posibilidad de éxito de pequeños negocios en el área de los servicios, financiados, muchas veces, con los dólares obtenidos de la migración (Alarcón y de la Peña, 1989). A diferencia de lo que ocurría en las zonas rurales, en Zamora se mantuvo la tendencia a la baja, en términos relativos, de la práctica migratoria; aunque sí creció en números absolutos, lo que no es de extrañar dado el gran aumento de la población. Sin embargo, la mayoría de los zamoranos no dependía económicamente de la migración, y más bien recurrían a ella con un fin específico. Por este motivo, Verduzco (1992) sólo encontró que 19% de los migrantes entrevistados eran los que habían ido cuatro veces o más.

Areas de origen en México Tradicionales Tres entidades han sido clasificadas consistentemente en los primeros lugares como proveedoras de migrantes: Jalisco, Michoacán y Guanajuato. A ellas se agregaron Chihuahua, Durango y Zacatecas. Gamio señalaba en 1930 que el 54.3% de los migrantes mexicanos provenía de esos tres estados del centro-occidente de México (Michoacán, Guanajuato y Jalisco), siguiéndolos en importancia Nuevo León, Durango y el D.F. (Gamio, 1930) (ver Cuadro 1).

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Cuadro 1 Estados de origen de los migrantes por orden de importancia, según diversos autores Gamio (1926-28)

Samora (1968-70)

ENEFNEU* (1978-79)

ETIDEU** (1984)

Michoacán Guanajuato Jalisco Nuevo León Durango DF Chihuahua Zacatecas S. Luis Potosí Baja Calif.

20.0 19.6 14.7 8.0 5.9 5.0 4.4 6.9 7.3 0.5

8.3 8.3 7.5 6.1 9.9 1.0 18.5 11.8 4.4 1.6

8.4 17.9 13.9 1.5 5.0 1.7 12.6 5.7 2.6 5.0

13.1 8.9 11.8

Total

78.1

75.4

80.7

68.1

5.9 3.1 11.9

3.6

* Sólo se utilizó la información de la población que en el momento de la encuesta se encontraba en Estados Unidos. ** Lugar de nacimiento Fuentes: Gamio (1930); Samora, 1971: 92; Zazueta y Corona, 1979: 129, y CONAPO, 1986

Areas nuevas En 1969, el equipo de Julián Samora encontró que el porcentaje que ocupaban los primeros tres estados era de sólo 24.1%, pero que, con Chihuahua y Durango —que superaban a los tres primeros— ascendía a 52.5% (Zamora, 1970). En la ENEFNEU (1978-79) Michoacán pierde peso, quedando en quinto lugar, después de Guanajuato, Jalisco, Chihuahua y Zacatecas; alcanzando el conjunto, 64.9%. En la ETIDEU (1984), Michoacán vuelve a encabezar el grupo y los cinco estados mencionados reducen su peso a únicamente 39.7%; lo que nos hace pensar que la práctica migratoria se va extendiendo en el país. Estados que antes no destacaban presentan porcentajes más o menos altos, por ejemplo, Zacatecas, Baja California, Guerrero y Oaxaca. Por otro lado, en la investigación del grupo de Zamora, 84% de los encuestados provenía de áreas rurales, en la ENEFNEU4 el porcentaje se había reducido a 69.8%; no obstante lo cual, resultaba ser mayor que el observado para el conjunto de la población mexicana en 1978 y que era de 53%.

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Si en lugar de considerar el lugar de nacimiento en la ETIDEU, tomamos el de residencia, aumenta el peso de los estados fronterizos, especialmente de Chihuahua, al que corresponde el 15.7%; Baja California, el 10.2%; y Sonora, el 5.2%. Mientras pierden importancia los estados del centro de la república, lo que muestra cómo muchos de los migrantes cambian su residencia a la zona fronteriza, antes de migrar a Estados Unidos.

Areas de recepción en Estados Unidos Areas tradicionales 1900-1942 De acuerdo a la información del Censo Norteamericano presentada por Gamio (1930); a principios de siglo Texas superaba con mucho a los demás estados de la unión en cuanto a la atracción de migrantes, ya que ahí se encontraba más de la mitad (68.7%) de la población de origen mexicano. Lo seguía Arizona con 13.7%, mientras California incluía únicamente 7.8% y Nuevo México, 6.4%. Sin embargo, la situación fue cambiando, en el censo de 1920, el peso de la población mexicana en Texas se había reducido un poco (52.5%), mientras el de California se había más que duplicado (18.8%), superando con ello a Arizona (12.8%). Nuevo México también bajó su participación (4.2%), y Colorado adquirió cierta presencia (2.3%). El orden se modifica cuando se consideran las money orders de 19261927, ya que entonces California presenta el primer lugar (36.2%), mientras de Texas sólo proviene el 15.7%; de Arizona 4.8% y de Nuevo México, 1.4%. En cambio, el estado de Illinois que en los censos presentaba un porcentaje muy bajo, alcanza una proporción de 12.2%; Indiana, de 5.1%; Michigan, de 3.4% y Pennsylvania de 1.8%. Es probable que, además de la creciente demanda de trabajadores mexicanos en los estados norteños del este y medioeste, influyan los salarios más altos en esas regiones alejadas, así como el hecho de que en los estados fronterizos, muchos de los mexicanos censados ya no mantuvieran relación económica con familiares en México. Por otro lado, los migrantes que se ocupaban en la agricultura se desplazaban continuamente durante el verano y el otoño siguiendo el calendario de las cosechas a través de varios estados de la unión americana. Muchos de ellos regresaban, en invierno a México (Gamio, 1930: 43). Las estrategias también cambian en cada región. Por ejemplo, los alteños de Jalisco se organizaban en pequeños grupos y se dirigían a El Paso, Texas, y desde ahí se internaban a los estados del centro y este, en donde se empleaban como trabajadores no calificados en la construcción y mantenimiento de la vía del ferrocarril y en fundiciones (Alarcón y de la Peña, 1989).

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Cuadro 2 Distribucion de los migrantes mexicanos en los estados de la union americana, en 1900, 1920, 1926–1927, 1978–1979 y 1984 Estado de Residencia

GAMIO 1900 1920

ENEFNEU (1926-1927) (1978-1979)

ETIDEU (1984)

California Texas Illinois Indiana Arizona Michigan Pennsylvania New Mexico Colorado

7.8 68.7 0.2 0.0 13.7 0.1 0.1 6.4 0.3

18.8 52.5 0.8 0.1 12.8 0.3 0.0 4.2 2.3

36.2 15.7 12.2 5.1 4.8 3.4 3.1 1.4 2.3

47.3 27.4 7.4

54.1 34.2 0.2

2.0

7.3

2.7 1.8

1.0 0.2

Total

91.3

91.8

84.2

88.6

97.0

Gamio se basó para 1900 y 1920 en el Censo Norteamericano; para 1926-1927, en la proveniencia de money orders depositadas en Estados Unidos y destinadas a México, en los periodos de julio- agosto, 1926 y enero-febrero, 1927. La información de la ENEFNEU y de la ETIDEU se refiere a migrantes, en la primera se incluyen documentados e indocumentados, mientras que en la segunda únicamente indocumentados. Fuentes: Gamio, 1930; CENIET, 1982, y CONAPO, 1986

En general, y como se observa en las distintas investigaciones, había una gran dispersión de los migrantes en esta primera etapa. En el caso de Jaripo, iban a Chicago, Indiana y Michigan, principalmente; aunque hubo quienes fueran a Colorado, Wyoming, Nebraska, Pennsylvania, Texas, Kansas y California. La mayoría de ellos regresaron cuando las crisis, algunos de la de 1921–1922 y otros, de la de 1929 (Fonseca: 1986). Programa Bracero Durante el Programa Bracero, el abanico de estados también fue amplio, Texas, California, Arizona, Indiana, Delaware, Michigan, Arkansas, Montana y Washington, entre otros. Sin embargo, comenzaba a concentrarse la migración en los estados del suroeste, principalmente, en California (Fonseca, 1986; Trigueros, 1994; Alarcón y de la Peña, 1989).

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Areas nuevas En la ENEFNEU se encontró que los estados con porcentajes más altos de migrantes mexicanos eran, por orden de importancia, California con 47.3%; Texas con 27.4%; Illinois con 7.4%; Nuevo México con 2.7% y Arizona con 2%. Como se ve en el cuadro anterior, en la ETIDEU adquieren mucho mayor peso los estados fronterizos de California, Texas y Arizona; en tanto que se reduce la importancia de los más lejanos, como Illinois y Colorado. Es muy probable que influya el hecho de que el INS, opera mucho más activamente en la zona fronteriza; de manera que, para los que logran alejarse más, aumentan las probabilidades de permanecer en Estados Unidos y regresar cuando lo decidan y no expulsados, motivo por el que no fueron captados por esta encuesta. Como sucedía en los períodos anteriores, la práctica migratoria difiere en cuanto a los lugares de destino en las distintas regiones. Aunque en todas las investigaciones revisadas se destaca el predominio de California, varía el peso de otros estados como Texas, Illinois y Arizona. También dentro de California se han señalado zonas diversas. Alarcón (1986:345) menciona que los chavindeños (Mich.) se dirigían a cuatro regiones de California y que eran, por orden de importancia: el Valle de San Joaquín, el Valle de Salinas, la bahía de San Francisco y un barrio del centro de Los Angeles. Para los jaripeños los polos de mayor atracción eran Los Angeles, Oxnard, San José y, sobre todo, el condado de San Joaquín (Fonseca y Moreno;1988). López Castro (1986) encontró en Gómez Farías que la mayoría se dirigía a Watsonville o a lugares cercanos a San Francisco.

Perfil demográfico de los migrantes Edad Gamio (1969), basándose en la información de sus 61 entrevistas señalaba que la edad de los migrantes fluctuaba entre los 20 y los 60 años, con alta proporción de gente de edad madura, las mujeres eran, en los pocos casos que analizó, de edad avanzada. De acuerdo al equipo de Samora, 70.8% tenían en el momento de la entrevista 30 años o menos. Si consideramos su primera participación, 85.8% lo hizo en esas edades (Samora, 1971: 90). En 1978-79, según la ENEFNEU, el porcentaje de menores de 30 años se había reducido a 54.7%. Pero en 1984, de acuerdo a la ETIDEU, era de 74.2%, siendo el promedio de edad de 26.2. Es probable que la diferencia se deba a que la ENEFNEU incluía migrantes con documentos, y según varios de los trabajos en microrregiones, los mayores únicamente migraban cuando disponían de los mismos.

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Si consideramos la diferencia de edades por sexos, en esta última encuesta, se encontró que entre los hombres el porcentaje de menores de 30 años era de 75.3% y el de las mujeres, de 65.4%; lo que nos muestra que las mujeres tienden a migrar mayores.

Sexo La gran predominancia masculina en esta práctica ha sido destacada en todas las investigaciones. En las entrevistas hechas por Gamio (1969), en la década de los 1920s, incluyó a muy pocas mujeres. Todas viajaron para acompañar al marido o a la familia. En la ENEFNEU (1978-79) se encontró que 83.9% de los migrantes a Estados Unidos eran hombres; en la ETIDEU (1984), el 89.1%. Es probable que, otra vez, la diferencia se deba a que es más alto el porcentaje de mujeres que migran con documentos. Aun cuando en todas las investigaciones se ha resaltado la poca participación de las mujeres (Diez Canedo, 1983; Alarcón, 1986, etc.), muchos autores notaron un mayor involucramiento en los 80s, por la abundancia de oportunidades de empleos en los que se prefiere mano de obra femenina. Sin embargo, varía la situación, al igual que sucede con la migración familiar. Ambos aspectos están muy relacionados con el acceso a los documentos para legalizar su situación, la existencia de redes en Estados Unidos y las pautas culturales de cada comunidad. Alarcón (1986:345) encontró que a los hombres de Chavinda (Michoacán) no les gustaba casarse en Estados Unidos ni llevar a sus familias con ellos pues consideraban que no había condiciones para un desarrollo sano. En cambio, en Jaripo se había extendido la migración familiar, lo que es entendible dada la cantidad de vecinos de la localidad que contaban con documentos. Esto resultaba de suma importancia para poder incorporar, poco a poco a los otros integrantes, quienes iban legalizando su situación, hasta que finalmente se podía desplazar todo el grupo completo (Fonseca, 1986). Esta estrategia muestra la importancia que ha tenido la legalización de los migrantes en el incremento de la migración femenina y familiar. En Gómez Farías se abandonó esta práctica en los primeros años de la década de los 1980s debido a la carestía del viaje y a los peligros que implicaba, ya que en este caso la mayoría no contaba con documentos. Sin embargo, 20.2% de los migrantes eran mujeres, la mayoría de las cuales iban desde 1976, explícitamente a trabajar. Además, únicamente el 27.11% de ellas viajaba acompañando a los hombres de la familia y para realizar los trabajos domésticos (López Castro, 1986). En cambio, Verduzco (1992) señala que en Zamora, la migración era casi totalmente masculina.

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Estado civil Gamio (1930, 44) señalaba que, como regla general, los trabajadores agrícolas eran hombres, solteros, o bien, casados que dejaban sus familias en México o en las ciudades americanas. Pero que los empleadores preferían hombres con familia por dos razones: permanecían en el trabajo y sus familias ayudaban al jefe del grupo, con lo que el empleador disponía de más mano de obra. En la investigación de Samora se observó que 48% eran solteros (Bustamante, 1976: 31). En general, se ha encontrado que migran en proporciones semejantes los casados y los solteros, aun cuando puede cambiar la duración de la estancia, de acuerdo al estado civil, y la utilización de los ingresos devengados. Escolaridad Entre los entrevistados por Gamio (1969), la escolaridad era sumamente baja, de menos de 5 años, con una fuerte proporción de analfabetas, lo que no es de extrañar dadas las condiciones de la mayor parte de la población mexicana en las primeras décadas de este siglo. El equipo de Zamora establecía que 28% nunca había asistido a la escuela y 90% no había terminado la primaria (Zamora, 1971: 90). La proporción había bajado a la mitad en 1984, aunque todavía era muy elevado el porcentaje de analfabetas detectado por la ETIDEU, 14% (17.6%, de las mujeres). De acuerdo a la ENEFNEU, el promedio general de años cursados y aprobados por los migrantes era de 4.9, nivel que se mantuvo en la ETIDEU (en el caso de las mujeres, 4.6) (CONAPO, 1986). En la ENEFNEU 34.3% había estudiado menos de 4 años y sólo el 24.6% completaron 7 años o más. Esta proporción era muy inferior al nivel que existía en Estados Unidos, donde de las personas mayores de 17 años, únicamente el 3.4% tenía entre 0 y 4 años de instrucción; el 14.1% tenía cursados entre 5 y 8 años y el 82.5% más de 8 años (CENIET, 1982). En algunos estudios de caso se encontró que el grado de escolaridad alcanzado se relacionaba positivamente con una mayor probabilidad de emigrar, lo que daba lugar a que se fuera la población más joven, más productiva y mejor educada. Sin embargo, no se trata de una situación generalizada. En la ciudad de Zamora participaban en la migración los trabajadores con bajo nivel educativo (de 0 a 3 años de escolaridad), siendo todavía menor el nivel entre los migrantes recurrentes. Verduzco señala que es probable que este grupo enfrentara serias limitaciones para insertarse de forma ventajosa en el mercado laboral que abrió el dinamismo económico y comercial zamorano, lo que los obligaba a integrarse en la migración laboral como una estrategia para valorizar

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mejor su fuerza de trabajo. En este orden de ideas propone que, a diferencia de la migración de origen rural, que recluta fundamentalmente a los sectores medios del campesinado, la migración urbana se nutre de los contingentes de trabajadores menos favorecidos (Verduzco, 1992). Nivel social Se ha señalado que, en general, migran más aquellos cuya actividad, agrícola o de otro tipo, les permite situarse por encima del nivel de subsistencia, pero no los que cuentan con granjas capitalistas eficientes, ya que sus ingresos en la localidad donde viven son suficientes para vivir bien (Diez Canedo, 1984). Al respecto, López Castro (1986: 88-96) sugiere que para poder migrar se requiere de una fuerte inversión (entre 300 y 350 dólares). Sin embargo, hace referencia a que hay otro elemento que favorece la migración, independientemente de la posición económica: las redes sociales. Por otro lado, plantea que los ricos viajan poco porque tienen posibilidad de rentar o comprar parcelas e invertir en la agricultura comercial. Un aspecto importante que menciona es que, en igualdad de condiciones la gente prefiere no moverse geográficamente.

Perfil ocupacional de los migrantes Sectores económicos de ocupación en México Tradicionales Aunque la mayoría de los entrevistados por Gamio (1969) en los 1920s se dedicaba a labores agropecuarias, como peón, mediero o minifundista, era significativa la presencia de pequeños comerciantes, obreros, empleados y artesanos. El autor lo atribuía a su elevada movilidad geográfica y ocupacional desde antes de su viaje al norte, ya que muchos residían en una gran ciudad antes de migrar. Durante el Programa Bracero en la mayoría de las comunidades michoacanas migraban tanto ejidatarios, como arrendatarios ecuareros y jornaleros (Fonseca, 1988; López Castro, 1986; Trigueros, 1994). Nuevos En 1971, de los entrevistados por el equipo de Zamora, 57% habían estado trabajando en México en el sector agrícola y únicamente 12% laboraron en trabajos calificados (Samora, 1971: 91). En la encuesta del CENIET (1982), se señala que el 58.5% de la población migrante se ocupaba en el sector primario, 15.1% en el secundario y 23.5% en el terciario.5 Estas proporciones son diferentes a las que presentaba entonces la 792

población mexicana en su conjunto, ya que únicamente el 39.3% se ocupaba en el sector primario; 21.4% en el secundario y 38.7% en el terciario. En la ETIDEU, el 39.4% laboraba en el sector primario, 33.1% en el secundario y 26.5% en el terciario. En cuanto a la ocupación desempeñada, el 59.6% de la muestra de la ENEFNEU desempeñaba labores agropecuarias; el 17.3% eran trabajadores no agrícolas y el 9.4% trabajadores en servicios y transportes (CENIET, 1982). En la ETIDEU, el 39.8% desempeñaba labores agropecuarias; 39.3% eran trabajadores no agrícolas, 8.5%, trabajadores en servicios y transportes y 7.6% se ocupaban en el comercio. Al analizar la información por sexos, sobresale el hecho de que sólo 5.6% de las mujeres trabajaba en el sector primario; 30.6% en el secundario y 60.2% en el terciario, de las cuales el 21.4% correspondía a actividades en unidades domésticas no productivas (CONAPO, 1986). De acuerdo a las investigaciones revisadas, la migración a Estados Unidos se presenta tanto en comunidades con agricultura tradicional, afectada por las malas condiciones de la tierra y lo reducido de las parcelas; como en las que se han implementado técnicas modernas con la consiguiente orientación de la producción al mercado (Trigueros; 1994). Otro aspecto interesante de mencionar es que, entre los migrantes que se encontraban en Estados Unidos había 27.2% (110,719) que no estaban trabajando antes de su viaje. De ellos, el 15.2% estaba desempleado, 14.1% era trabajador no remunerado y 40.3% se ocupaba en quehaceres domésticos (Ibid.). Llama la atención el hecho, señalado por Alarcón, de que fueran los que se ocupaban en actividades agrícolas los que optaban por la migración internacional, lo que se podría atribuir a que los que tenían cierta calificación, podían acomodarse en el mercado laboral mexicano —y que coincide con la observación de Verduzco sobre el nivel educativo de los migrantes—. Por ese motivo, los que tenían mayor preparación preferían migrar al interior del país, la mayoría de los cuales lo hacía en forma definitiva. Un aspecto en el que existen diferencias de una investigación a otra es el que se refiere al peso que tenían los poseedores de tierra en el conjunto de migrantes. Algunos autores encontraron que eran ellos los que preferentemente participaban en esta actividad; otros, que eran aquellos que no tenían los que más viajaban y más a menudo. López Castro (1986: 92-96), por su parte, encontró que 60% de las familias de ejidatarios enviaban migrantes continuamente y que 37.7% de los jefes ejidatarios migraban.6 Sin embargo, los que tenían más viajes en promedio eran los que disponían de parcelas medianas (entre 4 y 6 hectáreas); siguiéndolos los de 7 a 10 hectáreas y, al último, los de 1 a 3 hectáreas. Plantea que existe un límite arriba del cual dejan de viajar, y lo fija, para el caso de Gómez Farías, en 10 hectáreas de

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riego. También señala que migraban más los poseedores de tierras de riego y sus hijos, en relación a los que disponían de tierras de temporal. El autor supone que esto se debía a que en estas últimas se necesitaba la mano de obra familiar para el trabajo en la parcela, o bien, a la falta de recursos para financiar el viaje. Sin embargo, en Chavinda, un poco más de la mitad del flujo migratorio (57.2%) estaba formado por jornaleros. Alarcón encontró que migraban más los jornaleros, y de los poseedores, los que tenían tierras de riego. Según Fonseca (1988), aunque en Jaripo, la actividad principal era la agricultura, a partir de los 1970s se notaba un creciente abandono de la agricultura de subsistencia, debido a que un número importante de familias vivía exclusivamente de la migración a Estados Unidos. Sectores económicos de ocupación en Estados Unidos Tradicionales Santibáñez (1930) señala que a fines del siglo pasado, los mexicanos que llegaban a las poblaciones fronterizas del estado de Texas se empleaban en la agricultura y las industrias de la construcción, ferrocarrilera y automotriz. En 1920, los mexicanos continuaban trabajando en la agricultura, la ganadería, la industria ferrocarrilera, y la de la construcción, urbana y caminera, pero además lo hacían en la petrolera, la extractiva y la ladrillera. También laboraban como empleados de restaurantes y estibadores. Menciona que existían algunos casos de trabajadores calificados como artesanos, sastres, impresores, peluqueros, comerciantes y médicos. Por último, los trabajos en la industria y los calificados se realizaban en el norte, ya que, según el autor, en el sur, ese tipo de trabajos estaban cerrados para los mexicanos (Ibid., 88-89). La información de Gamio (1930) coincide, en términos generales con la de Santibáñez, y se refiere a que en la primera década del siglo, los trabajadores mexicanos se empleaban principalmente en el cultivo y la cosecha de algodón, maíz, caña de azúcar y frutas; pero también en los ferrocarriles, en los ranchos ganaderos y en la minería. Para la década siguiente (1910-1920) la demanda de fuerza de trabajo mexicana se había intensificado y se ocupaban en el cultivo de la remolacha y en industrias tales como la acerera, la cementera, la automotriz y las empacadoras de alimentos del este y el medioeste (Gamio, 1930: 25-27). Señala que la demanda de trabajadores mexicanos en la industria era pequeña, pero constante, y, generalmente, el trabajador mantenía su posición durante todo el año. El motivo por el que ellos se desplazaban al sur era por lo riguroso del invierno; siendo probable que al año siguiente regresaran a su mismo trabajo. En cambio, la 794

demanda para las labores agrícolas era muy grande, pero variable, y se limitaba a ciertas estaciones del año y a ciertas labores. De tal manera que para diciembre la demanda se acababa enteramente, y muchos trabajadores se veían obligados a regresar (Ibid., 43). Plantea que la distribución geográfica de los migrantes parecía comprobabar que una alta proporción de ellos estaba empleada en el trabajo rural, en pequeños pueblos y ciudades, mientras un grupo reducido laboraba en empresas industriales en ciudades como Chicago, Los Angeles, San Antonio y los alrededores de Pittsburgh (Ibid., 29). Sin embargo, entre sus entrevistados la agricultura no era la actividad principal. La mayoría de sus informantes se ocupaban en trabajos poco calificados, como peones del ferrocarril, jornaleros agrícolas, en la construcción de vías de comunicación y de casas. También obtuvo información de obreros de las industrias minera, cementera, fundidora y empacadora. Algunos laboraban como trabajadores en servicios y otros pocos eran artesanos o comerciantes en pequeño. Encontró que tenían una extrema movilidad ocupacional, lo que, desde su punto de vista, reflejaba la precariedad de los empleos y la sobreexplotación y discriminación que sufrían (Gamio, 1969). Fabila (1932) también resalta la importancia de empleos como la construcción de carreteras, la minería, la industria manufacturera y la ferrocarrilera y añade la pizca del limón —que consideraba era uno de los menos pesados y, quizá el mejor retribuido— y la pizca del algodón. Las investigaciones en comunidades coinciden con las observaciones de los autores mencionados en el sentido de que en esta primera etapa la migración se dirigía a sectores económicos no agrícolas. En cambio, durante el Programa Bracero, la mayoría laboró en la agricultura; aunque hubo casos aislados que se ocupaban en la industria ferrocarrilera, la maderera, el cuidado de bosques y hasta como cocineros (Fonseca, 1986).

Modernos De acuerdo a la investigación del equipo de Samora (1971), de los entrevistados que lograron trabajar (43%) la mayoría estaba empleada en la agricultura. Aun cuando sabían que la mejor manera de evitar ser aprehendidos era alejándose de la frontera, los primerizos, sin contactos en Estados Unidos buscaban empleo en la agricultura de los estados fronterizos debido a que, siendo que la mayoría provenían de áreas rurales, eso era lo que sabían hacer. De acuerdo a sus observaciones, era en esa zona donde obtenían un cierto grado de socialización, y aprendían acerca del código no escrito del comportamiento del “mojado” (Samora, 1971: 74-75). 795

La información de la ENEFNEU nos permite tener un acercamiento a los sectores de actividad de los migrantes de toda la república, aunque únicamente se trata de aquellos que estaban en su vivienda y podían informar sobre su experiencia en el último viaje. De ellos, el 37.1% laboraba en el sector primario; 24.8% en el secundario y 37.6% en el terciario (CENIET, 1982, 144). Según la ETIDEU, los porcentajes eran de 45% en el sector primario; de 21.5% en el secundario y de 33.1% en el terciario. En cuanto a la ocupación, el 45.9% eran trabajadores agropecuarios; 33.9% laboraban en el proceso industrial; 17.4% en servicios y transportes y 1.8% en el comercio. Por otro lado, existen comportamientos diferentes entre las mujeres migrantes. Unicamente el 12.7% de ellas se desempeñaban en el sector primario; 7.8% en el secundario y 78.7% en el terciario; de las cuales, 61.6% laboraba en unidades domésticas no productivas (CONAPO, 1986). A pesar de que la agricultura seguía siendo la actividad en la que se ocupaba la mayor proporción de migrantes, el peso de esta actividad variaba entre los migrantes de cada comunidad, aspecto que está muy relacionado con el estado norteamericano al que se dirigían. En la investigación de Alarcón en Chavinda (1988), el 66.9% se ocupaba en actividades agrícolas, 15.8% en actividades manuales y 12.6% en servicios no calificados. En cambio, un elevado porcentaje de jaripeños se incorporaba en grupos familiares al trabajo agrícola en California (a pesar de contar con papeles para entrar legalmente) (Fonseca, 1988). Lo mismo sucedía entre los migrantes de Los Altos de Jalisco, quienes se ocupaban en el sector primario tanto en California como en Texas. Los que se ocupaban en la industria se iban a Chicago o a Los Angeles. De los migrantes provenientes de Chavinda, aunque el trabajo agrícola era el más favorecido, cada vez encontraban más posibilidades de ocuparse en actividades no agrícolas, lo que además se debía a que en el campo cada vez había menos oportunidades de empleo por la mecanización de los cultivos. Esto daba lugar a que las estancias fueran más largas (López Castro, 1986). Niveles de ingreso En México Gamio señalaba, basándose en fuentes oficiales mexicanas, que en 1926, el promedio de salario diario para los trabajadores agrícolas en México era de 0.91 pesos, y el de los trabajadores industriales, de 1.40; o sea, en promedio 1.15 pesos, lo que significaba 0.57 dólares. Pero que en las regiones de las cuales provenían la mayor parte de los migrantes, el salario diario era todavía más bajo. Decía que, de acuerdo a sus cálculos, el salario mínimo para que el trabajador con una familia de 796

cinco miembros, pudiera sobrevivir, aun sin educación y recreación, o sea sólo con su urgente necesidad de vivir, debía ser de 247.48 pesos al mes (123.74 dólares). En estados como Aguascalientes y Tamaulipas, debía ser más alto, puesto que el costo de la vida era mayor. Sin embargo, con el salario promedio de 1.15 pesos al mes únicamente sería 35.65 pesos; lo que significaba que se debería incrementar aproximadamente ocho veces para que pudiera cubrir el costo de las necesidades de vida normales (Gamio, 1930: 35-37).

En Estados Unidos Santibáñez (1930: 93), encontró que en Texas los jornaleros trabajaban de 10 a 12 horas diarias y recibían a cambio 1.25 o 2 dólares, según la época del año y la disponibilidad de migrantes. Pero en el norte, el salario era doble o triple ya que no había tanta competencia como en los estados fronterizos. Gamio (1930: 38) señalaba que era muy difícil establecer los salarios de los migrantes mexicanos puesto que eran mucho más bajos que los registrados en las estadísticas oficiales y su nivel fluctuaba cuando cambiaba la demanda. Por estos motivos prefirió utilizar datos obtenidos de su trabajo de campo, de la información consular y de algunos empleadores de trabajadores mexicanos. De acuerdo a esta información el pago mínimo era de 1.50 dólares al día y, un poco más bajo en algunas partes de Texas; mientras que en otras regiones la remuneración llegaba hasta 6 dólares diarios. Al establecer un promedio con esta información obtenía un salario de 3.38 dólares diarios o 104.78 al mes de treinta y un días. Este pago era seis veces mayor que el de 17.67 dólares al mes que el trabajador ganaba en México. Según sus cálculos, el salario en México constituía la octava parte del costo de la vida, en tanto que en Estados Unidos se mantenía en relación con el pago que recibían. En general, en México el costo de la vida era muy alto y el pago muy bajo, mientras que en Estados Unidos el pago era mucho más alto y el costo de la vida, menor (Ibid., 38-40). En Estados Unidos el trabajador mexicano no sólo ganaba lo suficiente para satisfacer sus requerimientos elementales para un mínimo de bienestar; sino que también gastaba dinero para educación, recreación, etc. Los trabajadores mexicanos en Estados Unidos poseían propiedades que nunca lograrían con los ingresos en México: automóviles, fonógrafos y refrigeradores (Ibid., 41). Fabila (1932: 55) señalaba que aunque el salario mínimo en Estados Unidos se había establecido en 5 dólares por ocho horas diarias de labor, y 3 para las mujeres; el mexicano se quedaba satisfecho con 15 o 16 dólares semanales. En la encuesta de Samora (1971), de los que lograron trabajar antes de ser aprehendidos, 26% ganaban menos de un dólar por hora; 56%, entre 1.00 y 2.00 797

Dólares; 14%, entre 2.0 y 3.00, y 3% ganaba arriba de 3.0 dólares por hora. También realizaron un estudio en El Paso en 1969 y ahí encontraron que los salarios para indocumentados en la agricultura eran de entre 0.75 y 1.10 dólares. No se podían quejar porque los denunciaban y había suficiente repuesto. Las mujeres que trabajaban en unidades domésticas no productivas conmutaban diario de México y ganaban 2.00 dólares diarios (Samora, 1971: 98-99). De acuerdo a las observaciones del Senador Ralph Yarborough (1968:188190), citado por Samora (1971: 24) Texas era uno de los estados con más bajas remuneraciones; era uno de los 13 que no tenían salario mínimo. Pero que los otros 12 eran predominantemente rurales, en tanto que Texas era un rico estado industrial, y su agricultura se encontraba entre los tres principales productores. Entre los encuestados en la ETIDEU en 1984, el ingreso diario más usual era en 1984 de 21 a 30 dólares, ya que el 39.7% ganaba dentro de ese rango; sin embargo había 27.9% que ganaban menos y un 8.6% que ganaba 41 dólares o más. Entre los migrantes de La Purísima entrevistados en 1981, el ingreso semanal más usual era de 100 a 199 dólares (72% de los entrevistados), y aunque variaba según la rama de actividad, en todas era predominante. 7 En Gómez Farías el sueldo mensual promedio en 1982, de acuerdo a López Castro (1986) era de 624 dólares, del cual gastan aproximadamente el 32.1% en casa y comida; 16% en otros gastos, envían a sus casas 32.1% y todavía ahorran 19.9%.

Migración interna Es común encontrar en los poblados donde se practica la migración internacional, que ésta se combina con la migración interna, aunque los destinos y el peso de cada modalidad varía de una comunidad a otra. Sin embargo, a pesar de las diferencias, todos los autores coinciden en que la que se dirige a Estados Unidos es mucho más importante. Esta última es casi siempre es temporal, mientras que la que se dirige al interior de la República Mexicana es en muchos casos permanente. Llama la atención que los dos tipos de desplazamientos se pueden encontrar en una misma familia y aún en un mismo individuo; en estos casos se trata de migraciones temporales. En Chavinda, el 25.4% de los entrevistados por Alarcón habían estado trabajando en Estados Unidos pero sólo 6.4% lo había hecho en algún otro lugar de México. Por otro lado, como ya vimos, mientras los trabajadores agrícolas optan en gran proporción por Estados Unidos, entre los trabajadores manuales y no manuales la incidencia en la migración interna es un poco más alta, aunque, también inferior a la que se dirige a Estados Unidos. En La Purísima, la migración al Distrito Federal era usual, pero también muy inferior a la que se dirigía al vecino país.

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Características socio-demográficas de los flujos de migrantes laborales mexicanos hacia Estados Unidos, por regiones de procedencia (ENADID and EMIF Surveys) Características generales Los datos muestran que las zonas de expulsión tradicionales mantienen los primeros lugares, aunque su peso en el conjunto se ha reducido. En 1930 Gamio señalaba que el 54.3% de los migrantes mexicanos provenía de tres estados del centro-occidente de México (Michoacán, Guanajuato y Jalisco). En la ENADID (1992), esos tres estados aportaban el 35.2%, y en la EMIF (1993-1994), el 30.4% de los que se dirigen a Estados Unidos y 36.5% de los que vienen de regreso. También, según las investigaciones revisadas, a lo largo del tiempo se incorporaron otros estados como Zacatecas, Durango y Chihuahua, a los que se han agregado algunas entidades fronterizas, del centro de México, y los de la zona Pacífico Sur. De acuerdo a la ENADID, después de los tres estados tradicionales se ubicaron: México, en cuarto lugar, Zacatecas, Durango, Guerrero, Chihuahua, el Distrito Federal, Nuevo León y Tamaulipas, en ese orden de importancia.8 De acuerdo a la ENADID, las personas que migraron entre 1987 y 1992 constituyen el 2.34% de la población, 1.09% habían retornado y 1.24% permanecían en Estados Unidos. Si consideramos la participación por entidades, destacan Michoacán, donde representan el 7.78%; Zacatecas (7.74%), Durango (6.42%) y Colima (5.68%); mientras para los estados del sureste sólo constituyen el 0.1% en Tabasco, 0.2% en Chiapas y 0.3% en Tabasco y Campeche. De los michoacanos habían regresado 4.39% y 3.98% de los zacatecanos, seguidos por los colimeños (3.35%) y los nayaritas (3.11%). Sin embargo, con la información disponible es difícil interpretar qué elementos podrían influir en estas diferencias. Si consideramos a la población de 12 años o más, el 3.9% de ella ha ido a buscar trabajo en Estados Unidos, pero, en el caso de los hombres, el porcentaje es de 6.7%. Sobresalen los hombres mayores de 50 años, entre quienes el 11.4% ha estado en esa situación. Tomando en cuenta la regionalización propuesta, y como ya habíamos señalado, el 36.5% de los migrantes registrados por la ENADID nació en la región I (mayor salida de la emigración). En el flujo de los migrantes que regresan de Estados Unidos (EMIF) el porcentaje es algo mayor, 37.4%; pero mucho menor en los deportados, 27.7%. La siguen, con un margen de diferencia muy grande, los de la región de las seis entidades (III) y la de la frontera norte (II) con el 18.4% y 18%, respectivamente. En la EMIF, en el flujo de los que vienen de Estados Unidos los porcentajes son: superior, el de la III, 24.5%, pero inferior el de la zona fronteriza, 18.1% (en los deportados, los de la frontera presentan un

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porcentaje superior, 22%, frente a 20.4% de la III). Las regiones IV y V se encuentran a una distancia bastante amplia de las anteriores, ya que proporcionan el 13.1% y el 11.8%, de acuerdo a los datos de la ENADID y 11.2% y sólo 6.7%, respectivamente en el flujo de los que regresan de Estados Unidos. En el caso de los deportados existen diferencias importantes entre estas dos regiones, ya que la región V supera a la región IV con un amplio margen : 16.3% frente a 10.2%. Así, resulta más alto en el caso de la región V con relación a la ENADID y más bajo en la IV. Por último, la región VI (entidades del sureste) presenta una participación sumamente limitada en las dos encuestas, en la ENADID, 2.1%; en la EMIF, flujo norte-sur 2.0% y algo más alta, 3.5% entre los deportados. Al considerar la región de residencia —que supone en algunos casos una migración previa— encontramos que en la ENADID, los cambios resultan insignificantes. Sin embargo, en la EMIF, en el flujo de los que vienen de Estados Unidos, pierden peso las regiones tradicionales I y III, así como la de OaxacaGuerrero, mientras ganan la del valle de México y la de la frontera, lo que no es de extrañar, dado que esas zonas constituyen polo de atracción, especialmente, algunos estados de la región II. En el flujo de los deportados, sólo la región fronteriza incrementa su porcentaje, que alcanza 32.1%. La región I que es la que le sigue, sólo constituye el 24.5%, la región III el 16.7% y la región IV y la región V, 9.7% y 14.3%, respectivamente. Esto nos lleva a constatar que, como se señala en investigaciones microrregionales, varios migrantes internacionales cambian su residencia, principalmente, hacia el norte, antes de ir a Estados Unidos.

Características sociodemográficas Distribución por sexo La población masculina sigue siendo preponderante, aún cuando el índice de masculinidad es muy diferente en cada una de las encuestas. En la ENADID el 26.2% de la población son mujeres, mientras que en la EMIF únicamente el 1.88% de los que provienen de Estados Unidos, y 5.6% de los migrantes que vienen del sur. La presencia femenina es mayor entre los deportados: 10.7%. Es probable que esto se deba a la mayor participación de jóvenes. La diferencia en cada una de las encuestas podría ser atribuible a que, según se ha detectado en los estudios microrregionales, muchas mujeres sólo migran cuando tienen papeles, y, cuando esto sucede, pueden viajar directamente desde su lugar de origen y regresar de la misma manera, sin necesidad de dirigirse a la frontera, por lo que no pueden ser captadas por la EMIF. Si consideramos la distribución por regiones, volvemos a encontrar diferencias entre las encuestas. Así, por ejemplo, en el caso de los que vienen de Estados Unidos de la EMIF, la región V no cuenta con mujeres, y la región I y la región IV, 800

sólo con 1.2% y 1.5%, respectivamente. El porcentaje más alto es el de la zona fronteriza con únicamente 3.2%. Entre los deportados las diferencias por regiones son mínimas ya que el porcentaje de hombres fluctúa entre 82.3% en la región III y 86.2% en la región I. En cambio, en la ENADID la región con más bajo porcentaje de mujeres es la del Valle de México, con 18.4%; y, al igual que en la EMIF, la que cuenta con mayor participación femenina es la de la frontera (32.5%).9

Distribución por edades Se ha señalado, también, que en la migración laboral a Estados Unidos predominan los jóvenes, lo que se confirma en nuestras encuestas, aunque con diferencias entre ellas y en los distintos tipos de flujos. En la ENADID, el promedio de edad es de 25.8% ; muy semejante al de los deportados, 25.4. En el flujo de los que vienen de Estados Unidos el promedio es mucho mayor, 31.68, quizá debido a que algunos de ellos ya regresan de manera definitiva. De cualquier forma, si consideramos que se trata únicamente de población trabajadora, este promedio no resulta demasiado alto. Tomando en cuenta el comportamiento por sexo, encontramos diferencias importantes en cada encuesta. En la ENADID, el promedio de edad de las mujeres es más bajo que el de los hombres (23.8% frente a 26.6% de los hombres) ; en la EMIF sucede lo contrario: el promedio es superior en las mujeres, aunque la diferencia es poco pronunciada. En el caso de los que regresan de Estados Unidos, 32.58 frente a 31.67 en los hombres; en el de los deportados, 27 frente a 25,7 en los hombres. Si analizamos esta variable según el tipo de localidad de nacimiento vemos que en la EMIF las diferencias son muy pequeñas, tanto en el caso de los que vienen de Estados Unidos, como en el de los deportados, siendo mayor el promedio en los que nacieron en comunidades rurales (en los que vienen del norte, 32.8 en los de origen rural y 30.25 en los provenientes de ciudades; en los deportados, la relación es de 26.8 y 25.1, respectivamente). En la ENADID, la diferencia es todavía menor, 26 años en los de origen rural y 25.6 años en los que provienen de localidades urbanas. También las diferencias por regiones de procedencia son pequeñas. En la ENADID los más jóvenes son los de las región Oaxaca-Guerrero (25.1 años), los mayores, los de las norteñas (26.9 años en la región II y 26.1 años en la región III). Esto podría deberse a la facilidad de los desplazamientos, sobre todo en el caso de las entidades fronterizas; y quizá podría influir la antigüedad de la tradición, ya que, como ya hemos visto, los estados sureños se integraron a esta práctica mucho más tardíamente. En los que vienen de Estados Unidos de la EMIF sucede algo 801

parecido, los promedios menores corresponden a las regiones más nuevas en la práctica migratoria, la región IV y la región V (28.5 años y 28.06 años respectivamente); siendo los mayores los de las regiones más tradicionales, la región I y la región III, con 33.4 años y 32.5 años, respectivamente. En los deportados la situación es contrastante, ya que el promedio más bajo es el de la región III, 24.6 años; y, el más alto, el de la región V, 27.7 años. Según la ENADID, el 47.5% de los hombres migrantes está en los grupos de edad comprendidos entre los 15 y 24 años; ubicándose el 73.2% entre los 15 y los 34 años. La situación es semejante en el caso de las mujeres, aunque algo más concentradas en el grupo de 15 a 24 años, 49.1%, y menos entre los 15 y los 34 años (71.7%). Los deportados (EMIF) son mucho más jóvenes, el 72.9% se encuentra entre los 15 y los 29 años; alcanzando una proporción de 85.6% los que están comprendidos entre los 15 y los 34 años. En tanto que, de los que vienen de Estados Unidos, únicamente 31% está entre los 15 y los 24 años, y 65.7% entre los 15 y los 34 años. Como ya habíamos visto cuando analizamos los promedios, este tipo de flujo incluye un porcentaje más alto de migrantes mayores. Esta situación se hace más evidente en el caso de las mujeres, ya que entre los 15 y los 34 años sólo se encuentra el 52.5% de ellas. Estado civil de los migrantes En cuanto al estado civil de los migrantes, de acuerdo a la información de la ENADID, predominan los casados o unidos (unidos), aunque existen diferencias importantes entre sexos, ya que mientras en los hombres constituyen el 72.2%, en el caso de las mujeres, sólo el 58.3%. En cambio, en éstas es bastante elevado el peso de las separadas, viudas o divorciadas (desunidas), ya que es de 18.5% frente a únicamente 2.6% en los hombres. Quizá esto se deba a que un número importante de mujeres recurren a esta práctica cuando requieren recursos para sostener a su familia. En los solteros el porcentaje es semejante en ambos sexos (25.2% en los hombres y 23.2% en las mujeres). Esto parece demostrar que, a diferencia de lo que muchos suponen, la migración es más una estrategia para sostener al grupo doméstico, que una simple aventura. En los que regresan de Estados Unidos de la EMIF, también los unidos superan a los solteros, aunque los márgenes son menores, 64.7% en los hombres y 57.3% en las mujeres. En este caso, la proporción de desunidos es muy reducida en los dos sexos, 1.5% en los hombres y 2.7% en las mujeres. También es más alto el porcentaje de mujeres solteras 40% (frente a 33% de los hombres). Llama la atención el caso de la región IV, pues en ella los solteros superan a los unidos (53% frente a 46.9%); en tanto que en las demás regiones se observan patrones semejantes al que presenta el conjunto de la población.

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En cambio, entre los deportados, el 60.41% son solteros y 37.4% casados. Llama la atención que entre las mujeres, el porcentaje sea muy semejante 47.4% y 45.3%, respectivamente. La relación se invierte cuando se toma en cuenta el lugar de residencia de las mujeres deportadas (47.3% casadas y 44.8% solteras). Distribución por tipo de localidad Se ha señalado que aunque tradicionalmente los migrantes provenían de áreas rurales, esta tendencia se ha ido reduciendo, de tal manera que actualmente es mayor la proporción de aquellos que nacieron en localidades urbanas (de 15,000 habitantes o más). Sin embargo, de acuerdo a las dos encuestas, los migrantes de origen rural presentan porcentajes ligeramente superiores. En la ENADID, los de origen rural constituyen el 55.3% y entre los que proceden de Estados Unidos y viven en México, de la EMIF, 61.4%. Unicamente entre los deportados, los de origen urbano presentan un porcentaje mayor, 58.7%. Es posible que esta predominancia esté relacionada con la edad y la región de residencia, pues, como vimos, los migrantes deportados son más jóvenes y tienen mayor peso en los estados fronterizos, donde predomina la población urbana. También podría influir el hecho de que las redes que favorecen la migración son más fuertes en las comunidades rurales; por lo que serían los migrantes urbanos los que se encontrarían “desprotegidos” en el territorio americano. Sin embargo, únicamente se trata de hipótesis que podrían ser exploradas. Por otro lado, si consideramos la localidad de residencia, la proporción de migrantes urbanos se incrementa ligeramente, debido a la migración previa de localidades rurales a urbanas que ya se ha señalado. En la ENADID aumenta a 44.7%, aún cuando continúa siendo mayor el peso de los que vienen de zonas rurales. En la EMIF, la población urbana que regresa de Estados Unidos (53.6%) sí llega a superar a la de residencia rural. Entre los deportados constituye el 68.4%. Al considerar las regiones, en la ENADID, se notan diferencias muy marcadas, ya que mientras la regiones del Valle de México y de la Frontera tienen porcentajes bajos de migrantes rurales (32.1% y 34.2%, respectivamente) en las otras la proporción es mayor de 60%, especialmente en la de las Seis Entidades que alcanza 70%. Escolaridad de los migrantes Igual que sucedía en los aspectos antes mencionados, y siguiendo la tendencia de la población mexicana en su conjunto, ha aumentado el nivel de escolaridad de los migrantes. Sin embargo, y seguramente relacionado con el peso de la población rural, el porcentaje de analfabetismo continúa siendo bastante elevado y el promedio de escolaridad bajo.

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Los datos de la ENADID nos muestran que únicamente el 4% de los migrantes no lee ni escribe; sin embargo, de los que asistieron a la escuela, más de la mitad (57.8%) no pasó más allá de la primaria y sólo 3.8% llegó a cursar estudios de nivel profesional. Según los datos de la EMIF, entre los que vienen de Estados Unidos, el porcentaje de los que no aprobaron ningún año de escuela es bastante alto, 11.7%, siendo bastante inferior en los deportados, 8.2%. De este mismo flujo, 53.6% no llegó al nivel de secundaria y sólo 1.1% llegó a aprobar grados de formación profesional. Llama la atención que, en términos generales, las mujeres presentan niveles ligeramente superiores de escolaridad, ya que de las que no llegaron más allá de la primaria el porcentaje es de 57.8% (frente a 58.7% de los hombres), en tanto que en el nivel profesional presenta un 5.5% frente a un 3.4% en los hombres). En el flujo de los que regresan de Estados Unidos (EMIF) sucede algo semejante, ya que 11.8% de los hombres no llegó a aprobar ningún grado de escuela, frente a 4% de las mujeres. Unicamente 32% de los hombres pasaron más allá de la primaria, de las mujeres, 41.4%. Sorprende el bajísimo nivel de escolaridad de la región I ya que 19.1% de los que nacieron ahí no terminó ningún grado escolar (de los nacidos en la región de la frontera, sólo 3.8%), y únicamente 17.3% llegaron a un nivel superior a la primaria (52.3% de la región II). Las diferencias son mucho menos pronunciadas entre la población rural y la urbana pues, por ejemplo, el porcentaje de los que no aprobó ningún grado fue de 13.1% en la población rural y de 11.2% en la urbana. Si consideramos el promedio de años de escolaridad tenemos que en el flujo de los que vienen del sur de la EMIF10, es de 5.96 en la población rural, y de 7.02, en la de origen urbano. En el caso de los que regresan de Estados Unidos, es de 5.41 y de 6.47, respectivamente. Entre los deportados es de 6.87 en los de origen urbano y de 6.16 en los de origen rural. En cuanto a la escolaridad por sexo, observamos también que el de las mujeres es superior, 7.61, frente a 6.26 en los hombres en el flujo procedente del sur; de 7.09, frente a 5.9, en el que proviene de Estados Unidos y de 6.88, frente a 6.53 en los deportados. Así, parece comprobarse que las mujeres que migran son más preparadas, a pesar que, en el conjunto de la población ellas se encuentran en gran desventaja educativa frente a los varones.

Actividad laboral de los migrantes en México11 Actividad laboral por sexos De acuerdo a la información de la ENADID, 78.6% de los hombres entrevistados trabajaron durante los 30 días anteriores al levantamiento de la encuesta. De los que no laboraron, fueron los que tenían empleo y no trabajaron, quienes alcanzaron 804

el porcentaje más alto (34.2%); sin embargo, la proporción de los que buscaban empleo era bastante elevada, 27.3%. De los que venían voluntariamente de regreso de Estados Unidos (EMIF), e informaron al respecto, 83.9% trabajó los treinta días anteriores a su viaje a Estados Unidos y de los deportados, 78.7%. Así vemos que, como se ha señalado en muchas ocasiones, la migración no puede ser atribuida a la falta de empleo, sino a las diferencias en las remuneraciones. De los que sí estuvieron ocupados, según la ENADID, el porcentaje más alto es el de los empleados u obreros con 44.7%; siguiéndolos en importancia los trabajadores por cuenta propia (30.9%) y los jornaleros (15.5%). Como se ve, aún cuando muchos de los migrantes siguen residiendo en áreas rurales, son muy pocos los que todavía laboran en actividades agrícolas. Aunque hay que tomar en cuenta que muchos de los trabajadores no remunerados (6.3%) y varios de los que señalaron ser trabajadores por cuenta propia podrían también laborar en el campo, en el predio familiar, los primeros y como ejidatarios o minifundistas agrícolas, los segundos. Sin embargo esta información no nos la proporciona la encuesta. Es de señalar que únicamente un 2.4% se ocupa como patrón o empresario, lo que resulta congruente con lo que se conoce de la práctica migratoria y del tipo de trabajos que realizan los mexicanos en Estados Unidos. En lo que se refiere a los que venían voluntariamente de Estados Unidos (EMIF), más de la mitad (54.9%) se ocupó en el sector agropecuario; en los deportados el porcentaje es más bajo, pero superaba, de todos modos, a los demás (35.5%). Los otros sectores tenían mucho menor importancia en los retornantes voluntarios, 25.4%, el industrial (de los cuales el 17.3% correspondía a la industria de la construcción); y 19.6%, el terciario (0.2% correspondía al servicio doméstico). Entre los deportados, el sector industrial se acercaba más al agropecuario con 33.9% (20.5% en la construcción), muy cercano, también, al sector servicios, con 30.5% (1.1% en el servicio doméstico). Así vemos que, mientras el sector agropecuario tenía un importante peso entre los que regresaban voluntariamente, entre los deportados las actividades que se pueden considerar “urbanas” en conjunto superaban al sector primario. Es de subrayarse la elevada proporción de migrantes ocupados en la construcción —en los de retorno voluntario alcanza 16%— frente a las demás subramas de la actividad industrial que sólo representan 8.6%. Esta situación nos hace pensar que la mayor parte de los que cuentan con empleos en el sector manufacturero no migran, mientras que, para los trabajadores de la industria de la construcción, la migración resulta una estrategia atractiva, sobre todo si tomamos en cuenta la inestabilidad del empleo en esa rama y las malas condiciones laborales y salariales que privan en ella. De las mujeres, según la ENADID, la proporción de aquéllas que trabajaban en México es muy baja 32.5%. Cuando revisamos las causas nos damos cuenta que

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se debe, en el 85% de los casos, a que se ocupaban en quehaceres del hogar. Sin embargo, hay que recalcar que todas ellas migraron a Estados Unidos con la finalidad de trabajar o buscar trabajo. De las que sí estuvieron ocupadas, el porcentaje más alto es el de las empleadas u obreras con 68.8%. Les siguen las trabajadoras por cuenta propia (21.4%) y, con mucha distancia, las trabajadoras no remuneradas (7.2%). En cambio, el peso de las jornaleras es mínimo (2.2%). Entre las que retornaron voluntariamente (EMIF), el porcentaje de las que trabajaban antes de ir a Estados Unidos12 (38.9%), es ligeramente más alto que el de la ENADID, pero inferior al que presentan aquéllas que fueron deportadas (45.9%). Una proporción importante se ocupaba en el sector servicios, de las primeras, 68.2%; de las deportadas, 63.9% (16.7% y 19.8%, respectivamente, en el servicio doméstico). El sector industrial es el que presenta el peso más bajo en las de retorno voluntario, 7.6% ; en tanto que en las deportadas, el sector agrícola (14.9%). Actividad por región de residencia Naturalmente la situación cambia cuando consideramos la localidad de residencia, aunque en el caso de la actividad agropecuaria no resulta tan marcado como podría esperarse, ya que, en los de retorno de Estados Unidos, en las áreas rurales es de 61.4% y en las zonas no rurales, de 43.3%. En cambio, el sector industrial, sí muestra una diferencia considerable: 33.9% en las localidades urbanas frente a 20.6% en las rurales. En el sector terciario, aunque sí hay diferencias, éstas son menos notables (18% en las áreas rurales frente a 22.8% en las urbanas). En la ENADID, observando únicamente el comportamiento masculino, los porcentajes más altos de obreros o empleados se encuentran en las regiones más urbanizadas, la región II y la región IV (53.1% y 51.6%, respectivamente), en tanto que en las regiones de mayor tradición migratoria (la región I y la región III), la proporción de jornaleros o peones es relativamente más alta (19,6% y 16%, respectivamente; frente a 7.2% en la región IV%). Llama la atención la elevada proporción de trabajadores no remunerados en las regiones III y V, ya que son de 13.2% y 10.4%, respectivamente, proporciones muy cercanas a las que ocupan los jornaleros. Quizá esto se deba a que en esas regiones es donde tiene mayor importancia la agricultura campesina de autoconsumo. Estos planteamientos se comprueban cuando analizamos el tipo de localidad en donde viven los migrantes, puesto que, en el caso de las ciudades de más de 100,000 habitantes, el porcentaje de empleados u obreros es de 64.5% (en las de 20,000 a 99,000, de 55.3%); en tanto que el de jornaleros es de 30.1% en las localidades de menos de 2,500 habitantes

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frente a 2.3% y 6.2% en las de 20,000 a 99,000 y en las de 100,000 o más, respectivamente. Los trabajadores sin remuneración destacan en las localidades más pequeñas (14.9%); bajando su importancia a medida que se trata de asentamientos mayores. Por último, la proporción de trabajadores por cuenta propia es muy semejante en todos los tipos de localidades, aunque es un poco menor en las de 100,000 habitantes (28.7%). En los deportados, el nivel de ocupación es alto en todas las regiones, superior a 70% ; especialmente elevado en la región del Valle de México (IV) donde alcanzó 87.6% y en la de Oaxaca-Guerrero (81.1%). Contrariamente a lo que se sabe con relación a la ocupación en la República Mexicana, fue la región fronteriza la que alcanzó el nivel más bajo de empleo (74.4%). Esto podría atribuirse a que muchos de los migrantes que viven ahí, lo hacen con la finalidad de pasar al otro lado, y no les interesa conseguir empleo. Un porcentaje relativamente alto de ellos, señaló que buscó trabajo y no encontró o que no trabajó por diversas razones. De los ocupados, sobresalen, en el sector primario, la región I (49.3%), la región III (47%) y la región V (45%); en tanto que en el sector servicios destacan la región IV (38.9%) y la región III (36%). Por último, el trabajo en el sector industrial tiene el mayor peso en la región III (47.5%) y en la región IV (39.6%). En el flujo de los que retornan voluntariamente, los porcentajes más altos en el sector agropecuario corresponden a las mismas regiones (I, III y V), pero en este caso las proporciones son superiores (61.3%, 62.4% y 68.1%). También, al igual que en los deportados, el sector servicios tiene un peso importante en la región IV, 42%, con lo que supera a los demás sectores económicos. En todas ellas el sector de la construcción supera al industrial (que presenta porcentajes bajísimos en todas las regiones) y es especialmente elevado en las regiones II y III. En el caso de las mujeres (ENADID), en todas las regiones encontramos el alto nivel de desocupación, especialmente en la de las seis entidades donde alcanzó un porcentaje de 73.1% (la proporción más baja fue en la de Oaxaca-Guerrero con 63.7%). La proporción más elevada en cuanto a motivos de no laborar es la que corresponde a los llamados quehaceres del hogar, estando en los extremos la región III con 64% y la región IV con 49.7%. Esta última destaca por presentar un porcentaje muy superior de mujeres que buscaron trabajo (8.8%) y de estudiantes (6.9%). Por último, las que buscan trabajo se concentran en las ciudades de más de 100,000 habitantes, habiendo porcentajes mínimos en las menores de 20,000. En lo que se refiere a su participación en la actividad agrícola, quedan en los extremos la región de las seis entidades (III) donde sólo participan 26.9% y la de Oaxaca-Guerrero (V) con 36.3%. Estos datos llaman la atención, puesto que, las dos regiones presentan elevados porcentajes de población rural, lo que haría suponer un comportamiento semejante.

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Se sabe, gracias a las investigaciones en microrregiones, que en esas zonas existen pocas posibilidades de empleo fuera del hogar, lo que se confirma en esta encuesta. Son las mujeres de las áreas urbanas las que más realizan trabajos fuera de su hogar, 38% de las que viven en localidades de más de 100,000 habitantes y 33.5% de las de ciudades pequeñas. En tanto que de las que viven en localidades de menos de 20,000, sólo lo hacen 26.3% y en las menores, 27.2%. Como ya decíamos el peso más importante en la ocupación es el de empleadas u obreras, y sorprende que estén en los extremos las de la región fronteriza y la del Valle de México (74.6% y 52.9%, respectivamente), puesto que se trata de las regiones más urbanizadas. Es muy probable que la diferencia se deba a la existencia de las empresas maquiladoras de la frontera que ocupan a un elevado número de mujeres. Prácticamente no hay jornaleras (con excepción de la región fronteriza en la que se registró un 6.3%, lo que es atribuible a la agricultura comercial que emplea un elevado número de trabajadores agrícolas, aunque muchos de ellos son estacionales). Por último, la región donde predominan las mujeres trabajadoras sin pago, no es una de predominancia rural, sino la del valle de México donde el porcentaje alcanza el 38.6%.

Características de la actividad migratoria Tradición migratoria Los entrevistados de las dos encuestas reportan haber participado en la migración desde antes del Programa Bracero, aunque resulta difícil conocer su peso real, ya que gran parte de los que vivieron esa experiencia han muerto o, en menor medida, se han ido a vivir a Estados Unidos y, en el caso de la EMIF, pasaron la edad en la que es usual migrar. Es por ello que las proporciones de entrevistados en esas condiciones son muy bajas y únicamente nos ofrecen indicios de la importancia de esa actividad en las distintas regiones. Así podemos observar, como también se mencionó antes, que el peso de cada una de ellas ha ido variando. A diferencia de lo que las investigaciones revisadas señalaban sobre la participación en la práctica migratoria de las distintas entidades federativas, según la información de la ENADID, antes de la firma del convenio para la contratación temporal de braceros (1942) los estados que tuvieron mayor participación son Tamaulipas y Durango, el primero contaba con 41.5%13 de los que viajaron en ese período. De la región tradicional, sólo Michoacán destaca, aunque se ubicaba en tercer lugar seguido de San Luis Potosí y Nuevo León. Sin embargo, se trata de pocos casos —dada la antigüedad del evento— aunque no deja de llamar la atención. Durante el período del Programa Bracero, los estados fronterizos pierden peso y se colocan en los primeros lugares Michoacán y Guanajuato, seguidos por Nuevo León y Durango. Jalisco comienza a destacar en los 1970s, cuando se ubica en 808

primer lugar seguido por Michoacán, San Luis Potosí y Zacatecas. Es sólo en los 1980s cuando Jalisco adquiere importancia, ya que de los que migraron por última vez, los provenientes de ese estado constituyen el 16% en 1980-85 y el 19.2% en 1986. Sin embargo, no llega a superar a Michoacán que aporta el 22.6%. La región I tuvo su mayor predominio entre 1965 y 1986, ya que aportó el 46.8% de los migrantes. Si la unimos con la región III tenemos que el 70% de los que estuvieron por última vez en ese período provenía de esa zona; en tanto que las regiones IV y V sólo aportaron el 4.6% y el 4.5%, respectivamente. En los que retornan voluntariamente (EMIF), al revés de lo que ocurría entre los informantes de la ENADID, la región I supera a las otras desde el primer período (con excepción al quinquenio de 1965-69) período en el que la región III le duplica en cuanto a presencia. Después de entonces su importancia resulta indiscutible hasta los 1990s donde su margen de ventaja se reduce notablemente, otra vez frente a la región III. Esta última es la que le sigue en todos los períodos, en tanto que en el tercer lugar se ubica la región de la frontera, excepto en el período 1965-69, cuando la del Valle de México se ubica en el tercer lugar. Entre los deportados, la participación de las cuatro primeras regiones es muy semejante en el período anterior a 1941, destacando la de la zona fronteriza y la del Valle de México. En cambio, durante la época del Programa Bracero, sobresalen la de las seis entidades y la de Oaxaca-Guerrero. Así, según estos datos, la región I tampoco sobresale, lo que sólo ocurre a partir del período 1965-69, con 52.9%, justo al revés de lo que se observaba en el otro flujo. En los 1970s aporta 40% y su predominio se mantiene hasta 1986 con 35.6%. Después de entonces, vuelve a perder peso, con sólo un 27.7% de los migrantes; proporción ligeramente inferior a la de la región de la frontera (que cuenta con el 27.8%). Con los datos presentados, nos damos cuenta que es difícil saber a tantos años de distancia cuales eran las regiones preponderantes, aún cuando queda claro que son las tres primeras las que, en casi todos los casos, se ubican en los primeros lugares. Por otro lado, según la información tanto de los que regresan de Estados Unidos, como de los deportados, la participación de la población rural fue muy importante durante los 1940s, 1950s y 1960s de más de 75%, bajando a partir de entonces, de manera que para la década de los noventas únicamente aportó el 50.6% en los de retorno voluntario.

Lugares de destino De acuerdo a la EMIF, en el flujo de los de retorno voluntario, destacan, como era de esperarse, Texas con 39.6% y California con 30.1%. Les siguen en importancia, con una diferencia notable, Arizona con 5.1%, Florida con 3.3% y Carolina del Norte con 2.3%. 809

En cuanto a las ciudades, sobresalen, San Antonio y el Valle de Texas, con 6.9% cada una, Los Angeles, California con 6.2%, Houston y Dallas-Fort Worth en Texas con 4.4% y 4.2%, respectivamente y Fresno, California, y Phoenix, Arizona, con 3% y 2.9%, respectivamente. Entre los deportados, el 81.9% sólo estuvo unas cuantas horas, por lo que únicamente tenemos información del lugar de destino en 18.1% de los casos (88,498, ya que, además, hubo 1,051 individuos que no informaron). Sin embargo, coinciden en la mayoría de los estados de destino, aún cuando no en las proporciones, lo que está relacionado, quizá, con su situación más inestable, la importancia de las zonas por donde entran, y la falta de tiempo para adentrarse más en el país. En lo que respecta a los estados, California ocupa el primer lugar con 44% de los migrantes; Texas, el segundo, con 31.9% y Arizona, el tercero, con 12.7%. El cambio de orden coincide también con lo que encontramos en la primacía de las ciudades, ya que, aunque la ciudad que tiene mayor peso es Los Angeles (7.9%), las ciudades que la siguen muy de cerca son las fronterizas de Phoenix (7.3%) y San Diego (7.2%). Después vienen el Valle de Texas (5.1%) y otra fronteriza, El Paso, Texas (4.7%). Es probable que esta información resulte sesgada —sobre todo en el caso de los deportados— hacia las ciudades y los estados fronterizos, ya que los que logran interiorizarse en el país, tienen mayores posibilidades de no ser expulsados y de regresar por avión directamente al interior de México. Y es que parece ser que los que llegan a los estados del centro o del norte de Estados Unidos obtienen mejores remuneraciones y permanecen por períodos de tiempo mayores, por lo que cuentan con más recursos para viajar en avión y así evitarse el problema de dirigirse a la frontera y de ahí a sus lugares de origen. Como ya ha sido señalado en otras investigaciones, la preferencia por cada estado varía por regiones y por entidades de origen de los migrantes, situación que se encuentra muy relacionada con la existencia de una tradición migratoria y de redes familiares de los dos lados de la frontera. Aunque en todas las regiones predominan California y Texas, la proporción y el orden varían en cada caso. En el caso de los que retornan de manera voluntaria (EMIF), en la región I y la región V sobresale California, con 37.8% en la primera y 63.5% en la segunda; seguidos por Texas con 30.5% y 10.1%, respectivamente. En las otras tres, Texas atrae una mayor población, especialmente en la región IV y la región II, con 60.7% y 60.6% de sus migrantes, respectivamente, en tanto que California sólo atrae a 16.1% y 11.6%, respectivamente. En la región III, aunque Texas supera a California, el margen entre ellos es mucho menor (37.8% en el primero frente a 27.5%, en el segundo). Los demás estados, presentan mucho menor concentración. En las regiones de mayor tradición, los migrantes se encuentran más repartidos en las ciudades. En la región I, principalmente en San Antonio, Texas (7.5%);

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Fresno, California (5.6%) y el Valle de Texas (4%). En la de la frontera, únicamente poblaciones texanas: el Valle de Texas en primer lugar con 8.7%, seguido por Houston (6.5%), El Paso (5.8%), Dallas-Fort Worth (5.5%) y San Antonio (4.8%). En la de las seis entidades existe más concentración en el Valle de Texas (12.7%) y Los Angeles (12.1%), que superan con mucho a ciudades como Dallas-Fort Worth (4.6%), Phoenix, Arizona, (4.5%) y San Antonio (4%). Los procedentes de la región IV y la región V presentan mayor concentración: los del Valle de México, en San Antonio (18.4%) y, en menor medida, en Houston (8.7%) y, los de Oaxaca-Guerrero, en Los Angeles (18.5%) seguido, con mucha distancia, por Fresno, California (7.1%). En el caso de los deportados, no se logra apreciar suficientemente este fenómeno por los motivos relacionados con su expulsión, señalados anteriormente. Para los de la región de mayor tradición migrante, California destaca con una alta proporción (61.6%) seguido con un amplio margen de diferencia por Texas (24.2%). En la región III, también es California el estado preferido (32.8%), pero seguido muy de cerca por Arizona (27.6%) y Texas (27.3%). Como sucedía con los del flujo de migrantes voluntarios, en la región fronteriza, Texas es la principal fuente de atracción (53.5%). En las regiones IV y V, California es el polo principal, especialmente en la región V, ya que el 76.2% de sus migrantes, se dirigió a ese estado. Número de viajes y duración de las estancias De acuerdo a la ENADID, de los migrantes de retorno, 68.1% permanecieron en Estados Unidos menos de un año durante su última estancia. Sin embargo, hubo 12.6% que habían estado dos o más años. En cambio, y como era de esperarse, de los que estaban en Estados Unidos cuando se levantó la encuesta, 42.5% llevaban en ese país 2 años o más, aún cuando seguían manteniendo nexos con su familia de México, que los reconocía como parte del grupo. En cuanto al número de viajes a Estados Unidos para trabajar, en los migrantes que retornaron voluntariamente, captados por la EMIF, el 34.3% sólo lo había hecho una o dos veces y 18.4%, de 3 a 5; pero un porcentaje relativamente alto (34.2%) señaló que lo había hecho más de diez veces. La situación es muy diferente en el caso de las mujeres, ya que únicamente 13.6% de ellas había ido a trabajar 11 veces o más, en tanto que casi 80% viajaron menos de seis veces.14 De los deportados, para el 53.6% de los casos era la primera vez que lo habían hecho; y, de los restantes, 23.8% sólo había cruzado entre una y dos veces más, sólo un 5.8% que fue 11 o más. Así pues se aprecia que, en términos generales, los deportados tienen menos experiencia en la práctica, aún cuando hay quienes a pesar de haber estado en Estados Unidos varias veces, resultan ser deportados.

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Períodos de entrada a Estados Unidos y de salida Como es bien sabido, el flujo migratorio varía a lo largo del año, siendo los primeros meses, aquéllos en que se concentran más emigrantes, en tanto que los que regresan lo hacen preferentemente en los últimos meses. Esta situación tiene su explicación, tanto en los requerimientos de la agricultura comercial norteamericana y las inclemencias del tiempo, como en la tradición que se ha impuesto en las comunidades de migrantes, de reunirse y hacer sus celebraciones locales (principalmente las fiestas de Navidad y de los santos patronos de los pueblos) y familiares (bodas, sobre todo) en los meses de diciembre y enero. Esto se comprobó en las encuestas revisadas, aún cuando todos los meses del año se presentan salidas y regresos. De acuerdo a la ENADID, los porcentajes de emigrantes se van reduciendo en cada trimestre, según la información aportada sobre la fecha del último viaje. 29.7% en el primero (enero-marzo); 28.4% en el segundo (abril-junio), 27.1% en el tercero (julio-septiembre) y 14.9% en el cuarto (octubre-diciembre). En cuanto al retorno, sucede exactamente lo contrario, 14% en el primero; 21.1% en el segundo; 29.6% en el tercero y 35.3%, respectivamente. Actividad laboral en Estados Unidos Un elevado porcentaje de los que regresaron voluntariamente, sin contar a los que permanecieron horas (3.5%) consiguió trabajo en Estados Unidos, 88.8% (88.9% de los hombres y 87.1% de las mujeres). A pesar de que mucho se ha comentado, y se ha detectado en investigaciones microrregionales que la agricultura ha perdido importancia en la actividad económica de los migrantes, en el flujo de los que vienen de regreso, el sector agropecuario seguía siendo el que ocupaba a más de la mitad (52.7%). Asimismo, notamos que, a pesar de que se ha señalado al sector servicios como el predominante; en la encuesta es el sector industrial el que sigue en importancia con 24.6%. Llama la atención, que, al igual que sucedía en la actividad laboral en México, en Estados Unidos también tiene un importante peso la industria de la construcción, ya que casi dos terceras partes (16%), de las personas ocupadas en la industria, se emplean en esta actividad. Al último se encuentran los servicios con 22.7% (5.8% en el servicio doméstico). Conviene señalar la especificidad de la actividad laboral de las mujeres, aunque se trata de un grupo reducido —8768, que constituyen el 1.9% de los migrantes que trabajaron e informaron sobre su actividad laboral en Estados Unidos)— ya que resulta muy diferente a la de los hombres. El porcentaje más alto de ellas laboró en los servicios, 62.6%, de las cuales, más de la mitad lo hizo en el servicio doméstico (33.9%). Seguía en importancia el sector industrial con 28.7% (únicamente 1.8% en la construcción) y, sólo 8.7% se empleaba en actividades 812

agropecuarias. El hecho, ya señalado en otras investigaciones, de la importancia que tiene el servicio doméstico en la población femenina, aquí queda sobradamente demostrado. Además, un porcentaje mucho más alto que el de los hombres, se ocupa en la industria, lo que también hace pensar en que varias de ellas se ocupan en establecimientos dedicados a la confección de ropa o al ensamblado, aunque no es posible saberlo con exactitud. Como ya se dijo, los deportados, muy pocos deportados lograron trabajar e informaron al respecto (46,204); sin embargo, observamos en ellos una distribución muy diferente: el sector en el que más se ocuparon fue el de los servicios, con 47.6%, de los cuales 12.4% trabajaba en servicios domésticos. La agricultura sólo alcanzó 32.1%; mostrando en el porcentaje más bajo los que laboraban en el sector industrial (20.2%, de los cuales el 14.7% se ocupaba en la industria de la construcción). La gran mayoría de ellos estaba empleado a sueldo fijo, especialmente los que se ocupaban en el sector industrial (85.9%), en tanto que de los que trabajaban en la construcción y el servicio doméstico, alrededor de una tercera parte trabajaba a destajo o por obra determinada. Si consideramos el tipo de localidad de residencia en México de los migrantes que regresan de Estados Unidos, tenemos que, aunque en todos ellos sobresale la actividad agrícola, presenta un porcentaje mayor en los que provienen del medio rural (58%, frente a 46.6% en los urbanos), en tanto que en la industria manufacturera y en los servicios el peso de los de localidades urbanas es mayor. 15 En la industria de la construcción, presentan proporciones semejantes, aunque ligeramente superiores en los de origen rural (16.4% frente a 14.2%). Hay que señalar que los porcentajes por ramas de actividad en Estados Unidos son muy semejantes a los que presentan esas mismas ramas en México, especialmente en lo que se refiere a los sectores primario y secundario; ya que en el caso de los servicios, es menor el porcentaje de los que se ocupan en esa rama en Estados Unidos (14.9% frente a 18.6%, en México) y, especialmente en el servicio doméstico (5.8% en Estados Unidos, frente a sólo 0.3% en México. Por último, aunque existe cierta relación entre la actividad desempeñada en México y la que se realiza en Estados Unidos, ésta no es tan determinante, ya que únicamente 48.2% de ellos coinciden en la misma actividad en los dos mercados laborales. Sin embargo, son los que en su país de origen se ocupan en la rama agropecuaria los que en un porcentaje mayor laboran en esa rama, 67.1%; pero también presentan una proporción elevada los que en México laboran en el sector industrial (61.1%). En los servicios no sucede lo mismo, de los que provienen de esa rama en México, únicamente el 26.6% se ubica en el sector primario en Estados Unidos (y 20.4% de los que provienen del servicio doméstico). En el sector industrial como actividad en Estados Unidos, el porcentaje más elevado lo tienen los que trabajaron en esa misma rama en México (13.8%), seguidos

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por los que estuvieron en el sector servicios (12.1%). En cambio, de los que provienen del sector agropecuario, sólo 6.3% labora en esa rama de actividad. También en los servicios tienen mayor presencia los que realizan actividades de esa rama en México, 22.8%. Y, por último, donde existe una relación mayor es en el caso de los que en México se ocupan en el servicio doméstico, ya que el 79.6% de ellos también trabaja en esa actividad en Estados Unidos. La proporción de los que provienen de las otras ramas es sumamente baja.

Notes 1. Todos ellos citados por Ernesto Galarza (1958, 1964 y 1977). 2. La limitación del trabajo de Alarcón es que poco explica sobre migración documentada e indocumentada, número de viajes, duración de los mismos, tipos de trabajos, etc. Mucho menos trata de relacionar estas variables entre sí o con otras demográficas o económicas. 3. De ellos, había 18 migrantes en Estados Unidos, 17 jornaleros y uno con actividad no definida. 4. Incluye a las personas que tenían como mínimo 15 años, residentes habituales de la vivienda y que en el momento de la entrevista se encontraban en Estados Unidos trabajando o buscando trabajo y que tenían familiares que pudieran informar sobre ellas, y a aquellas que habían trabajado o buscado trabajo en Estados Unidos en los últimos cinco años (desde el 1o. de enero de 1974) y que se encontraban viviendo en México en el momento de la entrevista (CENIET, 1982). 5. Conviene aclarar que la información es diferente para los dos conjuntos de migrantes. Para aquellos que se encontraban en Estados Unidos, se refiere al trabajo que tenían antes de migrar, en tanto que para los que ya estaban en México, al momento de la entrevista: diciembre de 1978 o enero de 1979. 6. No explica sobre la edad de estos ejidatarios migrantes, ni cuando migraron por última vez. 7. En el caso de la agricultura, el 75% percibía ese salario, en la industria 62.5% y en los servicios, el 78.6% (Trigueros, 1994). 8. En el flujo de los migrantes que regresan a México de la EMIF, encontramos otro orden. Después de Guanajuato y Michoacán se ubican Chihuahua y Zacatecas. Jalisco queda hasta el quinto lugar. El estado de México y Guerrero presentan poca participación, en tanto que Coahuila ocupa el sexto lugar. 9. Llaman la atención por el gran peso de la población masculina, los estados del centro como Tlaxcala (86.3%), Querétaro (85.2%), de la región IV y Aguascalientes (86.6%), de la región III. Los estados de Sinaloa y Tabasco presentan la menor proporción, 63%. 10. La información sobre los promedios de escolaridad para el caso de la EMIF, fueron proporcionados por el Dr. Jorge Santibáñez del Colegio de la Frontera Norte. 11. En el caso de la ENADID, la información sobre la actividad laboral se refiere a los treinta últimos días antes del levantamiento de la encuesta y no a la situación que tenía el informante antes de viajar a Estados Unidos.

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12. Hay que señalar que se trata de muy pocos casos, 3972. 13. Es probable que esto se deba a la situación fronteriza. 14. Hubo un 1% de los migrantes que señaló no haber ido nunca (la vez que cruzaron sólo estuvieron algunas horas). 15. En la industria (sin incluir a los de la construcción) los porcentajes son 10.1% en los de localidades urbanas y 6.6%, en los de origen rural. En los servicios, 29.1% (7.9% en servicio doméstico) en los primeros y 19% (3.5% en servicio doméstico) en los segundos.

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