MONICIÓN INICIAL. Por eso, justamente, estamos aquí reunidos ACTO PENITENCIAL

REFLEXIÓN INICIAL Entre los hebreos no se le ponía a las personas un nombre cualquiera de forma arbitraria, pues el «nombre», como en casi todas las

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CELEBRACIÓN PENITENCIAL COMUNITARIA DE CUARESMA
CELEBRACIÓN PENITENCIAL COMUNITARIA DE CUARESMA I. RITOS INICIALES 1. MONICIÓN DE ENTRADA Seamos todos bienvenidos a esta celebración. Nos reunimos p

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REFLEXIÓN INICIAL

Entre los hebreos no se le ponía a las personas un nombre cualquiera de forma arbitraria, pues el «nombre», como en casi todas las culturas antiguas, indica el ser de la persona, su verdadera identidad, lo que se espera de ella. Por eso el evangelista Mateo tiene tanto interés en explicar desde el comienzo a sus lectores el significado profundo del nombre de ese personaje del que va a hablar a lo largo de todo su evangelio. El «nombre» de ese niño que todavía no ha nacido es «Jesús», que significa «Dios salva». Se llamará así porque «salvará a su pueblo de los pecados». En el año 70, Vespasiano, designado como nuevo emperador mientras estaba sofocando la rebelión judía, marcha hacia Roma donde es recibido y aclamado con dos nombres: «salvador» y «benefactor». El evangelista Mateo quiere dejar las cosas claras. El «salvador» que necesita el mundo no es Vespasiano sino Jesús. La salvación no nos llegará de ningún emperador ni de ninguna victoria de un pueblo sobre otro. La humanidad necesita ser salvada del mal, de las injusticias y la violencia, necesita ser perdonada y reorientada hacia una vida más digna del ser humano. Esta es la salvación que se nos ofrece en Jesús. Mateo le asigna además otro nombre: «Emmanuel». Sabe que Jesús no ha sido llamado así históricamente. Es un nombre chocante, absolutamente nuevo, que significa «Dios-con-nosotros». Un nombre que sólo le atribuimos a Jesús los que creemos que, en él y desde él, Dios nos acompaña, nos bendice y nos salva. Las primeras generaciones cristianas llevaban el nombre de Jesús grabado en su corazón. Lo repiten una y otra vez. Se bautizan en su nombre, se reúnen a orar en su nombre. Para Mateo, es una síntesis afectiva de su fe. Para Pablo, nada hay más grande. Según uno de los primeros himnos cristianos, «ante el nombre de Jesús se ha de doblar toda rodilla». Después de veinte siglos, hemos de aprender a pronunciar el nombre de Jesús de manera nueva. Con cariño y amor, con fe renovada, en actitud de conversión. Con su nombre en nuestros labios y en nuestro corazón podemos vivir y morir con esperanza. 3

MONICIÓN INICIAL

A: Demasiado bello para ser verdad. Así se nos presenta hoy el mensaje de la Navidad. ¿Cómo anunciar una «alegría grande» a todo el mundo cuando sabemos que la vida es para tantos una amenaza continua de inseguridad, de sinsentido y de miedo? ¿Cómo cantar la paz en la tierra cuando vivimos viendo continuamente crueles imágenes de violencia? Hace unos cuantos años ya, Karl Rahner escribió algo que puede ayudarnos en estos días: «Cuando al pobre corazón le parece que lo que anuncia la Navidad es demasiado bello para ser verdad, entonces debe abrirse con más urgencia a escuchar el mensaje de ese Niño nacido en Belén». Navidad nos dice, en primer lugar, quién es Dios. Hay algo muy metido en nosotros que nos lleva a imaginarlo omnipotente y lejano. Sin embargo, Dios es muy diferente de lo que habitualmente pensamos de él. Es una Fuerza que actúa en nosotros y que nos quiere ver libres de miedos, angustias y sufrimientos, para que podamos vivir en plenitud. Y Navidad nos revela, al mismo tiempo, quiénes somos. Navidad nos dice que la aventura humana no es un fracaso; que no estamos solos y librados a nuestra suerte; que Dios sufre con nosotros; que él nos acompaña siempre y nos ofrece «Vida en abundancia». Desde el desamparo del Pesebre hasta el asesinato de la Cruz, Jesús no dice otra cosa. ¿De quién, entonces, nos puede llegar la «salvación» si no es de El? Por eso, justamente, estamos aquí reunidos…

ACTO PENITENCIAL

A: «José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella, proviene del Espíritu Santo». Al comenzar nuestra celebración, y a la luz de estas palabras del Evangelio, nos reconocemos necesitados del perdón y la misericordia de Dios…

C: Por las veces en que nos dejamos invadir por el temor y la desconfianza… Señor, ten piedad. R: Señor, ten piedad. 4

C: Por las veces en que no somos capaces de abrirnos a la novedad de un Dios que nos desconcierta y nos desinstala, llevándonos por caminos distintos a lo habitual y acostumbrado… Cristo, ten piedad. R: Cristo, ten piedad.

C: Por las veces en que nos cerramos a la acción del Espíritu y no lo dejamos obrar en nosotros… Señor, ten piedad. R: Señor, ten piedad.

C: Danos tu perdón, Padre bueno, y ayúdanos a mantener siempre encendida nuestra esperanza y a confiar plenamente en Tí. Te lo pedimos por Jesús, tu Hijo y nuestro hermano. Amén. ORACIÓN COMUNITARIA (COLECTA)

Señor y Dios nuestro, Fuerza que actúa en nosotros y que nos quiere ver libres de miedos, angustias y sufrimientos, para que podamos vivir en plenitud. Al acercarnos esperanzadamente a la celebración de la Navidad, queremos pedirte que nos ayudes a comprender de una vez por todas, que la salvación que anhelamos no nos llegará de ningún emperador de este mundo, ni de ninguna victoria o predominio de un pueblo sobre otro. Haz que entendamos definitivamente que la humanidad necesita ser salvada del mal en todas sus formas y manifestaciones, de las injusticias y de la violencia, y necesita reconciliarse y vivir en paz, haciendo de esta tierra la casa común y en la que sea posible una vida digna y feliz para todos. Y haz que asumamos que eso, justamente, es lo que nos ofreces en Jesús, como clave del sentido de la historia humana y de nuestra propia historia, animándonos a creer con todas nuestras fuerzas que eres un Dios cercano y Amigo en cuyas manos amorosas está el destino final de todo lo que existe. Te lo pedimos a Tí, que vives y haces vivir. Amén. 5

LA PALABRA DE DIOS HOY

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de Isaías. El Señor habló a Ajaz en estos términos: “Pide para ti un signo de parte del Señor, en lo profundo del Abismo, o arriba, en las alturas”. Pero Ajaz respondió: “No lo pediré ni tentaré al Señor”. Isaías dijo: “Escuchen, entonces, casa de David: ¿Acaso no les basta cansar a los hombres, que cansan también a mi Dios? Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren: la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel”. Es Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL

R. Va a entrar el Señor, el rey de la gloria. Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y todos sus habitantes porque él la fundó sobre los mares, él la afirmó sobre las corrientes del océano. R.

¿Quién podrá subir a la montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro el corazón; el que no rinde culto a los ídolos. R.

Él recibirá la bendición del Señor, la recompensa de Dios, su salvador. Así son los que buscan al Señor, los que buscan tu rostro, Dios de Jacob. R. 6

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma. Carta de Pablo, servidor de Jesucristo, llamado para ser apóstol, y elegido para anunciar la Buena Noticia de Dios, que él había prometido por medio de sus profetas en las Sagradas Escrituras, acerca de su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor, nacido de la estirpe de David según la carne, y constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu santificador, por su resurrección de entre los muertos. Por él hemos recibido la gracia y la misión apostólica, a fin de conducir a la obediencia de la fe, para gloria de su nombre, a todos los pueblos paganos, entre los cuales se encuentran también ustedes, que han sido llamados por Jesucristo. A todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos, lleguen la gracia y la paz, que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. Es Palabra de Dios.

EVANGELIO

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo. Éste fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella, proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de todos sus pecados”. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emanuel”, que traducido significa: “Dios con nosotros”. Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa. Es Palabra del Señor. 7

PARA COMPRENDER MEJOR LA PALABRA DE DIOS HOY

PRIMERA LECTURA: Is 7,10-14 La debilidad de los pequeños estados de la zona de Palestina frente a la todopoderosa Asiria hace que busquen alianza entre ellos para soportar juntos la presión y así defenderse mejor. Judá no quiere formar parte de esta liga, el rey Acaz tiene miedo, la estrategia es arriesgada; prefiere doblegarse ante el invasor antes que enfrentarse a él, para de este modo salvar el reino y la dinastía. Siria e Israel, los estados del norte, traman un plan para destronar a Acaz y colocar en su lugar a un rey que les sea favorable y se una a ellos contra Asiria. Desconfianza. La postura de Acaz no es muy satisfactoria para Isaías, quien, conocedor de los planes, echa en cara al rey haber buscado la salvación en las estrategias humanas y no en Dios. Sólo el Señor es el garante de la estabilidad de la dinastía davídica y de la paz y la prosperidad de su pueblo. Propone al rey que solicite de Dios un signo para que le manifieste su apoyo, el que sea. Pero Acaz no quiere arriesgarse, no tiene confianza, y rechaza la propuesta. La respuesta del rey tiene un marcado matiz cínico; a pesar de no confiar pretende pasar por ser un gran creyente: No lo pediré ni tentaré al Señor. El signo. La palabra del profeta manifiesta que, a pesar de los planes humanos, quien verdaderamente garantiza el futuro del pueblo y decide el curso de la historia es el Señor y no otro. A pesar de la negativa de Acaz, Dios, por su cuenta, da un signo al rey: pronto tendrá un descendiente que le sucederá en el trono; este niño será la garantía de que su dinastía no se perderá y de que el reino saldrá adelante, a pesar de las amenazas por las que está pasando. Una “joven”, según el texto original hebreo, una “virgen” según la posterior traducción griega de los Setenta, encierra en su seno la promesa de este signo. Probablemente se trataría de la mujer del rey. El fruto de esta profecía será Ezequías, el hijo y sucesor de Acaz. Dios-con-nosotros. Aunque el niño anunciado no lleva luego el nombre de Enmanuel, el profeta le da este nombre porque eso es lo que va a ser para Judá: Dioscon-nosotros. Él reinará y dará estabilidad al reino porque, por medio de él, “Dios está con nosotros”; es la señal de su presencia. Nada podrán hacer los reyes extraños, ni siquiera la poderosa Asiria, para impedir que los planes salvadores de Dios se lleven adelante. A juicio del evangelista Mateo, y de toda la tradición cristiana, hay un doble cumplimiento de esta profecía. Uno en tiempos del profeta, que sirve como tipo de otro posterior y definitivo. Aquel signo le fue dado por Isaías 8

al rey Acaz como salvación de su pueblo en aquellas circunstancias. Pero el signo definitivo se cumple en el verdadero Enmanuel que será la salvación para todos los pueblos. Con esta interpretación encontramos también las palabras de Pablo en la segunda lectura: Por él (Cristo) hemos recibido la gracia y la misión apostólica, a fin de conducir a la obediencia de la fe, para gloria de su nombre.

SEGUNDA LECTURA: Rm 1, 1- 7 El texto que se propone hoy constituye el prescripto de la carta a los Romanos, que, como en las demás cartas del Nuevo Testamento aunque más extensamente, contiene la referencia al remitente y a los destinatarios así como el saludo inicial. La mayor extensión y densidad se concentran en el primero de los citados elementos y las origina concretamente la mención del evangelio en el último de los títulos con que Pablo se presenta a los cristianos de Roma: él es servidor de Jesucristo, llamado para ser apóstol, y elegido para anunciar la Buena Noticia de Dios. De dicha buena noticia se dice, en efecto, que había sido prometida ya por los profetas en las escrituras santas; es decir, el evangelio anunciado por Pablo hunde sus raíces en la larga historia del diálogo de Dios con el pueblo de la primera alianza. Señalándolo, el apóstol hace frente indirectamente a las circunstancias por las que atravesaba la comunidad de Roma en el momento en que Pablo escribe su carta. Al parecer, dominaban entonces en ella cristianos procedentes de la gentilidad, que sentían la tentación de olvidar sus raíces veterotestamentarias. Al mismo tiempo responde, también de forma indirecta, a las críticas de quienes lo acusaban de que su predicación olvidaba precisamente esas raíces. De hecho, el evangelio que él predica es “Buena Noticia de Dios”, es decir, tiene su origen en el mismo Dios. El mismo interés parece reflejar la presentación de los contenidos de dicha predicación, que son, según se cree, los de una antigua confesión de fe cristológica. En ella se proclama ante todo el origen davídico de Jesús y su constitución como Hijo de Dios, que se vincula a la resurrección de Cristo. En esta vinculación precisamente suele apoyarse la afirmación sobre el carácter primitivo de la confesión de fe. Conviene señalar, sin embargo, que Pablo antepone el uso de dicho título a la introducción de la supuesta confesión de fe; de este modo deja claro que, para él, la relación del mismo con la resurrección no puede significar que Cristo comenzó a ser “hijo” en virtud o desde

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su resurrección de entre los muertos. Ésta habría supuesto más bien una manifestación abierta y pública de su filiación divina; tal vez por ello se diga que fue constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu santificador. A la nueva referencia a Jesucristo tras la confesión de fe, se añade otra ampliación del primer elemento del prescripto, que toca ahora al ámbito del apostolado de Pablo: recibido como un don gratuito, él lo ejerce entre los gentiles. Se justifica así que escriba a los cristianos de Roma, que como se ha dicho, procedían tal vez mayoritariamente de la gentilidad en el momento de la composición de la carta. También a ellos ha cabido el don de poder escuchar el Evangelio y prestar su obediencia al mismo mediante la fe. Por haber escuchado y obedecido han sido constituidos en objeto especial del amor de Dios y han entrado a formar parte de su pueblo santo. El prescripto termina deseando la gracia y la paz, que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo; es decir, los bienes salvíficos, que Dios ha otorgado en su Hijo.

EVANGELIO: Mt 1,18-24 Estamos a las puertas de la Navidad y el texto de Mateo, (el más importante de todo su Evangelio de la Infancia), nos introduce de lleno en ella, rememorando ese bendito día en que el Hijo de Dios se hace hijo de los hombres, para enriquecernos con la vida divina y acompañarnos en la existencia diaria. Pero atengámonos a los hechos del evangelio de hoy, que presentan una situación bien clara: José y María están ya prometidos en matrimonio. El desposado, que aún vive en la casa de sus padres, no ha mantenido relaciones sexuales con la desposada que, para sorpresa mayúscula del que está llamado a convertirse en marido, se encuentra embarazada antes de estar viviendo juntos. La condición de “hombre justo” de José estriba en no haber delatado a su esposa, sospechosa de adulterio, urgiendo un proceso de divorcio. El evangelista no se plantea cuestiones legales ulteriores. 1. Acción del Espíritu. Significativo es comprobar cómo, a través de la sobria actuación de José, Mateo proyecta luz sobre el misterio maternal de María y por todos los medios quiere desechar cualquier sospecha en la reputación de ésta y en el modo concreto cómo el Mesías vino a este mundo. El embarazo de María, que concluye con el feliz nacimiento de Jesús (1,25) representa sin lugar a dudas “la acción del Espíritu Santo” (1,18.20). Para Mateo Jesús es el Hijo de Dios

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desde el momento mismo de su concepción. Ya en ese acontecimiento la acción del Espíritu, que actuó creativamente en el seno de María, hizo posible la existencia terrena del Hijo del Padre. El evangelista remonta entonces la filiación divina de Jesús en ese momento primero de su gestación. La afirmación sobre la acción del Espíritu, repetida en dos ocasiones dada su excepcionalidad, tiene capital importancia para entender tanto al niño como a su madre y sólo resulta posible aceptarla a través de la fe. La finalidad es manifiesta: descartar cualquier participación de varón en el alumbramiento del hijo de María. Estamos ante un hecho trascendental sólo conocible a través de la palabra de Dios; sólo aceptable porque esa palabra divina así lo propone. Jesús, la gracia por antonomasia del Padre, es todo Él obra del Espíritu. José no es entonces el padre biológico de Jesús, pero sí el que le impone el nombre; quien, por lo tanto, reconoce al hijo de María como su vástago legal. De este modo lo introduce de lleno en la historia de su familia de la estirpe davídica. Jesús se convierte así con plenos derechos legales en un auténtico descendiente de David, sin ser hijo de José según la carne. Al evangelista le importa mucho que queden claros estos extremos, para que se puedan verificar en el hijo de la Virgen las promesas de la Escritura Santa: en concreto la profecía de Is 7,14. 2. Presencia de Dios. Pero lo que más quiere resaltar Mateo es que Jesús es el Enmanuel, la presencia definitiva de Dios en medio de los hombres. Desde esta constatación central hay que interpretar nuestro texto, incluso todo el evangelio, que acaba con la solemne promesa de la presencia del Kyrios resucitado hasta el final de los tiempos en medio de su comunidad (28,20). De este modo, está apuntando desde el principio a la realidad vital que es la comunidad con la que Jesús estará cada día hasta el fin del mundo (28,20). Así rompe desde el principio una dimensión puramente histórica de su relato sobre Jesús. Jesús no es una magnitud del pasado, sino aquel que acompaña y sostiene a la comunidad, también ahora en el presente, cómo no, en esta Navidad. 3. Jesús-Cristo. De este modo Mateo deja bien claro que el Jesús terreno es, al mismo tiempo, el Cristo glorificado, que acompaña siempre a los suyos en su peregrinaje por este mundo cumpliendo la misión confiada (28,19s). Ese Cristo, que entró en la historia de un modo excepcional mediante el misterio maternal de una Madre virgen. En este sentido su nacimiento virginal tiene especial relevancia, porque nos muestra cómo Dios actuó en su momento para salvar a los hombres. Además se incluye desde el principio una importante referencia a la gracia que actúa por medio de Jesucristo. 4. María. Pero conviene contemplar como se merece la figura de María en este singular acontecimiento. 11

Sostenida por la acción del Espíritu, es ella quien da a luz al Enmanuel Jesús, convirtiéndose con todas las garantías de verdad en su Madre virgen. El niño nacido de sus entrañas tiene una ascendencia privilegiada en los oráculos proféticos. Según lo anunciado por Isaías, es “Dios con nosotros”. Esta proximidad de Dios no debe realizarse en una reunión especial, en un lugar, en una casa, sino en la persona humana, a cuya manera de ser se vincula estrechamente el hecho de que Dios esté con nosotros. De un modo misterioso, pero completamente real, María ha contribuido eficazmente a que el Padre esté presente por medio de su enviado, entrañablemente cercano, incluso más próximo y activo que nunca, acompañando a cada persona de buena voluntad, que esté dispuesta a aceptar a su Hijo como lo que es, la manifestación última y definitiva del Dios Comunidad de Amor a los seres humanos. Este es el sentido profundo de la Navidad que llega.

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PARA LA ORACIÓN PERSONAL

1er. Momento: apertura, escucha, acogida… Busco una postura corporal cómoda, y que me permita ir serenándome y centrándome… Puedo cerrar los ojos unos instantes... Tomo conciencia de que estoy en presencia de Dios… Respiro profundamente varias veces... Dejo que el silencio vaya creciendo en mí... Leo y releo la Palabra de Dios (quizá te convenga elegir un solo texto y centrarte en él). ¿Qué dice el texto en sí mismo? ¿De qué habla? ¿Hay algo que me llame la atención en forma especial? ¿Qué preguntas me surgen ante el texto? ¿Qué “me” dice el texto? ¿Cómo “me” veo reflejado en él? ¿Qué ecos, qué resonancias, suscitan en mí estas palabras...? ¿Tiene algo que ver conmigo, con lo que me pasa, con lo que estoy viviendo? ¿Me dice algo acerca de mí mismo? ¿Me aclara algo acerca del misterio que soy yo mismo? ¿Qué siento al respecto? ¿Qué me dice del misterio de Dios? ¿Qué rasgo o aspecto del misterio de Dios se me revela? ¿Qué siento ante eso?

Estoy atento a los pensamientos, sentimientos, ideas, recuerdos, deseos, imágenes, sensaciones corporales… acojo serenamente todo lo que va surgiendo en mí, todo lo que voy descubriendo… En todo ello el Espíritu me hace “ver y oír”… y de alguna manera (que puede resultarme no tan clara en este momento), me hace experimentar el amor de Dios...

2° Momento: diálogo, intercambio, conversación... Hablo con Jesús, como un amigo habla con otro amigo, con plena confianza, con toda franqueza y libertad: le expreso mis sentimientos…, le cuento lo que me pasa..., le manifiesto mis dudas…, le pregunto…, le agradezco…, le pido..., le ofrezco...

3er. Momento: encuentro profundo, silencio amoroso, comunión... Después de haber hablado y de haber expresado todo lo que tenía que decirle al Señor, procuro permanecer en silencio… Trato de estar, simple, sencilla y amorosamente en presencia del Señor... Trato de que cese toda actividad interior, de que cesen los pensamientos y las palabras; a lo sumo, me quedo repitiendo alguna frase que se hubiera quedado resonando en mi interior, o reviviendo alguna imagen que me hubiera impactado especialmente… 13

PARA EL DIÁLOGO ENTRE TODOS

(si ayuda… y si no, podemos hablar de lo que cada uno “ha visto y oído” en el rato de oración personal)

La Navidad es mucho más que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira estos días. Una fiesta mucho más honda y gozosa que lo que la sociedad de consumo pretende ofrecernos y vendernos. Los creyentes deberíamos redescubrir y recuperar el sentido más profundo de esta fiesta como para poder percibir, detrás de tanta superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría. No entenderemos la Navidad si no sabemos hacer silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de un Dios que se nos acerca, reconciliarnos con la vida que se nos ofrece y saborear la fiesta de la llegada de un Dios Amigo. En medio de nuestro vivir cotidiano, a veces tan monótono y rutinario, se nos invita a la alegría. «No puede haber tristeza cuando nace la vida» (S. León Magno). No se trata de una alegría ingenua y superficial. No es la alegría de quienes están alegres sin saber por qué. Con toda razón alguien ha dicho: «Nosotros tenemos motivos para el júbilo exultante, para la alegría desbordante y para la celebración cordial: Dios se ha hecho humano, y ha venido a habitar entre nosotros». Hay una alegría que sólo la pueden disfrutar quienes se abren a la cercanía de Dios y a la posibilidad de experimentar su ternura entrañable. Una alegría que nos libera de miedos y desconfianzas ante Dios. Una alegría que nos libera definitivamente de la necesidad de defendernos de Dios. ¿Cómo temer a un Dios que se nos acerca como niño? ¿Cómo huir ante quien se nos ofrece como una criaturita frágil e indefensa? Dios no ha venido revestido de poder para imponerse a los seres humanos. Se nos ha acercado en la ternura de un niño a quien podemos hacer sonreír o llorar. Dios no puede ser ya el Ser Supremo y Omnipotente del que con tanta insistencia se nos ha hablado, y que nosotros sospechamos encerrado en la seriedad y el misterio de un mundo inaccesible. Dios es ese niño nacido en Belén y entregado cariñosamente a la humanidad, ese pequeño que busca

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nuestra mirada para alegrarnos con su sonrisa. El hecho de que Dios se nos haya manifestado en un bebé recién nacido, dice mucho más de cómo es Dios, que todas nuestras cavilaciones y especulaciones sobre su «insondable misterio». Si supiéramos detenernos en silencio ante este Niño y abrirnos desde lo más profundo de nuestro ser a toda la cercanía y la ternura de Dios manifestada en él, quizás entenderíamos por qué el corazón de un creyente debe estar transido de una alegría diferente en estos días de Navidad: sencillamente porque Dios está con nosotros.

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PROFESIÓN DE FE

La fe del Adviento es fe en esperanza: es creer con todas las fuerzas que el Señor vendrá, que está por llegar el tiempo de la liberación plena y definitiva. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! A pesar de que no es fácil encontrar motivos y razones para mantener despierta la esperanza, creemos que el amor misericordioso del Padre todavía está presente en el corazón de muchos hombres y mujeres. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! La muerte temprana, absurda e injusta, de tantos niños que mueren de hambre, grita la cercanía del Salvador que librará al pobre que suplica y al afligido que no tiene protector. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! Cuando tantos viven marginados y en una situación de opresión; cuando tantos están metidos en el pozo ciego de la angustia y la miseria; cuando tantos están solos y abatidos y ya no tienen fuerzas para esperar… Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! Vendrá el Salvador, vendrá el liberador, como don gratuito del Padre, a restaurar definitivamente la justicia; porque el Señor no es indiferente a la sangre y a las lágrimas, a la opresión y al sufrimiento de los seres humanos. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! Creemos en el Espíritu que da la vida, que transforma la fe en amor y en entrega generosa a los hermanos, y que expresa la fe del Adviento en una oración agradecida; que las comunidades cristianas repiten con la esperanza y las palabras de María. 16

Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! Creemos con la fe del Adviento, una fe que impulsa a abrazar la utopía. Creemos que vendrá, por fin y definitivamente, el Reino que Jesús ha inaugurado y que hará posible otra vida. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! Llegará el día en que la justicia correrá como el agua de un río. Creer es poner el hombro y dar una mano, mientras se espera, contra toda esperanza, un mundo nuevo y una vida mejor para todos. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes!

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ORACIÓN DE LOS FIELES

C: Con la misma confianza con la que José se abandonó en tus manos, queremos presentarte, Padre bueno, algunas de las intenciones que traemos a esta celebración. A cada una respondemos: ¡Ven Señor Jesús!

- Para que la Iglesia, siguiendo el ejemplo de José, sea dócil a las inspiraciones del Espíritu, y aprenda a vencer los miedos y resistencias que obstaculizan su conversión al Reino. Oremos.

- Por todos los cristianos, para que aprendamos a pronunciar el nombre de Jesús de una manera nueva: con cariño y confianza, con fe renovada, y con el deseo sincero de hacer nuestros sus criterios, sus convicciones y sus opciones. Oremos.

- Para que al recordar y revivir el nacimiento de Jesús, se acreciente nuestra confianza en ese Dios Padre de todos que no abandona a la Humanidad, y que sigue soñando con un mundo en paz en el que reine la justicia, y con una vida mejor para todos los seres humanos. Oremos.

- Por todos los hombres y mujeres del mundo, especialmente por los más necesitados, para que acojan con amor y alegría al Dios que sale al encuentro de todos. Oremos.

- Para que el ambiente de la Navidad propicie en nuestras familias el necesario clima de amor, ternura y comprensión, que quizá en el trajín de lo cotidiano nos resulta difícil de lograr. Oremos.

- Por todos los que están lejos de sus hogares, o no tienen familia, o están en soledad obligada o voluntaria; para que en este tiempo experimenten la cercanía de Dios y se sientan en comunión fraterna con todos los hombres y mujeres. Oremos.

C: Escucha, Padre bueno, nuestra oración, y ayúdanos a confiar plenamente en Ti y a mantener encendida nuestra esperanza. Te lo pedimos por Jesús, tu Hijo y nuestro hermano. Amén. 18

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Te damos gracias, Padre bueno, por este pan y este vino que traemos a la mesa y que enseguida vamos a compartir, como símbolo de fraternidad y comunión y recordando el gesto de Jesús en aquella última comida de despedida con sus amigos. Haz que por la acción de ese mismo Espíritu que inspiró a José y le permitió superar todo temor y toda desconfianza a la hora de recibir a María como esposa, estos dones de tu amor se transformen en Pan que se parte y en Vino que se comparte, para la Vida y la Alegría del mundo. Te lo pedimos por Jesús, el Emanuel. Amén.

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ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS

Prefacio de la plegaria eucarística

C: El Señor esté con ustedes R: Y con tu espíritu C: Levantemos nuestros corazones R: Los tenemos levantados hacia el señor C: Demos gracias al Señor, nuestro Dios R: Es justo y necesario

Todos juntos: Realmente es justo y es necesario darte gracias, Padre bueno, porque nos permites vivir la cercanía de la venida de tu Hijo. Adviento y Navidad son los tiempos propicios para recordar la llegada del Mesías, que empieza con el nacimiento de Jesús, pero que sólo culminará el día de su venida última y gloriosa. Gracias por enviarnos al Salvador, y porque con su envío alientas en nosotros la esperanza: una esperanza de vida plena que ya nunca desaparecerá del mundo. La persona de Jesús y su mensaje, la historia de su vida y de su muerte, hace firme nuestra confianza expectante. No sólo desde el momento de su muerte y su resurrección, sino desde el instante mismo de su concepción y nacimiento, El es nuestro Mesías, el Salvador esperado por la humanidad, en quien nos liberas de toda atadura y nos ofreces Vida en abundancia.. Gracias, Padre nuestro, porque en medio de nuestras luchas y nuestras crisis, en Jesús nos ofreces la posibilidad de descubrir el sentido de nuestra existencia, y nos inspiras una fe firme y una confianza ilimitada en el logro último de nuestro destino individual y colectivo. 20

Por eso estamos alegres y mantenemos encendida la esperanza, y junto con todos los que sueñan con una vida mejor para todos, queremos cantarte:

Santo, Santo, Santo…

Celebrante: Santo eres, en verdad, Dios nuestro, Señor de la Esperanza y fuente de toda plenitud. Derrama tu Espíritu abundantemente sobre este pan y este vino ( + ) que aquí te presentamos, y sobre esta comunidad que se reúne en el nombre de Jesús, el Crucificado-Resucitado. Él mismo, la noche en que iba a ser entregado, estando a la mesa con sus amigos tomó un pan, te dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Tomen y coman todos de él, porque esto es mi cuerpo que se entrega por todos. De la misma manera, después de comer, tomó una copa, dio gracias y se la pasó diciendo: Tomen y beban todos de ella, porque esta es la copa de mi sangre; sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por todos los hombres y mujeres para el perdón de los pecados. Hagan esto en memoria mía. Y desde entonces, éste es el Misterio de nuestra fe.

Todos: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús! 21

Celebrante: Al proclamar la Resurrección de tu Hijo y expresar nuestro deseo de que Él vuelva pronto, te damos gracias una vez más, Padre bueno, por la posibilidad de contemplar al que viene en nombre tuyo y poner su vida ante nuestros ojos, como el centro de nuestra reunión y nuestra plegaria. Jesús de Nazaret, tu Ungido y nuestro Mesías, es nuestro hermano y en quien nos revelas definitivamente la felicidad y la plenitud a las que nos llamas. Nacido de María, hijo de José, procede de una vieja familia judía de raíces ancestrales, que se hunden en el pasado de un pueblo milenario. Jesús es el Esperado que viene de lejos, y en el que culminan largos siglos de expectativas y anhelos. Cuando Él da su vida por todos, no sólo en la cruz sino en infinidad de gestos cotidianos de compasión y misericordia, eres Tú quien en Él te nos das y te entregas a nosotros, sellando para siempre tu alianza de amor con la humanidad. Haciendo memoria ahora de toda su vida solidaria y entregada, de su encarnación en la humanidad, y de su muerte y resurrección, te pedimos que envíes su Espíritu sobre la Iglesia. Ház que la comunidad de los creyentes sea, como María, una señal, un signo de esperanza redentora para todos, como la joven que está encinta y da a luz al Dios con nosotros. Que la Iglesia sea la mediadora entre los hombres y mujeres que te buscan y Tú, que vienes a ellos y a todos nosotros en la persona de tu Hijo. Acuérdate del Papa Benedicto, y de nuestro Obispo Carlos: haz que no teman abrirse dócilmente a la acción del Espíritu, para que sean capaces de acoger tu muchas veces desconcertante novedad y puedan así confirmar nuestra fe. 22

Acuérdate también de nuestros hermanos y hermanas que ya han muerto, y cuyos corazones sólo Tú conociste a fondo; admítelos a contemplar la luz de tu rostro y llévalos a la plenitud de la vida en la resurrección. Y, cuando termine nuestra peregrinación por este mundo, recíbenos también a nosotros en tu Reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria. Te lo pedimos…

Levantando el pan y el vino consagrados

Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre misericordioso, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN FINAL Al terminar nuestra Misa con tiempo, en la que hemos compartido lo que somos y tenemos, y en la que nos hemos enriquecido mutuamente a fin de mantener encendida la esperanza en un mundo mejor y en una humanidad nueva, queremos darte gracias, una vez más, Padre bueno, por tu presencia cercana y amiga acompañándonos siempre en el camino de la vida e invitándonos a la felicidad. La celebración nos ha unido, Dios nuestro, en la misma fe y en la alegría por la próxima Navidad; que el Nacimiento de Jesús sea una luz de esperanza para cuantos viven en la oscuridad, y que la comunidad cristiana, iluminada por el resplandor del «Sol que nace de lo alto», ayude a todas las personas a descubrirte como el Dios-con-nosotros, y a encontrar motivos para seguir esperando. Te lo pedimos por ese Niño nacido en Belén, que quiere nacer en cada uno de nosotros. Amén 23

SUGERENCIAS PARA SEGUIR TRABAJANDO EN LA SEMANA

PARA REFLEXIONAR

1. La identidad de Jesús En nuestras anteriores reflexiones consideramos la tensión permanente de este tiempo hacia un futuro que nos impulsa a crecer como personas y como comunidad. El cristiano, comprometiéndose con la historia, hace posible la presencia del Reino de Dios, presencia que se manifiesta fundamentalmente como una liberación total del hombre. Precisamente hoy trataremos de ahondar en ese aspecto específico del Reino: todo él se hace presencia por medio de Jesús, el Salvador. Adviento sin Cristo es un tiempo vacío; o para ser más exactos, un tiempo que soportaría una sola tensión: la del futuro. Sin embargo, si nuestra esperanza es mirar hacia adelante, también es cierto que es reconocer que ya en el presente, aquí y ahora, algo está sucediendo, algo que cambia nuestra situación. Adviento, sobre todo a pocos días de la Navidad, es colocar los ojos en Jesús. Pero, ¿qué significa Jesús en la historia humana? Tal es la pregunta que el evangelista Mateo trata de responder someramente al iniciar su evangelio, relacionando a Jesús con el pasado y con el futuro, en el centro mismo de la historia. Poco importan a Mateo ciertos datos de curiosidad acerca del origen de Jesús y sus primeros años de vida; le preocupa, en cambio, encontrar el sentido último y el significado de esa presencia que había terminado por escandalizar a su propio pueblo y que entonces llamaba ya la atención del mismo imperio romano. ¿Nos interesa a nosotros responder a esa pregunta o nos contentaremos con un Jesús inofensivo e insulso, diluído en la memoria de nuestra cultura y tradición, recordado en los pesebres que preparamos, pero sin mayor significación para este momento del siglo veintiuno? Una lectura superficial de los textos evangélicos puede encantarnos por ciertas anécdotas o por aquella ternura que siempre inspira un niño recién nacido o una mujer a punto de dar a luz. Pero Navidad, ¿es algo más que este dulce romanticismo? Es importante al respecto tener en cuenta lo siguiente: durante los primeros cuarenta o cincuenta años del cristianismo primitivo, el nacimiento de Jesús casi no ocupaba lugar alguno dentro de la predicación de los apóstoles, y nunca será un dato esencial en el contenido del mensaje evangélico. Sólo Lucas, y en menor grado Mateo, se ocuparán 24

más tarde de mirar la vida de Jesús y su repercusión entre los hombres desde el nacimiento, a partir de su origen. Los relatos del nacimiento y de la infancia son como una síntesis de toda la trayectoria y misión de Jesús; más como una tesis que se desea desarrollar a lo largo del libro que como un primer capítulo de una cronología. Para entenderlo mejor: es exactamente al revés de lo que hemos hecho nosotros: miramos Navidad como un primer dato, una primera secuencia a la que se agregarían otras a lo largo de la película. No: los textos relativos al nacimiento de Jesús son mucho más que eso. Los autores evangélicos procuran ver al Cristo total, a ese Cristo que saben muerto y resucitado, anunciado a judíos y paganos, como el Cristo que se manifiesta en Belén. Era lógico pensar que Jesús había nacido como nace todo hombre, que había tenido padres y una infancia similar a la de cualquier recién nacido. Pero en esto no se distinguía de los demás mortales. Lo que distingue fundamentalmente a un hombre de otro es su propia identidad, caracterizada no tanto por los rasgos físicos, cuanto por la manera de asumir la vida, por la forma de sentirse persona con las demás personas, por la misión que se ejerce en la historia, por la proyección que sus actos tienen en los acontecimientos que se desarrollan. Este es el planteamiento de Mateo, como también el de Lucas: descubrir la identidad de Jesús, su originalidad, su trascendencia en la historia. ¿Qué papel juega Jesús desde la perspectiva del Reino de Dios, que debe manifestarse como proceso liberador del hombre?

2. Jesús es el Dios-con-nosotros Siempre es difícil hablar de Dios y siempre corremos el riesgo de terminar hablando de nosotros como si fuéramos dioses, o como si Dios fuese igual que un ser humano. El Nuevo Testamento no dedica grandes reflexiones al problema de Dios, de su existencia, de su esencia o de su forma de vida. Sabe muy poco de Dios... Pero lo suficiente como para no perder el tiempo en discusiones inútiles para la existencia del hombre. Sabe lo suficiente como para que el ser humano descubra en sí mismo aquella fuerza que lo debe impulsar a realizar esta gran obra que es su propia historia. Y esto tan poco que se nos dice de Dios, esto que alimenta nuestra esperanza, es que El se ha hecho totalmente presente en Jesucristo el Salvador. La frase, como tantas otras, puede ser convencional y puede sonarnos a cosa ya sabida y repetida. Haremos, pues, el gran esfuerzo de descubrir algo más y algo nuevo en esta expresión. 25

Es muy cierto que la liturgia de Adviento y Navidad todos los años repite prácticamente los mismos textos, que casi los sabemos de memoria, y esto entraña una seria dificultad: la repetición de los mismos textos nos deja la impresión de cierta pobreza de ideas, como si los cristianos no supiéramos más que repetir viejas frases y viejos ritos, careciendo ahora de originalidad. Es así como Navidad pasa como una fiesta más sin repercusión histórica o social, y lo que es más triste desde cierto punto de vista, hasta sin repercusión en los mismos creyentes. Un posible error de perspectiva de la teología ha sido el de haber acentuado el valor y significado de Jesucristo, pero aislándolo de los hombres y mujeres, presentándolo como un caso excepcional y sobrehumano, un ser lleno de privilegios, desde su nacimiento hasta su muerte. Algo similar sucedió con María, su madre. Sin embargo, leyendo atentamente los textos de hoy, particularmente los de Isaías y los de Mateo, tan íntimamente relacionados, podemos descubrir que la importancia de Jesús radica precisamente en su significado para los hombres. El es llamado Emanuel, es decir: Dios-con-nosotros. Dios no está en Jesús para él o para otorgarle ciertos privilegios, sino para-nosotros. Jesús es la manifestación de que el Reino de Dios llega para todos los seres humanos, y que en todos los seres humanos Dios se manifiesta como liberación y salvación. Jesús, desde esta perspectiva, es, al fin y al cabo, toda persona en la que el Reino se planta como una semilla para producir el fruto de una vida nueva. Todo cuanto los textos digan de Jesús lo están diciendo, de una forma o de otra, de todos los hombres y mujeres, cuyo prototipo es Cristo, el Hombre nuevo, creado a total semejanza con Dios. Por lo tanto, cuando se afirma que Jesús es el Emanuel, se está afirmando algo de valor para los hombres: que no estamos solos, que la energía de Dios, la fuerza de su Espíritu, están dentro mismo de esta real y concreta historia que se está realizando. Afirmar que Jesús es el Emanuel, fue una gran novedad en su momento, y hoy lo es en la misma medida si somos capaces de captar todo el alcance de la expresión. En efecto, en la antigüedad cada pueblo pretendía tener un Dios a su solo servicio. La divinidad era siempre el protector de un pequeño pueblo que con su ayuda podía imponerse a los demás. Expresado esto mismo en forma un tanto psicológica, diríamos que la ambición de poder de los pueblos se revestía con la forma de divinidad como para legitimar todas sus ambiciones. Así los mismos hebreos, nada afectos al universalismo, consideraban a Dios, a Yavé, como el Dios de los judíos, el Dios de Sión, el monte santo, desde donde resplandecería la gloria, política por cierto, del pueblo, confundida con la gloria de Dios. Por esto ellos esperaban un Mesías al servicio de su afán imperialista. Jamás podían pensar que su Dios era también el Dios 26

de los paganos o gentiles. Era el Dios del «ghetto», del pequeño círculo de los privilegiados. Cuando Mateo escribe su evangelio, es evidente que le da a su expresión un sentido totalmente distinto, aleccionado por cierto por la historia del cristianismo, ya abierto a los pueblos paganos. Jesús no es el judío piadoso que atrae para su pueblo el apoyo de Dios; Jesús es el hombre, cualquiera que sea su raza o nación, que ahora cuenta con el Dios de la total liberación. Desde esta perspectiva, cobra nuevo sentido el hecho mismo de la concepción virginal de María: con ello Mateo, pretende darnos a entender, como también lo hará Juan en el prólogo de su evangelio, que Jesús es mucho más que la herencia racial del pueblo judío. Si bien era judío, por haber nacido de padres judíos, su verdadero Padre es Dios, que, al igual que hizo con Adán, crea una nueva raza de hombres donde los vínculos de la sangre poca importancia tienen. El papel poco grato que en el simbólico relato juega José es, nada más y nada menos, que la expresión parabólica de la desilusión del pueblo judío (para quien el padre otorgaba la nacionalidad al hijo) al encontrarse con un Jesús que no le pertenecía como cosa propia y exclusiva, pues con él Dios introducía la gran revolución racial de la historia: termina con Jesús el dominio de una raza sobre otra, de una cultura sobre otra, de un pueblo sobre otro. A partir de Jesús, todos adquirimos la ciudadanía humana como primera y esencial, ciudadanía que, automáticamente, nos hace reconocer una sola fuente y origen de vida: Dios. ¿Por qué afirmamos que es éste un concepto revolucionario? Porque así lo enseña la misma historia. Fueron los apóstoles y los primeros cristianos judíos los primeros reacios al Emanuel al oponerse al ingreso indiscriminado de los paganos en la Iglesia, exigiéndoles, al contrario, la previa circuncisión. Su Jesús era un Emanuel recortado, parcial; era, sí, Dios-con-nosotros, pero ese «nosotros» no llegaba más allá de las fronteras de Judea y Galilea. En cambio el Emanuel del Evangelio, como lo pondrá de relieve el mismo Mateo con el relato de los Magos que adoran al niño, es la manifestación de la presencia de Dios en todos los hombres, sin importar su origen, credo o cultura. ¿Es éste el Jesús al que nosotros veneramos hoy? ¿No hemos recortado también al Emanuel encerrándolo en Occidente o en los círculos intelectuales o en cierta clase social? ¿No hemos hecho de la Iglesia un nuevo Israel, mirando siempre hacia dentro y cerrando las fronteras a los de fuera, considerados más bien como objetos de dominio? ¿Hemos comprendido que el gran signo de Dios, dado siglos antes al rey Acaz y dado a todos nosotros en Belén, es la contradicción a nuestro afán de tener un Dios a nuestra medida y a los solos efectos de que realice nuestros planes? Este es el cambio radical que introduce Navidad en el mundo: Dios 27

no es el Dios de una religión, o de una raza, o de una cultura, ni siquiera de una Iglesia... Dios es el Dios de todos los seres humanos. Es el «con-nosotros» sin limitación alguna. Esto es lo poco que nos dice de Dios el Evangelio; tan poco que aún no lo hemos comprendido, y hasta es muy posible que tardemos mucho en comprenderlo. Por eso Jesús fue rechazado por sus paisanos: era un traidor a la causa de la raza judía, un traidor a las ambiciones nacionales, un traidor al «ghetto». Y al encontrarnos nosotros hoy con el mismo texto de Mateo, ¿qué interpretación le damos? Acostumbrados a que Jesús es «nuestro» (un «nuestro» pequeño y cerrado), ¿estamos dispuestos a compartirlo con los otros? En realidad, el problema es distinto: no necesitamos querer compartirlo. Jesús es de todos... Está en todos los hombres y mujeres que se abren al Reino de paz y de justicia. Más que compartirlo o llevarlo a los demás pueblos, como tan generosamente intentaron hacer los misioneros, hoy quizá debamos descubrirlo en los otros. Ninguno de nosotros puede asumir la paternidad de Jesús... El es la novedad absoluta: llamada a descubrir el rostro de Dios en cada persona que pasa a nuestro lado. Alguien dirá: Si esto es así, ¿para qué somos cristianos? Precisamente para esto: para luchar por esta real igualdad entre los seres humanos; para ayudar a nuestros hermanos a descubrir la energía divina que ya está obrando en ellos. Para combatir contra todo afán de dominio de unos sobre otros. Somos los mensajeros del Emanuel. Debemos ser los primeros en decir: “Nosotros... los humanos”. Un Nosotros grande, con mayúscula, universal, sin fronteras. ¿Verdaderamente estamos dispuestos a aceptar a este Emmanuel...?

3. Emmanuel es el Salvador Ya en la reflexión anterior meditamos lo suficiente como para descubrir el sentido liberador del Reino, hecho presente ahora por medio de Jesús, en su misma persona. Agreguemos algunas breves ideas más. El niño que va a nacer debe ser llamado «Jesús», es decir, Yavé nos salva... Ahora bien: muchas veces se nos ha dicho que Jesús nos salvó... como si en la cruz hubiese realizado solo toda la gesta salvadora del hombre. Pero considerando que Jesús es la permanente presencia de Dios en medio de los hombres y dentro de su historia, y que esa presencia siempre es liberadora, ¿no será más preciso y exacto afirmar que Jesús es el símbolo de esa salvación que día a día, año a año, siglo a siglo se va realizando en un proceso lento que incorpora el esfuerzo de todos los hombres? El concepto puede ser confuso. Expliquémoslo un poco mejor: ¿no tenemos la sensación los cristianos de que, al hablar de Jesús, solamente hablamos de Jesús como indivi28

duo que cargó sobre sus hombros todo el pecado del mundo? ¿No es más exacto descubrir en él al prototipo de un ser humano que nace con él y en el cual siempre Dios se ha de manifestar como salvador? Alguien preguntará: ¿Y qué cambia con esto? Posiblemente cambie nuestra perspectiva cristiana. Ya no miraremos tanto al pasado, al Jesús de la cronología, a los hechos que él mismo realizó como individuo, cuanto al Jesús siempre presente y actuante en el hombre que ha superado las contradicciones de la raza, como asimismo otras barreras levantadas a lo largo de la historia. Celebrar Navidad, desde esta perspectiva, es bastante más que mirar al Belén del pasado y al niño nacido hace casi dos milenios. Es descubrir que este tiempo, este real tiempo que estamos viviendo en el siglo veintiuno, es Navidad: es el nacimiento permanente del hombre Emanuel, del hombre cuyo nombre original es Jesús, el que salva. El concepto no es tan nuevo ni extraño: en esta misma línea, san Pablo hablaba de la comunidad cristiana como el Cuerpo de Cristo, unido a Jesús, la cabeza, como los miembros que se integran en una nueva humanidad que ha roto las barreras que los separaban. ¿Dejaremos, entonces, de mirar a Belén y de contemplar al Jesús histórico? De ninguna forma: necesitamos verlo para encontrar allí el fundamento mismo de nuestro ser de hombres y de cristianos. Pero lo veremos sin dar las espaldas al presente o al futuro. Lo miraremos como quien mira al modelo a cuya imagen debe modelarse una nueva figura: la «nuestra», que más allá de su originalidad e individualidad, será siempre, a partir de Jesús, un hombre “Dios-con-nosotros”, un hombre «Dios-nos-salva». Por esto decíamos que Jesús es el símbolo, la encarnación primera y última de nuestro proyecto de hombre y de historia. Jesús es la respuesta a la gran pregunta del tiempo-de-adviento: ¿Cuál es nuestro proyecto? Nuestro proyecto se llama Jesús. E insistimos en seguida: el Jesús total, cabeza y miembros; el hijo de María y nosotros todos los hijos de mujer. Ahora comprendemos por qué está bien que la Iglesia nos repita cada año los mismos textos, porque ellos aluden a nuestra única y misma esencia, que debe encarnarse aquí y ahora como presencia salvadora de Dios, según las nuevas circunstancias y según la perspectiva histórica cada vez más amplia. Está bien y es necesario que cada año nos hagamos un replanteamiento de nuestro ser de hombres y mujeres que-siguen-a-Cristo. Este replanteamiento supone dos momentos: Primero: mirar a Cristo para ver quién es y cómo entendió su vida. Segundo: mirarnos a nosotros, Cuerpo de Cristo, para ver quiénes somos y cómo hoy y aquí debemos entender y realizar nuestra vida, que, desde aquel hermoso día en Belén de Judá, es vida que expresa y realiza la obra del Dios-con-nosotros, del Dios-que-nos-sal29

va. Navidad es, entonces, el nacimiento de Jesús y es nuestro nacimiento como cristianos, como personas que entendemos la vida como la entendió Jesús. Navidad es mirar la historia desde el ángulo de Dios: como la irrupción del Reino en un presente continuo hacia un futuro cada vez más maduro, más pleno de humanidad y de dignidad. Navidad es afirmarnos en nuestro origen histórico, en nuestra raíz, en el fundamento de nuestra tradición, para que el árbol no se detenga en el crecimiento. Ahondar en la raíz es fortalecer el tronco y es proyectarse hacia la copa y los frutos. Pero también Navidad es sentir la paradoja: a pesar de los dos milenios desde el nacimiento de Jesús, el Hombre Nuevo, sentimos la sensación de que todavía no ha nacido del todo, todavía el niño está por llegar; aún el pecado sigue clavado en nuestra realidad como una fuerza que intenta quebrar la dirección trascendente del hombre y de la historia. Celebrar Navidad es alegrarnos por el hoy de la salvación; pero también, y en la misma medida, comprometernos con el mañana de una salvación más plena y universal. En síntesis: cada año se nos anuncia como un hecho actual el anuncio de Isaías que en su momento Mateo actualizó: Dios está con nosotros como salvador... Hoy se nos ha anunciado el texto de Mateo: hoy debemos actualizarlo. Hoy se nos dice que el Espíritu está obrando en el seno de la humanidad como en su hora obró en el de María. Hoy ese mismo Espíritu, viento impetuoso de Dios, quiere dar a luz al hombre-Jesús, a la humanidad sobre la cual nadie tiene el derecho de ejercer la “paternidad”... Nuestro padre es el Espíritu de la libertad.

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PARA LA ORACIÓN PERSONAL

Los llamados relatos de la infancia poseen unas características particulares que los diferencian notablemente del resto del Evangelio. No son relatos históricos sino testimonios sobre Jesús formados a la luz de la fe, pero contienen múltiples recuerdos históricos. El pasaje de hoy, por ejemplo, no intenta tanto darnos a conocer detalladamente cómo fue exactamente el nacimiento de Jesús cuanto ayudarnos a comprender su sentido, y a captar su valor y alcance salvífico.

LEEMOS Y COMPRENDEMOS

Por su estilo y género literario, los capítulos que Mateo dedica a la infancia de Jesús tienen además otras peculiaridades que los diferencian: la abundancia de lo maravilloso, mucho más marcada que en otras partes del Nuevo Testamento; el recurso constante al Antiguo Testamento, mucho más masivo que en ningún otro lado. ¡Los cinco relatos que componen el Evangelio de la infancia de Mateo tienen referencia a la Escritura!

Podemos volver a leer el Evangelio, muy lentamente y tratando de saborear las palabras. Luego, tras unos momentos de silencio, intentamos descubrir qué nos dice el texto.

- En este pasaje, Mateo afirma que Jesús procede de Dios a través de la acción misteriosa del Espíritu en María, y que la vinculación de Jesús con Israel es sólo legal, pues acontece a través de la paternidad adoptiva de José.

- «María, su madre, estaba comprometida con José». Entre los judíos esta promesa comportaba un compromiso matrimonial casi definitivo, hasta el punto que, si la pareja tenía un hijo, éste era considerado legítimo de ambos. En caso de infidelidad, la ley de Moisés preveía dos soluciones: la denuncia pública y consiguiente lapidación (Dt 22,13-21); o la separación en privado (Dt 24,1). José, que era justo, sin dejar de ser obediente a la ley, elige la segunda.

- El relato está lleno de detalles prodigiosos: la aparición de un mensajero de Dios, la manifestación de la voluntad divina a través del sueño, la natural perplejidad de José... Todos ellos confluyen en un mismo punto: Jesús no es sólo hijo de Abraham y de David, sino que es, sobre todo, Hijo

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de Dios. Si en la genealogía (Mt 1,1-17) aparece vinculado a Abraham y a David, aunque sólo sea de forma legal, aquí, por la acción del Espíritu Santo, se nos desvela que es Hijo de Dios. Y el hecho de que se diga que Jesús nace de María por la acción del Espíritu Santo, es una forma de expresar su divinidad y mesianidad.

- El nombre de Jesús envuelve toda la narración. Jesús significa «Dios salva» y describe, en apretada síntesis, cuál será su misión: «salvar a su pueblo de todos sus pecados».

- En Mt 1,23 hallamos la primera de las llamadas «citas de reflexión» que el evangelista ha ido colocando a lo largo de su Evangelio. Son citas del AT introducidas por una fórmula fija: «Todo esto sucedió para que se cumpliese... », cuyo propósito es subrayar que en Jesús se realizan las promesas que Dios había hecho a su pueblo. Es probable que reflejen el trabajo de una escuela de escribas cristianos especialmente preocupados por mostrar a los judíos, de dentro y de fuera de la comunidad, que Jesús era verdaderamente el Mesías anunciado en la Escritura.

- Al citar a Isaías 7,14, Mateo subraya el nombre del niño que nacerá: «A quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”». Reafirma así la certeza que tienen sus destinatarios de que, en Jesús, Dios se ha hecho cercano. Así, con dos pinceladas Mateo nos ha hecho la primera presentación de Jesús: hijo de Abraham y de David, Mesías prometido, Hijo de Dios y presencia cercana suya entre nosotros.

MEDITAMOS Y ACTUALIZAMOS La fe cristiana se fundamenta en una afirmación sencilla y escandalosa: Dios ha querido hacerse hombre. Ha querido compartir con nosotros la aventura de la vida, saber por experiencia propia qué es vivir en este mundo, gozar, sufrir y crecer, caminar con nosotros...

Ser cristiano no es creer que Dios existe, imaginar «Algo» que desde una lejanía misteriosa da origen y sostiene la creación entera. Ser cristiano es descubrir con gozo que «Dios-está-con-nosotros»; intuir desde la fe que Dios está en el corazón de nuestra existencia y en el fondo de nuestra his-

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toria humana, compartiendo nuestros problemas y aspiraciones, conviviendo la vida de cada persona. Este gesto de Dios, que se solidariza con nosotros y comparte nuestra historia, es el que sostiene, en definitiva, nuestra esperanza. Dios ha querido ser uno de los nuestros. Su nombre propio es Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros. Ya no puede dejar de preocuparse por esta historia nuestra en la que se ha encarnado y a la que él mismo pertenece. No estamos solos.

La fe en un Dios hecho hombre nos debería ayudar a los cristianos, no sólo a agradecer la solidaridad de Dios, sino también a creer más en el ser humano, en quien siempre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio.

- «José, hijo de David, no temas recibir a María…». Para muchos, José es justo porque observa la ley (que obligaba al marido a disolver el matrimonio en caso de adulterio) y, además, porque mitiga con la magnanimidad el rigor de la ley (evita la difamación pública). Pero según otros comentaristas no es éste el sentido que tiene la palabra «justo» en Mateo. José es justo sobre todo porque, comprobando una presencia de Dios, un plan divino que lo supera, no quiere ser obstáculo y se retira sin pretensiones. «Justo» tiene entonces el sentido de aceptación del plan de Dios, aunque éste desconcierte y ponga patas arriba el propio proyecto. Y de esto es modelo José. El hombre que tuvo sus dudas, que no vio claro ni en¬tendió, acepta, sin embargo, la acción de Dios y, al aceptarla, su actuación se convierte en algo muy importante. ¿Qué me dice a mí la actitud de José? ¿Qué pienso al respecto? ¿Soy capaz de abrirme a la novedad de Dios aunque a veces me desconcierte y las cosas no resulten como yo esperaba?

- «Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de todos sus pecados». A José se le indica que ponga a su hijo el nombre de Jesús, porque «él salvará a su pueblo de los pecados». Sin embargo, para la mentalidad semita, el nombre no es algo indiferente y casual, sino que expresa el ser mismo de la persona, su misión, su destino. Por ello, los primeros cristianos descubrieron en el nombre arameo de Jesús (Yehosúa = «Yahveh salva») el contenido profundo de su vida y misión. ¿Qué significa para mí el nombre de Jesús? ¿Cómo pronuncio yo ese nombre? ¿Trato de pronunciarlo con cariño y confianza, con fe renovada, y con el deseo sincero de hacer míos los criterios, las convicciones y las opciones de Jesús?

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- «A quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”». Dios está cerca. Éste es el mensaje del Evangelio entero y de este pasaje en particular… Dios está con nosotros y nos acompaña siempre en el camino de la vida, invitándonos a vivir en plenitud. Dios está cerca de nosotros, allí donde estamos y donde estemos, con tal de que nos abramos a su Misterio, como María. El Dios inaccesible se ha hecho humano y su cercanía nos envuelve. En cada uno de nosotros puede nacer Dios. En cada uno puede acontecer una verdadera Navidad. ¿En qué realidades o situaciones tanto de mi vida personal y familiar o comunitaria, experimento la cercanía de Dios? ¿Trato de abrirme al Misterio de ese Dios que está en mí y que camina conmigo? ¿Qué me hace falta y qué puedo hacer para que la Navidad acontezca en mí?

ORAMOS Orar es descubrir y experimentar que Dios está con nosotros, que su nombre es Emanuel; que se nos da y se comparte, que se queda definitivamente con nosotros. Y orar es también dar testimonio de esta su presencia y cercanía, revelar su nombre y su misterio a quienes todavía no lo conocen.

Espontáneamente, con mis propias palabras, y dejando que hable mi corazón:

¿Qué le digo al Señor…?

BUENA SEMANA!

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