Mujer y misoginia en tres textos medievales

M onoso Rodríguez Mujer y misoginia en tres textos medievales españoles Tiguel allerDde Letras N° 43: 121-130, 2008 issn 0716-0798 Mujer y misoginia

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M onoso Rodríguez Mujer y misoginia en tres textos medievales españoles Tiguel allerDde Letras N° 43: 121-130, 2008 issn 0716-0798

Mujer y misoginia en tres textos medievales españoles Woman and Misogyny in Three Medieval Spanish Texts Miguel Donoso Rodríguez

Pontificia Universidad Católica de Chile [email protected] En la serie de televisión Married with children (Casado con hijos, en su versión chilena) se nos presenta la figura de la mujer deformada por convenciones antifemeninas, cuyos orígenes bien podemos rastrear en la literatura misógina medieval. La española, en particular, cuenta con algunos interesantes testimonios –el Libro de buen amor, La Celestina y el Corbacho, entre otros– donde podemos ver cómo la figura de la mujer es heredera de la tradición misógina que en parte proviene de La Biblia y en parte de textos satíricos grecolatinos. A pesar de todo, estas tendencias antifemeninas fueron excepcionales y no alcanzaron a opacar una época en que el enaltecimiento de la mujer y el profeminismo fueron la regla general. Palabras clave: literatura, medieval, misoginia. In the TV series Married with children (Casado con hijos in the Chilean version) we are shown the image of the woman shaped by anti-female conventions, whose origins can be traced back to the medieval misogynist literature. The Hispanic literature, particularly, accounts for some interesting testimonies –the Libro de buen amor, La Celestina and the Corbacho, amongst others– where we can observe how the woman’s image is heir to the misogynist tradition, which comes partly from the Bible and partly from the satirical Grecolatin texts. In spite of this, these anti-female tendencies were exceptional, and did not manage to blur an era when the praise of women and the profeminism were the general rule. Keywords: Literature, Medieval, Misogyny.

Fecha de recepción: 11 de abril de 2008 Fecha de aprobación: 3 de septiembre de 2008

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El televisor encendido. En pantalla, la serie de televisión de moda: una mujer guapa, casada y con un par de hijos a los que no llama precisamente cariño, sino accidentes. En torno a ella deambula un marido que no es visto más que como un proveedor y que muchas veces desprecia y se burla de su esposa. Nuestra casada es un verdadero dechado de virtudes: vanidosa, trapera y aficionada a ir de compras y gastar en demasía; inconstante y vana, la profundidad no es su fuerte: su marca de fábrica es la superficialidad y la tendencia a divagar sobre temas intrascendentes (de hecho, ciertos temas le están vedados, porque el magín no le alcanza o porque su ignorancia es supina…); egoísta y cómoda, suele perder muchas horas sentada frente al televisor; también es oportunista y codiciosa y su máxima aspiración es ganarse un premio de la Lotería… La hija, Titi, no mejora el panorama, siendo blanco frecuente de las burlas de su padre y hermano debido a su superficialidad. Esta trama reactualiza una vez más el eterno tópico de la misoginia. Basta que usted encienda su televisor cualquiera de estos días por la noche en Chile y sintonice (le aseguro que no hará zapping…) la serie Casado con hijos que exhibe el canal privado Mega. Incrédulo, se reirá, le llamará la atención, pero nada original encontrará aquí. De hecho, la poca novedad de la serie se debe, en primer lugar, a que se trata de una sitcom o comedia de situaciones adaptada a partir de un modelo extranjero y en este caso el modelo no es otro que la conocida Married with Children, exitosa serie norteamericana que cumplió más de 15 temporadas en televisión a partir de los años 80 y que se retransmitiera también en numerosos países de habla hispana. Pero la poca originalidad es también de fondo: si usted es de los que cree que ciertos tópicos de la Edad Media están pasados de moda, mejor recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte y constate cómo en este programa más de algo del espíritu medieval se mantiene vivo y está a la vuelta de la esquina. Podrá apreciar que los misóginos rasgos con que la actriz chilena Javiera Contador interpreta su personaje de Quena Gómez en la serie son y seguirán siendo atemporales. Asimismo, podrá usted darse cuenta cómo el personaje de Tito Larraín, su marido, interpretado por el actor de apellido homónimo Fernando Larraín, funciona sobre la base eternamente repetida de una pésima idea del género femenino. Vemos así que la misoginia sigue formando parte de nuestra idiosincrasia, especialmente en cierta visión negativa que se tiene del matrimonio. Retrocedamos en el tiempo y centrémonos en el campo de las letras, la manifestación cultural por antonomasia durante los siglos pretéritos. ¿Por qué la mujer es objeto frecuente de ataques en un cierto tipo de literatura? ¿De dónde procede la misoginia y la literatura antifemenina? Estas y otras preguntas intentaré responder en este trabajo, abocándome especialmente a la época medieval.

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Partamos por las definiciones. La palabra griega misoginia significa “aversión u odio a las mujeres”; misógino, por lo tanto, es el “que odia a las mujeres, manifiesta aversión hacia ellas o rehúye su trato”, según la definición que da el Diccionario de la Real Academia Española. Dicho lo cual habrá que tener en cuenta que la tradición misógina en la literatura comenzó con la cultura latino-cristiana como parte de la literatura ascética, e incluso con la hebrea, pues ya en La Biblia se achaca a Eva la culpa por la pérdida del Paraíso. Recordemos que en el Génesis se narra cómo la mujer, tentada y seducida por la serpiente, come del árbol de la ciencia del bien y del mal y convida también a Adán, su compañero. Ambos se dan cuenta, después de haber comido, que están desnudos y por esto cubren sus vergüenzas con hojas de higuera. Descubiertos e interrogados por Dios, Adán se excusa atribuyendo la culpa a Eva y esta a su vez alega haber sido engañada por la serpiente. Dios impone severos castigos a sus criaturas y a la mujer, en primer lugar, le señala: Multiplicaré los trabajos de tus preñeces. Parirás con dolor los hijos y buscarás con ardor a tu marido, que te dominará. (Génesis 3, 16) Así nos vamos adentrando en los orígenes más remotos de la misoginia. El caso es que el castigo de Dios –la pérdida del Paraíso para el género humano, en primer lugar– se extendió también a Adán, que por haber prestado oídos a su mujer y comido con ella del fruto prohibido, es condenado, a partir de ese momento, a realizar el trabajo con esfuerzo, sufrimiento y cansancio –desde ahora se sustentará con el sudor de su frente (antes también trabajaba, pero por el don preternatural de la impasibilidad el trabajo no le significaba esfuerzo alguno)–, y quedará también sujeto a la muerte (“Ya que polvo eres, y al polvo volverás”, dice el Génesis), al haber perdido el apreciado don de la inmortalidad. Y claro, es aquí donde aparece en escena la misoginia: tal como explican muy tempranamente los primeros autores antifemeninos, el hombre hace culpable de su nuevo y lamentable estado a la mujer. Es fácil apreciar en el relato bíblico un material abonado y fértil para la actitud misógina, actitud que se convertirá en uno de los rasgos distintivos de la literatura religiosa, incluidos los sermonarios, y ocasionalmente en la literatura profana. En efecto, no solo en La Biblia se encuentran las fuentes de los sentimientos antifemeninos que afloran en la literatura europea a partir del siglo XIII. Existen algunos autores clásicos misóginos como Juvenal y sus Sátiras (véase a mayor abundamiento especialmente su “Sexta sátira”); también Ovidio en el Ars amandi y en sus Amatorias

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nos proporciona algunos interesantes pasajes ribeteados por el misoginismo. El mismo Virgilio, en la Eneida, menciona a la “varium et mutabile semper femina”. Entre los autores medievales europeos, destaca sobre todo Giovanni Boccaccio, autor del Decamerón, que hacia 1354 compone una obra misógina que influirá poderosamente en algunos autores hispanos: me refiero al Corbaccio, título probablemente derivado del castellano corbacho, que significa látigo. Cabe consignar, además, que las corrientes antifemeninas beben en una tradición ascética muy antigua, formada en las escuelas monásticas, tal como lo demuestran las numerosas referencias misóginas presentes en las sentencias de los padres del desierto, especialmente recogidas en el Vitas patrum o Vida de los padres del yermo de San Jerónimo, donde la concupiscencia de la carne, el deseo de la mujer, es visto como uno de los mayores peligros y obstáculos para la castidad, y por lo tanto para la santidad, de los eremitas. Este tipo de literatura ascética, de carácter devoto y monástico, sobrevive durante la Edad Media a través de libros llamados florilegios patrísticos, los cuales proporcionaban citas adecuadas a los autores sin necesidad de recurrir a las fuentes originales. Tal como explica el jesuita Thomas Hanrahan al estudiar el tema en su libro La mujer en la novela picaresca, lo más notable de esta literatura es que, por lo general, inculca más los peligros de las creaturas que su recto uso. La predicación de la época adolecía de los mismos inconvenientes y, además, de la exageración a que se presta la oratoria. El lenguaje usado no poseía ni los matices ni la distinción suficientes; seguía a la tradición y ésta era monástica. El ascetismo laico no se había desarrollado aún y se trataba por lo general de una espiritualidad orientada a la vida monástica, escrita en su mayor parte por clérigos apartados del mundo y reflejaba, ciertamente, un punto de vista muy particular. (85-6) En la tradición a que me refiero la mujer se convierte en un obstáculo para la perfección del individuo y todo el tema de la sexualidad y la concupiscencia, como es natural, se trata en sentido restrictivo, ya que constituye un peligro para vivir el celibato: El objeto del instinto, la mujer en general, era mirado [...] con desconfianza. Como la mujer era atractiva, como Dios quiso que fuera, el remedio se buscaba en concentrarse no en sus virtudes y cualidades atractivas [de las cuales, por cierto, también trae ejemplos La Biblia; véase simplemente el Cantar de los Cantares y el Libro de la Sabiduría…], sino en sus defectos y vicios, que Dios había permitido también. La mujer es, pues, un peligro para la perfección del hombre, es un mal atractivo y hay que reconocerlo como tal. (Hanrahan 87)

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Tras estas precisiones, me voy a centrar, por razones de espacio, en la literatura misógina o antifemenina española medieval. Aunque no se puede ignorar la influencia de obras provenientes de la literatura oriental como el anónimo Sendebar o Libro de los engaños y asayamientos de las mujeres, obra traducida del árabe al romance castellano hacia el año 1253 de nuestra era, en plena época de eclosión del trabajo de Alfonso X El Sabio en su taller alfonsí, esta corriente no se presenta en plena forma en la Península Ibérica sino hasta bien entrado el siglo XV, cuando la influencia del humanismo italiano en este campo se hace sentir especialmente a través del ya mencionado Corbaccio boccacciano. En concreto lo hace en la obra titulada Arcipreste de Talavera (1438) de Alfonso Martínez de Toledo, más conocida, justamente por influencia de la obra de Boccaccio, como Corbacho. Rastros misóginos aparecen también en La Celestina (1499-1502) de Fernando de Rojas y en el cáustico y menos conocido Luis de Lucena con su Repetición de amores (1496-1497). Finalizada la época medieval, estos autores tendrán unos aventajados discípulos en algunos narradores picarescos de los siglos XVI y XVII. A pesar de todo, ya un siglo antes de aparecer el Arcipreste de Talavera encontramos una primera manifestación de las corrientes misóginas en el famoso Libro de buen amor, obra multifacética por donde se la mire, compuesta por el arcipreste Juan Ruiz hacia los años 133013401. En ella encontramos, entre otras cosas, una defensa abierta de la barraganía clerical, en el marco de la exaltación del concepto del buen amor, que se opone al amor lascivo y desordenado, el loco amor. En este marco me limitaré a recordar un conocido episodio de las coplas 474 y ss., el cual bien se puede situar en la tradición misógina, ya que nos presenta la figura de una mujer inconstante, infiel y además astuta y sagaz. En él se relata la historia de Pitas Payas, un pintor que, recién casado con una dueña2, se dispone a iniciar un viaje de negocios que lo mantendrá ausente de su casa por dos años. Para garantizar la fidelidad de su mujer, antes de partir le pinta un pequeño cordero debajo del ombligo. Según el relato, como la mujer estaba recién casada y había convivido poco con su marido, se buscó al poco tiempo un amante. Con el paso del tiempo el dibujo bajo el ombligo desapareció, y al regresar el pintor, transcurrido el

1  Del

mismo siglo XIV se mencionan también, como manifestación de estas corrientes misóginas, los ejemplos 30 y 35 de El conde Lucanor de don Juan Manuel. El Romancero, de larga tradición oral durante el medioevo, aporta asimismo lo suyo: recuérdense, entre otras, las distintas versiones de los romances de Los siete infantes de Lara y de La condesa traidora. 2  La dueña es una mujer viuda y más o menos madura. Su mala fama era inmemorial y así aparece retratada en la literatura de esta época y posteriores.

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largo tiempo de separación, la mujer, al enterarse de su vuelta, pide a su amante que le dibuje de nuevo el cordero en el mismo lugar. Este, sin embargo, le dibuja un carnero adulto. Al regresar Pitas Payas, lo primero que hace es revisar el vientre de su mujer y, dándose cuenta de la mutación del dibujo, la reprende ásperamente: ¿Cómo es esto, madona, o cómo pode estar que yo pinté corder e trobo este manjar? La “sutil y malsabida mujer” (según la llama el texto) responde con ingenio: “¿Cómo, mon señer, en dos anos petid corder non se fazer carner?”. (Ruiz, coplas 483-84)3 Un segundo episodio corresponde al encuentro del arcipreste protagonista con una serie de serranas que lo abordan al intentar cruzar un paso cordillerano con mal tiempo. Estas mujeres le exigen ser satisfechas sexualmente a cambio de la protección y cuidado que le brindan; la descripción de la última de las serranas deambula entre lo grotesco y lo misógino, como se puede ver en las coplas 1008 y ss. de la obra. El otro texto que voy a repasar brevemente no es ni con mucho en su globalidad misógino, pero contiene algunos pasajes que ameritan citarlo aquí y sin duda más de una de las mujeres que protagonizan la obra se inscriben dentro de esta tradición. Se trata de la Tragicomedia de Calisto y Melibea, más conocida como La Celestina, cuya primera redacción corresponde al año 1499. Dejando a un lado los rasgos con que se caracteriza al personaje de Celestina, la vieja alcahueta, y los detalles de su muerte, que se inscriben dentro de la tradición misógino-grotesca, hay una conversación de Calisto con su criado Sempronio que verdaderamente no tiene desperdicio. Es un diálogo en que ambos conversan del amor y de la mujer y donde podemos ver cómo, mientras Calisto enaltece su figura –por supuesto está pensando en su adorada Melibea–, Sempronio manifiesta una idea bien distinta de las féminas: ¿Escocióte? Lee los historiales, estudia los filósofos, mira los poetas. Llenos están los libros de sus viles y malos ejemplos, y de las caídas que llevaron los que en algo, como tú, las reputaron. Oye a Salomón do dice que las mujeres y el vino hacen a los hombres renegar. Conséjate con Séneca y verás en qué las tiene. Escucha al Aristóteles, mira a Bernardo. Gentiles,

3  Traduzco

los últimos versos: “¿Cómo, mi señor,/ en dos años quieres que cordero no se haya hecho carnero?”.

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judíos, cristianos y moros; todos en esta concordia están. Pero lo dicho y lo que dellas dijere no te contezca error de tomarlo en común, que muchas hobo y hay santas, virtuosas y notables cuya resplandeciente corona quita el general vituperio. Pero destas otras, ¿quién te contaría sus mentiras, sus trafagos, sus cambios, su liviandad, sus lagrimillas, sus alteraciones, sus osadías (que todo lo que piensan osan sin deliberar), sus disimulaciones, su lengua, su engaño, su olvido, su desamor, su ingratitud, su inconstancia, su testimoniar, su negar, su revolver, su presunción, su vanagloria, su abatimiento, su locura, su desdén, su soberbia, su sujeción, su parlería, su golosina, su lujuria y suciedad; su miedo, su atrevimiento, sus hechicerías, sus embaimientos, sus escarnios, su deslenguamiento, su desvergüenza, su alcahuetería? Considera qué sesito está debajo de aquellas grandes y delgadas tocas, qué pensamientos so aquellas gorgueras, so aquel fausto, so aquellas largas y autorizantes ropas, qué imperfición, qué albañares debajo de templos pintados. Por ellas es dicho “Arma del diablo, cabeza de pecado, destrución de paraíso”. ¿No has rezado en la festividad de San Juan, do dice: “Ésta es la mujer, antigua malicia que a Adam echó de los deleites de paraíso, ésta el linaje humano metió en el infierno, a ésta menospreció Elías profeta”, etc.? (Rojas 39-41) El texto, que continúa con más diatribas antifemeninas de Sempronio, ahorra cualquier comentario respecto de los defectos atribuidos a la mujer. Pasemos finalmente al Arcipreste de Talavera o Corbacho, el más importante testimonio literario de las corrientes misóginas en la tardía Edad Media española. Aunque la obra está dividida en cuatro partes, nosotros nos centraremos en la segunda, dedicada a tratar por extenso, sin contemplaciones, “De los vicios, tachas e malas condiciones de las malas e viciosas mujeres” (así el epígrafe de la referida segunda parte). Tomen nota las damas y precávanse los mozos (y no tan mozos también): las mujeres son, según el orden de los capítulos del Corbacho, en primer lugar avariciosas, también “murmurantes y detractadoras”, lo que a estas alturas nada tiene de novedoso. Pero no dejemos de apuntar lo que señala a propósito del contenido de los baúles de las mujeres: Todas estas cosas fallaréis en los cofres de las mujeres: horas de Santa María, Siete salmos, Estorias de Santos, Salterio de Romance, ¡nin verle del ojo! Pero canciones, decires, coplas,

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cartas de enamorados, y muchas otras locuras, esto sí; cuentas, corales, alfójar enfilado, collares de oro y de medio partido, de finas piedras aconpañado, cabelleras, acerufes, rollos de cabellos para la cabeza; y, demás aún, aceites de pepitas o de alfolvas mezclado, simiente de niesplas para ablandar las manos; almisque, algalia para cejas e sobacos; alanbar confacionado para los baños que suso dije, para ablandar las carnes, cinamomo, clavos de girofre para en la boca... (Martínez de Toledo 135) Agrega más adelante que son envidiosas, inconstantes (esto es, mudables y livianas), que en ellas prima el doblez... (según dice textualmente, “de cara con dos faces”). Especial énfasis pone el texto en el carácter beligerante y desobediente de la mujer, como se puede ver en las múltiples anécdotas que relata, de las cuales recojo solo una: Otra mujer era muy porfiosa y con sus porfias non daba vida a su marido. Un día imaginó cómo, en toda su porfia, le daría mala postrimería el marido, y dijo: “Mujer, mañana tengo convidados para cena. Ponnos la mesa en el huerto a ribera del río, de yuso del peral grande, porque tomemos guasajado”. Y la mujer así lo fizo: puso la mesa luego y aparejó bien de cena, y asentáronse a cenar. Y traídas las gallinas asadas, dijo el marido: “Mujer, dame agora ese cañivete que en la cinta tienes, que este mío non corta más que mazo”. Respondió la mujer: “Amigo, ¿dónde estáis?; que non es cañivete, que tiseras son, tiseras”. Desque el marido vido que su porfía era por demás, dijo: “¡Líbreme Dios desta mala fenbra; aun en mi solaz porfía conmigo!”. Diole del pie y echóla en el río… Y luego comenzó a zabullirse so el agua, y vínosele en miente que non dejaría su porfía aunque fuese afogada, “¡muerta sí, más non vencida!”;. Comenzó a alzar los dedos fuera del agua, meneándolos a manera de tiseras, dando a entender que aún eran tiseras, e fuese el río abajo afogando. Y luego los convidados hobieron della grand mancilla y pesar, y tomaron a correr el río abajo por la ir a acorrer. Y el marido dioles voces: “¡Amigos, tornad, tornad! ¿Dónde ides? ¿Y cómo non pensáis que como es porfiada aun con el río porfiará y tornará sobir el agua arriba contra voluntad o curso del río?”. Y mientra que ellos se tornaron río arriba, pensando que lo

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decía de verdad, la porfiada, con su negra porfía, porfiando mal acabó4. (Martínez de Toledo 153-4) Por último, y para terminar este cúmulo de virtudes, se les atribuye ser soberbias, vanagloriosas o vanidosas, mentirosas y perjuras, borrachas y finalmente parleras o habladoras en demasía. Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, hay que señalar que cualquier adscripción de esta obra a las corrientes misóginas se ve necesariamente ensombrecida por una Demanda añadida en la segunda edición del Corbacho publicada en 1498, cuya autoría es discutida pero que estudios lingüísticos indican que pertenecería a la pluma del propio Martínez de Toledo. En ella el autor cuenta cómo en sueños se vio atacado por un batallón de mujeres que le reprochaban su misoginia y le agredían brutalmente. Por ese motivo decide retractarse de sus palabras y pedir perdón por la ofensa al género femenino que con ellas hacía, aconsejando que su libro se tire al fuego. Su reflexión final –“¡Guay del que duerme solo!”– es indicativa de su retractamiento y su revaloración de la mujer. Si a esto agregamos que la primera parte de la obra constituye una reprobación del loco amor y que en la tercera parte del texto hace blanco de sus ataques a los hombres (aunque con un tono más morigerado), tenemos que reconocer que nos encontramos ante una obra de tono moralizante cuyo sentido último dista mucho de ser un ataque a las mujeres, sino más bien se constituye en una reprobación del amor mundano y exaltación del divino, ambos tópicos bien conocidos. En efecto, a pesar de los testimonios citados, hay que tomar en cuenta que en la literatura medieval castellana del siglo XV la presencia de elementos misóginos no fue más que una excepción dentro de un panorama en que predominó un desarrollo de la literatura femenina o profemenina (especialmente presente en la novela sentimental, con todos sus elementos del amor cortés), con manifestaciones en este sentido incluso anteriores y muy superiores en cantidad de testimonios a los de la tradición misógina. Y es que la tradición más castizamente castellana es la de defender y alabar a la mujer, más que atacarla y denostarla. Como bien señala Jacob Ornstein, “se puede afirmar que cierta galantería española impide la calumnia de un sexo que nos cumple respetar, al paso que exige una calurosa defensa cuando se viola su honra. No se debiera olvidar que la novela sentimental, género que casi deifica a la mujer y su nobleza, floreció en España como en ningún otro país, excepto Italia” (231). Si bien no podemos

4  Este

relato se transformó en cuentecillo tradicional y folclórico de tema misógino: véase para su difusión Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 304, n. 484.

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desconocer, con posterioridad, la presencia en la novela picaresca de elementos misóginos o antifemeninos, el tema teórico ya estaba resuelto con anterioridad: “El tema no hizo fortuna en España y la respuesta de la literatura castellana fue un “no” rotundo y categórico” (232) (aunque después haya prestado abundante material para la sátira de la figura femenina, especialmente en la lírica...). En resumen y mejor (porque muchos somos felizmente casados...) “¡Guay del que duerme solo!”.

Obras citadas

Alcalá Yáñez, Jerónimo de. Alonso, mozo de muchos amos. Ed. Miguel Donoso. Madrid: Iberoamericana-Vervuert, 2005. Anónimo, Sendebar. Ed. M. J. Lacarra. Madrid: Cátedra, 2005. Hanrahan, T., La mujer en la novela picaresca española. Madrid: José Porrúa Turanzas, 1967, 2 vols. Juan Manuel, Don. El conde Lucanor. Ed. J. M. Blecua. Madrid: Castalia, 1992. Martínez de Toledo, Alfonso. Arcipreste de Talavera o Corbacho. Ed. J. González Muela. Madrid: Castalia, 1998. Ornstein, J. “La misoginia y el profeminismo en la literatura castellana”. Revista de Filología Hispánica 3 (1941): 219-32. Rojas, Fernando de y “Antiguo autor”. La Celestina. Tragicomedia de Calisto y Melibea. Ed. dirigida por F. Rico. Barcelona: Crítica, 2000. Ruiz, Juan. Libro de buen amor. Ed. A. Blecua. Madrid: Cátedra, 1995.

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