MUJERES POBRES Y JÓVENES CRIMINALIZADAS

TRABAJO FINAL DEL CURSO CERTIFICADO “INCIDENCIA PERIODÍSTICA EN LOS DERECHOS SEXUALES Y REPRODUCTIVOS” TEMA : MUJERES POBRES Y JÓVENES CRIMINALIZADA

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TRABAJO FINAL DEL CURSO CERTIFICADO “INCIDENCIA PERIODÍSTICA EN LOS DERECHOS SEXUALES Y REPRODUCTIVOS”

TEMA :

MUJERES POBRES Y JÓVENES CRIMINALIZADAS

PARTICIPANTE

Ana Marilena Quintanilla Reyes Comunicadora Social

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INTRODUCCIÓN

Podría afirmarse que la violencia siempre ha formado parte de la experiencia humana. Sus efectos se pueden ver, bajo diversas formas, en todas partes del mundo. Cada año, millones de personas pierden la vida y muchas más sufren lesiones no mortales como resultado de la violencia auto infligida, interpersonal o colectiva. De esta manera la violencia se constituye en una de las principales causas de muerte en todo el mundo para la población femenina. La violencia contra la Mujer no conoce distinciones de clase social, raza y cultura. Todos los días, dentro de su casa o en su comunidad, en el lugar donde deberían sentirse protegidas y contenidas, miles de mujeres son golpeadas o violadas. La violencia contra la mujer nos involucra a todas y todos. Porque es un comportamiento aprendido que necesita del esfuerzo de la sociedad para enseñar nuevos comportamientos sociales capaces de detenerla. Terminar con la violencia contra la mujer no es una tarea simple, requiere del compromiso del Estado y de la sociedad en su conjunto para protegerla y castigar a quienes atentan contra ella. Es un error pensar que la violencia de género es un asunto privado en el que los otros no debemos intervenir. Las mayores consecuencias para las víctimas de violencia de género no son las físicas porque las marcas del cuerpo cicatrizan, las otras, las que no se ven dependen de todos nosotros. La violencia psicológica y el miedo permanente destruyen la autoestima de la mujer y le impiden defenderse de su agresor o buscar una salida. La discriminación en todas sus formas debe ser parte de un pasado lejano al que no debemos regresar.

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MUJERES POBRES Y JÓVENES CRIMINALIZADAS

Analizando cómo abordaría el tema seleccionado para el ensayo final, pensé: ¿Desde qué enfoque se podrá hablar de un tema tan complejo?, entonces consideré que primero tendría que definir algo muy importante y es: ¿Qué significa ser mujer?.

Si lo analizamos desde una perspectiva feminista, y en esta cultura donde predomina el dominio del hombre sobre la mujer, ser mujer -tal como lo plantea Marcela Lagarde- significa ser de los otros, lo que implica abandonarse a si misma como mujer para entregarse a otros, es decir que ese cautiverio del que ella habla, en el plano de la madre y esposa, la limita a una sexualidad para la procreación (es decir para ser madres, negándose el placer de su cuerpo y sus necesidades); y el otro aspecto es la dependencia vital de los otros por medio del ser madre, el ser fiel y el ser esposa, lo que significa que desde la sociedad, ya tenemos predestinado el rol que vamos a tener en nuestra vida.

Simona de Beauvoir (1948) en su libro El Segundo Sexo, explica el ser de otra como una división de la sociedad en dos grandes grupos: el de los hombres, que es el grupo opresor, es decir que abusa del poder y autoridad sobre alguien; y el de las mujeres que es el grupo oprimido. Este papel de grupo oprimido ha llegado a asumirse con tanta naturalidad, que no logramos reconocer como anormal el papel que nos ha dado la sociedad como mujer sumisa, fiel, leal y entregada al servicio de los otros. La naturaleza de la mujer se reconoce en cuanto se reconoce como plebeya del hombre o como una esclava, de lo contrario es poco femenina.

Esta concepción del ser mujer, nos obliga a cuestionarnos constantemente nuestro papel de mujeres virtuosas que plantea la Biblia en Proverbios 31:10-31, el que es imposible cumplir en tanto que somos seres humanos, por eso Proverbios dice: “Mujer virtuosa, quién lo será”. Entonces, si como mujeres aparecemos con un VIH, abortamos, decidimos casarnos o no, empezamos a cuestionar ese papel y a culpabilizarnos por no haber cumplido a cabalidad con esos roles que la sociedad nos exige constantemente, y empezamos a decirnos que nuestro marido nos fue infiel porque no somos buenas mujeres, buenas madres y buenas amantes, entonces empezamos a asumir responsabilidades innecesarias.

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Desde ese papel de dependencia, en el que nos han confinado a la labor doméstica, y nos han hecho creer que nacemos, que forma parte de nuestra biología, que es natural nuestra habilidad manual de desarrollar todas las actividades que son propias de nuestro rol, como barrer, trapear, cuidar niños/as, cocinar, cuidar al marido, debernos a él, entre otras cosas; desde ese papel de dependencia, se inicia también la naturalización de la violencia en nuestras vidas, desde el mismo momento en que nos convencemos que estamos relegadas al ámbito privado, que es la casa; que no podemos hacer nada más que coger una escoba y barrer, que no somos lo suficientemente inteligentes como para estudiar y desarrollarnos, que no podemos ni debemos pensar en dejar de asumir nuestros roles, y que no tenemos la capacidad de entrar a otros espacios públicos de decisión política fundamentales para el desarrollo de nosotras mismas. Desde ahí, a temprana edad, a través de los juegos y el trabajo, y como algo mecánico, empezamos a lesionar nuestra autoestima y a perder nuestros espacios de poder.

Ahora hablaremos de la palabra violencia, ésta se remite al concepto de fuerza, lo que quiere decir que existe el uso de la fuerza para producir daños. La violencia siempre es una forma de ejercicio del poder, que implica dominar o mandar mediante el empleo de la fuerza, y esto significa que existe “un arriba” el opresor y “un abajo” el oprimido. A través de la violencia se busca eliminar los obstáculos que se oponen al ejercicio de ese poder. La convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, la reconoce como: “cualquier acción o conducta, basada en el género que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado.

Hemos escuchado que en los últimos años se ha incrementado los índices de violencia contra las mujeres y específicamente hacia mujeres adultas y jóvenes de escasos recursos que no tienen las posibilidades de pagar un abogado o abogada cuando se encuentran en problemas judiciales sobre todo cuando las culpabilizan de haberse practicado un aborto. También la crisis económica, ambiental, política y social las cual debemos entender como el agotamiento del sistema y la necesidad de provocar transformaciones radicales, que nos lleven a construir

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un mundo distinto, que vaya más allá de la sobrevivencia, y que se rija por la racionalidad de la vida. Después de todo, ése ha sido el sueño que a muchos y muchas salvadoreñas les ha costado la vida y, por su vigencia, las distintas luchas sociales que se están librando en nuestro país, en contra de la racionalidad de la muerte, siguen siendo perseguidas y criminalizadas.

Desde luego, la crisis afecta a todos los grupos sociales, pero no a todos de igual manera. Las mujeres están expuestas a los embates de la crisis, pero si son pobres son todavía más vulnerables, y si además son indígenas, las probabilidades de que se encuentren en una situación crítica, son todavía muchísimo más altas. Es a esto a lo que las feministas llamamos “la triple opresión”, la exclusión social de las mujeres, por el mero hecho de ser mujeres, pobres y jóvenes. Los hombres y las mujeres entonces, viven la crisis de manera no sólo diferente, sino desigual, porque en la sociedad, los hombres tienen ventajas sobre las mujeres, sólo por el hecho de ser hombres.

Si eso no fuera así, no tendríamos razones para crear instancias gubernamentales, ni hacer presión para poner en marcha las diferentes leyes en defensa de los derechos de las mujeres, ni organizaciones sociales que trabajen contra las distintas formas de discriminación y opresión de las mujeres, ni la existencia del feminismo y de las feministas no tendría razón de ser. Pero por increíble que parezca, en pleno siglo XXI, cientos de mujeres salvadoreñas siguen siendo asesinadas, golpeadas, maltratadas verbal y psicológicamente, acosadas, violadas sexualmente, explotadas y discriminadas laboralmente, expuestas a la violencia económica, robadas de los brazos de sus madres y dadas ilegalmente en adopción y, en general, sometidas a la dominación masculina, en todos los ámbitos de la vida social, tanto en el mundo público como en el privado.

Este contexto crítico en el que las mujeres salvadoreñas y sobre todo las marginadas y pobres, viven su día a día, agravado por los crímenes cometidos por los grupos de poder paralelos de este país, merece atención urgente y adecuada. Y cuando digo adecuada, me refiero a que algunas veces, las soluciones que se proponen a las múltiples problemáticas de

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las mujeres, no son precisamente las más acertadas, y en algunos casos, termina siendo peor el remedio que la enfermedad.

Por ejemplo, si hablamos de la forma como se ha enfrentado el problema de la violencia de género contra las mujeres desde el gobierno, vemos que todavía hay programas que trabajan desde concepciones conservadoras que pueden incrementar el nivel de riesgo de las mujeres víctimas, pues algunas veces, la idea de favorecer la unidad familiar, está por encima de la necesidad de garantizar la integridad física y emocional de las mujeres.

Ninguno de los problemas de las mujeres salvadoreñas debe ser entendido ni tratado de manera simplista y superficial. Las transformaciones radicales requieren de interpretaciones radicales, es decir, que vayan a sus raíces. Ojalá que en los planes que supuestamente se elaboran a favor de la mujer, partan de un análisis profundo de la compleja situación y condición de las mujeres de nuestro país, para que no incurra en errores y para que sus acciones sean orientadas por la racionalidad de la vida.

A partir de mi trabajo diario con mujeres de distintos sectores sociales, propongo la construcción de modelos eficaces para la atención de mujeres víctimas de todo tipo de violencia y la aplicación de los mismos en las distintas instituciones públicas y privadas.

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CONCLUSIÓN

Tomando en cuenta una frase de Simona de Beauvoir: “Siempre es fácil declarar feliz una situación que se quiere imponer”. Hay que tener cuidado con eso porque cuando se condena a alguien a estancarse, se le declara feliz, entonces no nos extrañemos cuando nos dicen “usted debe sentirse feliz que por lo menos le damos atención médica, usted debe sentirse feliz de que está viva, mire debe ser feliz con los hijos e hijas que Dios le dé no importando su salud”.

Nosotras tenemos que sentirnos felices cuando tengamos mujeres empoderadas que conduzcan sus vidas, libres del chantaje social, que provoca nuestro propio abandono. Nosotras tenemos que sentirnos felices cuando las mujeres empoderadas luchemos mano a mano contra la violencia, contra la infección del VIH, cuando accedamos a los servicios de salud para cuidarnos, no sólo para cuidar a otros y exijamos que se nos de la atención como nos merecemos, ahí es cuando nos debemos sentirnos felices, antes no, antes tenemos que luchar por llegar a ese punto, que va contribuir sustancialmente a mejorar la calidad de vida de las mujeres y el acceso a la salud.

Agradezco al Centro de Estudios de Género de la Universidad de El Salvador por el valioso esfuerzo de realizar este tipo de cursos, en el cual he actualizado conocimientos y poniéndolos en práctica en mi vida personal y profesional.

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BIBLIOGRAFIA

• Simona de Beauvoir (1948) Libro: El Segundo Sexo • Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer. • La Sagrada Biblia. • Ley Especial Integral por una Vida Libre de Violencia • Marcela Lagarde. Libro: Género y feminismo.

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