N U E S T R O M U N D O:

N U E S T R O N U E S T R O S M U N D O: D E R E C H O S Conferencia Mundial de Derechos Humanos (ONU) Viena, 14-25 de junio de 1993 Diciembre de 19

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N U E S T R O N U E S T R O S

M U N D O: D E R E C H O S

Conferencia Mundial de Derechos Humanos (ONU) Viena, 14-25 de junio de 1993 Diciembre de 1992 Índice AI: IOR 41/19/92/s Distr: SC/CC/PO

SECRETARIADO INTERNACIONAL, 1 EASTON STREET, LONDRES WC1X 8DJ, REINO UNIDO

1 NUESTRO MUNDO: NUESTROS DERECHOS La aspiración universal a la dignidad y los derechos humanos es el núcleo central de algunas de las cuestiones más candentes a las que se enfrenta la humanidad hoy día. Millones de personas viven condenadas a la pobreza extrema, la enfermedad y la explotación. País tras país va desintegrándose a medida que la guerra, las hambrunas y la anarquía se cobran sus víctimas. Las detenciones arbitrarias, el encarcelamiento político, la tortura y la muerte a manos del Estado corrompen la vida de decenas de naciones. La injusticia y la intolerancia sociales van en auge, y la comunidad internacional no ha conseguido proteger a quienes corren mayor riesgo frente a la opresión. Nos enfrentamos a la amenaza de un mundo asolado por la destrucción de nuestro medio ambiente. Cada una de estas crisis y la respuesta internacional que generan refleja la cuestión central de los derechos humanos: ¿qué son nuestros derechos humanos y cuál la mejor forma de protegerlos? No es casual que cuando las Naciones Unidas nacieron de las cenizas de la II Guerra Mundial, la definición y protección de los derechos humanos quedara establecida como una de las prioridades de la comunidad internacional. La realización de tal compromiso llevó a la adopción de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que ofrecía la nueva visión de un mundo libre de temor y de necesidad, y situaba la defensa de todos los derechos humanos en el centro de la búsqueda de un mundo pacífico y justo. «La libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana»: con esas palabras comienza la Declaración. Una visión que hoy está amenazada en todas las regiones del mundo. El olvido de los derechos sociales, culturales y económicos de millones de personas, sobre todo en las regiones más pobres del mundo, hace que se nieguen a estas personas los derechos que la Declaración califica de indispensables para la dignidad y el libre desarrollo de la personalidad. Las constantes de desigualdad política y económica en el plano internacional han servido para crear condiciones en las que muchas veces parece imposible hallar una vía de salida de la miseria. El fracaso a la hora de eliminar todas las formas de discriminación ha destruido el futuro de gran parte de la población mundial, sean las víctimas aquellas que sufren discriminación sólo por su sexo, o las minorías étnicas, religiosas u otras perseguidas en sus sociedades, o aquellas que pertenecen a las masas de

2 marginados de sus países o ya a quienes se les niega la igualdad de oportunidades por su condición social o económica. La sistemática represión política en muchos países no sólo ha bloqueado el desarrollo del debate público, de las reformas políticas y de los derechos civiles, sino que se ha cobrado un sinfín de víctimas. Por su parte, las fuerzas de oposición de muchos países, en su lucha por el cambio político, han recurrido también a cometer abusos contra las personas: secuestrando y tomando rehenes, torturando y matando a cautivos. Estas atrocidades no son excusa para la violación de derechos humanos por parte de los gobiernos. Y aun así, en un país tras otro, la amenaza de la detención política, la reclusión sin juicio, la tortura, la "desaparición", la pena de muerte y otras violaciones graves de derechos humanos como las ejecuciones extrajudiciales sigue cerniéndose sobre los disidentes y sobre personas de todo el espectro político. Los organismos nacionales, regionales e internacionales que podrían intervenir para proteger a las víctimas y poner fin a las constantes de abusos se han abstenido, con demasiada frecuencia de forma manifiesta, de hacerlo. El resultado es que hoy hacemos frente a una amenaza fundamental para los derechos humanos: una agresión incesante que ataca la dignidad y las esperanzas de un número ingente de seres humanos de todo el mundo. QUIENES SE ALZAN PARA DEFENDER LOS DERECHOS HUMANOS son las víctimas favoritas de los agresores. Asociaciones de derechos humanos, activistas individuales, luchadores sociales y políticos y miembros de las profesiones más implicadas con los derechos humanos corren el riesgo de sufrir atroces ataques; de ser, como han sido, destrozados por las bombas; asesinados por los "escuadrones de la muerte"; secuestrados, torturados y asesinados en custodia policial por las fuerzas de seguridad. Un ejemplo como el siguiente sirve de símbolo para todos ellos. En marzo de 1992, el sindicalista centroamericano Nazario de Jesús Gracias fue asesinado a cuchilladas en la sede de su sindicato. Cayó al suelo y murió desangrado. En la pared, sobre su cadáver, un cartel de las Naciones Unidas proclamaba la Declaración Universal de Derechos Humanos. Hasta la fecha el gobierno no ha investigado efectivamente su muerte, que tan bien sigue el modelo de los asesinatos atribuidos a "escuadrones de la muerte". En países de todo el mundo estos asesinatos cultivan una atmósfera de violencia incontrolada, casi aleatoria, destinada a aterrorizar e intimidar. Pero tales actividades son, por lo general, producto de una calculada política oficial. Nazario de Jesús Gracia pudo haber sido cualquiera de los activistas pro derechos humanos que han sufrido una suerte similar en un país tras otro. Asesinados porque trabajaban para asegurar los derechos de los pobres. Para proteger los derechos de los niños de la calle. Para defender los derechos de la mujer. Para establecer los derechos de los pueblos indígenas de su país. Para exigir el derecho a una reforma democrática. Para insistir en el derecho a un juicio justo. En resumen, para proclamar la Declaración Universal de Derechos Humanos.

3 La Declaración se llama, merecidamente, universal. Se aplica, y ha de aplicarse, a todas las personas sin discriminación. Nadie es más igual que otro, nadie más merecedor de derechos que otro. Los derechos no han de convertirse en privilegios: no se deben negar a algunas partes del mundo los derechos de que gozan otras, ni han de tratar los gobiernos de separar a sus ciudadanos del resto de la humanidad y aceptar un nivel degradado de derechos para su pueblo. Eso sería un insulto para nuestra común humanidad y condenaría a millones de personas a la desesperación perpetua. ESTE AÑO, en reconocimiento de la creciente importancia de los derechos humanos en la agenda internacional, las Naciones Unidas han convocado una Conferencia Mundial de Derechos Humanos, que se celebrará en junio en Viena, y a la que asistirán representantes de unos 180 gobiernos. Es esencial que los políticos y diplomáticos que ahí se reunirán escuchen las voces de las personas que, por todo el mundo, exigen acción por los derechos humanos. No cabe esperar que la Conferencia detenga por sí misma la grave amenaza que se cierne sobre los derechos humanos. Pero es una importante ocasión en la que presionar para que los gobiernos cambien. Eso es lo que Amnistía Internacional y muchas otras organizaciones no gubernamentales harán. Amnistía Internacional ha elaborado un "Desafío a los Gobiernos" con el que pretende denunciar la actuación de los gobiernos en materia de protección a los derechos humanos y hacer esa denuncia pública. En la propia conferencia pediremos la reforma de la maquinaria de las Naciones Unidas para la protección de los derechos humanos y expondremos propuestas detalladas ante los gobiernos reunidos, entre las que se incluye la creación de un Comisionado Especial para los Derechos Humanos. Estas propuestas exigirán cuidadosos debates y una atenta elaboración en los meses siguientes a la reunión, pero confiamos en que servirán como punto de partida para las mejoras que con tanta urgencia se necesitan. Nuestro trabajo por los derechos humanos continuará mucho después de que se haya extinguido el eco de los discursos oficiales en Viena. Este mismo año lanzaremos una importante campaña para denunciar y poner fin a las desapariciones forzadas y a las ejecuciones extrajudiciales que cometen las fuerzas gubernamentales. El hecho de que sea necesaria una campaña de estas características es en sí un lúgubre testimonio de lo que está ocurriendo con nuestro mundo y con nuestros derechos. La muerte de Nazario de Jesús Gracias es un recordatorio demasiado amargo de la realidad. Sus asesinos lo silenciaron, pero nosotros estamos resueltos a no concederles la victoria.

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