NARRADORES Y NARRADORAS EN LOS ÚLTIMOS TEXTOS DE JUAN JOSÉ MILLÁS 1

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Germán Prósperi

Germán Prósperi Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe

NARRADORES Y NARRADORAS EN LOS ÚLTIMOS TEXTOS DE JUAN JOSÉ MILLÁS1 “Borges, al recibir el premio Cervantes de manos de Juan Carlos, dijo que los poetas y los reyes se parecían en que, lejos de elegir su destino, eran víctimas de él. Algo así”. (Millás 2006)

Mirar fotografías La obra narrativa de Juan José Millás ha sido abordada desde ópticas variadas que evalúan las posibilidades de enmarcar los textos del autor en la llamada corriente metafictiva. Así se han explicitado los modos a través de los cuales la ficción asume su propia explicación y construye un universo de significados en el que la narración es siempre el centro2. A esta serie se suma en marzo de 2005 Todos son preguntas, primer texto de una, hasta el momento, trilogía que el autor valenciano dedicará a la lectura de fotografías3. En el Prólogo (Millás 2005: 11-14) Millás sostiene una tesis a partir de la cual las fotografías de prensa pueden ingresar al álbum de familia de una sociedad, con la diferencia de que en la serie colectiva no aparecen los sucesos desagradables, tal como puede ocurrir en la representación de lo familiar. Sin embargo, no es éste el rasgo que a Millás le interesa destacar, sino aquel a través del cual la imagen interpela y provoca: Lo que nos desconcierta de la foto del álbum colectivo, es decir, de la fotografía de prensa, es que, a diferencia del texto periodístico, que por lo general es pasivo en el sentido de que se limita a dejarse leer, la fotografía nos lee. Una vez que nos sentimos leídos es muy difícil no responder de algún modo a esa ‘intromisión’. Los textos que ilustran cada una de estas fotografías, publicados en el diario El País a lo largo del mes de agosto de 2004, son mi respuesta a ese sentimiento. (Millás 2005: 14)

‘Lectura’ y no ‘mirada’, pero al mismo tiempo escritura que ‘ilustra’ pero no ‘comenta’, respuestas que son paradójicamente preguntas que invaden con pretensión de totalidad. A partir de estos intercambios podemos inscribir este libro de Millás en la reposición de una ausencia, sobre la que se quejara Roland Barthes en La cámara lúcida4 y 1

En esta ponencia se retoman trabajos anteriores en los cuales nos hemos referido a la obra de Millás. Las tesis acerca de la escritura de Dos mujeres en Praga han sido tomadas de Germán Prósperi, “Nuevos casos desde el otro lado: Dos mujeres en Praga, de Juan José Millás” (Prósperi 2006). 2 La obra de Juan José Millás ha sido abordada parcialmente por la crítica en relación con este problema. Los trabajos que se han ocupado de la obra de nuestro autor pueden agruparse en relación a dos intereses. Uno de ellos tiene que ver con pensar el devenir de la narrativa española contemporánea, para lo cual las obras particulares de autores seleccionados ocupan el espacio del ejemplo o de la generalización. En este primer grupo la obra de Millás es destacada en diversos grados de modelo, ejemplo o escritura superadora de modelos precedentes. Pueden mencionarse aquí los estudios de Villanueva 1992, Cadenas 1989, Sobejano 1985 [2003], 1987 [1992], 1988a, 1988b [2003], 1989, 1996 [2003], Dotras 1994, Orejas 2003, entre otros. Otra línea crítica se define en términos de recortes temáticos sobre la obra de Millás, a través de un repertorio plural de temas, perspectivas y dimensiones teóricas, grupo crítico en el que pueden mencionarse a Gutiérrez 1992; Diez de la Varga 1994; Valls 2001/2003ª, 2003b, 2003c; Suárez/Casas/D’Ors 2001; Knickerbocker 1997-1998-2000a/2000b, entre otros. 3 Millás 2005; Millás 2006 y Millás 2007. 4 “Yo constaté con enojo que ninguno [libro] me hablaba precisamente de las fotos que me interesan, de las que me producen placer o emoción. ¿Qué me importaban a mí las reglas de composición del paisaje fotográfico o, en el otro extremo, la Fotografía como rito familiar? Cada vez que leía algo sobre la fotografía pensaba en tal o cual foto preferida, y ello me encolerizaba. Pues yo no veía más que el referente, el objeto deseado, el cuerpo querido […] Así iba yo, no osando reducir

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que se funda en la necesidad de escribir un libro sobre la fotografía desde la perspectiva del deseo. El punto de contacto se encuentra en que el libro de Millás no analiza las fotografías, no clasifica, no ordena, simplemente muestra una decisión por la cual el que mira elige esas fotos y no otras. De este modo, volvemos sobre la centralidad de un movimiento que sale al cruce en ambos textos: Barthes, el que desea ser novelista, escribe su impresión, su aventura – tal como él la describe– y Millás, el novelista, desea escribir como un crítico fotográfico. La obra de Millás se desarrolla así en un movimiento inquietante e incómodo a través del cual la figura del novelista pretende olvidar su educación literaria e internarse en la búsqueda precisa de describir lo que ve. Pero en su propia aventura, esa figura de escritor negada, regresa de un modo incontrolable ya que es la única garantía de que la escritura pueda progresar, es decir, volver a narrar. Sólo se puede escribir sobre la fotografía si se es antes autor de novelas. Millás no profundiza en el studium, no construye una sociología, profundiza en el punctum, en aquello que sólo de la imagen le interesa mirar. Estos intereses pueden reunirse en dos tópicos que son en realidad uno; así, la mirada al cuerpo como entidad biológica y al cuerpo político y social se entrecruzan en la presencia de aquello que define una identidad, Millás mira cuerpos. Este tópico, definido ampliamente por la crítica como obsesión (Díez de la Varga 1994; Knickerbocker 1997, 1998, 2003; Bértolo, 1989; Prósperi, 1999, 2001, 2006) permite leer Todo son preguntas como una nueva indagación acerca de los modos en que la narración se dice a sí misma. Entre todos los textos que Millás escribe en Todo son preguntas hay uno en el que comenta la fotografía de Icíar Bollaín, directora de la película Te doy mis ojos, el día en que el film es presentado en el festival de Cine de San Sebastián. Además de interesarse por el hecho retratado, el evento de la presentación, Millás novelista se detiene en el embarazo de siete meses de la directora. Es decir, en el centro de un libro sobre la fotografía, Millás se detiene en una madre futura, en un cuerpo en trance de ser otra cosa, tal como lo hiciera Roland Barthes en su texto de 1980 con la foto del Invernadero que jamás se muestra 5 . Lo revelador aquí es que el texto que acompaña la fotografía incluye una declaración que puede leerse como una Poética, ya que al referirse a la gestación del niño y a la preparación de la película, el narrador postula: Es posible que entre Te doy mis ojos y Liam, que así se llamaría el niño, existiera también un intercambio de energías impalpables. No hay nada más apasionante que la descripción de un proceso creativo, si exceptuamos la de los procesos creativos paralelos. (Millás 2005: 102)

Es posible advertir entonces que Todo son preguntas describe dos procesos creativos paralelos, el conocido proceso de crear ficciones y el nuevo camino de leer fotografías para las innumerables fotos del mundo, ni tampoco hacer extensivas algunas de las mías a toda la Fotografía: en resumen, que me encontraba en un callejón sin salida y puede decirse que ‘científicamente’ solo y desarmado” (Barthes 2005: 33). 5 Para Barthes el lector de fotografías es un sujeto que ama y está solo o, dicho de otro modo, para poder mirar fotografías es necesario haber amado y estar ahora solo. Ese principio atraviesa la escritura de La cámara lúcida como un intento de decir, no de recuperar, el amor hacia la madre del autor, muerta unos meses antes. La madre, que es el corazón del libro y al mismo tiempo su lectora imposible, es el pretexto para que Barthes, semiólogo al fin, enuncie hipótesis, las contraste, las demuestre, las refute. El libro, dividido en dos partes realiza básicamente dos operaciones. En primer lugar, expone una metodología a través de la cual se van a mirar (segunda operación) aquellas fotografías que el autor selecciona, esas que dicen para mí, esos cuerpos que no pueden reducirse a un corpus. La aparente diferencia entre “studium” y “punctum” se revela finalmente como el nexo entre la fotografía y la reacción experimentada por el sujeto ante ella. Entre todos los cuerpos disponibles, se prefiere el cuerpo de la madre muerta, vista en la famosa foto del Invernadero que nunca se muestra (tomada cuando la madre del autor era una niña) y que se describe al fin de postular la esencia de la fotografía, es decir la obstinación del referente en estar siempre ahí, ya que “la fotografía no dice (forzosamente) lo que ya no es, sino tan sólo y sin duda alguna lo que ha sido.” (Bathes 2005: 132). Esta perspectiva es la que impide al sujeto leer fotografías, ya que no hay una estrategia capaz de convertir lo que se siente al verlas en algo comunicable, el dolor no puede hacerse duelo.

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volver a encontrar la ficción. Cuando el sujeto declara lo que la poética recobrada postula, abandona la ironía y se centra nuevamente en el lugar del novelista; por eso la descripción es apasionante en extremo, exagerada, desmedida, como los cuerpos dislocados que vio con anterioridad y como la literatura misma. Entre la novela y el cuento, entre el articuento y el comentario, Millás sucumbe a la tentación de mirar fotografías como un novelista para encontrar nuevamente un cuerpo conocido y reconocido por su función maternal. Entre Roland Barthes que busca reconocer a su madre en la niña que efectivamente lo será y Juan José Millás que encuentra también una poética en la fotografía de una futura madre, puede intuirse todo un espacio de inestabilidades que tiene que ver con el modo en que mira un novelista, ese voyeur que añoramos como el único poseedor de la lengua que podrá convertir nuestras pasiones en literatura. La pasión por la crítica también puede mirarse. Mirar a la madre que escribe La llegada al texto sobre la fotografía puede reconocer un anclaje en la novela de 2002, Dos mujeres en Praga, en la cual se indaga en las relaciones entre maternidad y escritura. Luz Acaso llega a Talleres Literarios y se entrevista con Álvaro Abril para pedirle la escritura de su biografía a partir de los materiales que ella misma le irá proporcionando y que son puestos en valor por el biógrafo a partir de la primera entrevista: Lo importante es que los sucesos que seleccionemos tengan una carga de significado importante, para que el relato respire. Y se lo digo así desde el convencimiento de que la vida, de ser algo, es eso: un relato, un cuento que siempre merece la pena ser contado”. (Millás 2002: 9)

Álvaro Abril es un escritor que no produce, que ha agotado su capacidad narrativa luego de la publicación de una novela exitosa, lo cual convierte a los encuentros con Luz en una escena que hace presente dos deseos. Por un lado el deseo del relato y también el deseo de que esa escucha ingrese en un devenir hacia la escritura propia. La pareja se complementa con un tercer personaje, María José, quien se encuentra con Luz para poder acceder también a la palabra de Álvaro, “Yo me prostituiría a cambio de que él me diera clases de escritura” (Millás 2002: 12), dice María José, la que ingresa a la narración como una aparecida, detrás de un vidrio, bajo la lluvia y con un ojo tapado. Este encuentro devela un deseo femenino, escribir una novela zurda y realista en la que la realidad sea escrita con la mano izquierda y en la que la misma adquiera contornos definidos. Para eso es necesario castigar los cuerpos, inmovilizar el lado derecho, tapar un ojo, restringir la visión y fascinarse por la repetición de ciertas palabras que sólo pueden provenir de un lado oscuro: Escuché tantas veces (de mi madre) aquella frase, tiene un ojo vago, tiene un ojo vago... Quizá la fascinación que me produjo la palabra lumbago cuando la oí en el autobús, procediera de aquella experiencia infantil. Tiene un ojo vago, tiene lumbago. Imagínate – añadió escribiendo sobre el mantel con la punta del cuchillo- lumbago escrito de este modo: l’um bago. Seguro que l’um bago significa el ojo vago en algún idioma. (Millás 2002: 20)

Los fragmentos de la escritura que se trama entre los tres personajes son retomados por la voz de un narrador que oculta su nombre y que se identifica como un escritor de artículos y no de novelas. Es sugerente el modo en que el autor oculta el nombre del narrador, sobre todo si atendemos a esa verdadera poética de los nombres (Julio Orgaz, Teresa Zagro, Laura, Juan, José, Juan José, Luz Acaso) que su sistema narrativo despliega. Este nombre borrado, que no se puede ver, empieza a vislumbrarse cuando el narrador se presenta como

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escritor de artículos periodísticos y fundamentalmente como autor del cuento Nadie, relato intercalado en la trama de la novela. Estos indicios son marcas de reenvío hacia otro nombre, el Millás articulista y autor de un cuento, El ojo vago, que forma parte del volumen Ella imagina (Millás 1994). La novela que nos ocupa puede ser considerada un hipertexto del cuento mencionado, ya que en el relato ‘el lado oculto’ es garantía del saber y la verdad mientras que la prótesis –unas gafas– garantiza la vida auténtica y su ausencia prefigura la nada que indefectiblemente va a extrañarse. Además de Nadie, el narrador escribe un artículo sobre la adopción, trabajo en el cual investiga y opera con la información que tanto Álvaro como Luz le proporcionan y que sólo puede realizarse en una escritura bastarda que garantice en forma paradojal la autenticidad de dicho artículo: Quizá sólo hay dos maneras de vivir: como un bastardo o como un legítimo. Me pareció que por fuerza tenía que ser más interesante la literatura del bastardo, porque el bastardo, real o imaginario, da lo mismo, pone en cuestión la realidad (éstos no son mis padres, las cosas no son como me las han contado), lo que es el primer paso para modificarla. (Millás 2002: 123)

Así comprendemos que el relato de Luz Acaso es también bastardo ya que en sus encuentros con Álvaro Abril inventa episodios de su vida que en la sesión siguiente negará. Esta escritura recesiva, palimpsestuosa, es un modo de hacer avanzar la ficción, porque en la confusión entre invención y realidad el relato de su vida puede empezar a adquirir rasgos definidos. En los sucesivos encuentros narrativos Luz construye su vida ayudada por la intervención de María José quien ha quedado cautiva en la casa que comparten, casa de la que no podrá salir jamás. Desde allí, la verdadera narradora de esta historia, produce la reunión de los personajes, su enredo “como cordeles” (Millás 2002: 7), con el fin de preparar un desenlace real y paradójico, en el que Álvaro comprende que su destino no estaba tan ligado a la escritura o bien que la misma es incomprensible e inefable. Casi como el amor o, mejor dicho, como el amor de madre. Es María José quien convence a Álvaro de que es adoptado y genera en el narrador la sospecha de que puede ser el padre de este escritor sin texto. El estatuto de esa revelación es irresistible y en el encuentro de María José y el narrador se comprueba el deseo del mismo hacia esta productora de literatura que sabe contar e inventar, que puede decir que la región lumbar, esa que al principio de la novela era simplemente una palabra evocadora es ahora un espacio que “está al otro lado, es una sierra misteriosa por la que cabalgan los enviados del dolor” (Millás 2002: 171). Y el dolor y los libros, inevitablemente, vienen del pasado. En este sentido se entiende que Dos mujeres en Praga introduzca referencias a textos que el lector de esta obra esperaba, textos que son también una manera de plantear los rasgos del nombre de autor (Foucault 1989). Así, aparecen los nombres de Freud, Marthe Robert, Isak Dinesen o Isabel Allende, nominación en la que no está ausente el gesto paródico. La presencia de Kafka, escritor admirado por Millás, se patentiza en el título de la novela lo cual plantea que por primera vez el otro lado de las cosas tenga nombre. Praga es el lugar de las contradicciones, de las historias zurdas, espacio del que ya no se puede volver y en el que nos aguarda, con un ojo tapado, la única mujer que podrá darnos la clave de esta trama. A pesar de las referencias a los modos de atribución textual y al ejercicio de la función autor en su apropiación de los textos, Dos mujeres en Praga es una novela sobre la maternidad. En efecto, el único texto que Álvaro Abril consigue escribir es una carta a la madre, el lado zurdo del texto kafkiano, que titula El cuerpo del delito. Álvaro, el que no puede dar a luz la novela, vuelve sobre el origen y escribe una confesión acerca del deseo y

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sus relaciones con la escritura en las que asume su prostitución escritural (“Querida madre: te escribo esta carta por dinero” (Millás 2002: 178) y cumple así el deseo de María José. Esa indagación en las potencias de la lengua materna introduce una clave que se resuelve en escenas de lectura o en referencias a las mismas. La carta a la madre muestra otra vez, duplicado, el oficio de Álvaro, el que escribe pero no lee y por lo mismo encuentra en los espejos la constatación de su existencia, convencimiento falso que lo lleva a mentir y a declarar su confianza en los libros: No podía pasar mucho tiempo sin producir frases, en fin, porque las frases eran también el tejido con el que tapaba la ausencia de tu cuerpo y la del mío a veces, pues hay días en los que no me siento y en los que casi no me veo en el espejo. Los libros justifican mi existencia del mismo modo que a mí me habría gustado ser la justificación de la tuya. Todo es escritura, como verás”. (Millás 2002: 193)

Esta promesa no se cumple ya que la madre es la lectora imposible de la carta porque muere consumida, vampirizada por el relato o la invención de María José quien nunca ha salido de Praga y desde allí le enseña al narrador que el lado zurdo ya no puede abandonarse. Álvaro envía al narrador las cintas con las grabaciones de sus encuentros con Luz y le pide que la carta no sea publicada o sea quemada. Al escuchar las grabaciones, el narrador sin nombre advierte que Luz: […] siempre era la misma y siempre era distinta. Así nos hacemos también las personas reales: en una contradicción permanente con nuestros deseos. Damos la vida por lo irreal y desatendemos lo real. Amé a quienes no tuve y desamé a quien quise, decía Vicente Aleixandre, creo, uno de los poetas que he leído con provecho”. (Millás 2002: 227)

La biblioteca se expone con orgullo, pero siempre muestra una falsa lectura, una lectura zurda que sólo devela un lado de la página. La cita modificada del poema ‘Horas Sesgas’ (Poemas de la consumación, 1968) a través de la cual se equiparan los lexemas tener y querer, pone de manifiesto que escribir, destruir y amar son formas similares de entender una existencia atravesada por la paradoja de querer contar vidas ajenas y comprender la propia. De la carta nada sabemos, ya que la misma ha quedado también en los anaqueles de esa biblioteca en la que lo único que se lee es el testamento de Luz quien nombra al narrador como albacea de “los escasos bienes, el piso de Praga y una cuenta de ahorro” (Millás 2002: 230). El narrador, entonces, también lee con omisiones, con un ojo tapado, ya que en la obra de Millás parece haber siempre algo que ha dejado de leerse o que se ha leído mal. No se lee la carta a la madre porque esta lectura habilitaría una lengua que pueda devolvernos el anclaje entre las palabras y las cosas, operación demasiado real para este sistema. Ser un escritor zurdo es una pasión inconfesable, que debe permanecer en las sombras o sobre la cual nunca nadie podrá leer al menos que aprenda a mirar. Mirar lo que la madre escribió El devenir millasiano seguirá ocupándose del modo en que maternidad y escritura se entrecruzan. En efecto, el segundo texto dedicado a la fotografía, El ojo de la cerradura (Millás 2006), reenvía al tópico de la mirada o de quien mira, ya que esta vez lo que se recoge son comentarios sobre fotografías también de la prensa pero que incluyen la posibilidad de decir la intimidad:

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Gran parte de las fotografías seleccionadas para este libro, incluida la de la cubierta, tienen la virtud de que, sin dejar de ser profesionales y de referirse a asuntos públicos, irradian un halo de fotografía familiar, de representación íntima. Parecen escenas captadas a través del ojo de una cerradura, lo que constituye una singularidad sorprendente. Cierren un ojo, asómense y verán (Millás 2006a: 11)

Cerrar un ojo y ver, taparse un ojo y ver, anular un lado del cuerpo y escribir, producir una novela zurda para decir la intimidad. Los modos de decir la intimidad aparecen como centro en la última novela de Millás, Laura y Julio, sobre la que no nos detendremos ahora pero de la cual ya nos hemos ocupado6. Nuestro punctum es ahora otro, el texto en el que Millás comenta la fotografía de Letizia Ortiz embarazada de su primera hija y en la que parte de una tesis ya expuesta el año anterior por la cual ‘los procesos narrativos y los biológicos son muy semejantes’ (Millás 2002: 107) ya que en todo origen está inscripta la totalidad de la historia de un sujeto o de un relato que también puede hacerse de sombras: El argumento es la sombra de la novela como el dolor es la sombra de la enfermedad, decía Robert Musil. El argumento es la sombra del hombre. Lo acompaña allá donde va. Es su zona oscura. La historia del Arte no se puede escribir sin la historia de la sombra. La del hombre tampoco. Ese bebé invisible es el verdadero argumento de una foto cuya luz parece provenir del interior de Leticia y no del flash. Todo lo que sucede alrededor del bebé es trama porque llega un momento de la vida en que uno, lo quiera o no, se convierte en trama. La madre es la trama desde la que se negocia con el destino, o con el argumento. Empiezas a escribir la novela con una idea previa cuando de súbito aparece una bifurcación y tienes que tomar decisiones. Has de ser muy flexible en eso […] Si has venido a la vida para ser rey o periodista, pero al correr en esa dirección encuentras un destino mejor, has de tener el coraje de cambiar el argumento de tu novela o de tu vida”. (Millás 2002: 109)

Tal vez llame la atención que por primera vez la obra de Millás apele a una fórmula didáctica para decir una poética. Este abandono de toda ironía, de toda obsesión, obliga a volver a mirar aquello que está allí, es decir el modo de novelar. Este entramado incluye un aprendizaje que los géneros visitados pueden ofrecer, ya sea el reportaje, el articuento, la crítica sobre fotografía o el género epistolar. Géneros que también pasan por el ojo de la cerradura y arrastran cartas prohibidas, ojos vagos, miradas zurdas, acaso luces, tal vez sombras. Lo que está en juego ahora es la herencia del escritor, un pasado que cuesta olvidar porque siempre habrá alguna fotografía que nos enfrente al recuerdo de la primera vez que pudimos escribir la trama de nuestro propio relato.

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Narradores y narradoras en los últimos textos de Juan José Millás

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