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** “Navidad”, El Imparcial (Madrid), 21 de diciembre de 1916. Gregorio Martínez Sierra, que además de una gran personalidad literaria, lograda en brillante lucha, está conquistando un nombre como empresario innovador y original, dio ayer tarde una prueba de su talento y exquisito gusto artístico. Nos ofreció un cuadro hermosamente concebido y bellamente llevado a la escena; una fantasía mística que él denomina milagro y que es una ampliación de los miracles que se representan en Valencia todavía en los altares públicos durante las fiestas de San Vicente Ferrer. Pero el talento y esplendidez del autor-empresario aquí se ha revelado en todo su esplendor. El primer cuadro se desarrolla en la capilla de una iglesia la noche de Navidad. Es puramente musical y mímico; copia fidedigna, exacta en todos sus detalles, de un templo durante la Adoración del Niño, después de celebrada la Misa del Gallo. El maestro Turina, un compositor joven y de bríos, con un alma también cultivada y ardiente, ha reflejado en su partitura toda la misticidad y color de aquel cuadro tan admirable y escrupulosamente presentado por el autor, recopilando en ella la música religiosa y los cantos profanos propios de Nochebuena y Navidad con un gusto, arte y habilidad exquisitos. Durante el segundo cuadro, que es una calle estrecha a la cual da una de las puertas de la Catedral, el músico continúa desarrollando, con magistral dominio de la técnica y de la melodía, esos cantos populares que algunas veces van acompañados de las voces de la masa coral, dando la sensación verdadera de la alegría triste de una Nochebuena. La música. Joaquín Turina es, entre la juventud musical española, uno de los grandes compositores de más positivos méritos y de entusiasmo más fervoroso y desinteresado. Sigue su orientación estética sin desmayo y no se deja influir por tendencias de más fácil acogida en el criterio del público. En la música de Navidad, la pantomima estrenada ayer tarde, el interés musical queda absorbido por la gran fuerza emocional y poética del poema y hasta por el encanto místico de la plástica, más que seguir la marcha de la acción paso a paso. Turina ha hecho una ilustración musical cuyos detalles pintorescos, como los villancicos del segundo cuadro y una frase humorística -derivada ingeniosamente de una melodía religiosaque acompaña al sacristán, realzan alguna vez, amablemente salpicadas, el curso perfumado de unción de la obra y encuadran el poema como una greca encuadra y remata un bello manto. El color de delicadezas plateadas que la finura penetrante de la armonía y la sutileza velada de la instrumentación dan a la música de Turina, decora suavemente la línea inefable y luminosa de los dos cuadros del poema en que es elemento importante. El tercero es muy interesante la frase del violín, alada y espiritual que hace un divino contrapunto con la poesía que dice la Virgen melodía aúrea en la voz mágica de Catalina Bárcena. M.M. (Matilde MUÑOZ). ______________________________________________________________________________ ** “Los estrenos. En Eslava, ‘Navidad’, por Martínez Sierra. Música de Joaquín Turina”, El Liberal (Madrid), nº 13.553, 22 de diciembre de 1916, p. 3. ¡Oh, el delicioso evento de Noel, suave, sencillo y tierno como una oración!
El pobre sacristán, medio ebrio de alegría pascual y del buen vino, ha olvidado cerrar uno de los postigos de la catedral, desierta ya al comenzar la noche. Los últimos fieles han salido signándose y haciendo las reverencias rituales. Tres monaguillos escarlata han jugueteado un poco ante el gran altar y extinguido con sus largas cañas, provistas de sus apagaluces, las velas de las dos arañas pendientes de la bóveda. Entonces una claridad sobrenatural ─apenas una idea en las glorias de Murillo- comienza a fluir del altar de la Virgen, donde Ella y el Ángel contemplan al Redentor recién nacido. Entra el hermano Francisco con una brazada de rosas. María con su hijo en los brazos, desciende de su camarín, seguida del Ángel. Gabriel, Rafael y Miguel abren la marcha y el divino cortejo, cerrado por querubes y ángeles, acompañado del serafín de Asís, se evade del templo que queda impregnado de un perfume divinal inefable. Corren las turbas las calles del Madrid inclemente del 24 de diciembre, al son de panderos y sonajas o simplemente latones o almireces, que sobre todo gusta de golpear la alegría inconsciente de los que se aturden y se embriagan, olvidando miserias. La Madre de Dios, siempre con su hijo en brazos, atraviesa ingrávida e invisible, con su divino séquito y guiada por el Santo Francisco, la ciudad en fiesta. Va en busca de los tristes, de los miserables, de los doloridos y, sobre todo, de los pobres, de los más pobres de su alma. Y andando, andando sobre la nieve y bajo la nieve ─Nochebuena suele coincidir con una mala noche de frío cruel─, llegan a uno de los suburbios madrileños de los barrios bajos, muy bajos, casi junto al río, donde en míseras chozas, en repugnantes casuchas, en inmundos tugurios o bajo los arcos de un puente, o bien a la intemperie, se aglomera y vejeta, que no vive, una multitud miserable de golfos y de golfas, de mendigos, de obreros sin trabajo, de niños sin pan. Allí hace alto el regio cortejo. María, sentada en una piedra. Ángeles y Arcángeles en torno suyo. Francisco siempre de pie con las rosas en el regazo. Un golfillo, a quien recogieron en el camino y que llegó allí, entra dormido y deslumbrado, sin saber lo que le pasa; el pobre Bautista, alborota al barrio, llamando a sus amigos, a sus compañeros de miseria y de hambre. La primera que llega es Bernarda, la trapera andrajosa, ingenua y buena que, conociendo a la Virgen por una medalla que se encontró entre la basura de una casa grande, la reconoce ahora y cae a sus plantas fervientes de amor y de humildad. Vienen los otros, muchos, los golfos, las golfas, los sin trabajo, las mujeres perdidas y, como no ven nada, motejan a Bautista de loco y de borracho. Ellos no creen en patrañas. Pero la luz sobrenatural esplende de nuevo sobre el grupo divino, y todos aquellos desgraciados caen de rodillas. «Mira ─le dice Francisco─, la Señora ha venido a vosotros porque sufrís, porque tenéis hambre de pan y de amor. Acercaos». Y poco a poco, confiados en la sonrisa divina, los pobres hablan, suplican, cuentan sus penas. Y no piden nada, no quieren nada... Sólo besar el pie del Niño, sólo adorarle, sólo contemplarle siempre. Las historias terribles de aquellas vidas miserables comienzan a brotar de los labios, no en son de queja, sino de exculpación de los mil pecados que pesan en sus conciencias. La golfa Magdalena, con la frente en el suelo y los hermosos ojos, del pelo desgreñado, pide, no ya perdón, sino penitencia, expiación, martirio. La Señora sonríe; el Niño divino sonríe también. En esto, el pobre sacristán del todo despejado al echar de menos las sagradas imágenes de su iglesia, irrumpe azorado y convulso en medio del grupo. El hermano Francisco le tranquiliza, diciéndole que nadie ha robado las imágenes. La Señora ha salido por su propia voluntad. Pero el sacristán, de hinojos ante la divina María, le pide que vuelva al templo, donde le esperan las flores, inciensos, oro y la devoción de los poderosos, que gastan en obsequiarla verdaderos caudales.
Los pobres refunfuñan, indignados, contra el importuno que viene a arrebatar su tesoro de amor y de esperanza. Pero es preciso, dicen; al fin, nosotros nada podemos ofrecerles... Un pobre cura, loco de misticismo, de caridad, conocido en el barrio por su exaltación generosa que le valió la supresión de las licencias se une a ellos en la humilde súplica ardorosa. “No nos abandonéis, señora; no os llevéis a vuestro divino Hijo, a nuestro Salvador bendito”. Entonces habla María por primera vez. Y poniendo al Niño en los brazos del pueblo: “Tomad ─les dice─, es vuestro. Él lo quiere así”. La turba, delirante, se apodera del pequeño Jesús y, entre gritos de júbilo y besos triunfales, se lo lleva ciudad adelante para que todos le vean, para que todos le adoren, para que todos crean en Él... “Hombre de poca fe ─dice San Francisco al desesperado sacristán, alzándole del suelo─, vuelve a tu iglesia. Cuando la hora llegue del culto sagrado, la Madre y el Hijo estarán allí también”. Y colorín colorao... Ahora, ¿cómo nos ha contado Martínez Sierra este delicioso cuento de Navidad? Con todo el exquisito pudor que el asunto requería; con toda la unción suave que se necesitaba. Con toda la discreción y sobria medida que habíase menester para sacar a escena tales Personas. Cuanto allí se dice es desde muy remotos tiempos es sabido, es conocido, es vulgar, si queréis. Pero, ¡qué importa! Se llora oyéndolo. Y, ¿cómo ha interpretado Turina la emoción simple y milenaria de caridad y de amor que perfuma este cuento? Con música sabiamente ingenua, con algo de motete y mucho de villancico, con melódicas notas, populares y tiernas, que nos hacen rebosar el corazón de lágrimas buenas y de santa alegría. Para terminar. En toda mujer hay algo de la Virgen y de la Madre. Así como es imposible que un hombre pueda hacer nunca de Dios; acordaos, si no, de la película Christus. Catalina Bárcena estaba como para rezarle... si no es pecado mortal. Manuel MACHADO. ______________________________________________________________________________ ** Joaquín Turina, Madrid, Editora Nacional, Madrid, 1943, pp. 116-117) (2ª ed. pp.105-106). Después de esa apoteosis pintoresca [se refiere a Margot], Turina busca otros caminos más teatrales. Más fáciles quizá porque se tiende a rehuir todo dramatismo directo; más difíciles, en cambio, porque la música sola va a ser protagonista. Hablamos, claro está, de Navidad. Hay dos cuadros de la obra puramente plásticos puestos en música por Turina. Martínez Sierra, que no había logrado dar una novedad dramática ni había encontrado tampoco un tono exclusivamente minoritario, acierta en una obra muy plástica, de una ternura muy cercana a la obra que le dio su mayor éxito, Canción de cuna. Por las fotografías que se conservan de la escenografía de Navidad, por el tono de las críticas, por el número de representaciones pueden adivinarse razones del triunfo. La música de Turina es bellísima. Lástima fue que Turina no contase más que con una orquestina de catorce músicos, pues la instrumentación puede considerarse como provisional. En la actualidad el maestro orquesta Navidad para un número normal de instrumentos. La reducción de piano sirve perfectamente para hacernos comprender las mejores intenciones de la obra. Turina maneja su contraste favorito de lo popular y lo religioso; ambos dulcificados y ambos tratados alusivamente sin llegar a una referencia directa. La permanencia de los personajes le permite desarrollar un delicado encaje temático. * La descripción, como puede verse por la nota, es muy minuciosa; sin embargo Turina la desarrolla sobre un fondo común, donde los matices descriptivos se apuntan muy concisamente.
La escena de los monaguillos, en el primer cuadro, y la del encuentro con el Niño, en el segundo, son los momentos culminantes de la obra, lo más tierno de toda la producción teatral de Turina. En aquellos mismos días otra Navidad se celebraba en la casa del maestro. En ese ático, un palomar inundado de sol, Manuel de Falla colocaba unas figuritas sencillas, regalo suyo, a los chiquillos de Turina. Guión plástico de los dos cuadros de la obra: PRIMER CUADRO: Interior de una catedral en la noche de Navidad. Es el momento de la adoración del Niño Jesús. En el altar hay una representación plástica del Nacimiento. Terminada la adoración, el sacerdote coloca al Niño Jesús en el altar. Varios acólitos apagan las luces y juegan al mismo tiempo. El cuadro plástico del altar se anima, adquiriendo realidad. La Virgen se incorpora, tomando en brazos al niño, y le aparece en adoración a los ángeles; después baja del altar y recorre la nave lentamente seguida de su corte de ángeles. Aparecen los arcángeles Gabriel, Miguel y Rafael. Entra San Francisco de Asís. Suena el reloj de la torre; todas las figuras quedan inmóviles. La Virgen anda de nuevo hacia la puerta; los arcángeles le cierran paso y Rafael indica que hace frío. Rafael levanta el tapiz un momento; los ángeles tiemblan de frío. A pesar de todo la Virgen decide salir del templo. Tras breve jugueteo de los ángeles, regocijados con la escapatoria, se forma la comitiva, que sale majestuosamente. Entra el sacristán con un manojo de llaves y hace registro del templo. Encuentra en el suelo una de las rosas de San Francisco de Asís. Un ángel levanta el tapiz y asoma la cabeza. El sacristán tiembla de frío, se dirige hacia la puerta, levanta el tapiz, estornuda y, por último, atraviesa lentamente la escena. SEGUNDO CUADRO: Calle muy estrecha, a la cual da una de las puertas de la catedral. Nieva copiosamente. Se oye desde lejos una copla popular. Entra un grupo de borrachos, que cruzan la escena cantando; entre ellos va un chiquillo, que se cae al suelo. Un ángel tropieza con el chiquillo; el grupo se detiene. El chiquillo se incorpora y mira a la Virgen, que le tiende los brazos. Se levanta como alucinado. Dos ángeles cogen al chiquillo y lo llevan con la comitiva. Queda la escena en completa oscuridad. Aparece el grupo celestial rodeado de pobres y mendigos. Al fondo, una gran ciudad iluminada. Federico SOPEÑA. ______________________________________________________________________________ ** “Músicos que desaparecen: Joaquín Turina”, Rumbos, enero de 1949. ** El milagro navideño Navidad es verdadera obra maestra de Turina y, conforme él nos confió, su más legítimo éxito teatral. Lo atestigua el crecido número de representaciones que obtuvo; se estrenó en el teatro Eslava por la compañía de Catalina Bárcena, el 21 de diciembre de 1916 y hasta el 25 de enero de 1917, que se interpretó sin interrupción, recibió cincuenta y siete representaciones; durante las navidades del citado 1917, y fiestas de primero de año de 1918 volvió a representarse buen número de veces. En Navidad, libro de Gregorio Martínez Sierra, Turina, con minuciosidad descriptiva verdaderamente admirable, mediante motivos de música sacra, de villancicos y de coplas populares, glosa y acompaña de manera sencilla y clara los tres cuadros de que consta la obra. Tanto por la calidad de esa música, cuanto por la pequeña orquesta para la cual está instrumentada, la partitura de Navidad presenta más características de música de cámara que de teatral. Ángel SAGARDÍA. ______________________________________________________________________________
** Turina, Madrid, Espasa Calpe, 1980, pp. 58-59. Navidad, op. 16, Milagro en dos cuadros mímicos (con música) y uno hablado, libro de Martínez Sierra, se estrenó en el teatro Eslava de Madrid el 21 de diciembre de 1916. (...) La sesión fue precedida por la representación de Puebla de las mujeres de los Quintero. No se trata de una obra dramático musical, sino más bien de ilustraciones para una representación plástica. Turina hubo de ceñirse, para la instrumentación, a la orquestina disponible en el Eslava, de catorce músicos. Posteriormente, en 1943, se interesó el autor por ampliar la orquestación, trabajo que no llegó a cuajar. Sí, en cambio, ha circulado su transcripción pianística (editada en 1928) en la que se recoge lo más sustancioso de la obra. Los temas son muy bellos y de curso totalmente libre por cuanto no hay planteamiento formal sino un guión escénico al que servir; sin embargo, el buen hacer de Turina se refleja en sutiles de talles de interrelación temática que dan cohesión al devenir musical. La versión pianística de Navidad presenta momentos de virtuosismo casi lisztiano, junto a otros en los que la búsqueda de sonoridades evocadoras hacen pensar en el piano de Debussy. Señalamos la aparición en el segundo cuadro del mismo tema popular que [posteriormente 1917-1919] utilizó Falla en la Danza del molinero de su principal ballet. La partitura de Navidad [la versión para piano] está dedicada por Turina a su hijo José Luís. El éxito popular de estos cuadros plástico-musicales fue tan grande que la obra se representó -según noticia de Sagardía- nada menos que cincuenta y siete veces en un mes (hasta el 25 de enero de 1917) proporcionando a los promotores un saneado rendimiento económico, al contrario de lo que había sucedido con Margot. Algo de este éxito económico debió salpicar a Turina, claro está, aunque -según propia declaración- «antes de la guerra los ingresos más considerables me venían de París. Hubo trimestre en que sólo de allí me llegaban más de cinco mil pesetas”. También la prensa acogió con simpatía el nuevo trabajo de Turina. José Luís GARCÍA DEL BUSTO. ______________________________________________________________________________ ** Comentarios para el CD: Claves. CD 50-9310 (1994). Orquesta Ciudad de Granada, director Juan de Udaeta. “Navidad”, op. 16, música de escena para un milagro o poema escénico de Gregorio Martínez Sierra, se estrenó el 21 de diciembre de 1916 en el madrileño teatro Eslava. Martínez Sierra, empresario y director artístico, confió a Turina la dirección de la pequeña orquesta del teatro, sólo catorce músicos, pues el espacio a ella destinada no permitía una plantilla mayor. Esta es la razón por la que Turina tuvo que ajustar la partitura a ese reducido número de instrumentos. A pesar de la excelente acogida que tuvo la obra por parte del público y la crítica, tras las 57 interpretaciones en aquella temporada, y algunas más en la siguiente, no hay constancia de que esta versión original se volviera a escuchar en España. La línea argumental de “Navidad” es tan breve como espiritual, profunda y poética: «Es Nochebuena. Tras la adoración el cura oficiante devuelve al Niño Jesús a su Madre que, en el altar mayor de la catedral, le acoge con los brazos abiertos. Ya con su dulce carga la Virgen se incorpora, y rodeada por una corte de santos y ángeles, abandona el templo. En el exterior nieva copiosamente. La comitiva se dirige al barrio más pobre de la gran ciudad. A pesar del frío todos sus moradores van al encuentro del grupo divino. No tienen nada y nada piden. Todas sus
penalidades y carencias son compensadas con poder besar los pies del Niño que, amorosamente, les ofrece la Virgen María”. La minuciosa descripción musical que hace Turina de cuanto se desarrolla en la escena es de un efecto admirable. Alfredo MORÁN. ______________________________________________________________________________ ** Joaquín Turina, a través de sus escritos, Madrid, Alianza, 1997, pp. 211/15. Aunque, según afirma María Lejárraga, Turina había decidido nunca más escribir para el teatro tras la experiencia de “Margot”, de nuevo le tienta la escena y se decide, una vez más, a colaborar con el matrimonio Martínez Sierra, poco antes poniendo música al sainete La mujer del héroe y, ahora, a un milagro o misterio navideño titulado Navidad, dividido en tres cuadros: los dos primeros musicales y el último hablado. Según María, el germen argumental de esta obra lo hallaron, ella y su marido en un pequeño cuadro, expuesto en una de las salas del Museo Municipal de Colonia, allá por el año de 1906. Se trata de un primitivo alemán, anónimo, en el que aparece la Virgen, con el niño en brazos, paseando por la solitaria nave de una catedral en actitud de profunda meditación. El argumento es breve y sumamente espiritual, dulce y poético: La Virgen Madre, anhelando escuchar las súplicas, las imploraciones e, incluso, las imprecaciones de los seres más desgraciados que han menester de justicia y de misericordia, en la noche de Navidad abandona su altar de la catedral gótica con el Niño Jesús entre sus brazos y conducida por San Francisco de Asís y acompañada por un celestial cortejo de arcángeles, se dirige al más mísero suburbio de la población, tomando allí contacto con sus más pobres moradores a los que, después de oír sus desdichas, entrega al Niño Dios. «… “Tomad, les dice, es vuestro. Él lo quiere así”. La turba, delirante, se apodera del pequeño Jesús y entre gritos de júbilo y besos triunfales, se lo lleva ciudad adelante para que todos le vean, para que todos le adoren, para que todos crean en Él. “Hombre de poca fe -dice San Francisco al desesperado sacristán, alzándole del suelo [quien piensa que todo lo sucedido ha sido motivado por no cerrar uno de los postigos de la catedral], vuelve a tu iglesia. Cuando la hora llegue del culto sagrado, la Madre y el Hijo estarán allí también”“. Esta parte final del argumento pertenece a un comentario de Manuel Machado -gran admirador de la obra del músico con quien, inexplicablemente, éste nunca llegó a colaborarque fue publicado en El Liberal, el 22 de diciembre del año que venimos comentando y que, a pesar de su deliciosa prosa, no lo hemos reproducido en su integridad por no alargarnos en exceso. Siempre que el compositor se ha visto con un nuevo libreto entre las manos, invariablemente ello significaba que, una vez más, tendría que trabajar a toda carrera; Navidad no iba a ser una excepción. El 4 de noviembre empieza la composición y el 5 del mes siguiente la instrumentación cuya dificultad estribaba en la reducidísima plantilla de la orquesta titular del teatro Eslava, catorce profesores, y de la que él venía siendo director con un sueldo oscilante entre 150 y 165 pesetas mensuales. «... Me lanzo a dirigir la orquestilla de este teatro -dice Turina-, Martínez Sierra es el director y primera actriz Catalina Bárcena. La orquestilla [formada por músicos procedentes de la Orquesta Filarmónica] se compone de dos violines, viola, violonchelo, contrabajo, piano,
flauta, oboe, dos clarinetes, fagot, dos trompas y percusión. Pablo Luna estrena una pantomima de Tomás Borrás, El sapo enamorado, y dirige las primeras representaciones. (...) Posteriormente se estrena Navidad, con música mía. Mitad pantomima, mitad comedia, tiene un gran éxito. Catalina Bárcena hace la Virgen; Romea, San Francisco de Asís; Concha Catalá, la Magdalena; Joaquina Almarche, el Arcángel San Rafael, y la Lobito, el Arcángel San Miguel, vestida con armadura». El estreno de este milagro tuvo lugar en el teatro Eslava de Madrid el 21 de diciembre siendo representada cincuenta y seis veces consecutivas. A una de ellas, la del 27 de aquel mes, asiste el rey don Alfonso XIII; es complacido su deseo de conocer al compositor a través de la infanta doña Isabel, que fue quien efectuó las presentaciones. Las críticas de prensa a la aparición de Navidad fueron abundantes en elogios para los autores. Al hablar de Navidad lo hacemos con un agrado especial, puesto que, a través de sus hijos, nos consta que el autor sentía predilección por esta obra. Desde su estreno era costumbre arraigada en él agrupar a los suyos, mujer e hijos, en torno al piano para hacerles oír, justo antes de la cena de Nochebuena, las notas de esta sencilla página, página que a modo de acción de gracias, ofrecía al Niño Dios en fecha tan señalada, por la dicha de ver a todos junto a él. Siempre estuvo en el ánimo del músico sevillano sacar más partido de una obra que le era entrañable. La primitiva orquestación fue «... reformada en 1927”. Según leemos en su Diario, esta reforma la terminó el 17 de agosto. Sabemos que con posterioridad, y siempre a través de sus apuntes, inicia en otras dos ocasiones (21.I.1941 y 15.X.1942) la orquestación de esta obra quizá con el propósito de enriquecerla aumentando el número de instrumentos; pero no tenemos evidencia alguna que confirme la realización del proyecto. La versión para piano fue firmada el 25 de septiembre de 1917. Para cerrar estas páginas dedicadas a Navidad, y con ellas un año más de nuestra historia, reproduciremos solamente los últimos renglones de un comentario que, de pasada, escribió nuestro músico sobre esta composición que incluyó en su catálogo con el número 16 de opus. En esos renglones creemos adivinar una triste resignación al comprobar el general desdén de los españoles hacia una pieza que, a su juicio, no lo merecía: «... Navidad, después de unos años de éxito y... otros años de sueño, se monta ahora en Buenos Aires”. Aún unas palabras de Sopeña quien, al referirse a esta obra, tiempo atrás, afirmaría: «... Hace años, muchos años, concretamente en la primera Navidad después de nuestra guerra, resucitamos con muchísima alegría la Navidad, de Joaquín Turina. Deliciosa obra, de aire inconfundible que todavía puede leerse y darse a través de la reducción de piano cuya versión orquestal parece desgraciadamente perdida”. No le faltó razón al primer biógrafo de Turina al hablar de extravío de la partitura de Navidad. Durante bastantes años fue desconocido su paradero e infructuosas nuestras pesquisas que hicimos llegar hasta el continente americano. Mas un nuevo rastreo en los archivos de la Sociedad General de Autores Españoles, de Madrid, dio por resultado, el 11 de julio de 1985, el feliz hallazgo del manuscrito original tan deseado. Alfredo MORÁN.